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6 de junio de 2024

¿Qué es "lo normal"?, ¿Quién es "normal"?







"Cuando un juicio no puede enunciarse en términos de bien y de mal se lo expresa en términos de normal y de anormal. Y cuando se trata de justificar esta última distinción, se hacen consideraciones sobre lo que es bueno o nocivo para el individuo. Son expresiones de un dualismo constitutivo de la conciencia occidental". 
Michel Foucault




Lo normal, la normalidad, lo normativo, son conceptos que hemos creado para tratar de definir el conjunto de normas que regulan nuestra convivencia. Tiene que ver, según la RAE, con la costumbre, lo habitual, lo corriente, lo común, lo frecuente, lo acostumbrado, lo razonable y lo lógico. En su lado opuesto, está lo anormal, asociado con la rareza y lo insólito. 


El concepto "normal" nos sirve para distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, lo que está bien y mal. Pero la normalidad sirve, además, para discriminar a todas las personas y grupos humanos que no se ajustan a los patrones y modelos que sigue la mayoría. 


Aquellos que son diferentes se etiquetan como anormales, inadaptados, raros, desviados.

Los que no obedecen los mandatos sociales y de género son también considerados locos, chalados, marcianos, dementes.


Las personas que más rechazo generan son aquellos que resultan inclasificables: por mucho que lo intentemos no podemos etiquetarles ni definirles según los estereotipos. 


¿Qué son los estereotipos? Son imágenes agrupadas en categorías que se usan para simplificar la realidad mediante la generalización. Por ejemplo: “los andaluces son fiesteros”, “los latinos son apasionados”, “los pobres son vagos”, “las madrastras son malas”, “las niñas son cursis y débiles”


¿Para qué sirven los estereotipos? Para que todo siga como está, para que el orden social se mantenga intacto, y para perpetuar la jerarquía social y los valores del capitalismo y del patriarcado: la acumulación de poder, el abuso y la explotación, el acaparamiento, el individualismo y el consumismo, las relaciones basadas en la estructura de la dominación y la sumisión. 


Los estereotipos, además, sirven para reforzar el machismo, el clasismo, el racismo, la xenofobia, la aporofobia, la lesbofobia, la homofobia, la misoginia, y demás enfermedades de transmisión social. 


La “normalidad” es un dispositivo de control social que nos somete a las leyes de un grupo. En ellas se nos dice cómo debemos vestirnos, cómo debemos movernos, cómo debemos pensar y actuar, cuáles deben ser nuestras metas y aspiraciones, cuáles deben ser nuestras emociones y cómo deben ser nuestras relaciones con los demás. 


¿Cómo consigue el poder que obedezcamos la norma? 


Asociando lo “normal” a lo “natural”, es decir, asociando lo “normal” a la naturaleza, la biología, y la realidad material. Un ejemplo es la idea de que las mujeres nacemos con un don natural para cuidar a servir a los demás, y que no necesitamos nada a cambio. Nosotras, por naturaleza, somos sacrificadas y entregadas, y nuestro papel en el mundo es servir a los hombres para que vivan como reyes. 


También se nos asigna el rol de sirvientas con la excusa de que así nos han tratado siempre. Cuando nos dicen que “la vida es así”, en realidad nos quieren hacer creer que no hay nada que podamos hacer para cambiar las cosas: son así desde el principio de los tiempos. Este es el argumento que usan para defender las tradiciones culturales en las que se ejerce violencia contra las mujeres o los animales: atentan contra los derechos humanos, pero “es su cultura y hay que respetarla” 


Los mandatos del orden social no están escritos en ninguna parte, pero todos los seres humanos los aprendemos desde pequeños en casa, en el colegio y a través de la cultura y los medios de comunicación. Aprendemos que los niños no lloran y  las niñas no se enfadan, aprendemos a obedecer a los más fuertes y a abusar de los más débiles, aprendemos rápidamente quienes mandan y quienes merecen mayor respeto, y cuál es nuestro lugar dentro de la jerarquía social.  


¿Cuál es el castigo para todos y todas aquellas que se desvíen de la norma, o la desobedezcan? 


El rechazo y el ostracismo. No hay nada que nos duela más que nos critiquen y que nos condenen a la soledad. Cuando no existían las cárceles, las personas que causaban daño a algún miembro del clan eran expulsadas del grupo, y el tener que marcharse y dejar de contar con la protección de la comunidad significaba la muerte. 


Y es que los seres humanos no podemos sobrevivir sin los demás: somos animales gregarios. Las especies que viven en manadas sobreviven más tiempo, y la Humanidad es una especie muy vulnerable que ha podido sobrevivir gracias a su inteligencia colectiva, y a su capacidad para trabajar en equipo y para cooperar. 

Hoy en día castigamos a las personas que son diferentes o que se desvían de nuestro concepto de “normalidad” mediante la expulsión hacia los márgenes y la periferia. 


Nadie desea caer en la exclusión social, por eso tendemos hacia la homogeneización: la diferencia nos asusta, y todo aquello que nos rompe los esquemas mentales y las creencias, nos da miedo. Por eso nos esforzamos por cumplir con los mandatos sociales y por hacer “lo que todo el mundo hace”, aunque para ello tengamos que traicionarnos a nosotros mismos. 


La normalidad también tiene que ver con la hegemonía, es decir, el grupo de poder que decide lo que es normal y lo que no lo es, y por tanto, quién es normal y quién no lo es. 


A través de la cultura estos grupos nos imponen su ideología y su visión de mundo como si fuera la única posible. Por eso podemos afirmar que la normalidad es un concepto arbitrario que sirve como mecanismo para crear sentido y para imponerlo como si fuera producto de la naturaleza o la ley divina. 


Sin embargo, el concepto de normalidad cambia según las culturas y las generaciones. Lo que es "normal" para mí, no lo es para mi abuela. Las normas son diferentes según donde hayas nacido: por eso lo que es “normal” para una mujer europea, puede no serlo para una niña saharaui o para una anciana japonesa. 


Cada comunidad tiene sus costumbres, cosmovisiones, tradiciones, creencias y supersticiones, cada religión tiene sus mandamientos, cada pueblo establece sus propias normas.


La normalidad varía no sólo según las zonas geográficas, sino también según las épocas históricas, la clase social, la etnia, el género.... y las circunstancias personales. Cada uno de nosotros tiene una idea particular de cosas que son "normales" y cosas que no lo son. 


Nos obligan a “normalizarnos” para que nos reprimamos y nos disciplinemos, y sigamos la senda marcada: el coste de ser uno mismo o una misma en esta sociedad es demasiado alto. Por eso todos y todas llevamos una máscara social y simulamos que estamos completamente adaptados a la norma, aunque la realidad es que nadie se adapta de un modo total y absoluto. 


Prueba de ello es que, como nos contaba Foucault, el sistema tiene que vigilar, controlar y castigar a la población constantemente para que no nos desviemos de la norma. 


En general, nos cuesta más asumir normas que nos han sido impuestas, y nos cuesta menos aceptarlas cuando participamos en su elaboración y aprobación. Por eso al poder le cuesta tanto imponer las suyas, y por eso invierte tanto dinero y energía en los sistemas represivos y de control. 


En la posmodernidad sólo se nos permite la transgresión a un nivel estético. Nuestras jerarquías son una gran fuente de violencia y sufrimiento, pero solo nos atrevemos a innovar en el ámbito de la imagen, la moda y del consumo. 


Otras normas son posibles, otra normalidad es posible: ¿cómo podríamos cambiarla? 


En primer lugar, desalojando al policía patriarcal que llevas dentro de ti y con el que te juzgas a ti mismo/a, y a los demás. Cuando dejas de preocuparte por encajar en la sociedad, entonces te liberas a ti y también liberas a los demás, para que puedan ser ellos mismos y ellas mismas.


El limite a la libertad ya sabemos cuál es: tu puedes ser como quieras, siempre y cuando no abuses del resto, y no hagas daño a los demás.


En segundo lugar, tenemos que asumir colectivamente que la normalidad es un asunto político, que solas y solos no podemos, y que necesitamos a los demás para cambiar las normas y para cambiar nuestra realidad. 


Y en tercer lugar, trascendiendo lo estético y llevando a cabo una revolución ética que realmente sea transformadora, y a partir de la cual podamos inventar nuevas normas.


La revolución no está en la imagen que ofrecemos ni en nuestro aspecto físico, sino en los cambios personales que haces para intentar ser mejor persona, y en los cambios sociales que hacemos juntas para transformar nuestras formas de relacionarnos y de organizarnos económica, sexual y afectivamente. 


Que no se nos olvide que las mejores normas son las que elegimos y establecemos nosotros y nosotras en comunidad, no las que vienen impuestas por los grupos de hombres con poder. 

Otras normas son posibles, otras realidades son posibles.

Coral Herrera Gómez



Este artículo fue publicado en la Revista Valors, número 226

con el título:

“La normalitat, un assumpte polític”



Según el Diccionario de María Moliner: Norma

"Regla sobre la manera como se debe hacer o está establecido que se haga cierta cosa: "La provisión de cargos está sujeta a ciertas normas". 

Norma general. Norma de conducta. 

Uso, costumbre: "Las normas sociales varían de un país a otro". Conjunto de las reglas de fabricación de un producto destinadas a estandarizar y a garantizar su funcionamiento, seguridad, evitar efectos nocivos, etc."

Según la RAE, Normal es:

1. adj. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural.
2. adj. Que sirve de norma o regla.
3. adj. Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.


Normalizar es: 
1. tr. Regularizar o poner en orden lo que no lo estaba.
2. tr. Hacer que algo se estabilice en la normalidad. Normalizar políticamente.
3. tr. tipificar (‖ ajustar a un tipo o norma).





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31 de octubre de 2023

Si te enamoras, estos son tus Derechos Fundamentales



Cuando te enamores, tienes que cuidarte mucho a tí misma para que no abusen de ti y no te hagan daño. Hay muchísimas mujeres en el mundo que pierden sus derechos fundamentales y su libertad cuando se emparejan y se casan con un hombre. Y no solo pierden derechos: también pierden la dignidad, la salud y la vida. 

Amar no es renunciar. No es sacrificarte. No es entregarte por completo y dejar que hagan contigo lo que quieras. 

Es muy importante que aprendas a defender tus derechos, y a defenderte de todos aquellos que pretendan controlarte, limitarte y someterte. Son derechos con los que todas y todos nacemos, son nuestros y no se pueden regalar, ni se pueden vender, ni se pueden comprar. 

Para defenderlos, tienes que tener claro cuáles son: 

 - Tienes derecho a negociar y acordar con tu pareja qué tipo de relación queréis tener: abierta o cerrada, con o sin convivir bajo el mismo techo... Si no coincidís en el tipo de relación que queréis construir, no te sientas obligada a aceptar sus condiciones: si no es lo que quieres, no cedas, ni tragues, ni te quedes ahí pensando que tu amor le hará cambiar. Mejor ni empieces la relación.

- Tienes derecho a negociar el tiempo y la frecuencia con la que te ves con tu compañero, no puede imponerte sus necesidades si no coinciden con las tuyas.

- Tienes derecho a negociar y pactar la forma en que vais a cuidar vuestra salud sexual, tu pareja no puede imponerte el tipo de protección o de barrera que vas a usar frente a enfermedades, infecciones y embarazos. En las relaciones heteras, recuerda que la que te quedas embarazada eres tú, no él. 

- Tienes derecho a moverte con libertad: como todos los seres humanos. Naciste libre y no tienes por qué pedir permiso a tu pareja para salir y entrar, para viajar, para quedar con tus amigas y amigos. No tienes tampoco que someterte a ningún tipo de vigilancia: si te ves obligada a informar en todo momento donde estás y con quién, es porque tu compañero desconfía de ti, y si te coarta la libertad es porque estás en una relación violenta.

- Tienes derecho a tener tu propia red de gente querida: emparejarse jamás es sinónimo de aislarte y abandonar a tus amigos, amigas y familia. Tienes derecho a pasar tiempo con tus tribus, con y sin tu pareja. Si tu pareja te quiere bien, jamás intentará aislarte o impedirte que compartas tiempo con ellas.

- Tienes derecho a tener tu intimidad y tu privacidad, y puedes negarte a dar tus contraseñas o a darle el teléfono a tu pareja si te lo pide para revisarlo. No tienes derecho a pedirle a tu pareja que renuncie a su privacidad ni a que te revele sus contraseñas.

- Tienes derecho a vestirte como quieras, y a llevar el calzado y los accesorios que te apetezcan. No importa si a tu pareja le gusta o no: tienes derecho a elegir tu vestuario y a ser leal a tu estilo y a tus propios gustos.

- Tienes derecho a estudiar y a trabajar en lo que tú quieras, sin que tu pareja te indique lo que deberías querer o hacer. Eres tú la que decides dónde y cuanto tiempo quieres estudiar, y a qué te quieres dedicar. Si a tu pareja no le gusta, es su problema. 

- Tienes derecho a manejar tu dinero como te plazca, sin tener que dar cuentas a tu pareja de cuánto ahorras o cuánto gastas. Si vivís juntos podéis acordar la cantidad que tenéis que poner para los gastos compartidos, pero recuerda que tus ingresos, o tu salario, es tuyo y tú decides en qué lo empleas.

- Tienes derecho a tener tu propia vida social y tu propia agenda, y no estás obligada en modo alguno a "acoplarte" a su vida social.

- Tienes derecho a tener el mismo tiempo libre que tu pareja, así que no toleres una relación de abuso en la que tu pareja tenga más tiempo libre que tú porque te obliga a asumir sus responsabilidades a ti. 

-Tienes derecho a vivir libre de explotación: las tareas de cuidados (hogar, familares, bebés, niños y niñas, mascotas, platas y demás seres vivos) han de ser compartidas y equilibradas. Los cuidados si nos son mutuos, son explotación. 

- Tienes derecho a decir lo que piensas y lo que sientes, y a expresar lo que quieres, y lo que no quieres. Si sientes miedo, si prefieres callar, si tu pareja te hace sentir mal y prefieres no hablar para no alterarle o enfadarle, es porque estás en una relación violenta.

- Tienes derecho a decir que no cuando no quieras tener relaciones sexuales con tu pareja. No estás obligada a complacerle, ni a anteponer sus deseos a los tuyos. Si tu pareja te quiere bien, te respetará y no te hará chantaje ni te presionará.

- Tienes derecho a ser bien tratada todo el tiempo. No importa si tu pareja está estresado, enfadado, celoso, frustrado, o dolido: tiene que tratarte bien siempre, cada momento. No hay excepciones: tu pareja no puede insultarte, ni humillarte, ni reírse de tí, ni despreciarte, ni gritarte. Si te sientes triste, angustiada, ansiosa o tienes miedo, es porque te están haciendo sufrir. 

- Tienes derecho a poder hablar de tu pasado, y de tus anteriores parejas, y a mantener tu amistad con ellas. No puedes borrar quién eres, ni olvidarte de tu vida anterior. 

- Tienes derecho a elegir qué tipo de vida quieres vivir, a tener tus sueños y tus proyectos, y a dedicar tiempo a tus pasiones. Nunca te olvides que tu pareja tiene exactamente los mismos derechos que tú.

- Tienes derecho a estar tranquila, a vivir bien, a disfrutar de una Buena Vida. Si no eres feliz, si no te sientes querida, si tu pareja quiere que sufras, recuerda que tienes derecho a tomar las decisiones que tengas que tomar para velar por tu bienestar físico, mental y emocional.

- Tienes derecho a elegir libremente la maternidad: tu pareja no puede obligarte a tener hijos e hijas, ni pedirte que renuncies a la maternidad, ni puede presionarte de ninguna manera. Eres tú la que gesta y pone el cuerpo: tienes derecho a elegir si quieres ser madre o no, y a elegir cuántos hijos e hijas quieres tener.

- Tienes derecho a separarte cuando quieras. Este es uno de los derechos más importantes, porque muchas mujeres pierden la vida cuando sus parejas no aceptan la ruptura. Cada día son asesinadas 137 mujeres en todo el mundo por desobedecer a sus maridos, o por querer separarse y divorciarse. Muchas mujeres no se separan por miedo a que sus parejas les hagan daño a ellas o a sus hijos/as.

- Tienes derecho a no compartir con tu pareja su vida familiar o social si las personas que forman parte de su red no te tratan bien, o no te resultan buenas personas. Tu pareja no puede obligarte a estar con gente que no te agrada.

- Tienes derecho a elegir cuánto tiempo quieres dedicar a tu familia cuando tu pareja no se lleva bien con ella. No estás obligada a distanciarte de los tuyos, y si intenta que lo hagas, ojalá salten todas tus alarmas para impedir que te aíslen. 

- Tienes derecho a disfrutar del sexo, del amor y de la vida: recuerda que no viniste al mundo a sufrir, ni a aguantar, ni a pasarlo mal. No es necesario sacrificarte ni soportar: si no te sientes bien tienes que cuidarte y pensar todo el tiempo en tu bienestar. Recuerda que si no puedes disfrutar, no es tu relación. Y que solo podemos amar en libertad, en igualdad, y con nuestros derechos humanos fundamentales garantizados. 


Coral Herrera Gómez


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El Amor Romántico y los Derechos Humanos


Declaración Universal de los Privilegios del Hombre









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El Amor Romántico y los Derechos Humanos



La gran mayoría de las mujeres sufrimos una pérdida flagrante de nuestros derechos fundamentales cuando nos enamoramos y nos emparejamos con un hombre. En este post podéis ver los datos de los abusos y las violencias que sufrimos las mujeres en pareja, aquí os quiero proponer un repaso breve a los derechos que perdemos cuando nos casamos.

Empezamos con el primer artículo de la Declaración de Derechos Humanos: 

-Todos los seres humanos nacen libres e iguales, y todas las personas tienen los derechos proclamados en esta carta. Sin embargo, los hombres no tratan a sus compañeras como iguales, sino como sirvientas: la mayor parte de las mujeres del mundo trabajan gratis para sus maridos. Sin vacaciones, sin permiso por enfermedad, sin salario, sin derecho a jubilación: las mujeres no tenemos derechos laborales dentro del hogar, ni tampoco derecho a remuneración. 

-Todo individuo tiene derecho a la vida, la libertad y la seguridad. Menos las mujeres asesinadas por sus parejas, las mujeres que no pueden salir de casa, y las mujeres que sufren violencia en sus hogares. 

-Nadie será sometido a esclavitud ni a servidumbre. Excepto millones de mujeres en el mundo que sirven a sus maridos como si fuesen reyes. 

-Nadie será sometido a penas, torturas ni tratos crueles o inhumanos. Nadie, excepto las mujeres que viven en relaciones de pareja sometidas a la violencia psíquica, emocional, sexual y física durante toda su vida. 

Seguimos con otros artículos: 

Artículo 9: Nadie podrá ser detenido, desterrado ni preso arbitrariamente. Excepto las mujeres que tienen que pedir permiso para salir de casa, y las que viven permanentemente confinadas en sus hogares. 

Artículo 12 : Toda persona tiene derecho a la privacidad, la honra y la reputación. Excepto las mujeres que tienen que mostrar sus contraseñas de los perfiles en redes sociales, correo, etc, y las que deben mostrar su teléfono u ordenador a sus maridos cuando ellos lo requieren.

Artículo 13: Toda persona tiene derecho a la libre circulación y a elegir libremente su residencia, excepto las mujeres obligadas a obedecer al marido y a pedirle permiso para ir y venir donde le plazca. 

Artículo 16: Todos los individuos tienen derecho a un matrimonio libre y a la protección de la familia. Excepto las niñas y mujeres que son casadas a la fuerza y vendidas por sus padres en todo el mundo. 

Artículo 17: Toda persona tiene derecho a la propiedad individual o colectiva. Excepto las que son despojadas de sus bienes al casarse, y las que no pueden tener propiedades porque sus maridos las ponen a su nombre. 

Artículo 18 y 19: Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión. Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión.

Excepto las mujeres que son obligadas a convertirse a otra religión, las que no pueden votar a quien quieren porque sus maridos controlan su voto, y las que pueden pensar libremente pero jamás decir lo que piensan ni actuar según sus convicciones y creencias porque no son las del marido. 


Artículos 20 y 27: Toda persona tiene derecho a la libertad de reunión y asociación. Toda persona tiene derecho a tomar parte en la vida cultural de su comunidad.

Excepto las mujeres a las que sus maridos no permiten hablar con hombres, o aquellos que impiden a sus compañeras acudir a reuniones y asambleas de asociaciones y colectivas. 


Artículos 23, 24 y 25: 

Toda persona tiene derecho al trabajo y la protección contra el desempleo.

Toda persona tiene derecho al descanso y al disfrute del tiempo libre.

Toda persona tiene derecho al bienestar: alimentación, vivienda, asistencia médica, vestido y otros servicios sociales básicos.

De estos derechos no gozan las mujeres que tienen doble jornada laboral y sufren al mismo tiempo la tiranía del marido y del jefe. 


¿Y si nos ponemos con los derechos sexuales y reproductivos? Entonces la cosa va a peor: muchas de las mujeres que viven en pareja en el mundo no pueden elegir sus maternidades libremente, ni cuantos hijos quieren tener, ni con qué distancia entre ellos. Muchos maridos prohíben a sus compañeras el uso de anticonceptivos. Muchos mutilan genitalmente a sus hijas para que no puedan tener una vida sexual satisfactoria, y sufran dolor cuando sus maridos les obliguen a cumplir con el débito conyugal. 

El 50% de las mujeres del mundo no pueden decir que no cuando sus maridos quieren tener relaciones sexuales, y muchas otras están condenadas a no tener relaciones sexuales con nadie, solo porque están casadas. 

Las niñas y las jóvenes tienen que conocer sus derechos, y los niños y los jóvenes tienen que tomar conciencia de sus privilegios. Es una cuestión de justicia social: las mujeres tenemos derecho a amar en igualdad y en libertad, tenemos derecho a tener derechos, y a no ser tratadas como sirvientas de los hombres. 

Lo más importante para nosotras es que se respete nuestro derecho al divorcio, dado que millones de mujeres en el mundo viven atrapadas en relaciones en las que no quieren estar por falta de autonomía económica y por estar encarceladas en relaciones violentas. Las matan cuando quieren escapar: todos los días son asesinadas 137 mujeres en el mundo a manos de sus parejas. Por eso es tan importante que los Estados garanticen nuestro derecho a separarnos, y que todas tengamos los ingresos necesarios para poder hacerlo. 

Renunciar a nuestros libertad y nuestros derechos no es una prueba de amor. Y es muy peligroso para nosotras vivir bajo el mismo techo con alguien que limita nuestra libertad y nos deja sin los derechos más básicos para una vida digna. 

Nunca te dejes dominar ni aplastar por alguien que dice amarte, nunca uses el amor para intentar limitar la libertad de nadie: el amor no es una cárcel, solo podemos amar plenamente en libertad.  

Coral Herrera Gómez


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¿Por qué las mujeres no podemos divorciarnos?










Disfrutar del Amor

Número de episodios: 10

Duración:  40 minutos cada uno

Plataformas: Ivoox y Spotify


19 de agosto de 2023

Prólogo La Construcción Sociocultural del Amor Romántico, de Coral Herrera



Mi propósito en este trabajo de investigación ha sido demostrar que lo romántico es político, analizar cómo se construye socioculturalmente el amor, y estudiar cómo esta construcción influye significativamente en las estructuras económicas y políticas de la sociedad occidental.

Sin embargo, no habría podido escribir este libro si, a lo largo del siglo xx, no se hubiese dado el gran debate epistemológico que destronó al cientifismo empirista y gracias al cual surgieron investigaciones que demostraron el sesgo etnocéntrico y androcéntrico del pensamiento científico occidental. 

Los principales protagonistas de este debate fueron los pensadores de la Teoría Crítica liderada por la escuela de Frankfurt en los años 30, el postestructuralismo, la sociología del conocimiento y la Teoría feminista, que sacaron a la luz teorías y científicos (sobre todo científicas) marginados por la ciencia, cuestionándose así numerosas verdades dadas por supuestas. Esta tarea deconstructiva demostró que lo que se consideraba ciencia universal era sencillamente una actividad ejercida por hombres blancos, occidentales, y en su mayor parte de clase media.

También se puso de relieve el hecho de que la mayor parte de sus investigaciones estaban impregnadas de ideología patriarcal y capitalista. Se derribó, así, el mito del cientifismo como verdad universal y el mito del científico como un robot objetivo sin emociones, sin condicionamientos culturales, sin intereses personales. Fue entonces cuando se reveló la dimensión hipermasculina de la ciencia, que había marginado durante siglos a la mujer como sujeto y como objeto de estudio científico.

Gracias a este debate y a este proceso deconstruccionista, la ciencia vio cuestionada profundamente la pretensión de validez universal y de neutralidad de la que había hecho gala desde el siglo XVII. Las principales consecuencias de este debate fueron la ampliación de los límites del conocimiento y el surgimiento de nuevas áreas de investigación científica. Este hecho posibilita, en la actualidad, adentrarse en espacios del conocimiento que no han sido considerados, hasta hoy, dignos de ser estudiados, como las emociones y las relaciones. 

Hoy se acepta comúnmente que todos estamos influidos por la cultura en la que nos hemos criado, por el género al que se nos adscribe al nacer, por la educación que recibimos y las instituciones sociales, la religión, nuestro estatus social y económico, además de nuestras propias aspiraciones personales y experiencias vitales, que conforman nuestra identidad. Por ello, ningún científico,institución científica o investigación empirista puede hoy declararse objetivo o neutral. De hecho, se considera más honesto que los y las profesionales de la ciencia admitan en sus investigaciones el punto del que parten, y tengan en cuenta a la hora de elaborar sus teorías e hipótesis la perspectiva personal desde la que ejercen la actividad del conocimiento, para así diferenciar sus propios condicionamientos culturales y personales del objeto de estudio. Es decir, admitir la inevitable subjetividad que impregna cualquier actividad humana en el área del conocimiento científico, dejando atrás mitologías científicas antes nunca cuestionadas.

En esta investigación mi intención ha sido centrarme en la dimensión cultural de las emociones y las relaciones humanas; en concreto, la del amor de pareja, porque creo que el amor romántico es hoy una de las bases que sostienen y perpetúan el patriarcado.

El trabajo de documentación no ha sido fácil, dado que no existe mucha bibliografía científica debido a la marginación de las emociones como objeto de estudio. La antropología ha estudiado temas como la familia, el parentesco, el matrimonio, el comportamiento sexual, los ritos vinculadores, el apego, el beso y las conductas altruistas, pero no específicamente el amor romántico, considerado generalmente como una peculiaridad exclusiva de las civilizaciones occidentales, según Yela García (2000). 

La sociología se ha centrado en el análisis del matrimonio (y la satisfacción en el mismo) como unidad básica de la estructura social y solo en contadas ocasiones ha concedido suficiente atención a la importancia estructural del amor y las creencias románticas en nuestra sociedad. En el campo de la historia, destacan las obras de algunos historiadores sobre el matrimonio (Westermarck, 1926) y la pasión (De Rougemont, 1939).

En el campo de las ciencias sociales, el interés por las emociones también se ha visto incrementado a medida que avanzaba el siglo xx. Ortega y Gasset (1941) se quejaba de que el tema del amor no fuese objeto de investigación científica o filosófica:

Si un médico habla sobre la digestión, las gentes escuchan con modestia y curiosidad. Pero si un psicólogo habla del amor, todos le oyen con desdén, mejor dicho, no le oyen, no llegan a enterarse de lo que enuncia, porque todos se creen doctores en la materia. En pocas cosas aparece tan de manifiesto la estupidez habitual de las gentes. ¡Como si el amor no fuera, a la postre, un tema teórico del mismo linaje que los demás, y por tanto, hermético para quien no se acerque a él con agudos instrumentos intelectuales!

Francesco Alberoni (1979) cree que los sentimientos son la base del conocimiento, y considera que el amor es la forma más simple de movimiento colectivo. Opina que, como fenómeno social, ha de ser estudiado por las ciencias sociales como categoría básica de relación social. 

Otros autores como Pitrim Sorokin también inciden en la dimensión social del amor y los sentimientos: tenemos prejuicios contra todas las teorías que intentan demostrar el poder del amor en la determinación de la personalidad y conducta humanas, en su influencia en el curso de la evolución biológica, social, mental y moral, en afectar a los acontecimientos históricos y en moldear las instituciones sociales y la cultura.

 «La preponderancia del tema amoroso en nuestras obras literarias muestra que el amor ha sido una pasión central de los hombres y las mujeres de Occidente. La otra ha sido el poder: de la ambición política a la sed de bienes materiales o de honores», Octavio Paz (1993).

Para Carlos García Yela (2002), es muy significativa la gran diferencia existente en cuanto a volumen de investigación entre el amor y otros temas «que quizá sean menos relevantes en la vida del hombre, como por ejemplo, el reflejo salivar condicionado».

Leo Buscaglia también opina que es ridículo que el Eros, una fuerza de la vida tan poderosa, sea ignorado, no investigado y condenado por los científicos sociales, «que en cambio, sí se ocupan mucho de esa otra fuerza llamada sexo, cuando originariamente y en rigor etimológico se trata del mismo fenómeno»

La psicología social comienza a tratar el tema en 1964. 

Secord y Backman incorporan en su manual de la disciplina un capítulo sobre atracción interpersonal donde se incluían unas breves consideraciones sobre el amor. Un año más tarde, Aronson y Linder (1965) divulgan su clásica «ley» sobre la atracción interpersonal. Poco después, Bloom (1967) publicará un artículo sobre el concepto de amor y las tipologías amorosas, todo ello en revistas propias de la psicología social. 

A mediados de los años 70, el análisis científico del amor se va paulatinamente desmarcando del área de la atracción interpersonal, al tiempo que surge una verdadera explosión y auge de las investigaciones: centenares de artículos, decenas de volúmenes monográficos y manuales, cursos, seminarios, congresos, etc., e incluso alguna revista especializada, como el Journal of Social and Personal Relationships, donde buena parte de los artículos publicados se centran en el amor o en temas muy afines. 

En los años 90 el tema se convirtió, según Yela García (2002), en un punto de referencia obligado de la psicología social. La publicación de monografías sobre el amor continúa aumentando cada año, muchas de ellas de orientación psicodinámica (Gabbard, 1996), otras muchas desde la psicología feminista.

En nuestro país, hasta los años 80, la producción intelectual sobre el amor ha sido bastante limitada. En los años 70 Josep Vicent Marqués edita un número especial en El Viejo Topo sobre el amor (extra número 17), con colaboraciones de Paolo Fabretti o Christian Delacampagne, en el que se habla del amor sobre todo como un instrumento de control social que sirve para perpetuar el patriarcado y la familia tradicional nuclear. 

En 1982, la Revista de Occidente publica un número monográfico sobre el amor. En 1986, sucede lo mismo con los Cuadernos de Historia 16. 

En los 90 se publican artículos firmados por profesores universitarios (ej: Ochoa y Vázquez, 1991; Sangrador, 1993; Serrano y Carreño, 1993; Yela García, 1996) así como algunos libros en mayor o menor medida dedicados a, o relacionados con el tema (Guasch, 1991; Ortiz, 1991). 

Además, se realizan seminarios, conferencias, cursos de doctorado, simposios, congresos y alguna tesis doctoral (Carreño, 1991; Yela García, 1995; Martínez Iñigo, 1997). Recientemente, han surgido algunas obras en el ámbito de la divulgación científica, en áreas como la biología, la etnología, o la antropología (Helen Fisher, Eduardo Punset, David Buss, Eibl-Eibesfeldt, Desmond Morris, Barash y Lipton...). 

Sin embargo, solo ahora, en los primeros años del siglo xxi, se ha empezado a tratar el tema desde una perspectiva social (Ulrich Beck, Zygmunt Bauman, Pascal Bruckner, Erich Fromm, Anthony Giddens, entre otros). La mayor parte de los grandes teóricos occidentales ha escrito libros acerca de los sentimientos y las pasiones, pero han sido siempre considerados obras menores, poco menos que anécdotas dentro de la sesuda literatura científica y filosófica de estos grandes autores (Ortega y Gasset, Roland Barthes, Francesco Alberoni, entre otros).

Mi intención ha sido estudiar el amor romántico desde la perspectiva feminista como un fenómeno político, social y cultural, para liberarlo de toda su carga patriarcal. Las teóricas feministas de los años 70 y 80 analizaron el amor romántico y el matrimonio heterosexual como una cárcel para las mujeres: hoy queremos que el amor deje de ser una trampa, queremos que sea un motor para la transformación y la revolución que estamos gestando.

Creo que estudiar cómo se construyen nuestras emociones puede ayudarnos a ser más libres y a transformar nuestra forma de organizarnos y de relacionarnos. 

El antropólogo Sergio Manghi (1999) afirmó que es necesario elaborar una teoría social de las emociones y que no se trata solo de una tarea científica, sino también ético-política, «pues la persistencia, en nuestro tiempo, de hábitos perceptivos dualistas, que separan el corazón y la razón, el cuerpo y el espíritu, las emociones y la cognición, es una fuente permanente de sufrimientos, de prevaricaciones y de violencia».

El hecho de que las emociones y las pasiones no hayan sido temas considerados dignos de estudio científico serio es un hecho íntimamente relacionado con la estructura patriarcal que ha subordinado a la mujer durante siglos. En esa actitud discriminadora y despreciativa hacia su figura se incluía todo lo que se consideraba femenino, como las emociones. Y ello sucedió porque el conocimiento ha partido siempre de procesos polarizadores, dualistas, dialécticos, entre elementos opuestos que, en mi opinión, han empobrecido y reducido, en general, el saber y el conocimiento en nuestra cultura desde hace siglos.

El eterno debate entre cultura y naturaleza que ha recorrido nuestro acceso al conocimiento y que ha atravesado la investigación y la filosofía desde Grecia hasta nuestros días parece ya inclinarse hacia la fusión de ambas dimensiones en una sola. Mi visión ha pretendido evitar el reduccionismo; de ahí la multidisciplinariedad de mi estudio, que ha precisado de lecturas sobre antropología,psicología social, estudios de género, teorías de la comunicación y semiología,ensayos sobre la posmodernidad, sociología, biología, filosofía de la ciencia, historia, etc. 

Lo que he pretendido es hacer una compilación de los estudios sobre el amor en diferentes disciplinas para poder presentar el fenómeno del amor en toda su complejidad, de un modo transversal, desde una perspectiva feminista, e incidiendo en la construcción cultural de las emociones y del amor bajo la ideología patriarcal y capitalista de Occidente.

Afortunadamente, en la actualidad se entiende que lo personal es político, y que el estudio de cualquier fenómeno físico, químico o social está atravesado por multitud de variables interrelacionadas entre sí. Mi propuesta metodológica ha sido investigar partiendo de la idea del pensamiento complejo, término acuñado por Edgar Morín, o del pensamiento en red, concepto acuñado por Helen Fisher. Estos autores proponen abarcar la complejidad de los fenómenos naturales o sociales en detrimento de una de las leyes del pensamiento formuladas por Aristóteles y vigente hasta nuestros días: la del tercio excluso o pensamiento polarizante. 

Esta ley establece oposiciones entre razón y emoción, naturaleza y cultura, lo masculino y lo femenino, lo positivo y lo negativo, el bien y el mal, la verdad y la mentira, etc. Estas oposiciones en pares binarios ocultan la amplia gama de matices y factores interrelacionados que se dan en todos los procesos de conocimiento e investigación, ya que la praxis del pensamiento dual es de por sí reduccionista y empobrecedora.

En el seno de este paradigma dualista que simplificaba el mundo en dos extremos opuestos, se consideró que el hombre representaba la cultura (el raciocinio, la civilización, la ciencia, la ley, el orden, la filosofía), y la mujer la naturaleza (los sentimientos, lo irracional, lo salvaje, lo caótico, lo oscuro, lo incognoscible). Los hombres han sido representados como dioses solares, y las mujeres han sido representadas a menudo como fuerzas nocturnas, diosas misteriosas e irracionales. En este siglo, la primacía de la mente y la razón sobre el cuerpo y las emociones ha dado paso al estudio de los sentimientos como parte constitutiva fundamental de los seres humanos.

Y gracias a ello, hoy me encuentro aquí escribiendo acerca del amor. Entiendo que es un tema que, por su complejidad y extensión, no se puede abarcar en su totalidad; pero sí que he pretendido demostrar que, igual que lo personal es político, también lo romántico es político, y tiene un impacto directo en nuestra forma de organizarnos económica, social, sexual y afectivamente. Deconstruir y transformar el amor romántico o el amor de pareja podría transformar nuestra sociedad entera.

Las emociones son políticas: están mediadas culturalmente, y están predeterminadas por la cultura en la que se incardinan (construidas a través del lenguaje, de los relatos, los símbolos, los mitos, los estereotipos, los ritos, y las creencias). El poder simbólico incide de forma poderosa, creo, no solo en nuestros sentimientos, sino también en la construcción de la realidad social, económica y política de las sociedades.

Dado que la cultura evoluciona a la par que los sistemas políticos y económicos, bien sosteniéndolos, bien transformándolos, considero que es necesario analizar la cultura para entender cómo construimos la realidad, cómo la reificamos y cómo unas ideologías se imponen sobre otras (y a la vez coexisten). 

El motivo por el que he decidido centrar mi análisis sobre los mitos y las representaciones simbólicas del amor es que la mayor parte de nuestros productos culturales desde la Antigüedad hasta nuestros días se basan en las relaciones sexuales y amorosas entre los géneros y perpetúan la cultura patriarcal: desde las cosmologías (como la griega, que se centra en las relaciones de amor y odio entre los dioses) hasta las series de ficción televisiva, pasando por la escultura, la pintura, la cerámica, la música, el baile, la narrativa oral, la poesía, los cuentos y leyendas, los folletines, las radionovelas, las canciones, las novelas, las películas, la ópera, y todas las representaciones culturales que han tenido y tienen como tema central el amor y las pasiones, y la guerra entre los sexos.


Mi deseo es, mediante un proceso de crítica y deconstrucción feminista, echar abajo ciertas ideas que se han dado por supuestas o como «naturales»: prejuicios, tabúes, mitos falsos y creencias subjetivas que han distorsionado el concepto de amor y que lo han devaluado durante siglos a la categoría de emoción irracional no susceptible de ser tratada e investigada. El amor se ha entendido siempre como un fenómeno reproductivo biológico, pero pocas veces se ha puesto el acento en su dimensión social y cultural. Ahondaremos en ella basándonos en las representaciones simbólicas amorosas y en cómo estas crean e imponen el concepto de lo que es un hombre, lo que debe ser una mujer, y cómo deben ser las relaciones entre nosotros.

Defendiendo la idea de que el amor es un gran tema a tratar por todas las áreas científicas, Carlos Yela afirma que es frecuente entre los intelectuales la queja sobre la enorme distancia existente entre el progreso tecnológico y el progreso de las relaciones humanas: «el estudio riguroso, sistemático y empírico del amor podría ser una vía que contribuyera a salvar esa abismal y lamentable diferencia».

 Para mí es obvio que el amor no es solo una fuente de productos culturales en forma de novelas o canciones, sino también un dispositivo político y un instrumento de control social para hacernos dependientes unos de los otros, y para mantener a las mujeres sometidas a los varones.

Las relaciones humanas están, como veremos, atravesadas por el poder, y ello hace que sean complicadas, conflictivas, y dolorosas. Los seres humanos necesitamos a los otros para sobrevivir, porque los afectos forman parte de nuestra nutrición y son el eje a partir del cual desarrollamos nuestra vida en sociedad. A través de nuestros seres queridos aprendemos a hablar, a pensar, a vivir en sociedad y a asumir las normas morales, sociales, culturales y políticas. Rodeados de afectos o con una falta total de ellos construimos nuestra identidad y nuestra biografía, y nos reproducimos, sacando adelante y educando a nuevos miembros de la sociedad.

La mayor parte de nuestras vivencias y recuerdos están implicados en las tramas emocionales y sentimentales que construimos en la interacción con nuestros semejantes y nuestro entorno. Nuestra felicidad, nuestro bienestar psíquico y emocional, nuestros sueños y anhelos, nuestras esperanzas y nuestra energía se desarrollan en torno a nuestras relaciones afectivas. Ellas son las que nos provocan dolor, tristeza, confusión, desgarro; también nuestras frustraciones, decepciones, preocupaciones y obsesiones están en su mayor parte determinadas por nuestros afectos.

El objetivo de este libro es entender por qué las relaciones humanas son tan maravillosas y a la vez tan dolorosas, tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Nos relacionamos en base a jerarquías de poder bajo el esquema hegeliano del amo y el esclavo: unos pocos tienen el poder y los recursos, y explotan y abusan de la energía y el tiempo de los demás. No es solo una cuestión de clase, también es una cuestión de género: los hombres se aprovechan de la energía y el tiempo de las mujeres, que en la mayor parte del planeta sufren una doble jornada laboral: una remunerada, y otra sin remunerar. Lo llaman amor, pero Silvia Federici lo tiene claro: es trabajo no pagado. 

Creo que es necesario tratar de comprender el complejo mundo de las emociones principalmente porque entender y analizar nuestras formas de relacionarnos puede ayudarnos a derribar el patriarcado, a acabar con la violencia y a transformar nuestro mundo. Es posible que las guerras, los conflictos humanos, la violencia cotidiana que inundan las cabeceras de los telediarios disminuyesen si lográramos entender los mecanismos sociales y afectivos con los que los humanos nos relacionamos entre nosotros, bajo el trasfondo de las luchas de poder y del miedo.

El miedo forma parte de nuestras relaciones y de nuestra forma de entender el mundo y movernos en él. Es un poder psíquico, un producto mental y a la vez un mecanismo biológico de carácter instintivo. También los animales sienten miedo, y en ocasiones se revela como un mecanismo de supervivencia fundamental ante los depredadores. En el caso del homo sapiens, con su capacidad de imaginar, el miedo se convierte en un monstruo que empobrece su vida en sociedad, porque a menudo establece estrategias defensivas y de ataque. 

Los humanos tienen miedo a los desastres naturales, pero también miedo al dolor y a la muerte, a la incertidumbre con respecto al futuro, miedo a perder seres queridos. Miedo a la soledad y a la locura, pero sobre todo miedo al otro, a lo desconocido, lo extraño, lo que se escapa a nuestro entendimiento. Miedo al poder del otro, al color de su piel, su idioma, su cultura, su religión.

Este miedo afecta especialmente a las relaciones entre hombres y mujeres por el ancestral temor hacia el género femenino desarrollado en las culturas patriarcales. La mayor parte de las relaciones entre los hombres y las mujeres han estado siempre basadas en el miedo al poder de las mujeres, y en la necesidad de explotar sexual, laboral, doméstica y reproductivamente a las mujeres.

El capitalismo necesita mano de obra barata o gratuita para funcionar: hasta el hombre más pobre del planeta tiene su sirvienta particular, su esposa, para cubrir sus necesidades básicas y para poder trabajar fuera de casa. El patriarcado ha logrado que las mujeres se sometan por amor, y asuman su rol tradicional de cuidadoras, y la modernidad ha logrado que tratemos de conciliar nuestro papel de mujeres profesionales con nuestro papel como trabajadoras del hogar y cuidadoras. 

Creíamos que el trabajo asalariado nos iba a liberar, pero no sabíamos el precio que tendríamos que pagar para tener ingresos precarios: dos, tres jornadas laborales, nada de tiempo libre, y mucho trabajo gratis.

Las mujeres somos educadas y socializadas en el miedo a quedarnos solas, a que nadie nos quiera, y a fracasar en la vida por no haber sido elegidas. Y con ese miedo nos ponen de rodillas frente al amor de un hombre. El miedo también tiene una clara conexión con el apego: todos tenemos miedo a perder a nuestros seres queridos, a que no se nos necesite o no se nos quiera. Nos apegamos a los objetos, las propiedades y las personas como si fueran «nuestras», y además quisiéramos que ellas y los sentimientos que nos unen sean eternos e indestructibles. 

El ser humano sufre por la contingencia y trata de encontrar su centro y su estabilidad psíquica en las personas a las que ama o quiere; pero también siente un profundo anhelo de libertad.

Miedo y libertad se tensan contradictoriamente, porque no nos es fácil lograr alcanzar un equilibrio entre la estabilidad y la aventura, la seguridad y el misterio. Los seres humanos lo queremos todo a la vez, lo queremos todo para siempre, y nos cansamos de todo también. La realidad monótona y rutinaria nos frustra, de modo que nos embarcamos en aventuras corriendo riesgos: quizás debido a esta contradicción entre libertad y necesidad de afecto, mitos y realidades, el sufrimiento parece inherente a la condición humana.

Sin embargo, también son característicos en nosotros la empatía, el altruismo, la generosidad, la entrega, la solidaridad y la red extensa de afectos que establecemos con el resto, y gracias a la cual la supervivencia de la especie ha sido posible. El amor entendido como un todo es una fuerza poderosa que nos atrae y nos une los unos a los otros, ya sea en forma de amor filial (amor a la familia), de amistad (amores elegidos libremente, relaciones de apoyo y cooperación mutua que tenemos con personas con las que, sin embargo, no tenemos una relación erótica) o de amor pasional (el que se da entre dos o más personas y tiene carácter erótico).

El amor nos ha permitido sobrevivir como especie: ha logrado que el ser humano cuide de sus semejantes más indefensos (ancianos, bebés, enfermos), y que la gente disfrute en la interacción con el resto. Las relaciones amorosas de pareja, además, son placenteras porque generan sentimientos positivos y porque son una fuerza creadora y constructiva que ilusiona a las personas y las anima a seguir viviendo, pese a la crueldad y precariedad a la que tiene que enfrentarse el ser humano a lo largo de su vida.

He dividido el estudio en tres bloques, para analizar por un lado cómo construimos la realidad y el amor erótico, pasional o romántico en la sociedad, y por otro para entender cómo la cultura crea y modela nuestra identidad, nuestras emociones y las relaciones afectivas y eróticas que establecemos con los demás.

En el primer bloque daremos paso al análisis de la construcción sociopolítica del amor de pareja, que en Occidente está basado en una concepción del amor dual, adultista, heterosexual y monogámico. Esta concepción está reificada en el imaginario colectivo y no se percibe como una construcción sociocultural, sino como un fenómeno individual, biológico y natural. Por un lado veremos su dimensión liberadora y transgresora, porque desafía la ley del pater, y por otro veremos que el amor romántico es un arma de control social cuya base es el matrimonio, y cuyo fin es la perpetuación de la familia nuclear tradicional, el sistema patriarcal y el capitalismo democrático.

Estudiaremos cómo se construye la realidad y la identidad desde una perspectiva de género, y cómo se normalizan los estereotipos y los roles al presentarse como naturales, fundados en falsos supuestos biológicos. Tras una breve introducción acerca de las definiciones y teorías del amor, daré paso a la dimensión socio-biológica de las relaciones entre géneros. 

Analizaré fenómenos como el emparejamiento, el matrimonio, el divorcio, la monogamia y el adulterio para centrarme en las relaciones de poder y luchas de dominación que atraviesan todas las relaciones humanas (amorosas, familiares, profesionales, contractuales, etc.) y en especial las relaciones entre hombres y mujeres, desde una perspectiva feminista.


En el segundo bloque me centraré en la dimensión simbólica y cultural del amor. Con breves referencias a otras culturas y formas de amar, acotamos la investigación en torno a la concepción cultural del amor en Occidente, y haremos un breve repaso a la forma en que las representaciones simbólicas del amor han ido transformándose y variando geográfica y temporalmente. Estudiaremos las implicaciones de las narraciones en la conformación de los sentimientos pasionales y amorosos, nos detendremos en la dimensión religiosa, mitológica y utópica del amor, y finalizaremos con una síntesis de los principales modelos y mitos amorosos de nuestra cultura desde la antigüedad a la posmodernidad.


En el tercer y último bloque mi intención ha sido profundizar en las relaciones amorosas en la posmodernidad. Veremos cómo esta nueva era ha supuesto el fin de los pilares que sustentaban las antiguas cosmovisiones y creaban la identidad: la familia y el trabajo. Ambas instituciones se han desacralizado y flexibilizado, y constituyen sistemas abiertos, cambiantes, en continuo proceso de prueba, negociación y fragmentación. El espacio social y simbólico ha experimentado, paralelamente, la multiplicación hasta el infinito de mensajes; realidad y ficción se mezclan en un fenómeno mediático como es la hiperrealidad, especialmente visible en el espacio televisivo. 

En la actualidad, veremos cómo el amor ofrece la salvación frente a la angustia existencial, el horror vacui, y la falta de sentido que impregna la realidad del ser humano desde que Nietzsche proclamó la muerte de Dios.

El ser posmoderno es urbanita, se mueve en la sociedad del anonimato y sufre de angustia existencial, hambre de emociones y soledad. En este contexto posmoderno, el romanticismo constituye una creación de sentido personalizado y colectivo, una promesa ideal de autorrealización, una tabla de salvación, un sentimiento cargado de trascendencia y espiritualidad. Especialmente para las mujeres.

En esta obra desarrollaré la idea de que las mujeres somos educadas para poner el amor en el centro de nuestras vidas y para que el gran sueño de todas nosotras sea encontrar a su príncipe azul y fundar una familia feliz. Nos educan para que dejemos a un lado otras formas de querernos y nos centremos en el amor romántico: nos quieren entretenidas, ocupadas, amargadas, obsesionadas, tristes, y adictas al amor. Nos quieren débiles, acomplejadas, llenas de miedo, solas y aisladas unas de otras: cuanto más solas, más dependientes somos de los hombres.

El amor romántico es una droga muy potente porque va cargado de promesas, nos genera emociones muy intensas y nos ofrece conexiones con lo sagrado: el amor total, la fusión definitiva, el placer total, la eternidad (premisa fundamental de todo amor verdadero). Una de las ficciones más importantes que proyecta el amor es la del cese de ese doloroso sentimiento de soledad que nos acompaña a todos los seres humanos desde la caída de las grandes construcciones sociales como la religión o la clase social, y cualquier institución en la que antes nos podíamos sentir pertenecientes a una comunidad o grupo unido por cuestiones religiosas, económicas o políticas.

Una vez derribadas las utopías políticas y religiosas de carácter colectivo, la gran utopía de la posmodernidad es el amor romántico, cargado de patriarcado. Las utopías emocionales se acoplan al individualismo y al consumismo a la perfección, porque se sustentan en la filosofía del sálvese quien pueda y el egoísmo a dúo, una expresión acuñada por D.H. Lawrence para explicar el estilo de vida caracterizado por una forma de relación basada en la dependencia, la búsqueda de seguridad, la necesidad del otro, la renuncia a la interdependencia personal, la ausencia de libertad, celos, rutina, adscripción irreflexiva a las convenciones sociales, el enclaustramiento mutuo… 

Este enclaustramiento en parejas, como veremos, propicia el conformismo, el viraje ideológico a posiciones conservadoras, la despolitización y el vaciamiento del espacio social, con notables consecuencias para las democracias occidentales y para la vida cotidiana de las personas. 

Con el triunfo del individualismo,la democracia se encuentra en manos de los políticos, los empresarios y la banca; la sociedad no es gestionada por una población adulta, sensibilizada, culta, comprometida y unida. Dejamos, irresponsablemente, en manos de unos pocos nuestro destino como especie, y por supuesto, coextensivamente, el del resto de los seres vivos de este planeta.

El individualismo como modo de vida ligado al consumismo conlleva también una potente sensación de soledad; es normal entonces que la gente quiera formar equipos, aunque sean solo de dos miembros, para hacer frente a un mundo cruel, jerárquico y desigual.

En pareja la vida se hace más llevadera por la ayuda mutua que nos prestamos, pero, aunque las mujeres hemos logrado incorporarnos masivamente al mercado de trabajo, los hombres no se han incorporado masivamente a los cuidados, que siguen recayendo exclusivamente sobre nosotras en la mayor parte de los países del mundo. Es decir, no hemos logrado construir parejas igualitarias, ni relaciones sanas basadas en la solidaridad y el apoyo mutuo. No sabemos aún cómo aplicar los principios feministas a nuestras relaciones, pero lo importante es que ya estamos en ello.

No nos han enseñado a querernos bien, ni a cuidarnos a nosotras mismas, ni a cuidar a nuestras parejas. A los hombres tampoco les enseñan a querer y a cuidar. 

No sabemos gestionar nuestras emociones para que no hagan daño a nadie,no nos han enseñado a gestionar nuestros conflictos sin utilizar la violencia, no sabemos separarnos con amor, no tenemos herramientas para comunicarnos y para tratarnos bien, y nos han hecho creer que el amor es una guerra en la que todo vale, una guerra con heridas y muertas, una guerra en la que los hombres van armados hasta los dientes y nosotras vamos desnudas.

Gracias al feminismo, hoy sabemos que no estamos condenadas a sufrir: cuando entendemos que las mujeres tenemos derecho a disfrutar del sexo, del amor y derecho a vivir una buena vida, es cuando empezamos a trabajarnos los patriarcados que nos habitan, y cuando llevamos lo político al terreno de lo personal.

No estamos condenadas a someternos ni a aguantar por amor: gracias al feminismo, sabemos que otras formas de quererse son posibles, otras formas de relacionarnos y organizarnos son posibles, otras formas de gozar y de amar son posibles. 

Es el momento de ponerse a desmontar todos los mitos románticos, y a trabajar para liberar al amor del machismo y la violencia, para aprender a amarnos desde la libertad y no desde la necesidad, para aprender a negociar en la construcción de una pareja, para compartir la vida desde el placer y el disfrute. 

Es el momento de desmontar las masculinidades patriarcales, de empezar a cuidarnos, de separar el amor del sufrimiento, es el momento de dejar de sacrificarnos, de renunciar y de aguantar “por amor”.

El amor puede reinventarse, transformarse, expandirse más allá de la pareja, y liberarse de la ideología patriarcal y capitalista para transformar el mundo en el que vivimos: necesitamos una nueva forma de relacionarnos basada en la Ética del amor y la Filosofía de los Cuidados, en la libertad y los derechos de las mujeres, en la igualdad, la solidaridad y el compañerismo.

Aquí va mi propuesta, elaborada desde mi profundo compromiso con el feminismo, el ecologismo, y el pacifismo, y desde la idea de que lo romántico es político, y otras formas de quererse son posibles.


 Coral Herrera Gómez


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