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30 de marzo de 2024

¿Cómo saber si estoy en una relación tóxica?



"Los amores reñidos son los más queridos", "los que más se pelean son los que más se desean", "quien bien te quiere te hará llorar", "del amor al odio hay un paso", "se amaban pero se llevaban como el perro y el gato"... nuestra cultura están plagada de refranes y dichos populares que romantizan las relaciones tóxicas. 

Sabes que estás en una relación tóxica cuando provocas una pelea para llegar al momento de la reconciliación. 

En una relación tóxica te aburres si todo va bien, porque necesitas sentirte invadida y arrasada por emociones fuertes, y porque te gusta que todo sea brutal e intenso. 

No solo disfrutas sufriendo, sino también viendo a tu pareja sufrir. No solo disfrutas llorando en las peleas, también disfrutas viendo llorar a tu pareja. Y cuánto más llora, más importante y poderosa/o te sientes tú.

Las parejas tóxicas viven en un estado de guerra permanente en el que se alternan las peleas con las reconciliaciones, y los períodos de mucho sufrimiento con etapas más pacíficas, pero lo más característico es que los dos miembros se relacionan como si fueran enemigos, y solo se unen si aparece un enemigo externo. 

Una relación tóxica es aquella en el que el proceso de domesticación es mutuo: ambos miembros luchan por dominar al otro y ambos se defienden del poder del otro, cada cual con sus armas y sus estrategias. Ambos son víctimas y victimarios: a veces les toca sufrir, y otras veces hacen sufrir a sus parejas. O las dos cosas a la vez. 

Todas las relaciones humanas son un poco "tóxicas", porque en todas hay luchas de poder, más o menos intensas, más o menos conflictivas. 

De hecho, las relaciones humanas son una de las principales fuentes de sufrimiento para todas y todos nosotros. Una fuente de sufrimiento es la que tiene que ver con el dinero y los derechos humanos: todos sufrimos ante la falta de trabajo, los salarios de miseria, la subida de los precios, las deudas y sobre todo el miedo a la exclusión social. 

Cuando no hay dinero, no hay derechos humanos. Para poder disfrutar del derecho a beber agua potable, a comer tres veces al día, o a dormir bajo techo, necesitamos ingresos dignos, y si no los tenemos, sufrimos mucho. 

La segunda fuente de sufrimiento humano surge de las relaciones entre seres humanos. No sabemos querernos bien, no sabemos tratarnos bien, no sabemos resolver nuestros conflictos sin violencia, por eso gastamos tanto tiempo y energía sufriendo por las relaciones que tenemos (o que no tenemos) con nuestros padres y madres, y familia cercana, con nuestras parejas, hijas e hijos, con compañeros/as de estudios o trabajo, con el vecindario y con la gente que convivimos a diario.

¿Por qué son tan complejas y difíciles las relaciones entre nosotros? 

Porque usamos estructuras basadas en la dominación y en la sumisión: nuestras relaciones están basadas en la explotación y el abuso. Los valores bajo los que nos relacionamos son los valores del capitalismo y del patriarcado (individualismo, egoísmo, narcisismo, avaricia, acaparamiento, dominación y sumisión) Cada cual piensa en su propio beneficio, no sabemos pensar en el Bien Común, y funcionamos bajo la filosofía del Salvese quién pueda y bajo la Ley del más fuerte. 

Muchos de nuestros conflictos surgen porque los demás se intentan aprovechar de nosotras y tenemos que poner límites, y al revés: los demás nos ponen límites y no nos sienta nada bien. 

En las relaciones heterosexuales, los hombres se benefician de sus privilegios: reciben cuidados sin darlos, disponen de criada gratis, obligan a su pareja a ser monógamas mientras ellos tienen las relaciones que quieren con otras mujeres, y viven como reyes en su hogar. La mayoría de las mujeres protestan, muchas ejercen de vigilantes y policías de sus maridos, y vivien en una frustración perpetua: es muy doloroso convivir con tipos egoístas, machistas, y mentirosos. Es muy duro que tu pareja se ría en tu cara y que los demás se rían con él. 

El abuso masculino nos produce una tremenda desilusión a las mujeres, y cuanto más hemos idealizado al macho y al amor romántico, más grande es la decepción, la rabia y el rencor. 

Muchas mujeres heterosexuales se pasan la vida intentando que una relación que no funciona, funcione. Algunas son capaces de estar cuarenta o cincuenta años de su vida tratando de que sus maridos se porten bien, sin lograrlo jamás: se nos va mucha energía y mucho tiempo tratando de educar a hombres que se resisten a ser disciplinados. Para ellos es fundamental defender a muerte su libertad, por eso las mujeres que se meten en la jaula del amor romántico lo pasan tan mal intentando que sus parejas se encierren con ellas. 

Generalmente los hombres solo se meten en la jaula al final, cuando llega la disfunción eréctil y se acaba la potencia sexual. Solo cuando envejecen y empiezan a enfermar es cuando quieren encerrarse en el hogar y que sus compañeras se encierren también. Solo en ese momento las mujeres empiezan a sentir el poder que tienen. Cuanta más dependencia sufren ellos, más fuertes se sienten ellas. 

Las relaciones entre mujeres que se aman, y entre hombres que se aman, también pueden ser tóxicas porque están basadas en la misma estructura de dominación y sumisión. A todas y a todos nos gusta tener la razón. Nos gusta imponer nuestras ideas, nuestra manera de hacer las cosas, nuestra forma de organizarnos. Nos cuesta ceder cuando negociamos, porque vivimos en un mundo competitivo que solo nos enseña a soñar con ganar todas las batallas. Todos y todas queremos sentirnos importantes y poderosas, y queremos imponer nuestros deseos, nuestros criterios, nuestras necesidades a los demás. 

En los colegios nos educan para crear enemigos y disfrutar machacandolos: usan el deporte y los juegos para que aprendamos a guerrear contra los demás desde la más tierna infancia. Nos hacen creer que la vida consiste en estar permanentemente luchando contra los demás, por eso es tan dificil relacionarnos desde el amor. 

Las relaciones tóxicas se diferencian de las relaciones de violencia machista en que están basadas en el maltrato mutuo y en la alternancia de posiciones: cada miembro tiene su poder, y lo usa para dominar a la otra persona. Las que se sitúan en posiciones subalternas también aplican los mismos esquemas de dominación que las que ejercen el poder: cada cual con sus armas y sus estrategias intenta lograr lo que desea, lo que quiere y lo que necesita del otro. 

Nunca nos planteamos si esas estrategias son o no son éticas, si perjudican o no a la otra persona, si hacen daño o si son abusivas. Porque lo que nos enseñan bajo la ideología capitalista y patriarcal es que lo que importa son los fines, no los medios. Da igual como lo consigamos, lo importante es ganar.  

La gran mayoría de las personas no son conscientes del dolor que provocan en los demás, y cuando lo son, tratan de justificar sus actos, a menudo usando la victimización, y culpabilizando a la otra persona: "yo no quería hacerlo, pero no me dejó otra alternativa", "me saca tanto de quicio, si hiciera lo que yo le digo no habría problema", "si no razona y no cede, entonces no me queda más remedio que..."

Generalmente las relaciones tóxicas están construidas sobre la dependencia, tanto económica como emocional. Hay muchas parejas que no se soportan pero no se separan porque se sienten atrapadas en la relación, bien porque no tienen dinero para vivir separadas, o bien porque tienen un miedo terrible a la soledad.

Esta dependencia es muy común en personas que no han podido desarrollar su autonomía, y que están convencidas de que no pueden hacer nada por sí mismas. Se ven como inútiles, como eternos niños que necesitan siempre una figura de referencia y apoyo, porque no han madurado lo suficiente como para responsabilizarse de sí mismas. No saben hacer uso de su libertad, no se ven a sí mismas como personas adultas y funcionales: creen que sin la otra persona no son nada, y que están condenadas a depender siempre de esas figuras de referencia. 

Les pasa a todos aquellos y aquellas que permanecen toda la vida viviendo con sus progenitores: cuando les llega el momento de salir del nido y dar el salto, creen que tienen las alas rotas y que no pueden echar a volar solas. No importa que el médico les explique que pueden volar por sí mismas y que no tienen nada roto: están convencidas de que ellas solas no pueden, y que fuera del nido la vida es terrible. 

Muchos creen además que sus madres y padres son inmortales. No quieren pararse a pensar qué van a hacer cuando sus progenitores no estén. Suelen verse a sí mismos como eternos adolescentes, y ni se les pasa por la cabeza formar su propia familia, porque se ven siempre como hijos e hijas, y no como adultos responsables. Es decir, reciben cuidados pero no se sienten capacitados para cuidar a nadie. 

Hay gente que en lugar de echar a volar, salta a otro nido cercano. Es la gente que sale de casa de mamá para irse a la casa de otra mujer que ejerza las mismas funciones que mamá: muchos hombres sustituyen a una por otra, y así no tienen nunca que asumir sus obligaciones como adulto. Algunos de ellos tienen hijos y actúan como si fueran los hermanos mayores de sus propias criaturas. Por eso hay mujeres que bromean presentando a sus maridos como si fueran los hijos mayores. 

¿Cómo saber si mi relación es tóxica? 

Generamente solo tienes que cerrar los ojos y escuchar tu corazón. Si estás sufriendo, si lo estás pasando mal, si sientes angustia y ansiedad y tu pareja siente lo mismo, es porque os estáis haciendo daño. Si estás siempre pensando en cómo poner a tu pareja de rodillas y en como salirte con la tuya, es porque no estás disfrutando de la relación, estás siempre en guerra. 

Hay muy poco amor y mucho maltrato en las relaciones románticas tóxicas. 

Sabes que estás en una relación tóxica cuando en lugar de placer y alegría, sientes emociones intensas como el odio, la envidia, el rencor, la rabia, la frustración, y mucha amargura. Vivir luchando constantemente con un enemigo o enemiga le amarga la vida a cualquiera: hay parejas que son capaces de estar peleando toda la vida, y que no saben relacionarse si no es desde esta estructura de conflicto permanente. 

También hay parejas que cuando se les pasa el enamoramiento inicial se aburren, y se dedican a pelearse porque necesitan emociones intensas. Creen que para amar hay que sufrir y hacer sufrir a la otra persona, y que cuanto mayor sea el sufrimiento, más les van a amar. Creen que el amor de pareja es una tragedia al estilo Romeo y Julieta, con heridos y muertos, con desgarros y sangre, y muchas lágrimas, y creen que cuanto mayor es el drama y la destrucción, más grandioso es el amor romántico. 

Mucha gente cree que las guerras románticas son como un juego en el que vale todo, y en el que lo importante es ganar. Y es porque no han conocido el amor del bueno: creen que amar es sufrir y hacer sufrir, y no saben disfrutar, ni del sexo, ni del amor, ni de la vida. Solo saben atacar y defenderse, de manera que no tienen ni idea sobre cómo apoyarse mutuamente, cómo cuidarse mutuamente, y cómo construir una relación basada en el placer, el gozo y la alegría de vivir. 

Y suele ser porque nunca han gozado de relaciones de amor, creen que lo "normal" es vivir en una pelea constante, y que no hay otras formas de relacionarse. Y eso es porque en nuestras representaciones culturales, nunca nos ofrecen parejas igualitarias que en lugar de dedicarse a guerrear, se dediquen a apoyarse mutuamente. 

Nos cuesta mucho imaginar la posibilidad de querernos desde la empatía, la solidaridad, la cooperación y el compañerismo porque solo nos ofrecen representaciones de parejas que sufren y no saben arreglar sus problemas sin hacerse daño. 

En nuestro mundo, el pez grande se come al chico, y nadie quiere ser el pez chico. Incluso las mujeres, aunque finjamos ser muy patriarcales y parezca que aceptamos muy felices nuestro papel de seres inferiores y subordinados, en realidad todas luchamos con todas nuestras fuerzas contra el abuso del marido. 

Muchas relaciones lésbicas y gays funcionan con la misma estructura patriarcal. En las relaciones entre mujeres o entre hombres en las que no hay división sexual del trabajo ni reparto desigual de roles, también pueden darse relaciones de dependencia y luchas de poder basadas en la necesidad de imponerse y de dominar a la otra persona. 

Una de las preguntas básicas que debemos hacernos para saber si estamos o no en una relación tóxica es preguntarnos a nosotras mismas cómo conseguimos lo que queremos, lo que necesitamos, y lo que deseamos, qué estrategias utilizamos y cuales de ellas son éticas (y cuáles no): la seducción, la coacción, el chantaje, el soborno, la extorsión, el engaño y las mentiras.... la mayoría de estas estrategias te benefician a ti, y hacen daño a la otra persona.

 Por ejemplo, cuando usamos el chantaje para que la otra persona se sienta responsable de nuestra felicidad y se sienta culpable si estamos tristes. Sin duda la culpa funciona muy bien cuando queremos obligar a alguien a que haga algo que no quiere, y esto lo saben muy bien los grandes manipuladores. 

También el miedo es un gran arma para someter a la pareja, especialmente si es mujer, pues desde pequeñas fabrican en nosotras el miedo a que no nos quiera nadie, y el miedo al abandono y a la soledad. Así que muchas relaciones lésbicas se construyen desde este miedo y es así como surgen las relaciones de dependencia. 

Una de las características de las relaciones tóxicas, es que en ellas los dos miembros de la pareja intentan machacar la autoestima de la otra persona para poder manipularla mejor. Es una de las principales estrategias para que la pareja se sienta atada a nosotras: hacerla creer que no merece amor ni buenos tratos, que nadie va a quererla, que sola no es nadie y no sirve para nada. 

Además, muchas personas destructivas saben usar muy bien ese tono de desprecio que tanto duele cuando proviene de un ser querido. Es la mejor manera de hacer daño: hacerle sentir a tu pareja que te ha decepcionado, y hacerle creer que sientes un profundo desprecio por ella, aunque no sea verdad. 

El tono de desprecio sirve para darle énfasis a nuestro enojo, y para hacerle creer a esa persona que en medio segundo se nos fue todo el amor que sentimos por ella. Y que es culpa de ella, obviamente. 

Para acabar de hundir a tu enemiga o enemigo, también funciona muy bien usar la información que tienes de la otra persona para dar donde más duele, aprovecharse de sus miedos, sus traumas, sus puntos débiles, y usarlos para ganar la batalla. 

En las peleas de las parejas tóxicas no hay voluntad de arreglar los problemas, no se habla de cómo hacemos para que no se repita, o qué podemos mejorar para que no vuelva a suceder. Lo más normal es que nos estanquemos en el pasado y nos enfanguemos en la lluvia de reproches: "es que tú...."

Los reproches sirven para culpar a la otra persona de todo lo que sucede, para que se sienta mal y nos pida perdón. 

No importa si siempre es lo mismo: las parejas tóxicas nunca hacen autocrítica amorosa, ni se sientan a dialogar para reconocer los errores, ni reconocen sus equivocaciones, ni piden disculpas, ni tratan de reparar el daño que han hecho. 

Sus miembros no se paran a preguntarse a sí mismas qué tienen que trabajarse por dentro para ser mejores personas, ni tampoco se sientan a charlar para ver qué tienen que trabajar como pareja para que la relación sea mejor. 

Las parejas tóxicas no se plantean nunca mejorar la relación, sino más bien al revés. 

Prefieren seguir sosteniendo las dinámicas de destrucción y dolor, porque quieren ganar la batalla, y quieren a la otra persona de rodillas frente a ellas. Incluso hay parejas que cuando rompen la relación, siguen haciendose daño y tratando de destruirse toda la vida. En el fondo es porque quieren seguir unidos, quieren seguir siendo importantes para la otra persona, se niegan a romper el vínculo del todo, y creen que si mantienen la guerra podrán estar cerca de la otra persona, incluso cuando los hijos e hijas ya son mayores. 

En la relación tóxica ninguno de los dos miembros se responsabiliza: ambos encuentran que es mucho más fácil culpar a la otra persona y situarse como víctima, para que sea la otra persona la que cambie, la que haga algo, la que se someta a nuestro poder. 

En todas las relaciones tóxicas hay un intento de disciplinar y domesticar a la otra persona, y de cambiarla para que se adapte a nuestro sueño romántico. 

Las mujeres sobre todo nos hemos creído que el ogro gruñón y maltratador puede acabar siendo un príncipe azul. Y muchas se pasan la vida soñando con el milagro romántico y tratando de convencer al ogro de que es mucho más bonito ser un príncipe azul. Obvio el ogro prefiere seguir siendo quien es, sobre todo si le va bien, así que es capaz de resistir durante décadas. 

La batalla termina cuando nos resignamos y nos damos cuenta de que nuestra pareja no va a cambiar jamás. Pero para admitir la realidad es necesario trabajarse mucho la honestidad y la humildad, y la mayoría no tenemos herramientas para ello. No sabemos rendirnos ni aceptar las derrotas, y sobre todo lo que más nos cuesta es darnos cuenta de que el amor no lo puede todo, ni transforma mágicamente a las personas. 

Las personas solo cambian cuando quieren, o cuando lo necesitan.  

Las relaciones tóxicas nos hacen sufrir muchísimo porque están basadas en la contradicción (te amo y te odio, ni contigo ni sin ti, quiero irme pero estoy atrapada), y en la violencia verbal, psicológica y emocional. 

Todo intento de hacer daño a alguien para salir beneficiado/a es violencia, sobre todo cuando sabemos que esa persona nos quiere o nos necesita, o depende de nosotros/as.

¿Cómo trabajar para evitar hacer daño a tu pareja? 

Lo primero es trabajar tu ego, y tomar conciencia de que debemos aceptar a los demás tal y como son, sin intentar cambiarlos. Y asumir que para entendernos, tenemos que escucharnos, dialogar, negociar, ceder, y llegar a acuerdos. 

Una de las cuestiones más importantes para dejar de vivir en guerra permanente es darnos cuenta de que la victimización es una forma de dominación. No sólo dominamos desde el poder, también lo hacemos deede posiciones de sumisión. 

Pensemos por ejemplo en la relación tóxica que existe entre algunas personas dependientes y sus cuidadoras: incluso estando en una cama las personas dependientes ejercen su poder sobre su entorno, y pueden llegar a convertirse en auténticos tiranos y en malvados maltratadores. 

Las mujeres también tenemos nuestras armas para someter a los privilegiados, para someternos entre nosotras, para dominar a los demás. Solo que en lugar de usar la violencia sexual y la violencia física, usamos la vía del sufrimiento emocional y psicológico. Pensemos en el maltrato entre nueras y suegras, madres e hijas, o incluso en entornos laborales: nuestro ego y nuestra necesidad de dominar nos convierten en seres carentes de empatía, de ética y de bondad. 

¿Cómo hacer para no hacer daño y para que nuestras relaciones no se conviertan en relaciones tóxicas? 

Autoconocimiento: para saber quién eres, cómo eres, qué sientes, y por qué te relacionas así. 

Autodefensa para evitar el abuso,

Autocuidado para evitar el sufrimiento,

Autocrítica amorosa: para trabajar tu ego, para identificar lo que te hace sufrir, y lo que hace sufrir a los demás. 

Autonomía para evitar la dependencia, 

porque cuanto más dependientes somos de alguien, más manipulables y vulnerables somos. 

Pero también cuando alguien depende de nosotras, porque estamos igual de atadas y atrapadas. 

La necesidad (de dinero, de afecto, de compañía) es lo que nos impide construir relaciones basadas en la libertad. No es lo mismo juntarse a alguien porque nos apetece y nos fascina, que juntarse a alguien porque estamos huyendo desesperadamente de la soledad o de la precariedad económica. 

Las relaciones interesadas nos encarcelan y son una trampa, y solo nos damos cuenta cuando querríamos terminarlas y nos encontramos con que no podemos separarnos ni independizarnos. 


¿Cuál es la buena noticia? Que todo se puede trabajar en esta vida, y que de las relaciones tóxicas se puede salir. 

Basta con trabajar a fondo la autonomía para evitar la dependencia, la autocrítica amorosa para aprender a usar nuestro poder, y la autodefensa feminista para protegernos de las relaciones basadas en la dominación, la manipulación y el abuso. 

Se trata de aplicarse a una misma la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados para aprender a ser mejores personas, y para mejorar nuestras relaciones afectivas, sexuales y sentimentales. 

Si quieres trabajar en ello, o ayudar a otras personas a trabajar en ello, vente con nosotras al curso virtual que empieza el lunes. Puedes apuntarte desde cualquier país y asistir al directo que se celebrará todos los lunes de abril durante dos horas, de 6 a 8 pm hora Española (si no puedes, quedan las sesiones grabadas para que las veas cuando quieras)





Mujeres que se liberan: herramientas feministas para la prevención de las relaciones tóxicas, 
es un curso certificado de 25 horas dirigido a mujeres que quieren trabajar en su autonomía y autocuidado frente a las relaciones basadas en el abuso y el maltrato, y a profesionales que trabajan con mujeres (educadoras sociales, trabajadoras sociales, psicólogas, terapeutas, sexólogas, técnicas de igualdad, profesoras, etc.) 

Coral Herrera Gómez



30 de julio de 2023

Rosalía: consejos para superar el desamor



Rosalía se está separando, ¿qué le diría yo si me pidiese consejo para tener un duelo corto?

Yo le contaría que a mí me ha ayudado mucho el feminismo en mis separaciones, porque gracias al movimiento de liberación de las mujeres, estoy plenamente convencida de que yo no he venido al mundo a sufrir, y que tengo derecho a vivir una Buena Vida, libre de violencia y sufrimiento.

En mis duelos, me he sentido muy conectada a las millones de mujeres que en esos momentos estaban sufriendo por el desamor, y me ha ayudado mucho la rebeldía que llevo dentro: no quiero pasarme la vida sufriendo por la falta de amor. Y gracias al feminismo, hoy sé que el final de una pareja jamás significa que nos quedamos solas: estamos rodeadas de gente que nos quiere y nos cuida.


 ¿Qué más me ha ayudado a recomponer mi corazón roto?


Puedes seguir leyendo el post en el diario Público


7 de abril de 2023

Ser leal a tí misma: una medida de Autocuidado fundamental

Ilustración de Cristina Troufa


Una de las claves para construir una relación bonita contigo es ser leal contigo misma, y poder confiar en tí misma. Saber que puedes contar contigo, que te vas a cuidar, y que no te vas a fallar.

La lealtad hacia ti es una de las claves del autocuidado: nunca puedes poner las necesidades de los demás por encima de las tuyas. Ni tampoco traicionarte a ti misma, ni traicionar tus ideas, tus valores, tus principios, por complacer o agradar a alguien más.

La lealtad es una prueba de tu grado de compromiso, de tu entrega hacia una causa, de tu amor y tu respeto por algo o por alguien.

¿Por qué es tan importante la lealtad?

Porque todo el mundo te la pide. Los publicistas te piden lealtad a un producto, o a una marca. Los grupos religiosos, a una divinidad y a sus mandamientos, pero también a los líderes espirituales. Los partidos políticos te exigen lealtad al grupo que posea el poder en ese momento. Los grupos deportivos, a los colores de la camiseta. Por eso se castiga tan duramente a los fieles que cambian de equipo, de partido o de dios.

El problema es que la mayor parte de los grupos humanos son jerárquicos, y en ellos los que mandan son los líderes (generalmente son hombres). Y esto supone que en algún momento vas a tener que elegir entre la lealtad a los objetivos de esos señores, o la lealtad a tí misma, a tus principios.

Traicionarte a tí misma es una de las cosas mas dolorosas que existen, sobre todo si lo haces para complacer a alguien y te dañas a ti misma, o dañas a otras personas.

Para ser leal contigo, tendrás que desobedecer a cualquier persona que te pida una entrega absoluta, un apoyo incondicional, una fidelidad y una obediencia ciega.

El apoyo no puede ser jamás incondicional: tienen que darse las condiciones, y si no las hay, podemos retirar nuestra lealtad. Lo mismo a tu pareja, que a un hombre o a un grupo: ningún vínculo puede ser incondicional.

Solo el que tienes contigo misma.

La lealtad hacia ti es una prueba de tu compromiso con tu bienestar y tu salud mental y emocional. Ser leal a ti implica no dejarte manipular, y autorregular tus emociones para que la devoción por alguien o la convicción por una causa no te pongan de rodillas.

Esto es importante para las mujeres porque muchas de nosotras somos capaces de traicionarnos y de no respetar los pactos de autocuidado, ya que nos han entrenado para ser sumisas y complacientes, y nos han hecho creer que hemos venido al mundo a cumplir, a servir a los demás, a dar nuestra vida por los demás sin pedir nada a cambio.

Nosotras nos esforzamos siempre por ser tenidas en cuenta, por facilitar las cosas, por resolver problemas, por cuidar a los demás. Unidas sí podemos, pero solas, nos cuesta más enfrentarnos a los poderosos, cuestionar al líder, dar nuestra opinión. Cuesta que se escuche nuestra voz, que se de crédito a nuestros conocimientos y experiencia, y además el precio que pagamos por desobedecer a los hombres con poder es mucho mayor.

Por eso es tan difícil escapar del matrimonio o salir de una secta. Todo el mundo espera que aguantemos y que estemos agradecidas por la protección que nos brinda el Señor (Dios, Marido, Padre, Líder, Cura, Pastor), y los propios compañeros y compañeras nos castigan si osamos contradecir el discurso del líder, o alzar la voz contra una injusticia.

Los seres humanos tenemos un miedo terrible a ser rechazados o expulsados de un grupo, porque antiguamente, cuando éramos nómadas y no teníamos leyes ni cárceles, este era el castigo reservado para las personas que no cumplían las normas o que dañaban a la comunidad. Y ser desterrado significaba la muerte, porque solos no podemos sobrevivir.

Todos y todas necesitamos sentirnos aceptadas, reconocidas, integradas en nuestros círculos de amistad, de familia, trabajo y vecindario. Y nos duele mucho cuando somos "diferentes" o "raras", y nos discriminan, nos invisibilizan o nos excluyen. Por eso tenemos tendencia a someternos a las normas de un grupo o a las normas que impone el líder de un grupo, pero a veces el precio que hay que pagar para ser considerado uno más, es demasiado alto.

Por ejemplo, si tú eres pacifista y no soportas la violencia, pero tu grupo ha decidido que tiene un enemigo, y que hay que luchar contra ese enemigo. Primero se exponen las razones para odiar a ese enemigo, se canaliza la frustración y el malestar contra ellos, y después te plantean que no hay alternativa: o estás con ellos, o contra ellos. No hay medias tintas, tú eliges en qué bando estás. Al enemigo se le presenta como un peligro del que hay que defenderse, y después, cuando ya están activados el odio y el miedo, se justifica el uso de la violencia contra el enemigo.

Son técnicas muy antiguas que utilizan los poderosos para acumular poder, y que les funcionan muy bien, ya que cuando te obligan a tomar partido, te obligan también a participar en los ataques contra el enemigo, a aplaudir los discursos que exaltan a tu grupo y menosprecian al otro, y por supuesto se espera de ti que mueras matando.

Aunque no te guste manejar las armas, aunque no quieras perder la vida, siempre la causa es superior a ti, y a cualquiera de los integrantes del grupo.

Tu lider y el líder enemigo jamás se manchan las manos de sangre.

Y tu obligacion es aparentar que sientes el mismo odio que los demás, porque el miedo a ser señalado como miembro del bando contrario es tan grande, que te lleva, sin darte cuenta, a dejar a un lado tus principios, y a sacrificarte en nombre de (el Amor, la Patria, la Bandera, el Proyecto, el Movimiento, etc)

A lo largo de la Historia hemos conocido a muchas mujeres y hombres desobedientes que jamás se vendieron, que se atrevieron a contradecir al líder, que se atrevieron a señalar la desnudez del rey, que se atrevieron a pensar por sí mismas, a defender sus ideales, a denunciar las injusticias, y a enfrentarse a la tiranía.

Para la mayor parte de ellos y ellas, el castigo fue el ostracismo o la muerte. Pienso en Hypatia, en Jesucristo, en Juana la Loca, en Olympe de Gouges, en Mandela, y en todos los y las insobornables y rebeldes de la Historia que decidieron ser leales a sus ideas y a sus principios, y que fueron encarcelados, torturados, y asesinados por ello.

A un nivel más cotidiano, ser leal a tí misma te hace libre. Si eres una persona autónoma, tienes que saber que no vas a encajar nunca en grupos jerarquicos ni en el tradicional sistema patriarcal de la dominación y la sumisión. Primero porque no te vas a dejar explotar ni a permitir que te utilicen para sus fines, no te vas a dejar manipular, y no vas a poder obedecer normas injustas, ni directrices impuestas desde arriba.

Lo mismo con una pareja que con un grupo humano: si no puedes disentir, si no puedes expresar tus dudas, si no puedes hacer críticas constructivas, si no puedes decir que no, si te da miedo que la otra persona se enfade, si temes a las represalias, entonces lo mejor es buscar personas, grupos y comunidades en las que puedas participar y sentirte libre.

Vamos a poner un ejemplo. Tú eres católica y tu grupo religioso ha decidido que van a ir a la puerta de las clínicas a señalar a las mujeres que quieren abortar, y a acosarlas para que se sientan mal. Tú en realidad lo que querrías es acudir a la puerta de las iglesias para señalar a los curas violadores de niños y niñas, y te parece más importante defender los derechos de la infancia que acosar a mujeres.

Pero en tu grupo no quieren ni oir hablar de los obispos y los curas violadores, no les importan sus víctimas, y para ellos lo más importante es atacar a mujeres que ejercen su derecho a decidir si quieren o no ser madres.

Así que tienes dos opciones: ir con tu grupo y sentirte mal acosando a mujeres, o no ir, y asumir las consecuencias de no hacer lo que hacen todos y todas. Por ejemplo: que te aparten del grupo, que te oculten información, que te hagan el vacío, que te expulsen, o mejor, que te animen a que te vayas tú voluntariamente.

Puede pasarte lo mismo si eres una mujer feminista, y la lideresa de tu grupo propone señalar y atacar públicamente a otra mujer feminista porque no piensa como ella, o porque le tiene envidia, o porque la ha convertido en su enemiga. Os invita a participar en el linchamiento publico, pero tú piensas que quizás sería mejor poner el foco en ese profesor que violó a no sé cuantas niñas y prostituyó a no se cuantas mujeres. La lideresa prefiere un linchamiento contra esa mujer que le cae tan mal, pero a tí ni te cae mal, ni te parece bien que se linchen a mujeres en las redes sociales.

¿Qué ocurre si todas se unen menos tú?, que el próximo objetivo de la lideresa probablemente seas tú, por díscola, desleal y desobediente.

En las comunidades y en las redes con estructura horizontal, las personas más populares suelen encargarse de los cuidados y de la coordinación del trabajo en equipo. En las verticales, en cambio, los líderes y lideresas imponen sus ideas y sus normas, y ejercen su poder de manera tiránica, siempre de arriba hacia abajo. Son los que exigen lealtad y obediencia a los demás, y los que no aceptan sugerencias, críticas, y posicionamientos contrarios al suyo. Se benefician de su poder, su capacidad para influenciar y para manipular al grupo a su antojo. Se rodean de personas muy leales, y se deshacen de los disidentes y de los rivales. Son personas que quieren limitar la libertad de todos los miembros del grupo, controlar las entradas y las salidas de la gente, y son líderes que te piden esfuerzo, entrega y sacrificio, obediencia ciega, información, y dinero.

Esta es la razón por la cual resulta muy dificil ser autónoma y mantenerte fiel a ti misma: los líderes conducen a sus seguidores como un rebaño. Ellos hablan, los demás escuchan. Ellos proponen, los demás le siguen. Ellos imponen su visión de mundo y sus normas, y tú no puedes participar en la creación de las mismas. Te limitas a aceptarlas, a asumirlas, y a respetarlas. Y a hacer que otros las respeten.

Muy diferente es cuando perteneces a comunidades humanas sin líderes, cuando encuentras grupos que se organizan asambleariamente, y en los que todo el mundo tiene voz y voto. Resulta mucho más fácil comprometerse con la causa cuando sabes que puedes cuestionarlo todo, cuando sabes que tu opinión cuenta, y cuando te sientes libre para decir lo que quieres, lo que opinas y lo que sientes, sin miedo a las represalias.

Cuando tú te comprometes (con una pareja, con un grupo humano, con un proyecto o con una causa), no estás firmando un cheque en blanco. Te comprometes porque crees en el proyecto o en la causa, pero eso no significa que tengas que obedecer a nadie, ni que tengas que pensar y actuar como los demás.

Si eres leal contigo misma, nunca van a poder manipularte ni hacerte daño. Y solo tendrás que obedecerte a tí misma, y regir tu comportamiento según tus valores y principios. Lo mismo en lo que respecta a una pareja que a un grupo: seguir a alguien ciegamente puede ponerte en peligro. Porque entonces dependes de la bondad o la maldad de ese líder, que puede manejar tus emociones para controlar tu comportamiento.

Si eres una mujer feminista, una medida fundamental para el autocuidado es irte de los grupos que atacan a mujeres. No importan los motivos por los que se cancelen y se ataquen a mujeres feministas: en esos colectivos ninguna de nosotras está segura, cualquiera de nosotras puede ser la siguiente víctima.

También hay que desobedecer a los hombres que pretenden someternos aprovechándose del amor. Estamos acostumbradas a complacer a todo el mundo, y en especial a nuestras parejas, aunque ello implique hacer cosas que no queremos hacer. Creemos que amar es servir, obedecer, sacrificarse, someterse, renunciar y traicionarte a tí misma para que el otro viva como un rey. Por eso nos cuesta tanto negociar en pareja, ponerle líneas rojas, y decir que no cuando pretende abusar de nosotras. Por eso anteponemos sus necesidades a las nuestras, por eso tragamos y aguantamos, porque nos han dicho que el amor todo lo soporta y todo lo puede.

La única manera de amar en libertad es ser leal a tí misma, comprometerte contigo misma, y cuidarte mucho para que nadie pueda manipularte, ni usarte en beneficio propio. Es solo ponerse a aprender y a entrenar día a día en el arte de la autodefensa emocional.


Coral Herrera Gómez


* Si quieres fabricar tus propias herramientas y entrenar en buenas compañias, vente con nosotras a la Comunidad de Mujeres del Laboratorio del Amor. Aquí tienes toda la información.




26 de febrero de 2023

Vamos a contar verdades



Vamos a contar verdades: seamos solidarias con las demás mujeres, contar nuestras historias es la única forma de hacer frente a los mitos patriarcales que nos quieren hacer creer que nuestra única fuente de felicidad es la pareja y los hijos. 

Igual que todas necesitamos quitarnos la venda y ponernos las gafas violetas, también necesitamos las gafas del amor, porque necesitamos desmontar los mitos y ver la realidad para poder sobrevivir a ella.

Para que las nuevas generaciones dejen de caer en la trampa del amor romántico y la maternidad, tienen que saber lo duro que es vivir en pareja, el trabajo personal enorme que requiere quererse bien, la falta de herramientas que tenemos para resolver problemas y resolver conflictos sin hacernos daño.

A las mujeres heterosexuales, hay que explicarles lo difícil que es encontrar un hombre sin problemas de honestidad y de masculinidad. Tienen que saber que maternar en un mundo anti-madres es una bestialidad. 

Muchas mujeres siguen creyendo en el mito de la familia feliz porque creen que ellas no han tenido suerte. Ven a todas presumiendo en las redes sociales de su familia feliz, y se preguntan por qué ellas no pueden. 

La realidad es que donde más peligro corremos las mujeres y las niñas es en el hogar, según la ONU, a manos de nuestros maridos, padres, hermanos, tíos, abuelos, padrastros, primos y amigos de la familia feliz. Es en la familia el lugar en el que más sufrimos la explotación, los malos tratos y la violencia: psicológica, emocional, económica, física sexual, vicaria. 

 Contar nuestras historias puede ayudar a muchas mujeres para que no caigan en relaciones tóxicas o de dependencia, y para que no crean las mentiras que se traga la mayoría. Hablemos de las renuncias y sacrificios, de la carga mental y emocional, de lo que hay que aguantar para que dure la pareja, de las violaciones en el seno del matrimonio, de los malos tratos, de las mentiras y de la decadencia a medida que se acaba "el amor"

Es importante que las nuevas generaciones sepan que los hombres en su mayoría no saben amar desde el compañerismo, que los que saben cuidarse a sí mismos y a sus hogares dejan de hacer las tareas en cuanto se casan, que muchos se convierten en un hijo más para tí.

Vamos a contarles las verdades que descubrimos nosotras cuando ya era tarde. Que no todo es de color de rosa, que no acabamos de princesas sino de sirvientas, que la gran mayoría de las mujeres casadas tienen doble jornada laboral y peor salud que las solteras, y que los hombres casados viven más tiempo, y viven mejor que los divorciados o los viudos.

Tienen que saber que nosotras con el matrimonio perdemos tiempo libre y tiempo para descansar, y que ellos tienen el doble que nosotras.

Tienen que entender que la monogamia es solo para nosotras, que muchos hombres casados tiene sexo con otras mujeres, gratis o pagando, y que tienen el privilegio de la doble vida igual que tu padre y tu abuelo. Y la prueba está en la cantidad de burdeles que hay en todos los países abiertos las 24 horas, los 365 días al año, con los aparcamientos repletos de coches de hombres casados.

Tienen que saber que no es posible conciliar la carrera profesional con la maternidad, que el día no tiene horas suficientes para brillar en el trabajo, tener la casa limpia y la nevera llena, la ropa lavada y doblada, para cuidar a tus padres y a tus hijos e hijas, para cuidar a tu pareja, a tus mascotas y a tus plantas, para cuidar a tus familiares dependientes, y para cuidarte a tí misma, hacer ejercicio, ir al salón de belleza, descansar entre medias, y dormir ocho o nueve horas. 

Tienen que saber que cuando pasa la emoción del parto, después de las fotos, la gente desaparece y te quedas sola con la cría, y que luego tienes que dejar a la cría con otras personas y volver a ser productiva y poder con dos y tres jornadas laborales. Tienen derecho a pensarse si les compensa gestar y parir para luego estar separada de su bebé 10 horas al día. 

Hay que contarles que los bebés no son muebles, que crecen y que tienen unas necesidades tremendas que los hacen muy dependientes, especialmente si nacen con problemas de salud, sobre todo los cinco primeros años de su vida.

Los bebes no están todo el día durmiendo y hay que tener una energía tremenda para criar, y la mayor parte de las mujeres se enfrentan solas porque los padres huyen al trabajo. Y muchos, cuando llega un bebé, se van de casa para no volver. Hay hombres a los que les aterroriza la paternidad y otros que se quedan contigo pero son padres ausentes que pasan de tí y de tus hijos, y te hacen sentir inmensamente sola. 

Hablemos de las hemorroides, de las estrías, del suelo pélvico, y la incontinencia. Hablemos de la falta de energía para tener sexo, del sexo después del parto, de los duelos por la muerte de los bebés que no nacieron.

Hablemos de los miedos del embarazo, de los malos tratos en el hospital, hablemos de la desolacion de la soledad, del agotamiento, del caos, de los castigos de las empresas a las mujeres que tienen hijos. 

Hablemos de la dependencia emocional, de cómo penalizamos a las mujeres que no quieren tener hijos, de las críticas que recibimos cuando somos madres, del trato que recibimos en un mundo anti-niños y niñas.

Hablemos de las pastillas que nos tomamos para aguantar tanto trabajo dentro y fuera de casa, de los ansiolíticos, antidepresivos, y somníferos que tomamos para calmar la angustia, para sobrevivir al agotamiento, para sobrellevar la frustración, para poder con todo sin enfermar del todo.

Vamos a contar verdades para que las niñas y adolescentes desmitifiquen cuanto antes el matrimonio y la familia feliz, y para que puedan elegir libremente si quieren o no tener pareja y/o hijas. 

Solo si conocen la realidad y tienene los pies en el suelo podrán cuidarse a sí mismas y evaluar qué es lo que realmente quieren, y qué es lo mejor para ellas.

Coral Herrera Gómez 


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18 de febrero de 2023

El placer del poder

 



¿Qué siente un niño que corta una flor o mata una hormiga por primera vez en su vida? El placer del poder.


¿Y ese señor que camina hacia su coche despacito mientras todo el mundo espera que por fin pare esa alarma que taladra los oídos y el alma? Siente placer con las miradas suplicantes o llenas de odio de los demás. Siente el placer del poder.

¿Qué siente un vigilante que tiene una pistola en su poder y te da órdenes, te regaña, te señala lo que puedes y no puedes hacer cuando entras en el aeropuerto, en un banco o una institución? El placer del poder.

¿Qué siente la enfermera que tarda en darle el bebé recién nacido a su mamá, mientras ella suplica angustiada que le traigan a su hija? El placer del poder.

¿Qué siente una niña cuando lleva por primera vez a un perro con la correa y cuando aprende a darle órdenes? 

El placer del poder.

El placer del poder también le gusta a la secretaria que podría ayudarte porque se conoce todos los trucos de la burocracia, pero opta por no hacerlo y te dice con una sonrisa falsa que no se puede hacer nada.

El placer del poder lo siente la obrera cuando es elegida por un millonario y consigue la boda de ensueño, ser portada en la prensa rosa, y despertar la envidia de las demás.

Lo siente la niña encargada de mantener el orden en el aula mientras la profesora va al baño.

Lo siente la señora cuando su criada le suplica que le conceda un día libre para despedirse de su madre antes de morir, y ella le dice que no.

Lo siente también la mujer que capta todas las miradas con su vestido sexy al llegar a una fiesta, 

el catedrático que recibe el homenaje de su comunidad académica, 

el tuitero que logra viralizar un tuit por primera vez en su vida,

la artista que contonea sus caderas en el escenario ante los gritos enloquecidos de miles de fans.

El placer del poder lo siente asimismo el tertuliano que mete zascas y sale victorioso del combate televisivo, 

la influencer que alcanza el medio millón de seguidores, 

el tipo que es nombrado Ministro cuando lo tratan de Excelentísimo. 

También lo siente la señora que sostiene el cetro en sus manos el día que es nombrada alcaldesa de su pueblo, 

y el Edipo Rey Niño que logra que su madre y su padre se peleen y se dejen de hablar, para poder tener a su mamá para él solo. 

También lo siente la Electra cuando se corona como Reina del corazón de Papá.

El placer del poder lo experimentamos desde la más tierna infancia, cuando aprendemos a disfrutar haciendo sufrir a los animales. 

También lo sentimos cuando humillamos a niños y niñas que no se adaptan a la norma y por tanto no son "normales". 

Los niños sienten placer cuando se ríen del calvo, de la gafotas, del cojo, de la buena estudiante, del gordo, de la tartamuda, del mariquita, de la niña que lleva aparato de dientes, del hijo de inmigrantes, de la niña con pelo corto o del niño con pelo largo.

Ese placer lo siente el matón del barrio sabiendo que los demás tienen miedo de convertirse en su próximo objetivo,

lo siente también su padre contando chistes racistas, gordófobos o misóginos en la barra del bar mientras los demás aplauden.

Es un vicio este placer. 

Lo siente el soldado cuando le aplauden en los desfiles, cuando le mandan a violar niñas o a matar a personas desarmadas, 

Lo siente el presidente de una nación cuando declara la guerra a otro país y recibe millones de dólares de sus amigos para matar a sus enemigos.

El placer del poder lo siente el sicario que cumple su misión, 

el juez que se venga de las mujeres a golpe de martillo, 

el gobernante que decide los indultos, 

el empresario que gracias a sus contactos, firma un contrato millonario con el Estado.

El placer del poder es el mismo en todos y todas: 

en la oficinista que acosa a la compañera nueva porque la ve como una amenaza, 

Y en la novia recién casada que se ha llevado "al más guapo "de la Universidad y despierta la envidia de todas sus amigas con sus fotos de la boda, 

Es el mismo placer que siente la amante del "más guapo" cuando ve esas fotos, sabiendo que después de la luna de miel lo tendrá de nuevo en sus brazos. 

El placer del poder lo siente el ex novio que difunde los vídeos sexuales de la mujer que osó dejarle, para arruinar su reputación y hacerle todo el daño posible,

lo siente el padre que prohíbe a su hijo estudiar lo que le gusta de verdad, y le obliga a seguir sus pasos profesionales 

El placer del poder lo siente el profesor que por fin puede suspender a esa alumna que le cae tan mal, 

Lo siente el niño que atrapa un cangrejo y no lo devuelve al mar mientras los demás le suplican que no lo mate.

Lo siente el chaval que tortura a una vaquilla encerrada y asustada en las fiestas de su pueblo, 

y lo siente también la madre que manipula a su hija y le cortar las alas para tenerla controlada.

El mismo placer que siente el futbolista al meter el gol de la victoria en el Mundial,

o el torero cuando después de una hora de tortura, corta la oreja de un animal agonizante y recibe los aplausos de la plaza.

Este placer lo siente el rencoroso y el envidioso con el mal ajeno, 

el crítico de cine cuando se dispone a hundir una película en su próxima columna, 

el moribundo pensando en la sorpresa y la conmoción que va a causar su testamento en su familia, 

Es también el que siente la nuera cuando gana de nuevo una batalla contra la suegra. O al revés.

Lo siente el opinólogo que quiere cambiar el relato de la realidad usando un micrófono, 

lo sienten los fieles de las religiones posmodernas cuando imponen su vocabulario y su forma de nombrar las cosas, 

lo sienten los miembros de las sectas cuando captan a algún famoso o cuando alcanzan puestos de poder, 

lo sienten todos aquellos que escriben la Historia bajo sus intereses y su visión de  la realidad. 

El mismo placer que siente un cura con un cinturón en la mano viendo el terror de un niño antes de pegarle.

El mismo placer con el que el obispo manosea y desnuda a uns niña para romper su inocencia y destrozarle el alma.

El placer del poder lo sienten los chicos jóvenes cuando van juntos por la calle, ven a una mujer sola, y la acosan sexualmente. 

Cuanto más miedo y enfado muestre la chica, más placer experimentan, y más poderosos se sienten. 

Es un placer que comparten muchos machos en todo el mundo cuando someten, ningunean, menosprecian, dominan, maltratan y violan mujeres. 

El placer del poder lo siente también el joven que logró su objetivo de follar esa noche, después de recibir muchos noes, con una chica que cree que no tiene derecho a echarse atrás cuando quiera.

Ese placer lo siente el mafioso que presiona al gobernante para que le devuelva el favor, 

lo siente el pandillero que nota el miedo en los ojos de sus enemigos cuando quiere cobrarse una deuda, 

lo siente el narco cuando cierra un trato importante con la policía.

Lo siente el hombre que destroza la autoestima de su esposa durante años para machacarla, hundirla, y manipularla a su antojo. 

Lo siente el maltratador cuando su esposa por fin se suicida, 

lo siente el violador cuando ve el terror en los ojos de su víctima, 

y lo siente el femicida cuando decide castigar la desobediencia de su mujer con la muerte.

El placer del poder no es sólo cosa de personas malvadas y sin sentimientos.

El poder nos gusta a todos y a todas, pero unas personas se relacionan desde la ética amorosa, y otras carecen completamente de principios y valores.

Hay gente que acapara el poder y no tiene límite, ni escrúpulos, ni remordimiento de ningún tipo. Solo quieren ganar y ganar, acumular dinero, almacenarlo aunque se le pudra. Para acaparar hay que robarle a la gente, su energía, su tiempo o su fuerza de trabajo, y la mayor parte de la gente malvada es la que no piensa en si los medios que está usando para beneficiarse son éticos o no, si hacen daño a los demás, o no.

A nivel cotidiano, el placer del poder lo siente la adolescente que recibe mil likes por una foto posando sexy, y que cree que su valor reside en el número de seguidores que tiene, 

Lo siente la enamorada que después de mucho insistir, conquista y pone de rodillas a su amado, 

Lo siente el alumno que se convierte en profesor, y sube al estrado para ser escuchado,

Lo siente el ciudadano que se convierte en concejal, 

El cabo que se convierte en capitán, 

El señor insignificante que se convierte en presidente de la comunidad de vecinos, 

La chica de barrio el día que es nombrada directora general de la empresa,

Lo siente también la plebeya que se convierte en reina.

Y el cantante que alimenta su alma con los aplausos de sus fieles, 

Lo disfruta el guardia civil que le zampa tres multas de una vez al chaval de las rastas y los piercings,

El político que llega al poder y empieza a repartir dinero entre los suyos, 

El periodista que difunde un bulo para hundir un partido político, 

El policía que apalea y luego tortura a los jóvenes rebeldes que se manifestaban en la calle.


El placer del poder lo sentimos todos y todas en algún momento de nuestras vidas, y cada cual, según sean sus principios, maneja ese placer o esa necesidad de sentir placer como puede.

Es posible que te creas que tú no necesitas trabajarte este tema, porque generalmente no tenemos conciencia del daño que hacemos a los demás. 

 Sí, a mí me gusta también sentirme poderosa. A, todos y a todas nos gusta el placer del poder. 

Por ejemplo, cuando disfrutas pensando en los llantos de tu gente en tu funeral, 

cuando sueñas con la cara de tus rivales en la ceremonia de ese merecido premio, 

cuando te asomas al perfil de tus ex y los ves fatal, 

cuando alguien desesperado te pide dinero, 

cuando gana tu equipo de fútbol y te crees superior a los de los equipos rivales. 


Tú también sientes el placer del poder cuando enamoras a muchas mujeres o a muchos hombres y los tienes a todos a tus pies. 

Cuando tienes información valiosa y la usas con mezquindad, 

cuando vas a dar una noticia que va a dejar a los demás boquiabiertos, 

cuando usas tu dinero para tener gente devota a tu alrededor, 

cuando arruinas la carrera de alguien a golpe de click,

cuando vas rompiendo corazones y dejando cadáveres emocionales tras de ti.

Sientes ese placer cuando te sientes imprescindible en la vida de alguien,

cuando alguien se arrodilla ante ti arrepentido pidiendo perdón, 

cuando logras quebrar a esa amiga tan segura de sí misma y le haces llorar,

cuando tu perro te pide que le des de comer o le saques a mear, y le haces esperar. 

Lo sentimos todos y todas, en diversos grados y niveles: el problema es que no sabemos usar nuestro poder. No sabemos cómo medirlo, no pensamos en cómo afecta al resto, y lo peor es que nos da igual.

Además, nuestra sociedad narcisista nos hace creer que nuestros deseos son derechos, y nuestros privilegios, un salvoconducto para decir y hacer lo que nos de la gana.  

Por eso abusan y nos hacen daño, por eso abusamos y hacemos daño a los demás.

No solo sufrimos la violencia de los demás a través de su poder, también la ejercemos. Por muy abajo que estemos en la jerarquía social, siempre habrá gente debajo. 

En algún momento de nuestras vidas todos y todas tenemos poder sobre alguien, ya sea un bebé, una persona mayor, una persona enferma o con discapacidades, un animal que no puede escapar, un empleado, o cualquier persona que depende de nosotros y nosotras, económica o emocionalmente hablando.

Cuanto más poder tenemos, más queremos: sentimos placer dominando nuestro entorno, sintiendo que tenemos el control, sintiendo que somos los mejores, que somos los "buenos", que somos superiores, que tenemos la razón.

Nos encanta que nos aplaudan, que nos obedezcan, que nos halaguen, que nos admiren, que nos envidien, que nos rindan pleitesía y nos respeten por nuestro lugar en la jerarquía social. 

Es irresistible ese placer que experimentamos cuando los demás se rinden ante nuestros encantos, nuestro dinero, nuestro talento, o nuestra posición de poder.

El placer es mayor cuando te ha tocado siempre estar abajo y cambias de posición de la noche a la mañana. 

A todos y a todas nos gusta recibir alimento para el Ego, y sentirnos diferentes a los demás: nos encanta pensar que somos personas únicas y especiales, nos deleitamos sabiendo la huella que dejamos en la vida de los demás.

Es difícil no sucumbir al placer del poder cuando ponen una calle o una plaza a tu nombre, 

cuando cada domingo decenas de familias acuden fielmente a verte en el altar y a escucharte durante una o varias horas soltando sermones, 

o cuando presentas una obra artística que te convierte en un personaje histórico y te deleitas pensando que vas a ser recordado por los siglos de los siglos.

Ese placer del poder lo siente el alcalde cuando se apropia del dinero que pone la gente, y en lugar de hacer una escuela, se lo gasta en hacer una escultura en bronce de su personaje.

Lo sienten también los dueños de las multinacionales que se apropian del agua de un territorio para hacerse millonarios. 

 Tomar decisiones que afectan a millones de personas, también es un placer descomunal. Por ejemplo, los políticos de derechas que recortan en Sanidad y saben que están poniendo en peligro la vida de tanta gente. Es un placer que les recorre la espina dorsal y les provoca pequeños orgasmos: ¿hay algo más excitante en el mundo que tener vidas humanas en tu mano?

También les pone mucho recortar en Educación Pública y subvencionar la privada, sabiendo que vas a ayudar a unas pocas familias y a hacer daño a la clase obrera. Cuanto más odias a los y las trabajadoras, más placer sientes haciendo daño. A los mas sádicos les encanta hacer daño también a niños y niñas, sobre todo si son de clase obrera, ¿hay algo más placentero que arruinar su futuro desde su más tierna infancia?

También es un placer sentirte la Salvadora o el Salvador: el solucionador de problemas, el que se sacrifica por los demás, el que ayuda y saca del pozo a los demás.

El que te da consejos para mejorar, el que te ofrece soluciones mágicas para transformar tu vida, el que te consuela cuando tropiezas de nuevo, el que te guía en el camino hacia el éxito, la gloria y la eternidad.... les encanta sentir que pueden manipular e influenciar a cientos o a miles de personas.

Lo curioso del poder y sus placeres es que a veces nos toca obedecer (al jefe en la oficina), otras veces ser obedecidos (por la esposa, la empleada doméstica, o los hijos)

A veces nos toca aplaudir, otras ser aplaudidos, a veces toca soportar humillaciones, otras veces somos nosotros los que humillamos y hacemos daño. 

En un mismo día podemos estar en cualquiera de las dos posiciones varias veces.

Y aunque a la mayoría lo que nos toca es obedecer, tenemos el consuelo de que aunque no podamos mandar sobre los demás, ni manipularlos a nuestro antojo, al menos podemos formar una familia y sentirnos los reyes o las reinas de nuestro hogar. 

En casa podemos sentirnos obedecidos, importantes, necesarios, admirados, temidos, y cuidados, y esto sucede lo mismo en las familias de clase muy alta que en las de clase media, baja y muy baja. Por eso son tan vulnerables nuestras frías y nuestras mascotas: están en nuestras manos, son nuestros, podemos destrozarles la vida si queremos. 

El placer del poder es adictivo y peligroso, porque está controlado por el ego, que es insaciable y siempre quiere más. 

Más aplausos, más likes, más dinero, más fieles, más riquezas, más conquistas, más placer, más poder. 

Uno de los principales mensajes que nos lanzan en los productos culturales del patriarcado es que si somos superiores a los demás, tenemos derecho a aprovecharnos de nuestros privilegios, a abusar lo que queramos, a mandar y a manipular a los demás a nuestro antojo.  

Muy pocas personas en este mundo tienen herramientas para liberarse de sus egos, para trabajarse la humildad, para aprender a pensar en el Bien Común, para liberarse del afán de acaparar y acumular recursos, para usar el poder de forma que no perjudique ni explote a nadie. 

La mayor parte de nosotros somos educados para pensar solo en nosotros mismos, para desconfiar de los demás, y para sacar partido de cualquier situación. 

Educar a las nuevas generaciones para que aprendan a usar su poder sin hacer daño a nadie es toda una odisea, sobre todo porque los teléfonos nos crean la falsa ilusión de que podemos controlar el mundo con los dedos pulgares. 

A través de las pantallas nos sentimos libres para opinar de todos los temas, para ejercer violencia verbal creyendo que no tiene consecuencias, para participar en linchamientos públicos y para destrozar la carrera de cualquier famoso. 

Las asistentas virtuales nos hacen creer que nuestros deseos son órdenes: podemos hacer que trabajen para nosotros, podemos insultarles, mandarles callar, desactivarles. 

Podemos decir lo que queramos y no hace falta que empleemos buenos modales con ellas. Son nuestras esclavas-robot, nos buscan información, encienden la calefacción, nos ofrecen entretenimiento, nos escuchan con atención.

El placer del poder lo usan también las élites a través de la publicidad para engañarnos y para que creamos que un producto mágico nos puede convertir en auténticas diosas del Olimpo: con este desodorante tendrás a todas las mujeres a tus pies, con este pintalabios seducirás a todos los hombres de la oficina, con este coche los demás te van a tener envidia, con este reloj tan sofisticado te ganarás el respeto de los demás, con unas tetas nuevas nadie podrá resistirse a tus encantos.

La publicidad gana mucho dinero aprovechándose de la fragilidad de nuestros egos y de la necesidad de sentirnos admirados y obedecidos por los demás.

La única manera de no caer en la trampa del placer del poder es entender cómo lo usan para manipularnos, y como lo usamos nosotros para manipular y dominar a los demás. 

No es fácil liberarse de la necesidad de tener el poder y de sentir ese placer.

Pero todo en esta vida se puede trabajar.


Coral Herrera Gómez 



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2 de febrero de 2023

Cuidados y apoyo mutuo para acabar con la violencia



La única forma de parar a la gente que hace sufrir a los demás es unirse y hacerle frente en grupo. 

Dejar de tenerles miedo, dejar de reírles las gracias, dejar de mirar para otro lado, dejar de protegerles con nuestro silencio. 

Cuando las personas que maltratan pierden el apoyo de los demás, se quedan solas, pierden la impunidad, y pierden todo su poder.

Cuando las víctimas tienen el apoyo de su comunidad, cuando nos rebelamos ante las injusticias juntos, cuando nos defendemos entre todos y todas, es más fácil acabar con la violencia.

Lo mismo para los niños y las niñas que sufren abusos y malos tratos en las aulas, que para las mujeres que sufren violencia machista en la pareja: las mujeres que logran escapar de ella son en su mayoría las que tienen una red amorosa sólida que las protege. 

Si no nos quedamos callados y actuamos con valentía, podemos ayudar a todas las que sufren acoso callejero, acoso en el trabajo, en el transporte público, y en los espacios de ocio y de fiesta. Y esta valentía colectiva sirve no solo para acabar con la violencia física y sexual, sino también con la violencia psicológica y emocional.

Cuando se trata de hacer frente a las personas que tienen el poder político y económico, ya hemos comprobado muchas veces a lo largo de la Historia que si nos organizamos, si dejamos de votarles, si denunciamos a diario, si protestamos unidas en las calles, podemos impedirles que nos roben el dinero que ponemos entre todos y todas, podemos sentarles en el banquillo de los acusados, y podemos impedir que atenten contra nuestros derechos fundamentales. 

Si le perdemos el miedo a la gente que abusa de su poder, si desenmascaramos sus intereses, si nos atrevemos a señalar su violencia, si practicamos la autodefensa colectiva, y si apoyamos a las víctimas, no podrán hacernos daño.  

La unión hace la fuerza, y esto hay que aprenderlo y practicarlo desde la más tierna infancia: el apoyo mutuo, el compañerismo y la solidaridad es la clave para acabar con la impunidad que les protege. Pierden todo su poder cuando ven que nos cuidamos entre todos y todas.

#acoso #bullying #violencia #cuidados #solidaridad #Compañerismo #buenostratos #revoluciónamorosa

Coral Herrera Gómez



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31 de enero de 2023

Herramientas contra la manipulación

 



¿Sabéis por qué es tan buena, y tan importante la noticia de que en Finlandia están enseñando a sus niños y niñas pedagogía de la Comunicación?

 Porque si la población descubre las estrategias que usan los medios de comunicación y las industrias culturales, podremos aprender a defendernos de la manipulación. Lo necesitamos en todos los países y en todas las etapas educativas: tenemos derecho a  saber por qué nos manipulan, cómo lo hacen, y para qué. 

Si aprendemos las estrategias con las que los medios usan nuestras emociones y se aprovechan de nuestras necesidades, deseos y anhelos, si nos explican cómo nos manejan a través del miedo y la rabia, cómo imponen los temas importantes, la manera en que usan los mitos, los estereotipos y los roles para adoctrinar a la población, el uso de los bulos y la desinformación... todos y todas tendremos herramientas para entender la ideología que subyace a la información y los productos culturales que nos ofrecen los grupos de poder. 

En cada noticia, cada canción, cada película y cada serie que se produce, hay un mensaje cargado de principios y valores, que transmite el mundo desde la cosmovisión de un pequeño grupo de personas. 

Si tenemos estas herramientas y sabemos quiénes son los dueños de los medios, y qué intereses tienen, podremos elegir nuestras propias fuentes, crear nuestras propias producciones, y desarrollar pensamiento crítico para no cuestionar cualquier mensaje. 

Lo mismo en los videojuegos, que en los programas de televisión, que en reportajes de revistas, noticias de la prensa, videoclips, cortometrajes, programas de radio, anuncios publicitarios, canciones, poesías, obras de teatro, novelas, ensayos, publicaciones en redes sociales y demás producciones culturales. 

Una sociedad libre es una sociedad informada y con conocimientos, y con capacidad para pensar por sí misma y hacerse constantemente preguntas.

 Estoy convencida de que la educación puede acabar con la manipulación y el anestesiamiento de la población, y que enseñar sobre comunicación sería toda una revolución.

Coral Herrera Gómez 


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14 de enero de 2023

¿Por qué la infidelidad es violencia?



Una de las injusticias más grandes de la infidelidad es que mientras tú gozas de tus relaciones sexuales y sentimentales, niegas a tu pareja la posibilidad de gozar también de otras relaciones. 

Además, ser infiel te lleva a engañar y a mentir, y por lo tanto a hacer daño a tu pareja, que probablemente viva angustiada porque en el fondo de su corazón sabe que te estás portando mal con ella. 

Y hay más, no sólo estás ejerciendo violencia psicológica y emocional sobre tu pareja, sino que también estás abusando de la confianza que ha depositado en tí, estás rompiendo los pactos de cuidado, te estás riendo de ella en su cara. 

Si además tu pareja depende económica y emocionalmente de tí, te estás beneficiando de la explotación emocional que ejerces sabiendo que ella no puede romper la relación. 

Es injusto que esté atrapada contigo soportando la humillación de los cuernos, y tu te estás aprovechando para vivir el mayor privilegio que te otorga el patriarcado: la doble vida. Una como soltero y otra como hombre casado y padre de familia. 

Para terminar, te beneficias del pacto de silencio del que gozan todos los hombres, por el cual todo el mundo ve la cornamenta de tu mujer, menos ella misma. Y además, muchos de vosotros atentais contra la salud de vuestra compañera porque no utilizais métodos de protección en vuestras relaciones, lo que pone en peligro su vida.

¿Cuál es la forma de no hacer daño y evitar la violencia y el abuso? 

Contarle a tu pareja desde el principio lo que te está pasando (me gusta otra, estoy tonteando con otra, me estoy enamorando de otra) para que ella pueda tomar sus propias decisiones, como tener otras parejas igual que tú, o como dejar la pareja si no quiere tener una relación abierta. 

Se trata de ser valiente y de afrontar lo que está ocurriendo con honestidad, así como de asumir las consecuencias de tus actos: si quiero tener otras parejas, mi pareja tiene derecho a hacer lo mismo, o a dejarme en cuanto se entere. 

Y con tus amantes lo mismo: honestidad, respeto, transparencia, valentía y cuidados.

Coral Herrera Gómez 


El pacto de fidelidad es un pacto de cuidados mutuos








Libros para la Revolución Amorosa 

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