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7 de junio de 2025

La violencia entre mujeres es también patriarcado


Las mujeres no solo sufrimos la violencia, también la ejercemos. Pero no contra los hombres: nuestra violencia solo va dirigida contra otras mujeres y contra nosotras mismas. 

Nosotras no matamos a los hombres, pese a que cada diez minutos una de nosotras es asesinada por el marido o el ex marido. Nosotras no nos vengamos ni pagamos con la misma moneda, y cuando una mujer muere asesinada nuestra reacción no es salir a matar hombres, sino salir a las calles a pedir pacíficamente a los hombres que por favor dejen de matarnos. 

¿Por qué? Porque el feminismo es un movimiento que lucha contra la violencia. Es un movimiento pacifista.

Las mujeres feministas nos trabajamos los patriarcados que nos habitan, estamos muy comprometidas en la lucha contra el abuso y la explotación, y en erradicar tanto la violencia que sufrimos como la que ejercemos. 

Pero somos minoría. 

Las mujeres feministas somos minoría.

La mayoría de las mujeres del mundo viven en guerra contra otras mujeres y contra sí mismas. 

Nunca contra los hombres. 

¿Qué tipos de violencia ejercemos?  Explotación laboral, doméstica y reproductiva, violencia psicológica y emocional, y ciberviolencia. 

 ¿Quienes son las mujeres que más explotación y violencia sufren? Las mujeres más pobres del planeta. Ellas no solo tienen que soportar la violencia de los hombres, también la de las mujeres que están por encima de ellas en la jerarquía patriarcal. 

Por ejemplo, las mujeres empresarias que explotan a sus trabajadoras, 

Las mujeres ricas que explotan a mujeres de alquiler para comprarles sus bebés, 

mujeres que maltratan a sus empleadas domésticas, niñeras y cuidadoras, 

mujeres que maltratan a sus hijas y a sus nueras, 

jefas que ejercen violencia contra sus empleadas,

Y compañeras de trabajo. 

Mujeres en el poder

También hay muchas mujeres malvadas en el poder político y económico que hacen daño a miles o millones de personas, y aprovechan su puesto para atentar contra el patrimonio colectivo y los derechos humanos fundamentales de la población. 

Son esas mujeres que lo primero que hacen al llegar al poder es destruir la Sanidad pública y la Educación. Gastan nuestro dinero en enriquecer a la elite mundial (señores de la industria militar, farmacéutica, etc) y recortan en derechos sabiendo que a quien más afecta esta violencia contra la población es a las mujeres y las niñas. 

Son poquísimas las que han llegado al poder pensando en el Bien Común, y en mejorar la sociedad en la que viven: podemos contarlas una a una, porque la gran mayoría buscan el beneficio propio y se dedican a imitar a los hombres: reparten dinero y puestos de poder entre sus amigos y amigas, y gobiernan para las élites de su país y las mundiales. 

La mayorías de las mujeres poderosas han interiorizado la misoginia y carecen de la más mínima pizca de agradecimiento por las que lucharon para que ellas pudieran estudiar y trabajar. Tampoco sienten ni una pizca de solidaridad con las de su mismo sexo. Muchas padecen el síndrome de la abeja reina, que consiste en creer que una no es como las demás mujeres, y que si ellas están en el poder "es porque ellas lo valen", es decir, porque son “especiales”. Batallan por el poder igual que los hombres y lo ejercen para su propio beneficio, no en pro del Bien Común. 

Algunas son de derechas y otras son progres, pero todas son aliadas del patriarcado porque se benefician de su posición y porque no han llegado al poder para cambiar nada.

Sin embargo, estas mujeres patriarcales con poder son una minoría. 

La gran mayoría de las mujeres ejercemos violencia solo en el entorno más cercano. Vivimos en guerra contra las madres, las hijas, las suegras, las hermanas, las compañeras de trabajo y contra nosotras mismas. 

Algunas mujeres maltratan a sus compañeros, pero generalmente a quien peor tratamos es a nosotras mismas, y a otras mujeres.

El patriarcado nos necesita aisladas, divididas, enfrentadas y entretenidas en guerras. Nos enseñan desde pequeñas a compararnos y a rivalizar entre nosotras. Nos enseñan a competir, a construir enemigas y a volcar toda nuestra violencia contra nosotras mismas y entre nosotras. 

Una de las relaciones más violentas entre mujeres son las relaciones suegra-nuera. Cuando dos mujeres batallan por ejercer su dominio en el corazón de un hombre, puede empezar una guerra que a veces dura toda la vida. Son guerras muy dolorosas para ambas, pero también para el resto de la familia, que se ve obligada a posicionarse en un bando o en otro. Al hombre en cuestión le ponen entre la espada y la pared para que elija a una de ellas y se aleje de la otra. Algunos sufren, pero la gran mayoría se beneficia de esta competición entre mujeres. 

¿Por qué esta guerra entre mujeres? Hay hombres que no adquieren jamás autonomía y no se convierten nunca en adultos: pasen de la tutela de la madre a la de la esposa sin experimentar nunca la responsabilidad sobre su propia vida, y sin tener que cuidarse a sí mismos. Esto es porque siempre tienen una mujer que se encarga de cuidarlos. Son hombres que solo salen de casa para casarse.

Algunos de ellos no han roto el cordón umbilical, y algunas de ellas creen que sus hijos son de su propiedad, y que son el príncipe azul con el que soñaron de pequeñas. No tienen muy claro si son madres o esposas, por eso odian a cualquier mujer que se le acerque porque sienten su poder amenazado. 

También hay nueras que tienen un problema muy grande: creen que ellas tienen que sustituir a la mujer que ha reinado sobre la vida de su marido, destronarla y convertirse en una madre-esposa. La característica que comparten todas ellas es que intentan aislar a sus maridos de sus redes afectivas, tanto familiares como sociales. 

Para comprender esta relación es fundamental entender que esto es una estructura. No es algo que le pasa solo a mujeres inseguras y con autoestima baja: sucede en todos los rincones del planeta, porque es una estructura de poder. 

Cualquier mujer puede sufrir malos tratos de su suegra, y convertirse a su vez en una suegra maltratadora. 

Aunque muchas mujeres con conciencia feminista lo que hacen es ser las suegras que habrían querido tener. Cuando las relaciones entre mujeres son buenas, el patriarcado se desmorona. 

Otras relaciones jerárquicas entre mujeres son la de jefa y empleada, doctora y paciente, policía y ciudadana… la gran mayoría de las mujeres se relacionan desde estas estructuras patriarcales en las que siempre (o casi siempre) las que más rango tienen y las más ricas son las que juegan con ventaja. 

Mujeres que odian a mujeres feministas

Las mujeres aprendemos a odiar a las demás mujeres y a nosotras mismas desde que somos pequeñas. Por eso muchas mujeres odian el feminismo, atacan a las mujeres feministas, y aplauden a los hombres misóginos. 

Les es mucho más fácil empatizar con hombres que se victimizan, que con las victimas de esos hombres. Nos han educado para defender y proteger a los hombres, y para anteponer sus sentimientos, deseos y necesidades a las nuestras. 

Las mujeres estamos siempre más dispuestas a escuchar a los hombres como expertos. Les escuchamos con más respeto y más atención. Su palabra tiene mayor credibilidad. Por eso hay mujeres que creen que las culpables de que exista el patriarcado somos nosotras mismas: nos han convencido de que nosotras somos mucho más machistas y violentas que los hombres, que transmitimos el machismo a nuestras hijas e hijos, y que por lo tanto es un problema que tenemos que resolver nosotras. 

Además de las relaciones interpersonales, las mujeres formamos grupos de afinidad y luchamos entre nosotras por diferencias ideológicas, por los recursos y por el poder. Y en estas luchas, salimos perdiendo todas. Los hombres se aprovechan de la guerra entre mujeres: divididas y aisladas somos más vulnerables.

Esto es lo que ha ocurrido dentro del feminismo: los hombres han entrado a saco en el movimiento con la pretensión de redefinirlo y resignificarlo. A estos hombres les ofende profundamente que usemos la palabra “mujer” y nos denominan “seres menstruantes” o “personas gestantes”

Afirman que las mujeres somos privilegiadas opresoras y que ellos son los oprimidos. La colonización del movimiento ha llegado a tal punto que ahora el enemigo principal de este grupo dominante son las mujeres feministas. 

Las aliadas de los colonizadores no ponen la energía en luchar contra los proxenetas, puteros, pederastas, violadores, maltratadores y femicidas: el prinicipal enemigo para ellas son las mujeres feministas. 

En redes sociales se ve claramente: muchas mujeres apoyan la violencia masculina, los discursos antifeministas, y los ataques a mujeres desobedientes. 

Los linchamientos provienen tanto de los hombres hegemónicos como de los hombres diversos, tanto de la izquierda como de la derecha: el odio y la violencia contra las mujeres feministas es cada vez intensa.

Los machos anti feministas no tendrían tanto impacto sin la colaboración de las aliadas que se unen a los linchamientos públicos para destruir a otras mujeres. Ellas señalan a las feminazis y las terfas, y ellos se encargan de amenazarlas de muerte. 

La cancelación es una de las armas más letales del patriarcado, porque sirve no solo para destruir a una mujer, sino también para silenciar a las demás. 

Cuando se castiga a una mujer que tiene relevancia pública, es una forma de amenazar a las demás: “si eres cancelada te quedarás sin trabajo, y desaparecerás como si hubieras muerto”

Es un método muy eficaz para generar miedo, para que la censura se convierta en autocensura, y también para que muchas mujeres opten por salir voluntariamente de las redes sociales. 

Los hombres solo aceptan a las mujeres sumisas y a las colaboradoras: todas las demás son consideradas "rebeldes", y la forma más fácil de aniquilarlas es acusarlas de ser odiantes. 

Imitan la estrategia de Israel, que acusa de discurso de odio antisemita a cualquiera que se atreva a criticar su proceso de colonización y a cancelar a todos los que piden el fin del Genocidio contra el pueblo palestino.

Los hombres alimentan la enemistad entre mujeres porque les conviene, y a los algoritmos también les viene muy bien. Para enganchar a la gente a los linchamientos, se crea un enemigo común, como sucedió durante la caza de brujas. Nos llaman nazis, nos llaman terfas, y se hacen camisetas con mensajes que invitan a matarnos. Cuando protestamos, nos dicen que era broma y que no tenemos sentido del humor.

Las mujeres feministas somos el enemigo número uno de los influencers de la fachosfera y de los woke más reaccionarios. 

Ya lo dijo Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos” Los varones misóginos no tendrían tanta fuerza si no contasen con las aliadas que les aplauden y se unen a los ataques contra las “enemigas” 

Las mujeres patriarcales siempre se solidarizan con los varones y tienden a protegerlos, y además no se fían de ninguna mujer: no son conscientes de su misoginia interiorizada, pero ese odio está ahí, y se mezcla con su rol de cuidadora y protectora. 

Las mujeres que colaboran con el patriarcado y participan en las cancelaciones creen que nunca les va a tocar a ellas.

En las guerras entre mujeres los únicos ganadores son los hombres, que se divierten mucho viendo cómo las mujeres se cancelan unas a otras, y comprobando cómo van abandonando las redes una a una. 

Lo que hacen es premiar a las que contribuyen a la caza de brujas. Les dan visibilidad en los medios de comunicación y puestos en el partido y en el Gobierno. Y castigan a todas las mujeres que no se ponen de rodillas.

Y sin embargo, las mujeres feministas nunca amenazamos de muerte ni llevamos camisetas haciendo apología de la violencia, y es porque las feministas somos pacifistas. Ponemos la energía en resistir a los ataques, en apoyarnos entre nosotras y en defender nuestro derecho al pensamiento crítico.



¿Cómo dejar de guerrear contra nosotras y entre nosotras?

Basta con tomar conciencia de esa misoginia interiorizada, y poner en práctica la sororidad (la solidaridad y el compañerismo entre mujeres), un término acuñado por Marcela Lagarde que a muchas de nosotras nos ha ayudado a comprender que si a los hombres les va tan bien es gracias a la hermandad que construyen entre ellos. Los hombres se apoyan aunque no se conozcan de nada, solo porque son hombres. 

La sororidad no nos convierte en amigas a todas: simplemente se trata de no colaborar con el patriarcado y en lugar de competir y guerrear, apoyarnos mutuamente frente al abuso, la opresión y la violencia machista. 

Las mujeres sabemos muy bien que solas y aisladas no podemos sobrevivir en un mundo tan cruel, y que nos necesitamos las unas a las otras para defender nuestra libertad y nuestros derechos. 

Por eso es tan importante que las nuevas generaciones nos vean haciendo autocrítica amorosa, trabajando la misoginia que llevamos dentro, y vean cómo trabajamos para liberarnos del patriarcado. 

Si nos ven a nosotras practicando el autocuidado y el apoyo mutuo, y creando comunidad entre mujeres, ellas podrán convivir en paz, apoyarse mutuamente y trabajar juntas para construir un mundo mejor. 

Coral Herrera Gómez


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6 de junio de 2025

Convertirte en lo que más odias



Si, también te puede pasar a ti. Una de las peores pesadillas para los humanos es convertirnos en aquello que odias, o acabar siendo igual que tu peor enemigo. A veces ocurre que lo que más odias en alguien es algo que también tienes tú dentro, pero no lo ves. El otro es un espejo de tu interior y no siempre tenemos la lucidez para darnos cuenta de que si algo nos provoca mucho rechazo es porque lo llevamos en la mochila que todos cargamos. Pienso en los niños maltratados por curas que acaban convertidos en curas maltratadores, en la hija adolescente que acaba tomando las mismas malas decisiones que su madre, en la nuera maltratada que se convierte en suegra maltratadora. Pienso en todas las cosas que heredamos de los abuelos y los padres, y en cómo hay gente que es capaz de cortar con la cadena que se transmite de generación en generación, y otra que no lo logra jamás.

Pienso también en el pueblo judío, que vivió el horror del nazismo y cuyos mandatarios están replicando el infierno que vivieron sobre el pueblo palestino con el mismo odio con el que ellos fueron exterminados. Tras la II Guerra Mundial las naciones se comprometieron a que el Holocausto no se repitiera nunca más, y todos los años se celebra la conmemoración de Auschwitz con discursos bonitos sobre la libertad y los derechos humanos. Este año se celebró una vez más, mientras los bebés, los niños y las niñas palestinas escapaban de las llamas después de un bombardeo. Heridos, mutilados, huérfanos, muertos de miedo… en este año, más de cincuenta mil niños y niñas que han nacido en guerra y van a morir o han muerto en guerra. Tampoco sus madres y padres han conocido la Paz: llevan desde 1948 sufriendo la colonización, el odio y la violencia de los gobiernos israelíes y de gran parte de la población israelí.

¿Qué es lo que ocurre para que una víctima llegue a convertirse en victimaria, y cómo evitarlo? A nivel personal no tenemos herramientas para tomar conciencia y para trabajar en nosotros mismos todo aquello que odias en los demás. Tienes que mirar dentro, a un nivel muy profundo, para conocerte bien y enfrentarte a tus luces y a tus sombras. Mucha gente nunca hace ese viaje al interior porque siente miedo y porque es más fácil autoengañarte y fantasear con un yo idealizado que siempre te gusta más que tú yo real. Nos construimos con relatos, y poca gente es capaz de ser honesta consigo misma.

Hay que ser muy valiente para reconocer todo aquello que no te gusta de ti y que quisieras cambiar.

Y hay que tener la capacidad de hacer autocrítica amorosa, identificar todo aquello que te hace sufrir y hace sufrir a los demás, y guiarte por los principios de la ética para ser mejor persona.

Pero este trabajo requiere un esfuerzo. Lo más fácil es creer que porque tú has sufrido mucho los demás también tienen que sufrir. O creer que tú siempre tienes la razón, que los demás están equivocados. O perder por completo la empatía y vivir creyendo que tienes derecho a aplastar, explotar, humillar y aniquilar a tus enemigos porque eres superior a ellos.


A nivel colectivo no tenemos herramientas tampoco. Pese a los esfuerzos que han hecho muchos colectivos judíos por la Paz, y las manifestaciones masivas en contra del Genocidio que hemos visto en Tel Aviv, la gran mayoría cree que ellos son el pueblo elegido por Dios, y que eso les da derecho a odiar y a echar del territorio a quienes no son ellos. Creen firmemente que Dios está de su lado y apoya el exterminio. Y como la Fe es irracional, son incapaces de cuestionar a sus líderes religiosos y políticos. Por eso hacen vídeos de TikTok disfrazándose de palestinos y riéndose de sus víctimas, bailando sobre los cadáveres, besando y firmando las bombas que van a matar niños, e incluso se ha puesto de moda hacer turismo para ver cómo caen las bombas.

Lloran con la película de La lista de Schlinder y con los relatos de sus abuelos y abuelas, supervivientes de los campos de concentración. Pero brindan tras cada masacre y sueñan con poder ir pronto de vacaciones al resort de Gaza, cuando esté “limpia” de enemigos.

Todos llevamos un pequeño Hitler en nuestro interior, pero lo reprimimos para poder convivir con los demás. Los límites de nuestro poder los marcan los demás, y también las leyes que regulan la conviviencia. Por eso criar a un niño egocéntrico, sin límites y sin tolerancia a la frustración puede convertirlo en un adulto monstruoso.

Cuando los pequeños Hitlers pierden los complejos, se atreven a dar la cara, y conquistan el poder, los convertimos en ídolos. Porque a todos nos gusta el poder, todos queremos dominar nuestro entorno, y lo ejercemos en casa, en la familia, en el centro de trabajo. No hay más que ver a los chavales de ultraderecha el día que se ponen el uniforme de guardia de seguridad, y se enfundan una pistola en la cadera. Se sienten súper poderosos, aunque no cobren ni el salario mínimo.

En el otro extremo están los que sí llegan a tener poder sobre la vida de millones de personas y disfrutan haciendo daño. Trump, Musk, Milei, Aznar, Ayuso… si ellos están ahí destrozando y ejerciendo violencia contra la población con total impunidad es porque el sistema democrático no tiene mecanismos de autodefensa para la población. Nos dicen que la soberanía reside en el pueblo, pero no podemos destituir a los tiranos ni a los violentos. Sólo podemos salir a la calle a protestar y esperar a que lleguen las siguientes elecciones.

Si ellos están ahí haciendo negocios en beneficio propio y atentando contra nuestros derechos fundamentales es porque muchos de sus votantes son igual que ellos. Seres dominados por el ego y carentes por completo de ética y de empatía, que es lo que nos hace humanos. Admiran a estos monstruos mutilados que hacen gala de su crueldad y se ríen en público de sus víctimas: el mundo está lleno de pequeños Hitlers, y no acabaremos con ellos mientras no nos ofrezcan en la escuela y en la cultura las herramientas que necesitamos para trabajar nuestro ansia de poder y dominación, y nuestro instinto de autodestrucción, tanto a nivel personal como a nivel colectivo. 

Si pueden hacer tanto daño es porque les admiramos, les votamos y les financiamos. Hay que cambiar el sistema político para evitar que estos matones nos lleven a la extinción, y las únicas armas que tenemos para vencer a estos monstruos son la ética, la educación y la cultura. Tenemos que aprender a defendernos de ellos si queremos un mundo mejor. 

Coral Herrera Gómez  


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29 de mayo de 2025

El poder de las Mujeres Solteras



Una de las cosas que están cambiando a toda velocidad en nuestra sociedad es la imagen de las mujeres solteras, su status social y el espacio que ocupan en nuestra sociedad, que es cada vez más grande. 

Las solteras han sido siempre una amenaza porque son impares en un mundo hecho por y para las parejas felices que van a fundar una familia feliz. En los eventos sociales (bodas, funerales, bautizos, comuniones, día de la Madre, cena de Nochebuena, comida de Navidad, etc) y en las renuniones sociales y familiares van solas.

Y se las ve estupendamente.

Y eso constituye en primer lugar una amenaza para los hombres, que temen que sus compañeras envidien la autonomía, la libertad y la alegría de las mujeres solteras. 

Ya no son unas fracasadas que no han conseguido novio y se sienten avergonzadas, ya no son esas mujeres que buscan emparejarse desesperadamente en las fiestas: ahora son mujeres normales y corrientes que tienen muchos seres queridos a su alrededor.

No las falta novio, no las falta amor: viven rodeadas de amigas, amigos, familia, animales domésticos, y el centro de su vida está ocupado por ellas mismas, no por un hombre. 

No las falta de ná.

Eso es lo que las hace tan peligrosas: una mujer soltera es la prueba de que las mujeres podemos vivir perfectamente sin marido. Y muchos hombres están convencidos de que son un mal ejemplo a seguir para sus parejas.

Además, ellos creen que cuando una mujer no pertenece a uno de ellos, cualquiera puede intentar tener sexo con ellas porque en realidad las mujeres sin pareja son patrimonio colectivo de los hombres. Por eso no soportan que ellas digan que no. Y tampoco soportan pensar en la envidia que sienten sus esposas de la libertad, la autonomía, y la vida sexual y amorosa de las mujeres solteras.

Para las mujeres casadas y emparejadas, también las solteras son una amenaza. Algunas creen que sus maridos podrían querer acostarse con ellas, o que ellas podrían robarle a sus maridos. Las ven como rivales, sobre todo si son guapas, jóvenes y felices.  

Las mujeres estamos dando un salto gigante porque gracias al feminismo hemos tomado conciencia de que las mujeres no deberíamos colaborar con el patriarcado, y el primer paso es no rivalizar ni competir entre nosotras.

Ya no es tan fácil distinguir en en las fiestas y demás eventos sociales a las mujeres que no tienen pareja porque hay muchas mujeres emparejadas que tienen su propia agenda y salen sin sus parejas. Las mujeres hemos conquistado (negociando con el compañero) nuestros propios espacios y nuestro propio tiempo. En las agendas de las mujeres hay tiempo para la pareja, y tiempo para una misma, y para nuestras pasiones y seres queridos.

Antiguamente toda la vida social se hacía con el marido, y luego cuando nos dejaban en casa ellos se escapaban. Ahora ya no: nosotras tenemos nuestros espacios propios con amigas, pasamos fines de semana en retiros con otras mujeres, estudiamos juntas, hacemos activismo social y político, salimos a divertirnos juntas.

Si cada vez hay más mujeres solteras es porque hay pocos hombres con ganas de trabajarse por dentro para crecer y para dedicarse al desarrollo personal. Nosotras somos cada vez más selectivas y exigentes, y no nos conformamos con migajas. Buscamos compañeros que sepan estar a la altura, que no busquen una sirvienta, que den la talla, y hay muy pocos. Así que no perdemos tiempo y energía en relaciones con hombres a los que ya sabemos que no vamos a cambiar. 

Los hombres más misóginos andan cabreadísimos, en especial los incels que declaran públicamente su odio contra las mujeres porque no queremos tener sexo ni relaciones de pareja con ellos.

No se les ocurre que igual no les elegimos porque son unos machistas, porque no saben relacionarse con nosotras como si fueramos seres humanos, porque nos siguen tratando como objetos de usar y tirar. 

Y porque ya sabemos que se está mucho mejor sola que mal acompañadas.

Mientras ellos siguen rabiando, las mujeres seguimos avanzando. Nos hemos quitado el miedo a que no nos quiera nadie, porque ahora sabemos que el amor está en todas partes. Aspiramos a juntarnos con alguien capaz de renunciar a sus privilegios, de respetar nuestros derechos humanos fundamentales, de hablar de sus emociones y sentimientos, de hacer terapia, de hablar sobre la relación. Hombres que sepan cuidarse a sí mismos y sepan cuidar sus vínculos afectivos y sentimentales. 

Y si no hay (porque los hombres capaces de hacer autocrítica amorosa no abundan), nuestras vidas siguen su curso. Nuestros proyectos, nuestra carrera profesional, nuestra red de amor y de apoyo mutuo, nuestras aficiones: nosotras disfrutamos de la vida, con y sin pareja. Y si llega alguien especial en nuestras vidas, ya sabemos cuidarnos a nosotras mismas para evitar relaciones de abuso y de maltrato. 

Como hemos tomado conciencia de que las relaciones tienen que ser recíprocas y que el amor es un trabajo de cuidados, no nos conformamos con menos.

El poder de las solteras es cada vez más grande, porque estamos trabajando mucho en nuestra autonomía, y porque cada vez se separan más mujeres de sus novios, amantes y maridos. Ya no aguantamos, no toleramos, no soportamos: tenemos cada vez más claro cómo queremos vivir las relaciones, y cómo negociar para que sean relaciones igualitarias, sanas y bonitas. 

Y este poder de las solteras no va a parar de crecer, porque ya nos hemos dado cuenta de que si no tenemos pareja no estamos solas: estamos rodeadas de gente que nos quiere y nos cuida. 

Y que no nos falta de ná si no tenemos un hombre a nuestro lado.

Una vez que saboreamos la libertad, ya no tenemos ganas de volver a depender de nadie nunca más.

Coral Herrera Gómez


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22 de mayo de 2025

Siempre hay alguien más debajo de ti



Siempre hay alguien más debajo de ti. 

Todos y todas sufrimos y ejercemos violencia contra los demás. Este sistema con el que nos relacionamos y nos organizamos no obedece a las leyes de la naturaleza, se llama patriarcado. 

Si miras la viñeta, puede parecerte que el gato es la víctima, porque es el que está debajo de todos en la jerarquía, pero por debajo de él está el ratón. 

Siempre hay alguien más debajo de ti. 

Esta jerarquía de poder solo se rompe cuando tomas conciencia de la estructura en la que estás, de quién está por encima y por debajo de ti, y de cómo te aprovechas de la necesidad y de la vulnerabilidad de los demás.

No se trata solo de aprender a identificar la violencia que sufres y a defenderte de los abusos, es igual de importante aprender a identificar cómo ejerces tu poder sobre los demás. 

Llevamos dentro el patriarcado porque nos han educado para competir y dominar, para reprimirnos y para reprimir, para dar órdenes y para obedecer a los que más poder tienen. 

Trabajar en ti mismo o en ti misma para aprender a relacionarte en libertad y en igualdad, y para respetar la integridad y los derechos humanos de los demás es un acto profundamente político: cuantos más seamos, más rápido caerá el patriarcado.

Otras formas de relacionarnos y de organizarnos son posibles. 

#patriarcado #jerarquías #violencia


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11 de mayo de 2025

Consultorio Sentimental de Coral Herrera

 




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10 de mayo de 2025

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1 de mayo de 2025

“Explotaos las unas a las otras”, dijo el Patriarcado.




 “Explotaos las unas a las otras”, dijo el Patriarcado.

“Si no podéis con dos jornadas laborales y los hombres no se incorporan al sistema de cuidados, 
Si os parece una injusticia que vuestros maridos tengan el doble de tiempo libre que vosotras, 
si en casa estáis batallando porque vuestros maridos abusan de vosotras, haced como ellos: buscad a una mujer más pobre que vosotras para que os sustituya en todas las tareas. Así volverá La Paz al hogar y tendrás más tiempo para tu Autocuidado.”

Esta es la fórmula mágica para escapar de la explotación doméstica que nos han ofrecido el patriarcado y el capitalismo: explotaos las unas a las otras. 

Esta es la respuesta del feminismo: 

Mujeres, exijamos que los cuidados sean una responsabilidad social compartida, 

que todos y todas tengamos tiempo para cuidar,

que todos y todas tengamos tiempo para descansar y para divertirnos

Que la explotación en todas sus formas (laboral, doméstica, sexual, reproductiva) sea abolida para siempre. 

Que las mujeres que viven en las casas de los ricos sean liberadas y vuelvan con su familia. 

Que la pobreza sea erradicada para que todas las mujeres tengan autonomía económica y por tanto tengan los mismos derechos humanos en todos los rincones del planeta. 

Que todas las mujeres tengamos ingresos dignos para poder elegir libremente 

Que los hombres se quiten la corona y que acabemos con la monarquía masculina y con sus privilegios

Que los hogares sean espacios seguros en los que la familia entera trabaje en equipo y todos tengan la misma cantidad de tiempo libre. 

Hoy es un buen día para exigir la abolición de la explotación en todas sus formas. 

Feliz 1 de Mayo a todos y a todas.

Coral Herrera Gómez 

27 de abril de 2025

Sororidad intergeneracional entre Mujeres


Hoy mientras paseaba he estado pensando en la cantidad de mujeres mayores que me han escuchado con amor y me han dado buenos consejos. En la infancia fueron las mujeres de mi familia y las profesoras, ahora también recibo buenos consejos de mujeres desconocidas que voy encontrando en el camino.

Gracias a mi trabajo he conocido mujeres de muchos países diferentes (México, Colombia, Chile, Argentina…) y me siento muy afortunada porque a lo largo de mi vida he recibido mucho apoyo, amor y cuidados de mujeres sabias y generosas que han iluminado mi camino como si fueran faros en la costa en medio de la noche.

Algunas me han enseñado técnicas de supervivencia, han compartido sus saberes conmigo, me han contado sus historias de vida, han abierto su corazón y me han enseñado muchas cosas que aprendieron en el camino de la vida.

Otras han compartido información y conocimientos, me han roto los esquemas, me han abierto los horizontes, me han escuchado con amor, me han ayudado a hacerme preguntas para trabajar en mí, y me han ayudado a tomar conciencia de mi poder y mi poderío. En estas conversaciones largas y profundas aprendo las claves para entender la realidad, para poner los pies en la tierra, para reírme de mí misma, y para seguir luchando.

Cuando emigré a Costa Rica me sentía muy sola y un grupo de mujeres sabias, todas diez años mayores que yo, me acogieron en su colectiva feminista con mucho amor. Con ellas aprendí mucho de feminismo y comunicación, y trabajamos juntas hasta que me fui.

Además, también pertenecía a un grupo de mamás feministas, todas diez años menores que yo, todas con bebés y muchas de ellas extranjeras sin redes familiares, como yo. Nos prestamos apoyo mutuo y con ellas me di cuenta de que yo también podía escuchar con amor y dar buenos consejos a las más jóvenes.
Es un regalo de la vida poder compartir tu intimidad, tus problemas, tus miedos y tus alegrias con mujeres de todas las edades.

Creo que hoy soy quien soy gracias a las mujeres desconocidas que me abren su corazón, comparten sus historias de liberación conmigo, y me dan buenos consejos para mi propia liberación.

Las mujeres mayores son una gran fuente de inspiración para mí porque ellas ya pasaron por donde estoy pasando yo ahora, porque han vivido muchas experiencias y tienen muchos más conocimientos que yo. Es todo un acto de amor que haya tantas mujeres sabias dispuestas a escuchar y a conversar en profundidad con las más jóvenes.

Ellas ya se han liberado (de la culpa, de la guerra contra sí mismas, del miedo al que dirán, de la tiranía de la belleza, del autoengaño, de las inseguridades, del miedo a envejecer, y ya tienen las cosas muy claras. Siguen aprendiendo y creciendo, pero tienen ya algunas certezas, han aprendido a aceptar su cuerpo y a cuidarse, aman su libertad y saben defender sus derechos. 
Ya saben distinguir qué es lo importante y lo que no, ya saben lo que quieren y lo que no quieren, ya son asertivas y se atreven cada vez más a decir lo que piensan, lo que desean y lo que necesitan.
Todas aprendemos de todas. Compartir conocimientos y darnos buenos consejos es una forma de cuidarnos y es amor del bueno. 
Todas formamos parte de esta red intergeneracional e internacional de mujeres, solo que vivimos en una sociedad muy individualista que nos quiere aisladas y enfrentadas. Cuando sales de tu burbuja generacional te das cuenta de lo importante que es esa transmisión de información y de conocimientos entre nosotras, de lo importante que es tener referentes de mujeres sabias, y lo necesario que es que nosotras también nos convirtamos en referentes para nuestras hijas, nuestras sobrinas y nuestras alumnas.

Las mujeres jóvenes, las adolescentes y las niñas también nos enseñan, nos rompen los esquemas, nos abren horizontes, y nos ayudan a entender los cambios brutales que estamos viviendo en la actualidad. Escucharlas y aprender de ellas es un lujo: gracias a mi profesión me relaciono con lectoras y alumnas a diario, y me siento muy afortunada porque me estimulan mucho y me motivan a seguir luchando por una vida mejor para todas.

En el mundo rural aún perviven estas redes ínter-generacionales en las que las mujeres aprendemos unas de otras, conversamos durante horas, bailamos, cantamos y nos divertimos juntas, formamos alianzas, y nos hacemos más sabias. 

La sororidad, como nos enseñó la maestra Marcela Lagarde, es uno de los tesoros más valiosos para nosotras, y también uno de los salvavidas más importantes: sigamos cuidando y ampliando estas redes de cuidados entre mujeres de todas las edades.

Hoy estaba pensando mientras gozaba de los colores y olores de la primavera, en lo valientes y maravillosas que son las chicas de las nuevas generaciones, en cómo me sentía yo a su edad, en lo mucho que me inspiran tanto las mujeres que están empezando como las que ya se han liberado, y en lo importante que es la sororidad intergeneracional entre mujeres.

Me despido con un consejo: hablad con vuestras madres y con vuestras hijas, con vuestras hermanas mayores y pequeñas, con las abuelas y las nietas, tías y sobrinas, primas, vecinas, profesoras, entrenadoras, y con desconocidas: las mujeres nos inspiramos unas a otras, y nos prestamos apoyo mutuo desde hace milenios, y es importante cuidar estas redes porque solas no podemos.

Pensad un momento en las mujeres mayores y jóvenes que os rodean y en las que os habéis encontrado en el camino: ¿cómo son los vínculos con ellas?, ¿cómo los cuidáis?, qué habéis aprendido de ellas?, ¿qué compartís con ellas?, ¿qué das y que recibes en las relaciones con ellas?

Coral Herrera Gómez




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12 de abril de 2025

Crear comunidades para acabar con la violencia y la impunidad




Nuestra cultura protege a los agresores y a los violentos. Todos
y todas colaboramos para protegerlos, consciente o inconscientemente. Vivimos en una cultura patriarcal basada en la impunidad, pero no estamos condenados a vivir siempre así. ¿Qué podríamos hacer para empezar el cambio que necesitamos?

Tomar conciencia de cómo les encubrimos, y cuáles son los mecanismos que usamos para perpetuar la cultura de la violencia.

- Uno de los mecanismos de perpetuación más comunes consiste en culpar a las víctimas de la violencia que sufren, y victimizar al culpable. 

- A las víctimas no se las cree: su testimonio siempre es puesto en duda, y a menudo se les señala su implicación en el conflicto como agente provocador. 

- En cambio a los victimarios les ampara la presunción de inocencia: es la víctima la que tiene que aportar pruebas de las agresiones que ha sufrido. Sobre ella pesa la sospecha de que lo hace para llamar la atención o por un deseo de venganza, cuando en realidad lo que piden las víctimas es justicia y reparación.

- A las víctimas se les acusa de querer hacer daño a sus victimarios, de querer arruinar su imagen y su prestigio, o de querer destruir al victimario por alguna "oscura razón". Los culpables en cambio son considerados personas “normales” que pierden los nervios o la paciencia y actúan desde el impulso, arrasados por su emoción (irá, miedo, rabia, dolor)


Esta cultura de la impunidad comienza en la escuela. 

Así funciona el asunto en la mayoría de los centros escolares: 

- Lo primero que aprenden niños y niñas al entrar en el colegio es que no hay nada peor que ser un chivato y denunciar las agresiones al profesorado y al equipo directivo. Nadie quiere ser señalado como un traidor.

El matón del grupo siempre tiene a gente que le ríe las gracias y le aplaude cuando amenaza o golpea a sus víctimas. Sin este grupo de apoyo el matón no se atreve nunca a actuar. Generalmente son niños muy sumisos que tienen miedo al agresor, o niños que le admiran y querrían ser como él.  

- Muchos niños no quieren ver sufrir a sus padres y prefieren callar para no preocuparles. También guardan silencio por miedo a las represalias, porque les da vergüenza sufrir violencia y porque no están muy seguros de que los adultos puedan creerle y protegerle.

- Los padres de los agresores suelen ser también gente violenta, aunque no siempre. Y suelen ser violentos con sus hijos e hijas, aunque no siempre. 

- Son muy pocos los padres que se sientan a hablar con sus criaturas para explicarles por qué no deben hacer daño a otros seres humanos. La gran mayoría se pone de parte de sus hijos y los defiende a capa y espada, aunque ellos mismos hayan presenciado las agresiones de sus hijos "in situ". Pueden admitir que su hijo a veces pega, "pero mi hijo no es violento". 

- Otra ayuda importante es la gente que no se quiere meter en líos y mira para otro lado, como hacen muchos adultos y adultas en el patio del recreo o en el parque infantil. Hacen como si no supieran y como si no estuviera sucediendo, y luego se muestran sorprendidos cuando las víctimas se quitan la vida porque no aguantan más.

- Si un niño o niña reúne la valentía necesaria para denunciar la violencia que sufre, los adultos generalmente lo tratan como si fuera un conflicto entre dos iguales. Generalmente los matones suelen tener mucho más poder que sus víctimas, ya sea porque son más fuertes o simplemente porque cuentan con apoyo de mucha gente.

- Una de las cosas que más beneficia a los matones de clase es que las personas adultas minimicen el asunto e invaliden los sentimientos de las personas agredidas: “son cosas de niños”, “estás exagerando”, “no ha sido para tanto “, “qué sensible eres”…

- Disfrazar la violencia de humor: “qué poco sentido del humor tienes”, “eres demasiado susceptible”, “era una broma”, para que parezca que el daño se hizo sin intención. La violencia se presenta como algo “normal” que divierte a todo el mundo (menos a quien le toca recibir las burlas, los insultos y las humillaciones)

¿Cuáles son las estrategias de las víctimas? 

Pues someterse y victimizarse aún más para generar empatía en el o los agresores (cosa que no funciona), o plantarles cara y enfrentarse a ellos con violencia (funciona a veces). Este es el consejo que les dan a los niños: “pégale tu para defenderte” , pero es un consejo cruel. 

Yo estuve tiempo aguantando la violencia en el colegio porque no quería pelear, no quería usar la violencia, y no me sentía en igualdad de condiciones para la batalla: es súper violento empujar a una niña o niño a la violencia como si no hubiera otras maneras de parar a los agresores, y como si fuera un problema individual, cuando en realidad es un problema colectivo.


Esta falta de apoyo de la comunidad es la que hace que las víctimas se vean obligadas a abandonar el colegio y el barrio. Y es una gran injusticia porque cuando se marchan, el niño agresor refuerza su sensación de gozar del privilegio de la impunidad total. Sabe que el castigo es para las víctimas, no para él. 

Los niños y las niñas no solo sufren violencia de otros iguales, también sufren violencia en casa, en clases extraescolares, y en la parroquia. Es muy difícil para las víctimas pedir ayuda: la mayoría es capaz de hablar de las agresiones que ha sufrido 30 o 40 años después, como las víctimas de la pederastia eclesiástica. Han hablado cuando han podido, después de años de terapia, y sin embargo la Iglesia católica no les ha apoyado como merecían. Muchos de los curas agresores fueron trasladados de parroquia, jamás fueron juzgados, encarcelados ni expulsados de la organización. Los católicos no han inundado las calles pidiendo justicia para las víctimas y tampoco se están tomando medidas para que no vuelva a ocurrir.

¿Qué responsabilidad tiene el Estado y los gobiernos en la perpetuación de la violencia y la impunidad?

Los gobiernos podrían aprobar leyes contra la violencia en las aulas, y proporcionar formación en colegios e institutos de la Cultura de la No Violencia, la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados. 

No es un tema prioritario porque los niños no votan, y no tienen tampoco voz propia. No hay representantes de la juventud ni de la infancia en los parlamentos.

Los discursos antipunitivistas que piden rebajas de pena y absoluciones para violadores, pederastas, agresores, puteros y femicidas también fomentan la cultura de la impunidad. 

La sociedad cree que la violencia es algo “normal” y “natural”. El maltrato está en todas nuestras relaciones y solo ahora estamos empezando a poner nombre a todas las violencias que sufrimos y ejercemos, gracias al feminismo que está trabajando mucho en identificar y combatir la violencia machista. 

Aún los medios de comunicación siguen protegiendo a los agresores, cuestionando a las víctimas, y tratando de que la violencia parezca una pelea entre dos personas que se encuentran al mismo nivel. Pese a la formación que está recibiendo el personal sanitario y las fuerzas de seguridad, para las víctimas denunciar en comisaría y frente al juez es un auténtico calvario. 

Se les pide que denuncien pero el proceso es un infierno, y los jueces más misóginos siguen absolviendo a pederastas, puteros, violadores y femicidas. La sociedad sigue también poniéndose de parte de los violentos, por eso muchas mujeres no denuncian o quitan la denuncia. En un sistema que culpabiliza a las víctimas y victimiza a los culpables, tratar de pedir justicia y protección es una auténtica odisea. 

Los niveles de impunidad son obscenos en todo el mundo. Si los agresores son millonarios, las posibilidades de ganar el juicio son casi nulas. La opinión pública siente más simpatía por los hombres que por las mujeres, porque nosotras nunca hemos sido de fiar: las mujeres en el imaginario colectivo somos aún representadas como peligrosas, astutas, manipuladoras, irracionales, caprichosas, retorcidas, cambiantes, mentirosas, interesadas, misteriosas, y malvadas. 

Nuestro testimonio nunca es creíble. Sobre nosotras recae siempre la sospecha de que estamos despechadas y por eso queremos arruinarle la vida a un hombre. Incluso cuando un señor es señalado por varias mujeres, no importa si son tres o treinta: todas tienen encima la sospecha de querer vengarse por alguna oscura razón. Los pobres hombres son representados por los medios como víctimas de estas alimañas. 

¿Que está cambiando en estos últimos años? A nivel cultural, los violentos siguen protagonizando las películas de ficción, y los productores siguen ensalzando la figura del macho con poder que se dedica a dominar, matar y destruir. 

Pero en las calles las mujeres estamos pidiendo que dejen de violarnos y matarnos, y hemos iniciado un movimiento mundial llamado MeToo que está rompiendo con el pacto de silencio y la impunidad de los hombres con poder. Cineastas, escritores, políticos, músicos, futbolistas, científicos… ahora todos tienen miedo porque nosotras ya no nos callamos. 

Es cierto que hay mujeres que siguen protegiendo a sus maridos, a sus amigos y compañeros de partido, y que mientras tengan aliadas, los machos de derechas y de izquierdas seguirán gozando de impunidad. Este apoyo de mujeres patriarcales es fundamental para ellos, pero lo cierto es que el Pacto de Silencio se está resquebrajando poco a poco. 

¿Cuáles son los retos que tenemos por delante?

 Juntarnos para hacer frente a la violencia, crear comunidades de apoyo mutuo, y sobre todo apoyar a niños y a niñas que son las más vulnerables y las que más nos necesitan. 

Hacer autocrítica amorosa para identificar las violencias que sufrimos y las que ejercemos.

Aprender a cuidar nuestras emociones y a resolver conflictos sin hacernos daño.

Crear pequeñas comunidades de cuidados donde todos demos y recibamos amor.

Pero además también tenemos que organizarnos no sólo contra los agresores que ejercen violencia sobre una o varias personas, sino también contra los hombres y mujeres con poder que ejercen violencia contra un pueblo entero y atentan contra nuestros derechos humanos fundamentales. Por ejemplo, los que destruyen la Sanidad y destinan el dinero al gasto militar. 

En democracia apenas tenemos mecanismos de autodefensa para hacer frente a la maldad de nuestros gobernantes, que pueden robar, malversar, saquear los recursos públicos, meternos en una guerra y tomar las medidas que quieran sin ningún tipo de consecuencias. 

¿Cómo podríamos acabar con la impunidad? Dejando de idolatrar a los violentos y creando grupos de cuidados. 

Si en los barrios y en los pueblos, en las escuelas, los institutos, las universidades, los centros de trabajo, las instituciones y las organizaciones hubiese grupos de cuidados y todo el mundo pudiera pertenecer a uno, los agresores se echarían para atrás. No es lo mismo meterse con una mujer indefensa que con diez mujeres, ni es lo mismo meterse con un niño más pequeño que tú que con un grupo de diez niños y niñas. 

Los violentos son cobardes, y pegan porque saben que pueden hacerlo. Los grupos crean un escudo humano que protege a todos los miembros y que a la vez impide que ningún miembro ejerza violencia contra otras personas. 

Si lográsemos crear pequeñas comunidades unidas por los valores de la solidaridad, el apoyo mutuo y el compañerismo, si aprendiésemos a trabajar en equipo para resolver conflictos, si tuviéramos formación y herramientas para la mediación y para la autodefensa, podríamos acabar con la impunidad y la violencia. 

Las víctimas ya no tendrían que demostrar el daño que han sufrido porque habría testigos y contarían con una comunidad que les cree y les apoya. 

Los agresores ya no podrían contar con el miedo de la gente, porque cuando los grupos humanos pierden el miedo y se unen por una causa justa, son invencibles.

Si además en los centros escolares y los medios de comunicación nos enseñasen la Cultura de la No Violencia, los valores del pacifismo, la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados, tendríamos herramientas para aprender a relacionarnos y para crear espacios seguros para que todas y todos podamos estudiar, trabajar o divertirnos en paz.

Vivir en paz, disfrutar de una vida libre de violencia es lo que queremos la gran mayoría de la población. Solos y solas no podemos, en comunidades y grupos pequeños sí. 

Coral Herrera Gómez 


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