Recuerdo el día en que un amigo me pidió una pausa en la relación después de una discusión fortísima de la que salimos los dos muy heridos. Intentamos hablarlo varias veces pero no había forma, nos dolía a los dos un montón, y lo empeorabamos en lugar de arreglarlo.
Me dijo que necesitaba alejarse un tiempo y a mí me dolió mucho, pero respeté su decisión. Y me consolé a mí misma pensando que nos iba a venir bien, aunque tuve que trabajarme mucho por dentro el ego, y ese miedo atroz a que me dejen de querer.
A veces me daban ganas de escribirle cuando me acordaba de él, cuando veía algo en las redes que pensaba que le podría gustar, o cuando pensaba en la muerte. Me acordaba de él en su cumpleaños, en navidades, o cuando me pasaba algo y necesitaba hablar con él. Me asaltaban los recuerdos cuando escuchaba una canción que habíamos compartido, y me preguntaba a menudo si él y su familia estarían bien.
A veces me enfadaba pensando, ¿hasta cuándo vamos a estar así?, ¿cómo es que no me echa de menos? Me daban ganas de llamarle y decirle, oye, ¿qué pasa si nos morimos uno de los dos, nos vamos a quedar con el dolor de no haber disfrutado estos últimos años?
Pero aguanté cuatro años, y cuando volvimos de nuevo a hablar, y a retomar la amistad, fue bien lindo porque ya se nos había ido el enfado, y pudimos volver a querernos sin hacernos daño.
En mi vida he pasado por esto con varias personas, a veces ha sido suficiente con un año de escaso o nulo contacto, otras veces hemos necesitado más tiempo.
No es fácil, pero en todas hemos logrado que la relación no se rompiera. En las vacaciones da tiempo a tomar perspectiva, a hacer autocrítica, a pensar mucho, y a echarnos de menos.
Y volver a conectar es hermoso, porque es como darle al standby, y a resetear la relación, y empezar de nuevo desde otra perspectiva.
Muchos creemos que para tomar una decisión así hay que tener una pelea descomunal, pero en realidad es mejor hacerlo antes de que estalle todo en mil pedazos. Porque si estalla, a veces no se pueden pegar los trocitos, y no queda igual que antes.
Yo sé que suena raro lo de las vacaciones, pero es mejor que romper definitivamente. No es una derrota, sino más bien es como meter la relación en un congelador y esperar a que las emociones bajen de intensidad.
A veces las relaciones largas están tan cargadas de dolor que no hay manera de relacionarse sin sufrir, y sin hacer sufrir a la otra persona.
Y es que los cuidados son muy importantes no solo cuando todo va bien, y nos queremos mucho, y no hay problemas. También hay que cuidar mucho a la gente que amas cuando sientes mucha rabia y mucho dolor, sobre todo cuando sabes que puedes hacer mucho daño a la persona a la que quieres.
Si la rabia es muy grande, puedes destrozar a esa persona con palabras de las que luego te puedes arrepentir, y a veces no sirve de nada pedir perdón, y no hay manera de que la relación siga.
No es fácil cuidar a la otra persona para que el rencor acumulado no la destroce, por eso lo mejor es alejarse, pero puedes hacerlo bien, sin necesidad de hacer la guerra.
Esto no es lo más común, porque siempre pensamos más en cómo protegernos a nosotros y a nosotras mismas. Pero al cuidar a las personas que quieres, también te estás cuidando a tí.
El rencor es como una bomba de relojería, o como un globo que se va llenando de aire y en un momento dado, explota. En las relaciones de pareja es el principal motivo por el cual se va muriendo el amor, porque el rencor transmuta fácilmente en odio. Y desde el odio nos faltamos al respeto, y las discusiones son un cruce de reproches interminables que no nos llevan a ningún lado. Es una emoción demasiado fuerte, por eso lo mejor es dejar la relación cuando llegamos a ese punto.
En las relaciones de amistad , si podemos evitar que el rencor no se convierta en odio; podemos poner en pausa la relación, alejarnos y pactar amorosamente el contacto cero.
Lo mismo que tienes que cuidar a la otra persona cuando estás enfadada, también tienes que protegerte a ti misma del dolor y la rabia de los demás. La vida es muchísimo más dura cuando estás en una lucha de poder interminable que te quita mucha energía, y te quita la paz interior.
Cuando ponemos en pausa una relación, o nos tomamos unas vacaciones, tenemos que ser conscientes de que a veces los ritmos de cada cual son diferentes, que unos necesitamos más tiempo y otros menos. Y también asumir el riesgo de que la otra persona se de cuenta de que vive muy bien sin tí, y decida que no quiere retomar la relación. Hay que aceptarlo también, con mucha humildad. Y asumir que también nos puede ocurrir a nosotras.
Más duro es aceptar que nos podemos morir sin habernos dado un abrazo, pero hay que asumirlo también.
En relaciones de pareja y familiares es más difícil hacer una pausa. Pero sí se pueden firmar tratados de no agresión, se puede pedir un alto el fuego, se puede también tener una relación cordial y respetuosa en la que ambas personas tomen una sana distancia para que el resto de la familia no se vea afectada.
Porque también es importante cuidar a la gente que rodea a la relación. Generalmente lo que hacemos es pedirles que se posicionen a nuestro favor, y para ellos es súper difícil cuando les obligas a elegir, porque quieren a las dos personas. Y además, no es justo que los demás sufran porque nosotros estamos sufriendo.
Cuando no hemos podido evitar la guerra, aceptemos que ha llegado el final. También cuando, por mucho empeño que le pongamos, la relación no funciona y no hay manera de arreglarla. A veces el amor no es suficiente para sostener una relación, a veces evolucionamos de manera muy diferente, y aunque nos queramos mucho, hay relaciones que es mejor terminar para siempre.
Ojalá tuviésemos herramientas para cuidar nuestras emociones de manera que no hagan daño a los demás, y para resolver nuestros problemas sin violencia. Ojalá supiésemos cuidarnos, y cuidar a los demás, ojalá fuéramos más responsables y honestos, y dejáramos de echarle la culpa de todo lo que nos pasa a los demás. Creo que si supiésemos hacer autocrítica amorosa, reconocer errores y pedir perdón, nuestras relaciones serían mejores, y nuestras vidas serían mejores también.
También nos ayudaría mucho dejar de vivir los conflictos como si fueran batallas en las que nuestra misión es conseguir nuestro objetivo, imponer nuestro criterio, demostrar que tenemos razón, machacar al enemigo psicológicamente, y destrozarlo hasta que se ponga de rodillas.
Si en lugar de batallar pudiéramos ponernos a buscar soluciones a los problemas, sería todo más fácil. Es cierto que hay problemas que no tienen solución, o al menos no en ese momento, ni con esas emociones que estamos sintiendo. Podemos dejar las cuestiones en pausa, igual que dejamos la tierra en barbecho, y retomarlas cuando haya pasado un tiempo.
Quizás más adelante sea más fácil resolverlo, ya con más experiencia y sabiduría.
Porque sí, el tiempo calma las emociones, alivia el sufrimiento, cambia nuestra forma de ver las cosas. El orgullo se desinfla como un globo, lentamente, y empezamos a ver el conflicto desde fuera, ya sin tanta pasión.
Llega un día en el que ya te sientes preparada emocionalmente, que ya no queda rastro de la rabia ni del rencor en tu interior. Es el día en el que te puede la nostalgia y sientes que quieres tener a esa persona cerca, y volver a formar parte de su vida... si es que ella también se siente preparada.
El tiempo de la distancia es duro, pero el reencuentro es hermoso. Volver a retomar una amistad de muchos años, ya libres ambos de enfado o de dolor, es como un regalo de la vida.
Por experiencia propia, siento que unas vacaciones a tiempo pueden ayudar a que no se rompa una relación. A veces no son iguales que antes, otras veces son mejores... y otras son diferentes. Pero son bonitas igualmente.
Contadme vosotras, ¿habéis retomado alguna vez relaciones familiares o de amistad con el tiempo?, ¿os han ayudado las vacaciones a cuidaros y a cuidar el vínculo amoroso?
Coral Herrera Gómez
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