Mostrando entradas con la etiqueta Crianza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Crianza. Mostrar todas las entradas

5 de mayo de 2024

Mamás que luchan por sus derechos

 



Hoy mi hijo me felicita por el día de la madre y le pregunto: 

- ¿Qué crees que podría hacer yo para ser mejor mamá , Gael?

- Pues creo que dejar de trabajar tanto, mamá.

Y que dejes de viajar tanto, también. 

Se me encoge el corazón. Le explico que no puedo, pero que me encantaría pasar más tiempo en casa si pudiera. 

Le he explicado un poco cómo funciona el mundo, y no lo comprende. Claro, es bien difícil entender que las mamás tengamos que hacer como si no tuviéramos hijos, y que tengamos dos jornadas laborales, una remunerada y otra sin remunerar. 

Es difícil explicarle por qué las madres no tenemos derecho a criar a nuestros propios hijos e hijas, al menos durante los tres primeros años de vida. 

No comprende por qué a las pocas semanas de nacer los bebés tienen que quedarse con personas desconocidas que no tienen ningún vínculo emocional con ellos, mientras las madres se sacan la leche en un cuarto pequeño con un aparato infernal para que otra mujer les alimente con biberones. 

Una mujer, además, que no puede cuidar a sus propias crías y se ve obligada a cuidar a los de las demás. 

Le parece injusto que los niños y las niñas no pueden disfrutar de sus mamás y papás, y que estemos siempre agotadas, muertas de sueño y estresadas mientras nos sentimos culpables porque no llegamos a darlo todo en casa y en el trabajo fuera de casa. 

Es demencial pensar que vivimos en una sociedad anti madres que se dedica a medicarnos para que aguantemos, y que nos engaña con el mito de la conciliación. Cuando miras las cifras de tiempo libre y ves que los hombres tienen el doble que las mujeres, te parece completamente injusto, y absurdo, cuando lo normal es que todos y todas tuvieramos tiempo para cuidar, criar, trabajar, descansar, divertirnos y disfrutar.

Ni mi hijo ni nadie puede entender cómo es que las madres que quieren cuidar a sus propios niños y niñas tengan que sumirse en la pobreza o la precariedad, o depender económicamente de sus parejas o familiares, ni que se las penalice cuando quieran incorporarse al mundo laboral. Lo lógico y lo normal es que nos apoyaran para poder criar y educar en las mejores condiciones. 

Mi hijo no entiende como es que nuestro sistema de producción no es compatible con la vida y los cuidados. Y no daba crédito cuando le explicado que las personas más pobres del mundo son en su mayoría mamás con uno o varios hijos que no tienen padre, o cuyo padre ha decidido abandonarles. Porque para ellas están los trabajos más duros y con los peores salarios, y por mucho que se esfuercen no van a poder salir de la pobreza.

Y le he contado que hay muchas mujeres que no pueden ser mamás porque los alimentos y la vivienda están muy caras, y con tantas horas de trabajo es imposible para muchas tener bebés. Y le he contado que a partir de los 40 ya se nos empiezan a acabar los óvulos y ya no podemos ser mamás.

Pero no le he contado que hay mamás que tienen que vender a sus crías para alimentar al resto de sus hijos, ni le he hablado de las mamás palestinas que se abrazan a los cadaveres de sus bebés desgarradas por la pena. 

Nos hemos quedado los dos en silencio, y como se ha quedado muy serio, le he contado que las madres hemos despertado y que nos estamos organizando para luchar por nuestros derechos y por los derechos de niñas y niños, y que no vamos a parar de batallar para que la sociedad tome conciencia y deje de explotarnos, y de separarnos de nuestros bebés. 

Le he dicho que estamos intentando que la gente abra los ojos y que cambien nuestras leyes para que ser mamá no sea tan duro y tan difícil, y que vamos a conseguir más tiempo para criar, porque estamos haciendo una revolución amorosa en la que hemos puesto en el centro los cuidados mutuos y compartidos. 

- Es que las mamás también necesitáis que os cuiden y os den amor. - y abriendo mucho los ojos ha dicho:¡Es la revolución de las mamás!

Me derretí por dentro. 

Un abrazo para todas las madres que luchan para sobrevivir día a día, un abrazo inmenso desde España ❤️


#DíaDeLaMadre #Mamásqueluchanporsusderechos

#LaRevolucióndelasMamás

14 de octubre de 2023

Infancia y adolescencia: libres de violencia




¿Tú también tienes miedo de que tu hijo se convierta en un monstruo?

Cada vez que vemos las noticias sobre chavales que machacan a sus compañeros hasta empujarles al suicidio, o que violan en manada a sus compañeras, pensamos, "mi hijo nunca haría eso". 

Pero en lugar de negar la realidad, es más práctico asumirla e intentar transformarla, por ejemplo si nos hacemos esta pregunta colectivamente: ¿qué podemos hacer ante la violencia que están sufriendo y ejerciendo niñas y niños?

Lo primero es tomar conciencia de que la violencia la aprenden en casa, y que exponer a los niños y a las niñas a la violencia, es violencia. 

Es decir, darle a un menor un dispositivo en el que pueda acceder libremente a buscadores, y en el que pueda ver cualquier tipo de película, serie de televisión, videojuego, etc es violencia, porque supone exponer a tus hijos a relatos basados en la glorificación del macho violento que siembra el terror y destruye todo lo que tiene a su alrededor. 

Los niños y las niñas, a través de las pantallas, aprenden a disfrutar viendo como otros seres humanos y otros animales sufren (golpes, humillaciones, torturas, palizas, tiroteos, empalamientos, descuartizamientos, etc), y con el porno aprenden a excitarse sexualmente viendo vídeos de violaciones a mujeres , adolescentes y niñas.

Se insensibilizan completamente con el sufrimiento ajeno, naturalizan y normalizan la violencia, y necesitan dosis cada vez más fuertes y brutales de odio y destrucción para poder seguir divirtiéndose. Muchos se hacen adictos a la violencia, y muchos otros al porno más bestial e inhumano.

Algunos niños ven porno por primera vez con ocho años. Les sale con solo teclear la palabra "niñas", "culo", "sexo" en Google o en Youtube. Haced la prueba vosotros mismos.

También les salen anuncios de porno en los videojuegos en línea. Lo tienen al alcance de sus manos, les bombardean a diario por todos lados. Muchos de los niños que están ahora en la cárcel de menores quisieron grabar su propio vídeo, muchos de ellos ni siquiera sabían que violar a solas o en manada es delito: "era mi novia y a ella parecía que le gustaba, ¿cuál es el problema?"

Las madres y los padres somos los que les ofrecemos los dispositivos, y luego nos quedamos horrorizados cuando la policía nos llama para decirnos que nuestro hijo y sus amigos se han meado encima de un compañero para humillarlo, o que han violado a una niña para divertirse en grupo. 

La mayoría de las madres y los padres se preguntan en qué momento su hijo se convirtió en un monstruo y en un terrorista machista, si parecía un niño normal.

Las madres y padres de niños violentos y niños violadores no saben donde aprendió su hijo a odiar a las mujeres, ni cómo aprendió a someterlas. Pero lo cierto es que sus hijos se han pasado toda la infancia consumiendo todo tipo de violencia, y la que más engancha a los machos es la violencia sexual. No buscan placer, buscan sentir que tienen el poder.

Es una irresponsabilidad total dejar a los niños y a las niñas con una pantalla sin ningún tipo de protección ni restricción, y es hora de que entendamos que es violencia, y que estamos poniendo en peligro su vida y su salud mental y emocional. 

Lo demuestran los datos: 

- el aumento de casos de violencia en las aulas

- el aumento de niños adictos al porno

- el aumento de violaciones de manadas de niños contra niñas

- el aumento de niños y niñas con problemas para concentrarse, para aprender, para relacionarse con los demás desde el respeto y la igualdad 

- el deterioro de la salud mental y emocional de la infancia y la adolescencia, y el aumento en el número de suicidios de niños y niñas que sufren violencia psicológica, emocional, física y sexual. 


Aunque cada vez más padres y madres están tomando conciencia del peligro, su mayor miedo no es que sus hijos e hijas hagan daño a los demás. Su preocupación es que sus criaturas no sufran violencia, y ni siquiera se preguntan si su hijo podría estar haciendo daño a alguien en la escuela. 

No podemos seguir mirando para otro lado. Somos nosotras, las madres y los padres, quienes debemos educar a la nuevas generaciones para que aprendan a divertirse sin someter y sin hacer sufrir a nadie. 

Somos nosotras las que debemos pedirle al gobierno que prohíba el acceso al porno a menores, y quienes debemos pedirle a las industrias culturales que dejen de ensalzar constantemente al macho violento, y empiecen a tomar conciencia de los valores que están transmitiendo en sus producciones. 

Todos sus contenidos están cargados de estereotipos, mitos y mandatos de género, toda la ideología que subyace a esos contenidos está basada en el machismo, el odio, la tiranía, el acaparamiento y la acumulación de riqueza, la dominación y el poder, el dinero, la supremacía del macho blanco.

Frente a los principios del capitalismo y el patriarcado, tenemos que ofrecerles, tanto en casa como en las aulas, los principios de la ética del amor y la filosofía de los cuidados: la solidaridad, la comunidad, el bien común, la cooperación, la ternura, el compromiso, el apoyo mutuo. 

La comunidad educativa debería volcarse en enseñar a niñas y a niños a identificar las enfermedades de transmisión social que promueven (racismo, clasismo, machismo, misoginia, homofobia, gordofobia...)

Necesitan herramientas para defenderse de la exposición a la violencia, y para tomar conciencia de las violencias que sufren y ejercen contra los demás.

El Estado debe prohibir en las escuelas los dispositivos con los que enseñan porno a los niños y niñas más pequeñas en los ratos de descanso. También los usan para insultar, castigar y torturar a los y las compañeras. 

El Estado debe aprobar ya una ley para erradicar la violencia de inmediato en los centros educativos, y acompañar esa ley de medidas educativas, como una asignatura en la que aprendan los valores de la Ética del amor y la Filosofía de los Cuidados.

Todos y todas somos responsables de la violencia que ejercen nuestros hijos contra otros niños y niñas, y contra el profesorado. 

En nuestra mano está la clave del cambio que necesitamos para acabar con la violencia que sufren y ejercen nuestros hijos. Nosotras, madres y padres, somos su primer ejemplo: ellos aprenden el maltrato viendo cómo nos relacionamos entre nosotros y con ellos. Demos ejemplo, empecemos por las violencias que sufrimos y ejercemos en el hogar.

Además, necesitamos el apoyo de la industria cultural, de la comunidad educativa, y el Estado. Sin una transformación de nuestra Cultura y nuestra Educación, no podremos educar a nuestros hijos e hijas para que sean buenas personas y para que aprendan a relacionarse desde el respeto, el amor y el compañerismo.

Tu hija puede estar destrozando psicológicamente a otra niña, tu hijo puede estar machacando a su profesora, porque aunque tú le hayas intentado educar en el respeto, lo cierto es que tú criatura está rodeada de violencia y es probable que no sepa divertirse de otra manera. 

Es urgente que dejemos de mirar para otro lado y de pensar que nuestro hijo o hija jamás haría daño a los demás. Empecemos ya a tomar medidas y a proteger a nuestras criaturas de la exposición a la violencia, desde su más tierna infancia. Las pantallas les están destrozando el cerebro, y el corazón: cuidemos los contenidos que consumen igual que cuidamos su alimentación. Igual que te preocupas por su salud física, debes cuidar también su salud mental y emocional. 

Nuestros hijos tienen derecho a vivir una infancia libre de violencia, se merecen una vida mejor y un mundo mejor.


#Educación #Crianza #madres #padres

 #infancia #adolescencia 

#cuidados #etica


Coral Herrera Gómez 

11 de octubre de 2023

Un mundo mejor para las niñas

 



¿Por qué el 11 de octubre es el Día Internacional de las Niñas?


Porque las niñas sufren abuso sexual infantil en todo el mundo y en todas las clases sociales. Según la ONU, los violadores son sus padres, abuelos, hermanos, tíos, padrastros y amigos de la familia. 


Como consecuencia de las violaciones, sufren enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados y maternidades forzadas, muertes por embarazos de riesgo y aborto.


Las niñas, en todo el mundo, son traficadas bajo el negocio de la gestación subrogada cuando son bebés, sufren matrimonios forzados con hombres adultos mayores, son víctimas de la mutilación genital y la amputación de pechos, y son esclavizadas para la explotación doméstica, laboral, sexual y reproductiva. Son usadas como sirvientas en millones de hogares del planeta. 


Las niñas son víctimas de la pobreza y el hambre las guerras, las sequías, y las catástrofes climáticas. No solo sufren malos tratos en sus hogares y en el colegio, también sufren acoso sexual: en las aulas, en el transporte público, en la calle. Cada año que pasa aumenta el número de violaciones en manada por parte de sus compañeros del colegio. 


Las niñas son las que más pobreza sufren, las que menos tiempo pueden estudiar, las que menos acceso tienen al mercado laboral y a la obtención de ingresos. 


Las cifras sobre el horror y la violencia que sufren las niñas son espantosas, tenemos que pedir a los gobiernos medidas efectivas para protegerlas. 


Hoy todo el mundo habla de "invertir" en las niñas, de empoderamiento y liderazgo, y lo que necesitamos es que dejen de maltratarlas, de violarlas y esclavizarlas. 


Hoy más que nunca hay que poner en primer plano a las niñas afganas, iraníes, ucranianas, sirias, palestinas, yemeníes, tahitianas... todas están sufriendo una niñez espantosa porque sus países están sumidos en la violencia. A ellas les toca la peor parte.


Tenemos que crear un mundo mejor para que todas puedan vivir en paz, libres de explotación y violencia, con sus necesidades básicas cubiertas y sus derechos fundamentales garantizados.


#DíaInternacionalDeLaNiña



7 de agosto de 2023

Mi puerperio y mi postparto, por Coral Herrera



Después de dar a luz, tardé varios días en aterrizar, por los calmantes que me pusieron tras la cesárea. Me dolían los pezones, me dolían los puntos del corte en la panza, estaba agotada física y emocionalmente. 

Me sentía asustada por la enorme responsabilidad de cuidar a un bebé que dependía de mí para sobrevivir, y a la vez me sentía muy feliz de que mi bebé estuviera sano. Sabía que era muy afortunada porque las primeras semanas me cuidaron tres personas adultas: mi compañero, mi mamá y mi papá. Ducharme era una odisea, caía rendida cuando el bebé dormía, daba teta a todas horas, cambiaba pañales, me pasaba horas mirando al bebé alucinada, y me entraban ganas de llorar por todo.

Mis hormonas estaban revolucionadas, tenía un hambre feroz, y mi cerebro estaba siempre alerta. En esos primeros días todo giraba en torno al bebé: me dedicaba a comprobar todo el tiempo que respiraba y estaba bien, a observar su orina y sus cacas, y a hablar de ellas con mi familia: que si salía dura o blanda, que si era muy oscura o muy clara, muy compacta o muy líquida. Todo giraba en torno a la comida, al sueño, y a los deshechos corporales, mientras luchaba interiormente contra el terror de la muerte súbita. 

Apenas podía caminar por los puntos, así que lo tenía siempre encima, para que se acostumbrara los brazos y al amor. Nos íbamos conociendo poco a poco, yo me iba enamorando poco a poco de él, y estaba aprendiendo a leerle para saber qué necesitaba (si tenía sueño, si tenía hambre, si tenía calor o frío, si quería amor o si le dolían los gases)

El proceso de conexión con la criatura no surge de manera mágica, mamá y bebé se van conociendo poco a poco a base de escucha y del piel con piel. Mi compañero y mis padres me enseñaron a cuidarle, aunque también tuve que luchar por imponer mis propios criterios en base a mis investigaciones y lecturas, y a mi instinto. Me aliviaba recibir mensajes y llamadas de mi gente de España, y recibir las visitas de nuestra familia y amigos para presentarles a Gael.

Cuando mis papás se fueron, me quedé sola. Los días eran muy largos, pero pasaban volando: la mayor parte del tiempo lo pasaba dando teta y pensando en todas las mujeres que estaban como yo, pasando su postparto sin ningún tipo de apoyo, teniendo que cocinar, lavar ropa y platos, limpiar la casa, lavar pañales. 

Y pensaba, ojalá todas las mujeres recién paridas y sus bebés pudieran recibir cuidados, apoyo emocional y logístico en el puerperio, porque esto de la maternidad es una brutalidad. No es sólo el agotamiento físico, sino un montón de emociones intensas que se te vienen encima sin que puedas hacer nada. Miedo, culpa, ternura, alegría infinita... Y muchas emociones contradictorias e intensas.

Te sientes muy frágil y a la vez sientes que tienes super poderes, tu cerebro cambia, tu cuerpo entero se vuelca en sacar adelante a esa criatura indefensa. Recuerdo lo increíble que fue la subida de la leche, y lo que me alucinaba mi cuerpo: me estaba duchando y oía el llanto de mi bebé, me empezaba a salir leche automáticamente, mi cuerpo quería ir corriendo a alimentar a la criatura. Da igual que te digas a ti misma: "está en brazos de su papá, tardo tres minutos y medio" Tu cerebro llena tus pechos y te dice: "corre, tu bebé te necesita" 

Hay un duelo dentro de ti, no es fácil despedirse de la persona que fuiste antes de tener al bebé, ni del ser humano que tenías dentro. Ya no forma parte de ti, no está en tí, se acabó la fusión.

A ratos lloraba y no entendía por qué, si en el fondo de mi alma estaba muy feliz por no haber muerto en el embarazo ni en el parto, y porque Gael había sobrevivido y estaba sano. Y me sentía muy afortunada de tener un compañero tan volcado, responsable y amoroso, que estaba disfrutando tanto de su paternidad.

Yo había leído mucho sobre la revolución hormonal y emocional del puerperio, pero sentirlo dentro de ti es bien diferente. Te sientes más animal que nunca, y tu condición de mamífera te hace sentir tan poderosa, y tan vulnerable a la vez. 

Yo tuve la suerte de tener un bebé sano que comía, cagaba y dormía muy bien, pero siempre pensaba en los bebés enfermos, en las mamás con bebés que no duermen más de una hora seguida, en los bebés con gases y cólicos, con estreñimiento o diarrea, con alergias, bebés con discapacidades, y lloraba pensando en el escaso o nulo apoyo que tenemos las madres, y el agotamiento universal de todas nosotras. 

En esos días de soledad y agotamiento pensaba en las mujeres que no pueden parar de trabajar para recuperarse del parto y construir un vínculo con su bebé. Mujeres obligadas a separarse de su bebé que van a trabajar aún con la herida abierta y los pezones agrietados. 

También pensaba en las madres que son separadas de sus crías y las venden a cambio de unas monedas para poder alimentar al resto de sus hijos e hijas 

Sentí toda la violencia del capitalismo y del patriarcado, y lo inhumano que es que nos pidan a las mujeres que sostengamos las tasas de natalidad. En lugar de apoyarnos, nos exigen que seamos super woman y nos castigan con la doble jornada de trabajo.  

Hasta hace muy poco, la comunidad entera se volcaba en el cuidado de las mamás y los bebés, que estaban rodeados del amor de las abuelas, las tías, las primas y las vecinas. Que ahora tengamos que estar solas en un piso llevando todo, es una bestialidad, y pude comprobarlo en mis propias carnes cuando mis padres regresaron a España. 

Tardé en recuperarme de la cesárea varios meses, tenía casi 40 años, pero para mí lo físico no fue tan duro como lo emocional. Engordé 30 kilos y todo el mundo me decía que tenía que adelgazar y ponerme en forma, pero para mí lo prioritario era mi salud mental. Es imposible hacer ejercicio cuando te ves sola con el bebé, sin poder ducharte y hambrienta, con un cerro de ropa sucia por lavar, un cerro de cacharros para fregar, y un cerro de mails por contestar. 

Tres jornadas laborales en una sola, y me decían que me pusiera a hacer ejercicio, cuando en realidad toda mi energía estaba concentrada en el bebé. Nuestro corazón y nuestro cerebro sí saben distinguir lo que es importante y lo que no: el proceso de conocer a tu bebé y de crear un vínculo sano y hermoso con él, y con tu nueva maternidad, requiere de mucho tiempo y energía, y es un proceso complejo en el que todas necesitamos mucha calma, mucha paz y muchos cuidados de la pareja y la comunidad. 

Recuperarte de tu duelo, acostumbrarte a tu nuevo cuerpo, y crear ese vínculo maternal sola y estresada por la sobrecarga de trabajo (el remunerado y el no remunerado) es una tarea titánica e imposible. Y muy dolorosa cuando el papá y toda tu gente siguen haciendo vida normal y la tuya se ha transformado por completo. 

Yo tardé un año en recuperarme del posparto, y eso que no tuve que pasar por el trauma de separarme de mi bebé ni dejarlo con personas desconocidas.

Si, un año. No tres semanas, ni dieciséis semanas, un año. Lo que más me costó fue recuperarme emocionalmente, y acostumbrarme a las luces y sombras de la maternidad. Dejé de sentirme rara cuando empecé a hablar con otras mujeres de sus maternidades a un nivel íntimo y profundo. Es cuando ves que nos pasa a todas cuando dejas de sentirte tan confusa, tan culpable, tan loca y tan mala madre.

Comprendes de verdad el capitalismo y el patriarcado cuando cae sobre ti todo el peso de la explotación y la violencia, cuando te atraviesa el cuerpo entero.  Todo el mundo espera de ti que seas productiva y feliz, que conserves la cordura, y que puedas con todo. Los medios además te muestran ejemplos de madres que recuperan su figura en tres semanas, madres que duermen por las noches como si no tuvieran bebés, madres que no limpian sus casas y no cambian pañales, madres que en pocos días vuelven a trabajar y a recuperar su vida porque se han liberado de las tareas domésticas y de cuidados, y pueden hacer su vida como si no hubiera pasado nada, exactamente igual que los hombres.

Ver a mujeres bellas luciendo un cuerpo perfecto es una estrategia para aumentar tu culpa, y tu sensación de que estás fracasando porque no puedes con todo. Te dicen, si quisieras podrías desentenderte de tu bebé y ponerte a hacer gimnasia, pero como no quieres, por eso estás gorda. 

La presión sobre las mujeres madres es brutal. Todo el mundo opina, te juzga, te da consejos, y pocos arriman el hombro, y tú mientras te sientes mal porque deberías ser la mujer más feliz del mundo, y no lo eres. 

La sensación de soledad es infinita: de lunes a viernes todo el mundo está ocupado, y tú paseas con el bebé por la calle deseando que te pare alguien para poder hablar. 

Cuando no puedes consolar a tu bebé ni que cese el llanto, cuando no sabes qué le pasa, cuando sientes ganas de salir corriendo, cuando necesitas poder llorar sin que te vea el bebé, es cuando te das cuenta de la trampa. La maternidad feliz es un mito; la gran mayoría de las mujeres no tenemos las condiciones para disfrutarla de verdad.

Todas participamos en la farsa. A las futuras mamás les dices que es muy cansado, pero no les dices la verdad, no les cuentas que es brutal. Y que si su pareja no se involucra, va a ser más brutal todavía.

Tu haces como las demás, te esfuerzas por parecer una mamá feliz en redes sociales, porque la gente no quiere saber de tu miedo, de tu cansancio, de tus dudas e inseguridades, de tu dolor de pezones, de tus cicatrices. Nadie quiere escuchar tus quejas ni oírte hablar del derecho que tienes a recibir cuidados y a cuidar a tu bebé en condiciones óptimas. 

La maternidad es un asunto político de primer orden, y por eso es tan importante mostrar la realidad que vivimos millones de mujeres en el mundo, la realidad de los partos y los pospartos, y lo difíciles que son las primeras semanas de vida de un bebé que nace sin horarios de sueño y con todos sus órganos inmaduros. 

Para los bebés también es un momento brutal. Se está terminando de formar fuera del útero, y tienen que aprender a respirar con sus pulmones, a mamar, a digerir la comida, a expulsar los gases y los deshechos, y a dormir. Son 24 horas de cuidados lo que necesitan cada día, su dependencia es total: por eso las mamás necesitamos cuidados, y que dejen de exigirnos que podamos con todo.

Las únicas que pueden con todo son las mujeres ricas y privilegiadas que se liberan de los cuidados y pueden pasarse el día en el gimnasio y en el salón de belleza, es decir, muy pocas mujeres en el mundo. La inmensa mayoría de las mujeres del planeta, vivimos en una realidad que necesita ser mostrada tal cual es. 

Es urgente desmitificar la maternidad, que podamos compartir nuestras historias reales, y que no dejemos de luchar unidas para que todas las mujeres podamos criar en condiciones, sin dobles ni triples jornadas laborales, y con el apoyo de nuestra red afectiva. 

La maternidad es política: todas necesitamos tiempo y dinero, por un lado, y cuidados de la pareja y de la comunidad para recuperarnos y para sacar adelante a nuestras criaturas en sus primeros años de vida. 

Los mitos solo se desmontan mostrando la realidad de un sistema que nos deja solas, aisladas y triplemente explotadas.

Yo seguiré soñando y luchando por un mundo en el que todas podamos elegir libremente de nuestras maternidades, todas podamos disfrutarlas.

#cuidados #posparto #puerperio #cuerpos #bebés #crianza #cuidadoscompartidos #mitos #realidad #lamaternidadespolítica

#larevolucióndeloscuidados



Coral Herrera Gómez


Más artículos de la autora sobre 

Maternidad 

Crianza 

Cuidados 

31 de julio de 2023

Amor de Padre: otras formas de paternar son posibles


¿Cuánto tiempo estuvo enamorado del bebé o de la bebé?, ya sabéis, esos primeros días o semanas en las que el papá no puede separarse del bebé, no para de hacerle fotos, y lo tiene siempre cogido en brazos. 

¿Cuánto tiempo pasó junto a vosotras hasta que empezó a hacer vida normal y a vivir igual que antes de tener una criatura contigo?, 

¿cómo te sentiste cuando te diste cuenta de que tu pareja no era un compañero, y no iba a compartir contigo ni lo bueno ni lo malo de la crianza?, 

¿en qué momento comprendiste que te tocaba maternar a tu pareja y a tus hijos, y que a ti no te iba a cuidar nadie?,

 ¿cuántas mujeres a tu alrededor creyeron que la paternidad cambiaría a sus maridos y les transformaría en adultos funcionales, responsables, y maduros?

Basta con echar un vistazo a las cifras en todo el mundo de abandono parental, a las cifras de las diferencias entre hombres y mujeres que piden permisos para cuidar, y a las estadísticas sobre papás que ni siquiera pagan la pensión alimenticia de sus hijos e hijas, para darnos cuenta de que la paternidad transforma a muy pocos hombres, y que el enamoramiento hacia los bebés no sirve para que se involucren en los cuidados como por arte de magia.

Hay papás a los que el enamoramiento les dura toda la vida, y que pasan completamente volcados en la crianza y los cuidados durante toda la infancia y la adolescencia. 

Otros en cambio tardan apenas unos días o semanas en retomar sus rutinas de siempre, muchos siguen saliendo de fiesta, yendo al gimnasio, haciendo deporte, tomando algo después del trabajo, o ensayando con su grupo de música como si nada. 

Algunos dejan pasar la tarde en la barra de un bar con tal de no llegar a casa y encontrarse con el caos del hogar y con la esposa cansada y cabreada. 

Algunos se van porque sienten que les queda muy grande el papel de papá, porque se sienten atrapados en casa, porque se sienten demasiado jóvenes, y retoman su vida de antes sin preocuparse por el daño emocional que causa en las criaturas la figura del padre ausente, o del padre que va y viene, pero nunca está.

A las mujeres nos engañan con el mito de la familia feliz, y la promesa de que los hombres, al tener criaturas, se pueden convertir en amorosos compañeros, comprometidos con la tremenda tarea de educar y cuidar a uno o a varios seres humanos durante al menos veinte años de su vida.

Es cierto que hay hombres que cambian con la paternidad, pero esta transformación no es mágica: el amor hacia un bebé, por muy grande que sea, no los cambia de la noche a la mañana.

Lo único que transforma a los hombres es su responsabilidad y compromiso con los cuidados. 

Hay varones que al convertirse en papás abandonan la eterna adolescencia y aprenden a cuidarse y a cuidar a toda su familia (pareja, padres, abuelos, hijos), pero hay muchos otros que se convierten en el hijo mayor. 

Esta es la razón por la cual muchas parejas no sobreviven al primer año de vida de sus criaturas: las mujeres se acaban hartando de pedirle a sus chicos que dejen de abusar, y que se comporten como compañeros.

La sobrecarga de trabajo doméstico es hoy el principal motivo de divorcio en países como España. 

Muchas mujeres se han dado cuenta de que la única manera de dejar de trabajar gratis para su marido y para que empiece de verdad a cuidar a sus criaturas y a ser responsable con su paternidad, es separarse con custodia compartida. 

Algunos hombres lo logran, y asumen lo que les toca. Otros tiran de sustitutas (novias, madres y hermanas). Muchos de ellos (los que no han cambiado pañales ni han vigilado fiebres) optan por los dos fines de semana al mes reglamentarios, algunos no cumplen siquiera con el régimen de visitas que contempla la ley. 

Para las criaturas no hay nada más doloroso que tener cerca a un padre que no les cuida y no se cuida a sí mismo. Este sufrimiento es uno de los principales motivos por los cuales los adultos sufrimos tantas depresiones, enfermedades mentales y trastornos emocionales. 


Por eso el tema de la paternidad responsable y afectiva es tan urgente: necesitamos hombres adultos que puedan criar niños y niñas sanas, que compartan la crianza y los cuidados del hogar con nosotras, que asuman sus responsabilidades a todos los niveles (no solo el tema logístico y económico, sino también el tema emocional) 

Las mujeres estamos luchando en cada hogar contra el abuso y la explotación, todos los días de nuestra vida, y tenemos todo en contra: la sociedad sigue pensando que los hombres deben ser libres y tener tiempo para sí mismos, y las mujeres debemos estar a su servicio y al de toda la familia, con doble y triple jornada laboral si es necesario. 

Las personas más pobres del mundo son las mujeres con hijos y sin pareja, para que comprendáis la tremenda injusticia que supone que haya millones de mujeres criando solas y sin ningún tipo de ayuda.

La mayoría de la sociedad no ha tomado conciencia de que tener hijos para vivir como si no los tuvieras, es un privilegio masculino, y es violencia. Porque hace mucho daño, y destroza por dentro a seres inocentes, a veces para toda la vida. 


Pero falta poco para esta toma de conciencia, porque cada vez somos más mujeres abriendo los ojos y reclamando justicia, para nosotras y para nuestras crías. Y porque nos ayudamos entre nosotras. Y porque estamos criando niños que elegirán libre y responsablemente si quieren o no ser padres, y si deciden traer seres humanos a este mundo, serán buenos papás.

¿Comprendéis ya por qué es tan urgente que los hombres tomen conciencia y empiecen los cambios? 

La transformación que necesitamos está en el trabajo personal y colectivo que tienen que hacer los hombres con respecto al amor y a los cuidados: lo primero es renunciar a los privilegios, aprender a relacionarse en igualdad con las mujeres, y aprender a cuidarse y a cuidar a los demás. 

Lo segundo, entender que la forma de ejercer la paternidad de sus padres y abuelos era machismo puro, y que las mujeres ya no aguantamos como las abuelas o las madres.

Yo os invito a mirar hacia delante, todo está cambiando a un ritmo vertiginoso: ya no podéis seguir igual. 

No estáis condenados a repetir los mismos errores que vuestros antecesores: sois los habitantes del siglo XXI.

Otras formas de paternar son posibles 


Coral Herrera Gómez 

#paternidad #paternidades #paternidadresponsable 

#Corresponsables 

#Hombresquecuidan

#Hombres #masculinidades 

#crianza #cuidados #infancia 

#revoluciónamorosa

#revolucióndeloscuidados



7 de mayo de 2023

El derecho de las madres a cuidar a sus criaturas




Cuando me convertí en madre, no pensé que iba a envejecer tan rápido por el cansancio y la falta de sueño. Mi bebé estaba sano y dormía super bien, pero yo tenía dos jornadas laborales.

 Me quedé embarazada con 39 años, y era una trabajadora autónoma y precaria, en un país extranjero. Mi compañero trabajaba fuera de casa, y yo tenía 2 jornadas laborales, una empezaba a las 5 de la mañana y terminaba a las 6 de la tarde (bebé, casa), y la otra empezaba a las 6 de la tarde y terminaba cuando me quedaba dormida frente al ordenador, a veces a las 11 o las 12 de la noche. 

Yo tenía dos jornadas laborales, y sin embargo, los ingresos principales eran los de mi compañero.   

Estaba agotada todo el día, los primeros tres años de vida de mi hijo fueron muy duros. 

Mi compañero colaboraba en el cuidado del hogar y del bebé, el bebé comía y dormía muy bien en las noches, excepto cuando enfermaba, y aún así, yo estaba siempre agotada. 

Mi cuerpo me pedía que me quedara dormida junto a mi bebé a las 6 o las 7 de la noche, cuando le daba la última toma de teta. La cama tiraba de mi para que descansase, el capitalismo me sacaba de ella a diario. Cuando terminaba mi trabajo esencial, empezaba mi trabajo remunerado. Y aunque me costaba un mundo, me levantaba, me lavaba la cara, y me sentaba a trabajar. 

Estaba en Costa Rica, sin mi madre, sin mi hermana, sin mis amigas, sin red de cuidados, porque toda nuestra gente trabajaba de lunes a sábado. 

No tenía tiempo libre. No leía ni veía películas y series, porque me quedaba dormida. 

Un día en el que lloraba de cansancio y me preguntaba a mí misma como se me había ocurrido lo de convertirme en madre, me di cuenta de que estaba muy sola y que me sobraba una jornada laboral. Podría haber disfrutado mucho más de la maternidad y de la vida si hubiera tenido tiempo, energía e ingresos.


Nunca pude dejar de trabajar, pero sí le puse remedio a mi soledad. Buscando, encontré una comunidad de crianza cerca de mi barrio en la que mamás y papas podíamos estar todo el día con nuestros bebés, y teníamos una sala de trabajo con wifi por si queríamos trabajar. Las mamás hicimos grupo, éramos casi todas mujeres de países diferentes, casi todas estábamos solas, teníamos nuestros proyectos laborales pero dependiamos de los compañeros. Nos ayudó mucho encontrar este espacio de cuidados en comunidad, en el que aprendimos a ser mamás, y nos apoyamos emocionalmente unas a otras. 


Cuando me preguntan por qué Gael es un niño tan feliz, yo siempre contesto:  "creo que es porque no ha sufrido". Hay mucha gente que sigue creyendo que es necesario hacer sufrir a los bebés para que sepan lo dura que es la vida, para que se acostumbren, y para disciplinarlos. Ya hay estudios que demuestran que el estrés, la angustia y el sufrimiento dañan el sistema nervioso y producen un deterioro cognitivo en los seres humanos, y es el origen de muchos trastornos y enfermedades. Pero en nuestro imaginario colectivo seguimos apostando por la crueldad: a las mamás se nos invita a dejar llorar a nuestros bebés y a ir en contra de nuestros instintos.


Yo tuve suerte porque leí mucho sobre el sufrimiento y porque siendo autónoma podía criar yo misma a mi bebé. No tuvo que sufrir el trauma de la separación, ni el terror que experimentan todas las criaturas cuando les dejan en brazos desconocidos, en sitios desconocidos, sin saber si van a volver o no a por ellos. No tuvo que pasar 8 o 9 horas al día lejos de sus progenitores, yo no tuve que pasar la angustia y el miedo que pasan las madres cuando se ven obligadas a delegar el cuidado en otras mujeres. Gael no sufrió ningún tipo de estrés en su primera infancia. Nada de cortisol: en su vida todo fue oxitocina, dopamina y serotonina. 


Nosotros en cambio tuvimos momentos muy duros, por el cansancio, la falta de sueño, y la angustia por los ingresos.

Yo dejé de viajar al extranjero durante los dos primeros años, así que gané menos dinero. Después tuve que volver a salir, y me los llevaba a trabajar, a él y a mi compañero, en mis giras por México y España. Metíamos en el coche el carrito, la sillita del coche, la cuna portátil, y nos recorríamos el país, yo dando teta en todos lados.

Cuando el niño cumplió tres años y medio nos fuimos a vivir a España, y se invirtieron los papeles. Yo asumí el papel de principal proveedora, mi chico se encargó de todo en la casa, empecé a viajar sola, y ahora trato de compatibilizar el trabajo con la maternidad como puedo, sabiendo que soy privilegiada porque tengo un compañero que me apoya al cien por cien. 


Pero no me olvido nunca de las mujeres que quieren criar a sus propios bebés en los primeros años de vida, y no pueden porque el Estado les obliga a ser productivas y a simular que no son madres.  


No paro de pensar en las mujeres que no tienen pareja, o cuya pareja no se implica lo más mínimo en la crianza, y tampoco tienen red de cuidados, y no duermen, y lo hacen todo solas.


No paro de pensar en los bebés que tienen que pasar ocho o diez horas al día separados de sus mamás y sus papás. 


Y en las cuidadoras que pasan horas y horas con bebés que lloran desesperadamente hasta que dejan de protestar y se resignan. 


No paro de pensar en los salarios que cobran esas mujeres, ni en los bebés de esas mujeres que cuidan a otros bebés, que también lloran porque no pueden estar con sus mamás. 


Por eso hoy, el Día de la madre, yo reivindico el derecho que tenemos  todas las mujeres a cuidar y a criar a nuestras propias hijas e hijos. Ahora mismo son muy pocas las que pueden elegir, y tienen todo en contra. 


Se ven condenadas a la precariedad y a la dependencia económica de sus maridos o de sus padres, y no es justo.


Tampoco es justo tener que dejar a tu bebé con tan pocas semanas de vida en manos de tu madre o de tu suegra, porque ellas tienen derecho a descansar después de pasar toda su vida cuidando a sus hermanos/as, abuelos/as, madres, padres e hijos/as.


O en manos de personas desconocidas que no tienen ningún vínculo emocional ni sentimental con el bebé. 


El derecho a ser cuidado por tus propios progenitores es un derecho humano fundamental de todos los seres vivos. 


Los humanos recién nacidos necesitan a sus mamás, y las mamás necesitamos una tribu de cuidados.


Las mujeres, para criar, necesitamos tiempo, dinero, energía y la solidaridad de toda la familia y la gente querida.  Necesitamos apoyo del Estado, de nuestra comunidad, y de nuestra pareja, y no son suficientes ni dieciséis, ni veinte semanas. Son al menos los primeros cuatro años de vida, hasta que niñas y niños adquieren cierta autonomía. 


Las mamás necesitamos espacios de crianza comunitaria, y necesitamos que nuestra gente querida tenga tiempo para colaborar en la crianza y para garantizar nuestro derecho al descanso y al tiempo libre. 


Maternar y cuidar son trabajos esenciales para el sistema, y si cada vez tenemos menos criaturas es porque no podemos con todo. Las soluciones que nos proponen no sirven: ni explotar a otras mujeres más pobres pagándoles la mitad de nuestros salarios, ni medicarnos y empastillarnos para que aguantemos este ritmo infernal.


Ya no pueden seguir engañandonos con el mito de la conciliación, y ya sabemos quién se beneficia de la cantidad de horas que dedicamos las mujeres a trabajar gratis.


Es cierto que hay mujeres que tienen trabajos apasionantes y maravillosos, y bien pagados, donde se sienten realizadas, valoradas y felices. Si ellas quieren seguir trabajando a tiempo parcial o a tiempo completo cuando son mamás, pueden elegir con libertad. Sin embargo, la gran mayoría de mujeres no tiene trabajos apasionantes ni bien pagados. 


Nos engañaron a todas cuando nos incorporamos al mercado laboral, con la promesa de que teniendo autonomía económica seríamos libres y podríamos separarnos del marido. Ahora ni tenemos ni autonomía, ni podemos separarnos del marido, lo que tenemos todas es doble jornada laboral. 


Casi ninguna mujer puede elegir si quiere cuidar a sus propios hijos o si prefiere que los cuiden otras mujeres, son muy pocas las que pueden conciliar de verdad.


Para poder maternar en condiciones,  las mujeres madres necesitamos: 

-que los compañeros se incorporen a los cuidados, y compartamos en igualdad las tareas. 

- derecho a descansar y al tiempo libre, el mismo que tienen nuestros compañeros. 

- una Renta Básica Maternal, para no depender de ellos, para tener la libertad de elegir si queremos o no trabajar fuera de casa, cuántas criaturas queremos tener, cuánto tiempo queremos dedicarle a los cuidados. 

- un salario decente para las que se dedican profesionalmente a los cuidados, salarios altos, jornadas reducidas, derechos laborales garantizados, y derecho a maternar a sus propias criaturas. 

- permisos pagados y soluciones como jornadas laborales de 8 horas: 4 dentro y otras 4 fuera de casa.

- una sociedad que ponga en el centro de la vida los cuidados, que no castigue a las madres y que garantice los derechos humanos fundamentales de la infancia.


En esto consiste La Revolución de los Cuidados: 

#Feminismo #maternidad  #crianza #DerechosHumanos #DerechosInfancia


Más artículos de Coral sobre crianza y cuidados

30 de abril de 2023

Escuelas libres de violencia: propuestas para erradicar el sufrimiento infantil y juvenil




Decálogo para construir escuelas libres de abuso y violencia.

1. Lo primero es poner el foco en la violencia que sufren niñas y niños en sus hogares. Los índices de maltrato y abuso sexual infantil en las familias nos muestran que los niños y las niñas sufren mucha violencia desde su más tierna infancia, y aprenden a normalizarla.


2. Es en casa también donde los niños y las niñas sufren exposición a la violencia en las pantallas. Aprenden , desde muy pequeños a disfrutar con el espectáculo de la violencia, a divertirse viendo como otros sufren, primero, y luego a divertirse haciendo sufrir a los demás. Primero la normalizan, luego la interiorizan, y luego se hacen adictos a las emociones fuertes. Los niños y las niñas acostumbradas a la violencia necesitan cada vez más dolor, más sangre, más crueldad para entretenerse. Por eso cuando empiezan a ver porno,  necesitan ver imágenes cada vez más fuertes y más duras, así es cómo aprenden a excitarse viendo a mujeres humilladas y sometidas a todo tipo de castigos corporales. El siguiente paso es grabar sus propios vídeos pornográficos y compartirlos con sus amigos.


3. Necesitamos urgentemente una ley contra la violencia en los centros educativos, para que las víctimas puedan contar con un grupo de cuidados, y para que los agresores sean observados en todo momento. Para que la institución educativa se tome en serio la ley, es fundamental que incluya la responsabilidad penal de los miembros de la directiva. 


4. Necesitamos campañas de sensibilización y talleres de formación para el profesorado, el alumnado, y madres y padres en la cultura de la no violencia y los buenos tratos. Formación en la ética del amor y la filosofía de los cuidados, educación sexual y emocional, que les permitan adquirir herramientas para resolver los conflictos sin violencia, y para aprender a identificar las violencias que sufrimos, y las que ejercemos. 


5. Necesitamos vacunas para prevenir las principales enfermedades de transmisión social: machismo, racismo, xenofobia, clasismo, misoginia, lesbofobia, etc. La vacuna consiste en educación para los derechos humanos, y herramientas para aprender a usar tu poder, y a ser buena persona.


6. Necesitamos tomar conciencia de que todos y todas sufrimos violencia, y también la ejercemos contra los demás. El mundo no está dividido en buenas y malas personas: todos nos hacemos daño, y apenas tenemos herramientas parea resolver conflictos sin violencia. Nos herimos unos a otros no solo físicamente, sino también emocional y psicológicamente. Nuestras relaciones son dolorosas porque abusamos de los demás, y les tratamos mal. No nos hemos dado cuenta aún de que hacer sufrir a alguien en beneficio propio es violencia, porque hace daño. No nos hemos dado cuenta de que vivimos en un estado permanente de guerra, sobre todo las mujeres, que tenemos que batallar en las guerras dentro de casa y fuera de ella: en las aulas, en los centros de trabajo, en la calle, en los espacios de ocio... Si la sociedad entera rechazase la violencia en todas sus formas, si nos resultara insoportable el aumento de violaciones grupales, las cifras de acoso escolar, los suicidios infantiles. Entonces los políticos tratarían el tema como un asunto urgente. Ahora mismo lo que están haciendo la mayor parte de los adultos es hacer como que la violencia no está sucediendo, y los medios de comunicación hacen lo mismo que con la violencia machista: nos presenta cada caso como si fuera un caso aislado, un suceso excepcional, para que no tomemos conciencia de la dimensión del problema. 


7. Defender a capa y espada a nuestros hijos e hijas cuando hacen daño a los demás no les ayuda en nada. Creer que tus hijos siempre actúan en defensa propia solo porque ellos lo dicen, es muy peligroso. Los centros de menores con delitos por violencia están llenos de niños que nunca tuvieron límites de ningún tipo. Es curioso como en casa, muchos se preocupan por el sufrimiento de sus hijos, pero a pocos nos da miedo que sean nuestras hijas e hijos los agresores. En las escuelas, tanto la directiva como el profesorado, los padres y las madres, tienen que dejar de proteger a los agresores y agresoras, y el alumnado tiene que unirse y perderles el miedo. La mayor parte de la gente violenta está protegida por el silencio y el miedo: en cuanto se ven solos y rechazados por el grupo, dejan de atacar.  

 

8. El negacionismo y la indiferencia son también una forma de violencia contra las víctimas. Las personas adultas utilizan diferentes técnicas para negar y minimizar el abuso y el acoso: lo presentan como una pelea entre dos iguales, acusan a la víctima de exagerar, culpabilizan a la víctima diciendo que provoca al agresor, etc. Esta protección genera impunidad en los menores violentos, y deja a las víctimas completamente indefensas.


9. Grupos de Cuidados para alumnado y profesorado, para que todo el mundo se sienta tranquilo y confiado en las escuelas. Grupos autónomos basados en el compañerismo y el apoyo mutuo, que ayuden a los más pequeños cuando entran en el colegio, y al alumnado con necesidades especiales y con discapacidades. Estos grupos podrían proteger a los que sufren burlas crueles, humillaciones, insultos, y acoso, y podrían enfrentarse a los agresores. También podrían ayudar a los agresores a que entiendan el daño que están haciendo, especialmente en el caso de los menores que acosan y violan en manada, pues muchos creen que es una forma de divertirse como otra cualquiera. Lo ven a diario en sus pantallas, y aunque saben que es un delito, muchos creen que amenazando a las víctimas no se atreverán a denunciar. También saben que para los menores de 14 no hay consecuencias penales. Así que necesitan ayuda para trabajar su misoginia y para desarrollar la empatía y la solidaridad, y es probable que les ayudase mucho recibir esas herramientas de sus propios compañeros y compañeras. 


10. Responsabilidad social: las industrias culturales y los medios de comunicación deberían plantearse su papel como principales transmisores del patriarcado y de la cultura de la violencia. Siguen mitificando, glorificando y promoviendo la violencia, y nos la ofrecen espectacularizada como entretenimiento. No tenemos apenas referencias de masculinidades no violentas, de hombres que consigan sus objetivos o logren sus metas sin usar la fuerza física. Necesitamos héroes y heroínas libres de estereotipos y mitos patriarcales, modelos a seguir que sean capaces de resolver sus conflictos sin violencia.


Coral Herrera Gómez


Artículos relacionados: 

La violencia de los niños: cómo la ejercen y cómo la sufren

Ningún hombre nace violento




7 de septiembre de 2022

Mi hijo empieza el cole




Gael empieza el cole público el lunes, y llevo todo el verano trabajandome y trabajando con él un montón de cosas. Me da mucho miedo la violencia en las aulas, tanto la que puede ejercer mi hijo cómo la que puede sufrir en ellas. Yo sufrí el bullying "normal" en la escuela porque era bajita e infantil, y luego porque me desarrollé la última y no tenía apenas tetas. 


Yo ejercí bullying también con la única compañera del aula que sufría discapacidad intelectual. Nunca nos enseñaron a tratarla bien ni a cuidarla. También se lo hice pasar mal a profesoras, porque nunca me enseñaron a cuidar a mis maestras y maestros. Ni a mí misma. No me enseñaron a cuidar mis palabras ni a cuidar mis emociones para que no hiciesen daño a nadie. 


Todo esto lo he aprendido den estos últimos años, cuando me he puesto a trabajar la autocrítica amorosa para ser mejor persona, cuando aprendí a ver el mundo desde la ética amorosa y la filosofía de los cuidados. 


Cuarenta años después, todo sigue igual. Hay colegios e institutos en los que el alumnado recibe un par de talleres sobre cuidados, buenos tratos y educación emocional, pero aún no forma parte del currículo escolar, aunque debería ser una asignatura obligatoria. 


Gael es un niño amoroso, espontáneo, sociable, risueño, buena gente, pasa el día cantando y conserva intacta su inocencia. Me da miedo que los niños violentos le obliguen a reprimirse, y le contaminen con sus valores machistas, racistas, clasistas, etc Lo que hago es llevar mi mente a otro lado, pensar que mi hijo también puede ser una buena influencia para otros niños y niñas, que él no solo se puede contagiar, sino que también puede contagiar a los demás. 


El otro día un niño le enseñó entusiasmado una metralleta y Gael fue directo a por otro juguete, porque (aún) no sabe divertirse matando. El niño se quedó sorprendido de que Gael no prestara atención a su arma con luces y sonido, y pensé, mira qué bien, alguien que le rompe los esquemas.


Sigo en redes a varias personas que son activistas de los derechos de la infancia y que están luchando contra la violencia en las escuelas, y el panorama es preocupante.


Pienso en mi propia experiencia, y no me ayuda a tranquilizarme.  Una de las cosas que aprendí en mi primer día de escuela, es que no hay nada peor que ser un chivato: si sufres violencia tienes que aguantarte porque está prohibido denunciar a los niños violentos, tienes que defenderte sola. Y si no puedes, te toca sufrir en silencio, pero jamás pedir ayuda a profesores/as, o a tus progenitores. 


Es un mecanismo super potente para defender a agresores, y perpetuar su impunidad. Para nuestra sociedad patriarcal, es mucho peor un niño chivato que un niño violento. 


No quiero asustar a Gael para que no se crea que va a estar en un espacio lleno de violencia, de bromas crueles, de comentarios despreciativos, de burlas despiadas, de empujones e insultos. 


Pero sí que intento que entienda lo importante que es respetar a los demás, y cuidar y defender a las personas más vulnerables, todas aquellas que no cumplen con los estándares de la normalidad porque son gordas, por su idioma, por su color de piel, por su pluma, por su discapacidad o su malformación, por su forma de vestir, por su enfermedad, por sus gafas, su aparato de dientes, o por su clase social. 


Le hablo de igualdad, de libertad, de compañerismo y cuidados, y mientras pienso, ojalá nadie te borre la sonrisa ni te calle la boca, ojalá seas un rebelde de los estereotipos y mandatos de género, ojalá no te rompan por dentro y pierdas tu alegría de vivir.


Tengo miedo al acoso y al suicidio infantil, pero pienso que tengo que trabajar este miedo y que puedo involucrarme en la comunidad escolar y aportar con mi visión pacifista y no violenta, con mis conocimientos y mis habilidades, para abrir los ojos a la gente y que tomen conciencia de lo importante que es enseñar al alumnado a cuidarse, a cuidar a los y las compañeras, a cuidar al profesorado, cuidar sus palabras y emociones, y cuidar los espacios que habitan. 


Y me consuela pensar que como yo, hay muchas madres, padres, profesoras y gente de la comunidad educativa que también está concienciada sobre los malos tratos y la violencia, que no estoy sola, y solo se trata de juntarnos y crear comunidad. 


Trato de pensar en el lunes con ilusión, empieza una nueva etapa en nuestras vidas...


¿Puedes firmar esta petición para la creación de una ley para que tengamos unas escuelas libres de violencia?

19 de julio de 2022

El feminismo y la Renta Básica Universal


Si las mujeres tuviésemos ingresos garantizados gracias a una Renta Básica Universal, podríamos: 

- divorciarnos y separarnos: sin autonomía económica no hay libertad.

- dejar de trabajar gratis o precariamente para los hombres.

- salir de inmediato de la pobreza y la prostitución.

- estaríamos a salvo de la Trata de mujeres esclavizadas

- no tendríamos que alquilar nuestros cuerpos ni vender a nuestros bebés.

- podríamos escapar con más facilidad de la violencia de nuestras parejas

- podríamos enfrentar y parar el acoso sexual de nuestros compañeros y superiores en el centro de trabajo, sin miedo a quedarnos sin empleo.

- podríamos elegir nuestras maternidades con más libertad, y no tendríamos que renunciar a ser madres por falta de recursos económicos.

- podríamos criar a nuestros propios hijos e hijas el tiempo que queramos.

- podríamos juntarnos y separarnos con libertad, y podríamos cambiar nuestra forma de organizarnos y de relacionarnos entre nosotras y con los hombres.

- podríamos disfrutar de una Buena Vida libre de explotación doméstica, laboral, sexual, reproductiva y emocional.


Todo son ventajas: si seguimos trabajando en la defensa de los derechos humanos de las mujeres y acabamos con la pobreza, podremos erradicar la explotación, la violencia y el sufrimiento de millones de mujeres.

#RentaBásicaUniversal #Femimismoparatodas

23 de junio de 2022

No cuidar es un privilegio patriarcal



Hay personas en este mundo que solo reciben cuidados, pero no los dan. Es un privilegio de hombres y de mujeres ricas: su vida no se ve alterada lo más mínimo cuando sus padres enferman o envejecen, ni cuando tienen crías. Su tiempo de sueño y de descanso, su trabajo, su vida social, su tiempo de ocio, permanecen intactas. Alardean de ello públicamente, y tienen los hijos que les apetece, sin que nadie se pregunte cómo le afecta a un ser humano recién nacido ser cuidado por personas desconocidas con las que no tienen vínculos sentimentales. 

Sólo los y las profesionales de la salud mental saben cómo se siente la gente que se pasa toda la infancia cambiando de nana,  mendigando tiempo a a sus progenitores y pidiendo atención, amor, y cuidados. 

Ellas saben bien cómo nos afecta vivir con padres y madres ausentes, las implicaciones que tiene para nuestra autonomía y nuestra autoestima crecer con carencia de afecto, y cómo esa carencia nos crea todo tipo de traumas, miedos, complejos, inseguridades, dolencias mentales y dependencia emocional. 

La falta de cuidados y de afecto es violencia porque nos provoca un sufrimiento tremendo, especialmente en la infancia y la vejez, y en los momentos de nuestra vida en los que somos más vulnerables y más amor necesitamos. 

No cuidar es un privilegio, y siempre se hace a costa de las mujeres más pobres, que son quienes sostienen nuestra economía con su trabajo gratuito y/o mal pagado.

Coral Herrera Gómez

8 de junio de 2022

La infancia tiene derecho a vivir libre de la exposición a la violencia



Ya hemos tomado conciencia de lo importante que es dejar de envenenar a niños y niñas con alimentos ultraprocesados y el azúcar, el siguiente paso es tomar conciencia de la violencia que consumen nuestros niños y niñas a diario a través de las pantallas. 

Ningún hombre nace violento: se aprende a serlo a través de la cultura y la socialización. 

Cuanto más expuestos están los niños a la violencia, antes aprenden a sufrirla y a ejercerla. Y no solo la violencia física: también aprenden a asumir el maltrato verbal, emocional y psicológico como algo natural, y después, normalizan el uso de esta violencia para divertirse. 

Los niños varones no solo aprenden a admirar a hombres violentos con estos contenidos: también son  adoctrinados en los valores más peligrosos del patriarcado: machismo, clasismo, homofobia, racismo, supremacismo, etc. 

Cuando consumen películas "de acción", están consumiendo ideología de derechas, patriarcal y capitalista, basada en la ley del más fuerte, en la competitividad y el acaparamiento, el egoísmo y el narcisismo, la acumulación de poder, las relaciones basadas en el interés, la dominación y la violencia. 

Se nota muchísimo la diferencia entre niños que sufren exposición a la violencia y los que no consumen este tipo de contenidos. Los primeros parecen más mayores, pierden su inocencia, su sensibilidad y su empatía antes que los demás, y pronto aprenden a divertirse con el sufrimiento de los demás. 

Cuanta más violencia consumen, más normalizan la resolución de conflictos mediante la fuerza física o el maltrato emocional, más claras tienen las jerarquías, y más prejuicios interiorizan. Son los primeros en apartarse de las niñas y todo lo que tiene que ver con el género femenino: el color rosa, los cuidados y la ternura, la sensibilidad y el amor. Por extensión, también se apartan de los niños que no obedecen los mandatos de género, y no aspiran a ser machos poderosos y violentos.

Yo lo veo a diario en el parque infantil. Muchas mamás hablan de galletas super eco-biosanas y tortitas de algas con kale y tofu, pero se quedan muy sorprendidas cuando ven a sus hijos pegar a otros, o cuando discriminan a un niño o niña con obesidad, con alguna discapacidad, o de otra nacionalidad. Les sorprende porque todos y todas creemos que nuestras criaturas son seres sensibles y bondadosos, pero en realidad les estamos sometiendo a una mitificación y glorificación del macho violento a diario que no les hace bien. 

Según los estudios sobre infancia y violencia, a los 6 años las niñas ya se sienten inferiores a los niños, los niños ya se sienten superiores a las niñas y a los niños afeminados, y los blancos se sienten superiores a los negros. A los 8 años muchos ya ven porno. Suena muy fuerte, pero a la edad en que están tomando su primera comunión ya se divierten viendo violaciones grupales a niñas y a mujeres, especialmente los que se relacionan con niños más mayores. Y lo más fuerte, es que ese día sus padres y familiares les regalan tablets y móviles, pensando que aunque muchos niños vean porno, el suyo jamás haría algo así.

La violencia además les anestesia y les provoca adicción: para poder emocionarse y vibrar, necesitan cada vez más sangre, más brutalidad, más sufrimiento. Por eso las escenas de sexo "normal" no les excitan y buscan vídeos cada vez más violentos en los que las mujeres son humilladas y torturadas de la forma más bestia. A esa edad se convierten en adolescentes incapaces de empatizar con las víctimas de la pornografía, lo que les llevará directos a  otro acto de consumo cada vez más normalizado entre varones en su tiempo de ocio: violar mujeres pobres y baratas, entre todos o uno a uno. 

El primer paso para llegar a esto es acostumbrar a los niños a ver peleas, y a admirar a los machos violentos: los héroes de la masculinidad infantil son en su mayoría guerreros y asesinos. 

Después los héroes pasan a ser los narcos y mafiosos rodeados de mujeres bellas y sumisas. Y con estos modelos de masculinidad es como aprenden a ser duros e insensibles, y a tratar a las mujeres como objetos. 

Para muchos padres y madres este proceso para insensibilizarse es necesario porque como los demás niños son violentos, ellos tienen que aprender a defenderse, a imponerse, a dominar y a ser líderes (y ellas a estar guapas para que ellos las elijan)

Esta ideología patriarcal está en los cuentos clásicos, en los dibujos animados, en los videojuegos, en todas las producciones culturales que usan los estereotipos y los mitos para naturalizar y normalizar la desigualdad, el abuso de poder y la violencia. 

Por eso es tan importante que la gente sepa que hay otros relatos, y que hay cada vez más producciones en las que se enseñan otros valores totalmente contrarios a los del patriarcado: empatía, compañerismo, solidaridad, cooperación, buenos tratos, igualdad, diversidad, cuidados, y cultura de la no violencia. 

Se trata de tomar conciencia colectivamente: la violencia no es "normal" ni natural, y nuestros hijos e hijas tienen derecho a vivir una vida libre de exposición a la violencia

Cuantos más seamos, más fácil será cuidar los contenidos que ven nuestros hijos- Y cuando los productores de cultura asuman que el rechazo hacia la violencia es cada vez mayor, más fácil será que los creadores se atrevan a destronar al macho violento y a sustituirlo por otros héroes con habilidades, conocimientos, inteligencia y sensibilidad para lograr objetivos, resolver problemas y buscar soluciones. 

Yo sé que los que soñamos con un mundo sin violencia lo tenemos muy difícil: llevo ya un par de semanas desmontando a mi hijo de 5 años estos valores que está aprendiendo (no en la escuela ni en casa, sino en su vida social, en la que los niños y niñas expuestas a la violencia son mayoría) 

Además, trato de mostrarle a sus papás y mamás lo importante que es cuidar los contenidos que consumen sus hijos, y a que tomen conciencia de cómo los relatos construyen la personalidad de nuestros críos, y cómo influyen en su forma de ser y de relacionarse. 

Yo quiero ponerle todo mi amor, mis conocimientos y habilidades a esta tarea de sensibilización y concienciación porque quiero que todo el mundo sepa que vivir libre de la exposición a la violencia es un derecho que tienen todos los niños y niñas, 

y porque quiero, para mí y para mi hijo, para sus amigos y amigas, y para las siguientes generaciones, 

un mundo libre de patriarcado, de sufrimiento, explotación y violencia.

Coral Herrera Gómez 


Artículos relacionados: 

El machismo se aprende

Cuidemos a nuestras niñas y niños

Infancias felices para cambiar el mundo

Criando a un niño sin violencia

¿Es buena persona el héroe de tu hijo?

El machismo se transmite por vía paterna

Educación para Quererse Bien

Nos salvaron los unicornios

Todo lo que podría haber hecho Will Smith, y no hizo

Cómo me trabajo el arte de la no violencia




22 de marzo de 2022

Nos salvaron los unicornios



Hoy nos han salvado los unicornios. Gael quería elegir su pasta de dientes, y en la estantería solo había de princesas y de asesinos. Le he dicho que fuéramos a otra tienda donde hubiese pasta de otros colores, con otros dibujos, y ha protestado, así que he rebuscado y un poco más allá he visto una de unicornios. A Gael le encantan los unicornios, menos mal. 

He salido de la tienda pensando que lo tenemos todo en contra. Ellos quieren niños violentos y obsesionados con el éxito, el poder y el dinero. Quieren niñas narcisistas obsesionadas con la belleza, el amor romántico y el dinero. 

Nosotras estamos intentando criar niñas y niños que sean buenas personas y que contribuyan a la construcción de un mundo mejor, pero es una tarea titánica. Ellos son los dueños de la industria del juguete y de los medios de comunicación, los dueños de las empresas de publicidad, las industrias culturales, la industria del porno y los medios de comunicación. Tienen un ejército de publicistas, guionistas, diseñadores y creadores de contenido que perpetúan los estereotipos de género, los mitos, los roles y los mandatos del patriarcado en todas sus producciones: canciones, videoclips, películas, dibujos animados, cómics, programas de televisión, anuncios publicitarios. 

También inundan de azul y rosa las mochilas, las tazas, los estuches, las camisetas, los edredones, la pasta de dientes: es casi imposible encontrar otros colores, y otros dibujos que no sean guerreros o princesas.

Todos los días les bombardean por todos los canales posibles, y les seducen con modelos de masculinidad y feminidad patriarcal, hombres forzudos y sin sentimientos, y mujeres criadas para servir a los hombres.

La tarea que estamos acometiendo las mamás y los papás es titánica. Nuestra cultura es una oda constante al macho violento y a la mujer complaciente, todos los contenidos están impregnados de los valores más peligrosos: el individualismo, el consumismo, el egoísmo y el egocentrismo, el afán de dominación, el acaparamiento de riqueza. Hasta los chistes están impregnados de racismo, clasismo, misoginia: intentar educar a los niños y a las niñas para que piensen en el Bien Común y en los valores de la cooperación y la solidaridad, la ética amorosa y la filosofía de los cuidados es una auténtica odisea. 

La sociedad rechaza a la gente que se atreve a ser diferente, y excluye con crueldad a todos los que no obedecen las normas y no se ajustan a los estereotipos de género. La infancia y la adolescencia necesitan sentirse parte de la sociedad, así que a la gran mayoría le resulta imposible escapar, y se acaban adaptando. Y los que no se adaptan, a veces tienen que pagar un precio muy alto.

Aunque intentemos mantener a nuestras criaturas lejos de la violencia de las pantallas y lejos de los centros comerciales, aunque intentemos que nuestras hijas no crean que la salvación está en ser deseada y amada por un hombre, aunque intentemos que nuestros hijos no aprendan a odiar a las niñas y al color rosa, es muy complicado. 

Si sus amigos desde los 8 años ven violaciones de niñas y mujeres en el porno, explicarles que masturbarse viendo a mujeres humilladas que sufren es violencia no sirve de mucho. Porque para ellos es lo "normal": vean si no cuáles son los vídeos más buscados en las plataformas de pornografía. 

Educar niños y niñas que sepan cuidarse y cuidar a los demás, y cuidar el planeta en el que viven es un desafío constante. El profesorado, los padres y las madres estamos solas frente a un puñado de señores que quieren perpetuar un sistema basado en las jerarquías y la violencia, y tienen todos los medios, porque ellos controlan la cultura, la educación, la información y el entretenimiento. 

Aun así, siento que mi pareja y yo no estamos solos, que hay mucha más gente tratando de dar herramientas a sus hijos e hijas para que sean libres, para que desarrollen el pensamiento crítico, para que sepan cómo, por qué y para qué les mandan esos mensajes a través de los relatos, para que puedan analizar la realidad y contribuyan a transformarla. 

Sé que no es fácil educarlos para que sean buenas personas, pero por mi parte haré todo lo posible para que Gael pueda serlo. Le estoy poniendo todo el amor y la energía del mundo, y aunque a veces me parezca una tarea descomunal, sacaré fuerzas de donde pueda, y seguiré buscando la manera de que no tenga que elegir entre machos violentos y cabreados, y princesitas obedientes. 

Desde hoy sé que en los rincones, escondidos, están los unicornios de colores.

Coral Herrera Gómez 

16 de agosto de 2020

El Mito de la Familia Feliz




¿En qué consiste el mito de la familia feliz? En la idea de que sólo podemos ser felices si nos juntamos en pareja para amarnos toda la vida y tener hijos. Los mitos sirven para mantener el orden social, y para que repitamos el esquema que adopta todo el mundo: formar una familia heterosexual y monógama que trabaja, que se quiere, se reproduce, se pelea, produce, consume, y se endeuda. 

Todos los mitos nos prometen la felicidad, y el de la familia feliz es el más importante de nuestra cultura porque sobre esta forma de organización se sustenta todo el sistema patriarcal y capitalista. Es un mito que contiene otros mitos fundamentales de nuestra sociedad occidental: el mito del amor romántico, el mito de la monogamia, el mito de la maternidad romántica, y el mito de la conciliación laboral y familiar. 

El mito de la familia feliz sirve para que creamos que nuestro destino es enamorarnos, casarnos, reproducirnos, acumular objetos innecesarios, pagar facturas sin parar, sonreír en las fotos, y morirnos.

Nos hacen creer que en esto consiste tener éxito en la vida, porque quieren que nos juntemos y nos aislemos de dos en dos para que las mujeres traigamos al mundo nueva mano de obra para el mercado laboral. Nuestra misión es educarlos para que sean como nosotros y funden su propia familia feliz. 

¿Cómo consiguen que todas las mujeres soñemos con hacer lo mismo? En vez de obligarnos, nos seducen. Primero nos engañan para que creamos que nuestro sueño y nuestra función es cuidar a un hombre. Nos hacen creer que nuestro objetivo en la vida consiste en mantenernos bellas para encontrar uno y atarlo en corto, para que no se nos escape. 

Durante la infancia a las niñas nos dan jarabe de mitos a cucharadas, y nos inoculan el mismo tiempo el miedo a la soledad, al abandono, a que no nos quiera nadie, miedo al qué dirán, miedo al fracaso. 

Nos dicen que el éxito en la vida consiste en estar guapa y encontrar a un hombre que tenga dinero. 

Primero nos hacen creer que somos una mitad y que para estar completas necesitamos a otra persona que encaje a la perfección con nosotras. Cuando la encontramos, o creemos haberla encontrado, viene el siguiente mito: ya estamos acompañadas, pero para ser una "mujer de verdad", y para sentirnos plenamente completa y realizadas, tenemos que ser madres. Así que tenemos que convencer al príncipe para que se comprometa y acceda a formar una familia feliz. 

¿Cómo logran que nos creamos que la felicidad está en una familia? Nos seducen con historias de amor, y con la idea de que los hijos unen mucho a una pareja. Así creemos que si logramos fundar una familia feliz, ésta permanecerá unida para siempre, nunca estaremos solas, y viviremos en armonía por los siglos de los siglos. 

¿Cuál es la realidad? Podemos verlos en los informes que nos ofrecen los organismos nacionales e internacionales cada año sobre la violencia que sufren las mujeres, los niños y niñas, las personas mayores y los animales domésticos es dentro de las "familias felices". 

Las estadísticas sobre abandonos, malos tratos, abusos, violaciones, femicidios e infanticidios son espantosas, y son el indicador perfecto para entender que la familia feliz no es precisamente un espacio de amor, confort y seguridad, sino más bien lo contrario. 

Según la ONU, el lugar más peligroso del mundo para las mujeres, las niñas y los niños es su propio hogar. La mayor parte de la violencia que sufren las mujeres no es en la calle a manos de un desconocido, sino en sus casas, a manos de sus maridos, padres, abuelos, tíos, hermanos, primos y amigos de la familia. 

¿Por qué entonces nos siguen haciendo creer que la familia feliz es la mejor opción, el mejor proyecto de vida?, ¿por qué nos presionan tanto para que nos casemos por amor, tengamos hijos e hipoteca?, ¿por qué hay tantas mujeres que para escapar de su "familia feliz", busca fundar la suya propia?, ¿por qué tantas creen que sólo así podrán ser felices? 

Porque el capitalismo y el patriarcado necesitan que los jóvenes dejen la fiesta, se hagan hombres adultos, y se pongan a trabajar ocho horas al día en una fábrica, en el campo, o en una oficina, y que paguen facturas, y consuman en los centros comerciales. Y es muy complicado convencerles de que dejen el nido materno y cambien a su mamá por otra mujer parecida que les cuide igual de bien. 

¿Habéis visto las risas con las que se felicita a un novio recién casado?, ¿habéis escuchado las bromas que hacen sus amigos en torno a su nueva situación en "la cárcel del amor" ? En casi todo el mundo los hombres jóvenes sienten el matrimonio como una cárcel, así que lo evitan todo el tiempo que pueden.

La única manera de forzarles a "sentar la cabeza" es que sus compañeras les empujen hacia la paternidad. Para ello, hay que hacer creer a las mujeres que la felicidad está en atar a un hombre al hogar, y crean que teniendo un bebé, los hombres se mantendrán a su lado, fieles y comprometidos con el proyecto de crianza. 

Así los vemos a ellos en la publicidad, sonrientes y amorosos junto a su amada y a la parejita de niño y niña, todos con la piel blaquita y el cabello rubio, y una casa maravillosa, un perro y un coche. 

Es una trampa, claro, basta con echar un vistazo a las cifras sobre padres que abandonan a sus criaturas, tanto a nivel económico como emocional. 

La gran mayoría de las mujeres que consiguen fundar una familia feliz no son felices. Unas, porque el muchacho salió huyendo como si le persiguiera el diablo, otras porque el tipo se quedó, están hartas de la sobrecarga de trabajo y se sienten estafadas con la doble jornada laboral. Unas porque descubren que el amor en la realidad no tiene nada que ver con las películas que se montaron, otras porque se sienten atrapadas y les da rabia que sus maridos se escapen en cuanto pueden.

¿Qué beneficios obtienen las mujeres y los hombres de la familia feliz? Las mujeres, doble y triple jornada laboral, penalización en sus empleos, bajada de ingresos y de autonomía económica, agotamiento extremo, y falta de tiempo libre. Los hombres en cambio tienen muchos más privilegios que sus esposas.  Ganan en posición social, ven aumentar sus ingresos, y se les considera señores respetables. 

A cambio de sentirse vigilados, controlados y atrapados, obtienen sexo gratis, amor y cuidados permanentes. A muchos de ellos les compensa casarse porque el matrimonio les ofrece una criada gratis que también es enfermera, psicóloga, secretaria, madre, educadora, cocinera, limpiadora, y les compensa porque el papel de cualquiera de ellas es cubrir las necesidades básicas de su marido, incluidas las sexuales. Y aunque la vida en familia es muy aburrida y a rstos estresante, todos puede escaparse un ratito al burdel o a casa de la amante: si les descubren, les dejan dos noches durmiendo en el sofá y luego todo vuelve a ser como siempre. 
 
¿Os habéis fijado que cuando el papá va a conocer a su bebé recién nacido, todo el mundo insiste en el gran parecido que tienen ambos? Muchas mujeres creen que si su hombre se enamora del bebé nada más nacer, no querrá separarse de ellas durante todo el tiempo que dure la crianza. Por eso los demás familiares tratan de facilitar que el padre sienta que el niño es realmente hijo es suyo, y surja el vínculo amoroso: si el padre cae rendido, será más probable que acceda voluntariamente a formar parte de la nueva familia feliz. 

El mito romántico nos engaña a todas con la idea de que teniendo hijos, el hombre por fin se comprometerá, se comportará como un adulto, y se vinculará a nosotras y a los críos como proveedor principal, protector y cabeza de familia. Por eso hay tantas que creen que el hombre dejará de salir con sus amigos, que sacrificará su tiempo libre, y dejará de dedicar tiempo a sus pasiones para entregarse por completo a la crianza y al hogar. Y que aunque haya problemas, podrán superarlos unidos, y serán todos muy felices comiendo perdices. 

Este es el mito que nos venden, pero la realidad es diferente. Los hombres son educados para disfrutar de su libertad y para gozar de todo a la vez: de su papel como cabeza de familia, de su status como hombre soltero. Los hombres son educados para que crean que puedan compaginar su grupo de rock adolescente o sus juergas en el puticlub con sus obligaciones como compañero y papá. Las que se quedan sin sus pasiones y sus redes somos nosotras, y así es como, por muy modernas que seamos, acabamos todas maternando solas en casa y preguntándonos si era esto lo que queríamos. 

La falta de cuidados y la ausencia del padre genera un enorme resentimiento y una gran frustración en las mujeres que pensaron que tener hijos podría transformarlos en hombres más tiernos, más sensibles, más maduros, responsables y más comprometidos. A muchas nos hicieron creer que el amor nos haría iguales, y nos convertiría en compañeras de los hombres. 

Pero la realidad es otra. Los hombres tienen un problema muy serio con la paternidad. En muchos países del mundo las que acompañan a parir a las mamás son las abuelas, no los papás. Las que cuidan a las mamás en el postparto, son las abuelas, las tías, las hermanas, las primas y las amigas, no los papás. 

Hay muchos que en pocos días ya están haciendo su vida como si nada, y que jamás cambian un pañal. 

Son pocos los países del mundo que permiten a los hombres cuidar a su compañera y bebé en el posparto, pero no hay ningún movimiento social de hombres masivo pidiendo que las leyes reconozcan su derecho y su obligación de cuidar durante los primeros meses de vida de las criaturas, que es cuando más les necesitan. 

En las sociedades más modernas, los papás y las mamás primerizas se hacen una foto muy bonita para presentar a su bebé en sociedad, y cuando llegan a casa se dan un golpe fortísimo con la realidad: los bebés necesitan atención y cuidados las 24 horas del día, y la carga del trabajo doméstico pasa a ser descomunal. La vida es muy dura cuando no dormimos, y cuando el agotamiento nos tiene como zombies, hay momentos en que sentimos que hemos perdido nuestra propia vida. Y eso es lo que hace que muchos salgan corriendo. 

Las que no podemos salir corriendo somos nosotras. 

En las sociedades tradicionales, las mujeres se cuidan entre ellas, y en las más modernas, los hombres tienen permiso de paternidad unas semanas para poder cuidar a su compañera. Como no es obligatorio, muchos prefieren volver al trabajo que estar metido en la cuarentena del posparto. Y los que quieren disfrutar de su bebé, tienen que volver cuando se acaban los permisos de paternidad, así quela mamá se queda sola durante 9 o 10 horas al día, con dos empleos y sin remuneración. 

En la mayor parte del mundo los hombres pasan más tiempo fuera que dentro de casa, regresan al final del día, y se encuentran un hogar sumido en el caos y a una compañera agotada, cabreada o al borde del llanto. Que haya tantas mujeres solas en casa sin ayuda, con un bebé tan pequeño, a menudo con puntos de sutura en los genitales o en la panza, es una monstruosidad. Las mujeres no pueden llevar una casa y cuidar a un bebé a la vez en el posparto porque no hay energía ni tiempo material, especialmente si además de un bebé hay más niños/as y mascotas. 

Las mujeres recién paridas nos sentimos vulnerables y solas. Es entonces cuando empiezan las batallas en el hogar: las mamás reclaman tiempo para ellas mismas, piden ayuda y cuidados, y se cabrean porque el hombre no se compromete, o porque llega muy tarde a casa.

Cuando los hombres hacen su vida como si no tuvieran bebés, el mito de la familia feliz comienza a resquebrajarse como el corazón de las mujeres que creyeron que al encontrar el amor no se sentirían solas jamás. 

Hay pocas opciones para salir de la trampa. Si la mamá quiere cuidar ella misma a sus hijos, tendrá que renunciar a sus ingresos y depender económicamente del compañero. 

Otra opción es buscar una sustituta que cuide a tus hijos (pero no a tu marido), que cobre la mitad que tú por las mismas horas de trabajo, y que no forme parte de tu familia aunque pase más horas que tú en tu casa. Es decir, nosotras podemos liberamos como los hombres, pero explotando a otras mujeres más pobres o más precarias que para poder delegar tu responsabilidad y la de tu compañero en otra persona.

La tercera opción es llevarlo a una guardería diez horas al día. No importa el sufrimiento que genera en las crías estar con gente desconocida con la que no tiene vínculos afectivos: lo que importa es que las mujeres que son mamás sean igual de productivas que las que no son mamás. ¿Y qué ocurre con las madres y padres que quieren cuidar ellos mismos a sus criaturas? Que no pueden. La familia feliz tiene que pasar el día separada: los mayores en las residencias, los pequeños en las guarderías, y los adultos en sus centros de trabajo.

Las mujeres tenemos un problema con la droga del amor, y los hombres tienen un problema muy grande con la paternidad. Muchos de ellos desaparecen cuando surge la rayita en el aparato que te dice si estás o no embarazada. Otros huyen en el embarazo, y otros al poco de nacer el primer bebé. Algunos aguantan unos años, pero se van también. 

Por eso en casi todas las películas y novelas, los protagonistas tienen el mismo problema: un padre que no estuvo, un padre que a veces estaba y otras no, un padre que estuvo y abandonó, un padre que jamás quiso de verdad a su hijo. 

Si el mundo está lleno de niños y niñas traumadas por la ausencia del padre, es porque el mito de la familia feliz es una trampa. 

Los hombres logran huir de esa trampa de diversas maneras: unos desaparecen del mapa, otros huyen a ratitos. Los hay que se quedan en cuerpo pero no en alma: son esos hombres de antaño que permanecían frente al televisor con cara de fastidio porque los niños gritan y cuando ya no pueden aguantar más a la familia feliz, se bajan al bar a tomarse tres whiskys y ahogar las penas, hasta que llega la señora para mandarles de nuevo a casa. 

Antes las mujeres tenían que ejercer de policías y carceleras, intentando mantener a los hombres dentro de los confines del hogar, mientras los hombres vivían como ladrones, intentando burlar la vigilancia para poder vivir a ratitos la vida de hombre libre que siempre quiso vivir.  Para los hombres siempre ha sido relativamente fácil combinar su vida de hombre de familia y su vida de hombre soltero, pero para las mujeres no hay escapatoria posible. 

A nosotras nos toca el gran peso de la carga familiar: somos nosotras las que dejamos de tener tiempo libre y vida social. Somos nostras las que, en todo el mundo, hacemos doble o triple jornada laboral como trabajadoras del hogar, como mamás, y como profesionales: basta con echar un vistazo a los índices de tiempo libre que disfrutan los hombres en todos los países y compararlos con los de las mujeres para darnos cuenta de que en la gran trampa de la familia feliz, las que salimos perdiendo somos nosotras.

Antes de caer en la trampa, lo que vemos a diario en la calle son familias felices paseando o comprando, y subiendo sus fotos de familia feliz en las redes sociales. 

Y después de caer en la trampa, es cuando comprendemos lo que hay detrás de las sonrisas felices de las fotos, y la estafa que hemos sufrido. 

Algunas se divorcian porque no soportan la insolidaridad y el egoísmo de sus esposos, otras viven en una guerra permanente para que el compañero se porte bien y esté a la altura. Unas se quedan y tienen más hijos, y más trabajo, y más cansancio, y más amargura, otras se liberan cuando los hijos e hijas salen de casa. Las marcas que esa decepción deja en el rostro no se quitan con ningún filtro de Instagram. 

Algunas creen que han tenido mala suerte en la vida y siguen creyendo que lo que ven por la calle son familias felices. Otras saben perfectamente que en todas las familias tradicionales, y también en las modernas, las mujeres viven sobrecargadas y agotadas, volcadas en el bienestar de su marido y sus crías, tirando del carro como pueden, e intentando ser felices, cuando las dejan. 

¿Están los hombres haciendo cambios? Algunos de los hombres que no quieren familia feliz han empezado a usar condón y a hacerse la vasectomía. Los que sí quieren familia feliz combinan el rol de hombre moderno que apoya y ayuda pero sin asumir la responsabilidad, con el rol de hombre tradicional que se escapa de vez en cuando para disfrutar de la vida. Hay mujeres que toleran estas escapadas, otras que montan escenas dramáticas, unas que se rebelan contra la injusticia, y otras que se resignan y asumen lo que las ha tocado por haber nacido mujeres. 

Antes, de los hombres no se esperaba que fueran buenos padres. Lo único que tenían que hacer es traer  dinero a casa, y ya se apañaban las mujeres entre ellas. Ahora en cambio nos dejan solas en una casa, sin red alrededor, haciendo el trabajo de tres mujeres, y esperando a que vuelva el marido. 

Antes teníamos una red de mujeres de nuestro entorno, nos apoyabamos unas a otras, trabajando y criando a la vez. Había maridos que cumplían con su única obligación, y había otros que se gastaban el salario en una fiesta de dos días y les daba igual que sus hijos y compañera pasaran hambre. Las mujeres se buscaban las vueltas para alimentarlos hasta que llegara el próximo salario, si llegaba. Eso era todo.

Las mujeres de hoy en día sufrimos más porque estamos solas, y aunque algunas tenemos nuestros ingresos, esperamos que ellos sean solidarios y responsables, que se comprometan y sean capaces de disfrutar de su paternidad, que sean honestos y que sean buenos compañeros. 

Nos venden dos mitos por el precio de uno: el príncipe azul y el compañero que es buen padre. Y lo compramos a ciegas, aunque después nos demos cuenta del precio tan alto que hemos tenido que pagar.

¿Entonces no existen las familias felices? 

Hay parejas que se quieren, se cuidan, y reparten las tareas equitativamente. Hay familias amorosas que disfrutan pasando tiempo juntos, pero ninguna familia es perfecta: en todas hay conflictos y problemas, como en cualquier grupo humano. 

Es difícil encontrar familias que funcionen al margen de las estructuras patriarcales, porque en la mayoría de los hogares, somos nosotras las que cargamos con todo el trabajo mental y emocional, la organización y administración, y la planificación. La sociedad se alarma ante la bajada de la natalidad y nos pide que que seamos madres, pero no nos proporcionan las condiciones que necesitamos para criar. El mercado laboral nos castiga y no nos permite siquiera cuidar de nuestros críos cuando enferman. 

Nos engañan con el mito de la conciliación, pero las que vivimos en una familia feliz sabemos que la única forma de lidiar con todo es dormir poco y vivir permanentemente agotada. El cansancio extremo deteriora nuestra salud física, mental y emocional, nos afecta al ánimo y al humor, y al deseo sexual, y deteriora también la convivencia con la pareja. 

Así que el problema no es personal, sino político: las mujeres tenemos que luchar contra corriente en una sociedad que nos pone toda una carrera de obstáculos para maternar y educar. Hoy en día sostener una familia, trabajar e intentar ser feliz es toda una odisea, y tratar de eliminar al patriarcado de la ecuación, es una verdadera utopía. Ni siquiera con una pareja responsable al cien por cien, podemos con todo: para criar a un sólo niño hace falta una tribu entera. 



¿Cómo podríamos avisar a las nuevas generaciones para que no caigan en la trampa? 

A los niños hay que educarles para que sean autónomos y no busquen una criada gratis, para que sean honestos, y para que sólo sean padres si están dispuestos a cuidar a sus criaturas. 

A las niñas hay que explicarles que ser mujer no significa ser madre, que criar hijos es muy duro en un mundo anti-niños, y que los cuidados hay que compartirlos entre todos y todas. 

A las nuevas generaciones hay que contarles lo que hay después del final feliz de los cuentos, lo difícil que es vivir en pareja, los problemas que tienen los hombres con sus responsabilidades y sus paternidades, y los problemas que tienen las mujeres que compraron el pack completo de mitos creyendo que así serían felices el resto de sus vidas. 

Hay que hablarles de la presion social que sufrimos para que nos emparejemos y tengamos hijos aunque no queramos, y de lo difícil que es para nosotras que nos respeten cuando decidimos amar de otra manera o fundar otro tipo de familia que no sea la tradicional. 

También hay que hablar de la decepción, la frustración, la amargura que genera en las mujeres esta estafa romántica, y de cómo afecta a nuestra salud mental y emocional. 

Tenemos que visibilizar la prisión en la que viven tantas mujeres que soñaron otra vida distinta y no pudieron elegir. 

Hay que explicarles que la vida que llevan las princesas y las famosas de la Revista ¡Hola! junto a sus príncipes azules no es real. Son escenarios, performances, que nos hacen creer que las mujeres ricas sí logran fundar una familia feliz y ser felices. Ellas también sufren, se divorcian, se rompen, se recuperan, y vuelven a fundar otra familia feliz. Es una narrativa mágica que nos empuja a imitarlas, y que nos hace presas de un sistema que nos quiere a todas entretenidas en la tarea de fundar y sostener una familia feliz.  

Hay que explicarles a las niñas y adolescentes que los bebés más que unir, destrozan parejas: la llegada de un bebé es una experiencia tan fuerte y tan difícil, que sólo sobreviven aquellas que logran unirse y formar equipo de crianza. Y de ellas, son muy pocas las que logran ser equitativas en el reparto de las tareas. 

La familia feliz se construye sobre la capacidad de las mujeres para ceder, para resignarse, para aguantar, y para sacrificarse. Por eso ahora se rompen tantas familias felices: porque las mujeres ya no queremos asumir el papel que nos toca, y protestamos por la vida de privilegios que disfrutan los hombres. 

El problema es que muchas de las que quieren divorciarse son amenazadas de muerte, y la mayoría no tiene medios económicos para separarse. Por eso, para la mayor parte de nosotras el amor romántico y la maternidad romántica es una trampa. 

Para que la gente joven pueda entender la doble moral, la Gran Estafa del Mito Romántico y de la familia feliz, y lo que les pasa a los hombres, invitadles a que echen un vistazo a los aparcamientos de los burdeles a medio día: están a rebosar de hombres que van a misa los domingos con su señora y su descendencia.

El feminismo está sacando a la luz todos esos privilegios masculinos, y denunciando la explotación y la violencia que sufrimos las mujeres en el hogar feliz. Queremos desmitificar el amor romántico para que no caigan más niñas, lograr que todas las mujeres tengan las condiciones adecuadas para poder divorciarse si lo desean, queremos repartir los cuidados para que no recaigan sobre las espaldas de las mujeres, queremos que los hombres se impliquen en todas sus responsabilidades y dejen de vivir como reyes, queremos que todas las mujeres puedan elegir libremente la maternidad, queremos que los niños y niñas se sientan queridas, queremos que las mujeres se sientan libres para vivir su vida como quieren, queremos que las mujeres sean libres para amar a otras mujeres, queremos tener tiempo e ingresos para criar, y queremos que la sociedad acepte que hay muchas formas de relacionarse y muchos tipos de familia diferentes. 

Hay que seguir derribando los mitos románticos y el mito de la familia feliz para liberarnos de las cárceles en las que nos quieren meter en nombre del amor.

Coral Herrera Gómez 



Otros mitos: 

 

Coral Herrera Gómez Blog

Formulario de contacto

Nombre

Correo electrónico *

Mensaje *

Únete al Laboratorio del Amor

Únete al Laboratorio del Amor
Para saber más pincha en la imagen