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12 de abril de 2025

Crear comunidades para acabar con la violencia y la impunidad




Nuestra cultura protege a los agresores y a los violentos. Todos
y todas colaboramos para protegerlos, consciente o inconscientemente. Vivimos en una cultura patriarcal basada en la impunidad, pero no estamos condenados a vivir siempre así. ¿Qué podríamos hacer para empezar el cambio que necesitamos?

Tomar conciencia de cómo les encubrimos, y cuáles son los mecanismos que usamos para perpetuar la cultura de la violencia.

- Uno de los mecanismos de perpetuación más comunes consiste en culpar a las víctimas de la violencia que sufren, y victimizar al culpable. 

- A las víctimas no se las cree: su testimonio siempre es puesto en duda, y a menudo se les señala su implicación en el conflicto como agente provocador. 

- En cambio a los victimarios les ampara la presunción de inocencia: es la víctima la que tiene que aportar pruebas de las agresiones que ha sufrido. Sobre ella pesa la sospecha de que lo hace para llamar la atención o por un deseo de venganza, cuando en realidad lo que piden las víctimas es justicia y reparación.

- A las víctimas se les acusa de querer hacer daño a sus victimarios, de querer arruinar su imagen y su prestigio, o de querer destruir al victimario por alguna "oscura razón". Los culpables en cambio son considerados personas “normales” que pierden los nervios o la paciencia y actúan desde el impulso, arrasados por su emoción (irá, miedo, rabia, dolor)


Esta cultura de la impunidad comienza en la escuela. 

Así funciona el asunto en la mayoría de los centros escolares: 

- Lo primero que aprenden niños y niñas al entrar en el colegio es que no hay nada peor que ser un chivato y denunciar las agresiones al profesorado y al equipo directivo. Nadie quiere ser señalado como un traidor.

El matón del grupo siempre tiene a gente que le ríe las gracias y le aplaude cuando amenaza o golpea a sus víctimas. Sin este grupo de apoyo el matón no se atreve nunca a actuar. Generalmente son niños muy sumisos que tienen miedo al agresor, o niños que le admiran y querrían ser como él.  

- Muchos niños no quieren ver sufrir a sus padres y prefieren callar para no preocuparles. También guardan silencio por miedo a las represalias, porque les da vergüenza sufrir violencia y porque no están muy seguros de que los adultos puedan creerle y protegerle.

- Los padres de los agresores suelen ser también gente violenta, aunque no siempre. Y suelen ser violentos con sus hijos e hijas, aunque no siempre. 

- Son muy pocos los padres que se sientan a hablar con sus criaturas para explicarles por qué no deben hacer daño a otros seres humanos. La gran mayoría se pone de parte de sus hijos y los defiende a capa y espada, aunque ellos mismos hayan presenciado las agresiones de sus hijos "in situ". Pueden admitir que su hijo a veces pega, "pero mi hijo no es violento". 

- Otra ayuda importante es la gente que no se quiere meter en líos y mira para otro lado, como hacen muchos adultos y adultas en el patio del recreo o en el parque infantil. Hacen como si no supieran y como si no estuviera sucediendo, y luego se muestran sorprendidos cuando las víctimas se quitan la vida porque no aguantan más.

- Si un niño o niña reúne la valentía necesaria para denunciar la violencia que sufre, los adultos generalmente lo tratan como si fuera un conflicto entre dos iguales. Generalmente los matones suelen tener mucho más poder que sus víctimas, ya sea porque son más fuertes o simplemente porque cuentan con apoyo de mucha gente.

- Una de las cosas que más beneficia a los matones de clase es que las personas adultas minimicen el asunto e invaliden los sentimientos de las personas agredidas: “son cosas de niños”, “estás exagerando”, “no ha sido para tanto “, “qué sensible eres”…

- Disfrazar la violencia de humor: “qué poco sentido del humor tienes”, “eres demasiado susceptible”, “era una broma”, para que parezca que el daño se hizo sin intención. La violencia se presenta como algo “normal” que divierte a todo el mundo (menos a quien le toca recibir las burlas, los insultos y las humillaciones)

¿Cuáles son las estrategias de las víctimas? 

Pues someterse y victimizarse aún más para generar empatía en el o los agresores (cosa que no funciona), o plantarles cara y enfrentarse a ellos con violencia (funciona a veces). Este es el consejo que les dan a los niños: “pégale tu para defenderte” , pero es un consejo cruel. 

Yo estuve tiempo aguantando la violencia en el colegio porque no quería pelear, no quería usar la violencia, y no me sentía en igualdad de condiciones para la batalla: es súper violento empujar a una niña o niño a la violencia como si no hubiera otras maneras de parar a los agresores, y como si fuera un problema individual, cuando en realidad es un problema colectivo.


Esta falta de apoyo de la comunidad es la que hace que las víctimas se vean obligadas a abandonar el colegio y el barrio. Y es una gran injusticia porque cuando se marchan, el niño agresor refuerza su sensación de gozar del privilegio de la impunidad total. Sabe que el castigo es para las víctimas, no para él. 

Los niños y las niñas no solo sufren violencia de otros iguales, también sufren violencia en casa, en clases extraescolares, y en la parroquia. Es muy difícil para las víctimas pedir ayuda: la mayoría es capaz de hablar de las agresiones que ha sufrido 30 o 40 años después, como las víctimas de la pederastia eclesiástica. Han hablado cuando han podido, después de años de terapia, y sin embargo la Iglesia católica no les ha apoyado como merecían. Muchos de los curas agresores fueron trasladados de parroquia, jamás fueron juzgados, encarcelados ni expulsados de la organización. Los católicos no han inundado las calles pidiendo justicia para las víctimas y tampoco se están tomando medidas para que no vuelva a ocurrir.

¿Qué responsabilidad tiene el Estado y los gobiernos en la perpetuación de la violencia y la impunidad?

Los gobiernos podrían aprobar leyes contra la violencia en las aulas, y proporcionar formación en colegios e institutos de la Cultura de la No Violencia, la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados. 

No es un tema prioritario porque los niños no votan, y no tienen tampoco voz propia. No hay representantes de la juventud ni de la infancia en los parlamentos.

Los discursos antipunitivistas que piden rebajas de pena y absoluciones para violadores, pederastas, agresores, puteros y femicidas también fomentan la cultura de la impunidad. 

La sociedad cree que la violencia es algo “normal” y “natural”. El maltrato está en todas nuestras relaciones y solo ahora estamos empezando a poner nombre a todas las violencias que sufrimos y ejercemos, gracias al feminismo que está trabajando mucho en identificar y combatir la violencia machista. 

Aún los medios de comunicación siguen protegiendo a los agresores, cuestionando a las víctimas, y tratando de que la violencia parezca una pelea entre dos personas que se encuentran al mismo nivel. Pese a la formación que está recibiendo el personal sanitario y las fuerzas de seguridad, para las víctimas denunciar en comisaría y frente al juez es un auténtico calvario. 

Se les pide que denuncien pero el proceso es un infierno, y los jueces más misóginos siguen absolviendo a pederastas, puteros, violadores y femicidas. La sociedad sigue también poniéndose de parte de los violentos, por eso muchas mujeres no denuncian o quitan la denuncia. En un sistema que culpabiliza a las víctimas y victimiza a los culpables, tratar de pedir justicia y protección es una auténtica odisea. 

Los niveles de impunidad son obscenos en todo el mundo. Si los agresores son millonarios, las posibilidades de ganar el juicio son casi nulas. La opinión pública siente más simpatía por los hombres que por las mujeres, porque nosotras nunca hemos sido de fiar: las mujeres en el imaginario colectivo somos aún representadas como peligrosas, astutas, manipuladoras, irracionales, caprichosas, retorcidas, cambiantes, mentirosas, interesadas, misteriosas, y malvadas. 

Nuestro testimonio nunca es creíble. Sobre nosotras recae siempre la sospecha de que estamos despechadas y por eso queremos arruinarle la vida a un hombre. Incluso cuando un señor es señalado por varias mujeres, no importa si son tres o treinta: todas tienen encima la sospecha de querer vengarse por alguna oscura razón. Los pobres hombres son representados por los medios como víctimas de estas alimañas. 

¿Que está cambiando en estos últimos años? A nivel cultural, los violentos siguen protagonizando las películas de ficción, y los productores siguen ensalzando la figura del macho con poder que se dedica a dominar, matar y destruir. 

Pero en las calles las mujeres estamos pidiendo que dejen de violarnos y matarnos, y hemos iniciado un movimiento mundial llamado MeToo que está rompiendo con el pacto de silencio y la impunidad de los hombres con poder. Cineastas, escritores, políticos, músicos, futbolistas, científicos… ahora todos tienen miedo porque nosotras ya no nos callamos. 

Es cierto que hay mujeres que siguen protegiendo a sus maridos, a sus amigos y compañeros de partido, y que mientras tengan aliadas, los machos de derechas y de izquierdas seguirán gozando de impunidad. Este apoyo de mujeres patriarcales es fundamental para ellos, pero lo cierto es que el Pacto de Silencio se está resquebrajando poco a poco. 

¿Cuáles son los retos que tenemos por delante?

 Juntarnos para hacer frente a la violencia, crear comunidades de apoyo mutuo, y sobre todo apoyar a niños y a niñas que son las más vulnerables y las que más nos necesitan. 

Hacer autocrítica amorosa para identificar las violencias que sufrimos y las que ejercemos.

Aprender a cuidar nuestras emociones y a resolver conflictos sin hacernos daño.

Crear pequeñas comunidades de cuidados donde todos demos y recibamos amor.

Pero además también tenemos que organizarnos no sólo contra los agresores que ejercen violencia sobre una o varias personas, sino también contra los hombres y mujeres con poder que ejercen violencia contra un pueblo entero y atentan contra nuestros derechos humanos fundamentales. Por ejemplo, los que destruyen la Sanidad y destinan el dinero al gasto militar. 

En democracia apenas tenemos mecanismos de autodefensa para hacer frente a la maldad de nuestros gobernantes, que pueden robar, malversar, saquear los recursos públicos, meternos en una guerra y tomar las medidas que quieran sin ningún tipo de consecuencias. 

¿Cómo podríamos acabar con la impunidad? Dejando de idolatrar a los violentos y creando grupos de cuidados. 

Si en los barrios y en los pueblos, en las escuelas, los institutos, las universidades, los centros de trabajo, las instituciones y las organizaciones hubiese grupos de cuidados y todo el mundo pudiera pertenecer a uno, los agresores se echarían para atrás. No es lo mismo meterse con una mujer indefensa que con diez mujeres, ni es lo mismo meterse con un niño más pequeño que tú que con un grupo de diez niños y niñas. 

Los violentos son cobardes, y pegan porque saben que pueden hacerlo. Los grupos crean un escudo humano que protege a todos los miembros y que a la vez impide que ningún miembro ejerza violencia contra otras personas. 

Si lográsemos crear pequeñas comunidades unidas por los valores de la solidaridad, el apoyo mutuo y el compañerismo, si aprendiésemos a trabajar en equipo para resolver conflictos, si tuviéramos formación y herramientas para la mediación y para la autodefensa, podríamos acabar con la impunidad y la violencia. 

Las víctimas ya no tendrían que demostrar el daño que han sufrido porque habría testigos y contarían con una comunidad que les cree y les apoya. 

Los agresores ya no podrían contar con el miedo de la gente, porque cuando los grupos humanos pierden el miedo y se unen por una causa justa, son invencibles.

Si además en los centros escolares y los medios de comunicación nos enseñasen la Cultura de la No Violencia, los valores del pacifismo, la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados, tendríamos herramientas para aprender a relacionarnos y para crear espacios seguros para que todas y todos podamos estudiar, trabajar o divertirnos en paz.

Vivir en paz, disfrutar de una vida libre de violencia es lo que queremos la gran mayoría de la población. Solos y solas no podemos, en comunidades y grupos pequeños sí. 

Coral Herrera Gómez 


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11 de abril de 2025

Paremos la guerra: las mujeres queremos la Paz



Ya no podemos más. Queremos un alto el fuego y un plan para el proceso de paz. 

Las mujeres no somos las enemigas: somos la mitad de la Humanidad. 

Queremos que dejen de matarnos: la guerra contra las mujeres deja cerca de 85 mil víctimas asesinadas cada año. Una cada diez minutos. 

Queremos una tregua indefinida, que los hombres bajen las armas, que las pongan sobre la mesa, y se sienten a negociar. 

¿En qué consiste la guerra contra las mujeres?, ¿cómo podemos comenzar a elaborar los acuerdos de paz?

Lo primero es conocer los orígenes de esta guerra, lo segundo es tomar conciencia de cómo sufrimos y ejercemos explotación y violencia. 

La guerra contra las mujeres empezó cuando dio comienzo el patriarcado, hace unos 8 o 9 mil años. La resistencia feminista comenzó en el mismo momento en que empezó la opresión y la dominación. Cuando los hombres quisieron encerrarnos en casa y usarnos como sirvientas domésticas, sexuales y reproductivas, las mujeres se resistieron y comenzaron su lucha por la liberación. 

Después de tantos miles de años, las mujeres desobedientes que no cumplen con los mandatos de género y se rebelan contra la misoginia y la violencia siguen siendo castigadas en todo el mundo con malos tratos, torturas sexuales, explotación, esclavitud, y también con la muerte. 

El enemigo número uno del patriarcado son las mujeres feministas, y todas aquellas mujeres que luchan por la igualdad y los derechos humanos de todas las mujeres. Por eso nos odian tanto los hombres machistas y sus aliadas, las mujeres patriarcales. 

Gracias al feminismo ahora contamos con datos estadísticos para explicar cómo se desarrolla la guerra contra las mujeres en todo el mundo. Sin embargo, cuantos más datos tenemos, más aumenta el negacionismo y el odio contra las que se atreven a protestar. 

La mayoría de los hombres no sienten ninguna empatia por nuestra lucha, no se solidarizan y no asumen la parte que les toca. Nosotras estamos cambiando a pasos agigantados, los hombres no quieren cambiar. Quieren seguir gozando de los privilegios que gozaban sus abuelos. 

¿Cuáles son esos privilegios? 

- Los hombres tienen el doble de tiempo libre que las mujeres en todo el mundo. Es cierto que la gran mayoría sufre explotación laboral, pero muchos de ellos tienen criadas a su servicio, sirvientas que sufren explotación emocional, doméstica, sexual y reproductiva. Unos pagan y otros lo disfrutan gratis, pero la inmensa mayoría se beneficia de la energía y del tiempo de las mujeres. 

- Explotación doméstica: millones de mujeres trabajamos para nuestro marido y descendientes sin derechos laborales: sin cobrar salario, sin días de descanso ni vacaciones, sin cotizar a la seguridad social, sin permisos por enfermedad ni derecho a la jubilación. Nosotras somos las que gestamos y parimos bebés, los cuidamos y los educamos, y además cuidamos el hogar, cuidamos a las personas mayores y a las personas dependientes de la familia, a las mascotas y animales domésticos, al ganado, el jardín y el huerto familiar. Son toneladas de horas de trabajo cada año, un trabajo del que se benefician los hombres. 

- Explotación laboral: los dueños de las tierras, las fábricas, los medios de producción y comunicación, los bancos y las empresas son en su mayoría de los hombres. La gran mayoría de las mujeres del planeta sufre, del mismo modo que los hombres, la explotación laboral, pero nuestras condiciones de trabajo son mucho peores: nos salarios son mucho más bajos, las condiciones laborales mucho más precarias, y sufrimos mucho más el desempleo. Nuestras pensiones de jubilación son más bajas, nos echan del trabajo si nos quedamos embarazadas, y además sufrimos acoso sexual de iguales y superiores en nuestros centros de trabajo. Lo mismo las secretarias que las campesinas, las abogadas, las azafatas, las ingenieras, las cocineras, las profesoras, las ganaderas, las investigadoras, las peluqueras, las artistas, las camareras, las atletas, las obreras, las enfermeras… las que más explotación y abusos sufren son las mujeres que trabajan en el sector de los cuidados (empleadas de la limpieza, trabajadoras sociales, internas domésticas, cuidadoras de personas mayores) 

- Acoso en los espacios públicos: los hombres nos castigan si salimos solas a la calle. Nos acosan en el bus, en el tren, en el metro, en las plazas, en los espacios de ocio, en fiestas populares, en los bares, las discotecas y en los conciertos, en las competiciones deportivas... solo nos dejan en paz cuando vamos acompañadas de otros hombres. 

- Matrimonio infantil, mutilación genital, violencia sexual, embarazos forzados: el lugar más peligroso para nosotras no es el espacio publico sino el hogar, donde sufrimos todo tipo de malos tratos, abusos y violencias:  en casa nos mutilan genialmente, nos encierran en burkas, nos casan cuando somos niñas con pedófilos, nos violan y nos obligan a ser madres.

- Violencia obstétrica: es la que sufrimos durante el embarazo, el parto y el posparto en los centros médicos y en los hospitales. El maltrato en momentos de tanta vulnerabilidad deja una huella profunda en nosotras, y además tenemos que hacer frente a la tremenda soledad de los primeros meses de la maternidad. Aún son mayoría los hombres que no cambian pañales ni piden permisos para cuidar de sus criaturas; se asume todavía que toda la responsabilidad de la crianza es de las madres.  

- Explotación sexual y reproductiva: los hombres ganan mucho dinero alquilando y vendiendo mujeres. Nos usan como mercancía: trafican con nuestros cuerpos y nuestras vidas, nos exponen en escaparates y en catálogos, y nos ofrecen como productos. Los hombres hacen negocios con nuestras vaginas, nuestros óvulos y nuestros bebés. Nos usan como incubadoras humanas para satisfacer los deseos y necesidades de los hombres que puedan pagar por ello, y hay precios para todos los bolsillos.  

- Malos tratos y femicidios en el ámbito de la pareja: los hombres casados viven como reyes y nosotras como sirvientas. Accedemos voluntariamente al matrimonio, una cárcel de la que muy pocas mujeres se atreven a salir. Algunas somos asesinadas cuando queremos separarnos o divorciarnos. Seguimos siendo un bien de consumo y una propiedad privada para nuestros maridos, por eso nos castigan cuando queremos escapar. 


Cada vez más países están identificando y cuantificando la violencia y están tomando medidas para proteger a las víctimas, pero los niveles de impunidad son espantosos,  y la misoginia impregna toda nuestra cultura y en nuestra comunicación: 

En los medios de comunicación de masas nos cosifican, nos hipersexualizan y nos invisibilizan. 

- Las industrias culturales nos ofrecen productos fabricados con mitos y estereotipos para perpetuar su sistema de dominación.  

- En las redes sociales nos borran, nos linchan y nos cancelan, tanto los machos de izquierda como los de derechas, tanto los machos hegemónicos como los diversos. Los algoritmos premian la ciberviolencia contra las mujeres, y esa violencia traspasa las pantallas al mundo real. Por eso tantas figuras públicas han tenido que abandonar las redes: el mayor triunfo para el patriarcado es que solo se queden los hombres y sus aliadas más fieles.  

En esta guerra las que más sufren son las mujeres pobres, las mujeres migrantes y refugiadas, las ancianas y las niñas. Cuanto más pobres, más vulnerables somos a la explotación.

Y ya no podemos más.

Queremos una tregua para sentarnos a hablar: las mujeres queremos pedir la Paz. 

Nosotras no tenemos armas. Nos matan con pistolas, cuchillos, martillos, cadenas, machetes, puñales, nos tiran del balcón, nos ahorcan, nos arrojan ácido, nos matan a golpes. Nosotras no respondemos con violencia ante este genocidio, no nos organizamos en grupos para atacar a los hombres violentos.. solo nos organizamos para prestarnos apoyo mutuo, para romper las cadenas que nos atan, para salir de las cárceles en las que vivimos presas, para luchar por nuestros derechos humanos fundamentales. 

El feminismo no mata a los hombres ni pide venganza.

Nosotras lo que queremos es vivir en libertad, en armonía y en igualdad. 

Pedimos un alto el fuego, que se entreguen las armas, que acabe la esclavitud femenina dentro y fuera del hogar. 

Queremos que se nos reconozca como seres humanos, que los países garanticen nuestros derechos sexuales y reproductivos, y queremos poner en el centro de la mesa de negociaciones los cuidados y el amor. 

Nos puedes ver en las calles protestando, exigiendo justicia y pidiendo la Paz mundial. Nos oirás gritar que no nacimos para servir ni para sufrir: todas las mujeres del mundo tenemos derecho a vivir una Buena Vida, libre de sufrimiento, explotación y violencia. 

Nosotras no somos vuestras enemigas ni vuestras sirvientas: somos la mitad de la Humanidad.

Hombres, escuchen nuestro grito mundial: las mujeres queremos vivir en Paz. 

Coral Herrera Gómez 


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19 de enero de 2025

Tenemos un problema: los niños son cada vez más violentos




Soy madre de un hijo varón de 8 años, y además soy formadora en institutos y colegios, en los que imparto charlas sobre el tema del amor romántico y la violencia machista desde hace doce años. 

Como madre, como profesora e investigadora, y como ciudadana, me siento cada vez más alarmada por el aumento de la violencia escolar, el machismo y la misoginia, el consumo de porno y la violencia sexual. Estoy tratando de educar a mi hijo para que sea buena persona, para que no sea machista, para que aprenda a relacionarse con las mujeres desde el respeto, la igualdad, la ternura y el compañerismo. Estoy educando a mi hijo para que no odie a las niñas, para que no se sienta superior a ellas, para que no las maltrate, ni abuse, ni ejerza violencia contra ellas, ni en la infancia ni en la adolescencia, ni en la adultez. 

Pero siento que estoy luchando contra el mundo entero, y que la mía es una tarea titánica, una especie de odisea. 

En primer lugar, porque estoy intentando educar a mi hijo para que no sea un adicto a las pantallas. Y en segundo lugar, porque la gente no ha tomado conciencia de lo peligrosas que son para el cerebro y la personalidad de los menores. 

A mi me gustaría que mi hijo tenga la capacidad de analizar la ideología machista y patriarcal insertos en todos nuestros relatos, en todos los formatos y canales: chistes, canciones, dibujos animados, series de televisión, videojuegos, películas, anuncios publicitarios, y vídeos en redes sociales. Sólo así podrá identificar los valores que le están vendiendo, y podrá trabajar en sí mismo para defenderse de la cultura del odio y la violencia que imprena toda nuestra cultura.    


Los niños sufren cada vez más adicciones


Uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos es el aumento de las víctimas menores de edad que sufren adicción a las pantallas. Los expertos y expertas se muestran preocupadas por los efectos que tiene la adicción a las pantallas, a nivel físico, emocional e intelectual. 

Uno de cada cinco jóvenes está en riesgo de uso adictivo por las pantallas: el estudio elaborado por DKV y la ONG Educar es Todo evidencia la relación entre un uso incorrecto de la tecnología y los trastornos emocionales de los adolescentes. Tras entrevistar a más de 1.400 niños de entre 10 y 17 años, 1.600 familias y una centena de docentes, la investigación reveló que el 45% de los adolescentes reconoce tener problemas para desconectarse de la tecnología y más de la mitad acude a los dispositivos electrónicos (móviles, tabletas, ordenadores, etc.) para estar mejor cuando se han sentido solos, tristes o enfadados. Además, más de uno de cada tres asegura que come o cena con un dispositivo tecnológico y la mitad que se lleva el móvil a la habitación al irse a dormir. 

Los síntomas que sufren las niñas y los niños adictos son variados, pero el indicador más claro es la ansiedad y la angustia que sienten cuando les pides que apaguen el dispositivo (tablet, teléfono, videoconsola, ordenador, etc), y la agresividad con la que reaccionan cuando se lo quitan de las manos. 

Los menores de edad que sufren adicción a las pantallas presentan los siguientes problemas:

- trastorno del sueño.
- abandono de sus pasiones y aficiones.
- irritabilidad y mal humor.
- bajada en el rendimiento escolar
- faltan más a clase
- tendencia al aislamiento y problemas para socializar
- tristeza y desolación cuando no tienen una pantalla en sus manos
- dificultad para manejar el síndrome de abstinencia
- reacciones violentas cuando les quitas las pantallas.

Además están los problemas de salud derivados del sedentarismo: obesidad, dolores de espalda, riesgo de sufrir diabetes, enfermedades cardiovasculares, depresión y ansiedad.

Expertas y expertos explican que la sobrexposición en las pantallas provoca alteraciones en el cerebro: tendencia al aislamiento, conductas agresivas, deterioro cognitivo, falta de autocontrol en las emociones y el comportamiento. 
 
Investigaciones citadas por The Guardian indican que "el uso excesivo de redes sociales y el consumo compulsivo de contenido de baja calidad —desde noticias sensacionalistas hasta teorías conspirativas y entretenimiento vacuo— puede literalmente reducir la materia gris, acortar la capacidad de atención y debilitar la memoria: es lo que se conoce ahora como la "podedumbre cerebral"

Aun así, la magnitud del problema es particularmente grave en jóvenes. Según datos de 2021 de Common Sense Media citados en The Conversation, los preadolescentes pasan 5 horas y 33 minutos diarios frente a pantallas, mientras que los adolescentes alcanzan las 8 horas y 39 minutos.



Salud mental de la población infantil y juvenil

Si además le sumamos el grave deterioro de la salud mental y emocional en la población infantil y juvenil que se ha experimentado en todo el mundo después de la pandemia de COVID 19, podemos darnos cuenta de que el uso de Internet no mejora el panorama, sino que lo empeora. 

Los expertos y expertas están alarmados por el aumento de las depresiones y de los suicidios. Más de 1 de cada 7 adolescentes de 10 a 19 años en todo el mundo tiene un problema de salud mental diagnosticado, según una investigación llevada a cabo por Gallup para el próximo informe Changing Childhood de UNICEF, un promedio del 19% de los jóvenes de 15 a 24 años de 21 países declararon en el primer semestre de 2021 que a menudo se sienten deprimidos o tienen poco interés en realizar alguna actividad.

Los niños varones tienen mayor riesgo  de tener conductas suicidas, porque 2 de cada 3 personas que se suicidan en el mundo son hombres. Según el estudio del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la FAD 'La caja de la masculinidad', “el tipo de posicionamiento frente a la masculinidad tiene un claro impacto sobre la salud mental”. En España, en 2021, 4.003 personas murieron por suicidio: 2.982 hombres y 1.021 mujeres. Los datos indican que hay 12,8 suicidios por cada 100.000 hombres y 4,2 por cada 100.000 mujeres.

Además de los trastornos que produce el uso excesivo de los videojuegos, también el uso de las redes sociales está dañando la salud mental y emocional de la infancia y la adolescencia

En el 2023 una coalición de 41 estados de EEUU y el Distrito de Columbia demandaron a Facebook e Instagram al considerar que son adictivas y dañinas para la infancia. El alcalde de la ciudad de Nueva York presentó una denuncia formal contra cinco de las mayores redes sociales –TikTok, Instagram, Facebook, Snapchat y YouTube– por "alentar una crisis de salud mental entre los menores en toda la nación".

Una investigación del Laboratorio de Innovación Audiovisual de RTVE muestra que TikTok no filtra los contenidos por edad. TikTok está en el punto de mira de la Comisión Europea por su diseño adictivo y sus publicaciones nocivas para el menor porque expone a los menores a contenidos sobre suicidio, autolesiones, armas, estafas y pornografía.

En este artículo nos detallan cómo impactan las pantallas en la salud mental y emocional de nuestros adolescentes. 


La violencia escolar y el bullying aumentan en las aulas

La mitad de los adolescentes del mundo sufre violencia en la escuela, según datos de UNICEF: "La mitad de los estudiantes de entre 13 y 15 años de todo el mundo –alrededor de 150 millones— declaran haber experimentado violencia entre pares en las escuelas y en sus inmediaciones" 

En España, uno de cada diez niños/as sufre acoso escolar. Las cifras ponen los pelos de punta. El Ministerio de Educación y Formación Profesional publicó un estudio en 2023 con los siguientes datos: 
- un 9,53% del alumnado señala haberse sentido acosado y un 9,2% haber sufrido ciberacoso.
- el 4,58% admite haber acosado alguna vez a un compañero y el 4,62% haber ciberacosado a una persona. 
- entre las familias, el 7,7% afirma que cree que su hijo ha sido acosado.

Cuando han presenciado una situación de acoso, el 30,9% de los alumnos y alumnas indica habérselo comunicado a un profesor, el 20,17% a un familiar y el 14,8% a un compañero. El 9,83% señala haberse enfrentado al acosador y el 7,17% no supo qué hacer.

Acoso y suicidio: el 21% de víctimas y el 25% de acosadores han intentado suicidarse en España. Cada vez son más las víctimas que se suicidan, pero el pacto de silencio que protege a los agresores no se rompe. Los equipos directivos de muchos centros escolares no quieren problemas, pese a que existen protocolos para proteger a las víctimas del bullying. Los padres y las madres de los agresores tampoco quieren asumir el problema, y a menudo lo minimizan: "son cosas de niños", "mi niño nunca haría eso", "ese niño provocó a mi hijo". El proceso para que se ponga en marcha la protección de las víctimas es muy lento, y la mayor parte de los casos acaban con una solución: obligar a las víctimas a cambiar de colegio, y dejar impunes a los agresores. 

La lucha del profesorado para erradicar la violencia en las aulas no está reconocida, ni se facilita desde las instituciones educativas. Uno de los mayores problemas es la ratio: con 30 o 40 alumnos en clase es imposible hacer frente a todas las situaciones a las que se enfrentan a diario. También la sobrecarga de trabajo les impide ayudar a las víctimas, y falta formación en el profesorado, que necesita más herramientas y más tiempo para poder volcarse en estos casos. 

En nuestra cultura patriarcal, los menores aprenden a ejercer la violencia entre risas. Disfrazan la violencia de bromas, comentarios despectivos en tono humorístico, y burlas crueles. Esto de humillar públicamente a alguien para que se rían los demás lo hacemos también las personas adultas: aprenden de nosotros y nosotras. 


Adicción al porno: los niños son expuestos desde los 8 años 

Sí, desde los 8 años, a veces antes. El informe de Save The Children nos explica que casi 7 de cada 10 adolescentes consumen pornografía y acceden a contenidos sexuales desde edades muy tempranas (de los 8 a los 12 años), y empiezan a consumirla de forma regular a los 14.  

Nunca los niños habían tenido acceso a tal cantidad de pornografía: les llega por todos los canales a todas horas, todos los días. En los videojuegos les aparecen anuncios de páginas porno a las que acceden con un solo clic: la mayoría de los niños reciben contenidos pornográficos sin buscarlos. 

La experta en pornografía y adolescencia Marina Marroquí afirma: “Los niños no buscan el porno, el porno los encuentra a ellos”, indica. “Es prácticamente imposible escapar: está en el chat de la play, en Twitter, en grupos de WhatsApp, cuando descargan una aplicación... el porno que les llega es sádico y de extrema violencia”

Conforme aumenta el consumo de porno, aumenta la misoginia en los discursos y producciones audiovisuales difundidos en redes sociales, aumentan las víctimas de violencia sexual, violencia verbal y psicológica, violencia física, y también aumenta el nivel de crueldad ejercida por varones jóvenes contra niñas y adolescentes. 

En estas últimas décadas está aumentando la cantidad de adolescentes que sufren adicción al porno.

La adicción a las pantallas y al porno se desarrollan a menudo de forma simultánea, lo que afecta a la salud mental y emocional de los chicos, pero también a sus relaciones sexuales y sentimentales con chicas.

 Muchos de ellos afirman que no consiguen tener erecciones haciendo el amor: sólo se excitan si pueden ejercer prácticas sádicas con sus parejas (escupitajos, bofetones, azotes, insultos, penetraciones anales con dolor, ahorcamientos simulados, vejaciones, etc)

Muchos adictos al porno confiesan que sienten asco de sí mismos, pero que no pueden dejar de consumir porno. La mayoría de los adictos cosifican a las mujeres y se relacionan con ellas como objetos de usar y tirar,  y solo saben relacionarse con mujeres de pago: muchos de ellos tienen dificultades para relacionarse con mujeres que no se subordinan ni se someten a ellos. Tienen miedo de tener contacto físico real, y ello también les impide construir relaciones sanas e igualitarias. 

Estamos hablando de cifras alarmantes: un 10% de la población sufre adicción al porno. 

Las niñas están en peligro

Los agresores machistas son cada vez más jóvenes, así como las víctimas. La violencia sexual contra niñas y adolescentes se está disparando: la Fiscalía General del Estado (FGE) ha alertado de un "alarmante" incremento del 116% de las agresiones sexuales perpetradas por menores en España en el último lustro. 

Los agresores son principalmente sus novios. 

En España hay 101.008 casos activos de mujeres víctimas de violencia de género inscritas en VioGén a fecha 31 de octubre de 2024, de las que 1.201 son adolescentes menores de edad, que viven con protección policial para evitar que vuelvan a ser agredidas por su maltratadores.

Los vídeos más buscados en las webs pornográficas son de violaciones grupales. En España han aumentado en un 64% las violaciones de grupos de chicos contra niñas y adolescentes, y el 10% de las agresiones son grabadas y difundidas en redes sociales según el Informe de Save The Children,


El machismo les entra por los ojos

Los contenidos que consumen están basadas en la exaltación y glorificación de la violencia. Persecuciones, peleas, tiroteos, torturas, palizas, apuñalamientos, bombardeos: los dibujos infantiles, las películas y los videojuegos convierten la violencia en un espectáculo y es el tema central que atraviesa toda nuestra cultura. La violencia está normalizada en nuestra cultura, y funciona como un anestesiante social: la adicción a la violencia hace que los espectadores necesiten cada vez más nivel de crueldad y brutalidad, del mismo modo que les sucede a los hombres adictos al porno (para lograr excitarse necesitan contenidos cada vez más extremos) 

Pocos padres, madres y educadores han tomado conciencia de que exponer a los niños a la violencia, es violencia. 

Muchos cuidan la comida que consumen sus hijos para que sea sana y equilibrada, pero todavía no cuidan lo que consumen sus hijos a través del cerebro. Y son incapaces de relacionar las conductas violentas de sus hijos e hijas con los contenidos que consumen a través de las pantallas. 

¿Qué valores ofrecen los contenidos que consumen nuestros hijos e hijas? La ideología del patriarcado y del capitalismo, cuyos valores y principios están basados en el individualismo, el egoísmo, el supremacismo blanco, las estructuras de dominación y sumisión, el utilitarismo, la acumulación y el acaparamiento, las luchas de poder, las jerarquías humanas, la explotación y la violencia.

Los niños y niñas aprenden a ser hombres y mujeres bajo los mandatos sociales y de género, y los estrereotipos que les dictan cómo deben comportarse, vestirse, pensar y sentir según sean hombres o mujeres. Lo aprenden de una forma inconsciente, y después lo interiorizan: aprenden a relacionarse consigo mismos y con el otro sexo desde la misoginia, que es el odio contra las mujeres. 

¿Cómo interiorizan las niñas este odio? A través de la tiranía de la belleza: muy pronto aprenden a odiar su propio cuerpo y a invertir toneladas de tiempo y dinero en estar guapas para ser elegidas por los machos alfa. Se someten a tratamientos perjudiciales para la salud, se meten al quirófano, y sufren trastornos alimentarios: el uso de filtros en redes sociales está provocando que muchas de ellas no se reconozcan cuando se miran al espejo. 

Además, el neoliberalismo les ha hecho creer que su cuerpo es un producto, una mercancía, un objeto con el que ganar dinero. Les están engañando a todas con la idea de que poner el cuerpo al servicio del patriarcado y del capitalismo es muy empoderante, que hipersexualizarse es algo muy transgresor, y que convertirse en sirvienta sexual de un hombre o de varios es un acto muy feminista. No les dicen que los que de verdad ganan dinero con el negocio de los cuerpos femeninos son los hombres: las mujeres solo tenemos un cuerpo, los hombres tienen cientos y miles de cuerpos para comerciar con ellos. Son los dueños de las plataformas de la industria pornográfica, de los pisos y los burdeles, y de las redes de chicas nuevas que mueven por toda Europa y EEUU. 


Cada vez más machismo en las relaciones de pareja

Paralelamente, las relaciones de pareja entre chicos y chicas están impregnadas de machismo y misoginia. Según los estudios sobre el tema, la forma en que los adolescentes se relacionan está basada en mecanismos de dominación y sumisión, vigilancia y control. Los adolescentes siguen romantizando la violencia machista y siguen creyendo que los celos son una prueba de amor, que tu novio te de una bofetada es algo "normal", y que para amar hay que sufrir, sacrificarse, renunciar y asilarse socialmente para no hacer daño a la pareja y para demostrar que realmente quieres a la otra persona. 

Esto es fuente permanente de conflictos, tanto en la vida real como en la virtual, y son muchas las parejas de adolescentes inmersas en relaciones de maltrato mutuo que confunden con amor romántico. Son relaciones basadas en la vigilancia, el control, la sumisión en la que ambos miembros se limitan la libertad y atentan contra los derechos humanos "en nombre del amor". En la mayoría de estas parejas sus miembros están expuestos a unas elevadas dosis de sufrimiento y sentimientos como el odio o el afán de venganza, pero para muchas niñas y chicas adolescentes intentar salir de este tipo de relaciones puede convertirse en un auténtico infierno. 

Porque a los verones adolescentes les cuesta cada vez más aceptar un "no". En los contextos de ocio y fiesta es muy evidente que los chicos confunden el proceso de cortejo con el acoso: no aceptan rechazos de chicas. Creen que se están haciendo las difíciles y que la clave para poder follar con ellas es insistir hasta el agotamiento. No aceptan un "no", y la prueba más evidente es el aumento de delitos por sumisión química: las chicas no pueden perder de vista su bebida por miedo a que les echen algo en la bebida para violarlas. Este tipo de delito ha aumentado un 75% en España en el último año. 

El machismo y la escasa tolerancia a la frustración lleva a los jóvenes a no aceptar que su pareja quiera romper la relación, y reaccionan con violencia cuando ellas quieren huir. Muchas chicas permanecen en relaciones de dominación y sumisión por miedo, pero también porque creen que sufrir, renunciar, sacrificarse, someterse y servir a los hombres es una prueba de amor. 

Los mitos románticos siguen muy presentes en los relatos dirigidos a menores, y cada vez hay más influencers jóvenes invitando a las chicas a convertirse en perfectas esposas y sirvientas domésticas, por un lado, o a convertirse en sirvientas sexuales de uno o varios "sugar daddy" que las mantengan.
 
Las chicas sufren cada vez más violencia: 

-  En España, la cifra de menores con novios o exnovios que las maltratan o denigran ha crecido un 87% desde 2018, según la Fundación ANAR. El 70% no denuncia ni tiene intención de hacerlo.


- Los abusos y violaciones en grupo se han incrementado del 2,1% al 10,5% en los últimos años.

Cuantos más chicos participan en las violaciones en manada, más cruel y extrema es la violencia que sufren las chicas. 



Los chicos cada vez más de derechas, las chicas cada vez más de izquierdas: ellos son machistas, ellas feministas. 

Trabajo en proyectos de intervención, sensibilización y formación con menores desde el 2012. En estos últimos años tanto yo como mis compañeras formadoras hemos percibido que cada vez es más difícil hablar sobre igualdad, derechos humanos, y relaciones sanas. El ambiente en las aulas es cada vez más hostil, porque los chavales dicen que se sienten culpabilizados, y discriminados: sienten que los avances feministas les están quitando "derechos", aunque en realidad lo que están perdiendo son privilegios. 

En todos los centros hay grupos de chicos que intentan boicotear las charlas y llevar el debate a la guerra entre sexos: "las mujeres también matan", "también hay mujeres maltratadoras", "la mayoría de las denuncias son falsas", y cada vez está más extendida la idea de que la violencia de género no existe, que es un invento del feminismo. Muchos de ellos son apoyados por sus profesores, que sostienen los mismos discursos que lanza la ultraderecha en España. 

Además, los influencers, youtubers y streamers misóginos y anti feministas son sus principales referentes: se trata de jóvenes conservadores y reaccionarios que no sólo elaboran discursos anti feministas, sino que también se dedican a disfundir bulos, arremeter contra las personas inmigrantes, y a ensalzar la dictadura de Franco. Al final de sus vídeos te venden un curso para que puedas hacerte millonario sin trabajar, y puedas vivir a cuerpo de rey, como ellos hacen: se forran vendiendo humo y se empadronan en Andorra para no tributar en España.

La influencia de estos referentes es enorme: sus discursos victimistas enganchan mucho más que los referentes de hombres igualitarios que se responsabilizan y hacen autocrítica para ser menos machistas y para ser mejores personas. Los miembros de la machosfera no sólo se dedican a ofrecer datos falsos a la población juvenil, sino también a acosar en redes a las principales figuras del feminismo, alentando a sus seguidores a sumarse a las campañas de cancelación que a menudo van acompañadas de amenazas de muerte. Estos machos viven obsesionados con el culto al cuerpo, los ccoches caros, y la acumulación de dinero, poder y mujeres.  

Los estudios e informes sobre la juventud nos están ofreciendo cifras que ponen los pelos de punta y explican lo que está ocurriendo. El estudio 3428 'Percepciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres y estereotipos de género' del CSIC (enero 2024) nos arroja estos datos: 

-Aumenta el negacionismo: un 49,2% de encuestados cree que las desigualdades entre hombres y mujeres son pequeñas o inexistentes. También niegan la brecha salarial entre hombres y mujeres: un 3,6% de los hombres cree que las mujeres tienen mejores salarios que los hombres, y un 42,1% cree que mujeres y hombres cobran lo mismo. 

- El feminismo “ha llegado demasiado lejos”: un 44,1% de hombres aseguran estar muy o bastante de acuerdo con la afirmación “Se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres”. También un 32,4% de mujeres responde afirmativamente a la idea de que hay hombres discriminados.

Otra investigación que demuestra que el antifeminismo y el negacionismo de la violencia machista ha crecido entre los chicos adolescentes en España es el realizado por Fad Juventud con jóvenes de entre 14 y 17 años.

“Mitos como los de las denuncias falsas, la mujer 'casta y respetable' o la mujer 'santa' y el hombre 'conquistador' "empapan la percepción adolescente sobre esta problemática y consiguen que el imaginario sobre violencia de género esté lleno de confusión y negacionismo, a la vez que dificulta la construcción de relaciones sanas en esta etapa de la vida" Nerea Boneta-Sádaba (2024)

Los jóvenes varones son más de derechas que nunca, las mujeres son más de izquierdas: así lo recoge el estudio del CSIC. El aumento ha sido de casi un punto en solo cuatro años. Además, los hombres jóvenes se han convertido en el grupo de población más derechizado de toda la sociedad, algo que no había ocurrido nunca hasta ahora. 


Los niños, niñas y adolescentes también sufren malos tratos en su hogar

Los niños no solo ejercen violencia, también la sufren por parte de los adultos. Los tipos de violencia que sufren son: malos tratos físicos, emocionales y psicológicos, abuso sexual infantil, abandono parental, violencia vicaria y maltrato institucional. 

Según datos de UNICEF, a nivel mundial: 

- Cada cuatro minutos, en algún lugar del mundo, un niño o una niña muere a causa de un acto de violencia.
-Alrededor de 90 millones de niños y niñas vivos hoy en día han sufrido episodios de violencia sexual. 650 millones de niñas y mujeres (1 de cada 5) vivas en la actualidad fueron víctimas de violencia sexual en su infancia, de las cuales más de 370 millones (1 de cada 8) sufrieron violaciones o agresiones sexuales.
- En entornos frágiles, las niñas se enfrentan a un riesgo incluso mayor, ya que la prevalencia de violaciones y agresiones sexuales en la infancia es ligeramente superior a 1 de cada 4.
- Casi 50 millones de mujeres adolescentes de 15 a 19 años (1 de cada 6) han sido víctimas de violencia física o sexual por parte de sus esposos o compañeros sentimentales en el último año.
- Entre 410 y 530 millones de niños varones y hombres (aproximadamente 1 de cada 7) sufrieron episodios de violencia sexual en la infancia, incluidos entre 240 y 310 millones (aproximadamente 1 de cada 11) que fueron violados o agredidos sexualmente.
- 1.600 millones de niños y niñas (2 de cada 3) sufren castigos violentos en su hogar de manera habitual; más de dos terceras partes son objeto tanto de castigos físicos como de agresiones psicológicas.
- Cada año, la violencia se cobra la vida de un promedio de 130.000 niños, niñas y adolescentes menores de 20 años.
- Los niños varones corren un mayor riesgo de morir a causa de la violencia: 3 de cada 4 niños, niñas y adolescentes muertos a causa de la violencia eran varones.
- El riesgo de morir por un acto de violencia aumenta drásticamente al final de la adolescencia: 7 de cada 10 niños y niñas muertos a causa de la violencia tenían entre 15 y 19 años, la mayoría varones.
- Cerca de 550 millones de niños o niñas (aproximadamente 1 de cada 4) viven en un hogar donde la madre ha sido víctima de actos de violencia causados por su compañero sentimental. Muchos de ellos están expuestos a la violencia vicaria, que es la que ejerce el asesino sobre sus propios hijos para dañar a la madre.

En España los menores empezaron a ser consideradas víctimas de violencia machista en el año 2013. Desde entonces los agresores han matado a 63 menores, y se estima que 360 se han quedado huérfanos por el femicidio de su madre. Hay más de 11 mil niños y niñas cuyas madres tienen protección policial y están en riesgo a causa de las amenazas del padre. Muchos de ellos son condenados por el juez a visitar a sus padres o a convivir con ellos pese a las condenas por violencia de género, e incluso existen jueces que quitan la custodia de los niños a las madres protectoras, es lo que se conoce como el fenómeno del "arrancamiento", el caso más conocido en España es el de Ángela González, cuyo ex marido mató a su hija (la ONU condenó a España por haber permitido al asesino estar con ella sin supervisión), y el caso de Juana Rivas, que ha sufrido unos niveles de violencia institucional gravísimos por parte de jueces y juezas que se han negado una y otra vez a proteger a los dos hijos.  


Hay soluciones

Sí, los niños sufren y ejercen violencia, pero los gobiernos no están tomando medidas contundentes, y los medios de comunicación siguen perpetuando la cultura de la violencia. 

Los profesionales de la docencia batallan a diario en las aulas contra este problema, y llevan años advirtiéndonos de los efectos del acoso escolar, y de la adicción a las pantallas y al porno con los niños y las niñas, pero por alguna razón, la mayoría de las madres y los padres siguen aún en la hinopia. Seguimos dandole moviles a los niños sin pensar en las consecuencias: es como si les dieramos una bomba y no les enseñaramos a manejarla para que no les explote en la cara.

Muchos se sienten culpables porque no tienen apenas tiempo para la crianza y la educación de sus crías, y lo dejan todo en manos de las pantallas. Saben lo perjudicial que resultan las pantallas, pero no saben cómo poner límite a unos niños y niñas sedientos de dopamina, y tampoco tienen herramientas para ayudarles a desmontar los mitos de los contenidos que consumen, y a tomar conciencia de la ideología que subyace a los relatos.  

En Australia acaban de prohibir el uso de redes sociales a menores de 16 años, y en otros países están empezando a tomar medidas para proteger la salud mental y emocional de la población infantil y adolescente, pero aún son insuficientes. 

Los y las expertas recomiendan hablar mucho con nuestros hijos e hijas, pero lo cierto es que la gran mayoría no tienen herramientas para hablarles de la misoginia y la violencia, ni de la manipulación que sufren en redes sociales. En las aulas aún no se enseña a ejercer el pensamiento crítico ni a detectar los principales mecanismos de manipulación que usan los medios y las redes sociales: apenas tenemos sistemas de defensa para protegernos y para proteger a nuestros hijos e hijas. 

Necesitamos que la población tome conciencia, que los gobiernos tomen medidas, y que tanto medios de comunicación, como instituciones educativas e industrias culturales sean capaces de ofrecer las herramientas para que la población pueda identificar los mecanismos de manipulación y aprendan a cuestionar los mensajes con los que les bombardean a diario por tierra, mar y aire. 

En las aulas necesitamos coeducación, y proyectos educastivos basados en la Ética del Amor, la Filosofía de los Cuidados, y el feminismo, para que nuestros hijos aprendan a ser buenas personas y puedan liberarse del miedo y el odio contra las mujeres. 

Sólo desde una perspectiva ética los creadores y productores de cultura podrán plantearse qué tipo de valores están transmitiendo en sus producciones, y a quién beneficia la ideología que utilizan para enganchar a la población a sus creaciones. 

Pero lo primero de todo es que tomemos conciencia del grave problema que tenemos, y asumamos que en estos momentos, la adicción está dañando a la población infantil y juvenil, y los contenidos que nos están ofreciendo sirven para perpetuar la violencia, el machismo, el racismo, el capacitismo, la xenofobia, la homofobia, y demás enfermedades de transmisión social. 

Y desde ahí, podremos empezar a exigir a los gobiernos que implementen políticas públicas que sirvan para ayudar a las familias a manejar la tecnología y a contrarrestar los discursos de la derecha y la extrema derecha. 

Coral Herrera Gómez


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10 de diciembre de 2024

Da el paso acompañada: con amigas es más fácil




Si crees que tu pareja puede reaccionar mal o muy mal si le dejas, queda con él en un sitio público con gente, a la luz del día, y convoca a tus amigas y amigos para que estén cerca, por si tu pareja se pone agresiva. Si necesitas quedar con él para que te dé tus cosas, o si tienes que hacer una mudanza, nunca lo hagas sola, pide acompañamiento a tu gente querida. Si después de la ruptura crees que puede intentar hacerte daño, deja que te acompañen tus amigas y avisa a toda la gente que puedas para que él sepa que no estás sola. 

Las mujeres que reciben cuidados y protección de su comunidad tienen más probabilidades de salir de una relación violenta, pero para las que viven en otro pueblo, otra ciudad u otro país es más difícil, porque cuando no tienes redes eres más dependiente y te sientes más vulnerable. 

Si no tienes gente querida que te ayude a salir (a menudo es un proceso que dura semanas o meses), pide ayuda a profesionales de los servicios sociales y de la salud mental, o a las asociaciones y colectivas de mujeres más cercanas. Muchas médicas y doctoras de familia ya tienen la formación para ayudarnos a todas en los centros de salud.

También tus vecinas y compañeras de estudio y de trabajo pueden ayudarte: sean o no feministas, hay muchas mujeres sororarias en el mundo. Las mujeres desde siempre nos hemos ayudado entre todas, porque llevamos milenios sufriendo, resistiendo y haciendo frente a la violencia en todas sus formas. 

Entre todas nos escuchamos, nos cuidamos y nos arropamos: todas sabemos lo difícil que es tomar conciencia de lo que nos está pasando, lo mucho que nos cuesta después hablar de ello, y la odisea que supone dar el paso hacia la liberación. 

Sabemos respetar los tiempos de cada una y acompañar todo el proceso de una forma amorosa. 

Sabemos, también, celebrar las liberaciones de cada una de nosotras, y acompañarnos en el camino hacia una nueva vida.


No lo hagas sola, déjate acompañar: solas no siempre podemos, pero con amigas, compañeras y vecinas sí que se puede.


Coral Herrera Gómez 


24 de enero de 2024

10 Mitos de la violencia machista



Hasta mediados del siglo XX, en muchos países los hombres podían, por ley, matar a sus mujeres si eran descubiertas con otro hombre o si pretendían escapar de la cárcel del matrimonio. Hoy los femicidios están penados en casi todo el mundo, pero aún la sociedad duda de las víctimas, y disculpa a los delincuentes. Los principales mitos de la violencia machista perpetúan la guerra contra las mujeres, pues impiden a los agresores tomar conciencia del daño que causan, y a las víctimas del daño que sufren. 

Estos mitos también nos impiden tomar conciencia a nivel colectivo del sufrimiento de las víctimas, y del cambio que necesitamos para garantizar a todas las niñas y mujeres el derecho a una vida libre de violencia. 

Aquí van algunos de los mitos más comunes:

1 Mito: La maté porque era mía. La mató porque la amaba.

Realidad: los asesinos de mujeres no matan por amor. Cuando tú quieres a alguien de verdad, no le haces sufrir, ni le tratas mal, ni le quitas la vida. Cuando tú quieres a alguien de verdad, no limitas su libertad, ni obligas a nadie a quedarse a tu lado. Cuando tú quieres a una persona, aceptas que ya no te quiera y prefiera seguir su camino sola. Aunque te duela. 

2 Mito: Los hombres que agreden y matan a sus esposas están locos o tienen una enfermedad mental. La realidad es que las personas que sufren trastornos mentales no son más violentas que las personas sanas. Los asesinos de mujeres no son enfermos, ni son monstruos, son hombres normales que han sido educados bajo la ideología machista y no toleran la libertad de las mujeres. 

3 Mito: A las mujeres en el fondo les gusta que las violen. Muchas van provocando, dicen: la realidad es que los violadores no solo acosan y agreden a las mujeres con minifalda, también a las que llevan burka, lo mismo las que van tapadas de pies a cabeza, que las que van en bañador por la playa. La ropa no es un motivo para justificar las violaciones. Caminar sola por la calle no es un motivo tampoco, ni beber alcohol, ni salir de noche, ni salir de día. 

4 Mito: Los violadores son desconocidos que te asaltan en la calle por la noche. La realidad es que las mujeres sufrimos la mayor parte de las violaciones en nuestro propio hogar. No suelen ser desconocidos, sino nuestros maridos y ex maridos, padres, padrastros, abuelos, hermanos, tíos, primos, cuñados y demás hombres de la familia. 

5 Mito: Las mujeres que se quedan en relaciones de violencia son masoquistas y disfrutan sufriendo. En realidad, el foco hay que ponerlo no tanto en las que tardan en marcharse, como en el propio agresor o femicida. Son ellos los que disfrutan haciendo sufrir a sus parejas y ex parejas. Son ellos los que ejercen violencia física, psicológica, emocional y sexual sobre las mujeres. 

6 Mito: Es normal tratar mal a la gente a la que quieres cuando te enfadas, te sientes dolido, o estás nervioso.

En realidad: ni es normal, ni tienes derecho a hacer daño a nadie. No importa si estás enojado, estresado, triste, dolido, rabioso, frustrado, desorientado, iracundo: no tienes derecho a hacer sufrir a nadie con tu dolor. 

7 Mito: La violencia machista la sufren las mujeres de clase baja y de escasa formación. La realidad es que las mujeres de clase alta y de clase media también la sufren, lo mismos las universitarias que las que ocupan puestos importantes en empreas, instituciones o gobiernos. La sufren lo mismo las mujeres ricas que las pobres, lo mismos las católicas, que las musulmanas o las ateas. Se da en todos los países, en todas las edades, y también en mujeres con estudios superiores. 

8 Mito: Los celos son una demostración de amor

La realidad: quien bien te quiere, no te hace sufrir ni te hace llorar. Los bofetones, empujones, tirones de pelo, intentos de asfixia, golpes y patadas no son una muestra de amor, sino de odio. Controlar, presionar, coaccionar y limitar la libertad de tu pareja es un atentado contra los derechos humanos fundamentales. 

9 Mito: Del amor al odio hay un paso. 

Realidad: cuando quieres a alguien, le quieres siempre, y le tratas bien siempre, aunque no quiera formar pareja contigo, aunque quiera dejar la relación. El amor es lo contrario al odio. 

10 Mito del “algo habrá hecho”, muchas personas creen que si un hombre llega al extremo de matar a su compañera, “será por algo”, es decir, piensan en que quizás haya tenido motivos para hacerlo. La realidad es que no hay motivos para asesinar a una mujer, como no lo hay para asesinar a cualquier ser humano. En ningún crimen se culpabiliza a la víctima, excepto en los que tienen que ver con mujeres. 



Coral Herrera Gómez




Artículos sobre violencia machista:  








9 de noviembre de 2023

¿Tú tampoco soportas la violencia? Bienvenida al club


Igual que otras personas sufren intolerancia al gluten o a la lactosa, yo sufro de intolerancia a la violencia. Me he pasado la vida disimulando, antes me daba vergüenza y no podía ponerle nombre, pero ahora que sé lo que es, puedo hablar de ello. 


La cosa empezó en mi más tierna infancia. En casa ni mi hermana ni yo sufrimos exposición a la violencia, así que nunca nos acostumbramos a ella. En el colegio no podia soportar las peleas, y mientras todos miraban fascinados y animaban a uno de los contrincantes, yo siempre iba corriendo a avisar a las profesoras que estaban en el patio de guardia para que los separasen. No soportaba cuando le decían a Ricardo que se quitara las gafas porque le iban a partir la cara. Me las daba para que yo se las cuidara mientras le ponían hasta arriba de hostias. Me parecía tan humillante, y cuando quería ponerme en medio me apartaban de un empujón. No soportaba ver a niñas y niños torturando animales, yo sufría hasta cuando pisoteaban las hormigas, o cazaban cangrejos en el mar y los torturaban hasta la muerte.


A los 11 años mi abuelo, que quería inculcarnos "el amor por los toros" y nos llevó a una corrida en la plaza del pueblo. Fue una auténtica tortura tener que ver una tortura sin poder hacer nada, sentí mucho dolor e impotencia viendo a la gente reírse y aplaudir al asesino. No volví jamás a pisar una plaza de toros y me convertí en antitaurina para siempre.


Ya más mayor, recuerdo la época en la que mis amigas les dio por hacer sesiones de pelis de terror en casa de una de ellas, y yo nunca iba. No podía soportar los descuartizamientos y las torturas. 


Tampoco podía soportar el porno, ver mujeres a cuatro patas siendo escupidas, azotadas y violadas por cinco hombres a la vez me ponía mala.


Cuando me quedé embarazada mi intolerancia aumentó. Me costaba mucho ver telediarios, dejé de ver películas de ciencia ficción y futuristas porque todas tienen batallas y escenas de guerra. También deje de ver series de televisión y nunca he podido soportar los vídeos que se pusieron de moda cuando empezó Internet con niños golpeando a otros niños, o niños sufriendo accidentes que se editaban con risas enlatadas. 


Mi hijo ya es plenamente consciente de mi intolerancia: un día en casa de un amigo agarró una pistola de juguete y le apuntó a su amigo a la cabeza. Cuando aparecí por la puerta y me quedé boquiabierta me dijo: "es una pistola de amor, mamá, mira, cuando disparo es una burbuja de amor que le envuelve así" 


Yo me eché a reír, porque me di cuenta de que Gael ya había tomado conciencia de mi rechazo absoluto a las armas, tanto las de verdad como las de juguete.


No es fácil ser tan intolerante en un mundo que ha normalizado la violencia hasta el punto de no percibirla. Soy consciente de que mi intolerancia afecta al proceso de socialización de mi hijo. La mayor parte de los amigos y amigas de Gael sufren exposición a la violencia en sus hogares: sus padres les dan pantallas en las que tienen total libertad para ver todo tipo de películas y videos, y tienen acceso libre y sin restricciones a los buscadores de Google y YouTube. Son niños que ya están viendo porno o van a empezar muy pronto a verlo, y que pasan miles de horas jugando a matar y aniquilar enemigos. Son niños y niñas que no pueden comer chocolate ni azúcar a diario, pero si pueden consumir violencia en todos sus formatos, y a todas horas. 


Cuando estamos en un cumpleaños infantil y algún adulto le da una pantalla a alguno de los niños, todos los niños dejan de jugar y se pegan a ella. Así que yo le digo a Gael que nos tenemos que ir ya. Mi hijo protesta, pero como soy tan intolerante, soy inflexible con este tema. Cuando vamos a casa de niños o niñas que tienen videojuegos, le digo al padre o a la madre que Gael no soporta la violencia y que solo puede jugar a videojuegos de construcción. Cómo si fuera un defecto del niño, o como si fuera una alergia alimentaria. Los padres me miran como si fuera una marciana. 


En casa de mis amigos y amigas, como ya me conocen, les explican a sus hijos que si quieren ver una peli tiene que ser apta para la edad de Gael. Lo tratan como una excentricidad más de mi personalidad. 


Pero con los que no son mis amigos, me imagino que no me será fácil lidiar con el tema cuando Gael me pida quedarse en casa a dormir con niños o niñas expuestas a la violencia, o cuando nos pida que le compremos una consola de videojuegos, o cuando sus compas le hablen de películas que ven, y de los vídeos porno que encuentran. 

Sé que no va a ser fácil porque la mayoría de los niños sienten una fascinación brutal por las escenas de violencia, entre hombres y de hombres contra mujeres, animales e infancia, hasta que la normalizan y se insensibilizan completamente a ella. Y como además en todos los espacios públicos hay pantallas donde se muestran escenas violentas, pues más difícil todavía. Sin más lejos, los trailers de publicidad que ponen antes de las películas infantiles en los cines. 


Pero yo siento que mi deber como madre es garantizar el derecho de mi hijo a vivir una infancia libre de la exposición a la violencia. 


Mi intolerancia no tiene cura y va aumentando con el tiempo. Lo mismo que no soporto la violencia física y sexual, ni el maltrato animal, tampoco soporto la violencia psicológica y emocional. Cuando una persona adulta comienza a humillar a un niño o una niña usando bromas crueles para que los demás adultos se rían, me pongo mala.

También me pongo fatal cuando veo las batallas en las redes sociales, los linchamientos y las humillaciones públicas, las cancelaciones a mujeres. Me duele en el alma cuando las compañeras no pueden más y deciden que se van de las redes. También me duele cuando me toca a mí: me pongo a temblar cuando los haters posan sus ojos sobre mí y se lanzan a matar. 


También me hace sufrir mucho la violencia contra la población por parte de los gobernantes. Me da muchísima rabia que ejerzan tanta violencia contra las personas mayores en la residencia, y contra las niñas y niños, porque son los más vulnerables. Me siento fatal cuando veo como destrozan nuestro patrimonio para entregárselo a sus amigos. Me retuerzo del dolor cuando veo que las leyes de mi país permiten llegar al gobierno a cualquier psicópata, y cuando compruebo que nuestras democracias no pueden defendernos de la gentuza que usa nuestro dinero para hacer más ricos a los ricos, y que atentan contra nuestros derechos fundamentales con una impunidad total. 


La pobreza es violencia. 

La exclusión social es violencia. La falta de derechos humanos es violencia. 

Los desahucios son violencia.

Las listas de espera son violencia.

La ratio en las aulas y en los centros médicos son violencia.


Para mí es intolerable que una persona enferma tenga cita para el especialista dentro de un año. No comprendo cómo los políticos que destrozan la Seguridad Social no están en la cárcel. Atentan contra nuestros tesoros más preciados, Sanidad y Educación, maltratan a personal sanitario y docente, destrozan nuestros templos más sagrados (escuelas y hospitales), y no van a la cárcel porque la ley les permite ejercer toda su violencia sin consecuencias penales. 


Debido a mi intolerancia, alergia o hipersensibilidad no puedo ver películas ni series, pero sí veo telediarios. Aunque me sienten tan mal y me duela todo el cuerpo, no puedo mirar para otro lado mientras vemos un Genocidio en directo. No puedo mirar para otro lado, porque estoy viviendo la Historia del tiempo presente, y hay dos millones de personas palestinas sufriendo un exterminio. Cuando estaba sucediendo el Holocausto, millones de alemanes no olían las cremaciones, no escuchaban, no veían los campos de concentración. Pero ahora todos y todas podemos verlo en directo. Y yo quisiera no tener que verlo, pero es mi deber saber qué está pasando en el mundo.


No puedo mirar para otro lado.


Lo único que me calma el dolor es ver los vídeos y las fotos de las manifestaciones que están teniendo lugar en todos los pueblos y ciudades del mundo. Veo a millones de personas en las calles pidiendo a los gobiernos que paren la violencia, y no me siento tan rara ni tan sola.


También me ayuda mucho pensar que soy muy afortunada por poder hacer pedagogía aquí, en mis redes, en mis libros, y en todas las charlas y formaciones que doy. Ayudo a la gente a tomar conciencia dando a conocer las cifras sobre los efectos de las pantallas en los cerebros de los niños y las niñas, del retraso cognitivo que provoca la sobrexposición, de la cantidad de niños adictos al porno, del aumento de las violaciones en manada, las cifras de abuso sexual infantil, de femicidios, de violencia machista.

Una vez que entienden la estructura de abuso y violencia en la que nos relacionamos, empiezo a hablarles de otras formas de divertirnos que no impliquen sufrimiento, otras formas de relacionarnos y de resolver los problemas, y les hablo de la cultura de la no violencia. 

Para mí es clave que todos y todas aprendamos a tomar conciencia no solo de las violencias que sufrimos, sino también de las que ejercemos.

Yo me trabajo las mías, porque si quiero un mundo sin violencia, tengo que empezar por mi misma. Y lo mismo que no tolero la violencia de los demás, trabajo para no tolerar tampoco la mía.

No hay fórmulas mágicas: se trata de hacer un trabajo personal continuo para ser mejor persona. Se trata de no consumir los productos culturales que exaltan al macho violento, y hacer boicot a las industrias que se dedican a normalizar y romantizar la violencia. 

Se trata de educar a las nuevas generaciones para que no se acostumbren a ella. 

Se trata de reivindicar nuestro derecho a vivir una vida sin explotación, abuso, violencia y sufrimiento, y de exigirle a los gobiernos que queremos vivir en paz, que es un derecho humano fundamental.


Yo sé que no estoy sola, que muchas y muchos de los que me leéis pensáis igual que yo, y que cada cual está tomando conciencia y ayudando a los demás a tomar conciencia de lo importante que es trabajar la violencia, a nivel personal y a nivel colectivo, para que todas y todos podamos vivir en un mundo mejor.


Y os agradezco mucho la compañía, de veras. 


Coral Herrera Gómez 


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