9 de noviembre de 2023

¿Tú tampoco soportas la violencia? Bienvenida al club


Igual que otras personas sufren intolerancia al gluten o a la lactosa, yo sufro de intolerancia a la violencia. Me he pasado la vida disimulando, antes me daba vergüenza y no podía ponerle nombre, pero ahora que sé lo que es, puedo hablar de ello. 


La cosa empezó en mi más tierna infancia. En casa ni mi hermana ni yo sufrimos exposición a la violencia, así que nunca nos acostumbramos a ella. En el colegio no podia soportar las peleas, y mientras todos miraban fascinados y animaban a uno de los contrincantes, yo siempre iba corriendo a avisar a las profesoras que estaban en el patio de guardia para que los separasen. No soportaba cuando le decían a Ricardo que se quitara las gafas porque le iban a partir la cara. Me las daba para que yo se las cuidara mientras le ponían hasta arriba de hostias. Me parecía tan humillante, y cuando quería ponerme en medio me apartaban de un empujón. No soportaba ver a niñas y niños torturando animales, yo sufría hasta cuando pisoteaban las hormigas, o cazaban cangrejos en el mar y los torturaban hasta la muerte.


A los 11 años mi abuelo, que quería inculcarnos "el amor por los toros" y nos llevó a una corrida en la plaza del pueblo. Fue una auténtica tortura tener que ver una tortura sin poder hacer nada, sentí mucho dolor e impotencia viendo a la gente reírse y aplaudir al asesino. No volví jamás a pisar una plaza de toros y me convertí en antitaurina para siempre.


Ya más mayor, recuerdo la época en la que mis amigas les dio por hacer sesiones de pelis de terror en casa de una de ellas, y yo nunca iba. No podía soportar los descuartizamientos y las torturas. 


Tampoco podía soportar el porno, ver mujeres a cuatro patas siendo escupidas, azotadas y violadas por cinco hombres a la vez me ponía mala.


Cuando me quedé embarazada mi intolerancia aumentó. Me costaba mucho ver telediarios, dejé de ver películas de ciencia ficción y futuristas porque todas tienen batallas y escenas de guerra. También deje de ver series de televisión y nunca he podido soportar los vídeos que se pusieron de moda cuando empezó Internet con niños golpeando a otros niños, o niños sufriendo accidentes que se editaban con risas enlatadas. 


Mi hijo ya es plenamente consciente de mi intolerancia: un día en casa de un amigo agarró una pistola de juguete y le apuntó a su amigo a la cabeza. Cuando aparecí por la puerta y me quedé boquiabierta me dijo: "es una pistola de amor, mamá, mira, cuando disparo es una burbuja de amor que le envuelve así" 


Yo me eché a reír, porque me di cuenta de que Gael ya había tomado conciencia de mi rechazo absoluto a las armas, tanto las de verdad como las de juguete.


No es fácil ser tan intolerante en un mundo que ha normalizado la violencia hasta el punto de no percibirla. Soy consciente de que mi intolerancia afecta al proceso de socialización de mi hijo. La mayor parte de los amigos y amigas de Gael sufren exposición a la violencia en sus hogares: sus padres les dan pantallas en las que tienen total libertad para ver todo tipo de películas y videos, y tienen acceso libre y sin restricciones a los buscadores de Google y YouTube. Son niños que ya están viendo porno o van a empezar muy pronto a verlo, y que pasan miles de horas jugando a matar y aniquilar enemigos. Son niños y niñas que no pueden comer chocolate ni azúcar a diario, pero si pueden consumir violencia en todos sus formatos, y a todas horas. 


Cuando estamos en un cumpleaños infantil y algún adulto le da una pantalla a alguno de los niños, todos los niños dejan de jugar y se pegan a ella. Así que yo le digo a Gael que nos tenemos que ir ya. Mi hijo protesta, pero como soy tan intolerante, soy inflexible con este tema. Cuando vamos a casa de niños o niñas que tienen videojuegos, le digo al padre o a la madre que Gael no soporta la violencia y que solo puede jugar a videojuegos de construcción. Cómo si fuera un defecto del niño, o como si fuera una alergia alimentaria. Los padres me miran como si fuera una marciana. 


En casa de mis amigos y amigas, como ya me conocen, les explican a sus hijos que si quieren ver una peli tiene que ser apta para la edad de Gael. Lo tratan como una excentricidad más de mi personalidad. 


Pero con los que no son mis amigos, me imagino que no me será fácil lidiar con el tema cuando Gael me pida quedarse en casa a dormir con niños o niñas expuestas a la violencia, o cuando nos pida que le compremos una consola de videojuegos, o cuando sus compas le hablen de películas que ven, y de los vídeos porno que encuentran. 

Sé que no va a ser fácil porque la mayoría de los niños sienten una fascinación brutal por las escenas de violencia, entre hombres y de hombres contra mujeres, animales e infancia, hasta que la normalizan y se insensibilizan completamente a ella. Y como además en todos los espacios públicos hay pantallas donde se muestran escenas violentas, pues más difícil todavía. Sin más lejos, los trailers de publicidad que ponen antes de las películas infantiles en los cines. 


Pero yo siento que mi deber como madre es garantizar el derecho de mi hijo a vivir una infancia libre de la exposición a la violencia. 


Mi intolerancia no tiene cura y va aumentando con el tiempo. Lo mismo que no soporto la violencia física y sexual, ni el maltrato animal, tampoco soporto la violencia psicológica y emocional. Cuando una persona adulta comienza a humillar a un niño o una niña usando bromas crueles para que los demás adultos se rían, me pongo mala.

También me pongo fatal cuando veo las batallas en las redes sociales, los linchamientos y las humillaciones públicas, las cancelaciones a mujeres. Me duele en el alma cuando las compañeras no pueden más y deciden que se van de las redes. También me duele cuando me toca a mí: me pongo a temblar cuando los haters posan sus ojos sobre mí y se lanzan a matar. 


También me hace sufrir mucho la violencia contra la población por parte de los gobernantes. Me da muchísima rabia que ejerzan tanta violencia contra las personas mayores en la residencia, y contra las niñas y niños, porque son los más vulnerables. Me siento fatal cuando veo como destrozan nuestro patrimonio para entregárselo a sus amigos. Me retuerzo del dolor cuando veo que las leyes de mi país permiten llegar al gobierno a cualquier psicópata, y cuando compruebo que nuestras democracias no pueden defendernos de la gentuza que usa nuestro dinero para hacer más ricos a los ricos, y que atentan contra nuestros derechos fundamentales con una impunidad total. 


La pobreza es violencia. 

La exclusión social es violencia. La falta de derechos humanos es violencia. 

Los desahucios son violencia.

Las listas de espera son violencia.

La ratio en las aulas y en los centros médicos son violencia.


Para mí es intolerable que una persona enferma tenga cita para el especialista dentro de un año. No comprendo cómo los políticos que destrozan la Seguridad Social no están en la cárcel. Atentan contra nuestros tesoros más preciados, Sanidad y Educación, maltratan a personal sanitario y docente, destrozan nuestros templos más sagrados (escuelas y hospitales), y no van a la cárcel porque la ley les permite ejercer toda su violencia sin consecuencias penales. 


Debido a mi intolerancia, alergia o hipersensibilidad no puedo ver películas ni series, pero sí veo telediarios. Aunque me sienten tan mal y me duela todo el cuerpo, no puedo mirar para otro lado mientras vemos un Genocidio en directo. No puedo mirar para otro lado, porque estoy viviendo la Historia del tiempo presente, y hay dos millones de personas palestinas sufriendo un exterminio. Cuando estaba sucediendo el Holocausto, millones de alemanes no olían las cremaciones, no escuchaban, no veían los campos de concentración. Pero ahora todos y todas podemos verlo en directo. Y yo quisiera no tener que verlo, pero es mi deber saber qué está pasando en el mundo.


No puedo mirar para otro lado.


Lo único que me calma el dolor es ver los vídeos y las fotos de las manifestaciones que están teniendo lugar en todos los pueblos y ciudades del mundo. Veo a millones de personas en las calles pidiendo a los gobiernos que paren la violencia, y no me siento tan rara ni tan sola.


También me ayuda mucho pensar que soy muy afortunada por poder hacer pedagogía aquí, en mis redes, en mis libros, y en todas las charlas y formaciones que doy. Ayudo a la gente a tomar conciencia dando a conocer las cifras sobre los efectos de las pantallas en los cerebros de los niños y las niñas, del retraso cognitivo que provoca la sobrexposición, de la cantidad de niños adictos al porno, del aumento de las violaciones en manada, las cifras de abuso sexual infantil, de femicidios, de violencia machista.

Una vez que entienden la estructura de abuso y violencia en la que nos relacionamos, empiezo a hablarles de otras formas de divertirnos que no impliquen sufrimiento, otras formas de relacionarnos y de resolver los problemas, y les hablo de la cultura de la no violencia. 

Para mí es clave que todos y todas aprendamos a tomar conciencia no solo de las violencias que sufrimos, sino también de las que ejercemos.

Yo me trabajo las mías, porque si quiero un mundo sin violencia, tengo que empezar por mi misma. Y lo mismo que no tolero la violencia de los demás, trabajo para no tolerar tampoco la mía.

No hay fórmulas mágicas: se trata de hacer un trabajo personal continuo para ser mejor persona. Se trata de no consumir los productos culturales que exaltan al macho violento, y hacer boicot a las industrias que se dedican a normalizar y romantizar la violencia. 

Se trata de educar a las nuevas generaciones para que no se acostumbren a ella. 

Se trata de reivindicar nuestro derecho a vivir una vida sin explotación, abuso, violencia y sufrimiento, y de exigirle a los gobiernos que queremos vivir en paz, que es un derecho humano fundamental.


Yo sé que no estoy sola, que muchas y muchos de los que me leéis pensáis igual que yo, y que cada cual está tomando conciencia y ayudando a los demás a tomar conciencia de lo importante que es trabajar la violencia, a nivel personal y a nivel colectivo, para que todas y todos podamos vivir en un mundo mejor.


Y os agradezco mucho la compañía, de veras. 


Coral Herrera Gómez 


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