6 de junio de 2025

Convertirte en lo que más odias



Si, también te puede pasar a ti. Una de las peores pesadillas para los humanos es convertirnos en aquello que odias, o acabar siendo igual que tu peor enemigo. A veces ocurre que lo que más odias en alguien es algo que también tienes tú dentro, pero no lo ves. El otro es un espejo de tu interior y no siempre tenemos la lucidez para darnos cuenta de que si algo nos provoca mucho rechazo es porque lo llevamos en la mochila que todos cargamos. Pienso en los niños maltratados por curas que acaban convertidos en curas maltratadores, en la hija adolescente que acaba tomando las mismas malas decisiones que su madre, en la nuera maltratada que se convierte en suegra maltratadora. Pienso en todas las cosas que heredamos de los abuelos y los padres, y en cómo hay gente que es capaz de cortar con la cadena que se transmite de generación en generación, y otra que no lo logra jamás.

Pienso también en el pueblo judío, que vivió el horror del nazismo y cuyos mandatarios están replicando el infierno que vivieron sobre el pueblo palestino con el mismo odio con el que ellos fueron exterminados. Tras la II Guerra Mundial las naciones se comprometieron a que el Holocausto no se repitiera nunca más, y todos los años se celebra la conmemoración de Auschwitz con discursos bonitos sobre la libertad y los derechos humanos. Este año se celebró una vez más, mientras los bebés, los niños y las niñas palestinas escapaban de las llamas después de un bombardeo. Heridos, mutilados, huérfanos, muertos de miedo… en este año, más de cincuenta mil niños y niñas que han nacido en guerra y van a morir o han muerto en guerra. Tampoco sus madres y padres han conocido la Paz: llevan desde 1948 sufriendo la colonización, el odio y la violencia de los gobiernos israelíes y de gran parte de la población israelí.

¿Qué es lo que ocurre para que una víctima llegue a convertirse en victimaria, y cómo evitarlo? A nivel personal no tenemos herramientas para tomar conciencia y para trabajar en nosotros mismos todo aquello que odias en los demás. Tienes que mirar dentro, a un nivel muy profundo, para conocerte bien y enfrentarte a tus luces y a tus sombras. Mucha gente nunca hace ese viaje al interior porque siente miedo y porque es más fácil autoengañarte y fantasear con un yo idealizado que siempre te gusta más que tú yo real. Nos construimos con relatos, y poca gente es capaz de ser honesta consigo misma.

Hay que ser muy valiente para reconocer todo aquello que no te gusta de ti y que quisieras cambiar.

Y hay que tener la capacidad de hacer autocrítica amorosa, identificar todo aquello que te hace sufrir y hace sufrir a los demás, y guiarte por los principios de la ética para ser mejor persona.

Pero este trabajo requiere un esfuerzo. Lo más fácil es creer que porque tú has sufrido mucho los demás también tienen que sufrir. O creer que tú siempre tienes la razón, que los demás están equivocados. O perder por completo la empatía y vivir creyendo que tienes derecho a aplastar, explotar, humillar y aniquilar a tus enemigos porque eres superior a ellos.


A nivel colectivo no tenemos herramientas tampoco. Pese a los esfuerzos que han hecho muchos colectivos judíos por la Paz, y las manifestaciones masivas en contra del Genocidio que hemos visto en Tel Aviv, la gran mayoría cree que ellos son el pueblo elegido por Dios, y que eso les da derecho a odiar y a echar del territorio a quienes no son ellos. Creen firmemente que Dios está de su lado y apoya el exterminio. Y como la Fe es irracional, son incapaces de cuestionar a sus líderes religiosos y políticos. Por eso hacen vídeos de TikTok disfrazándose de palestinos y riéndose de sus víctimas, bailando sobre los cadáveres, besando y firmando las bombas que van a matar niños, e incluso se ha puesto de moda hacer turismo para ver cómo caen las bombas.

Lloran con la película de La lista de Schlinder y con los relatos de sus abuelos y abuelas, supervivientes de los campos de concentración. Pero brindan tras cada masacre y sueñan con poder ir pronto de vacaciones al resort de Gaza, cuando esté “limpia” de enemigos.

Todos llevamos un pequeño Hitler en nuestro interior, pero lo reprimimos para poder convivir con los demás. Los límites de nuestro poder los marcan los demás, y también las leyes que regulan la conviviencia. Por eso criar a un niño egocéntrico, sin límites y sin tolerancia a la frustración puede convertirlo en un adulto monstruoso.

Cuando los pequeños Hitlers pierden los complejos, se atreven a dar la cara, y conquistan el poder, los convertimos en ídolos. Porque a todos nos gusta el poder, todos queremos dominar nuestro entorno, y lo ejercemos en casa, en la familia, en el centro de trabajo. No hay más que ver a los chavales de ultraderecha el día que se ponen el uniforme de guardia de seguridad, y se enfundan una pistola en la cadera. Se sienten súper poderosos, aunque no cobren ni el salario mínimo.

En el otro extremo están los que sí llegan a tener poder sobre la vida de millones de personas y disfrutan haciendo daño. Trump, Musk, Milei, Aznar, Ayuso… si ellos están ahí destrozando y ejerciendo violencia contra la población con total impunidad es porque el sistema democrático no tiene mecanismos de autodefensa para la población. Nos dicen que la soberanía reside en el pueblo, pero no podemos destituir a los tiranos ni a los violentos. Sólo podemos salir a la calle a protestar y esperar a que lleguen las siguientes elecciones.

Si ellos están ahí haciendo negocios en beneficio propio y atentando contra nuestros derechos fundamentales es porque muchos de sus votantes son igual que ellos. Seres dominados por el ego y carentes por completo de ética y de empatía, que es lo que nos hace humanos. Admiran a estos monstruos mutilados que hacen gala de su crueldad y se ríen en público de sus víctimas: el mundo está lleno de pequeños Hitlers, y no acabaremos con ellos mientras no nos ofrezcan en la escuela y en la cultura las herramientas que necesitamos para trabajar nuestro ansia de poder y dominación, y nuestro instinto de autodestrucción, tanto a nivel personal como a nivel colectivo. 

Si pueden hacer tanto daño es porque les admiramos, les votamos y les financiamos. Hay que cambiar el sistema político para evitar que estos matones nos lleven a la extinción, y las únicas armas que tenemos para vencer a estos monstruos son la ética, la educación y la cultura. Tenemos que aprender a defendernos de ellos si queremos un mundo mejor. 

Coral Herrera Gómez  


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