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6 de junio de 2024

¿Qué es "lo normal"?, ¿Quién es "normal"?







"Cuando un juicio no puede enunciarse en términos de bien y de mal se lo expresa en términos de normal y de anormal. Y cuando se trata de justificar esta última distinción, se hacen consideraciones sobre lo que es bueno o nocivo para el individuo. Son expresiones de un dualismo constitutivo de la conciencia occidental". 
Michel Foucault




Lo normal, la normalidad, lo normativo, son conceptos que hemos creado para tratar de definir el conjunto de normas que regulan nuestra convivencia. Tiene que ver, según la RAE, con la costumbre, lo habitual, lo corriente, lo común, lo frecuente, lo acostumbrado, lo razonable y lo lógico. En su lado opuesto, está lo anormal, asociado con la rareza y lo insólito. 


El concepto "normal" nos sirve para distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, lo que está bien y mal. Pero la normalidad sirve, además, para discriminar a todas las personas y grupos humanos que no se ajustan a los patrones y modelos que sigue la mayoría. 


Aquellos que son diferentes se etiquetan como anormales, inadaptados, raros, desviados.

Los que no obedecen los mandatos sociales y de género son también considerados locos, chalados, marcianos, dementes.


Las personas que más rechazo generan son aquellos que resultan inclasificables: por mucho que lo intentemos no podemos etiquetarles ni definirles según los estereotipos. 


¿Qué son los estereotipos? Son imágenes agrupadas en categorías que se usan para simplificar la realidad mediante la generalización. Por ejemplo: “los andaluces son fiesteros”, “los latinos son apasionados”, “los pobres son vagos”, “las madrastras son malas”, “las niñas son cursis y débiles”


¿Para qué sirven los estereotipos? Para que todo siga como está, para que el orden social se mantenga intacto, y para perpetuar la jerarquía social y los valores del capitalismo y del patriarcado: la acumulación de poder, el abuso y la explotación, el acaparamiento, el individualismo y el consumismo, las relaciones basadas en la estructura de la dominación y la sumisión. 


Los estereotipos, además, sirven para reforzar el machismo, el clasismo, el racismo, la xenofobia, la aporofobia, la lesbofobia, la homofobia, la misoginia, y demás enfermedades de transmisión social. 


La “normalidad” es un dispositivo de control social que nos somete a las leyes de un grupo. En ellas se nos dice cómo debemos vestirnos, cómo debemos movernos, cómo debemos pensar y actuar, cuáles deben ser nuestras metas y aspiraciones, cuáles deben ser nuestras emociones y cómo deben ser nuestras relaciones con los demás. 


¿Cómo consigue el poder que obedezcamos la norma? 


Asociando lo “normal” a lo “natural”, es decir, asociando lo “normal” a la naturaleza, la biología, y la realidad material. Un ejemplo es la idea de que las mujeres nacemos con un don natural para cuidar a servir a los demás, y que no necesitamos nada a cambio. Nosotras, por naturaleza, somos sacrificadas y entregadas, y nuestro papel en el mundo es servir a los hombres para que vivan como reyes. 


También se nos asigna el rol de sirvientas con la excusa de que así nos han tratado siempre. Cuando nos dicen que “la vida es así”, en realidad nos quieren hacer creer que no hay nada que podamos hacer para cambiar las cosas: son así desde el principio de los tiempos. Este es el argumento que usan para defender las tradiciones culturales en las que se ejerce violencia contra las mujeres o los animales: atentan contra los derechos humanos, pero “es su cultura y hay que respetarla” 


Los mandatos del orden social no están escritos en ninguna parte, pero todos los seres humanos los aprendemos desde pequeños en casa, en el colegio y a través de la cultura y los medios de comunicación. Aprendemos que los niños no lloran y  las niñas no se enfadan, aprendemos a obedecer a los más fuertes y a abusar de los más débiles, aprendemos rápidamente quienes mandan y quienes merecen mayor respeto, y cuál es nuestro lugar dentro de la jerarquía social.  


¿Cuál es el castigo para todos y todas aquellas que se desvíen de la norma, o la desobedezcan? 


El rechazo y el ostracismo. No hay nada que nos duela más que nos critiquen y que nos condenen a la soledad. Cuando no existían las cárceles, las personas que causaban daño a algún miembro del clan eran expulsadas del grupo, y el tener que marcharse y dejar de contar con la protección de la comunidad significaba la muerte. 


Y es que los seres humanos no podemos sobrevivir sin los demás: somos animales gregarios. Las especies que viven en manadas sobreviven más tiempo, y la Humanidad es una especie muy vulnerable que ha podido sobrevivir gracias a su inteligencia colectiva, y a su capacidad para trabajar en equipo y para cooperar. 

Hoy en día castigamos a las personas que son diferentes o que se desvían de nuestro concepto de “normalidad” mediante la expulsión hacia los márgenes y la periferia. 


Nadie desea caer en la exclusión social, por eso tendemos hacia la homogeneización: la diferencia nos asusta, y todo aquello que nos rompe los esquemas mentales y las creencias, nos da miedo. Por eso nos esforzamos por cumplir con los mandatos sociales y por hacer “lo que todo el mundo hace”, aunque para ello tengamos que traicionarnos a nosotros mismos. 


La normalidad también tiene que ver con la hegemonía, es decir, el grupo de poder que decide lo que es normal y lo que no lo es, y por tanto, quién es normal y quién no lo es. 


A través de la cultura estos grupos nos imponen su ideología y su visión de mundo como si fuera la única posible. Por eso podemos afirmar que la normalidad es un concepto arbitrario que sirve como mecanismo para crear sentido y para imponerlo como si fuera producto de la naturaleza o la ley divina. 


Sin embargo, el concepto de normalidad cambia según las culturas y las generaciones. Lo que es "normal" para mí, no lo es para mi abuela. Las normas son diferentes según donde hayas nacido: por eso lo que es “normal” para una mujer europea, puede no serlo para una niña saharaui o para una anciana japonesa. 


Cada comunidad tiene sus costumbres, cosmovisiones, tradiciones, creencias y supersticiones, cada religión tiene sus mandamientos, cada pueblo establece sus propias normas.


La normalidad varía no sólo según las zonas geográficas, sino también según las épocas históricas, la clase social, la etnia, el género.... y las circunstancias personales. Cada uno de nosotros tiene una idea particular de cosas que son "normales" y cosas que no lo son. 


Nos obligan a “normalizarnos” para que nos reprimamos y nos disciplinemos, y sigamos la senda marcada: el coste de ser uno mismo o una misma en esta sociedad es demasiado alto. Por eso todos y todas llevamos una máscara social y simulamos que estamos completamente adaptados a la norma, aunque la realidad es que nadie se adapta de un modo total y absoluto. 


Prueba de ello es que, como nos contaba Foucault, el sistema tiene que vigilar, controlar y castigar a la población constantemente para que no nos desviemos de la norma. 


En general, nos cuesta más asumir normas que nos han sido impuestas, y nos cuesta menos aceptarlas cuando participamos en su elaboración y aprobación. Por eso al poder le cuesta tanto imponer las suyas, y por eso invierte tanto dinero y energía en los sistemas represivos y de control. 


En la posmodernidad sólo se nos permite la transgresión a un nivel estético. Nuestras jerarquías son una gran fuente de violencia y sufrimiento, pero solo nos atrevemos a innovar en el ámbito de la imagen, la moda y del consumo. 


Otras normas son posibles, otra normalidad es posible: ¿cómo podríamos cambiarla? 


En primer lugar, desalojando al policía patriarcal que llevas dentro de ti y con el que te juzgas a ti mismo/a, y a los demás. Cuando dejas de preocuparte por encajar en la sociedad, entonces te liberas a ti y también liberas a los demás, para que puedan ser ellos mismos y ellas mismas.


El limite a la libertad ya sabemos cuál es: tu puedes ser como quieras, siempre y cuando no abuses del resto, y no hagas daño a los demás.


En segundo lugar, tenemos que asumir colectivamente que la normalidad es un asunto político, que solas y solos no podemos, y que necesitamos a los demás para cambiar las normas y para cambiar nuestra realidad. 


Y en tercer lugar, trascendiendo lo estético y llevando a cabo una revolución ética que realmente sea transformadora, y a partir de la cual podamos inventar nuevas normas.


La revolución no está en la imagen que ofrecemos ni en nuestro aspecto físico, sino en los cambios personales que haces para intentar ser mejor persona, y en los cambios sociales que hacemos juntas para transformar nuestras formas de relacionarnos y de organizarnos económica, sexual y afectivamente. 


Que no se nos olvide que las mejores normas son las que elegimos y establecemos nosotros y nosotras en comunidad, no las que vienen impuestas por los grupos de hombres con poder. 

Otras normas son posibles, otras realidades son posibles.

Coral Herrera Gómez



Este artículo fue publicado en la Revista Valors, número 226

con el título:

“La normalitat, un assumpte polític”



Según el Diccionario de María Moliner: Norma

"Regla sobre la manera como se debe hacer o está establecido que se haga cierta cosa: "La provisión de cargos está sujeta a ciertas normas". 

Norma general. Norma de conducta. 

Uso, costumbre: "Las normas sociales varían de un país a otro". Conjunto de las reglas de fabricación de un producto destinadas a estandarizar y a garantizar su funcionamiento, seguridad, evitar efectos nocivos, etc."

Según la RAE, Normal es:

1. adj. Dicho de una cosa: Que se halla en su estado natural.
2. adj. Que sirve de norma o regla.
3. adj. Dicho de una cosa: Que, por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano.


Normalizar es: 
1. tr. Regularizar o poner en orden lo que no lo estaba.
2. tr. Hacer que algo se estabilice en la normalidad. Normalizar políticamente.
3. tr. tipificar (‖ ajustar a un tipo o norma).





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15 de abril de 2020

Defensa del derecho a disfrutar sin dinero

Christina Vilgiate
                                                                     Christina Vilgiate 

El derecho a disfrutar gratis: yo pensaba que una de las luchas del futuro sería defender nuestro derecho a disfrutar del tiempo sin gastar dinero, pero ya llegó el futuro. 

Hemos vivido durante dos meses en una distopía en la que sólo podíamos salir a la calle a trabajar o a consumir, y nos han prohibido hacer todo lo bueno de la vida (disfrutar de tu gente querida, charlar con el vecindario, pasear por la ciudad o disfrutar de la naturaleza) Lo hemos hecho por el bien común, porque somos responsables y solidarios, pero fijaos que a la hora de elaborar normas para el desconfinamiento, las únicas personas que seguimos teniendo restricciones somos las que queremos salir a pasear, hacer ejercicio o a disfrutar de la naturaleza. 

En cambio, no hay horarios para la gente que quiera gastar su dinero en tiendas, bares, restaurantes y terrazas. No es casualidad que los sitios donde juegan los niños sigan cerrados mientras los adultos se aglomeran en los comercios: primero va la economía, y luego la salud mental y emocional de las personas, y su derecho a caminar por la calle y a estar al aire libre. 

Nos quieren produciendo y consumiendo sin parar, y esto crea una exclusión social tremenda: quedan fuera todas las personas que se han quedado sin ingresos, o que no configuran su tiempo libre en torno al consumo. Habrá que batallar mucho para defender nuestro derecho al ocio gratis y a estar al aire libre sin dinero, para que nos dejen estar en la calle y no nos encierren en centros comerciales, y para enseñar a las nuevas generaciones a disfrutar sin consumir. Estar en la calle o en el campo gratis es un derecho al que no podemos renunciar.

Coral Herrera Gómez 

18 de diciembre de 2019

Breve y trágica historia de los Homo Sapiens

Los seres humanos tenemos dos millones y medio de años de antigüedad. Durante mucho tiempo estuvimos conviviendo y copulando con varias especies de hominidos, hasta que hace tan sólo 50 mil años se extinguieron los demás homos, y los sapiens nos quedamos solos en el planeta. Hoy llevamos en nuestro ADN herencias de aquellas especies. 

Nos hemos reproducido a lo bestia, hemos esclavizado muchos animales, y hemos viajado por todos los continentes, comerciando y guerreando sin parar entre nosotros. También nos hemos rebelado durante miles de años contra los tiranos, hemos salido del planeta y hemos llegado hasta la Luna. Hemos acumulado millones de megabytes de información y conocimiento, tenemos gente viviendo ahí afuera en la Estación Espacial Internacional y ya estamos diseñando nuestra primera ciudad en la Luna, para replicar el proyecto después en Marte. 

Vivimos dominados por un grupo de humanos muy poderosos, y pese a que ahora que estamos todos y todas conectadas, estamos permitiendo que nos tiranicen, y estamos colaborando en la destrucción de nuestro hogar. Es una guerra contra la vida en la que todos somos cómplices, en mayor o menor medida. Estamos arrasando con todas las especies y vamos a morir matando. Este suicidio colectivo está haciendo sufrir mucho a los demás seres vivos. Millones nos rebelamos y protestamos, y soñamos con un mundo mejor, pero la mayor parte de la gente permanece indiferente, distraída o tratando de sobrevivir. 

Podríamos pararnos a pensar en la maravilla de la existencia de vida en el planeta, un fenómeno excepcional en el Universo. Y en la importancia de cuidar este pequeño planeta situado en un rincón de una pequeña galaxia. Pero ni siquiera pensamos en las próximas generaciones y en el mundo que les estamos dejando. 

Ésta es la breve y trágica historia de los homo sapiens, una especie inteligente que no supo cuidarse a sí misma, y no supo cuidar de su hogar.

17 de diciembre de 2019

El sufrimiento personal es colectivo



Si una persona se quita la vida cada 40 segundos en el planeta Tierra, es porque hay mucha gente sufriendo en un mundo organizado sobre la explotación de unos sobre otros. Este sistema no funciona: demasiada competitividad, exclusión, violencia, crueldad, egoísmo, injusticias y discriminación: caen tantos en el camino porque es imposible adaptarse a un mundo tan enfermo. 
No tenemos herramientas para gestionar las emociones ni para resolver conflictos, no nos enseñan a cuidarnos ni a cuidar, no valoramos ni alimentamos las comunidades en las que vivimos, no nos tratamos bien, estamos cada vez más solos y solas. Para parar esta pandemia de sufrimiento mental y emocional, hay que acabar con la soledad, los malos tratos, la exclusión social, la pobreza y la precariedad, la colonización y el saqueo, las guerras y los discursos de odio. 
Porque además del suicidio personal está el suicidio colectivo: estamos destruyendo nuestro clima y nuestro propio planeta. Nos estamos suicidado en masa. Hay que hacer un cambio y los niños y las niñas lo están pidiendo a gritos: quieren un mundo mejor. Sabemos cómo hacerlo, y sabemos por qué no lo hacemos. Hay que reflexionar sobre esto y tejer redes amorosas y de cuidados para que nadie se sienta excluida. Multiplicar las redes de apoyo y solidaridad para que nuestras vidas no sean tan duras. 

Necesitamos un cambio enorme para parar la destrucción, aprender a convivir y a cuidarnos, y a cuidar el planeta. Y ponernos a construir entre todos y todas un mundo libre de violencia, de dolor y sufrimiento, un mundo en el que podamos queremos bien, y podamos disfrutar de la vida y del derecho a tener derechos. Y el derecho a tener un futuro. Se nos acaba el tiempo. 

16 de diciembre de 2019

Niñas que no se callan



Niñas que no se callan: estoy impresionada con la cantidad de odio contra las niñas que circula por el espacio social en estos días. Los ataques a Greta y a las niñas que son víctimas de violación en manada tienen un denominador común: el desprecio general que siente nuestra sociedad contra las niñas que no se quedan calladas. 

Una denuncia la violencia del sistema patriarcal y capitalista que nos está llevando a la autodestrucción, la otra denuncia una violación múltiple y nos pone en alerta sobre el peligro que corren millones de niñas como ella debido a los problemas que sufre la masculinidad hoy en día. 

Es impresionante verlas atacadas por miles de señoros que, muy indignados, niegan el cambio climático y la violencia machista y acusan a estas niñas de mentir, y las quieren calladas y encerradas en el colegio, para que no molesten. Hasta salen a la calle a manifestarse para defender violadores de manada, víctimas de una niña que debería estar callada y no se calla. 

Esos mismos señoros son los que aplauden encantados viendo a las niñas posar, cantar o bailar en los concursos infantiles, se les cae la baba viendo niñitas hipersexualizadas, pero se les hace bilis escuchando a niñas rebeldes que piensan y protestan. Hoy más que nunca hay que cuidar y proteger a las niñas del peligro del negacionismo, del adultocentrismo, de la pederastia y de la violencia misógina que impregna toda nuestra cultura.

 #LasNiñasNoSeTocan #NiñasQueNoSeCallan #BastaDeOdioContraLasNiñas

10 de diciembre de 2019

Los derechos humanos nunca dañan a los humanos

Cuando un grupo de gente logra que se reconozcan sus derechos, nunca perjudican a nadie ni privan a nadie de sus derechos humanos fundamentales. Que las mujeres ganen el mismo salario que los hombres no perjudica a los hombres, que las mujeres lesbianas se puedan casar no perjudica a la gente heterosexual, que los niños y niñas vean sus derechos reconocidos no perjudica a nadie, si acaso sólo acaba con los privilegios de ciertos grupos. Puedes saber si algo es un derecho si se cumple esta regla.

Todo lo que perjudique a los demás no es un derecho: comprar bebés a mujeres necesitadas no es un derecho, compartir fotos sexuales de tu ex novia no es un derecho, incitar al odio contra un colectivo o acosar mujeres en la calle tampoco es un derecho, ni pagar por tener sexo con mujeres necesitadas. Todo lo que implique explotar cuerpos ajenos, aprovecharse de las necesidades de alguien, abusar de los demás, hacer sufrir o limitar la libertad de alguien para conseguir lo que uno quiere o necesita, no es un derecho. Es una regla muy sencilla: los derechos que va consiguiendo la gente no limitan tus derechos ni te perjudican en nada.

20 de noviembre de 2019

Enfermedades de transmisión social

Ojalá existiese una escuela o un espacio terapéutico en la que pudiésemos ir a curarnos cada vez que detectemos odio en nuestros corazones, o cada vez que alguien nos señale amablemente los primeros síntomas de estar sufriendo una enfermedad de transmisión social.

Ese odio que siente tanta gente contra los niños y niñas, las mujeres, la gente pobre, las personas con discapacidad, las personas que migran, las que luchan por los derechos humanos, las que tienen otro color de piel, las adultas mayores, las que profesan otra religión que no es la tuya, las personas diversas y las que aman a personas de su mismo sexo, todos estos odios se pueden curar con amor, empatía, solidaridad: necesitamos educación, formación y sensibilización para poder desarrollar estos antídotos naturales contra las fobias.

Hay que curarse, porque el odio mata y hace sufrir a millones de personas en el mundo cada día.

#EnfermedadesDeTransmisiónSocial #StopFobias #ParemosElOdio #Solidaridad #AmorDelBueno

12 de noviembre de 2019

¿Dónde está nuestro derecho al divorcio?

La gran mayoría de hombres que asesinan mujeres lo hacen porque ellas no quieren continuar la relación, y se quieren separar. Creen que ellos son los dueños y deben ser obedecidos, y cuando no se sienten obedecidos, castigan con la muerte a sus mujeres como si fuesen dictadores. 

Creen que pueden maltratar y matar a sus compañeras, hijos e hijas, y animales porque son suyos. Creen que tienen derecho a matar a la compañera si ella ya no quiere seguir a su lado porque no las consideran seres libres, sino seres nacidos para servirles, adorarles y obedecerles. 

Dicen que aman a su compañera, pero en realidad la odian, a ella y a todas las mujeres. La gente que apoya a los asesinos y niega la violencia machista piensa igual, todos ellos creen que las mujeres son propiedad de los hombres y que las desobedientes han de ser castigadas. Son gente que no cree en el derecho de las mujeres a elegir libremente a su pareja, a separarse y divorciarse, ni a elegir su maternidad. Son millones de personas las que piensan así. 

Por eso es tan importante derribar el patriarcado y el machismo: todas las mujeres nacemos libres, somos seres libres, y tenemos los mismos derechos que los hombres. Podemos juntarnos y separarnos cuando queramos 

#DerechoAlDivorcio #StopViolenciaMachista #25N #NiUnaMenos #VivasNosQueremos

14 de septiembre de 2017

Acoso escolar: ¿Será mi hijo el agresor?

#AcosoEscolar Las mamás y papás andan muy  preocupados por el tema del acoso escolar, todos quieren proteger a sus hijas e hijos, pero son muy pocos los que se preocupan de educarlos para que no sean acosadores. La gente piensa en sus crías como víctimas, pero dado que hay muchísimos niños que ejercen violencia sobre sus compañeras y compañeros, resulta que tu hijo puede ser uno de ellos. Deberíamos preguntarnos si estamos educando a nuestros hijos e hijas para que amen la diversidad, para que respeten a todas las que no son como ellos, para que aprendan a relacionarse amorosamente con los demás. Se les enseña a defenderse, pero no les damos herramientas para que gestionen sus emociones y para que no usen la violencia en la resolución de conflictos. Si queremos una sociedad libre de agresores en los colegios (y en el mundo adulto) tenemos que acabar con el machismo, el racismo, la xenofobia, la homolesbotransfobia y todas las formas de odio contra la gente diversa. Es fundamental que aprendan a ser uno más, a renunciar a las relaciones de dominación y sumisión, a convivir con niñxs con malformaciones, con discapacidades o con enfermedades. Los niños y las niñas necesitan referentes de adultos que se traten bien, necesitan ejemplos de empatía, ternura social y solidaridad, y si no lo ven en casa, ni en la calle, ni en los medios, es difícil que aprendan la cultura del Buen Trato. Los niños no nacen violentos; aprenden a odiar y a ser violentos. #StopBullying #NoMásViolencia #QuererseBien #TernuraSocial #BuenTrato #AmorDelBueno

10 de septiembre de 2017

La rebeldía es innata

La rebeldía es innata en los seres humanos. Desde que nació mi bebé, me ha sorprendido mucho lo bien que se expresa cuando no está a gusto, cuando tiene hambre o sueño, cuando quiere hacer algo (como tirarle de las orejas a las perras o meter sus deditos en cualquier enchufe que esté a mano) y no se lo permitimos. Me encanta que tenga tantas habilidades para comunicarse y expresar sus emociones, su disconformidad, su enojo. Veo a otros bebés y me doy cuenta de que en realidad protestar y rebelarse contra las injusticias es lo más natural del mundo. ¿En qué momento perdemos esa capacidad? Desde que nacemos, los adultos nos obligan a resignarnos y a obedecer, y así es como se forman nuevos adultos conformistas que no movemos un dedo cuando nos bajan los salarios, cuando nos quitan nuestros derechos, cuando nos roban los dineros que ponemos entre todos para el mantenimiento del Estado. Aprendemos cuál es nuestro lugar en la jerarquía social, a quién hay que mandar y a quién hay que obedecer. Aprendemos a explotar a los demás y a que nos exploten, memorizamos la realidad sin herramientas para desarrollar el pensamiento crítico. Aprendemos a quedarnos callados cuando necesitamos gritar. Por eso hay tan pocos desobedientes, porque desde nuestra más tierna infancia la familia y la institución educativa nos disciplinan para que interioricemos sin cuestionar las normas que nos imponen. Nos anestesian con pantallas y con pastillas para anular nuestra capacidad innata para la crítica y la rebeldía. Hay que despertar, recuperar la rebeldía, urge la desobediencia colectiva, porque este mundo está enfermo y otros mundos son posibles  #BebésRebeldes  #TeEstáManipulando #Malacrianza #PorqueLoDigoYoYPunto #Desobediencia #Rebeldía #Protesta #Disciplina #Educación #PensamientoCrítico

27 de septiembre de 2013

Cada oveja con su pareja




El amor romántico que heredamos de la burguesía del siglo XIX está basado en los patrones del individualismo más atroz: que nos machaquen con la idea de que debemos unirnos de dos en dos no es casual. Frente al declive de las utopías religiosas o las utopías políticas, surgen nuevas utopías románticas personalizadas, hechas a nuestra medida. Como ya no creemos que podamos salvarnos todos juntos, nos buscamos la vida para poder encontrar a alguien a que nos ame, y de paso, alguien con quien reproducirnos, compartir facturas y resolver problemas.
Bajo la filosofía del “sálvese quién pueda”, el romanticismo patriarcal se perpetúa en los cuentos que nos cuentan, y se instala allá donde no llega el raciocinio, en lo más profundo de nuestras emociones. A través de las películas y las canciones asumimos toda la ideología hegemónica en forma de mitos, estereotipos, y roles patriarcales. Y con estos valores construimos nuestra masculinidad y nuestra feminidad, e imitamos los modelos de relación que nos ofrecen idealizados.
El resultado de tanta magia romántica es que la gente acaba creyendo que el amor es la salvación. Pero solo para mí y para ti, los demás que se busquen la vida. 

Este artículo fue publicado originalmente en eldiario.es:


30 de abril de 2013

Segunda Edición de mi libro "La construcción sociocultural del amor romántico"




Herrera Gómez, Coral: "La construcción sociocultural del amor romántico", Editorial Fundamentos, Madrid, 2011.

Entendida siempre como un fenómeno reproductivo biológico y ninguneada por el discurso científico, muy pocos son los estudiosos que han concedido a la pasión amorosa la atención que merece. El presente título, fruto de un trabajo de investigación doctoral, analiza el fenómeno del amor en toda su complejidad, pero incidiendo especialmente en su construcción sociocultural desde una perspectiva queer.

La tesis central de esta obra es que las emociones están construidas en la sociedad a través de la cultura, y por ello aprendemos a sentir a través de las narraciones y los mitos. Los patrones emocionales que aprendemos en la infancia y adolescencia a través de películas, cuentos, novelas y canciones no han sido susceptibles, hasta hace poco, de ser investigados con rigor académico, y sin embargo determinan nuestra identidad, nuestra vida cotidiana, nuestras formas de organización social y económica.

Mediante un proceso de crítica y deconstrucción, la autora va desvelando la mitificación del romanticismo patriarcal, visibilizando las utopías emocionales de la posmodernidad, y deconstruyendo el pensamiento binario y los conceptos de lo “normal” o lo “natural”, variables según las culturas y las épocas históricas, del mismo modo que varía la cultura amorosa en cada rincón del planeta. El libro se centra en el análisis del amor de pareja occidental, y elabora una crítica acerca de los condicionamientos sociales y culturales que empobrecen y limitan nuestra sexualidad y nuestras redes de afecto.

Coral Herrera Gómez (Madrid, 1977) es Doctora en Humanidades y Comunicación Audiovisual. Es docente e  investigadora, consultora de género y comunicación, blogger y escritora. Dedicó su tesis doctoral al tema del amor romántico desde una perspectiva multidisciplinar que parte de los feminismos, y los estudios de masculinidad. A partir de entonces, su trayectoria profesional ha estado ligada a  la reflexión en torno a la construcción de la realidad desde los medios de comunicación y las industrias culturales. También ha hondado en la relación de legitimación que existe entre nuestras estructuras emocionales y culturales, y nuestra organización sociopolítica y económica. En su blog se dedica a deconstruir los mitos de la heterosexualidad monogámica que perpetúan las desigualdades y la dependencia mutua, siempre con un lenguaje de humor y de batalla. Su propuesta final es que expandamos el amor hacia las comunidades para acabar con el patriarcado, el individualismo, las jerarquías y las desigualdades.







14 de febrero de 2012

¿Qué es el Amor?








El amor es una construcción social y cultural que determina nuestra forma de organizarnos económica y políticamente. Es un sentimiento colectivo muy complejo en el que se interrelacionan muchos factores y que varía según las épocas históricas, las zonas geográficas, los climas, la biología, la cultura, la economía, las formas de organización social y política, las religiones, los tabúes y las normas morales de cada comunidad, etc. 

No aman igual en China que en Marruecos. No ama igual una monja de clausura que un ejecutivo de Manhattan, y sin embargo, el amor tiene algo en común en todas las culturas: es una energía poderosa, nos hace sufrir, nos hace felices, nos mueve constantemente. El amor es algo que nos pasa a todos alguna vez en la vida, y lo vivimos de acuerdo a la cultura en la que nacemos. Aprendemos a amar a través de los cuentos y las películas, que nos ofrecen modelos a seguir, soluciones para resolver conflictos, mapas emocionales y estructuras de relación que adoptamos casi sin pensar. 


El amor es una mezcla de instintos, emociones, normas, prohibiciones y mitos bajo los cuales subyacen las creencias y cosmovisiones que los grupos de poder político y económico nos trasladan a través de la cultura. Estas creencias se invisibilizan porque se engalanan con las vestiduras de la magia del amor, pero nuestros cuerpos, nuestra sexualidad, nuestros sentimientos, están atravesados de ideología.  

El amor es un fenómeno universal, pues no es exclusivo de la especie humana. Se quieren los animales, nos queremos los humanos: las madres y las hijas, los abuelos y los nietos, las tías y las sobrinas, los hermanos, las primas, las amigas, los compañeros de lucha, las vecinas del barrio, los amantes clandestinos, los matrimonios felices, las pandillas, las cuadrillas, las bandas de música, los miembros de los equipos de fútbol, los actores y actrices de un montaje teatral. 

Vivimos rodeados de afectos diversos. Queremos a la gente de los grupos con los que hemos compartido fiestas interminables, o veranos inolvidables. Queremos a nuestros compañeros del colegio y de la universidad, a gente con la que hacemos deporte, con la que compartimos nuestra pasión por el rock, la informática, los huertos urbanos o la astronomía. 


El amor ha permitido la supervivencia de la especie humana, y es un motor que mueve el mundo. Somos animales gregarios que necesitamos el aprecio y el afecto de la gente que nos rodea. Aprendemos socializandonos y comunicandonos. Necesitamos abrazar y que nos abracen, compartir buenos momentos, necesitamos que nos besen, que nos digan cosas bonitas, que nos regañen cuando nos portamos mal, que nos enseñen, que nos hagan hacernos preguntas. Necesitamos dormir entrelazados con alguien en la oscura noche... para darnos calor, para compartir placeres, para no sentir miedo.





El amor romántico es un producto cultural de la Humanidad, pero también es una forma de organizarse social y afectivamente en dúos. Así pues, tiene una dimensión política, pero también una dimensión religiosa y espiritual. Los amantes se escapan de la realidad a través del amor mitificado e idealizado: es una especie de droga que nos envuelve en caricias, jadeos, gemidos, susurros y gritos, sangre, sudor, semen y fluidos.  

El romanticismo hace aflorar la buena gente que llevamos dentro,  y cuando nos ponemos románticos, suelen invadirnos sentimientos muy hermosos: altruismo, generosidad, entrega, ilusión, felicidad intensa. Es muy común que hasta los más egoístas, cuando se enamoran, derrochen alegría y recursos: nos entregamos plenamente para hacer que el amado o la amada sean felices, para hacernos deseables, para mostrar nuestra mejor cara. 

Sin embargo, el amor romántico también potencia nuestro lado oscuro: el egoísmo, el miedo y las inseguridades, los complejos, los deseos de venganza y dominación, la crueldad extrema. Cuando sufrimos, cuando se portan mal con nosotros, cuando nos portamos mal con alguien: el amor romántico nos muestra la peor cara de nosotros mismos, nuestro lado más sombrío e inconfesable. Además, el amor nos sirve de excusa para justificar mezquindades como violar la intimidad de la otra persona, o barbaridades como matar a tu esposa en un ataque de celos. 






Los seres humanos nos relacionamos en base a intereses personales, jerarquías y luchas de poder. Nuestra estructura de relación está basada en el esquema de la sumisión-dominación, y debido también a la diversidad y complejidad de las emociones humanas, nos es muy difícil relacionarnos de un modo igualitario y horizontal entre nosotros. De ahí que sean tan comunes las guerras románticas, y que sigamos asociando el amor al dolor y al sufrimiento extremo.

Las relaciones eróticas o románticas pueden ser un paraíso o un infierno... pese a que la pasión está sublimada en nuestra cultura, la realidad es que sufrimos terriblemente por amor, y que eso nos hace muy infelices. Los problemas que más nos afectan en la vida, aparte de los económicos, son los emocionales: las relaciones con nuestra pareja, con nuestros padres, con nuestros hijos, con los compañeros del trabajo... No es fácil quererse en una sociedad tan individualista y competitiva como la nuestra. 


El "capitalismo romántico" es la base de nuestra cultura amorosa, construida según los principios y valores del sistema económico y político en el que vivimos. Por eso configuramos nuestras relaciones en base a la propiedad privada (yo soy tuya, tú eres mío) y en base a la acumulación (medimos la virilidad, por ejemplo, en base al número de mujeres que un hombre puede conquistar, al estilo de Don Juan). 

La industria del amor romántico, por ejemplo, es un motor que mueve nuestra economía, dado que invertimos muchísimos recursos en encontrar pareja, en formalizar y celebrar las uniones, en pedir a profesionales que nos ayuden a mantener la pareja, o que nos ayuden a separarnos. Entre los regalos que nos hacemos en las bodas y aniversarios, y la creación de niditos de amor, son muchas las empresas que se benefician de este inagotable negocio. Ganan las iglesias, las joyerías, los salones de boda, las agencias de viaje de novios, las tiendas de ropa nupcial, las floristerías, las orquestas de música, las agencias matrimoniales, los gabinetes de psicólogos, los bufetes de abogados, y las inmobiliarias. 


Además, amamos patriarcalmente, es decir, nos relacionamos desde las jerarquías y la desigualdad, porque en nuestra cultura nos hacen creer que hombres y mujeres somos radicalmente diferentes pero a la vez complementarios. El Romanticismo patriarcal consiste en que nos relacionamos en base a jerarquías de afecto (las mujeres podemos ser la señora esposa/la otra/la puta, los hombres pueden ser esposos, amantes/clientes), y a los privilegios de género que nos sitúan a unas por debajo de los otros. Nuestro modelo amoroso por excelencia es heterosexual con una clara orientación reproductiva, pues la homofobia es el mayor distintivo del patriarcado, que cree que el placer es pecado, y más grave en el caso de las mujeres. 


Las mujeres sufrimos de dependencia emocional aguda y los hombres se declaran en estado de crisis transitoria. Unas sufrimos las contradicciones entre los discursos de la posmodernidad y las estructuras emocionales arcaicas que heredamos de nuestras abuelas. Los otros reivindican su derecho a deshacerse de todos sus privilegios de género y de las cargas patriarcales que llevan siglos oprimiéndolos. Unas se aferran a la feminidad tradicional, otros al ominpresente modelo de macho alfa. Unos se declaran disidentes del género, gente rara, gente queer, y otros desean heteronormativizarse, y en el camino, las relaciones son más apasionantes que nunca, porque estamos todos desorientados y hace falta innovar a la hora de juntarse con alguien. 


Es más fascinante construir de cero estructuras amorosas para el disfrute que seguir con las antiguas, porque resultan un tanto sadomasoquistas. Esta cosa del placer del sufrimiento inserta en nuestra cultura cristiana,  que nos hace creer que para amar de verdad hay que sufrir, que si no se tienen celos no se ama de verdad, que hay que llorar mucho para rozar el amor verdadero, que la pasión está basada en el conflicto eterno y sostenido

Por eso nos creemos que no hay pasión sin sufrimiento y por eso nos gusta vivir el dramón como en las mejores telenovelas. Nos embarcamos en relaciones tormentosas y en eternas luchas de poder entre nosotros porque no sabemos construir relaciones sanas, bonitas, libres e igualitarias. Nuestra cultura mitifica la violencia pasional y por eso nos creemos el rollo de que "los que más se pelean son los que más se desean", o "quien bien te quiere te hará llorar". Nos dicen también, que el odio es lo mismo que el amor, por eso el amante tiene todo el derecho del mundo a tratar mal al que ya no le ama, y emplear toda la violencia que necesite para desahogarse.


En la cultura amorosa occidental existe un tipo de justicia romántico- patriarcal según la cual unos son los buenos y otros son los malos. Unas personas son las víctimas, y otras las culpables (todas aquellas personas que rompen el pacto de fidelidad monogámica, o aquellas que aunque juraron amor eterno, no pueden cumplirlo y desean separarse del amado o la amada). y de esta manera, no somos libres ni para unirnos, ni para separarnos, bajo la posibilidad de que nos denuncien publicamente por "alta traición".

En las redes abundan ejemplos de esos amores horribles basados en los celos o en la misoginia, amores horribles que fomentan el narcisismo, el egocentrismo y el reproche amargo. Esos inocentes cartelitos, me temo, llegan al extremo de promover esa terrible relación entre el amor romántico y la violencia de género. Los medios siguen mitificando las patologías del amor romántico que generan tanto sufrimiento, sobre todo en el cine o en los telediarios, que siguen presentándonos los asesinatos a mujeres como crímenes pasionales. 

Nos sentimos demasiado solos y solas en la posmodernidad individualista, y muchos son como yonkis del amor que no pueden evitar esa adicción a las emociones fuertes. La magia del amor, sin duda, es una droga demasiado potente que nos coloca en estados de éxtasis y de dolor, pero que también sirve para que todo siga como está.



El amor perjudica seriamente la igualdad porque está basado en la división tradicional de roles, de manera que dependamos unos de otros para sobrevivir. Para reforzar las relaciones basadas en la dependencia mutua, nuestra cultura se ha inventado el mito de la heterosexualidad, el mito del matrimonio por amor, el mito de la monogamia, y todos los demás mitos románticos como la media naranja, el amor eterno, el príncipe azul y la princesa rosa.... 


Todos estos mitos románticos existen porque necesitamos modelos de héroes y heroínas mitificados, y para que adoptemos ciertos patrones emocionales y ciertas estructuras de relación que están muy marcadas por la doble moral. La doble moral consiste en que nos creamos que las mujeres somos monógamas e inapetentes sexuales y los hombres son, por naturaleza, promiscuos y con una gran potencia sexual. A pesar de ello, a las mujeres se nos sigue castigando duramente, restringiendo nuestra libertad de movimientos y nuestro derecho al amor,  y se nos sigue confinando en espacios domésticos porque en nuestra sociedad las mujeres libres representan toda la carga cultural del ancestral miedo masculino a la potencia sexual femenina. 


El amor, entonces, posee una dimensión política y económica que configura nuestras emociones y sentimientos, nuestro deseo y erotismo, nuestras formas de convivencia, nuestra cotidianidad. Aprendemos a amar a través de la cultura, aprendemos qué formas de relación son las aceptadas por nuestra sociedad, qué formas de amar están prohibidas o mal vistas, aprendemos a formar dúos de amor, e imitamos los modelos amorosos que nos proponen la publicidad, el cine y los medios de comunicación, por eso todos y todas deseamos un amor de Coca-Cola.








La construcción cultural del amor romántico de nuestras sociedades está basada en  modelos muy limitados, en realidad es siempre el mismo esquema narrativo: dos personas heterosexuales jóvenes y blancas que se aman pero no pueden estar juntos por diversos motivos. El lucha contra los obstáculos y los enemigos, ella espera pacientemente. Y cuando él triunfa, acaban juntos y viven felices para siempre. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Aunque sabemos que otros finales Disney son posibles, y que la realidad es mucho más diversa y colorida de lo que nos cuentan. 


Basta con echar un vistazo a los índices de divorcios, re-casamientos, infidelidades;  asomarse a las carreteras repletas de puticlubs, y bucear un poco en Internet para observar la cantidad de gente que busca amor a través de las redes sociales. Son millones los que se apuntan a plataformas de ligue virtual, a grupos de sadomasoquismo y bondage, a blogs de parejas swinger, a colectivos de poliamor, a foros de gente rara, queer, friki con gustos sexuales particulares, como los que tienen relaciones de amor sin sexo, o relaciones sexuales sin amor. 


Del amor se ha escrito mucha literatura, pero la ciencia no le ha prestado la atención suficiente hasta hace bien poco, pueden leer sobre el tema en "El amor romántico desde una perspectiva científica: ¿por qué y para qué estudiar el amor?". Las relaciones de parentesco, por ejemplo, se estudian mucho más que las relaciones de pareja, y el reflejo salivar condicionado mucho más que las emociones que nos sacuden por dentro y nos descolocan la vida. 


Nos enseñan educación sexual para protegernos de enfermedades, pero no nos ofrecen educación emocional para aprender a gestionar la ira, la pena, la euforia, la esperanza, el dolor o el miedo. Para eso está el cine con sus mitos románticos: aprendemos de historias de amor como Dirty Dancing o Avatar


Y con estas películas aprendemos, de paso, como son o deben ser las mujeres, como son o deben ser los hombres, y nos convertimos en soñadores de la utopía romántica posmoderna, que nos promete la salvación y la obtención del estado anímico ideal: la felicidad. 


El amor es un tema que va cobrando cada vez más importancia conforme ahondamos en las teorías de género, abandonamos el pensamiento binario, vamos más allá de las etiquetas que nos discriminan, dejamos de pensar en conceptos absolutos como verdad, objetividad, normalidad. Ya sabemos que el tiempo es relativo, que las emociones son parte de nuestro cerebro racional, y aprendimos hace décadas que lo romántico es político. 



Conclusiones


El único camino viable hoy para despatriarcalizar el amor y descapitalizarlo, creo, pasa por nuestra capacidad para dejar de idealizar las utopías románticas. Para poder construir relaciones bonitas que nos hagan medianamente felices, creo que es fundamental trabajar el apego y el miedo a la soledad. Es necesario cuestionar la división tradicional de roles, subvertir los estereotipos, desmontar los mitos del romanticismo decimonónico, y diversificar afectos


No solo en el ámbito de lo erótico, sino también en el campo de las emociones, es preciso liberar al amor de la necesidad y las dependencias. Liberarlo de sus cadenas represivas (esas normas no escritas sobre con quién se puede tener relaciones y con quién no), ir más allá de la pareja como única fuente de amor, y deshacernos del imperio de la heteronormatividad porque las personas nos queremos, más allá de nuestra masculinidad o feminidad, más allá de las etiquetas hetero/homo, más allá de lo que las  religiones y las industrias culturales nos venden como modelo ideal. 


Considerando que todas nuestras necesidades de afecto y compañía no pueden ser cubiertas por una sola persona, es preciso expandir el amor, poder disfrutar de los seres queridos y romper con el aislamiento y el anonimato que impone la vida urbanita posmoderna. Nos sentimos solas y solos cuando no nutrimos nuestras redes sociales o cuando estas son únicamente virtuales. Por eso creo que hay que volver a crear, o bien reforzar, las redes de solidaridad y ayuda mutua. Expandir el cariño al vecindario, organizarse para mejorar la calidad de vida de todos y todas, no solo la propia. Para ello tenemos que derribar los estereotipos que nos discriminan, acoger la diferencia como algo enriquecedor, dejar de pensarnos en dicotomías (nosotros/ellas, los unos/las otras, los blancos/los negros, los de dentro/los de fuera). 


Es importante que desde la cultura podamos trabajar para crear otros patrones emocionales, que podamos contar otras historias más reales y por tanto más diversas, que podamos inventar otros modelos y personajes más complejos y menos polarizadosEs importante también trabajar contra la desigualdad que genera violencia, y liberar a nuestro cuerpo y sexualidad de  la tiranía de la belleza y de las estructuras de pecado que nos oprimen. 


Estoy convencida de que solo desde la libertad podremos querernos y hacernos la vida más fácil. Solo desde la alegría de vivir podremos construir relaciones de disfrute y de cariño colectivos que nos hagan sentir menos solos y solas. 


Un día que me puse muy optimista se me ocurrió el ensayo "El futuro es Queer" y en otro ataque de alegría me escribí el "Manifiesto de los Amores Queer". 


Otras veces pienso que hace falta siglos para poder lograr liberar al amor del miedo y del patriarcado, y del interés económico. Me digo entonces que a pesar de lo complicado que es entender el amor, a pesar de la contradicción que existe entre nuestra necesidad de independencia y la necesidad de compañía, a pesar de lo mucho que sufrimos "por amor",  lo importante es que lo estamos intentando


Ya somos muchas las personas que estamos leyendo, reflexionando, cuestionando y debatiendo acerca de nuestras emociones y nuestras formas de relacionarnos. Ya somos muchas las que estamos trabajandonos el patriarcado inserto en nuestros sentimientos, las que apostamos por la creación de nuevas formas de convivencia social, más pacíficas y amorosas, que nos hagan sentir que pasar un ratito por este mundo ha merecido la pena. Está en nuestras manos trabajar unidas por un mundo mejor, sin batallas de género, orientación sexual, raza o clase social. Solo con  mucho amor podremos disfrutar de la vida, y construir relaciones mas bonitas, sanas e igualitarias, basadas en redes de ayuda mutua y solidaridad. 

Si, se puede disfutar del amor!


Coral Herrera Gómez Blog

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