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3 de octubre de 2024

¿Cuál es el insulto que más te ha dolido en la vida?

 




 

Hoy os invito a tomar conciencia sobre esta forma de violencia psicológica y emocional tan común. 

¿Te has preguntado alguna vez para qué sirven los insultos? Los usamos para expresar nuestra ira, y para iniciar una pelea mediante el ataque personal. El impacto que tiene en la persona que los recibe es brutal: van directos al corazón, destrozan su autoestima, dañan su prestigio y su imagen social. Los que más duelen son los que van acompañados con un tono de desprecio y asco, y están destinados a provocar en la víctima una reacción emocional brutal: ira, tristeza, rabia, vulnerabilidad. 

Es un mecanismo muy eficaz para manipular: si te dicen que eres una inútil, estúpida, retrasada, gorda, fea, histérica, vieja, loca, es para hacerte sentir insegura, para hundirte emocional y psicológicamente, y también para someterte. Por eso los hombres machistas usan tanto los insultos “zorra” y “puta” contra sus parejas: para ellos no hay una categoría social más baja y denigrante. Saben que duele mucho, y que puede que reacciones atacando con otro insulto, o que te quedes paralizada y llorando: lo que pretenden es destrozarte por dentro. Son una forma de castigo, y  aunque luego nos pidan perdón, el daño ya está hecho y permanece dentro de nosotras durante mucho tiempo, a veces toda la vida. 

Los insultos que más duelen son los que recibimos de gente cercana y de gente querida: padres, madres, hijos, pareja… y son la línea roja que jamás deberíamos traspasar.  Cuando le pierdes el respeto a la otra persona, empieza el maltrato. 

Es el momento en el que hay que romper una relación, sin embargo hemos normalizado tanto la violencia psicológica y emocional, que no lo consideramos agresión, sino una forma de expresar libremente nuestro enojo. Creemos que con pedir disculpas después alegando que estábamos enfadados o nerviosos es suficiente. Y nos enfadamos si la otra persona expresa su dolor: “eres muy susceptible”, “qué exagerada, no era para tanto”, “era una broma”, “eres hipersensible, no se te puede decir nada” 

Es muy difícil reparar el daño que nos causa en el corazón, y por eso muchas relaciones se van deteriorando hasta que se rompen. No sucede así en las relaciones de subordinación en las que las víctimas no pueden salir de ella porque son dependientes (de sus padres y madres, de sus maridos, de sus jefes)

Cuando no puedes escapar, no te queda más remedio que aguantar y soportar. Y cuando nos repiten muchas veces que somos tontas, que somos feas, o que no valemos para nada, nos lo acabamos creyendo: el impacto que tiene en nuestra personalidad es enorme. Sin autoestima es muy difícil defenderse a una misma: muchas víctimas de violencia machista acaban creyendo que se merecen el maltrato y los insultos de su pareja, y que ellos las hacen daño porque las quieren de verdad.

¿Cuál es el insulto que más te ha dolido en la vida, y cuánto tiempo te ha acompañado el dolor?

Coral Herrera Gómez


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15 de agosto de 2024

Si no te enamoras y tu pareja sufre



Una de las cosas que más me costó aprender en la vida es que si no estás enamorado o enamorada, y tu pareja lo está pasando mal, hay que dejar la relación. A mí este consejo me habría venido súper bien, porque me ha tocado estar en ambos lados: no solo sufrí por la falta de reciprocidad, también he hecho sufrir porque no me enamoraba.

La honestidad es fundamental para que funcione una relación, y está muy bien ser sincero/a con tu pareja, pero no puedes aprovecharte de ella. Si tú no sientes lo mismo, juegas con ventaja. Lo más cómodo del mundo es dejarse querer, pero no es justo.

No podemos olvidar que cuando no alguien no se siente correspondido/a, inevitablemente sufre. 

Cuando la pasión no es mutua, hay gente que se resigna y se conforma con las migajas del amor, pero es por falta de autoestima, y porque nos han hecho creer en los milagros románticos y en la cultura del aguante, del sacrificio y del sufrimiento.

Sin embargo, en algún momento todos y todas protestamos cuando no nos sentimos cuidados y queridos. Aunque aceptemos que nuestra pareja no quiera vínculos románticos con nosotras, nos cuesta mucho no caer en la trampa de exigir o mendigar amor. Aunque sepamos que la otra persona no quiere comprometerse afectivamente, nos cuesta mucho reprimir nuestras emociones, y renunciar al deseo de ser amados. 

En nuestra cultura se asume que es la persona enamorada la que debe de dar el paso para romper la relación. Pero lo cierto es que cuesta mucho por el autoengaño, y porque cuando estamos muy cegados por el amor no perdemos la esperanza de que la otra persona al final se enamore. 

Yo me di cuenta de que cuando no te enamoras y tu pareja está sufriendo mucho, una debe asumir su responsabilidad afectiva y dejar la relación para que no se prolongue el calvario romántico. 

Es cierto que no es fácil dejar a alguien que te gusta, con la que conectas súper bien en la cama y fuera de ella, con la que te diviertes y te gusta compartir tiempo, pero también es cierto que es doloroso ver sufrir a alguien por ti. Y los reproches, las peleas, los llantos y el sufrimiento pueden llevaros a una relación tóxica de maltrato mutuo.

Si no tenéis las mismas ganas, si no hay el mismo nivel de intensidad emocional, si la relación está desequilibrada, el sufrimiento está asegurado. 

Asi que para ahorrarte sufrimiento a ti y a tu pareja, lo mejor es sentarse a hablar para valorar si se dan las condiciones para quererse bien. Y si no se dan, es mejor deshacer el lazo y que cada uno siga su camino.

Para que todos y todas podamos disfrutar del sexo y del amor, el deseo y los sentimientos tienen que ser recíprocos, y los cuidados deben ser mutuos. 

Coral















30 de marzo de 2024

¿Cómo saber si estoy en una relación tóxica?



"Los amores reñidos son los más queridos", "los que más se pelean son los que más se desean", "quien bien te quiere te hará llorar", "del amor al odio hay un paso", "se amaban pero se llevaban como el perro y el gato"... nuestra cultura están plagada de refranes y dichos populares que romantizan las relaciones tóxicas. 

Sabes que estás en una relación tóxica cuando provocas una pelea para llegar al momento de la reconciliación. 

En una relación tóxica te aburres si todo va bien, porque necesitas sentirte invadida y arrasada por emociones fuertes, y porque te gusta que todo sea brutal e intenso. 

No solo disfrutas sufriendo, sino también viendo a tu pareja sufrir. No solo disfrutas llorando en las peleas, también disfrutas viendo llorar a tu pareja. Y cuánto más llora, más importante y poderosa/o te sientes tú.

Las parejas tóxicas viven en un estado de guerra permanente en el que se alternan las peleas con las reconciliaciones, y los períodos de mucho sufrimiento con etapas más pacíficas, pero lo más característico es que los dos miembros se relacionan como si fueran enemigos, y solo se unen si aparece un enemigo externo. 

Una relación tóxica es aquella en el que el proceso de domesticación es mutuo: ambos miembros luchan por dominar al otro y ambos se defienden del poder del otro, cada cual con sus armas y sus estrategias. Ambos son víctimas y victimarios: a veces les toca sufrir, y otras veces hacen sufrir a sus parejas. O las dos cosas a la vez. 

Todas las relaciones humanas son un poco "tóxicas", porque en todas hay luchas de poder, más o menos intensas, más o menos conflictivas. 

De hecho, las relaciones humanas son una de las principales fuentes de sufrimiento para todas y todos nosotros. Una fuente de sufrimiento es la que tiene que ver con el dinero y los derechos humanos: todos sufrimos ante la falta de trabajo, los salarios de miseria, la subida de los precios, las deudas y sobre todo el miedo a la exclusión social. 

Cuando no hay dinero, no hay derechos humanos. Para poder disfrutar del derecho a beber agua potable, a comer tres veces al día, o a dormir bajo techo, necesitamos ingresos dignos, y si no los tenemos, sufrimos mucho. 

La segunda fuente de sufrimiento humano surge de las relaciones entre seres humanos. No sabemos querernos bien, no sabemos tratarnos bien, no sabemos resolver nuestros conflictos sin violencia, por eso gastamos tanto tiempo y energía sufriendo por las relaciones que tenemos (o que no tenemos) con nuestros padres y madres, y familia cercana, con nuestras parejas, hijas e hijos, con compañeros/as de estudios o trabajo, con el vecindario y con la gente que convivimos a diario.

¿Por qué son tan complejas y difíciles las relaciones entre nosotros? 

Porque usamos estructuras basadas en la dominación y en la sumisión: nuestras relaciones están basadas en la explotación y el abuso. Los valores bajo los que nos relacionamos son los valores del capitalismo y del patriarcado (individualismo, egoísmo, narcisismo, avaricia, acaparamiento, dominación y sumisión) Cada cual piensa en su propio beneficio, no sabemos pensar en el Bien Común, y funcionamos bajo la filosofía del Salvese quién pueda y bajo la Ley del más fuerte. 

Muchos de nuestros conflictos surgen porque los demás se intentan aprovechar de nosotras y tenemos que poner límites, y al revés: los demás nos ponen límites y no nos sienta nada bien. 

En las relaciones heterosexuales, los hombres se benefician de sus privilegios: reciben cuidados sin darlos, disponen de criada gratis, obligan a su pareja a ser monógamas mientras ellos tienen las relaciones que quieren con otras mujeres, y viven como reyes en su hogar. La mayoría de las mujeres protestan, muchas ejercen de vigilantes y policías de sus maridos, y vivien en una frustración perpetua: es muy doloroso convivir con tipos egoístas, machistas, y mentirosos. Es muy duro que tu pareja se ría en tu cara y que los demás se rían con él. 

El abuso masculino nos produce una tremenda desilusión a las mujeres, y cuanto más hemos idealizado al macho y al amor romántico, más grande es la decepción, la rabia y el rencor. 

Muchas mujeres heterosexuales se pasan la vida intentando que una relación que no funciona, funcione. Algunas son capaces de estar cuarenta o cincuenta años de su vida tratando de que sus maridos se porten bien, sin lograrlo jamás: se nos va mucha energía y mucho tiempo tratando de educar a hombres que se resisten a ser disciplinados. Para ellos es fundamental defender a muerte su libertad, por eso las mujeres que se meten en la jaula del amor romántico lo pasan tan mal intentando que sus parejas se encierren con ellas. 

Generalmente los hombres solo se meten en la jaula al final, cuando llega la disfunción eréctil y se acaba la potencia sexual. Solo cuando envejecen y empiezan a enfermar es cuando quieren encerrarse en el hogar y que sus compañeras se encierren también. Solo en ese momento las mujeres empiezan a sentir el poder que tienen. Cuanta más dependencia sufren ellos, más fuertes se sienten ellas. 

Las relaciones entre mujeres que se aman, y entre hombres que se aman, también pueden ser tóxicas porque están basadas en la misma estructura de dominación y sumisión. A todas y a todos nos gusta tener la razón. Nos gusta imponer nuestras ideas, nuestra manera de hacer las cosas, nuestra forma de organizarnos. Nos cuesta ceder cuando negociamos, porque vivimos en un mundo competitivo que solo nos enseña a soñar con ganar todas las batallas. Todos y todas queremos sentirnos importantes y poderosas, y queremos imponer nuestros deseos, nuestros criterios, nuestras necesidades a los demás. 

En los colegios nos educan para crear enemigos y disfrutar machacandolos: usan el deporte y los juegos para que aprendamos a guerrear contra los demás desde la más tierna infancia. Nos hacen creer que la vida consiste en estar permanentemente luchando contra los demás, por eso es tan dificil relacionarnos desde el amor. 

Las relaciones tóxicas se diferencian de las relaciones de violencia machista en que están basadas en el maltrato mutuo y en la alternancia de posiciones: cada miembro tiene su poder, y lo usa para dominar a la otra persona. Las que se sitúan en posiciones subalternas también aplican los mismos esquemas de dominación que las que ejercen el poder: cada cual con sus armas y sus estrategias intenta lograr lo que desea, lo que quiere y lo que necesita del otro. 

Nunca nos planteamos si esas estrategias son o no son éticas, si perjudican o no a la otra persona, si hacen daño o si son abusivas. Porque lo que nos enseñan bajo la ideología capitalista y patriarcal es que lo que importa son los fines, no los medios. Da igual como lo consigamos, lo importante es ganar.  

La gran mayoría de las personas no son conscientes del dolor que provocan en los demás, y cuando lo son, tratan de justificar sus actos, a menudo usando la victimización, y culpabilizando a la otra persona: "yo no quería hacerlo, pero no me dejó otra alternativa", "me saca tanto de quicio, si hiciera lo que yo le digo no habría problema", "si no razona y no cede, entonces no me queda más remedio que..."

Generalmente las relaciones tóxicas están construidas sobre la dependencia, tanto económica como emocional. Hay muchas parejas que no se soportan pero no se separan porque se sienten atrapadas en la relación, bien porque no tienen dinero para vivir separadas, o bien porque tienen un miedo terrible a la soledad.

Esta dependencia es muy común en personas que no han podido desarrollar su autonomía, y que están convencidas de que no pueden hacer nada por sí mismas. Se ven como inútiles, como eternos niños que necesitan siempre una figura de referencia y apoyo, porque no han madurado lo suficiente como para responsabilizarse de sí mismas. No saben hacer uso de su libertad, no se ven a sí mismas como personas adultas y funcionales: creen que sin la otra persona no son nada, y que están condenadas a depender siempre de esas figuras de referencia. 

Les pasa a todos aquellos y aquellas que permanecen toda la vida viviendo con sus progenitores: cuando les llega el momento de salir del nido y dar el salto, creen que tienen las alas rotas y que no pueden echar a volar solas. No importa que el médico les explique que pueden volar por sí mismas y que no tienen nada roto: están convencidas de que ellas solas no pueden, y que fuera del nido la vida es terrible. 

Muchos creen además que sus madres y padres son inmortales. No quieren pararse a pensar qué van a hacer cuando sus progenitores no estén. Suelen verse a sí mismos como eternos adolescentes, y ni se les pasa por la cabeza formar su propia familia, porque se ven siempre como hijos e hijas, y no como adultos responsables. Es decir, reciben cuidados pero no se sienten capacitados para cuidar a nadie. 

Hay gente que en lugar de echar a volar, salta a otro nido cercano. Es la gente que sale de casa de mamá para irse a la casa de otra mujer que ejerza las mismas funciones que mamá: muchos hombres sustituyen a una por otra, y así no tienen nunca que asumir sus obligaciones como adulto. Algunos de ellos tienen hijos y actúan como si fueran los hermanos mayores de sus propias criaturas. Por eso hay mujeres que bromean presentando a sus maridos como si fueran los hijos mayores. 

¿Cómo saber si mi relación es tóxica? 

Generamente solo tienes que cerrar los ojos y escuchar tu corazón. Si estás sufriendo, si lo estás pasando mal, si sientes angustia y ansiedad y tu pareja siente lo mismo, es porque os estáis haciendo daño. Si estás siempre pensando en cómo poner a tu pareja de rodillas y en como salirte con la tuya, es porque no estás disfrutando de la relación, estás siempre en guerra. 

Hay muy poco amor y mucho maltrato en las relaciones románticas tóxicas. 

Sabes que estás en una relación tóxica cuando en lugar de placer y alegría, sientes emociones intensas como el odio, la envidia, el rencor, la rabia, la frustración, y mucha amargura. Vivir luchando constantemente con un enemigo o enemiga le amarga la vida a cualquiera: hay parejas que son capaces de estar peleando toda la vida, y que no saben relacionarse si no es desde esta estructura de conflicto permanente. 

También hay parejas que cuando se les pasa el enamoramiento inicial se aburren, y se dedican a pelearse porque necesitan emociones intensas. Creen que para amar hay que sufrir y hacer sufrir a la otra persona, y que cuanto mayor sea el sufrimiento, más les van a amar. Creen que el amor de pareja es una tragedia al estilo Romeo y Julieta, con heridos y muertos, con desgarros y sangre, y muchas lágrimas, y creen que cuanto mayor es el drama y la destrucción, más grandioso es el amor romántico. 

Mucha gente cree que las guerras románticas son como un juego en el que vale todo, y en el que lo importante es ganar. Y es porque no han conocido el amor del bueno: creen que amar es sufrir y hacer sufrir, y no saben disfrutar, ni del sexo, ni del amor, ni de la vida. Solo saben atacar y defenderse, de manera que no tienen ni idea sobre cómo apoyarse mutuamente, cómo cuidarse mutuamente, y cómo construir una relación basada en el placer, el gozo y la alegría de vivir. 

Y suele ser porque nunca han gozado de relaciones de amor, creen que lo "normal" es vivir en una pelea constante, y que no hay otras formas de relacionarse. Y eso es porque en nuestras representaciones culturales, nunca nos ofrecen parejas igualitarias que en lugar de dedicarse a guerrear, se dediquen a apoyarse mutuamente. 

Nos cuesta mucho imaginar la posibilidad de querernos desde la empatía, la solidaridad, la cooperación y el compañerismo porque solo nos ofrecen representaciones de parejas que sufren y no saben arreglar sus problemas sin hacerse daño. 

En nuestro mundo, el pez grande se come al chico, y nadie quiere ser el pez chico. Incluso las mujeres, aunque finjamos ser muy patriarcales y parezca que aceptamos muy felices nuestro papel de seres inferiores y subordinados, en realidad todas luchamos con todas nuestras fuerzas contra el abuso del marido. 

Muchas relaciones lésbicas y gays funcionan con la misma estructura patriarcal. En las relaciones entre mujeres o entre hombres en las que no hay división sexual del trabajo ni reparto desigual de roles, también pueden darse relaciones de dependencia y luchas de poder basadas en la necesidad de imponerse y de dominar a la otra persona. 

Una de las preguntas básicas que debemos hacernos para saber si estamos o no en una relación tóxica es preguntarnos a nosotras mismas cómo conseguimos lo que queremos, lo que necesitamos, y lo que deseamos, qué estrategias utilizamos y cuales de ellas son éticas (y cuáles no): la seducción, la coacción, el chantaje, el soborno, la extorsión, el engaño y las mentiras.... la mayoría de estas estrategias te benefician a ti, y hacen daño a la otra persona.

 Por ejemplo, cuando usamos el chantaje para que la otra persona se sienta responsable de nuestra felicidad y se sienta culpable si estamos tristes. Sin duda la culpa funciona muy bien cuando queremos obligar a alguien a que haga algo que no quiere, y esto lo saben muy bien los grandes manipuladores. 

También el miedo es un gran arma para someter a la pareja, especialmente si es mujer, pues desde pequeñas fabrican en nosotras el miedo a que no nos quiera nadie, y el miedo al abandono y a la soledad. Así que muchas relaciones lésbicas se construyen desde este miedo y es así como surgen las relaciones de dependencia. 

Una de las características de las relaciones tóxicas, es que en ellas los dos miembros de la pareja intentan machacar la autoestima de la otra persona para poder manipularla mejor. Es una de las principales estrategias para que la pareja se sienta atada a nosotras: hacerla creer que no merece amor ni buenos tratos, que nadie va a quererla, que sola no es nadie y no sirve para nada. 

Además, muchas personas destructivas saben usar muy bien ese tono de desprecio que tanto duele cuando proviene de un ser querido. Es la mejor manera de hacer daño: hacerle sentir a tu pareja que te ha decepcionado, y hacerle creer que sientes un profundo desprecio por ella, aunque no sea verdad. 

El tono de desprecio sirve para darle énfasis a nuestro enojo, y para hacerle creer a esa persona que en medio segundo se nos fue todo el amor que sentimos por ella. Y que es culpa de ella, obviamente. 

Para acabar de hundir a tu enemiga o enemigo, también funciona muy bien usar la información que tienes de la otra persona para dar donde más duele, aprovecharse de sus miedos, sus traumas, sus puntos débiles, y usarlos para ganar la batalla. 

En las peleas de las parejas tóxicas no hay voluntad de arreglar los problemas, no se habla de cómo hacemos para que no se repita, o qué podemos mejorar para que no vuelva a suceder. Lo más normal es que nos estanquemos en el pasado y nos enfanguemos en la lluvia de reproches: "es que tú...."

Los reproches sirven para culpar a la otra persona de todo lo que sucede, para que se sienta mal y nos pida perdón. 

No importa si siempre es lo mismo: las parejas tóxicas nunca hacen autocrítica amorosa, ni se sientan a dialogar para reconocer los errores, ni reconocen sus equivocaciones, ni piden disculpas, ni tratan de reparar el daño que han hecho. 

Sus miembros no se paran a preguntarse a sí mismas qué tienen que trabajarse por dentro para ser mejores personas, ni tampoco se sientan a charlar para ver qué tienen que trabajar como pareja para que la relación sea mejor. 

Las parejas tóxicas no se plantean nunca mejorar la relación, sino más bien al revés. 

Prefieren seguir sosteniendo las dinámicas de destrucción y dolor, porque quieren ganar la batalla, y quieren a la otra persona de rodillas frente a ellas. Incluso hay parejas que cuando rompen la relación, siguen haciendose daño y tratando de destruirse toda la vida. En el fondo es porque quieren seguir unidos, quieren seguir siendo importantes para la otra persona, se niegan a romper el vínculo del todo, y creen que si mantienen la guerra podrán estar cerca de la otra persona, incluso cuando los hijos e hijas ya son mayores. 

En la relación tóxica ninguno de los dos miembros se responsabiliza: ambos encuentran que es mucho más fácil culpar a la otra persona y situarse como víctima, para que sea la otra persona la que cambie, la que haga algo, la que se someta a nuestro poder. 

En todas las relaciones tóxicas hay un intento de disciplinar y domesticar a la otra persona, y de cambiarla para que se adapte a nuestro sueño romántico. 

Las mujeres sobre todo nos hemos creído que el ogro gruñón y maltratador puede acabar siendo un príncipe azul. Y muchas se pasan la vida soñando con el milagro romántico y tratando de convencer al ogro de que es mucho más bonito ser un príncipe azul. Obvio el ogro prefiere seguir siendo quien es, sobre todo si le va bien, así que es capaz de resistir durante décadas. 

La batalla termina cuando nos resignamos y nos damos cuenta de que nuestra pareja no va a cambiar jamás. Pero para admitir la realidad es necesario trabajarse mucho la honestidad y la humildad, y la mayoría no tenemos herramientas para ello. No sabemos rendirnos ni aceptar las derrotas, y sobre todo lo que más nos cuesta es darnos cuenta de que el amor no lo puede todo, ni transforma mágicamente a las personas. 

Las personas solo cambian cuando quieren, o cuando lo necesitan.  

Las relaciones tóxicas nos hacen sufrir muchísimo porque están basadas en la contradicción (te amo y te odio, ni contigo ni sin ti, quiero irme pero estoy atrapada), y en la violencia verbal, psicológica y emocional. 

Todo intento de hacer daño a alguien para salir beneficiado/a es violencia, sobre todo cuando sabemos que esa persona nos quiere o nos necesita, o depende de nosotros/as.

¿Cómo trabajar para evitar hacer daño a tu pareja? 

Lo primero es trabajar tu ego, y tomar conciencia de que debemos aceptar a los demás tal y como son, sin intentar cambiarlos. Y asumir que para entendernos, tenemos que escucharnos, dialogar, negociar, ceder, y llegar a acuerdos. 

Una de las cuestiones más importantes para dejar de vivir en guerra permanente es darnos cuenta de que la victimización es una forma de dominación. No sólo dominamos desde el poder, también lo hacemos deede posiciones de sumisión. 

Pensemos por ejemplo en la relación tóxica que existe entre algunas personas dependientes y sus cuidadoras: incluso estando en una cama las personas dependientes ejercen su poder sobre su entorno, y pueden llegar a convertirse en auténticos tiranos y en malvados maltratadores. 

Las mujeres también tenemos nuestras armas para someter a los privilegiados, para someternos entre nosotras, para dominar a los demás. Solo que en lugar de usar la violencia sexual y la violencia física, usamos la vía del sufrimiento emocional y psicológico. Pensemos en el maltrato entre nueras y suegras, madres e hijas, o incluso en entornos laborales: nuestro ego y nuestra necesidad de dominar nos convierten en seres carentes de empatía, de ética y de bondad. 

¿Cómo hacer para no hacer daño y para que nuestras relaciones no se conviertan en relaciones tóxicas? 

Autoconocimiento: para saber quién eres, cómo eres, qué sientes, y por qué te relacionas así. 

Autodefensa para evitar el abuso,

Autocuidado para evitar el sufrimiento,

Autocrítica amorosa: para trabajar tu ego, para identificar lo que te hace sufrir, y lo que hace sufrir a los demás. 

Autonomía para evitar la dependencia, 

porque cuanto más dependientes somos de alguien, más manipulables y vulnerables somos. 

Pero también cuando alguien depende de nosotras, porque estamos igual de atadas y atrapadas. 

La necesidad (de dinero, de afecto, de compañía) es lo que nos impide construir relaciones basadas en la libertad. No es lo mismo juntarse a alguien porque nos apetece y nos fascina, que juntarse a alguien porque estamos huyendo desesperadamente de la soledad o de la precariedad económica. 

Las relaciones interesadas nos encarcelan y son una trampa, y solo nos damos cuenta cuando querríamos terminarlas y nos encontramos con que no podemos separarnos ni independizarnos. 


¿Cuál es la buena noticia? Que todo se puede trabajar en esta vida, y que de las relaciones tóxicas se puede salir. 

Basta con trabajar a fondo la autonomía para evitar la dependencia, la autocrítica amorosa para aprender a usar nuestro poder, y la autodefensa feminista para protegernos de las relaciones basadas en la dominación, la manipulación y el abuso. 

Se trata de aplicarse a una misma la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados para aprender a ser mejores personas, y para mejorar nuestras relaciones afectivas, sexuales y sentimentales. 

Si quieres trabajar en ello, o ayudar a otras personas a trabajar en ello, vente con nosotras al curso virtual que empieza el lunes. Puedes apuntarte desde cualquier país y asistir al directo que se celebrará todos los lunes de abril durante dos horas, de 6 a 8 pm hora Española (si no puedes, quedan las sesiones grabadas para que las veas cuando quieras)





Mujeres que se liberan: herramientas feministas para la prevención de las relaciones tóxicas, 
es un curso certificado de 25 horas dirigido a mujeres que quieren trabajar en su autonomía y autocuidado frente a las relaciones basadas en el abuso y el maltrato, y a profesionales que trabajan con mujeres (educadoras sociales, trabajadoras sociales, psicólogas, terapeutas, sexólogas, técnicas de igualdad, profesoras, etc.) 

Coral Herrera Gómez



24 de marzo de 2024

¿Cómo conseguir la aprobación masculina?



Las niñas empiezan desde muy pequeñas a sufrir la necesidad de la aprobación masculina. A los seis años ya saben que las personas más importantes del mundo son hombres, pronto asumen que son inferiores a los niños y empiezan a buscar la aprobación de los superiores. 

Las niñas a las que les toca un padre abandonador o un padre ausente son las que más sufren y las que más necesitan la atención de los hombres. Algunas se pasan toda la vida buscando el reconocimiento y el amor de los hombres, pero es una tarea muy frustrante porque a la gran mayoría de los hombres no les gustan las mujeres. 

No les gustan las mujeres, tampoco a los heterosexuales. 

Viven constantemente rechazando todo lo que tiene que ver con las mujeres. A unos les parece ofensivo que se les compare con mujeres, lo perciben como un insulto. A otros en cambio les parece ofensivo que las mujeres hablemos de nuestras vaginas, nuestras vulvas, nuestra menstruación, o incluso que hablemos en femenino para referirnos a nosotras mismas.

Los hombres son educados en el odio hacia las mujeres, y nuestro sistema se asienta sobre la misoginia, por eso los hombres necesitan sentirse poderosos e importantes, y disfrutan mucho cuando comprueban que nosotras somos capaces de hacer cualquier cosa con tal de conseguir la ansiada aprobación masculina.

Según el manual del patriarcado, hay cuatro formas de conseguir que los hombres patriarcales se den cuenta de que existes, te miren y te presten atención: 

convertirte en una mujer masculinizada, 

convertirte en una mujer hipersexualizada, 

convertirte en una mujer entregada y sacrificada, 

o convertirte en defensora de sus privilegios.

El patriarcado te dice que si quieres que te quieran los hombres tienes que imitarlos, defenderlos, cuidarlos o bien ofrecerte como servidora doméstica o servidora sexual. 

¿Funcionan estas estrategias? Vamos a verlas:


Mujeres masculinizadas: hay muchas chicas que imitan el estilo de vestir de los hombres, se cortan el pelo como ellos, escupen como ellos, sorben los mocos como ellos, se rascan las parte íntimas como ellos, y buscan constantemente la aprobación masculina para ser admitidas en los espacios deportivos. 

Es un poco frustrante ponerse el disfraz de mujer masculinizada porque por mucho que te esfuerces, ellos jamas te verán como una de ellos. Incluso aunque tu aspecto físico sea muy parecido al estereotipo de la masculinidad, incluso aunque tengas barba y tengas la voz grave, aunque te hormones o te operes, aunque hagas chistes machistas y hables con desprecio de las demás mujeres, es imposible que te consideren uno de ellos. 

Algunos hombres permiten que las mujeres masculinizadas jueguen con ellos en partidos amistosos, o se junten a ellos en el estadio o en el bar para ver partidos de fútbol, y en las fiestas para celebrar las victorias. Pero cuando llega el momento de ir al burdel a alquilar mujeres, entonces las mujeres sumisas que se masculinízan para estar cerca de los hombres se tienen que ir a casa. 

Masculinizarte e imitar sus posturas corporales, sus gestos de macho, su idioma de macho, su forma de reírse o de insultar al árbitro pueden hacerte sentir la ilusión de que te aceptan y te reconocen, pero da igual lo que hagas para obtener su reconocimiento: ellos no te van a tratar de igual a igual ni van a admitirte en el club. 

¿Y por qué no? Pues porque, como te decía al inicio, a los hombres patriarcales no les gustan las mujeres. Tienen sexo con nosotras, pero sienten un profundo rechazo hacia nosotras. 

Se pasan toda la infancia intentando no parecer niñas, les aterra que les comparen con niñas. No hay nada peor en el mundo para ellos que las mujeres y los homosexuales. 

Los hombres en general no admiran a las mujeres, ni siquiera a las deportistas de élite. Son muy pocos los que van al estadio a ver jugar a las mujeres. 

Son muy pocos los que compran libros escritos por mujeres, o los que pagan una entrada para ver una película o una obra de teatro dirigida por mujeres. 

Los hombres no admiran a las mujeres por su inteligencia, sus cualidades, sus habilidades deportivas o artísticas, su profesionalidad, o su nivel intelectual. 

Si les preguntas por mujeres importantes, la mayoría de los hombres sólo pueden nombrar a modelos, cantantes, y actrices hipersexualizadas. Y de ellas no aprecian su talento, sino su belleza y su capacidad de encender su deseo sexual. 


Mujeres cosificadas e hipersexualizadas

Así que si quieres que un hombre se fije en ti, y te haga caso, puedes probar a convertirte en una mujer sexy, pero si eliges esta estrategia tienes que saber que hay muchísima competencia, y que tienes que emplear mucho tiempo y mucho dinero en estar guapa. 

Y asumir que a los 40 ya estás vieja si vives en Europa, o a los 30 si vives en América Latina.

También tienes que saber que el tiempo que los hombres dedican a las mujeres guapas es limitado, sobre todo los que tienen problemas de eyaculacion precoz.

Muchas mujeres se esmeran muchísimo en copiar el estilo de las actrices porno para excitar a los hombres, porque nos han hecho creer que si se enganchan sexualmente contigo, acabarán enamorándose de ti. Y sin embargo, es justo al revés. 

Los hombres jamás se enamoran de las mujeres que se pornifican o se putifican para conquistarlos. Ellos sólo se casan con mujeres buenas. 

Desde siempre le han tenido un miedo atroz a las mujeres malas, y saben que para no caer enamorados tienen que tratarlas como objetos de usar y tirar. 

Sienten una mezcla de deseo y de profundo desprecio por las zorras y las putas, acceden a ellas gratis o pagando, y una vez que han eyaculado encima o dentro de ellas, se aburren y van a por otra. 

Si lo que quieres es que se enamoren de ti, y te ofrezcan el trono de matrimonio, entonces puedes probar a ofrecerte como sirvienta y esposa. 


Mujer-esposa y madre

Nada de labios rojos, mejor rosas. Nada de minifaldas, ni de uñas largas, ni pestañas postizas, ni tacones rojos, ni medias de rejilla, ni escotes de escándalo: en lugar de putificarte, debes vestir mona y elegante, a la par que discreta y sencilla, como las royals (el estilo más copiado es el de la Reina Leticia o la Princesa Kate Middleton)

Uno de los mayores esfuerzos que tendrás que realizar para que te elijan como esposa será lograr que tu pareja confíe en ti. Los hombres buscan para casarse mujeres sin pasado, mujeres vírgenes, mujeres tranquilas, mujeres complacientes, sumisas, capaces de llevar un hogar, de cuidarles y de educar niños y niñas. 

Esta opción es completamente agotadora, porque ahora gracias a la modernidad, te toca trabajar el doble y tener una jornada fuera de casa y otra dentro. Tienes que convertirte en una súper mujer, y ser buena en todo. La mejor profesional, la mejor esposa, la mejor mamá, la mejor ama de casa, la mejor niñera, la mejor en todo. 

Tendrás que tener la capacidad de soportar cuernos, y al mismo tiempo, de renunciar a tener otras relaciones sexuales y amorosas. 

Tendrás que convivir con el miedo a que tu marido se fascine con una jovencita cuando le llegue la crisis de los 40. 

Y tendrás que estar siempre a la altura de lo que se espera de ti como esposa. 

Además tendrás que intentar llevarte muy bien con tu máxima rival, tu suegra y también con tus cuñadas, o vivir en guerra constante contra ellas. Ser sumisa y complaciente con ellas tampoco te asegurará la aprobación, ni el éxito. 

Más cosas a tener en cuenta: tendrás que ejercer no solo de mamá, también de educadora, enfermera, niñera, limpiadora, cocinera, secretaria, maestra, vigilante, policía. 

Todo lo que hagas será objeto de críticas, chismes, burlas… y a veces la presión será fortísima, sobre todo cuando te embarazas y te conviertes en mamá.

También tienes que sumar a este listado que si algo va mal en tu matrimonio, la culpable siempre serás tú. Es injusto pero es así como piensa la gente patriarcal: “si tú complacieras en todo a tu marido, él no saldría por ahí a buscarlo”, “si tú no vigilas a tu marido, es normal que aproveche su libertad para irse con otras”


Defensora de los hombres 

La última opción que nos ofrece el patriarcado para que los varones nos aplaudan o nos tengan en cuenta, es convertirnos en defensoras de los hombres, y poner en el centro de nuestras vidas sus necesidades, sus deseos, y sus sentimientos. 

Las defensoras de los hombres se ríen con los chistes machistas para parecer mujeres modernas, y repiten las mismas consignas que los hombres patriarcales: "no todos los hombres", "las mujeres también son violentas", "a ellos les matan más que a nosotras", "las feministas están yendo demasiado lejos"

Hay defensoras de los machos de toda la vida, pero también hay defensoras de machos diversos y coloridos de aspecto posmoderno. No es mucha la diferencia entre los machistas de derechas y de izquierdas, pero es más cool defender a los machos con las uñas pintadas.

Las defensoras de los hombres no soportan a los hombres igualitarios, ni a los que se trabajan individual y colectivamente los patriarcados. Les gustan mucho más los hombres travestidos y los coloridos, y también los hombres que buscan desesperadamente la aprobación de las mujeres. 

Las defensoras también se disfrazan a veces de feministas y tratan de redefinirlo para que deje de ser un movimiento de liberación de las mujeres. 

Muchas buscan visibilidad generando polémicas y usando la técnica de cuestionar todo lo políticamente correcto. Los hombres las aplauden cuando crean escándalos para llamar la atención y obtener más seguidoras. 

Si las feministas reivindican la idea de que las mujeres no somos servidoras ni sirvientas, ellas dicen que poner el cuerpo al servicio de los hombres es muy empoderante. 

Si las feministas luchan contra la violencia sexual, ellas prefieren hablar de la libertad sexual para vendernos la idea de que trabajar para satisfacer a los hombres es muy placentero.

 Y muy empoderante.

Si las feministas denuncian la violencia machista, las defensoras de los hombres presumen de sus moratones y heridas porque no hay nada más sexy que la “violencia pactada” en la cama.

Se sienten muy modernas y transgresoras cuando afirman que las mujeres no tenemos por qué sentir deseo en las relaciones. Usan el concepto de consentimiento para disociar el placer y el deseo del sexo. 

Si las feministas piden cárcel para  abusadores, violadores y femicidas, ellas piden rebajas de condena y excarcelaciones. 

Si las feministas denuncian a los vendedores y compradores de mujeres, ellas piden que por favor no se les criminalice porque los señores que comercian con mujeres son empresarios y clientes, y se ofenden mucho si les llamas proxenetas y puteros. 

Si las feministas piden que se ilegalice la compraventa de bebés, las defensoras dicen que el deseo de paternidad de los machos es un derecho humano que debe ser garantizado y que las mujeres pobres deben satisfacer esos deseos jugándose la salud y la vida, y renunciando a sus bebés para que ellos sean padres.

Muchas son fervientes adeptas del mito de la ultraderecha sobre la libertad de elección: te hablan de “la puta feliz” que tiene tres carreras y dos idiomas y elige a los clientes más guapos y más ricos.  O de la mujer pobre cuyo sueño es que un señor desconocido cumpla su sueño de ser padre.

Cuando les dices que el 90% de las mujeres en el mercado son mujeres pobres que tienen que venderse para poder comer, o que tienen que vender a un hijo para que coman los demás críos, miran para otro lado. Saben que si hay necesidad no hay libertad, pero los negocios de los hombres son lo primero.

Usan sus armas intelectuales para abrir debates “disruptivos” y así defender los privilegios masculinos con un lenguaje denso y rimbombante que suena muy académico y muy cool pero no entiende nadie. 

Para ellas el feminismo es cosa del pasado: ahora lo que se lleva es la diversidad. Como son muy inclusivas ya no hablan en femenino, para no ofender a los que nos odian, ni siquiera cuando solo hay mujeres en la sala. 

Dado que la palabra “mujer” o “mujeres” molesta mucho, las sustituyen con términos deshumanizantes como "cuerpos feminizados", "personas con vulva", "personas menstruantes".  

Tampoco usan la palabra “madre” porque es ofensiva para los misóginos, y para los que compran bebés, por eso ahora dicen “personas gestantes” También han llegado a prohibir la palabra “leche materna” en algunos hospitales para no herir a la diversidad.

El objetivo final de la neolengua es deshumanizarnos para que los hombres puedan tratarnos como mercancías, pero también están intentando resignificar a las mujeres y al feminismo para acabar con nuestra lucha: como ahora cualquiera puede ser mujer cuando quiera, la lucha por los derechos de las mujeres ya no tiene sentido. 

Por eso ahora el 25N es el día para protestar contra “todas las violencias”, y el 8M para luchar por los derechos de “todos y todes”  Y por eso ya no aparecemos en los carteles del 8M, y por eso ves todas las banderas incluidas menos la bandera feminista. Y eso que todos los movimientos sociales tienen su propio día internacional, pero qué curioso que todos quieren apropiarse del 8M.

Ser defensora de los privilegios de los hombres tampoco sirve para que te quieran más, ni para que te traten como a una igual, porque ellos realmente con quien tienen sus relaciones afectivas más fuertes es con sus amigos, no con las mujeres. 

Ellos admiran y aman a otros hombres, y tú por muy abierta, sumisa y complaciente que seas, nunca serás como ellos: siempre pertenecerás a una categoría inferior.


¿Cómo liberarte de la necesidad de la aprobación masculina?

Si ninguno de estos métodos funciona realmente, ¿que puedes hacer? Pues darte cuenta de que en realidad no necesitas la aprobación masculina para nada. 

No nacemos con la necesidad de ser aceptadas, reconocidas o queridas por los hombres. Es algo que nos inoculan en los cuentos para niñas, para que seamos dependientes emocionales de por vida.

Nuestra autoestima y nuestra valía no puede depender de si nos miran o no, de si nos eligen o no, de si nos tienen o no en cuenta, de si nos aplauden o nos ignoran. 

Liberarse de esta necesidad de ser deseadas y amadas por un hombre es una de las claves para la autodefensa y el autocuidado. 

A todas nos ha pasado, lo de verte a ti misma perdiendo tu dignidad, y traicionándote a ti misma solo por conseguir un gesto de aprobación masculina.

Todas hemos intentado imitar a los hombres, seducirlos, cuidarlos, y todas nos hemos sentido frustradas porque ellos saben que para mantener su poder nunca deben darnos lo que necesitamos.

Cuando abres los ojos y empiezas a trabajar en ti, ya nunca más te pones de rodillas, ya nunca más mendigas amor y atención, ya no exiges cuidados a hombres que no te valoran ni te reconocen. Empiezas a entender que si no es mutuo, es abuso y explotación.

El mundo sería muy diferente si nosotras lográramos liberarnos de esta necesidad de obtener aplausos de los hombres, ¿os imagináis si las niñas se negaran a elegir entre masculinizarse o hipersexualizarse, y se negaran a vivir mendigando atención y amor de los hombres?

La vía para empoderarse es sacar a los hombres del centro de tu existencia. Esta liberación no podemos hacerla solas, cada una en su casa: es algo tan grandioso y tan gozoso, que tenemos que hacerlo juntas, apoyandonos entre todas.

Por eso es tan importante fortalecer la autoestima y la capacidad de las niñas para rebelarse, porque todavía las estamos criando para que vivan obsesionadas con agradar, complacer y servir a los hombres. 

Si queremos que nuestras hijas sean libres, tenemos que enseñarlas a desobedecer los mandatos del patriarcado, y para eso nosotras tenemos que dejar de endiosar a los hombres y de trabajar gratis para ellos. 

Solo si dejamos de reírles las gracias y de aplaudir sus discursos, si dejamos de buscar desesperadamente su atención y su amor, ellas se darán cuenta de que los hombres no son necesarios. 

Cuando hay necesidad, no hay libertad, así que solo podrán relacionarse con los hombres en libertad si no los necesitan para nada. 

Ojalá las niñas del futuro puedan sentirse orgullosas de ser niñas y de ser mujeres, ojalá puedan ser autónomas y vivir libres de la necesidad de aprobación masculina, ojalá puedan tener una Buena Vida.


Coral 


Si tú también quieres  liberarte, vente con nosotras al Laboratorio del Amor ❤️




18 de diciembre de 2023

¿Cómo confiar en mi pareja?




"Nunca estéis en pareja con alguien a quien no confiáis"

Se hizo un silencio sepulcral en la sala. Cientos de adolescentes me miraban con los ojos abiertos como platos.

"Para disfrutar del sexo y del amor hay que ser valiente, y hay que confiar plenamente en tu pareja. Si tenéis miedo de que os mienta, os traicione y os haga daño, dejad la relación de inmediato y seguid vuestro instinto, que os está diciendo: "no confíes, ahórrate sufrimiento"

Se remueven incómodos en sus asientos. Me miran boquiabiertos, algunos cabreados, otros angustiados.

Sé que son muy pocas las personas en la sala que confían en sus parejas. Sé que casi todas tienen miedo a ser traicionadas. Sé que no sienten lo mismo las chicas que los chicos, sé que querrían confiar pero no saben cómo hacer, sé que tienen miedo de dejar de ser amadas y amados. 

Así que les lanzo preguntas para explicarles por qué se sienten así, y cómo han aprendido a relacionarse desde el miedo y la desconfianza. 

¿Qué es lo primero que hacemos cuando nos gusta muchísimo otra persona? Ocultárselo a nuestra pareja.

¿Y si nos surge la oportunidad de tener un encuentro sexual o amoroso con esa persona? Ocultar y mentir.

Muy poca gente es tan honesta y valiente como para sentarse frente a su pareja, mirarle a los ojos y decir: "Me estoy enamorando de esta persona"

Mucho menos mirar a los ojos a tu pareja y decirle: "Me gusta muchísimo esta persona, y anoche estuve con ella"

Lo primero que hacemos es mentir, en lugar de compartir con nuestra pareja lo que nos está pasando. Nos sentimos menos culpables si es algo puntual, y deseamos que nunca nos descubran.

Si se repite, entonces aumenta la sensación de culpabilidad y traición, pero no sabemos qué hacer con ello.

Por un lado, no queremos hacer daño a nuestra pareja. Por otro, nuestro cerebro nos dice:" Te lo mereces. La vida es corta. No renuncies a vivir esto. Tienes derecho a vivir estos instantes de felicidad"

Y esto sucede porque la pasión amorosa es una droga, y nuestro cerebro siempre quiere más.

El cerebro funciona de manera completamente diferente cuando es nuestra pareja la que está viviendo un romance. Por un lado nos resulta insoportable la traición, y por otro, nos invade el miedo a que nuestra pareja se enamore locamente y nos abandone.

Nos haríamos menos daño entre nosotros si fuéramos capaces de ser honestos y honestas, y si fueramos capaces de asumir las consecuencias de nuestros actos. 

¿Cuáles son las consecuencias? Hay parejas que terminan para siempre, otras que perdonan y siguen hacia delante, otras que se transforman y abren su relación.

La monogamia es un mito creado para que las mujeres nos creamos que el amor verdadero es exclusivo y eterno. Los hombres habitualmente, en todo el mundo, tienen todas las parejas que quieren y disfrutan del privilegio de una doble vida.

¿Y como confiamos entonces en los hombres, si ellos no son monógamos?, me pregunta una chica.

¿Y en las mujeres como confiamos, si son todas unas mentirosas?, me pregunta un chico.

Los dos se intercambian una mirada furibunda y llena de rencor en el patio de butacas.

Para explicarles por qué no confiamos los unos en los otros primero les cuento por qué las mujeres no somos de fiar. Los niños aprenden a tener miedo de las niñas y las mujeres desde su más tierna infancia: para el patriarcado somos todas unas retorcidas, manipuladoras, perversas, y dominantes. Una de las principales enseñanzas que transmitimos a los varones es que tengan cuidado con las mujeres, que somos todas unas interesadas, traicioneras, irracionales y caprichosas.

Y como podemos hacerles mucho daño, los chicos solo tienen dos opciones: no tener pareja, o si la tienen, asumir el papel de policías y carceleros, y asegurarse la obediencia y la sumisión de su pareja.

A nosotras se nos hace creer que los celos y la posesividad son una prueba de amor. Si nuestra pareja confía en nosotras nos parece raro, o incluso nos creemos que como no son celosos, no nos aman.

Desde pequeña se nos inocula el mito de la monogamia y del amor exclusivo y verdadero, se nos hace creer que nuestra misión en el mundo es conseguir un marido, y pasar la vida luchando contra las demás para que ninguna mujer nos lo quite.

Se nos dice que los hombres cuando son tentados por mujeres atractivas son como animales, no pueden autocontrolarse, y somos nosotras las que debemos vigilarles para que no se desvíen de la senda marcada.

Sus infidelidades son siempre culpa nuestra, bien porque somos unas lobas y nos quitamos los maridos unas a otras, bien porque no hemos sabido darle lo que necesita, bien porque no les hemos vigilado como deberíamos.

El patriarcado nos dice: sus escapadas son comprensibles y perdonables. Son aventuras, son canitas al aire.

No como nuestras infidelidades, que son un pecado mortal y un atentado contra el orden y el patriarcado.


Es nuestra responsabilidad atarles en corto para que sean fieles, y darles lo que necesitan para que no salgan fuera a buscarlo.

Y ellos mientras, solo piensan en su honor y su prestigio. Ser un cornudo te baja el rango en la jerarquía de los machos dominantes. Así que ninguno quiere serlo y para ello lo que hacen es comportarse como reyes tiranos: "quítate ese vestido que pareces una zorra", "no sales de casa con ese escote", "vete a casa ya que yo me quedo de juerga con mis amigos", "tú no sales hoy con tus amigas", "tú me obedeces que aquí soy yo el que mando"

Los hombres patriarcales consideran buenas mujeres a las que llevan los cuernos con elegancia, como la mayoría de las princesas, reinas y aristócratas. Pero en ellos los cuernos son humillantes.

La desconfianza entre hombres y mujeres es mutua. Y no es producto de su imaginación, sino que es real: basta con echar un vistazo a las cifras sobre infidelidad para darnos cuenta de que la monogamia es un mito, y que el matrimonio heterosexual se sostiene gracias a las infidelidades.

Nosotras lo tenemos más difícil para disfrutar del sexo y del amor fuera del matrimonio, porque hay maridos que nos dan palizas y nos matan cuando nos descubren. Y porque el rechazo social es mucho mayor hacia las mujeres infieles que hacía los hombres.

Los hombres lo tienen más fácil, porque uno de sus privilegios es la doble vida, que les permite parecer respetables esposos y padres de familia, y a la vez les permite vivir como si fueran jóvenes solteros.

Jamás permitirían a su compañera vivir como ellos. Los hombres privilegiados condenan a sus mujeres a pasar toda la vida sin follar y sin disfrutar. Creen que solo ellos tienen derecho a disfrutar del sexo y del amor con varias mujeres, bien gratis o bien pagando.

Por muy mal que se porte con su esposa y por mucho que le haga sufrir, el macho infiel nunca perderá su imagen de buena persona. Se entiende que es "normal" que los hombres hagan sufrir a las mujeres. Forma parte de su naturaleza. Son como chiquillos traviesos que traen a sus madres-esposas por la calle de la amargura, "algún día madurarán", piensan ellas.

La gran mayoría "maduran" cuando llega la disfunción eréctil, la vejez las enfermedades, entonces dejan de mentir, dejan de salir, empiezan a estar más tiempo en casa y a demandar cuidados y atenciones. Muchos pretenden que su esposa también se encierre con ellos en el hogar. Muchas no se dejan, afortunadamente.


¿Entonces si no te fías de nadie, es mejor estar sin pareja?, me pregunta una chica muy seria.

Sí, si no te fías de nadie es mejor no enamorarse ni tener pareja. Porque vivir con alguien que sabes que te va a hacer daño en cualquier momento es un infierno.

Y al revés. Vivir con alguien que cree que eres mala persona y que no se fia de ti es un infierno. Vivir con alguien que te desprecia y no cree en tu palabra, es un infierno. Vivir con alguien que te vigila y te controla es un infierno, vivir vigilando y controlando a tu pareja es un infierno también.

La desconfianza puede trabajarse, sin embargo. Todos podemos trabajarnos la valentía, la sinceridad, la honestidad, y la confianza en nosotros mismos y en nosotras mismas. Es más fácil confiar en los demás cuando confías en ti misma y en ti mismo.

¿Es más fácil estar en una relación abierta que en una monógama?, me pregunta una de las profesoras en el evento. 

Pues depende, porque los hombres modernos son muy inseguros y se enfadan mucho cuando sus compañeras hacen lo mismo que ellos. Es muy difícil encontrar a un hombre que se alegre por su compañera si ella se enamora de otro hombre. Lo más común es que sean los hombres los que tienen otras relaciones, y cuando sus compañeras hacen lo mismo, entonces empiezan a poner problemas de todo tipo. Además, hay mucha gente que tiene relaciones abiertas pero también se mienten, se ocultan información, y se hacen daño igual que las monógamas.

Lo hacemos por egoísmo, y los hombres lo hacen por machismo también, pero la mayoría lo hacemos porque no sabemos cómo hacerlo. Cuando hemos prometido amor eterno y exclusivo, nos sentimos muy mal por incumplir nuestra promesa. Porque cuando la hicimos, estabamos convencidas y convencidos de que nunca nos gustaría nadie más, y nunca nos tendríamos que ver en la situación de tener que romper esa promesa. Lo decimos de verdad, pero en realidad estamos expresando un deseo, no haciendo un juramento. Nadie puede jurar que no va a sentir atracción por nadie, y que no se va a encaprichar o a enamorar de alguien, porque la vida es muy larga, pasan muchas cosas, y nos vamos encontrando por el camino gente maravillosa. El amor es una droga, pero nuestros contratos matrimoniales establecen que una vez que baje el enamoramiento con nuestra pareja, vamos a renunciar para siempre a ese estado de ebriedad maravillosa, y no la vamos a experimentar con nadie más. Y si nos sucede, lucharemos contra nuestra pulsión erótica y sexual para reprimirnos y ser fieles. 

Y no todo el mundo lo consigue, a la vista está que no es nada fácil, y que hay gente mas impulsiva y enamoradiza que otra. Lo de la monogamia es un tema también químico: hay parejas que jamás sienten la necesidad de intimar y gozar con otras personas, y otras que tienen aventuras puntuales o duraderas. Unas tienen acuerdos tácitos, otras se mienten mutuamente, y otras son capaces de contarselo a su pareja para gestionar juntos un momento tan difícil.

Además de su dimensión química, también es un tema de ética: la mayoría de nosotras y nosotros no piensa en como ser más honesto, sino en como evitar que los otros nos mientan. Muy pocos se esfuerzan en ser buenas personas, la mayoría invierte su energía en intentar dominar y controlar a la pareja para que no nos haga daño. 

Desde esta perspectiva, el amor romántico es una guerra en la que todos queremos ganar. La pareja es una estructura de domesticación mutua, porque no sabemos como querernos y lo que necesitamos es controlarnos y dominarnos unos a otros. Hombres y mujeres tienen estrategias diferentes, pero todos nos relacionamos desde una estructura carcelaria. Los hombres tienen todas las de ganar, porque generalmente la mayoría se comprometen a ser fieles, y aunque muchas de nosotras nos ponemos una venda para no ver la realidad, las estadísticas nos demuestran que los burdeles están a rebosar de hombres casados todos los días del año y a todas horas. Las mujeres tenemos que quitarnos la venda de los ojos y dejar de autoengañarnos, y tomar conciencia de que la gran mayoría de los hombres hacen uso del privilegio masculino a la doble vida.  

¿Cómo acabar con ese privilegio? Los hombres tienen que renunciar a él de una forma consciente y como una posición política. Tienen que ser valientes y hacer autocrítica amorosa para trabajar la honestidad. Tienen que atreverse a decirle a sus parejas lo que desean, lo que quieren, lo que necesitan: si lo que quieren es una relación abierta, tienen que ser sinceros y asumir que su pareja puede querer lo mismo, o no. Y si uno quiere una relación abierta y otro la prefiere cerrada, entonces lo mejor es asumir que no hay compatibilidad y no se puede formar pareja. Es una opción mucho más sensata que la de juntarse y construir la relación desde el engaño y la mentira. 

Si todos intentasemos guiarnos por la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados, y trabajasemos para ser mejores personas, nuestras relaciones serían más fáciles también, menos conflictivas, menos dolorosas. Y si nuestras relaciones fueran mejores, nuestras formas de organizarnos podrían también cambiar y mejorar. 

Si pudiesemos ser honestos y honestas, si pudiesemos poner en el centro la ternura, la dulzura, y los cuidados, sería más fácil gestionar este enorme reto que tenemos por delante, que es poder gestionar las relaciones que tenemos con otras personas cuando tenemos pareja de manera que no hagamos daño a ninguna de las personas implicadas. Esto vale tanto para las relaciones abiertas como para las monógamas, porque en ambas estructuras nos mentimos, nos engañamos y nos herimos. 

Para poder hablar de lo que nos pasa, hay que entrenar en las artes de la comunicación no violenta, y hacer mucha autocrítica amorosa para identificar lo que nos hace sufrir, y las cosas que hacemos y decimos que hacen sufrir a los demás. Y desde ahi, revisarnos por dentro y trabajar aquello que nos tenemos que trabajar para poder cuidarnos a nosotros y nosotras mismas, y para poder cuidar nuestras relaciones de pareja, y las relaciones con los demás. 

¿Entonces, crees que es posible confiar en tu pareja?, me pregunta desde el público una chica esperanzada.

Confiar en tu pareja es posible, pero solo si aprendemos a relacionarnos en estructuras de amor y no de guerra, y si logramos liberar al amor del machismo y del patriarcado. Se trata de tomar conciencia de esta estructura carcelaria con la que nos relacionamos, para poder sustituirla por una estructura amorosa en la que poder gestionar estos temas del amor sin necesidad de hacer sufrir a los demás. 

Confiar en tu pareja es posible, pero solo si tu pareja es capaz de desnudar su alma delante de ti, si es capaz de abrirse y compartirse sin filtros, sin caparazón, sin armadura, y sin engaños. La única manera de poder confiar es saber que aunque no podemos prometer fidelidad eterna, sí podemos comprometernos a ser sinceros y sinceras en todo momento, y si podemos prometer a nuestra pareja que compartiremos con ella lo que nos ocurre cuando nos gusta mucho alguien o cuando nos enamoramos de alguien más, o cuando sentimos el impulso de tener una aventura con otra persona. 

Confiar en tu pareja es posible, y es más fácil si empiezas por ti mismo/a, y si trabajas para ser una persona confiable y honesta. Se trata de entrenar día a día para ser mejor persona, y mejor pareja. 

Los chavales y las chavalas aplauden ahora que se les ha abierto un horizonte de posibilidad. Ahora sonríen: les he explicado que no hay soluciones mágicas, que hay que entrenar mucho, que no es solo un tema individual sino colectivo. Les he hablado de la Revolución Amorosa y de lo importante que es cuidarnos y cuidar nuestras relaciones. Y ahora que saben que el amor no es una cárcel, y que todo se puede trabajar, sienten que no estamos condenados al sufrimiento. Y les atrae la idea de que amar es difrutar, y que si queremos disfrutar del sexo y del amor, tiene que ser en libertad y en igualdad.

Ojalá estas semillas que he sembrado puedan florecer en sus corazones, y les ayude a quererse bien. 


Coral 

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Editorial Catarata, Madrid, 2023. 



15 de mayo de 2023

No es tu culpa, es tu responsabilidad



La primera vez que me dijeron: España es un país racista, y los españoles sois racistas y xenófobos, reaccioné igual que los hombres cuando les señalas el patriarcado: "No todos los españoles somos racistas"

E hice lo mismo que hacen los hombres cuando se sienten señalados: lo primero, explicarle a la otra persona que en todos los países hay racismo y xenofobia. Luego explicaba que mi familia es una familia de inmigrantes, que mi abuela fue una refugiada de la Guerra Civil, que tuve tíos abuelos que emigraron a América Latina, que mi compañero y mi hijo son centroamericanos, y que yo misma he sido inmigrante durante 9 años. Y cómo voy a ser racista yo si tengo amigos marroquíes y latinos, a este y al otro lado del charco.

Además, me defendía siempre contando la vez aquella que estuve encerrada durante 6 meses en una parroquia del barrio de Vallekas, en Madrid, para luchar contra la Ley de Extranjería con colectivos de inmigrantes marroquíes y latinos, para demostrar que yo no soy racista y que en España hay mucha gente que lucha por los derechos humanos de las personas migrantes. 

Sin embargo, si me paro a pensarlo bien, la estructura del Estado Español es completamente racista y xenófoba. Cuando voy a comprar fresas pienso en las jornaleras marroquíes que viven en condiciones de esclavitud trabajando bajo los plásticos, en unas condiciones inhumanas, achicharradas de calor, sometidas a la violencia sexual de sus patronos, cobrando salarios indecentes, durmiendo en chabolas sin agua potable y sin luz. 

Pienso en el horror reflejado en los rostros de observadores internacionales cuando visitan los invernaderos del Sur de España. 

Pienso en los altos muros y en las cuchillas afiladas que se clavan los niños tratando de cruzar la frontera, y pienso en las personas ahogadas en el Mediterráneo tratando de llegar a España. 

Pienso en cómo nos aprovechamos los españoles de las mujeres pobres y sin papeles que están cuidando nuestras casas, y a nuestros mayores, a nuestros niños y niñas, a nuestros maridos. 

Pienso en las miles de mujeres y niñas pobres sometidas a la esclavitud sexual en todas las carreteras del país. 

Pienso en cómo nos aprovechamos de la guerra en Ucrania para llenar nuestros campos de concentración de esclavas sexuales y para quitarles a las mujeres sus bebés a cambio de unas monedas. 

Así que entiendo que cuando alguien me dice que España es un país racista y xenófobo, me está hablando de una realidad objetiva. No me está atacando a mí, me está señalando la realidad.

¿Que puedo hacer cuando me señalan la estructura de la realidad? Puedo negarla y defenderme, o puedo:

- trabajar en mí misma todas las enfermedades de transmisión social que sufro (machismo, clasismo, xenofobia, capacitismo, edadismo, homofobia, etc) y liberarme de los mitos, los estereotipos, las creencias, y los prejuicios que me habitan.

- pensar en cómo podría hacer yo, como española, para aportar en la lucha contra el racismo y la xenofobia en mi país.

Lo mismo podrían hacer los hombres con la violencia machista: en lugar de defenderse y explicar que "no todos los hombres", podrían mirarse por dentro a ver qué les pasa y que sienten con respecto al feminismo, y ponerse a pensar en cómo aportar a la lucha contra la violencia. Para que la sociedad cambie, uno tiene que empezar por sí mismo. 

Las encuestas nos dicen que los chavales se sienten culpabilizados y cada vez más a la defensiva frente al discurso feminista. ¿Por qué prefieren negar la realidad que cambiarla?

Porque es más fácil victimizarse y defenderse, que hacer autocrítica amorosa, y ponerse manos a la obra para trabajar en sí mismos, y cambiar esa realidad. 

Es normal que muchos hombres reaccionen en contra del discurso feminista, porque sienten que pierden privilegios. Lo que no es normal es que afirmen que "los hombres nos matan más a nosotros que a vosotras", y no se pongan inmediatamente a luchar contra la violencia.

Si tan preocupados están por la violencia que sufren y que ejercen, podrían hacer lo mismo que nosotras, ir a la raíz del problema y hacerse preguntas: ¿por qué el 95% de la población reclusa mundial es masculina?, ¿cómo paramos los homicidios y los femicidios?, ¿cómo erradicamos las agresiones y las violaciones?, ¿cómo protegemos a las personas y los animales más vulnerables de tanta violencia?, ¿cómo hacemos para acabar con la desigualdad, la explotación, la violencia y el sufrimiento de la Humanidad?, ¿cuáles son mis privilegios como hombre, y como puedo hacer para no abusar ni hacer daño a las mujeres con las que me relaciono?

La responsabilidad es un concepto mucho más poderoso y transformador que la culpa. La culpa pertenece al pasado, es algo que ya está hecho y no se puede cambiar. La responsabilidad en cambio es algo que pertenece al presente, se proyecta hacia el futuro, y la ejerces en gerundio: "yo asumo que los hombres tienen un problema con la violencia, porque lo veo a diario en las noticias. Yo soy hombre, estoy tomando conciencia de mis privilegios, me estoy trabajando muchas cosas dentro de mí, y con mi ejemplo puedo ayudar a otros hombres"

Cambiar la culpa por la responsabilidad, 

y el victimismo por la autocrítica amorosa,

es la clave del cambio que necesitamos para ser mejores personas y para construir un mundo mejor.


Coral Herrera Gómez


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7 de mayo de 2023

Cómo cuidar a tus enemigas



En estos tiempos de guerra, no solo es esencial cuidarse a una misma en el campo de batalla, y cuidar a las compañeras, también hay que cuidar a las enemigas. 

¿Quienes son tus enemigas?, ¿mujeres que no piensan como tú, mujeres que defienden ideas contrarias a la tuya, mujeres que no te caen bien o no te agradan?, ¿son mujeres que te han hecho daño? ¿O quizás mujeres que sientes como una amenaza para tus intereses?, ¿Tus enemigas son mujeres que te provocan celos o envidia?, ¿mujeres que votan al partido contrario, o siguen una ideología o religión opuesta a la tuya?, ¿son las mujeres que te irritan profundamente y despiertan en tí las más bajas pasiones?

No importa quienes son, si las conoces personalmente o no, lo importante es que puedas controlar tus emociones negativas para no hacerlas daño. 

¿Por qué no puedo hacer daño a mis enemigas? Porque si estamos luchando contra la violencia patriarcal, no solo tenemos que tomar conciencia de los abusos y malos tratos que sufrimos, también de los que ejercemos.

Vivimos en un estado de guerra permanente: entre los pueblos, en los centros de estudio y de trabajo, en las redes sociales, en las familias, en las parejas, y hasta dentro de tí hay una guerra tremenda. Y a veces sin darte cuenta te haces mucho daño. 

Dos son las grandes fuentes de sufrimiento para la Humanidad: la falta de recursos, de libertad y derechos, por un lado, y las relaciones con los demás por otro. 

Para dejar de sufrir y dejar de hacer sufrir a los demás, hay que practicar el arte del Autocuidado, pero también tienes que cuidar tus relaciones: los conflictos, abusos, luchas de poder y violencias en las relaciones nos hacen sufrir mucho.


¿Por qué cuidar a tus enemigas?

Porque son mujeres como tú, y las mujeres sufrimos mucha violencia por parte de los machos y por parte del sistema, tanto en los espacios públicos como en las redes sociales. 

Y entre todas ellas, las que sufren más violencia son las mujeres feministas y las activistas de movimientos sociales y políticos. 

Todas las mujeres que son señaladas y expuestas públicamente (especialmente las que ponen la cara con nombres y apellidos) corren el peligro, cuando son atacadas por mujeres, de ser linchadas por los machos más violentos, que aprovechan el ataque entre nosotras para sumarse y para rematar a las víctimas. 

Cuando todas las mujeres se van, se quedan los machos amenazando con violar y matar, primero en público y después por privado. 

Atacar a una mujer hoy es echarla a los leones del terror machista, por eso antes de empezar un linchamiento contra ella, tienes que ponerte a pensar en lo mucho que van a disfrutar los machos, y en el daño que vas a hacerle a esa mujer. 

Puedes preguntarte, antes de exponer a una mujer, cuánto daño quieres hacerle, 

y para qué, 

y qué ganas tú con ello. 

Probablemente quieras desahogar tu rabia y tu dolor, que es lo que hacemos todas y todos en redes sociales, o también es posible que te mueva la sed de venganza. Esa necesidad de matar simbólicamente a  tu enemiga (o sea, silenciarla, hacer que se calle, que cierre su perfil en redes, que desaparezca del espacio público), es violencia.

Cuando atacas a una mujer, estás lanzando un mensaje a todas las demás mujeres: "cuidado con lo que decís, que os puede pasar igual que a ella". 

El miedo a recibir ataques paraliza y silencia a las demás mujeres, lo mismo a las del bando contrario, que a las de tu propio bando. 

¿Es legítimo el uso de la cancelación para eliminar a las mujeres que no son de tu agrado? 

Probablemente creas que la cancelación es un instrumento muy útil para que la sociedad deje de escuchar ideas contrarias a la tuya, el pero hay dos problemas: que la inmensa mayoría de las personas canceladas son mujeres, y que un día cualquiera te puede tocar a ti. 

Y si te toca, puedes perder tu trabajo, puedes perder amigas y amigos, puedes perder tu prestigio y tu honor, puedes verte expuesta a la furia y el odio de miles de personas. 

Hay gente que se divierte mucho viendo batallas entre mujeres, y cuanta más sangre ven, más aplauden, más participan, y más disfrutan. Para los votantes de derechas y de extrema derecha, machirulos, misóginos, anti derechos y anti feministas, los lichamientos entre mujeres son una fiesta. 

Por eso es importante que tomemos todas conciencia de cómo sufrimos y ejercemos violencia, y de cómo podríamos discutir y debatir en redes sociales sin hacernos daño. 

Porque hundir moralmente a una persona puede que te de mucho placer, pero date cuenta de aunque te dediques a ello día y noche, somos millones de mujeres las que usamos redes sociales, y no te va a dar tiempo en una sola vida para cancelarlas a todas, ni siquiera aunque todas tus compañeras se pongan a la tarea con la misma pasión. 


¿Por qué nos hacemos sufrir las mujeres entre nosotras? 

Porque queremos llevar la razón y demostrar que las otras están equivocadas.

Porque queremos ganar seguidoras y adquirir más visibilidad y alcance en redes sociales. 

Porque nuestras víctimas tienen mucho poder y queremos quitarselo. 

Porque las vemos como una amenaza para nuestros intereses. 

O porque queremos sentirnos superiores a ellas, y nos da placer saber que podemos destruirlas con un solo click. 

Hacemos daño porque nos da placer ver a alguien caer del podio de los dioses del Olimpo, porque nos gusta ver cómo alguien que parecía todopoderosa se quiebra por completo.

Porque nos encanta verla llorando, de rodillas pidiendo perdón, pidiendo clemencia, mostrando su vulnerabilidad.

Porque las demás mujeres la odian, y te has contagiado sin darte cuenta. 

Atacamos porque queremos que las demás nos respeten, y sabemos que si las demás nos ven atacando  y ganando a una enemiga, tendrán mucho cuidado de meterse con nosotras. 

También nos hacemos sufrir entre nosotras porque la admiración por alguien se puede convertir en envidia, y la envidia es una emoción muy fuerte y poderosa.

También nos atacamos entre nosotras porque los algoritmos de redes sociales solo viralizan las publicaciones que generan "polémica". 

Cuanto más odio y de violencia, más se viraliza, y más odio se genera. Hablamos de las publicaciones en las que la gente se lanza a la yugular: cuando las redes sociales detectan que hay pelea, amplían su visibilidad y difusión para que se sume mucha gente. 

A todas las redes sociales les viene muy bien el odio, que genera mucho más movimiento que el amor. 

Nos manipulan a todas y a todos despertando nuestros instintos más bajos, nuestras emociones más destructivas, nuestra parte más oscura. 

Tomemos pues, conciencia de cómo nos utilizan.

Las élites del poder han usado esta estrategia desde siempre. En la época del imperio romano echaban a la gente a luchar contra los leones, y los circos estaban repletos de espectadores aplaudiendo. En la época de la Santa Inquisición, la gente abarrotaba las plazas para ver a las brujas ardiendo en la hoguera, y se peleaban por el mejor puesto para asistir a las decapitaciones, ahorcamientos, y apedreamientos en público. Hoy a la gente le encanta ver peleas en la calle y en las pantallas, vivimos en una sociedad adicta al espectaculo de la violencia. 

Las víctimas son generalmente mujeres que tienen muchos seguidores/as, o figuras públicas como periodistas, escritoras, actrices, activistas famosas, académicas, defensoras de los derechos humanos,  influencers. 

Algunas se medican para soportar la violencia, otras se acaban rindiendo y desaparecen de las redes. 

La pregunta que tenemos que hacernos es: ¿realmente queremos que solo se queden las mujeres escondidas tras avatares y nombres falsos?, ¿os parece justo que solo puedan opinar y expresarse los machos?, ¿y que solo puedan participar en redes las mujeres que piensan como tú, las de tu bando, a las que también hieren y atacan? 

Una de las cosas más importantes a tener en cuenta es que en las redes la violencia primero es virtual, pero después desemboca en violencia física: ¿has oído hablar de los empujones, tirones de pelo, escupitajos, insultos que reciben las mujeres famosas en la calle?, ¿sabías que sus atacantes ponen pegatinas en la puerta de su casa para que ellas sepan que ellos saben donde viven?, ¿sabías que las siguen cuando van a recoger a sus hijas al colegio, y qué las rayan los coches, o las rompen los vidrios?, ¿sabías que toda la familia de esa mujer son víctimas colaterales de la guerra, y que también sufren violencia cuando se encuentran a los enemigos por la calle?, 

¿sabías que los hombres no sufren estas humillaciones públicas ni estas amenazas, porque los enemigos saben que podrían responder a las agresiones?


 ¿Cómo cuidar a mis enemigas?

Tenemos metida en la cabeza la idea de que cuando detestamos profundamente a alguien, es legítimo intentar hacerle daño: la insulto porque me cae mal, la insulto para que pierda seguidoras y amigas, la insulto para castigarla por lo que ha dicho, la insulto porque es una persona horrible que se merece recibir todo el odio del mundo, la insulto para que lo pierda todo y para no verla nunca más. 

No podemos evitarlo, sentimos gozo sabiendo que tenemos un poder inmenso sobre los demás seres humanos, que con solo iniciar un ataque contra una persona, la podemos destruir en pocas horas. 

Lo mismo hacemos con los colectivos de mujeres: mejor que disparar a una, es lanzar una bomba que mate a varias. 

Y lo hacemos bajo la lógica de la guerra patriarcal: yo ataco para defenderme, yo ataco porque soy leal a mi bando, yo ataco porque sé que nuestra causa es la justa y que estoy en el lado correcto de la Historia. 

Ataco porque para que se imponga mi verdad, o nuestra verdad, es preciso eliminar la crítica, la disidencia, y las posturas contrarias a mi causa. 

Basta con acusar de fobia y de fascismo al bando contrario, y así quedará deslegitimada su causa.  

Estamos todas en la batalla por el relato. Cada cual queremos imponer nuestra visión de la realidad, por eso nos inventamos palabras y conceptos nuevos constantemente, por eso acallamos los discursos que cuestionan nuestra versión, por eso quemamos libros, cancelamos conferencias, y silenciamos a las enemigas. 

Y para silenciar lo más efectivo, siempre, es castigar a una, y que así las demás se callen por miedo a ser el próximo objetivo. 

¿Son estas técnicas de destrucción legítimas? No, porque hacen daño. 

Tu causa probablemente sea maravillosa, pero no puedes imponerla con métodos violentos, porque no es ético hacer daño a la gente para demostrar que tienes razón o que eres superior. 

Los regímenes autoritarios siempre han utilizado estos métodos contra la población desobediente, así que en nuestra mano está no repetir la historia: no podemos comportarnos como esos dictadores que no admitían críticas, ni posturas contrarias, ni desviaciones de sus normas. 

¿Y como hago para que no me invada el odio cada vez que veo a esa mujer, o a ese grupo de mujeres, en redes sociales? 

Bloquea a todas las mujeres que no te gusten, alejaté de ellas para no hacerlas daño. 

Si despiertan tu rabia cada vez que las escuchas o las lees, no las escuches, no las leas. 

Si no participo en linchamientos, ¿qué hago entonces para ganar seguidoras y ser más visible? 

Centraté en lo tuyo: difunde tu mensaje, expresa tus ideas, genera contenidos, ponte creativa, estudia técnicas de marketing, ponte a escribir, a hacer videos o podcasts, a retransmitir en directo, hay muchas cosas que puedes hacer para que la gente te siga. 

No es necesario atacar a ninguna mujer para hacerte más famosa. 

 ¿Y qué hago si son ellas las que me atacan a mí? No les contestes. No hay nada que le duela más a las y los haters que la indiferencia. Bloquealas, y si se ponen muy violentas contigo, denuncia.

 Si les haces caso, si les respondes, vendrán más a atacarte. 


Trabaja tu ego y revisa tu forma de usar el poder

Las redes sociales nos manipulan a través del ego y a través de las emociones fuertes. Saben que nuestros egos necesitan likes, que se alimentan de los aplausos y del número de seguidoras que tenemos, que nos sentimos muy heridas cuando sufrimos un ataque, y que vamos a intentar defendernos como sea. 

Saben que nos da mucho placer meter zascas, quedar por encima de los demás, saben que nos gusta sentirnos únicas y especiales, que nos gusta infundir miedo en las demás, que nos gusta sentirnos superiores al resto. 

Y como lo saben, las redes van directas a tu ego, para que trabajes para ellas y te pongas a crear o a participar en polémicas, que acaban casi siempre en batallas campales. 

Por eso es tan importante que nos preguntemos si es ético hacer daño a una mujer para inflar nuestro ego, para calmar nuestro complejo de inferioridad, para desahogar nuestra frustración, para sentirnos mejor después de un día malo en el trabajo. 

Los dueños de las redes saben usar tu frustración, tu indignación, para atraer a mucha gente a tus publicaciones. Por eso nos hacemos adictas a la adrenalina que nos proporcionan a diario: el único antídoto es la oxitocina, la dopamina, la serotonina, sustancias que se activan en nuestro cerebro cuando estamos cerca de la gente a la que amamos, la gente que nos cuida y nos quiere. 

Es decir, el amor y la alegría de vivir te pueden ayudar a odiar menos, y a dejar de odiar a tus rivales. Vivir en guerra permanente es agotador.


Puedes derrotar a tus enemigas sin ejercer violencia sobre ellas, y sin hacerles daño. 

Más que centrarte en destruir a otras, centraté en construirte a tí misma. 

Mira a ver donde pones tu energía y tu tiempo. Si pasas la mayor parte de tu tiempo atacando a otras mujeres, igual es que tienes un problema. 

Si solo consigues seguidoras utilizando el odio contra otras, entonces igual es que no aportas nada a las redes, excepto destrucción y malas vibras. 

Y una prueba clara de que tienes un problema es cuando tú recibes el mismo nivel de odio que el que das. 

Otras formas de batallar son posibles: podemos derrotar a nuestras enemigas investigando, estudiando, recopilando datos, formandonos para adquirir conocimientos, aprendiendo.

También podemos hacer pedagogía, lanzar preguntas, y hacer circular la información para que la gente se ponga a pensar por sí misma. 

Mucha gente necesita formarse: ahora todo el mundo opina de todo y a todas horas sin saber, sin haber leído, sin haberse informado lo más mínimo. Nos creemos muy expertas, pero la realidad es que todas necesitamos escuchar, leer, debatir, pensar, y las redes sociales son un instrumento maravilloso para aprender cosas nuevas. 

En vez de utilizarlas para hacernos daño, podemos utilizarlas para explicar nuestros puntos de vista, para escuchar otras perspectivas, para generar conversaciones interesantes, para compartir fuentes, recursos y materiales, para construir conocimiento colectivo, para despertar conciencias, para dar a conocer nuestra causa, para hacer propuestas, para sensibilizar y concienciar a la población. 

Podemos debatir sobre cualquier tema si practicamos el arte de la comunicación no violenta, una herramienta poderosa que nos puede ayudar a difundir nuestro mensaje y a luchar por nuestra causa sin necesidad de destruir otros mensajes u otras causas. 

Ahora mismo existen pocos espacios virtuales y reales seguros en los que podamos conversar sin recibir ataques, así que hay que crear estos espacios libres de violencia psicológica y emocional en los que podamos expresarnos con libertad, cuidando nuestras palabras y sabiendo que nadie nos va a humillar ni a expulsar.

Si estamos luchando contra la violencia que sufren las mujeres, no podemos guerrear entre nosotras y hacerle el trabajo gratis al patriarcado. 


¿Cómo podríamos dejar de sufrir y de hacer sufrir a las demás?

Tomando conciencia de que: 

- señalar, insultar y etiquetar a una mujer para que todos sepan que pertenece al bando enemigo, y se unan a tu ataque, es violencia. 

- chantajear, amenazar, ridiculizar, menospreciar, son técnicas para hacer mucho daño, y cuando haces daño estás ejerciendo violencia. 

- humillar a alguien es violencia psicológica y emocional. 

- cuida tu forma de usar el sarcasmo y la ironía: son dos armas muy poderosas para mostrar superioridad y para desarmar a los enemigos, pero usalas con mucho cuidado, porque en ellas metemos, sin darnos cuenta, acusaciones falsas y prejuicios. 

- las mentiras, las falsas acusaciones, los rumores, los bulos, y las fake news son formas de ciberviolencia que destruyen a las personas. 

- tergiversar las palabras de alguien para que parezca que ha dicho otra cosa de la que ha dicho, dar por supuesto que piensa esto o lo otro sin saberlo realmente, es violencia.

- las burlas y las bromas crueles son violencia, especialmente si son clasistas, racistas, xenófobas, capacitistas, edadistas, o si tienen que ver con su forma de hablar, con su aspecto físico, su color de piel, su orientación sexual, su pais de origen, su religión o sus creencias.  

- dar datos privados o exponer la imagen de tu enemiga para que los demás la identifiquen y localicen es violar su derecho a la intimidad, y es un delito además.

- ¿quién se beneficia del sufrimiento que generas?, ¿quién se frota las manos viendo como destrozas a otra mujer delante de los demás?, ¿quién gana realmente cuando una mujer ataca a otra mujer?, ¿qué ocurre cada vez que una mujer decide desaparecer de las redes para no soportar más acoso?

- empatía y solidaridad: tú no naciste siendo feminista. Has tenido que leer mucho , investigar, charlar, y pasar años hasta que has llegado a entender muchas cosas que antes no veías porque no tenías las gafas feministas. Explicalé a las que no saben. Ponte en su lugar. Rompe sus esquemas, muestrale otras realidades y otros puntos de vista con generosidad. 

- tener un grupo de cuidados es fundamental: cuanto más solas estamos, más vulnerables somos. Unidas somos más fuertes, unidas no necesitamos enemigas. 


¿Qué gano yo cuidando a mis enemigas?

- Te ahorras un montón de tiempo y de energía que puedes emplear en cosas más constructivas y más placenteras. 

- Ganas en paz mental, tranquilidad interior, y te ahorras un montón de disgustos.

- Te sientes mejor persona, y tienes más tiempo para dedicarle a tu gente querida. 

- Tu vida quizás sea más aburrida, pero vivir sin malos rollos es bueno para tu salud física, mental y emocional. La rabia, el enojo, la envidia y todas esas emociones negativas te hacen sentir mal, y desahogarte contra alguien, en realidad no te hace sentir mejor. 

- Recuerda que la única guerra que se gana realmente es aquella en la que no participas. Meterte en una batalla puede hinchar tu ego, pero también te puede doler mucho si recibes el mismo odio que generas. 

- Recuerda que no necesitas infundir miedo ni respeto en los demás, lo que necesitas es poder expresarte con libertad, poder relacionarte con gente que te aprecia y que te quiere, y poder vivir una vida libre de violencia. 

- Conversar es un placer, puedes charlar e intercambiar ideas sin ser herida ni herir a nadie. No es fácil conversar sin insultar, y sin tratar de destrozar la autoestima de la otra persona, pero como todo en esta vida, se trata de practicar y entrenar. 


Coral Herrera Gómez


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