Las brujas existen,
y aunque no las vemos, haberlas, haylas, y por todas partes. A
diferencia de otros seres mitológicos como los duendes o las hadas, que existen
sólo como figuras narrativas, las brujas de carne y hueso nos
acompañan desde hace muchos siglos.
La primera
referencia documentada que tenemos de ellas es del siglo X DC, y en la
actualidad se cree que hay más de 200 millones de brujas en el mundo. Las
brujas posmodernas son muy diversas: algunas son curanderas que ejercen en sus
pueblos; unas son clandestinas y llevan una doble vida, otras son famosas y
ricas; unas son brujas hippies que dominan las técnicas de sanación oriental
como el reiki, la acupuntura, el yoga; otras se dedican al activismo político y
social y a la defensa de los derechos de las brujas….
Las brujas
profesionales de hoy en día estudian en academias y universidades de
Brujas, investigan y publican en
revistas, se reúnen en encuentros internacionales y congresos de brujería, y
fundan asociaciones y colectivos de brujas en todo el mundo. Gracias a Internet, hoy conocemos mucho más
acerca de ellas, podemos seguirlas en Facebook y Twitter, leer sus blogs,
asistir virtualmente a sus conferencias, cursos y talleres, y contratar sus
servicios vía skype o whattsap.
En los
relatos de nuestra cultura las brujas son seres muy longevos con poderes
especiales, mujeres de acción que cuando se juntan son imparables: no están
solas, como las princesas, y tampoco esperan a que alguien les resuelva los
problemas. Viven en sus casas con su gato negro, sus libros, sus instrumentos
de trabajo, su escoba y sus hierbas, generalmente sin marido que las mande.
Saben hacer y deshacer hechizos, usan pócimas mágicas, curan o provocan
enfermedades, saben leer el pasado y el futuro, hacen profecías, inventan
conjuros nuevos, te ponen en contacto con seres del más allá, te dan consejos
sensatos o te destrozan la vida.
Los cuentos
de brujas nos fascinan y nos dan miedo a partes iguales porque el poder quería que
las viésemos como seres monstruosos: ellas representan a todas las mujeres
libres que los hombres temen. Nos las dibujan como seres indomables y rebeldes
que ponen en peligro el orden establecido con su feminidad transgresora. En el
imaginario colectivo, ellas son la peor pesadilla para el poder patriarcal,
porque son mujeres poderosas capaces de transformar la realidad a su antojo.
Sin
embargo, en la realidad, las brujas eran tan solo mujeres
cono conocimientos, como su propio nombre indica (la palabra bruja en inglés,
“witch”, procede del verbo “wit”, que significa “conocimiento”). La mayor parte
de ellas fueron científicas que tenían acceso a la lectura y la escritura de
libros, sabias que aprendían de sus maestras y transmitían sus conocimientos a
otras de su clan.
Algunas
eran líderes espirituales de su comunidad, otras eran médicas, curanderas, biólogas,
nutricionistas, chamanas, artesanas, científicas … todas se consideraban
peligrosas para el patriarcado porque se organizaban en grupos sororarios, tenían secretos, conocían bien el
cuerpo y la sexualidad de las mujeres, sabían controlar su fertilidad y
ayudaban a muchas a elegir y decidir sobre su maternidad.
La Ciencia occidental
se propuso eliminarlas a medida que se fue imponiendo la visión masculina en
todas las áreas de investigación y conocimiento. El cuerpo de las mujeres pasó
a ser “cosa de hombres”: los científicos pronto se dieron cuenta de que
si les impedían ejercer la medicina, y les despojaban de sus saberes, lograrían
controlar los cuerpos de todas las demás mujeres.
Para poder
crear un rechazo colectivo hacia ellas, la Iglesia las convirtió en monstruos y
las satanizó. Se les acusó durante mucho tiempo de trabajar para el Demonio, de
asesinar a niños y niñas, de provocar catástrofes medioambientales, de
enloquecer a los hombres… por eso en
todos los cuentos y canciones se las representaba como mujeres malvadas, raras, feas
o deformes, salvajes, misteriosas, viejas y locas que dan miedo.
Desde el principio
de los tiempos, el miedo masculino al poder de las mujeres se ha expresado a
través de figuras monstruosas que chupan la sangre a los hombres, que les
despojan de su voluntad, que se aprovechan de ellos, que los atraen con sus
encantos para destrozarles el corazón. Las mujeres
malas de nuestra cultura son desobedientes, insaciables, caprichosas, irracionales,
rebeldes, violentas y por eso aparecen como hienas, serpientes, sirenas,
vampiresas, diablesas, magas, hechiceras…
Las maléficas
(del latín maleficae) fueron, y aún
son, el monstruo femenino más grande creado por nuestra cultura. Para hacernos
temer el poder de la feminidad sin domesticar, nos las han pintado como la
encarnación de la belleza más perversa y la fealdad más horrenda. Ellas representan
las fuerzas incontrolables de la naturaleza, son las hijas de la noche y el
misterio, son las que navegan por el lado oscuro de la realidad. Son las
mujeres salvajes cercanas a la locura, el éxtasis, la vida y la muerte, las
drogas, la divinidad y la animalidad…
La caza de
brujas que asesinó a 9 millones de mujeres durante los siglos XVI y XVII, no
sólo quiso acabar con el acceso de las mujeres al conocimiento y a la Ciencia,
sino también con la relación de todas nosotras con nuestra sexualidad, nuestra salud,
nuestros cuerpos y nuestra maternidad. El resultado de esta guerra contra las
mujeres libres fue una verdadera matanza de la que aún sabemos muy poco. No
sólo quemaron vivas a las brujas, sino también a mujeres que fueron acusadas de
brujería por no seguir los mandatos de género o no someterse al orden
patriarcal. Por eso las ejecutaban en público: eran asesinatos ejemplares con
el objetivo de impedir el contagio de la feminidad rebelde.
La Iglesia
Católica y muchos Estados de Europa y América se obsesionaron con las mujeres desobedientes
y se propusieron acabar con todas ellas utilizando los métodos más crueles y
sanguinarios. Fueron perseguidas, violadas, y sometidas a las torturas más
horrendas porque el poder necesitaba domesticarlas (o mejor, eliminarlas), para
instaurar el capitalismo patriarcal moderno, según nos cuenta Silvia Federici
en su libro “Calibán y la bruja”.
La Historia
silenció este genocidio hasta que en el siglo XX el feminismo reivindicó la
importancia de las brujas, y denunció la invisibilización de la masacre de mujeres por
parte de los historiadores. Hoy, muchas feministas nos consideramos herederas de
esos colectivos de mujeres rebeldes a las que tanto temían los gobiernos, la
Iglesia y la Ciencia. Desde que salió a la luz la represión que han sufrido las
brujas en toda la Historia, son muchas las mujeres feministas que se han dedicado
a estudiar su historia, a mostrarnos su
enorme diversidad, y a reivindicar el papel fundamental que ellas jugaron
durante tantos siglos de patriarcado.
¿Cómo ser bruja
hoy?