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7 de agosto de 2023

Mi puerperio y mi postparto, por Coral Herrera



Después de dar a luz, tardé varios días en aterrizar, por los calmantes que me pusieron tras la cesárea. Me dolían los pezones, me dolían los puntos del corte en la panza, estaba agotada física y emocionalmente. 

Me sentía asustada por la enorme responsabilidad de cuidar a un bebé que dependía de mí para sobrevivir, y a la vez me sentía muy feliz de que mi bebé estuviera sano. Sabía que era muy afortunada porque las primeras semanas me cuidaron tres personas adultas: mi compañero, mi mamá y mi papá. Ducharme era una odisea, caía rendida cuando el bebé dormía, daba teta a todas horas, cambiaba pañales, me pasaba horas mirando al bebé alucinada, y me entraban ganas de llorar por todo.

Mis hormonas estaban revolucionadas, tenía un hambre feroz, y mi cerebro estaba siempre alerta. En esos primeros días todo giraba en torno al bebé: me dedicaba a comprobar todo el tiempo que respiraba y estaba bien, a observar su orina y sus cacas, y a hablar de ellas con mi familia: que si salía dura o blanda, que si era muy oscura o muy clara, muy compacta o muy líquida. Todo giraba en torno a la comida, al sueño, y a los deshechos corporales, mientras luchaba interiormente contra el terror de la muerte súbita. 

Apenas podía caminar por los puntos, así que lo tenía siempre encima, para que se acostumbrara los brazos y al amor. Nos íbamos conociendo poco a poco, yo me iba enamorando poco a poco de él, y estaba aprendiendo a leerle para saber qué necesitaba (si tenía sueño, si tenía hambre, si tenía calor o frío, si quería amor o si le dolían los gases)

El proceso de conexión con la criatura no surge de manera mágica, mamá y bebé se van conociendo poco a poco a base de escucha y del piel con piel. Mi compañero y mis padres me enseñaron a cuidarle, aunque también tuve que luchar por imponer mis propios criterios en base a mis investigaciones y lecturas, y a mi instinto. Me aliviaba recibir mensajes y llamadas de mi gente de España, y recibir las visitas de nuestra familia y amigos para presentarles a Gael.

Cuando mis papás se fueron, me quedé sola. Los días eran muy largos, pero pasaban volando: la mayor parte del tiempo lo pasaba dando teta y pensando en todas las mujeres que estaban como yo, pasando su postparto sin ningún tipo de apoyo, teniendo que cocinar, lavar ropa y platos, limpiar la casa, lavar pañales. 

Y pensaba, ojalá todas las mujeres recién paridas y sus bebés pudieran recibir cuidados, apoyo emocional y logístico en el puerperio, porque esto de la maternidad es una brutalidad. No es sólo el agotamiento físico, sino un montón de emociones intensas que se te vienen encima sin que puedas hacer nada. Miedo, culpa, ternura, alegría infinita... Y muchas emociones contradictorias e intensas.

Te sientes muy frágil y a la vez sientes que tienes super poderes, tu cerebro cambia, tu cuerpo entero se vuelca en sacar adelante a esa criatura indefensa. Recuerdo lo increíble que fue la subida de la leche, y lo que me alucinaba mi cuerpo: me estaba duchando y oía el llanto de mi bebé, me empezaba a salir leche automáticamente, mi cuerpo quería ir corriendo a alimentar a la criatura. Da igual que te digas a ti misma: "está en brazos de su papá, tardo tres minutos y medio" Tu cerebro llena tus pechos y te dice: "corre, tu bebé te necesita" 

Hay un duelo dentro de ti, no es fácil despedirse de la persona que fuiste antes de tener al bebé, ni del ser humano que tenías dentro. Ya no forma parte de ti, no está en tí, se acabó la fusión.

A ratos lloraba y no entendía por qué, si en el fondo de mi alma estaba muy feliz por no haber muerto en el embarazo ni en el parto, y porque Gael había sobrevivido y estaba sano. Y me sentía muy afortunada de tener un compañero tan volcado, responsable y amoroso, que estaba disfrutando tanto de su paternidad.

Yo había leído mucho sobre la revolución hormonal y emocional del puerperio, pero sentirlo dentro de ti es bien diferente. Te sientes más animal que nunca, y tu condición de mamífera te hace sentir tan poderosa, y tan vulnerable a la vez. 

Yo tuve la suerte de tener un bebé sano que comía, cagaba y dormía muy bien, pero siempre pensaba en los bebés enfermos, en las mamás con bebés que no duermen más de una hora seguida, en los bebés con gases y cólicos, con estreñimiento o diarrea, con alergias, bebés con discapacidades, y lloraba pensando en el escaso o nulo apoyo que tenemos las madres, y el agotamiento universal de todas nosotras. 

En esos días de soledad y agotamiento pensaba en las mujeres que no pueden parar de trabajar para recuperarse del parto y construir un vínculo con su bebé. Mujeres obligadas a separarse de su bebé que van a trabajar aún con la herida abierta y los pezones agrietados. 

También pensaba en las madres que son separadas de sus crías y las venden a cambio de unas monedas para poder alimentar al resto de sus hijos e hijas 

Sentí toda la violencia del capitalismo y del patriarcado, y lo inhumano que es que nos pidan a las mujeres que sostengamos las tasas de natalidad. En lugar de apoyarnos, nos exigen que seamos super woman y nos castigan con la doble jornada de trabajo.  

Hasta hace muy poco, la comunidad entera se volcaba en el cuidado de las mamás y los bebés, que estaban rodeados del amor de las abuelas, las tías, las primas y las vecinas. Que ahora tengamos que estar solas en un piso llevando todo, es una bestialidad, y pude comprobarlo en mis propias carnes cuando mis padres regresaron a España. 

Tardé en recuperarme de la cesárea varios meses, tenía casi 40 años, pero para mí lo físico no fue tan duro como lo emocional. Engordé 30 kilos y todo el mundo me decía que tenía que adelgazar y ponerme en forma, pero para mí lo prioritario era mi salud mental. Es imposible hacer ejercicio cuando te ves sola con el bebé, sin poder ducharte y hambrienta, con un cerro de ropa sucia por lavar, un cerro de cacharros para fregar, y un cerro de mails por contestar. 

Tres jornadas laborales en una sola, y me decían que me pusiera a hacer ejercicio, cuando en realidad toda mi energía estaba concentrada en el bebé. Nuestro corazón y nuestro cerebro sí saben distinguir lo que es importante y lo que no: el proceso de conocer a tu bebé y de crear un vínculo sano y hermoso con él, y con tu nueva maternidad, requiere de mucho tiempo y energía, y es un proceso complejo en el que todas necesitamos mucha calma, mucha paz y muchos cuidados de la pareja y la comunidad. 

Recuperarte de tu duelo, acostumbrarte a tu nuevo cuerpo, y crear ese vínculo maternal sola y estresada por la sobrecarga de trabajo (el remunerado y el no remunerado) es una tarea titánica e imposible. Y muy dolorosa cuando el papá y toda tu gente siguen haciendo vida normal y la tuya se ha transformado por completo. 

Yo tardé un año en recuperarme del posparto, y eso que no tuve que pasar por el trauma de separarme de mi bebé ni dejarlo con personas desconocidas.

Si, un año. No tres semanas, ni dieciséis semanas, un año. Lo que más me costó fue recuperarme emocionalmente, y acostumbrarme a las luces y sombras de la maternidad. Dejé de sentirme rara cuando empecé a hablar con otras mujeres de sus maternidades a un nivel íntimo y profundo. Es cuando ves que nos pasa a todas cuando dejas de sentirte tan confusa, tan culpable, tan loca y tan mala madre.

Comprendes de verdad el capitalismo y el patriarcado cuando cae sobre ti todo el peso de la explotación y la violencia, cuando te atraviesa el cuerpo entero.  Todo el mundo espera de ti que seas productiva y feliz, que conserves la cordura, y que puedas con todo. Los medios además te muestran ejemplos de madres que recuperan su figura en tres semanas, madres que duermen por las noches como si no tuvieran bebés, madres que no limpian sus casas y no cambian pañales, madres que en pocos días vuelven a trabajar y a recuperar su vida porque se han liberado de las tareas domésticas y de cuidados, y pueden hacer su vida como si no hubiera pasado nada, exactamente igual que los hombres.

Ver a mujeres bellas luciendo un cuerpo perfecto es una estrategia para aumentar tu culpa, y tu sensación de que estás fracasando porque no puedes con todo. Te dicen, si quisieras podrías desentenderte de tu bebé y ponerte a hacer gimnasia, pero como no quieres, por eso estás gorda. 

La presión sobre las mujeres madres es brutal. Todo el mundo opina, te juzga, te da consejos, y pocos arriman el hombro, y tú mientras te sientes mal porque deberías ser la mujer más feliz del mundo, y no lo eres. 

La sensación de soledad es infinita: de lunes a viernes todo el mundo está ocupado, y tú paseas con el bebé por la calle deseando que te pare alguien para poder hablar. 

Cuando no puedes consolar a tu bebé ni que cese el llanto, cuando no sabes qué le pasa, cuando sientes ganas de salir corriendo, cuando necesitas poder llorar sin que te vea el bebé, es cuando te das cuenta de la trampa. La maternidad feliz es un mito; la gran mayoría de las mujeres no tenemos las condiciones para disfrutarla de verdad.

Todas participamos en la farsa. A las futuras mamás les dices que es muy cansado, pero no les dices la verdad, no les cuentas que es brutal. Y que si su pareja no se involucra, va a ser más brutal todavía.

Tu haces como las demás, te esfuerzas por parecer una mamá feliz en redes sociales, porque la gente no quiere saber de tu miedo, de tu cansancio, de tus dudas e inseguridades, de tu dolor de pezones, de tus cicatrices. Nadie quiere escuchar tus quejas ni oírte hablar del derecho que tienes a recibir cuidados y a cuidar a tu bebé en condiciones óptimas. 

La maternidad es un asunto político de primer orden, y por eso es tan importante mostrar la realidad que vivimos millones de mujeres en el mundo, la realidad de los partos y los pospartos, y lo difíciles que son las primeras semanas de vida de un bebé que nace sin horarios de sueño y con todos sus órganos inmaduros. 

Para los bebés también es un momento brutal. Se está terminando de formar fuera del útero, y tienen que aprender a respirar con sus pulmones, a mamar, a digerir la comida, a expulsar los gases y los deshechos, y a dormir. Son 24 horas de cuidados lo que necesitan cada día, su dependencia es total: por eso las mamás necesitamos cuidados, y que dejen de exigirnos que podamos con todo.

Las únicas que pueden con todo son las mujeres ricas y privilegiadas que se liberan de los cuidados y pueden pasarse el día en el gimnasio y en el salón de belleza, es decir, muy pocas mujeres en el mundo. La inmensa mayoría de las mujeres del planeta, vivimos en una realidad que necesita ser mostrada tal cual es. 

Es urgente desmitificar la maternidad, que podamos compartir nuestras historias reales, y que no dejemos de luchar unidas para que todas las mujeres podamos criar en condiciones, sin dobles ni triples jornadas laborales, y con el apoyo de nuestra red afectiva. 

La maternidad es política: todas necesitamos tiempo y dinero, por un lado, y cuidados de la pareja y de la comunidad para recuperarnos y para sacar adelante a nuestras criaturas en sus primeros años de vida. 

Los mitos solo se desmontan mostrando la realidad de un sistema que nos deja solas, aisladas y triplemente explotadas.

Yo seguiré soñando y luchando por un mundo en el que todas podamos elegir libremente de nuestras maternidades, todas podamos disfrutarlas.

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Coral Herrera Gómez


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7 de mayo de 2023

El derecho de las madres a cuidar a sus criaturas




Cuando me convertí en madre, no pensé que iba a envejecer tan rápido por el cansancio y la falta de sueño. Mi bebé estaba sano y dormía super bien, pero yo tenía dos jornadas laborales.

 Me quedé embarazada con 39 años, y era una trabajadora autónoma y precaria, en un país extranjero. Mi compañero trabajaba fuera de casa, y yo tenía 2 jornadas laborales, una empezaba a las 5 de la mañana y terminaba a las 6 de la tarde (bebé, casa), y la otra empezaba a las 6 de la tarde y terminaba cuando me quedaba dormida frente al ordenador, a veces a las 11 o las 12 de la noche. 

Yo tenía dos jornadas laborales, y sin embargo, los ingresos principales eran los de mi compañero.   

Estaba agotada todo el día, los primeros tres años de vida de mi hijo fueron muy duros. 

Mi compañero colaboraba en el cuidado del hogar y del bebé, el bebé comía y dormía muy bien en las noches, excepto cuando enfermaba, y aún así, yo estaba siempre agotada. 

Mi cuerpo me pedía que me quedara dormida junto a mi bebé a las 6 o las 7 de la noche, cuando le daba la última toma de teta. La cama tiraba de mi para que descansase, el capitalismo me sacaba de ella a diario. Cuando terminaba mi trabajo esencial, empezaba mi trabajo remunerado. Y aunque me costaba un mundo, me levantaba, me lavaba la cara, y me sentaba a trabajar. 

Estaba en Costa Rica, sin mi madre, sin mi hermana, sin mis amigas, sin red de cuidados, porque toda nuestra gente trabajaba de lunes a sábado. 

No tenía tiempo libre. No leía ni veía películas y series, porque me quedaba dormida. 

Un día en el que lloraba de cansancio y me preguntaba a mí misma como se me había ocurrido lo de convertirme en madre, me di cuenta de que estaba muy sola y que me sobraba una jornada laboral. Podría haber disfrutado mucho más de la maternidad y de la vida si hubiera tenido tiempo, energía e ingresos.


Nunca pude dejar de trabajar, pero sí le puse remedio a mi soledad. Buscando, encontré una comunidad de crianza cerca de mi barrio en la que mamás y papas podíamos estar todo el día con nuestros bebés, y teníamos una sala de trabajo con wifi por si queríamos trabajar. Las mamás hicimos grupo, éramos casi todas mujeres de países diferentes, casi todas estábamos solas, teníamos nuestros proyectos laborales pero dependiamos de los compañeros. Nos ayudó mucho encontrar este espacio de cuidados en comunidad, en el que aprendimos a ser mamás, y nos apoyamos emocionalmente unas a otras. 


Cuando me preguntan por qué Gael es un niño tan feliz, yo siempre contesto:  "creo que es porque no ha sufrido". Hay mucha gente que sigue creyendo que es necesario hacer sufrir a los bebés para que sepan lo dura que es la vida, para que se acostumbren, y para disciplinarlos. Ya hay estudios que demuestran que el estrés, la angustia y el sufrimiento dañan el sistema nervioso y producen un deterioro cognitivo en los seres humanos, y es el origen de muchos trastornos y enfermedades. Pero en nuestro imaginario colectivo seguimos apostando por la crueldad: a las mamás se nos invita a dejar llorar a nuestros bebés y a ir en contra de nuestros instintos.


Yo tuve suerte porque leí mucho sobre el sufrimiento y porque siendo autónoma podía criar yo misma a mi bebé. No tuvo que sufrir el trauma de la separación, ni el terror que experimentan todas las criaturas cuando les dejan en brazos desconocidos, en sitios desconocidos, sin saber si van a volver o no a por ellos. No tuvo que pasar 8 o 9 horas al día lejos de sus progenitores, yo no tuve que pasar la angustia y el miedo que pasan las madres cuando se ven obligadas a delegar el cuidado en otras mujeres. Gael no sufrió ningún tipo de estrés en su primera infancia. Nada de cortisol: en su vida todo fue oxitocina, dopamina y serotonina. 


Nosotros en cambio tuvimos momentos muy duros, por el cansancio, la falta de sueño, y la angustia por los ingresos.

Yo dejé de viajar al extranjero durante los dos primeros años, así que gané menos dinero. Después tuve que volver a salir, y me los llevaba a trabajar, a él y a mi compañero, en mis giras por México y España. Metíamos en el coche el carrito, la sillita del coche, la cuna portátil, y nos recorríamos el país, yo dando teta en todos lados.

Cuando el niño cumplió tres años y medio nos fuimos a vivir a España, y se invirtieron los papeles. Yo asumí el papel de principal proveedora, mi chico se encargó de todo en la casa, empecé a viajar sola, y ahora trato de compatibilizar el trabajo con la maternidad como puedo, sabiendo que soy privilegiada porque tengo un compañero que me apoya al cien por cien. 


Pero no me olvido nunca de las mujeres que quieren criar a sus propios bebés en los primeros años de vida, y no pueden porque el Estado les obliga a ser productivas y a simular que no son madres.  


No paro de pensar en las mujeres que no tienen pareja, o cuya pareja no se implica lo más mínimo en la crianza, y tampoco tienen red de cuidados, y no duermen, y lo hacen todo solas.


No paro de pensar en los bebés que tienen que pasar ocho o diez horas al día separados de sus mamás y sus papás. 


Y en las cuidadoras que pasan horas y horas con bebés que lloran desesperadamente hasta que dejan de protestar y se resignan. 


No paro de pensar en los salarios que cobran esas mujeres, ni en los bebés de esas mujeres que cuidan a otros bebés, que también lloran porque no pueden estar con sus mamás. 


Por eso hoy, el Día de la madre, yo reivindico el derecho que tenemos  todas las mujeres a cuidar y a criar a nuestras propias hijas e hijos. Ahora mismo son muy pocas las que pueden elegir, y tienen todo en contra. 


Se ven condenadas a la precariedad y a la dependencia económica de sus maridos o de sus padres, y no es justo.


Tampoco es justo tener que dejar a tu bebé con tan pocas semanas de vida en manos de tu madre o de tu suegra, porque ellas tienen derecho a descansar después de pasar toda su vida cuidando a sus hermanos/as, abuelos/as, madres, padres e hijos/as.


O en manos de personas desconocidas que no tienen ningún vínculo emocional ni sentimental con el bebé. 


El derecho a ser cuidado por tus propios progenitores es un derecho humano fundamental de todos los seres vivos. 


Los humanos recién nacidos necesitan a sus mamás, y las mamás necesitamos una tribu de cuidados.


Las mujeres, para criar, necesitamos tiempo, dinero, energía y la solidaridad de toda la familia y la gente querida.  Necesitamos apoyo del Estado, de nuestra comunidad, y de nuestra pareja, y no son suficientes ni dieciséis, ni veinte semanas. Son al menos los primeros cuatro años de vida, hasta que niñas y niños adquieren cierta autonomía. 


Las mamás necesitamos espacios de crianza comunitaria, y necesitamos que nuestra gente querida tenga tiempo para colaborar en la crianza y para garantizar nuestro derecho al descanso y al tiempo libre. 


Maternar y cuidar son trabajos esenciales para el sistema, y si cada vez tenemos menos criaturas es porque no podemos con todo. Las soluciones que nos proponen no sirven: ni explotar a otras mujeres más pobres pagándoles la mitad de nuestros salarios, ni medicarnos y empastillarnos para que aguantemos este ritmo infernal.


Ya no pueden seguir engañandonos con el mito de la conciliación, y ya sabemos quién se beneficia de la cantidad de horas que dedicamos las mujeres a trabajar gratis.


Es cierto que hay mujeres que tienen trabajos apasionantes y maravillosos, y bien pagados, donde se sienten realizadas, valoradas y felices. Si ellas quieren seguir trabajando a tiempo parcial o a tiempo completo cuando son mamás, pueden elegir con libertad. Sin embargo, la gran mayoría de mujeres no tiene trabajos apasionantes ni bien pagados. 


Nos engañaron a todas cuando nos incorporamos al mercado laboral, con la promesa de que teniendo autonomía económica seríamos libres y podríamos separarnos del marido. Ahora ni tenemos ni autonomía, ni podemos separarnos del marido, lo que tenemos todas es doble jornada laboral. 


Casi ninguna mujer puede elegir si quiere cuidar a sus propios hijos o si prefiere que los cuiden otras mujeres, son muy pocas las que pueden conciliar de verdad.


Para poder maternar en condiciones,  las mujeres madres necesitamos: 

-que los compañeros se incorporen a los cuidados, y compartamos en igualdad las tareas. 

- derecho a descansar y al tiempo libre, el mismo que tienen nuestros compañeros. 

- una Renta Básica Maternal, para no depender de ellos, para tener la libertad de elegir si queremos o no trabajar fuera de casa, cuántas criaturas queremos tener, cuánto tiempo queremos dedicarle a los cuidados. 

- un salario decente para las que se dedican profesionalmente a los cuidados, salarios altos, jornadas reducidas, derechos laborales garantizados, y derecho a maternar a sus propias criaturas. 

- permisos pagados y soluciones como jornadas laborales de 8 horas: 4 dentro y otras 4 fuera de casa.

- una sociedad que ponga en el centro de la vida los cuidados, que no castigue a las madres y que garantice los derechos humanos fundamentales de la infancia.


En esto consiste La Revolución de los Cuidados: 

#Feminismo #maternidad  #crianza #DerechosHumanos #DerechosInfancia


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8 de junio de 2022

La infancia tiene derecho a vivir libre de la exposición a la violencia



Ya hemos tomado conciencia de lo importante que es dejar de envenenar a niños y niñas con alimentos ultraprocesados y el azúcar, el siguiente paso es tomar conciencia de la violencia que consumen nuestros niños y niñas a diario a través de las pantallas. 

Ningún hombre nace violento: se aprende a serlo a través de la cultura y la socialización. 

Cuanto más expuestos están los niños a la violencia, antes aprenden a sufrirla y a ejercerla. Y no solo la violencia física: también aprenden a asumir el maltrato verbal, emocional y psicológico como algo natural, y después, normalizan el uso de esta violencia para divertirse. 

Los niños varones no solo aprenden a admirar a hombres violentos con estos contenidos: también son  adoctrinados en los valores más peligrosos del patriarcado: machismo, clasismo, homofobia, racismo, supremacismo, etc. 

Cuando consumen películas "de acción", están consumiendo ideología de derechas, patriarcal y capitalista, basada en la ley del más fuerte, en la competitividad y el acaparamiento, el egoísmo y el narcisismo, la acumulación de poder, las relaciones basadas en el interés, la dominación y la violencia. 

Se nota muchísimo la diferencia entre niños que sufren exposición a la violencia y los que no consumen este tipo de contenidos. Los primeros parecen más mayores, pierden su inocencia, su sensibilidad y su empatía antes que los demás, y pronto aprenden a divertirse con el sufrimiento de los demás. 

Cuanta más violencia consumen, más normalizan la resolución de conflictos mediante la fuerza física o el maltrato emocional, más claras tienen las jerarquías, y más prejuicios interiorizan. Son los primeros en apartarse de las niñas y todo lo que tiene que ver con el género femenino: el color rosa, los cuidados y la ternura, la sensibilidad y el amor. Por extensión, también se apartan de los niños que no obedecen los mandatos de género, y no aspiran a ser machos poderosos y violentos.

Yo lo veo a diario en el parque infantil. Muchas mamás hablan de galletas super eco-biosanas y tortitas de algas con kale y tofu, pero se quedan muy sorprendidas cuando ven a sus hijos pegar a otros, o cuando discriminan a un niño o niña con obesidad, con alguna discapacidad, o de otra nacionalidad. Les sorprende porque todos y todas creemos que nuestras criaturas son seres sensibles y bondadosos, pero en realidad les estamos sometiendo a una mitificación y glorificación del macho violento a diario que no les hace bien. 

Según los estudios sobre infancia y violencia, a los 6 años las niñas ya se sienten inferiores a los niños, los niños ya se sienten superiores a las niñas y a los niños afeminados, y los blancos se sienten superiores a los negros. A los 8 años muchos ya ven porno. Suena muy fuerte, pero a la edad en que están tomando su primera comunión ya se divierten viendo violaciones grupales a niñas y a mujeres, especialmente los que se relacionan con niños más mayores. Y lo más fuerte, es que ese día sus padres y familiares les regalan tablets y móviles, pensando que aunque muchos niños vean porno, el suyo jamás haría algo así.

La violencia además les anestesia y les provoca adicción: para poder emocionarse y vibrar, necesitan cada vez más sangre, más brutalidad, más sufrimiento. Por eso las escenas de sexo "normal" no les excitan y buscan vídeos cada vez más violentos en los que las mujeres son humilladas y torturadas de la forma más bestia. A esa edad se convierten en adolescentes incapaces de empatizar con las víctimas de la pornografía, lo que les llevará directos a  otro acto de consumo cada vez más normalizado entre varones en su tiempo de ocio: violar mujeres pobres y baratas, entre todos o uno a uno. 

El primer paso para llegar a esto es acostumbrar a los niños a ver peleas, y a admirar a los machos violentos: los héroes de la masculinidad infantil son en su mayoría guerreros y asesinos. 

Después los héroes pasan a ser los narcos y mafiosos rodeados de mujeres bellas y sumisas. Y con estos modelos de masculinidad es como aprenden a ser duros e insensibles, y a tratar a las mujeres como objetos. 

Para muchos padres y madres este proceso para insensibilizarse es necesario porque como los demás niños son violentos, ellos tienen que aprender a defenderse, a imponerse, a dominar y a ser líderes (y ellas a estar guapas para que ellos las elijan)

Esta ideología patriarcal está en los cuentos clásicos, en los dibujos animados, en los videojuegos, en todas las producciones culturales que usan los estereotipos y los mitos para naturalizar y normalizar la desigualdad, el abuso de poder y la violencia. 

Por eso es tan importante que la gente sepa que hay otros relatos, y que hay cada vez más producciones en las que se enseñan otros valores totalmente contrarios a los del patriarcado: empatía, compañerismo, solidaridad, cooperación, buenos tratos, igualdad, diversidad, cuidados, y cultura de la no violencia. 

Se trata de tomar conciencia colectivamente: la violencia no es "normal" ni natural, y nuestros hijos e hijas tienen derecho a vivir una vida libre de exposición a la violencia

Cuantos más seamos, más fácil será cuidar los contenidos que ven nuestros hijos- Y cuando los productores de cultura asuman que el rechazo hacia la violencia es cada vez mayor, más fácil será que los creadores se atrevan a destronar al macho violento y a sustituirlo por otros héroes con habilidades, conocimientos, inteligencia y sensibilidad para lograr objetivos, resolver problemas y buscar soluciones. 

Yo sé que los que soñamos con un mundo sin violencia lo tenemos muy difícil: llevo ya un par de semanas desmontando a mi hijo de 5 años estos valores que está aprendiendo (no en la escuela ni en casa, sino en su vida social, en la que los niños y niñas expuestas a la violencia son mayoría) 

Además, trato de mostrarle a sus papás y mamás lo importante que es cuidar los contenidos que consumen sus hijos, y a que tomen conciencia de cómo los relatos construyen la personalidad de nuestros críos, y cómo influyen en su forma de ser y de relacionarse. 

Yo quiero ponerle todo mi amor, mis conocimientos y habilidades a esta tarea de sensibilización y concienciación porque quiero que todo el mundo sepa que vivir libre de la exposición a la violencia es un derecho que tienen todos los niños y niñas, 

y porque quiero, para mí y para mi hijo, para sus amigos y amigas, y para las siguientes generaciones, 

un mundo libre de patriarcado, de sufrimiento, explotación y violencia.

Coral Herrera Gómez 


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16 de agosto de 2020

El Mito de la Familia Feliz




¿En qué consiste el mito de la familia feliz? En la idea de que sólo podemos ser felices si nos juntamos en pareja para amarnos toda la vida y tener hijos. Los mitos sirven para mantener el orden social, y para que repitamos el esquema que adopta todo el mundo: formar una familia heterosexual y monógama que trabaja, que se quiere, se reproduce, se pelea, produce, consume, y se endeuda. 

Todos los mitos nos prometen la felicidad, y el de la familia feliz es el más importante de nuestra cultura porque sobre esta forma de organización se sustenta todo el sistema patriarcal y capitalista. Es un mito que contiene otros mitos fundamentales de nuestra sociedad occidental: el mito del amor romántico, el mito de la monogamia, el mito de la maternidad romántica, y el mito de la conciliación laboral y familiar. 

El mito de la familia feliz sirve para que creamos que nuestro destino es enamorarnos, casarnos, reproducirnos, acumular objetos innecesarios, pagar facturas sin parar, sonreír en las fotos, y morirnos.

Nos hacen creer que en esto consiste tener éxito en la vida, porque quieren que nos juntemos y nos aislemos de dos en dos para que las mujeres traigamos al mundo nueva mano de obra para el mercado laboral. Nuestra misión es educarlos para que sean como nosotros y funden su propia familia feliz. 

¿Cómo consiguen que todas las mujeres soñemos con hacer lo mismo? En vez de obligarnos, nos seducen. Primero nos engañan para que creamos que nuestro sueño y nuestra función es cuidar a un hombre. Nos hacen creer que nuestro objetivo en la vida consiste en mantenernos bellas para encontrar uno y atarlo en corto, para que no se nos escape. 

Durante la infancia a las niñas nos dan jarabe de mitos a cucharadas, y nos inoculan el mismo tiempo el miedo a la soledad, al abandono, a que no nos quiera nadie, miedo al qué dirán, miedo al fracaso. 

Nos dicen que el éxito en la vida consiste en estar guapa y encontrar a un hombre que tenga dinero. 

Primero nos hacen creer que somos una mitad y que para estar completas necesitamos a otra persona que encaje a la perfección con nosotras. Cuando la encontramos, o creemos haberla encontrado, viene el siguiente mito: ya estamos acompañadas, pero para ser una "mujer de verdad", y para sentirnos plenamente completa y realizadas, tenemos que ser madres. Así que tenemos que convencer al príncipe para que se comprometa y acceda a formar una familia feliz. 

¿Cómo logran que nos creamos que la felicidad está en una familia? Nos seducen con historias de amor, y con la idea de que los hijos unen mucho a una pareja. Así creemos que si logramos fundar una familia feliz, ésta permanecerá unida para siempre, nunca estaremos solas, y viviremos en armonía por los siglos de los siglos. 

¿Cuál es la realidad? Podemos verlos en los informes que nos ofrecen los organismos nacionales e internacionales cada año sobre la violencia que sufren las mujeres, los niños y niñas, las personas mayores y los animales domésticos es dentro de las "familias felices". 

Las estadísticas sobre abandonos, malos tratos, abusos, violaciones, femicidios e infanticidios son espantosas, y son el indicador perfecto para entender que la familia feliz no es precisamente un espacio de amor, confort y seguridad, sino más bien lo contrario. 

Según la ONU, el lugar más peligroso del mundo para las mujeres, las niñas y los niños es su propio hogar. La mayor parte de la violencia que sufren las mujeres no es en la calle a manos de un desconocido, sino en sus casas, a manos de sus maridos, padres, abuelos, tíos, hermanos, primos y amigos de la familia. 

¿Por qué entonces nos siguen haciendo creer que la familia feliz es la mejor opción, el mejor proyecto de vida?, ¿por qué nos presionan tanto para que nos casemos por amor, tengamos hijos e hipoteca?, ¿por qué hay tantas mujeres que para escapar de su "familia feliz", busca fundar la suya propia?, ¿por qué tantas creen que sólo así podrán ser felices? 

Porque el capitalismo y el patriarcado necesitan que los jóvenes dejen la fiesta, se hagan hombres adultos, y se pongan a trabajar ocho horas al día en una fábrica, en el campo, o en una oficina, y que paguen facturas, y consuman en los centros comerciales. Y es muy complicado convencerles de que dejen el nido materno y cambien a su mamá por otra mujer parecida que les cuide igual de bien. 

¿Habéis visto las risas con las que se felicita a un novio recién casado?, ¿habéis escuchado las bromas que hacen sus amigos en torno a su nueva situación en "la cárcel del amor" ? En casi todo el mundo los hombres jóvenes sienten el matrimonio como una cárcel, así que lo evitan todo el tiempo que pueden.

La única manera de forzarles a "sentar la cabeza" es que sus compañeras les empujen hacia la paternidad. Para ello, hay que hacer creer a las mujeres que la felicidad está en atar a un hombre al hogar, y crean que teniendo un bebé, los hombres se mantendrán a su lado, fieles y comprometidos con el proyecto de crianza. 

Así los vemos a ellos en la publicidad, sonrientes y amorosos junto a su amada y a la parejita de niño y niña, todos con la piel blaquita y el cabello rubio, y una casa maravillosa, un perro y un coche. 

Es una trampa, claro, basta con echar un vistazo a las cifras sobre padres que abandonan a sus criaturas, tanto a nivel económico como emocional. 

La gran mayoría de las mujeres que consiguen fundar una familia feliz no son felices. Unas, porque el muchacho salió huyendo como si le persiguiera el diablo, otras porque el tipo se quedó, están hartas de la sobrecarga de trabajo y se sienten estafadas con la doble jornada laboral. Unas porque descubren que el amor en la realidad no tiene nada que ver con las películas que se montaron, otras porque se sienten atrapadas y les da rabia que sus maridos se escapen en cuanto pueden.

¿Qué beneficios obtienen las mujeres y los hombres de la familia feliz? Las mujeres, doble y triple jornada laboral, penalización en sus empleos, bajada de ingresos y de autonomía económica, agotamiento extremo, y falta de tiempo libre. Los hombres en cambio tienen muchos más privilegios que sus esposas.  Ganan en posición social, ven aumentar sus ingresos, y se les considera señores respetables. 

A cambio de sentirse vigilados, controlados y atrapados, obtienen sexo gratis, amor y cuidados permanentes. A muchos de ellos les compensa casarse porque el matrimonio les ofrece una criada gratis que también es enfermera, psicóloga, secretaria, madre, educadora, cocinera, limpiadora, y les compensa porque el papel de cualquiera de ellas es cubrir las necesidades básicas de su marido, incluidas las sexuales. Y aunque la vida en familia es muy aburrida y a rstos estresante, todos puede escaparse un ratito al burdel o a casa de la amante: si les descubren, les dejan dos noches durmiendo en el sofá y luego todo vuelve a ser como siempre. 
 
¿Os habéis fijado que cuando el papá va a conocer a su bebé recién nacido, todo el mundo insiste en el gran parecido que tienen ambos? Muchas mujeres creen que si su hombre se enamora del bebé nada más nacer, no querrá separarse de ellas durante todo el tiempo que dure la crianza. Por eso los demás familiares tratan de facilitar que el padre sienta que el niño es realmente hijo es suyo, y surja el vínculo amoroso: si el padre cae rendido, será más probable que acceda voluntariamente a formar parte de la nueva familia feliz. 

El mito romántico nos engaña a todas con la idea de que teniendo hijos, el hombre por fin se comprometerá, se comportará como un adulto, y se vinculará a nosotras y a los críos como proveedor principal, protector y cabeza de familia. Por eso hay tantas que creen que el hombre dejará de salir con sus amigos, que sacrificará su tiempo libre, y dejará de dedicar tiempo a sus pasiones para entregarse por completo a la crianza y al hogar. Y que aunque haya problemas, podrán superarlos unidos, y serán todos muy felices comiendo perdices. 

Este es el mito que nos venden, pero la realidad es diferente. Los hombres son educados para disfrutar de su libertad y para gozar de todo a la vez: de su papel como cabeza de familia, de su status como hombre soltero. Los hombres son educados para que crean que puedan compaginar su grupo de rock adolescente o sus juergas en el puticlub con sus obligaciones como compañero y papá. Las que se quedan sin sus pasiones y sus redes somos nosotras, y así es como, por muy modernas que seamos, acabamos todas maternando solas en casa y preguntándonos si era esto lo que queríamos. 

La falta de cuidados y la ausencia del padre genera un enorme resentimiento y una gran frustración en las mujeres que pensaron que tener hijos podría transformarlos en hombres más tiernos, más sensibles, más maduros, responsables y más comprometidos. A muchas nos hicieron creer que el amor nos haría iguales, y nos convertiría en compañeras de los hombres. 

Pero la realidad es otra. Los hombres tienen un problema muy serio con la paternidad. En muchos países del mundo las que acompañan a parir a las mamás son las abuelas, no los papás. Las que cuidan a las mamás en el postparto, son las abuelas, las tías, las hermanas, las primas y las amigas, no los papás. 

Hay muchos que en pocos días ya están haciendo su vida como si nada, y que jamás cambian un pañal. 

Son pocos los países del mundo que permiten a los hombres cuidar a su compañera y bebé en el posparto, pero no hay ningún movimiento social de hombres masivo pidiendo que las leyes reconozcan su derecho y su obligación de cuidar durante los primeros meses de vida de las criaturas, que es cuando más les necesitan. 

En las sociedades más modernas, los papás y las mamás primerizas se hacen una foto muy bonita para presentar a su bebé en sociedad, y cuando llegan a casa se dan un golpe fortísimo con la realidad: los bebés necesitan atención y cuidados las 24 horas del día, y la carga del trabajo doméstico pasa a ser descomunal. La vida es muy dura cuando no dormimos, y cuando el agotamiento nos tiene como zombies, hay momentos en que sentimos que hemos perdido nuestra propia vida. Y eso es lo que hace que muchos salgan corriendo. 

Las que no podemos salir corriendo somos nosotras. 

En las sociedades tradicionales, las mujeres se cuidan entre ellas, y en las más modernas, los hombres tienen permiso de paternidad unas semanas para poder cuidar a su compañera. Como no es obligatorio, muchos prefieren volver al trabajo que estar metido en la cuarentena del posparto. Y los que quieren disfrutar de su bebé, tienen que volver cuando se acaban los permisos de paternidad, así quela mamá se queda sola durante 9 o 10 horas al día, con dos empleos y sin remuneración. 

En la mayor parte del mundo los hombres pasan más tiempo fuera que dentro de casa, regresan al final del día, y se encuentran un hogar sumido en el caos y a una compañera agotada, cabreada o al borde del llanto. Que haya tantas mujeres solas en casa sin ayuda, con un bebé tan pequeño, a menudo con puntos de sutura en los genitales o en la panza, es una monstruosidad. Las mujeres no pueden llevar una casa y cuidar a un bebé a la vez en el posparto porque no hay energía ni tiempo material, especialmente si además de un bebé hay más niños/as y mascotas. 

Las mujeres recién paridas nos sentimos vulnerables y solas. Es entonces cuando empiezan las batallas en el hogar: las mamás reclaman tiempo para ellas mismas, piden ayuda y cuidados, y se cabrean porque el hombre no se compromete, o porque llega muy tarde a casa.

Cuando los hombres hacen su vida como si no tuvieran bebés, el mito de la familia feliz comienza a resquebrajarse como el corazón de las mujeres que creyeron que al encontrar el amor no se sentirían solas jamás. 

Hay pocas opciones para salir de la trampa. Si la mamá quiere cuidar ella misma a sus hijos, tendrá que renunciar a sus ingresos y depender económicamente del compañero. 

Otra opción es buscar una sustituta que cuide a tus hijos (pero no a tu marido), que cobre la mitad que tú por las mismas horas de trabajo, y que no forme parte de tu familia aunque pase más horas que tú en tu casa. Es decir, nosotras podemos liberamos como los hombres, pero explotando a otras mujeres más pobres o más precarias que para poder delegar tu responsabilidad y la de tu compañero en otra persona.

La tercera opción es llevarlo a una guardería diez horas al día. No importa el sufrimiento que genera en las crías estar con gente desconocida con la que no tiene vínculos afectivos: lo que importa es que las mujeres que son mamás sean igual de productivas que las que no son mamás. ¿Y qué ocurre con las madres y padres que quieren cuidar ellos mismos a sus criaturas? Que no pueden. La familia feliz tiene que pasar el día separada: los mayores en las residencias, los pequeños en las guarderías, y los adultos en sus centros de trabajo.

Las mujeres tenemos un problema con la droga del amor, y los hombres tienen un problema muy grande con la paternidad. Muchos de ellos desaparecen cuando surge la rayita en el aparato que te dice si estás o no embarazada. Otros huyen en el embarazo, y otros al poco de nacer el primer bebé. Algunos aguantan unos años, pero se van también. 

Por eso en casi todas las películas y novelas, los protagonistas tienen el mismo problema: un padre que no estuvo, un padre que a veces estaba y otras no, un padre que estuvo y abandonó, un padre que jamás quiso de verdad a su hijo. 

Si el mundo está lleno de niños y niñas traumadas por la ausencia del padre, es porque el mito de la familia feliz es una trampa. 

Los hombres logran huir de esa trampa de diversas maneras: unos desaparecen del mapa, otros huyen a ratitos. Los hay que se quedan en cuerpo pero no en alma: son esos hombres de antaño que permanecían frente al televisor con cara de fastidio porque los niños gritan y cuando ya no pueden aguantar más a la familia feliz, se bajan al bar a tomarse tres whiskys y ahogar las penas, hasta que llega la señora para mandarles de nuevo a casa. 

Antes las mujeres tenían que ejercer de policías y carceleras, intentando mantener a los hombres dentro de los confines del hogar, mientras los hombres vivían como ladrones, intentando burlar la vigilancia para poder vivir a ratitos la vida de hombre libre que siempre quiso vivir.  Para los hombres siempre ha sido relativamente fácil combinar su vida de hombre de familia y su vida de hombre soltero, pero para las mujeres no hay escapatoria posible. 

A nosotras nos toca el gran peso de la carga familiar: somos nosotras las que dejamos de tener tiempo libre y vida social. Somos nostras las que, en todo el mundo, hacemos doble o triple jornada laboral como trabajadoras del hogar, como mamás, y como profesionales: basta con echar un vistazo a los índices de tiempo libre que disfrutan los hombres en todos los países y compararlos con los de las mujeres para darnos cuenta de que en la gran trampa de la familia feliz, las que salimos perdiendo somos nosotras.

Antes de caer en la trampa, lo que vemos a diario en la calle son familias felices paseando o comprando, y subiendo sus fotos de familia feliz en las redes sociales. 

Y después de caer en la trampa, es cuando comprendemos lo que hay detrás de las sonrisas felices de las fotos, y la estafa que hemos sufrido. 

Algunas se divorcian porque no soportan la insolidaridad y el egoísmo de sus esposos, otras viven en una guerra permanente para que el compañero se porte bien y esté a la altura. Unas se quedan y tienen más hijos, y más trabajo, y más cansancio, y más amargura, otras se liberan cuando los hijos e hijas salen de casa. Las marcas que esa decepción deja en el rostro no se quitan con ningún filtro de Instagram. 

Algunas creen que han tenido mala suerte en la vida y siguen creyendo que lo que ven por la calle son familias felices. Otras saben perfectamente que en todas las familias tradicionales, y también en las modernas, las mujeres viven sobrecargadas y agotadas, volcadas en el bienestar de su marido y sus crías, tirando del carro como pueden, e intentando ser felices, cuando las dejan. 

¿Están los hombres haciendo cambios? Algunos de los hombres que no quieren familia feliz han empezado a usar condón y a hacerse la vasectomía. Los que sí quieren familia feliz combinan el rol de hombre moderno que apoya y ayuda pero sin asumir la responsabilidad, con el rol de hombre tradicional que se escapa de vez en cuando para disfrutar de la vida. Hay mujeres que toleran estas escapadas, otras que montan escenas dramáticas, unas que se rebelan contra la injusticia, y otras que se resignan y asumen lo que las ha tocado por haber nacido mujeres. 

Antes, de los hombres no se esperaba que fueran buenos padres. Lo único que tenían que hacer es traer  dinero a casa, y ya se apañaban las mujeres entre ellas. Ahora en cambio nos dejan solas en una casa, sin red alrededor, haciendo el trabajo de tres mujeres, y esperando a que vuelva el marido. 

Antes teníamos una red de mujeres de nuestro entorno, nos apoyabamos unas a otras, trabajando y criando a la vez. Había maridos que cumplían con su única obligación, y había otros que se gastaban el salario en una fiesta de dos días y les daba igual que sus hijos y compañera pasaran hambre. Las mujeres se buscaban las vueltas para alimentarlos hasta que llegara el próximo salario, si llegaba. Eso era todo.

Las mujeres de hoy en día sufrimos más porque estamos solas, y aunque algunas tenemos nuestros ingresos, esperamos que ellos sean solidarios y responsables, que se comprometan y sean capaces de disfrutar de su paternidad, que sean honestos y que sean buenos compañeros. 

Nos venden dos mitos por el precio de uno: el príncipe azul y el compañero que es buen padre. Y lo compramos a ciegas, aunque después nos demos cuenta del precio tan alto que hemos tenido que pagar.

¿Entonces no existen las familias felices? 

Hay parejas que se quieren, se cuidan, y reparten las tareas equitativamente. Hay familias amorosas que disfrutan pasando tiempo juntos, pero ninguna familia es perfecta: en todas hay conflictos y problemas, como en cualquier grupo humano. 

Es difícil encontrar familias que funcionen al margen de las estructuras patriarcales, porque en la mayoría de los hogares, somos nosotras las que cargamos con todo el trabajo mental y emocional, la organización y administración, y la planificación. La sociedad se alarma ante la bajada de la natalidad y nos pide que que seamos madres, pero no nos proporcionan las condiciones que necesitamos para criar. El mercado laboral nos castiga y no nos permite siquiera cuidar de nuestros críos cuando enferman. 

Nos engañan con el mito de la conciliación, pero las que vivimos en una familia feliz sabemos que la única forma de lidiar con todo es dormir poco y vivir permanentemente agotada. El cansancio extremo deteriora nuestra salud física, mental y emocional, nos afecta al ánimo y al humor, y al deseo sexual, y deteriora también la convivencia con la pareja. 

Así que el problema no es personal, sino político: las mujeres tenemos que luchar contra corriente en una sociedad que nos pone toda una carrera de obstáculos para maternar y educar. Hoy en día sostener una familia, trabajar e intentar ser feliz es toda una odisea, y tratar de eliminar al patriarcado de la ecuación, es una verdadera utopía. Ni siquiera con una pareja responsable al cien por cien, podemos con todo: para criar a un sólo niño hace falta una tribu entera. 



¿Cómo podríamos avisar a las nuevas generaciones para que no caigan en la trampa? 

A los niños hay que educarles para que sean autónomos y no busquen una criada gratis, para que sean honestos, y para que sólo sean padres si están dispuestos a cuidar a sus criaturas. 

A las niñas hay que explicarles que ser mujer no significa ser madre, que criar hijos es muy duro en un mundo anti-niños, y que los cuidados hay que compartirlos entre todos y todas. 

A las nuevas generaciones hay que contarles lo que hay después del final feliz de los cuentos, lo difícil que es vivir en pareja, los problemas que tienen los hombres con sus responsabilidades y sus paternidades, y los problemas que tienen las mujeres que compraron el pack completo de mitos creyendo que así serían felices el resto de sus vidas. 

Hay que hablarles de la presion social que sufrimos para que nos emparejemos y tengamos hijos aunque no queramos, y de lo difícil que es para nosotras que nos respeten cuando decidimos amar de otra manera o fundar otro tipo de familia que no sea la tradicional. 

También hay que hablar de la decepción, la frustración, la amargura que genera en las mujeres esta estafa romántica, y de cómo afecta a nuestra salud mental y emocional. 

Tenemos que visibilizar la prisión en la que viven tantas mujeres que soñaron otra vida distinta y no pudieron elegir. 

Hay que explicarles que la vida que llevan las princesas y las famosas de la Revista ¡Hola! junto a sus príncipes azules no es real. Son escenarios, performances, que nos hacen creer que las mujeres ricas sí logran fundar una familia feliz y ser felices. Ellas también sufren, se divorcian, se rompen, se recuperan, y vuelven a fundar otra familia feliz. Es una narrativa mágica que nos empuja a imitarlas, y que nos hace presas de un sistema que nos quiere a todas entretenidas en la tarea de fundar y sostener una familia feliz.  

Hay que explicarles a las niñas y adolescentes que los bebés más que unir, destrozan parejas: la llegada de un bebé es una experiencia tan fuerte y tan difícil, que sólo sobreviven aquellas que logran unirse y formar equipo de crianza. Y de ellas, son muy pocas las que logran ser equitativas en el reparto de las tareas. 

La familia feliz se construye sobre la capacidad de las mujeres para ceder, para resignarse, para aguantar, y para sacrificarse. Por eso ahora se rompen tantas familias felices: porque las mujeres ya no queremos asumir el papel que nos toca, y protestamos por la vida de privilegios que disfrutan los hombres. 

El problema es que muchas de las que quieren divorciarse son amenazadas de muerte, y la mayoría no tiene medios económicos para separarse. Por eso, para la mayor parte de nosotras el amor romántico y la maternidad romántica es una trampa. 

Para que la gente joven pueda entender la doble moral, la Gran Estafa del Mito Romántico y de la familia feliz, y lo que les pasa a los hombres, invitadles a que echen un vistazo a los aparcamientos de los burdeles a medio día: están a rebosar de hombres que van a misa los domingos con su señora y su descendencia.

El feminismo está sacando a la luz todos esos privilegios masculinos, y denunciando la explotación y la violencia que sufrimos las mujeres en el hogar feliz. Queremos desmitificar el amor romántico para que no caigan más niñas, lograr que todas las mujeres tengan las condiciones adecuadas para poder divorciarse si lo desean, queremos repartir los cuidados para que no recaigan sobre las espaldas de las mujeres, queremos que los hombres se impliquen en todas sus responsabilidades y dejen de vivir como reyes, queremos que todas las mujeres puedan elegir libremente la maternidad, queremos que los niños y niñas se sientan queridas, queremos que las mujeres se sientan libres para vivir su vida como quieren, queremos que las mujeres sean libres para amar a otras mujeres, queremos tener tiempo e ingresos para criar, y queremos que la sociedad acepte que hay muchas formas de relacionarse y muchos tipos de familia diferentes. 

Hay que seguir derribando los mitos románticos y el mito de la familia feliz para liberarnos de las cárceles en las que nos quieren meter en nombre del amor.

Coral Herrera Gómez 



Otros mitos: 

 

14 de diciembre de 2019

Así me resistí a que la maternidad fuese el centro de mi vida

Relájate, no te obsesiones, no le des vueltas: tardé un año y pico en quedarme embarazada y aquí cuento mi proceso, y cómo resistí a las presiones sociales, a la mitificación de la maternidad, al miedo a no poder tener bebés, al milagro de la ciencia, al bombardeo de publicidad de clínicas y tratamientos de fertilidad, y vi los límites a los que estaba dispuesta a llegar.

Buscando ser madre logré llegar a renunciar a mi maternidad y entender que no me faltaba nada para vivir la vida con plenitud, si acaso me faltaba tiempo. Y la maternidad en sus inicios consiste precisamente en ceder tu tiempo a vivir la experiencia de los cuidados. Pero yo ya la había vivido cuidando a mis abuelos maternos, así que no me faltaba esta experiencia. Podía buscar bebé tranquilamente, asumir que podía renunciar a la maternidad tranquilamente, y quería que mi deseo no fuera el centro de mi vida. Fue bien difícil:

Seguir leyendo en eldiario.es:

https://www.eldiario.es/nidos/Relajate-obsesiones_0_833617348.html

9 de diciembre de 2019

Criando a un niño sin violencia

Mi hijo aún no sabe qué es un enemigo, ni qué es una pistola, no sabe pelear contra otros seres humanos, no siente placer jugando a herir o asesinar a otros niños, ni quiere salvar a las niñas. Me siento muy orgullosa de estar criando un varón no violento, pero no sé cuanto tiempo será así. Me encantaría juntarle con niñas y niños que no estén expuestos en sus casas a la violencia que les inoculan a través de las pantallas, pero la gran mayoría de los niños de su edad ya andan jugando a la guerra. 

Sé que es difícil porque en todas las películas y dibujos animados se glorifica al macho violento, al mutilado emocional que ni siente ni padece, pero creo que no es imposible. Me da la sensación de que cada vez somos más mamás las que queremos educar a los niños varones en otros valores. Siento que somos cada vez más las que estamos intentando ofrecerles otros héroes y heroínas que no usen la violencia para resolver los conflictos o para conseguir lo que necesitan. 

No es fácil porque es ir a contracorriente, pero yo creo que esto de criar niños no violentos es todo un acto de rebeldía política contra un sistema que necesita tantos machos mutilados y princesas desvalidas 

#MaternidadesFeministas #MasculinidadesNoViolentas #InfanciasLibresDeViolencia #OtrosJuegosSonPosibles

31 de agosto de 2019

La violencia de los niños: cómo la aprenden, y cómo la ejercen contra los demás y contra sí mismos.





La violencia de los niños: cómo la aprenden, cómo la interiorizan, cómo la ejercen
contra los demás y contra sí mismos.




Conferencia impartida en el II Congreso Mundial de Infancia Sin Violencia en la Universidad de Buenos Aires organizado por Aralma los días 21, 22 y 23 de
Agosto 2019 en Argentina.




Resumen de la Conferencia:




A los niños les contamos historias que se desarrollan en torno a la aniquilación de los enemigos. En casi todas las películas infantiles hay enemigos que quieren matar al protagonista, la misión del héroe es exterminarlos. El asunto es que en la vida real, los niños creen que los enemigos son ellos mismos, y por eso acosan al niño gordo, a la niña con gafas, al niño trans, a la niña torpe, al niño inmigrante, a la niña con pelo afro. Entonces hay que explicarles quienes son sus enemigos en la realidad, las personas que más daño les hacen: las personas que abusan sexualmente de ellas, las que provocan pobreza y hambrunas, las que envenenan el agua que beben, las que les quitan su
derecho a la educación y la sanidad, las que quieren hacer quitarles su tiempo cuando
se hagan mayores, las que expanden el odio contra grupos humanos por su color de piel, su clase social, su religión o su orientación sexual. Los enemigos reales son aquellos
que quieren convertirles en trabajadores y consumidores que van a lo suyo y no se solidarizan con los demás. Son los que roban bebés y trafican con niños y niñas, los que hacen negocios alquilando mujeres para que vendan a sus bebés, son los que esclavizan
a los niños y niñas en minas, fábricas de textil y calzado, y prostíbulos. Son los que les destrozan la infancia para utilizarlos como soldados en las guerras, los que bombardean ciudades sin remordimiento, los que obligan a desplazarse a miles de personas huyendo de la guerra y buscando un país seguro para vivir, los que están apropiándose del agua potable para hacer negocio, los que comercian y consumen pornografía infantil, los que los separan de sus padres en las fronteras para torturarlos, los que les matan en las cárceles para menores extranjeros. Estos son los enemigos de los niños y niñas, y
tienen derecho a saber cómo tratamos los adultos a la infancia, y de quienes tienen
que protegerse.




Conferencia completa:





Título:

La violencia de los niños: cómo la aprenden, cómo la interiorizan, cómo la ejercen contra

 los demás y contra sí mismos.

Autora:

Coral Herrera Gómez. Doctora en Humanidades y Comunicación Coordinadora del

Laboratorio del Amor

Palabras clave:

violencia infantil, malos tratos, gestión de las emociones, cultura patriarcal, machismo,

misoginia, cuidados, amor, feminismo, relatos, ficciones, imaginario colectivo

Texto:

Los niños y las niñas no sólo son víctimas de la violencia: también aprenden a ejercerla
contra los demás, y contra sí mismos. Las vías de aprendizaje son dos: por un lado, la socialización en la familia, en la comunidad a la que pertenecen, y la institución en la que son educados. Por otro lado, aprenden a ser violentos con las películas y las series de televisión, los cuentos que les contamos, las canciones que escuchan, los videojuegos, los chistes y los refranes.

La violencia está normalizada hasta tal punto que somos incapaces de percibir el daño
que hace a los  niños y a las niñas estar expuestos a la violencia desde su más tierna
infancia: a diario ven  escenas de peleas, luchas, guerras, asesinatos, violaciones, y nos
creemos que estar expuesto a tanta violencia no les afecta al cerebro ni a las emociones,
y que no les hacen daño.

Intentamos eliminar el azúcar y los alimentos ultraprocesados, pero no nos preocupamos
por los contenidos audiovisuales que consumen y por los valores que adquieren viendo
películas machistas y violentas. Les enseñamos a ser educados, a pedir por favor y a dar las gracias, a comer correctamente en la mesa, a sacar buenas notas, pero no les enseñamos a ser buenas personas.







Les dejamos solos frente a la pantalla para que se insensibilicen con la violencia, y luego no entendemos por qué se divierten tanto haciendo sufrir a los demás. No les explicamos por qué los dueños de los medios mitifican al macho violento, ni por qué no nos ofrecen otros modelos de masculinidad. No saben por qué estos hombres poderosos quieren que ellos también sean violentos, ni para qué.

No les estamos ofreciendo herramientas para relacionarse con el mundo desde el amor y los cuidados: los niños sólo están aprendiendo a aniquilar a sus enemigos, y ni siquiera saben quiénes son su mayor amenaza: no desde luego sus compañeros de juegos.

Los niños varones son los que aprenden a ejercer la violencia física contra los otros niños,
contra las niñas, contra los animales y contra los adultos de su entorno. A las niñas se les
enseña a  aguantar o soportar esa violencia, y además las engañamos para que crean que la
violencia que recibirán de su pareja es una prueba de amor.


¿Cómo se les enseña a los niños a ser violentos? Los relatos más importantes de nuestra
cultura están basados en el monomito del héroe que abandona su hogar para correr una serie de aventuras que le harán enfrentarse a sus propios miedos y les convertirá en hombres adultos.

Este monomito es la base de la historia de Jesucristo y de casi todos los héroes de nuestra
cultura para poder hacerse hombres de verdad, los niños tienen que separarse física y
emocionalmente de sus madres y del entorno de cuido, que es generalmente un mundo de
mujeres formado por sus abuelas, tías, primas, hermanas y vecinas de la comunidad. El
mensaje que nos lanzan en estas historias de superación y transformación es que el varón
sólo puede florecer si logra romper el cordón umbilical que le une a este mundo de afecto, cuidados y ternura, y si logra desconectar de sus propias emociones para endurecerse y convertirse en máquinas de matar.

El héroe es generalmente siempre un niño asustado que logra vencer a sus propios
monstruos cada vez que se enfrenta a los enemigos que encuentra en el camino. Tiene
una misión que cumplir, algo  que es más importante que su propia vida: salvar al
mundo de una amenaza, restituir el orden, legitimar a un rey frente a otro rey. El niño
tendrá que convertirse en un guerrero justiciero que ni siente ni padece: casi todos los héroes y superhéroes de nuestra cultura luchan sin tener que cuidarse a sí mismos, sin velar por su propia seguridad: son gente sacrificada y sufridora a la que no le importa arriesgar su propia vida con tal de pasar a la posteridad y despertarla envidia y la admiración de los demás.

Son héroes mutilados emocionalmente, soldados que obedecen al patriarcado sin

cuestionarlo, leales a las leyes de la selva, en la que sólo sobreviven los más fuertes.

Los niños construyen su identidad masculina imitando a estos héroes, a los que admiran por su fuerza, su valentía y su agresividad. Bajo esta identidad masculina
subyace la idea de que cuanto más sufra y más se sacrifique, mayor será la recompensa:
convertirse en un hombre poderoso, temido y obedecido por los demás. Por eso le gusta
sufrir y hacer sufrir: cuanto mayor sea la tortura, más macho se sentirá.

Todos aprenden pronto que la violencia legítima es la que ejercen los “buenos”, y la
violencia que hay que combatir es la de los “malos”. Los guionistas, los narradores y
productores culturales les ofrecen un modelo de masculinidad basado en la idea de que la
violencia es natural en los hombres, y es además necesaria para acabar con el “mal”.

A través de los relatos, los niños entienden que la violencia es la única manera para
resolver conflictos y para obtener lo que desean, lo que quieren o lo que necesitan,
porque sus héroes resuelven así, y no tienen herramientas para hacer frente a sus
problemas. Creen que el pez grande tiene derecho a comerse al chico, y con los cuentos
que les contamos, más lo que ven en la vida real, aprenden rápido cómo funciona la pirámide social del patriarcado: los hombres jóvenes, blancos, fuertes, heterosexuales y ricos están arriba, y abajo están todos los demás.

Y claro, ninguno quiere estar abajo: su lucha ha de ser ir escalando en esta pirámide hasta
alcanzar la cima, sometiendo y aplastando a los demás. Las producciones audiovisuales les enseñan cómo embrutecerse y cómo acumular riquezas, poder y mujeres a través de esta lucha por ser los mejores: sólo los más fuertes, los más rápidos, los más inteligentes y astutos están llamados a coronar el éxito. Y es que arriba del todo es donde mejor se vive: a todos los demás se les contempla desde arriba hacia abajo, se les domina, se les utiliza, se les obliga a tratarlos con respeto y a obedecerlos.

A los niños no les enseñan a cooperar y a trabajar unidos para luchar contra las injusticias, para conseguir derechos para todos, o para hacer de este un mundo mejor: todos los mensajes de nuestra cultura patriarcal van en sentido contrario. La lógica que aprenden es la de la competitividad: si son disciplinados, si trabajan duro, si dominan su entorno, pueden llegar a ser los amos del mundo.

Si no logran ser presidentes, empresarios de éxito o futbolistas famosos, siempre podrán reinar en sus casas como reyes, y mandar sobre su esposa, hijas e hijos. Hasta el hombre más pobre del mundo puede ejercer de monarca absoluto en su propia casa, como si fuera un premio de consolación por no haber podido triunfar en un mundo en el que el éxito está reservado para unos pocos machos alfa.

A través de las películas y los videojuegos, no sólo aprenden a ser hombres, también
aprenden a relacionarse con las mujeres. En casi todas las producciones culturales, las
mujeres son estereotipadas como seres perversos de las que hay que defenderse. Primero

aprenden a despreciara las niñas: no hay mayor insulto en un kinder, una guardería o un
colegio que ser categorizado como una niña. A los niños les da un terror absoluto que sus
compañeros o sus padres les llamen “nena”, “nenaza”,“niña”, “niñata”.

Elisabeth Badinter nos contaba en su libro que la masculinidad se aprende en base a tres pilares fundamentales: “No soy una niña”, “no soy un bebé”, “no soy homosexual”. Así que aprenden a ser hombres desde el rechazo a todo lo femenino, el desprecio a los más débiles y la dominación. Sueñan con ser hombres ricos y famosos, y para eso tendrán que construir sus relaciones desde el abuso y la explotación hacia los demás: nadie se hace rico si no es contando con mano de obra gratis, o muy barata, y si no es acaparando los recursos de los demás.

Los hombres, sólo por nacer hombres, se merecen una mujer que les cuide. Primero es
mamá, y después la novia que llegará a ser esposa: nunca les enseñamos a cuidarse a sí
mismos, porque los héroes están siempre poniendo su vida en riesgo, comen mal, duermen mal, sufren heridas y tienen el cuerpo lleno de dolores y cicatrices que demuestran que son tipos duros capaces de aguantar el sufrimiento como si fuera algo consustancial a la masculinidad heroica.

Otra de las cosas que aprenden los niños viendo dibujos animados es que la venganza
es totalmente legítima: si un hombre pretende hacerte daño, puedes matarlo. Si una
mujer te destroza el corazón o te engaña, tienes derecho a matarla. Es la filosofía del
ojo por ojo, diente por diente: si una mujer no se pliega a tus deseos, si te rechaza o
te abandona, tienes derecho a destrozarle la vida porque de ti no se ríe de nadie, y a
ti no te abandona nadie si no es perdiendo la vida. Este es el mensaje principal que
transmiten muchos cuentos infantiles y que permanece dentro de ellos toda su vida: uno
puede vengarse cuando sufre o cuando se pone en entredicho su honor o su prestigio, sin
importar las consecuencias.

Los niños son educados para que también usen la violencia contra sí mismos,
poniéndose constantemente en riesgo y generando conductas autodestructivas que
pueden llevarles a la muerte en su adolescencia y adultez. Se les obliga a demostrar
constantemente su hombría a través de su habilidad para autolesionarse, automutilarse, y
ponerse en peligro a sí mismos ya sus acompañantes. Por eso conducen borrachos, hacen
carreras de coches en la carretera, se tiran a una piscina desde el balcón de un hotel, se suben a gran altura para hacerse un selfie, consumen alcohol y drogas hasta caer desmayados, provocan peleas para que alguien les agreda, juegan a asfixiarse, y se enfrentan a la policía para demostrar su valentía.

El héroe que los niños admiran esconde su fragilidad y su vulnerabilidad, y se avergüenza de su debilidad, de su torpeza o de su falta de habilidades para ser un macho alfa. Cambian los nombres y los rostros, pero el modelo heroico es siempre el mismo: hombres que no le tienen miedo a nada, hombres que consiguen lo que quieren caiga
quien caiga, hombres ambiciosos que generan riqueza y dominan territorios enteros para poner a millones de personas a su servicio.

La masculinidad patriarcal no es solidaria, sino competitiva: los hombres necesitan los aplausos, la admiración y la envidia de los demás, por eso en las películas infantiles
los héroes son personas, incapaces de mostrar afecto, generalmente tensos y estresados,
y casi todos con muchos traumas encima. Cuando entran en combate lo hacen llenos de
odio, de furia, y de rabia, emociones que les genera mucha adrenalina y les ayuda a matar a sus enemigos.

Los niños ponen en práctica lo que aprenden a través del juego libre: por eso en los patios
de los colegios y en los parques los niños forman bandos en los que juegan a aplastar a los otros, a machacarlos, torturarlos y matarlos. Por eso excluyen a las niñas del juego: no hay nada que les de más miedo que les gane una niña con habilidades físicas superiores, no hay mayor humillación para un niño que quiere ser macho.

Las niñas son las espectadoras, son un trofeo de caza, y una recompensa a sus esfuerzos para la guerra. Durante la historia, las niñas son torpes y caminan por la selva en tacones, se asustan por todo, gritan como hienas cuando ven una araña, y meten la pata constantemente para poner al héroe más difícil su misión, y para realzar la hombría de su acompañante. Cuanto más estúpidas parecen ellas, más inteligentes parecen los protagonistas de las ficciones que consumen los niños. Cuanto más débiles y más desprotegidas parecen ellas, más importantes y necesarios parecen ellos. Es por esto que  las heroínas de los relatos son siempre retratadas como seres inferiores: para que ellos  parezcan más grandes, más veloces, más fuertes y más listos.

Las niñas no suelen aparecer nunca en las ficciones como sujeto, sino como objeto. Un objeto que pasará a ser propiedad privada del protagonista si logra enamorarla.

Y es que los niños aprenden pronto que la única forma de tener a una mujer a tus pies sin
obligarla, es a través del amor. Por eso en la adolescencia van al amor como si fueran a la
guerra: pierde el que se  enamora, gana el que no se enamora y logra enamorar a una o a
varias mujeres.

Los niños y las niñas se juntan en la adolescencia para ligar y tener sexo, pero a ellas
les enseñan a buscar al príncipe azul, y a ellos a acumular conquistas para mostrar su hombría.

Por eso a ellos les gustan las pelis de acción y a ellas las películas románticas y las de princesas.

Todo lo que ven en las películas, lo ven también en casa. Sus padres son los reyes del hogar, los que mandan, los que tienen la autoridad, y los que traen el dinero a casa. Las mamás son las que trabajan doble jornada laboral: además de traer dinero a casa, se encargan de todo lo demás.

Lo hacen “por amor” al hombre y a la familia, lo hacen porque les toca, lo hacen porque son mujeres y les gusta cuidar a los demás.

A las niñas también se las enseña a competir entre ellas, por eso las princesas están siempre solas y jamás forman alianzas con otras mujeres para liberarse de la esclavitud o la explotación, del encierro o del aburrimiento. También aprenden a ser sufridoras y sacrificadas, a aguantar y a soportar, a ceder y a tragar, a renunciar a sí mismas, y a vivir esperando eternamente la llegada del héroe, aunque sea durante décadas como es el caso de Penélope en la Odisea, o de la Bella Durmiente en Disney.

Las mujeres aprenden a vivir en sueños, suspirando por la llegada del amor que transforme sus vidas, imaginando y recreándose en el milagro romántico, ese que va a salvarlas y va a solucionar todos sus problemas. Las princesas no aspiran a ser compañeras, sino a ser siervas de su amado, a curar las heridas del guerrero, a ser leales a su media naranja.

Y esto no sólo lo ven en las películas, sino también en la vida real: ven mujeres que
renuncian a sus sueños al juntarse a un marido, ven mujeres que soportan toda la carga
sin quejarse, ven mujeres que son castigadas cuando se rebelan a los mandatos de género
y a su condición de objeto. Todos los días en el mundo, los hombres violan y matan a
mujeres libres que desobedecen las reglas del patriarcado.

Por eso en casa se las educa para que sean sumisas, complacientes, serviciales, entregadas, abnegadas y encantadoras. Y no sólo en casa, también en la escuela se nos enseña cuál es nuestro lugar en la pirámide social, y cuál debe ser nuestra forma de ser mujeres.

Es en la escuela, alrededor de los 6 o 7 años, cuando nos damos cuenta de que somos
seres inferiores:  los genios de la música, la ciencia, el deporte son todos hombres. Los
grandes personajes de la Historia: políticos, reyes, papas y obispos, hombres de negocios,
exploradores, faraones, zares y emperadores, son hombres. Las mujeres están borradas de
los libros de texto: no aparecemos por ningún lado. Y las pocas que aparecen son mujeres
patriarcales que imitan a los hombres, como Cleopatra o Isabel la Católica.

A las niñas se nos permite llorar, y a los niños se les prohíbe llorar. A ellos les permiten
expresar su rabia y a nosotras no: las niñas no pueden enfadarse, no pueden expresar su
enojo, y generalmente a única vía para dar rienda suelta a la rabia que tenemos es volverla
contra nosotras mismas.

A través de la cultura audiovisual, las mujeres aprendemos a odiar nuestros cuerpos
y nuestra apariencia física, por eso nos torturamos con operaciones de cirugía estética,
con dietas espantosas, con sesiones de gimnasio interminables, con tratamientos de belleza caros y dolorosos. Odiamos nuestras imperfecciones, nuestra grasa, nuestras arrugas, nuestras canas, nuestros excesos o carencias: nos enseñan a compararnos entre nosotras, a considerarnos enemigas y rivales, y a odiar al género femenino.

La tortura no es sólo física: las niñas aprenden desde muy pronto a tratarse mal
a sí mismas, a sentirse inferiores, a depender del reconocimiento de los hombres

y del afecto de los hombres. Los problemas de autoestima vienen desde la más
tierna infancia: nosotras somos las guapas, ellos son los inteligentes, los bondadosos,
los fuertes, los valientes. Nosotras somos lo contrario a ellos, pero sólo conseguiremos
que nos den afecto si nos mantenemos guapas y si aparentamos ser sumisas.

Esta es la razón por la que los niños juegan a someter y asesinar, y las niñas juegan
a cuidar: en las películas se endiosa a los hombres por su capacidad para matar, y a las
mujeres por su capacidad para dar vida, y para cuidar bebés. Y así es como los niños
aprenden a ser hombres y a relacionarse con las mujeres: nunca desde la cooperación,
siempre desde la estructura de la dominación y la sumisión que subyace a todos los
relatos de nuestra cultura patriarcal.

Los macho alfa de carne y hueso son como sus héroes de ficción: hombres que ejercen la violencia para hacer el bien, hombres con poder para dominar su entorno. Presidentes
de gobierno, presidentes de las empresas más exitosas del mundo, futbolistas millonarios,
mafiosos y narcos. Lo que ellos ven en televisión son hombres que hacen leyes, y hombres que se las saltan para acumular poder, riquezas y mujeres. Algunos caen presos, pero otros viven la vida a todo lujo tomando decisiones que afectan a millones de personas.

Para el macho patriarcal, todo vale en la carrera para acaparar recursos, aunque ello
suponga tener que hacer sufrir a mucha gente, aunque implique la destrucción de un
bosque o del planeta entero. Su egoísmo, avaricia,  soberbia y codicia no tiene fin:
así son los héroes de nuestros niños, hombres sin capacidad para  la empatía, hombres
despiadados de sangre fría y corazón helado incapaces de sentir amor por la Humanidad.
No les importan los medios para lograr sus fines.



Los niños no son educados para cuidar a los demás, sino para que les cuiden. Por eso
no saben relacionarse con las niñas de igual a igual: no las consideran compañeras. Son
siempre seres a los que puedes utilizar para satisfacer tus deseos sexuales, o para aumentar tu prestigio de macho, pero no son jamás compañeras. Más bien, son el enemigo a batir: los hombres que se enamoran de las mujeres están en una situación de total fragilidad, y ningún hombre quiere ser manipulado por una mujer poderosa.

Los niños tienen miedo al poder y la libertad de las niñas, por eso necesitan
dominarlas. Todas son las enemigas, excepto la mamá y unas pocas mujeres de la familia:
de las demás no te puedes fiar. Nuestra cultura misógina expande el odio hacia las mujeres a través de los anuncios y las ficciones: son seres despreciables y malvados que pueden arrancarte el corazón y chuparte la sangre, vaciarte el bolsillo y dejarte en la calle.

Por eso muchos sueñan con encontrar algún día a su princesa: una mujer sumisa, sin deseos propios, devota y leal, discreta y obediente que les ame para siempre, les
perdone los pecados, les frenen en sus locuras, les consientan todos los caprichos, les

enseñen el buen camino, les castiguen cuando se portan mal, que sean comprensivas y
quieran sacarles del pozo en el que a veces se hunden, y que les cuiden cuando
enfermen y envejezcan. Necesitan una especie de doble de mamá que les ame
incondicionalmente, hagan lo que hagan, y que no les abandone jamás. Necesitan
sentirse especiales e importantes: quieren ser imprescindibles, y quieren reinar en su
hogar. Y muchos se frustran porque no encuentran a esta mujer de ficción que sepa
esperar y aguantar.

Nos educan de manera diferente frente al amor, por eso no es fácil quererse bien
cuando legamos a la juventud y a la adultez y nos juntamos en pareja. El odio
contra las mujeres está latente en nuestras relaciones: los niños lo interiorizan
cuando les contamos que existen las mujeres buenas y las mujeres malas, a las
primeras se las respeta, y a las demás no.

A las niñas nos enseñan en la escuela que cuando un niño nos acosa, nos golpea,
nos humilla y nos maltrata es porque se ha enamorado de nosotras. Nos
compadecemos del bruto que no sabe controlar sus emociones y que necesita
dominarnos para aplacar su complejo de inferioridad y sus miedos. Nos
compadecemos del maltratador porque vemos ahí al niño asustado que necesita
cariño y atenciones, que ha sido mutilado en su infancia, que no tiene herramientas
para gestionar sus emociones. Y por eso aprendemos desde niñas a soportar malos
tratos: nos hacen creer que es una bofetada en un ataque de celos es una prueba de
amor.

Quien bien te quiere te hará llorar, nos dicen. Los que más se pelean son los que
más se desean, nos cuentan. Y por último nos hacen creer que el amor y el odio
son lo mismo, aunque en realidad son emociones completamente contrapuestas.

Nos hacen creer que somos culpables de la violencia que recibimos, porque algo
habremos hecho mal, porque hemos desobedecido, porque le hemos hecho enfadar, o
porque hemos cometido algún error.

Las niñas aprendemos a portarnos mal con las demás niñas desde muy pequeñas
a través de las relaciones de rivalidad y competición. Pero sobre todo, aprendemos
a tratarnos mal a nosotras mismas porque crecemos con la autoestima por el suelo.

Nuestro mayor miedo es que nadie nos quiera, nadie nos proteja, nadie nos cuide, por eso
nuestro sueño es ser amadas y elegidas para ser la esposa de un hombre con éxito. Y por
eso nos resignamos a tener relaciones en las que no somos felices: creemos que no nos
merecemos más porque no nos enseñan a querernos bien a nosotras mismas, ni a
cuidarnos a nosotras mismas.

Estos son los mensajes que nos lanzan los medios de comunicación y las industrias
culturales para que aprendamos a ser hombres y mujeres, y para que aprendamos
a relacionarnos entre nosotros  desde esta cultura de la dominación y la sumisión.

Con estos mensajes en forma de mitos interiorizamos la violencia y la
reproducimos: en nuestros juegos de la infancia primero, y en nuestras vidas
adultas después.

Por eso es tan importante exigirle a los productores y creadores culturales un cambio
en la ideología que transmiten en los relatos, en la información y en el entretenimiento
que nos ofrecen. Ellos son los principales transmisores de los valores capitalistas y
patriarcales, los que perpetúan  a través de estereotipos y de mitos todos los principios
basados en la dominación masculina, los  responsables de que en nuestro imaginario
colectivo la violencia sea la principal forma de relacionarnos entre nosotros.

Los creadores son los que ensalzan la masculinidad más violenta y cruel al
mitificarnos a hombres sin sentimientos, sin ética, y sin escrúpulos. Ellos nos ofrecen
modelos de personas y de relaciones, y nos hacen creer que la violencia es legítima y
necesaria si la emplean “los buenos”. Mientras, en las escuelas se nos niega la
educación emocional que necesitamos para aprender a tratarnos bien, a querernos desde
la solidaridad y el compañerismo, a relacionarnos sin miedos y sin necesidad de
dominarnos los unos a los otros.

No nos enseñan a gestionar nuestras emociones, a despedirnos de nuestros seres
queridos, a conseguir lo que necesitamos o a resolver los conflictos sin utilizar la
violencia. A los niños les insisten en que tienen que aprender a defenderse cuando les
atacan, pero  no les enseñan a no atacar a los demás. A las niñas les enseñan a evitar
ser violadas, pero no enseñan a los niños a no violar. A los padres y a las madres les
preocupa que sus hijos sufran bullying, pero no se preocupan por si son ellos los que
ejercen acoso y violentan a sus compañeros o compañeras.

Creo que es esencial ofrecer educación emocional a los niños y a las niñas, y
educación feminista, ecologista, y pacifista, pero también necesitamos con urgencia
herramientas que nos permitan explicarle a los niños por qué sus héroes son así y qué
mensajes les están lanzando los señores creadores, por qué y para qué lo hacen, cómo
nos influyen a nosotros, y cómo va el mundo gracias a esta forma de pensar.

Es urgente ofrecerles otras referencias y otros modelos de masculinidad y feminidad
que no estén sujetos a la norma patriarcal. Necesitamos otros héroes y heroínas, otros
relatos, otras tramas, otras formas de resolver los conflictos, otros finales felices.

Necesitamos sensibilizar a los escritores, dibujantes, diseñadores, guionistas y productores sobre la importancia de acabar con el sufrimiento, y de fomentar la cultura del disfrute, del respeto, del buen trato. Necesitamos que dejen de matar a las madres y que los niños aprendan que no tienen por qué rechazarlas ni aprender a vivir sin ellas: sólo necesitan herramientas para ser autónomos y para vivir el amor sin miedo.

Necesitamos un cambio radical que deje de presentar como negativos los valores tradicionalmente asociados a lo femenino: la ternura, la empatía, la solidaridad, los afectos y las redes de cuidados.

Un primer paso podría consistir en poner los cuidados en el centro de la política
y la economía, en el centro de los relatos, en el centro de las luchas para construir
un mundo mejor. Poner todo el tiempo los cuidados en el centro: para transformar el
mundo hay que aprender a cuidarnos a nosotras mismas y a los demás. Creo que es la
única manera de garantizar a los niños y las niñas infancias felices y libres de violencia
y sufrimiento: enseñándoles a cuidar la naturaleza, a los seres vivos, y a los seres
humanos que viven en este planeta.

Coral Herrera Gómez



Argentina, Agosto 2019

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