La soledad es una invención moderna.
En el siglo XXI nos juntamos de dos en dos, mejor si es
heterosexualmente. Nos unimos en dúos para convivir y para crear familias (o
no), en estructuras de dependencia mutua. Dependencia sentimental y económica, dependencia
social y afectiva. Cuando estamos sin pareja decimos que estamos solos, pero la soledad es una invención moderna que afecta
a los habitantes de las ciudades, lugares donde todos somos personas anónimas y
donde nos comportamos como si no tuviéramos nada que ver unos con otros.
Antes la gente vivía en grandes estructuras familiares, en
casas amplias donde convivían varias generaciones y parientes sin la misma
sangre. La soledad nació en el seno del Romanticismo trágico del XIX, cuando se
impuso el individualismo y la gente se encerró en sus nidos de amor para dúos
diferentes pero complementarios. Las calles y las plazas se vaciaron y cada uno miró para lo suyo.
El budismo con su filosofía del desapego no entiende, sin
embargo, la soledad como una tragedia: nacemos solos y morimos solos, y los
demás nos acompañan en determinadas etapas del camino. En Occidente, sin
embargo, la soledad es la gran enfermedad de los posmodernos. Fromm hablaba de
la Era de la soledad, de la época en la que necesitamos emociones intensas,
necesitamos comunicarnos y compartir, y sin embargo lo hacemos solos desde
casa, apretando el dedo sobre las teclas de una realidad virtual.
El derrumbe de las redes de solidaridad en la posmodernidad nos
han dejado a todos más solos y solas, especialmente los que no tienen a alguien
cerca para compartir su soledad. En lugar de crear nuevas redes, Coca Cola nos dice que en pareja se vive mejor. Por eso buscamos a nuestra “media naranja”, alguien
que llene nuestra soledad, que nos acompañe siempre, que no nos abandone.
En un mundo organizado económica, afectiva y socialmente en
parejas, la soledad es signo de que algo no va bien. Algunas soledades son
elegidas, otras impuestas, pero son pocas las personas que disfrutan del
aislamiento. La soledad “obligatoria” nos baja la autoestima, nos produce
tristeza, desesperación, miedo, y nos margina socialmente porque vivimos en un
mundo de parejas.
Nuestra cultura sigue promocionando el individualismo, el
miedo al otro, la desconfianza a los espacios públicos, la xenofobia contra los que vienen de fuera. Pero a la vez nos anima a buscar la felicidad en el amor hacia una sola persona.
Dedicamos demasiado tiempo y recursos en encontrar a la persona ideal, y luego nos encerramos en burbujas de amor, algunos incluso abandonan su vida social. Las separaciones y los divorcios son más duros cuando nos hemos aislado con la pareja; al romper nos quedamos con grandes vacíos, nos sentimos solos “de verdad”. Las parejas de alrededor se vuelcan contigo si eres la víctima, o te alejan si te consideran culpable del divorcio. Nuestras estructuras familiares y sociales caen porque todos los círculos están llenos de parejas. Uno solo desentona y desequilibra la armonía del “dúo”.
Dedicamos demasiado tiempo y recursos en encontrar a la persona ideal, y luego nos encerramos en burbujas de amor, algunos incluso abandonan su vida social. Las separaciones y los divorcios son más duros cuando nos hemos aislado con la pareja; al romper nos quedamos con grandes vacíos, nos sentimos solos “de verdad”. Las parejas de alrededor se vuelcan contigo si eres la víctima, o te alejan si te consideran culpable del divorcio. Nuestras estructuras familiares y sociales caen porque todos los círculos están llenos de parejas. Uno solo desentona y desequilibra la armonía del “dúo”.
Por eso mucha gente busca compañía a cualquier precio y se
angustia. Mujeres y hombres cuya pasión absoluta es el amor, la conquista, el
sentirse querido, querer al otro, pelearse, reconciliarse. Hay gente a la que
se le nota a kilómetros que se encuentra sola y necesita pareja. Gente que
necesita ser amada, sentirse acompañada y protegida. Gente que mendiga el amor
y se victimiza para parecer más indefensa. Gente que se infantiliza para crear
ternura. Gente que se disfraza y se opera el cuerpo para obtener el triunfo
social de tener un hombre o una mujer a su lado. Gente que se siente cómoda en
la división de roles de género, gente que se encierra en la pareja con candado
y echa la llave al Sena en París.
Pese a esta necesidad de “amarrar” al otro, nos atraen de
las personas su libertad, su energía, su
poder. Amamos a las personas en la
medida en que son libres; lo curioso es que cuando nos juntamos, tendemos a
querer domesticar esa libertad, apoderarnos de ella, aferrarnos con dulzura o desesperación al
otro para que no escape de nuestro lado.
La primera herramienta de la que disponemos para fijar las
relaciones es la palabra. Cuando el otro me reconoce como compañera o compañero, cuando les decimos a los demás que tenemos una
relación, cuando comunicamos nuestro nuevo estado, es cuando sentimos que
tenemos pareja. Necesitamos definir las relaciones para sentir que son, que existen. Y
además nos comprometemos en público para expresar nuestro deseo de permanecer
junto al otro, construir una historia común.
Otros en cambio tienen verdadero terror a la definición y
huyen espantados/as cuando oyen palabras que tienen que ver con esa pretensión muy
humana de definir y clasificar las cosas, las situaciones, los romances.
Necesitan sentirse libres para moverse por el espacio, se horrirzan con las
estructuras románticas que suponen rendir cuentas constantemente de donde y con
quién estamos. Estas estructuras son más o menos abiertas, más o menos
flexibles, pero algunas aprietan demasiado porque están basadas en el control
de la otra persona, en la vigilancia de su libertad de movimientos, en el egoísmo
y el miedo. Las estructuras más terribles son las que se crean desde los celos,
y a menudo significan, para poder permanecer en ellas, chantajes emocionales,
llantos y peleas, preguntas y reproches sin fin. Es normal, pues que muchos y
muchas defiendan su libertad a capa y espada
cuando las estructuras de relación están basadas en luchas de poder y control
sobre el otro.
En nuestra época posmoderna, la principal contradicción es,
por un lado, el miedo a la soledad y la necesidad de que alguien nos asegure
que va a estar con nosotros (firmando contratos matrimoniales si es
preciso), y por otro, una defensa a
ultranza de la libertad personal y los espacios propios. Quizás por eso nos
divorciamos tanto, y por eso mismo también firmamos hipotecas que nos atan
durante más tiempo del que vamos a vivir.
En el caso de las mujeres y los hombres jóvenes, creo que
estamos sumidos en la contradicción entre la necesidad de libertad y la
necesidad de afecto. Tenemos miedo a la soledad total, pero no queremos atarnos
de por vida. Las estructuras de nuestros padres no nos sirven, y por eso
estamos probando otras formas de relacionarnos, más flexibles, más cambiantes.
A veces buscamos pareja, otras veces buscamos no tenerla; a veces soñamos con
príncipes azules, otras veces el principio de realidad se impone y queremos a
la gente tal y como es. Nos separamos, nos juntamos, nos chocamos, nos
fusionamos, y todo sucede bajo una intensidad y una velocidad que asusta a
nuestros abuelos y abuelas.
A pesar de que en el imaginario colectivo la soledad es
sinónimo de horror y vacío, la realidad es que a todos nos gusta estar solos de
vez en cuando, porque la soledad es un lugar tranquilo en el que nos
encontramos con nosotros y nosotras mismas. En ella solemos trabajar nuestras
emociones, planear nuestra vida, soñar con retos nuevos, perdernos en los
recuerdos, profundizar en ideas que nos vinieron en medio de la vorágine,
analizar un acontecimiento reciente, imaginar una conversación, cuestionar la
realidad, construir proyectos.
En soledad podemos hacer autocrítica, descubrir por qué nos
comportamos de un modo u otro, soñar con un mundo mejor, analizar nuestros
sentimientos o perdernos en nuestras fantasías. La soledad es necesaria para la
gente que tiene una o varias grandes pasiones. Disfruta de la
soledad la gente practica deportes, o la gente que se dedica a crear
(escritoras, escultores, bailarines, pintores, videoartistas, diseñadores,
cineastas, dibujantes, poetas, cantantes, músicos, coreógrafos, escenógrafos,
editoras, artesanas). Disfrutan de la soledad los amantes de los museos, los que
aman la lectura, las viajeras que
caminan, los locos del ajedrez o las damas, los coleccionistas de cualquier
cosa, los buscadores de setas, los frikis del mundo de los videojuegos, las
artes marciales, el Yoga, el Reiki, o la meditación trascendental.
Hay parejas que no toleran las pasiones del otro, hay
parejas que las comparten y conservan las suyas propias. Lo que es obvio, según
mi punto de vista, es que la pareja no es la solución para la soledad y que
todos necesitamos espacios compartidos y espacios propios.
La soledad depende mucho de cómo nos relacionamos y tejemos
redes sociales y afectivas a nuestro alrededor. Por eso si nutrimos con cariño
nuestras amistades es más difícil que nos sintamos solos o solos. Creo que es más difícil sentir la soledad
para los activistas que trabajan en colectividad por los derechos humanos, la
ciudadanía que se integra en movimientos sociales o políticos, la gente que se
une a colectivos espirituales o religiosos, a grupos literarios, a grupos de música o baile, de consumo responsable, de cocina vegetariana, ciclismo urbano, o cooperativas agroecológicas.
Tenemos que trabajar
para cambiar esta sociedad individualista, al fin y al cabo, somos
animales gregarios que necesitamos compañía. Sobrevivimos como especie gracias
a nuestra capacidad para trabajar en equipo y para construir relaciones bonitas
basadas en la cooperación y la ayuda mutua. Si ampliamos nuestros círculos de amistad, si trabajamos en
equipo para lograr objetivos comunes y solidarizarnos con los demás, la vida es menos dura, y tiene más sentido. Todos necesitamos sentirnos útiles, sentirnos reconocidos
por nuestros aportes a la comunidad. Todos necesitamos abrazos, besos, gestos de
simpatía y de cariño. Todos necesitamos, en definitiva, querer y sentirnos
queridos.
Para evitar las relaciones basadas en la necesidad, la
dependencia o el miedo a la soledad, creo que lo importante es fortalecer y
mimar nuestras redes sociales. Antes que buscar salvaciones individuales, creo
que deberíamos emplear nuestro tiempo y energías en la gente que tenemos
alrededor: vecinos, compañeras de
trabajo, amigos, familiares...
Diversificar afectos, querernos mejor, relacionarnos con ternura y empatía, ayudarnos mutuamente, trabajar por el bien común nos ayudará a construir comunidades menos individualistas y más solidarias.
Diversificar afectos, querernos mejor, relacionarnos con ternura y empatía, ayudarnos mutuamente, trabajar por el bien común nos ayudará a construir comunidades menos individualistas y más solidarias.
Coral Herrera Gómez
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