"Nunca estéis en pareja con alguien a quien no confiáis"
Se hizo un silencio sepulcral en la sala. Cientos de adolescentes me miraban con los ojos abiertos como platos.
"Para disfrutar del sexo y del amor hay que ser valiente, y hay que confiar plenamente en tu pareja. Si tenéis miedo de que os mienta, os traicione y os haga daño, dejad la relación de inmediato y seguid vuestro instinto, que os está diciendo: "no confíes, ahórrate sufrimiento"
Se remueven incómodos en sus asientos. Me miran boquiabiertos, algunos cabreados, otros angustiados.
Sé que son muy pocas las personas en la sala que confían en sus parejas. Sé que casi todas tienen miedo a ser traicionadas. Sé que no sienten lo mismo las chicas que los chicos, sé que querrían confiar pero no saben cómo hacer, sé que tienen miedo de dejar de ser amadas y amados.
Así que les lanzo preguntas para explicarles por qué se sienten así, y cómo han aprendido a relacionarse desde el miedo y la desconfianza.
¿Qué es lo primero que hacemos cuando nos gusta muchísimo otra persona? Ocultárselo a nuestra pareja.
¿Y si nos surge la oportunidad de tener un encuentro sexual o amoroso con esa persona? Ocultar y mentir.
Muy poca gente es tan honesta y valiente como para sentarse frente a su pareja, mirarle a los ojos y decir: "Me estoy enamorando de esta persona"
Mucho menos mirar a los ojos a tu pareja y decirle: "Me gusta muchísimo esta persona, y anoche estuve con ella"
Lo primero que hacemos es mentir, en lugar de compartir con nuestra pareja lo que nos está pasando. Nos sentimos menos culpables si es algo puntual, y deseamos que nunca nos descubran.
Si se repite, entonces aumenta la sensación de culpabilidad y traición, pero no sabemos qué hacer con ello.
Por un lado, no queremos hacer daño a nuestra pareja. Por otro, nuestro cerebro nos dice:" Te lo mereces. La vida es corta. No renuncies a vivir esto. Tienes derecho a vivir estos instantes de felicidad"
Y esto sucede porque la pasión amorosa es una droga, y nuestro cerebro siempre quiere más.
El cerebro funciona de manera completamente diferente cuando es nuestra pareja la que está viviendo un romance. Por un lado nos resulta insoportable la traición, y por otro, nos invade el miedo a que nuestra pareja se enamore locamente y nos abandone.
Nos haríamos menos daño entre nosotros si fuéramos capaces de ser honestos y honestas, y si fueramos capaces de asumir las consecuencias de nuestros actos.
¿Cuáles son las consecuencias? Hay parejas que terminan para siempre, otras que perdonan y siguen hacia delante, otras que se transforman y abren su relación.
La monogamia es un mito creado para que las mujeres nos creamos que el amor verdadero es exclusivo y eterno. Los hombres habitualmente, en todo el mundo, tienen todas las parejas que quieren y disfrutan del privilegio de una doble vida.
¿Y como confiamos entonces en los hombres, si ellos no son monógamos?, me pregunta una chica.
¿Y en las mujeres como confiamos, si son todas unas mentirosas?, me pregunta un chico.
Los dos se intercambian una mirada furibunda y llena de rencor en el patio de butacas.
Para explicarles por qué no confiamos los unos en los otros primero les cuento por qué las mujeres no somos de fiar. Los niños aprenden a tener miedo de las niñas y las mujeres desde su más tierna infancia: para el patriarcado somos todas unas retorcidas, manipuladoras, perversas, y dominantes. Una de las principales enseñanzas que transmitimos a los varones es que tengan cuidado con las mujeres, que somos todas unas interesadas, traicioneras, irracionales y caprichosas.
Y como podemos hacerles mucho daño, los chicos solo tienen dos opciones: no tener pareja, o si la tienen, asumir el papel de policías y carceleros, y asegurarse la obediencia y la sumisión de su pareja.
A nosotras se nos hace creer que los celos y la posesividad son una prueba de amor. Si nuestra pareja confía en nosotras nos parece raro, o incluso nos creemos que como no son celosos, no nos aman.
Desde pequeña se nos inocula el mito de la monogamia y del amor exclusivo y verdadero, se nos hace creer que nuestra misión en el mundo es conseguir un marido, y pasar la vida luchando contra las demás para que ninguna mujer nos lo quite.
Se nos dice que los hombres cuando son tentados por mujeres atractivas son como animales, no pueden autocontrolarse, y somos nosotras las que debemos vigilarles para que no se desvíen de la senda marcada.
Sus infidelidades son siempre culpa nuestra, bien porque somos unas lobas y nos quitamos los maridos unas a otras, bien porque no hemos sabido darle lo que necesita, bien porque no les hemos vigilado como deberíamos.
El patriarcado nos dice: sus escapadas son comprensibles y perdonables. Son aventuras, son canitas al aire.
No como nuestras infidelidades, que son un pecado mortal y un atentado contra el orden y el patriarcado.
Es nuestra responsabilidad atarles en corto para que sean fieles, y darles lo que necesitan para que no salgan fuera a buscarlo.
Y ellos mientras, solo piensan en su honor y su prestigio. Ser un cornudo te baja el rango en la jerarquía de los machos dominantes. Así que ninguno quiere serlo y para ello lo que hacen es comportarse como reyes tiranos: "quítate ese vestido que pareces una zorra", "no sales de casa con ese escote", "vete a casa ya que yo me quedo de juerga con mis amigos", "tú no sales hoy con tus amigas", "tú me obedeces que aquí soy yo el que mando"
Los hombres patriarcales consideran buenas mujeres a las que llevan los cuernos con elegancia, como la mayoría de las princesas, reinas y aristócratas. Pero en ellos los cuernos son humillantes.
La desconfianza entre hombres y mujeres es mutua. Y no es producto de su imaginación, sino que es real: basta con echar un vistazo a las cifras sobre infidelidad para darnos cuenta de que la monogamia es un mito, y que el matrimonio heterosexual se sostiene gracias a las infidelidades.
Nosotras lo tenemos más difícil para disfrutar del sexo y del amor fuera del matrimonio, porque hay maridos que nos dan palizas y nos matan cuando nos descubren. Y porque el rechazo social es mucho mayor hacia las mujeres infieles que hacía los hombres.
Los hombres lo tienen más fácil, porque uno de sus privilegios es la doble vida, que les permite parecer respetables esposos y padres de familia, y a la vez les permite vivir como si fueran jóvenes solteros.
Jamás permitirían a su compañera vivir como ellos. Los hombres privilegiados condenan a sus mujeres a pasar toda la vida sin follar y sin disfrutar. Creen que solo ellos tienen derecho a disfrutar del sexo y del amor con varias mujeres, bien gratis o bien pagando.
Por muy mal que se porte con su esposa y por mucho que le haga sufrir, el macho infiel nunca perderá su imagen de buena persona. Se entiende que es "normal" que los hombres hagan sufrir a las mujeres. Forma parte de su naturaleza. Son como chiquillos traviesos que traen a sus madres-esposas por la calle de la amargura, "algún día madurarán", piensan ellas.
La gran mayoría "maduran" cuando llega la disfunción eréctil, la vejez las enfermedades, entonces dejan de mentir, dejan de salir, empiezan a estar más tiempo en casa y a demandar cuidados y atenciones. Muchos pretenden que su esposa también se encierre con ellos en el hogar. Muchas no se dejan, afortunadamente.
¿Entonces si no te fías de nadie, es mejor estar sin pareja?, me pregunta una chica muy seria.
Sí, si no te fías de nadie es mejor no enamorarse ni tener pareja. Porque vivir con alguien que sabes que te va a hacer daño en cualquier momento es un infierno.
Y al revés. Vivir con alguien que cree que eres mala persona y que no se fia de ti es un infierno. Vivir con alguien que te desprecia y no cree en tu palabra, es un infierno. Vivir con alguien que te vigila y te controla es un infierno, vivir vigilando y controlando a tu pareja es un infierno también.
La desconfianza puede trabajarse, sin embargo. Todos podemos trabajarnos la valentía, la sinceridad, la honestidad, y la confianza en nosotros mismos y en nosotras mismas. Es más fácil confiar en los demás cuando confías en ti misma y en ti mismo.
¿Es más fácil estar en una relación abierta que en una monógama?, me pregunta una de las profesoras en el evento.
Pues depende, porque los hombres modernos son muy inseguros y se enfadan mucho cuando sus compañeras hacen lo mismo que ellos. Es muy difícil encontrar a un hombre que se alegre por su compañera si ella se enamora de otro hombre. Lo más común es que sean los hombres los que tienen otras relaciones, y cuando sus compañeras hacen lo mismo, entonces empiezan a poner problemas de todo tipo. Además, hay mucha gente que tiene relaciones abiertas pero también se mienten, se ocultan información, y se hacen daño igual que las monógamas.
Lo hacemos por egoísmo, y los hombres lo hacen por machismo también, pero la mayoría lo hacemos porque no sabemos cómo hacerlo. Cuando hemos prometido amor eterno y exclusivo, nos sentimos muy mal por incumplir nuestra promesa. Porque cuando la hicimos, estabamos convencidas y convencidos de que nunca nos gustaría nadie más, y nunca nos tendríamos que ver en la situación de tener que romper esa promesa. Lo decimos de verdad, pero en realidad estamos expresando un deseo, no haciendo un juramento. Nadie puede jurar que no va a sentir atracción por nadie, y que no se va a encaprichar o a enamorar de alguien, porque la vida es muy larga, pasan muchas cosas, y nos vamos encontrando por el camino gente maravillosa. El amor es una droga, pero nuestros contratos matrimoniales establecen que una vez que baje el enamoramiento con nuestra pareja, vamos a renunciar para siempre a ese estado de ebriedad maravillosa, y no la vamos a experimentar con nadie más. Y si nos sucede, lucharemos contra nuestra pulsión erótica y sexual para reprimirnos y ser fieles.
Y no todo el mundo lo consigue, a la vista está que no es nada fácil, y que hay gente mas impulsiva y enamoradiza que otra. Lo de la monogamia es un tema también químico: hay parejas que jamás sienten la necesidad de intimar y gozar con otras personas, y otras que tienen aventuras puntuales o duraderas. Unas tienen acuerdos tácitos, otras se mienten mutuamente, y otras son capaces de contarselo a su pareja para gestionar juntos un momento tan difícil.
Además de su dimensión química, también es un tema de ética: la mayoría de nosotras y nosotros no piensa en como ser más honesto, sino en como evitar que los otros nos mientan. Muy pocos se esfuerzan en ser buenas personas, la mayoría invierte su energía en intentar dominar y controlar a la pareja para que no nos haga daño.
Desde esta perspectiva, el amor romántico es una guerra en la que todos queremos ganar. La pareja es una estructura de domesticación mutua, porque no sabemos como querernos y lo que necesitamos es controlarnos y dominarnos unos a otros. Hombres y mujeres tienen estrategias diferentes, pero todos nos relacionamos desde una estructura carcelaria. Los hombres tienen todas las de ganar, porque generalmente la mayoría se comprometen a ser fieles, y aunque muchas de nosotras nos ponemos una venda para no ver la realidad, las estadísticas nos demuestran que los burdeles están a rebosar de hombres casados todos los días del año y a todas horas. Las mujeres tenemos que quitarnos la venda de los ojos y dejar de autoengañarnos, y tomar conciencia de que la gran mayoría de los hombres hacen uso del privilegio masculino a la doble vida.
¿Cómo acabar con ese privilegio? Los hombres tienen que renunciar a él de una forma consciente y como una posición política. Tienen que ser valientes y hacer autocrítica amorosa para trabajar la honestidad. Tienen que atreverse a decirle a sus parejas lo que desean, lo que quieren, lo que necesitan: si lo que quieren es una relación abierta, tienen que ser sinceros y asumir que su pareja puede querer lo mismo, o no. Y si uno quiere una relación abierta y otro la prefiere cerrada, entonces lo mejor es asumir que no hay compatibilidad y no se puede formar pareja. Es una opción mucho más sensata que la de juntarse y construir la relación desde el engaño y la mentira.
Si todos intentasemos guiarnos por la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados, y trabajasemos para ser mejores personas, nuestras relaciones serían más fáciles también, menos conflictivas, menos dolorosas. Y si nuestras relaciones fueran mejores, nuestras formas de organizarnos podrían también cambiar y mejorar.
Si pudiesemos ser honestos y honestas, si pudiesemos poner en el centro la ternura, la dulzura, y los cuidados, sería más fácil gestionar este enorme reto que tenemos por delante, que es poder gestionar las relaciones que tenemos con otras personas cuando tenemos pareja de manera que no hagamos daño a ninguna de las personas implicadas. Esto vale tanto para las relaciones abiertas como para las monógamas, porque en ambas estructuras nos mentimos, nos engañamos y nos herimos.
Para poder hablar de lo que nos pasa, hay que entrenar en las artes de la comunicación no violenta, y hacer mucha autocrítica amorosa para identificar lo que nos hace sufrir, y las cosas que hacemos y decimos que hacen sufrir a los demás. Y desde ahi, revisarnos por dentro y trabajar aquello que nos tenemos que trabajar para poder cuidarnos a nosotros y nosotras mismas, y para poder cuidar nuestras relaciones de pareja, y las relaciones con los demás.
¿Entonces, crees que es posible confiar en tu pareja?, me pregunta desde el público una chica esperanzada.
Confiar en tu pareja es posible, pero solo si aprendemos a relacionarnos en estructuras de amor y no de guerra, y si logramos liberar al amor del machismo y del patriarcado. Se trata de tomar conciencia de esta estructura carcelaria con la que nos relacionamos, para poder sustituirla por una estructura amorosa en la que poder gestionar estos temas del amor sin necesidad de hacer sufrir a los demás.
Confiar en tu pareja es posible, pero solo si tu pareja es capaz de desnudar su alma delante de ti, si es capaz de abrirse y compartirse sin filtros, sin caparazón, sin armadura, y sin engaños. La única manera de poder confiar es saber que aunque no podemos prometer fidelidad eterna, sí podemos comprometernos a ser sinceros y sinceras en todo momento, y si podemos prometer a nuestra pareja que compartiremos con ella lo que nos ocurre cuando nos gusta mucho alguien o cuando nos enamoramos de alguien más, o cuando sentimos el impulso de tener una aventura con otra persona.
Confiar en tu pareja es posible, y es más fácil si empiezas por ti mismo/a, y si trabajas para ser una persona confiable y honesta. Se trata de entrenar día a día para ser mejor persona, y mejor pareja.
Los chavales y las chavalas aplauden ahora que se les ha abierto un horizonte de posibilidad. Ahora sonríen: les he explicado que no hay soluciones mágicas, que hay que entrenar mucho, que no es solo un tema individual sino colectivo. Les he hablado de la Revolución Amorosa y de lo importante que es cuidarnos y cuidar nuestras relaciones. Y ahora que saben que el amor no es una cárcel, y que todo se puede trabajar, sienten que no estamos condenados al sufrimiento. Y les atrae la idea de que amar es difrutar, y que si queremos disfrutar del sexo y del amor, tiene que ser en libertad y en igualdad.
Ojalá estas semillas que he sembrado puedan florecer en sus corazones, y les ayude a quererse bien.
Coral
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Editorial Catarata, Madrid, 2023.