10 de enero de 2011

Los filósofos clásicos y el Amor Romántico






Los tratados sobre el amor no han sido las obras centrales de los “grandes” filósofos, exceptuando quizás a PlatónLas tesis que han favorecido determinados estilos amorosos han sido llevadas a cabo por autores que, o bien estaban a favor de la moral sexual de su época, o bien en contra; sin embargo, una gran mayoría de estos filósofos estan impregnados de una moral patriarcal que impregnaba toda su obra, porque caían en las dicotomías tradicionales y ello no les daba margen para pensar más allá de sus limitadas estructuras de pensamiento. 

Las ideologías amorosas han sido muy diferentes en Oriente y Occidente. Según Octavio Paz (1993), en Oriente el amor fue pensado dentro de una tradición religiosa; en Occidente, en cambio, la filosofía del amor fue concebida y pensada fuera de la religión oficial y, a veces, frente a ella. 

El pensamiento oriental, según Francesco Alberoni (1979), más que buscar un único objeto no ambivalente de amor que sacie la sed, trata de superar esa sed; antes que la felicidad total y entusiasta, busca la superación al mismo tiempo de la felicidad y del dolor: «el Nirvana es esa beatitud privada de pasión. Por eso, en lugar del enamoramiento existirá un arte erótico, gracias al cual obtener placer de sí mismo y de otras personas, pero sin depender de esa única e inconfundible persona, perdida la cual se pierde todo». Este tipo de erotismo en Oriente nunca tuvo la pretensión de colocarse en la base de la pareja conyugal, y por lo tanto, de la familia, porque el erotismo estaba separado del matrimonio, de la pasión, separada hasta de la alianza con una sola persona.

En Occidente, en cambio, la evolución fue totalmente contraria: el Eros pasional englobó en sí la sexualidad, la alianza, el matrimonio, hasta la procreación. El amor se desplegó frente a la religión, fuera de ella y aún en contra. La libertad es un concepto central en la concepción amorosa occidental, y con ella otros dos conceptos: la responsabilidad de cada uno por nuestros actos y la existencia del alma.

En Platón el pensamiento sobre el amor es inseparable de su Filosofía; y en ella el pensador critica los mitos y a las prácticas religiosas (por ejemplo, la plegaria y el sacrificio como medios para obtener favores de los dioses).

Platón es el fundador de nuestra filosofía del amor. Octavio Paz cree que su influencia dura todavía sobre todo por su idea del alma; sin ella no existiría nuestra filosofía del amor o habría tenido una formulación muy distinta y difícil de imaginar. Para Platón el amor es una mezcla de la belleza, la verdad y el bien; es un ansia de perfección, de alcanzar lo absoluto y la inmortalidad.

Para el filósofo griego, la realidad se presenta dividida en dos mundos distintos y contrapuestos: por una parte, el mundo superior, invisible, eterno e inmutable de las ideas y, por otra, el universo físico, visible, material, sujeto a cambios y a mutaciones.

 Para Purificación Mayobre (2007), la filosofía de Platón es la causante de una importante jerarquía entre espíritu y naturaleza, mente y cuerpo, hombre y mujer, a pesar de que Platón admite una cierta interconexión entre ambos mundos. La filosofía platónica es amor a la sabiduría y no solamente la posesión de la sabiduría, por lo que «Eros» (el amor) desempeña un papel muy importante de mediador entre el mundo sensible y el inteligible. Sin embargo, el Eros estará reservado solo a los varones y será precisamente ese amor homosexual lo que permite a los hombres hacer filosofía.

Sócrates definió el amor en El Banquete como el deseo de engendrar belleza. Diotima y  Sócrates hablaron de Eros, ese demonio o espíritu en el que encarna un impulso que no es puramente animal ni espiritual:

Eros puede extraviarnos o llevarnos a la contemplación más alta. El Amor hijo de Poros y de Penia, al que ningún humano ni dios alguno puede resistirse: travieso y traicionero, lanzando sus flechas a destiempo, cazador caprichoso, juguetón, risueño y zalamero, con una voz cantarina, musical, que no puede compararse ni con la de la golondrina ni con la del ruiseñor. El amor es locura divina, «remembranza placentera, ante la presencia del amado, de esa Belleza ideal, que el insensato Amor despierta con su flecha en el corazón del hombre. (Platón, Fedro).  Citado en Lourdes Ortiz (1997).

Pausanias dice que Eros, como hijo de la doble diosa, también es un dios doble: uno, el que inspira las relaciones masculinas, las únicas bellas y perdurables, por estar basadas en la fuerza y la inteligencia, don engendrador de hijos espirituales que nunca mueren. El otro es el Eros de naturaleza femenina que inspira la atracción grosera y despreciable entre los cuerpos de mujer y hombre y que no puede ser constante, puesto que los cuerpos físicos tampoco lo son.

Esta teoría amorosa legitima la homosexualidad masculina practicada por los griegos y fue completada por el discurso de otro discípulo socrático, Aristófanes, que escribió sobre la constitución de los primeros seres humanos creados por Zeus con doble sexo, doble rostro, cuatro brazos y cuatro piernas.

Esta dualidad les daba una fuerza y unas cualidades físicas enormes, lo que originó en ellos una soberbia que el propio Zeus castigó dividiéndolos por la mitad. Desde entonces los seres humanos, sus descendientes, buscan acoplarse en su identidad primitiva, doblemente femenina, doblemente masculina, o hermafrodita, o sea, el amor lesbiano, el amor sodomita, y el amor heterosexual, todos ellos igualmente naturales.


El amor en la Antigüedad, según Lourdes Ortiz (1997), quedó establecido como manía, locura, delirio de la mente y los sentidos, búsqueda anhelada de la otra mitad perdida. El amor es esa esfera partida en dos que sueña con recomponerse en la fusión de dos almas y dos cuerpos.

Platón nos habla en Fedro y en El banquete de un furor que va del cuerpo al alma para trastornarla con humores malignos. Distingue dos tipos de amor: por un lado el que nos lleva a la sublimación, el que nos acerca a los dioses y a la aspiración del infinito.



Eros y Psique

Para Platón el amante está junto al ser amado «como en el cielo», pues el amor es la vía que sube por grados de éxtasis hacia el origen único de todo lo que existe, lejos de los cuerpos y de la materia, lejos de lo que divide y distingue, más allá de la desgracia de ser uno mismo y de ser dos en el amor mismo. El Eros, el Deseo total, es la Aspiración luminosa, el impulso religioso natural llevado a su más alta potencia, a la a extrema exigencia de pureza. (De Rougemont, 1939).

El otro tipo de amor es el amor entusiasmo, una especie de delirio que no se engendra sin alguna divinidad ni se crea en el alma dentro de nosotros: es una inspiración extraña del todo, un atractivo que actúa desde fuera, un arrebato, un rapto indefinido de la razón y del sentido natural.

Para la teología cristiana, Dios es Amor. Según Julián Marías (1994), el Nuevo Testamento está lleno de referencias al amor, en todos los contextos imaginables. El Dios de los cristianos (y solo él, entre todos los dioses que se conocen, según De Rougemont) no se apartó de sus criaturas, sino que al contrario, fue «el primero en amarnos» en nuestra forma y con nuestras limitaciones.

El nuevo símbolo del Amor ya no es la pasión infinita del alma en busca de luz, sino el matrimonio de Cristo y de la Iglesia. Un amor así, concebido a imagen del amor de Cristo por su iglesia, es un amor feliz, según De Rougemont (1939), porque el creyente, al amar a Cristo y a su prójimo elige la salvación y la sumisión, de modo que se siente también como recíproco, ya que Jesús nos ama como somos, y nos perdona en su infinita misericordia.
Sin embargo, en su dimensión pasional y erótica, el amor entre dos personas puede ser pecaminoso si no se orienta hacia actividades reproductoras. Es cierto que San Agustín incidió mucho en la necesidad de que existiese afecto en la pareja, pero en realidad fue un elemento de decoración del matrimonio, para que este tuviese un sentido más allá de sus motivaciones económicas y políticas. La religión cristiana condenó claramente el placer y la pasión: «El cristianismo hizo del paraíso el reino de la satisfacción inmediata —y también eterna... pero entendiendo como última consecuencia o recompensa de un esfuerzo previo. [...] únicamente confirió al goce del instante un sentido de culpabilidad respecto al resultado final.» (Georges Bataille, 1961)

Tendremos que esperar al siglo XVII para encontrar nuevas teorías filosóficas acerca del amor. Según Marías (1994), la aportación de la Filosofía moderna a la educación sentimental se concentra en dos conceptos: las pasiones en el XVII, y los sentimientos en el XVIII. En la teoría de las pasiones pesa decisivamente la tradición griega, sobre todo el estoicismo. 


El racionalismo cartesiano se resiste a lo sentimental: 

Descartes opina que las pasiones son estados del alma, pero con una causa en el cuerpo, e insistirá en la conexión de ambas cosas.

Su definición de las pasiones es: «Percepciones, o sentimientos, emociones del alma y que son causadas, sostenidas y fortificadas por algún movimiento de los espíritus.» 

Las pasiones principales son: admiración, (dentro de la cual caben la estimación y el desprecio, la generosidad o el orgullo, la humildad y la bajeza, la veneración y el desdén; en forma extrema, y que Descartes mira con desconfianza, el asombro); amor y odio (que incitan a unirse o separarse de lo que parece conveniente o perjudicial); deseo (que no tiene contrario), alegría, tristeza. Las demás pasiones son composiciones o derivaciones o especies de estas.

Otros autores que han hablado del amor en su teoría filosófica fueron:

Pascal: Las pasiones principales, origen de otras muchas, son el amor y la ambición, que se debilitan o se destruyen recíprocamente. Solo se es capaz de una gran pasión, y una vida es feliz cuando empieza con el amor y termina con la ambición. Lo más original de su teoría es la negativa pascaliana a excluir la razón del amor, porque son inseparables. Los poetas se equivocan al pintar ciego al amor; hay que quitarle la venda y devolverle el uso de los ojos.

Spinoza: Ve en el deseo (cupiditas) la esencia misma del hombre, a quien ve como una realidad desiderativa en su misma condición. El deseo (apetito con conciencia de sí mismo), la alegría (el paso de una perfección menor a una mayor) y el amor (la alegría acompañada de la idea de su causa exterior) son los elementos principales de la doctrina spinoziana de las pasiones, que a última hora habrán de someterse a la potencia del entendimiento para conseguir la libertad.

Francis Bacon habla de «buscar la serenidad sin destruir la magnanimidad», pero tiene gran desconfianza del amor cuando es concreto, individual y sensual (lo que él llama wanton love), porque corrompe y rebaja.

Leibniz tiene en cuenta las inquietudes y también las que llama inclinaciones sensibles. Las pasiones son para él «tendencias, o mejor dicho modificaciones de la tendencia que vienen de la opinión o del sentimiento y que están acompañadas de placer o desagrado». La inquietud no es incompatible con la felicidad, sino que por el contrario le es esencial: no es una perfecta posesión que haría a las criaturas pasivas y estúpidas, sino progreso continuo hacia mayores bienes. Y habla de placeres razonables y luminosos, en una actitud muy propia de quien pensaba que la verdadera felicidad consiste en el amor de Dios.

— En Locke el fundamento de las pasiones está en el placer y el dolor, y las causas que los producen. Define el amor como el fruto de la reflexión sobre el placer (no necesariamente solo físico) que alguien puede producirnos.

Hume llevó a cabo una clasificación de las pasiones: las simples (la alegría, la tristeza, el deseo, la aversión, la esperanza, el temor) y las complejas (la asociación de emociones semejantes). Nunca se obra más que por la pasión: la razón es una «pasión general y tranquila» que no destruye la previsión.

— Para Maquiavelo el amor es un instrumento social engalanado con las joyas de la felicidad. En su Príncipe subraya que el amor es el deseo de «fama, riqueza y poder disfrazado de deseo de verdad, bien y belleza».

Hobbes afirma en su Leviatán que el amor es un producto del miedo a no ser reconocido, estar solo y resultar indiferente: «Llamamos amor por una persona concreta al deseo de ser deseados por ella».

En el siglo XVIII, según Julián Marías (1994), se produce una «reacción sentimental » contra el racionalismo ilustrado. Autores como Diderot, Rousseau, y algunos prerrománticos, como Senancour, Richardson, Swift, etc. se muestran contrarios al intento de explicarlo todo racionalmente. Se va abriendo camino la idea del misterio y del amor a la naturaleza y a todos los seres animados; entre ellos, la mujer, idealizada y descrita como la quintaesencia de la belleza y la ternura. En las pasiones se estima su salvajismo natural, y esta idealización culminará con la teoría del «buen salvaje» frente a la maldad del hombre civilizado.

Stendhal elaboró su teoría de la cristalización en la que considera que el amor es una ficción que oscila entre el idealismo y el pesimismo. Según Ortega y Gasset (1941), Stendhal cree que el amor es, por esencia un error: «Según Stendhal, nos enamoramos cuando sobre otra persona nuestra imaginación royecta inexistentes perfecciones. Un día la fantasmagoría se desvanece, y muere el amor. Esto es peor que declarar, según viejo uso, ciego al amor. Para Stendhal es menos que ciego; es visionario».

Tanto Nietzsche como Schopenahuer ven el amor como una trampa para perpetuar la especie. Schopenahuer (1976) cree que la atracción sexual y la unión amorosa es la voluntad de vivir manifiesta en toda la especie: “La naturaleza necesita esa estratagema para lograr sus fines, ya que por desinteresada que pueda parecer la admiración por una persona amada, el objetivo final en realidad no es otro que la creación de un ser nuevo, y lo que lo prueba así es que el amor no se contenta con un sentimiento recíproco, sino que exige el goce físico”.


Para Schopenhauer las mujeres, por su condición de eternas menores de edad y su mayor debilidad de carácter, necesitan mucho más el amor que los hombres. Como ellos son superiores y pueden proporcionarle un hogar para criar a los hijos, las mujeres tratan de embaucarlos y seducirlos amorosamente; para ellas el amor es necesario porque no saben valerse por sí mismas. Los hombres también necesitan el amor para reproducirse, por ello caen en la trampa femenina del coqueteo y el encantamiento amoroso. No solo este filósofo, sino también muchos de sus contemporáneos, justificaron y legitimaron la sujeción de la mujer al varón basándose en que la monogamia y la fidelidad sexual son lógicas y necesarias para ellas.

Entendieron el amor como un mal necesario, pero con unos objetivos claros: no el goce erótico o el ansia de autorrealización personal, sino la procreación.
A menudo estos filósofos se lamentaban del efecto esclavizador que tiene el amor sobre los hombres.

«El primer momento del amor es cuando yo siento que no quiero ser una persona independiente», afirmó Hegel. 

El amor era la trampa (Proust por ejemplo creía que enamorarse era tener muy mala suerte) y la mujer el símbolo de ese engaño o encantamiento. Se reconocía la utilidad del matrimonio porque las esposas son siempre buenas criadas que llevan el peso del hogar; pero el amor en cambio se sentía como un poder simbólico que afectaba a las emociones y el intelecto de los hombres. Tanto la magia como la mujer se consideran perversas, traicioneras, más próximas a la locura y la irracionalidad, la naturaleza y nuestro salvajismo.

Kierkegaard, a mediados del XIX, también ofrece una teoría original sobre el amor. Siguiendo a Javier Sádaba (1993), para este filósofo el amor por un lado se podía entender como ilusión, y por otro como un sentimiento que anularía o absorbería a la moral. Su máxima expresión es el amor romántico, definido por Kierkegaard como un encuentro inmediato entre aquellas personas que son tocadas o elegidas por el amor.

Para Kierkegaard, la seriedad de un amor eterno no es estar en serie, que es propio del tiempo, de la sucesión temporal, sino de la decisión apasionada que mata el tiempo dando un salto por encima de él. Amar es sacar jugo a lo que existe hasta la locura de modo que lo existente se transforme en algo superior sin perder nada de lo que fue. 

Con respecto al tiempo el amor puede tomar tres posturas:

— El carpe diem, que acabará en la desesperación puesto que el paso de un instante a otro es disolución sin acumulación, es un continuo asomarse a la pasión que, así, se aniquila.

— La persona que se resigna a la sucesión temporal e inaugura el matrimonio canonizado por la Iglesia y el Estado. El aburrimiento y el hastío son el sino de esta institución, cuyos miembros se creen compensados por la seguridad, la tranquilidad y una paz que le hace reposar ese tiempo que no trae sobresaltos.

— La que trata de hacer eterno el amor: la pasión dominada por la Voluntad no se detiene en el instante, sino que pasa o se suprime a una categoría diferente, a la de lo eterno.

Coral Herrera Gómez



BIBLIOGRAFÍA


1) ALBERONI, FRANCESCO: Enamoramiento y Amor, Gedisa, Barcelona, 1988
2) DE ROUGEMONT, DENIS: El amor y Occidente, Editorial Kairós, Barcelona, 1976 (8 ed.).
3) MARÍAS, JULIÁN: La educación sentimental, Alianza, Madrid, 1994.
4) ORTIZ, LOURDES: El sueño de la pasión, Planeta, Barcelona, 1997.
5) PAZ, OCTAVIO: La llama doble. Amor y erotismo, Seix Barral, Barcelona, 1993.
6) SÁDABA, JAVIER: El amor contra la moral, Libertarias/Prodhufi, Madrid,1993.
7) SCHOPENHAUER, ARTHUR: El Amor y otras pasiones, Alba, Madrid, 1999.





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