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7 de junio de 2025

La violencia entre mujeres es también patriarcado


Las mujeres no solo sufrimos la violencia, también la ejercemos. Pero no contra los hombres: nuestra violencia solo va dirigida contra otras mujeres y contra nosotras mismas. 

Nosotras no matamos a los hombres, pese a que cada diez minutos una de nosotras es asesinada por el marido o el ex marido. Nosotras no nos vengamos ni pagamos con la misma moneda, y cuando una mujer muere asesinada nuestra reacción no es salir a matar hombres, sino salir a las calles a pedir pacíficamente a los hombres que por favor dejen de matarnos. 

¿Por qué? Porque el feminismo es un movimiento que lucha contra la violencia. Es un movimiento pacifista.

Las mujeres feministas nos trabajamos los patriarcados que nos habitan, estamos muy comprometidas en la lucha contra el abuso y la explotación, y en erradicar tanto la violencia que sufrimos como la que ejercemos. 

Pero somos minoría. 

Las mujeres feministas somos minoría.

La mayoría de las mujeres del mundo viven en guerra contra otras mujeres y contra sí mismas. 

Nunca contra los hombres. 

¿Qué tipos de violencia ejercemos?  Explotación laboral, doméstica y reproductiva, violencia psicológica y emocional, y ciberviolencia. 

 ¿Quienes son las mujeres que más explotación y violencia sufren? Las mujeres más pobres del planeta. Ellas no solo tienen que soportar la violencia de los hombres, también la de las mujeres que están por encima de ellas en la jerarquía patriarcal. 

Por ejemplo, las mujeres empresarias que explotan a sus trabajadoras, 

Las mujeres ricas que explotan a mujeres de alquiler para comprarles sus bebés, 

mujeres que maltratan a sus empleadas domésticas, niñeras y cuidadoras, 

mujeres que maltratan a sus hijas y a sus nueras, 

jefas que ejercen violencia contra sus empleadas,

Y compañeras de trabajo. 

Mujeres en el poder

También hay muchas mujeres malvadas en el poder político y económico que hacen daño a miles o millones de personas, y aprovechan su puesto para atentar contra el patrimonio colectivo y los derechos humanos fundamentales de la población. 

Son esas mujeres que lo primero que hacen al llegar al poder es destruir la Sanidad pública y la Educación. Gastan nuestro dinero en enriquecer a la elite mundial (señores de la industria militar, farmacéutica, etc) y recortan en derechos sabiendo que a quien más afecta esta violencia contra la población es a las mujeres y las niñas. 

Son poquísimas las que han llegado al poder pensando en el Bien Común, y en mejorar la sociedad en la que viven: podemos contarlas una a una, porque la gran mayoría buscan el beneficio propio y se dedican a imitar a los hombres: reparten dinero y puestos de poder entre sus amigos y amigas, y gobiernan para las élites de su país y las mundiales. 

La mayorías de las mujeres poderosas han interiorizado la misoginia y carecen de la más mínima pizca de agradecimiento por las que lucharon para que ellas pudieran estudiar y trabajar. Tampoco sienten ni una pizca de solidaridad con las de su mismo sexo. Muchas padecen el síndrome de la abeja reina, que consiste en creer que una no es como las demás mujeres, y que si ellas están en el poder "es porque ellas lo valen", es decir, porque son “especiales”. Batallan por el poder igual que los hombres y lo ejercen para su propio beneficio, no en pro del Bien Común. 

Algunas son de derechas y otras son progres, pero todas son aliadas del patriarcado porque se benefician de su posición y porque no han llegado al poder para cambiar nada.

Sin embargo, estas mujeres patriarcales con poder son una minoría. 

La gran mayoría de las mujeres ejercemos violencia solo en el entorno más cercano. Vivimos en guerra contra las madres, las hijas, las suegras, las hermanas, las compañeras de trabajo y contra nosotras mismas. 

Algunas mujeres maltratan a sus compañeros, pero generalmente a quien peor tratamos es a nosotras mismas, y a otras mujeres.

El patriarcado nos necesita aisladas, divididas, enfrentadas y entretenidas en guerras. Nos enseñan desde pequeñas a compararnos y a rivalizar entre nosotras. Nos enseñan a competir, a construir enemigas y a volcar toda nuestra violencia contra nosotras mismas y entre nosotras. 

Una de las relaciones más violentas entre mujeres son las relaciones suegra-nuera. Cuando dos mujeres batallan por ejercer su dominio en el corazón de un hombre, puede empezar una guerra que a veces dura toda la vida. Son guerras muy dolorosas para ambas, pero también para el resto de la familia, que se ve obligada a posicionarse en un bando o en otro. Al hombre en cuestión le ponen entre la espada y la pared para que elija a una de ellas y se aleje de la otra. Algunos sufren, pero la gran mayoría se beneficia de esta competición entre mujeres. 

¿Por qué esta guerra entre mujeres? Hay hombres que no adquieren jamás autonomía y no se convierten nunca en adultos: pasen de la tutela de la madre a la de la esposa sin experimentar nunca la responsabilidad sobre su propia vida, y sin tener que cuidarse a sí mismos. Esto es porque siempre tienen una mujer que se encarga de cuidarlos. Son hombres que solo salen de casa para casarse.

Algunos de ellos no han roto el cordón umbilical, y algunas de ellas creen que sus hijos son de su propiedad, y que son el príncipe azul con el que soñaron de pequeñas. No tienen muy claro si son madres o esposas, por eso odian a cualquier mujer que se le acerque porque sienten su poder amenazado. 

También hay nueras que tienen un problema muy grande: creen que ellas tienen que sustituir a la mujer que ha reinado sobre la vida de su marido, destronarla y convertirse en una madre-esposa. La característica que comparten todas ellas es que intentan aislar a sus maridos de sus redes afectivas, tanto familiares como sociales. 

Para comprender esta relación es fundamental entender que esto es una estructura. No es algo que le pasa solo a mujeres inseguras y con autoestima baja: sucede en todos los rincones del planeta, porque es una estructura de poder. 

Cualquier mujer puede sufrir malos tratos de su suegra, y convertirse a su vez en una suegra maltratadora. 

Aunque muchas mujeres con conciencia feminista lo que hacen es ser las suegras que habrían querido tener. Cuando las relaciones entre mujeres son buenas, el patriarcado se desmorona. 

Otras relaciones jerárquicas entre mujeres son la de jefa y empleada, doctora y paciente, policía y ciudadana… la gran mayoría de las mujeres se relacionan desde estas estructuras patriarcales en las que siempre (o casi siempre) las que más rango tienen y las más ricas son las que juegan con ventaja. 

Mujeres que odian a mujeres feministas

Las mujeres aprendemos a odiar a las demás mujeres y a nosotras mismas desde que somos pequeñas. Por eso muchas mujeres odian el feminismo, atacan a las mujeres feministas, y aplauden a los hombres misóginos. 

Les es mucho más fácil empatizar con hombres que se victimizan, que con las victimas de esos hombres. Nos han educado para defender y proteger a los hombres, y para anteponer sus sentimientos, deseos y necesidades a las nuestras. 

Las mujeres estamos siempre más dispuestas a escuchar a los hombres como expertos. Les escuchamos con más respeto y más atención. Su palabra tiene mayor credibilidad. Por eso hay mujeres que creen que las culpables de que exista el patriarcado somos nosotras mismas: nos han convencido de que nosotras somos mucho más machistas y violentas que los hombres, que transmitimos el machismo a nuestras hijas e hijos, y que por lo tanto es un problema que tenemos que resolver nosotras. 

Además de las relaciones interpersonales, las mujeres formamos grupos de afinidad y luchamos entre nosotras por diferencias ideológicas, por los recursos y por el poder. Y en estas luchas, salimos perdiendo todas. Los hombres se aprovechan de la guerra entre mujeres: divididas y aisladas somos más vulnerables.

Esto es lo que ha ocurrido dentro del feminismo: los hombres han entrado a saco en el movimiento con la pretensión de redefinirlo y resignificarlo. A estos hombres les ofende profundamente que usemos la palabra “mujer” y nos denominan “seres menstruantes” o “personas gestantes”

Afirman que las mujeres somos privilegiadas opresoras y que ellos son los oprimidos. La colonización del movimiento ha llegado a tal punto que ahora el enemigo principal de este grupo dominante son las mujeres feministas. 

Las aliadas de los colonizadores no ponen la energía en luchar contra los proxenetas, puteros, pederastas, violadores, maltratadores y femicidas: el prinicipal enemigo para ellas son las mujeres feministas. 

En redes sociales se ve claramente: muchas mujeres apoyan la violencia masculina, los discursos antifeministas, y los ataques a mujeres desobedientes. 

Los linchamientos provienen tanto de los hombres hegemónicos como de los hombres diversos, tanto de la izquierda como de la derecha: el odio y la violencia contra las mujeres feministas es cada vez intensa.

Los machos anti feministas no tendrían tanto impacto sin la colaboración de las aliadas que se unen a los linchamientos públicos para destruir a otras mujeres. Ellas señalan a las feminazis y las terfas, y ellos se encargan de amenazarlas de muerte. 

La cancelación es una de las armas más letales del patriarcado, porque sirve no solo para destruir a una mujer, sino también para silenciar a las demás. 

Cuando se castiga a una mujer que tiene relevancia pública, es una forma de amenazar a las demás: “si eres cancelada te quedarás sin trabajo, y desaparecerás como si hubieras muerto”

Es un método muy eficaz para generar miedo, para que la censura se convierta en autocensura, y también para que muchas mujeres opten por salir voluntariamente de las redes sociales. 

Los hombres solo aceptan a las mujeres sumisas y a las colaboradoras: todas las demás son consideradas "rebeldes", y la forma más fácil de aniquilarlas es acusarlas de ser odiantes. 

Imitan la estrategia de Israel, que acusa de discurso de odio antisemita a cualquiera que se atreva a criticar su proceso de colonización y a cancelar a todos los que piden el fin del Genocidio contra el pueblo palestino.

Los hombres alimentan la enemistad entre mujeres porque les conviene, y a los algoritmos también les viene muy bien. Para enganchar a la gente a los linchamientos, se crea un enemigo común, como sucedió durante la caza de brujas. Nos llaman nazis, nos llaman terfas, y se hacen camisetas con mensajes que invitan a matarnos. Cuando protestamos, nos dicen que era broma y que no tenemos sentido del humor.

Las mujeres feministas somos el enemigo número uno de los influencers de la fachosfera y de los woke más reaccionarios. 

Ya lo dijo Simone de Beauvoir: “El opresor no sería tan fuerte si no tuviese cómplices entre los propios oprimidos” Los varones misóginos no tendrían tanta fuerza si no contasen con las aliadas que les aplauden y se unen a los ataques contra las “enemigas” 

Las mujeres patriarcales siempre se solidarizan con los varones y tienden a protegerlos, y además no se fían de ninguna mujer: no son conscientes de su misoginia interiorizada, pero ese odio está ahí, y se mezcla con su rol de cuidadora y protectora. 

Las mujeres que colaboran con el patriarcado y participan en las cancelaciones creen que nunca les va a tocar a ellas.

En las guerras entre mujeres los únicos ganadores son los hombres, que se divierten mucho viendo cómo las mujeres se cancelan unas a otras, y comprobando cómo van abandonando las redes una a una. 

Lo que hacen es premiar a las que contribuyen a la caza de brujas. Les dan visibilidad en los medios de comunicación y puestos en el partido y en el Gobierno. Y castigan a todas las mujeres que no se ponen de rodillas.

Y sin embargo, las mujeres feministas nunca amenazamos de muerte ni llevamos camisetas haciendo apología de la violencia, y es porque las feministas somos pacifistas. Ponemos la energía en resistir a los ataques, en apoyarnos entre nosotras y en defender nuestro derecho al pensamiento crítico.



¿Cómo dejar de guerrear contra nosotras y entre nosotras?

Basta con tomar conciencia de esa misoginia interiorizada, y poner en práctica la sororidad (la solidaridad y el compañerismo entre mujeres), un término acuñado por Marcela Lagarde que a muchas de nosotras nos ha ayudado a comprender que si a los hombres les va tan bien es gracias a la hermandad que construyen entre ellos. Los hombres se apoyan aunque no se conozcan de nada, solo porque son hombres. 

La sororidad no nos convierte en amigas a todas: simplemente se trata de no colaborar con el patriarcado y en lugar de competir y guerrear, apoyarnos mutuamente frente al abuso, la opresión y la violencia machista. 

Las mujeres sabemos muy bien que solas y aisladas no podemos sobrevivir en un mundo tan cruel, y que nos necesitamos las unas a las otras para defender nuestra libertad y nuestros derechos. 

Por eso es tan importante que las nuevas generaciones nos vean haciendo autocrítica amorosa, trabajando la misoginia que llevamos dentro, y vean cómo trabajamos para liberarnos del patriarcado. 

Si nos ven a nosotras practicando el autocuidado y el apoyo mutuo, y creando comunidad entre mujeres, ellas podrán convivir en paz, apoyarse mutuamente y trabajar juntas para construir un mundo mejor. 

Coral Herrera Gómez


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Sororidad intergeneracional entre Mujeres


 


22 de mayo de 2025

Siempre hay alguien más debajo de ti



Siempre hay alguien más debajo de ti. 

Todos y todas sufrimos y ejercemos violencia contra los demás. Este sistema con el que nos relacionamos y nos organizamos no obedece a las leyes de la naturaleza, se llama patriarcado. 

Si miras la viñeta, puede parecerte que el gato es la víctima, porque es el que está debajo de todos en la jerarquía, pero por debajo de él está el ratón. 

Siempre hay alguien más debajo de ti. 

Esta jerarquía de poder solo se rompe cuando tomas conciencia de la estructura en la que estás, de quién está por encima y por debajo de ti, y de cómo te aprovechas de la necesidad y de la vulnerabilidad de los demás.

No se trata solo de aprender a identificar la violencia que sufres y a defenderte de los abusos, es igual de importante aprender a identificar cómo ejerces tu poder sobre los demás. 

Llevamos dentro el patriarcado porque nos han educado para competir y dominar, para reprimirnos y para reprimir, para dar órdenes y para obedecer a los que más poder tienen. 

Trabajar en ti mismo o en ti misma para aprender a relacionarte en libertad y en igualdad, y para respetar la integridad y los derechos humanos de los demás es un acto profundamente político: cuantos más seamos, más rápido caerá el patriarcado.

Otras formas de relacionarnos y de organizarnos son posibles. 

#patriarcado #jerarquías #violencia


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12 de abril de 2025

Crear comunidades para acabar con la violencia y la impunidad




Nuestra cultura protege a los agresores y a los violentos. Todos
y todas colaboramos para protegerlos, consciente o inconscientemente. Vivimos en una cultura patriarcal basada en la impunidad, pero no estamos condenados a vivir siempre así. ¿Qué podríamos hacer para empezar el cambio que necesitamos?

Tomar conciencia de cómo les encubrimos, y cuáles son los mecanismos que usamos para perpetuar la cultura de la violencia.

- Uno de los mecanismos de perpetuación más comunes consiste en culpar a las víctimas de la violencia que sufren, y victimizar al culpable. 

- A las víctimas no se las cree: su testimonio siempre es puesto en duda, y a menudo se les señala su implicación en el conflicto como agente provocador. 

- En cambio a los victimarios les ampara la presunción de inocencia: es la víctima la que tiene que aportar pruebas de las agresiones que ha sufrido. Sobre ella pesa la sospecha de que lo hace para llamar la atención o por un deseo de venganza, cuando en realidad lo que piden las víctimas es justicia y reparación.

- A las víctimas se les acusa de querer hacer daño a sus victimarios, de querer arruinar su imagen y su prestigio, o de querer destruir al victimario por alguna "oscura razón". Los culpables en cambio son considerados personas “normales” que pierden los nervios o la paciencia y actúan desde el impulso, arrasados por su emoción (irá, miedo, rabia, dolor)


Esta cultura de la impunidad comienza en la escuela. 

Así funciona el asunto en la mayoría de los centros escolares: 

- Lo primero que aprenden niños y niñas al entrar en el colegio es que no hay nada peor que ser un chivato y denunciar las agresiones al profesorado y al equipo directivo. Nadie quiere ser señalado como un traidor.

El matón del grupo siempre tiene a gente que le ríe las gracias y le aplaude cuando amenaza o golpea a sus víctimas. Sin este grupo de apoyo el matón no se atreve nunca a actuar. Generalmente son niños muy sumisos que tienen miedo al agresor, o niños que le admiran y querrían ser como él.  

- Muchos niños no quieren ver sufrir a sus padres y prefieren callar para no preocuparles. También guardan silencio por miedo a las represalias, porque les da vergüenza sufrir violencia y porque no están muy seguros de que los adultos puedan creerle y protegerle.

- Los padres de los agresores suelen ser también gente violenta, aunque no siempre. Y suelen ser violentos con sus hijos e hijas, aunque no siempre. 

- Son muy pocos los padres que se sientan a hablar con sus criaturas para explicarles por qué no deben hacer daño a otros seres humanos. La gran mayoría se pone de parte de sus hijos y los defiende a capa y espada, aunque ellos mismos hayan presenciado las agresiones de sus hijos "in situ". Pueden admitir que su hijo a veces pega, "pero mi hijo no es violento". 

- Otra ayuda importante es la gente que no se quiere meter en líos y mira para otro lado, como hacen muchos adultos y adultas en el patio del recreo o en el parque infantil. Hacen como si no supieran y como si no estuviera sucediendo, y luego se muestran sorprendidos cuando las víctimas se quitan la vida porque no aguantan más.

- Si un niño o niña reúne la valentía necesaria para denunciar la violencia que sufre, los adultos generalmente lo tratan como si fuera un conflicto entre dos iguales. Generalmente los matones suelen tener mucho más poder que sus víctimas, ya sea porque son más fuertes o simplemente porque cuentan con apoyo de mucha gente.

- Una de las cosas que más beneficia a los matones de clase es que las personas adultas minimicen el asunto e invaliden los sentimientos de las personas agredidas: “son cosas de niños”, “estás exagerando”, “no ha sido para tanto “, “qué sensible eres”…

- Disfrazar la violencia de humor: “qué poco sentido del humor tienes”, “eres demasiado susceptible”, “era una broma”, para que parezca que el daño se hizo sin intención. La violencia se presenta como algo “normal” que divierte a todo el mundo (menos a quien le toca recibir las burlas, los insultos y las humillaciones)

¿Cuáles son las estrategias de las víctimas? 

Pues someterse y victimizarse aún más para generar empatía en el o los agresores (cosa que no funciona), o plantarles cara y enfrentarse a ellos con violencia (funciona a veces). Este es el consejo que les dan a los niños: “pégale tu para defenderte” , pero es un consejo cruel. 

Yo estuve tiempo aguantando la violencia en el colegio porque no quería pelear, no quería usar la violencia, y no me sentía en igualdad de condiciones para la batalla: es súper violento empujar a una niña o niño a la violencia como si no hubiera otras maneras de parar a los agresores, y como si fuera un problema individual, cuando en realidad es un problema colectivo.


Esta falta de apoyo de la comunidad es la que hace que las víctimas se vean obligadas a abandonar el colegio y el barrio. Y es una gran injusticia porque cuando se marchan, el niño agresor refuerza su sensación de gozar del privilegio de la impunidad total. Sabe que el castigo es para las víctimas, no para él. 

Los niños y las niñas no solo sufren violencia de otros iguales, también sufren violencia en casa, en clases extraescolares, y en la parroquia. Es muy difícil para las víctimas pedir ayuda: la mayoría es capaz de hablar de las agresiones que ha sufrido 30 o 40 años después, como las víctimas de la pederastia eclesiástica. Han hablado cuando han podido, después de años de terapia, y sin embargo la Iglesia católica no les ha apoyado como merecían. Muchos de los curas agresores fueron trasladados de parroquia, jamás fueron juzgados, encarcelados ni expulsados de la organización. Los católicos no han inundado las calles pidiendo justicia para las víctimas y tampoco se están tomando medidas para que no vuelva a ocurrir.

¿Qué responsabilidad tiene el Estado y los gobiernos en la perpetuación de la violencia y la impunidad?

Los gobiernos podrían aprobar leyes contra la violencia en las aulas, y proporcionar formación en colegios e institutos de la Cultura de la No Violencia, la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados. 

No es un tema prioritario porque los niños no votan, y no tienen tampoco voz propia. No hay representantes de la juventud ni de la infancia en los parlamentos.

Los discursos antipunitivistas que piden rebajas de pena y absoluciones para violadores, pederastas, agresores, puteros y femicidas también fomentan la cultura de la impunidad. 

La sociedad cree que la violencia es algo “normal” y “natural”. El maltrato está en todas nuestras relaciones y solo ahora estamos empezando a poner nombre a todas las violencias que sufrimos y ejercemos, gracias al feminismo que está trabajando mucho en identificar y combatir la violencia machista. 

Aún los medios de comunicación siguen protegiendo a los agresores, cuestionando a las víctimas, y tratando de que la violencia parezca una pelea entre dos personas que se encuentran al mismo nivel. Pese a la formación que está recibiendo el personal sanitario y las fuerzas de seguridad, para las víctimas denunciar en comisaría y frente al juez es un auténtico calvario. 

Se les pide que denuncien pero el proceso es un infierno, y los jueces más misóginos siguen absolviendo a pederastas, puteros, violadores y femicidas. La sociedad sigue también poniéndose de parte de los violentos, por eso muchas mujeres no denuncian o quitan la denuncia. En un sistema que culpabiliza a las víctimas y victimiza a los culpables, tratar de pedir justicia y protección es una auténtica odisea. 

Los niveles de impunidad son obscenos en todo el mundo. Si los agresores son millonarios, las posibilidades de ganar el juicio son casi nulas. La opinión pública siente más simpatía por los hombres que por las mujeres, porque nosotras nunca hemos sido de fiar: las mujeres en el imaginario colectivo somos aún representadas como peligrosas, astutas, manipuladoras, irracionales, caprichosas, retorcidas, cambiantes, mentirosas, interesadas, misteriosas, y malvadas. 

Nuestro testimonio nunca es creíble. Sobre nosotras recae siempre la sospecha de que estamos despechadas y por eso queremos arruinarle la vida a un hombre. Incluso cuando un señor es señalado por varias mujeres, no importa si son tres o treinta: todas tienen encima la sospecha de querer vengarse por alguna oscura razón. Los pobres hombres son representados por los medios como víctimas de estas alimañas. 

¿Que está cambiando en estos últimos años? A nivel cultural, los violentos siguen protagonizando las películas de ficción, y los productores siguen ensalzando la figura del macho con poder que se dedica a dominar, matar y destruir. 

Pero en las calles las mujeres estamos pidiendo que dejen de violarnos y matarnos, y hemos iniciado un movimiento mundial llamado MeToo que está rompiendo con el pacto de silencio y la impunidad de los hombres con poder. Cineastas, escritores, políticos, músicos, futbolistas, científicos… ahora todos tienen miedo porque nosotras ya no nos callamos. 

Es cierto que hay mujeres que siguen protegiendo a sus maridos, a sus amigos y compañeros de partido, y que mientras tengan aliadas, los machos de derechas y de izquierdas seguirán gozando de impunidad. Este apoyo de mujeres patriarcales es fundamental para ellos, pero lo cierto es que el Pacto de Silencio se está resquebrajando poco a poco. 

¿Cuáles son los retos que tenemos por delante?

 Juntarnos para hacer frente a la violencia, crear comunidades de apoyo mutuo, y sobre todo apoyar a niños y a niñas que son las más vulnerables y las que más nos necesitan. 

Hacer autocrítica amorosa para identificar las violencias que sufrimos y las que ejercemos.

Aprender a cuidar nuestras emociones y a resolver conflictos sin hacernos daño.

Crear pequeñas comunidades de cuidados donde todos demos y recibamos amor.

Pero además también tenemos que organizarnos no sólo contra los agresores que ejercen violencia sobre una o varias personas, sino también contra los hombres y mujeres con poder que ejercen violencia contra un pueblo entero y atentan contra nuestros derechos humanos fundamentales. Por ejemplo, los que destruyen la Sanidad y destinan el dinero al gasto militar. 

En democracia apenas tenemos mecanismos de autodefensa para hacer frente a la maldad de nuestros gobernantes, que pueden robar, malversar, saquear los recursos públicos, meternos en una guerra y tomar las medidas que quieran sin ningún tipo de consecuencias. 

¿Cómo podríamos acabar con la impunidad? Dejando de idolatrar a los violentos y creando grupos de cuidados. 

Si en los barrios y en los pueblos, en las escuelas, los institutos, las universidades, los centros de trabajo, las instituciones y las organizaciones hubiese grupos de cuidados y todo el mundo pudiera pertenecer a uno, los agresores se echarían para atrás. No es lo mismo meterse con una mujer indefensa que con diez mujeres, ni es lo mismo meterse con un niño más pequeño que tú que con un grupo de diez niños y niñas. 

Los violentos son cobardes, y pegan porque saben que pueden hacerlo. Los grupos crean un escudo humano que protege a todos los miembros y que a la vez impide que ningún miembro ejerza violencia contra otras personas. 

Si lográsemos crear pequeñas comunidades unidas por los valores de la solidaridad, el apoyo mutuo y el compañerismo, si aprendiésemos a trabajar en equipo para resolver conflictos, si tuviéramos formación y herramientas para la mediación y para la autodefensa, podríamos acabar con la impunidad y la violencia. 

Las víctimas ya no tendrían que demostrar el daño que han sufrido porque habría testigos y contarían con una comunidad que les cree y les apoya. 

Los agresores ya no podrían contar con el miedo de la gente, porque cuando los grupos humanos pierden el miedo y se unen por una causa justa, son invencibles.

Si además en los centros escolares y los medios de comunicación nos enseñasen la Cultura de la No Violencia, los valores del pacifismo, la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados, tendríamos herramientas para aprender a relacionarnos y para crear espacios seguros para que todas y todos podamos estudiar, trabajar o divertirnos en paz.

Vivir en paz, disfrutar de una vida libre de violencia es lo que queremos la gran mayoría de la población. Solos y solas no podemos, en comunidades y grupos pequeños sí. 

Coral Herrera Gómez 


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19 de enero de 2025

Tenemos un problema: los niños son cada vez más violentos




Soy madre de un hijo varón de 8 años, y además soy formadora en institutos y colegios, en los que imparto charlas sobre el tema del amor romántico y la violencia machista desde hace doce años. 

Como madre, como profesora e investigadora, y como ciudadana, me siento cada vez más alarmada por el aumento de la violencia escolar, el machismo y la misoginia, el consumo de porno y la violencia sexual. Estoy tratando de educar a mi hijo para que sea buena persona, para que no sea machista, para que aprenda a relacionarse con las mujeres desde el respeto, la igualdad, la ternura y el compañerismo. Estoy educando a mi hijo para que no odie a las niñas, para que no se sienta superior a ellas, para que no las maltrate, ni abuse, ni ejerza violencia contra ellas, ni en la infancia ni en la adolescencia, ni en la adultez. 

Pero siento que estoy luchando contra el mundo entero, y que la mía es una tarea titánica, una especie de odisea. 

En primer lugar, porque estoy intentando educar a mi hijo para que no sea un adicto a las pantallas. Y en segundo lugar, porque la gente no ha tomado conciencia de lo peligrosas que son para el cerebro y la personalidad de los menores. 

A mi me gustaría que mi hijo tenga la capacidad de analizar la ideología machista y patriarcal insertos en todos nuestros relatos, en todos los formatos y canales: chistes, canciones, dibujos animados, series de televisión, videojuegos, películas, anuncios publicitarios, y vídeos en redes sociales. Sólo así podrá identificar los valores que le están vendiendo, y podrá trabajar en sí mismo para defenderse de la cultura del odio y la violencia que imprena toda nuestra cultura.    


Los niños sufren cada vez más adicciones


Uno de los grandes problemas a los que nos enfrentamos es el aumento de las víctimas menores de edad que sufren adicción a las pantallas. Los expertos y expertas se muestran preocupadas por los efectos que tiene la adicción a las pantallas, a nivel físico, emocional e intelectual. 

Uno de cada cinco jóvenes está en riesgo de uso adictivo por las pantallas: el estudio elaborado por DKV y la ONG Educar es Todo evidencia la relación entre un uso incorrecto de la tecnología y los trastornos emocionales de los adolescentes. Tras entrevistar a más de 1.400 niños de entre 10 y 17 años, 1.600 familias y una centena de docentes, la investigación reveló que el 45% de los adolescentes reconoce tener problemas para desconectarse de la tecnología y más de la mitad acude a los dispositivos electrónicos (móviles, tabletas, ordenadores, etc.) para estar mejor cuando se han sentido solos, tristes o enfadados. Además, más de uno de cada tres asegura que come o cena con un dispositivo tecnológico y la mitad que se lleva el móvil a la habitación al irse a dormir. 

Los síntomas que sufren las niñas y los niños adictos son variados, pero el indicador más claro es la ansiedad y la angustia que sienten cuando les pides que apaguen el dispositivo (tablet, teléfono, videoconsola, ordenador, etc), y la agresividad con la que reaccionan cuando se lo quitan de las manos. 

Los menores de edad que sufren adicción a las pantallas presentan los siguientes problemas:

- trastorno del sueño.
- abandono de sus pasiones y aficiones.
- irritabilidad y mal humor.
- bajada en el rendimiento escolar
- faltan más a clase
- tendencia al aislamiento y problemas para socializar
- tristeza y desolación cuando no tienen una pantalla en sus manos
- dificultad para manejar el síndrome de abstinencia
- reacciones violentas cuando les quitas las pantallas.

Además están los problemas de salud derivados del sedentarismo: obesidad, dolores de espalda, riesgo de sufrir diabetes, enfermedades cardiovasculares, depresión y ansiedad.

Expertas y expertos explican que la sobrexposición en las pantallas provoca alteraciones en el cerebro: tendencia al aislamiento, conductas agresivas, deterioro cognitivo, falta de autocontrol en las emociones y el comportamiento. 
 
Investigaciones citadas por The Guardian indican que "el uso excesivo de redes sociales y el consumo compulsivo de contenido de baja calidad —desde noticias sensacionalistas hasta teorías conspirativas y entretenimiento vacuo— puede literalmente reducir la materia gris, acortar la capacidad de atención y debilitar la memoria: es lo que se conoce ahora como la "podedumbre cerebral"

Aun así, la magnitud del problema es particularmente grave en jóvenes. Según datos de 2021 de Common Sense Media citados en The Conversation, los preadolescentes pasan 5 horas y 33 minutos diarios frente a pantallas, mientras que los adolescentes alcanzan las 8 horas y 39 minutos.



Salud mental de la población infantil y juvenil

Si además le sumamos el grave deterioro de la salud mental y emocional en la población infantil y juvenil que se ha experimentado en todo el mundo después de la pandemia de COVID 19, podemos darnos cuenta de que el uso de Internet no mejora el panorama, sino que lo empeora. 

Los expertos y expertas están alarmados por el aumento de las depresiones y de los suicidios. Más de 1 de cada 7 adolescentes de 10 a 19 años en todo el mundo tiene un problema de salud mental diagnosticado, según una investigación llevada a cabo por Gallup para el próximo informe Changing Childhood de UNICEF, un promedio del 19% de los jóvenes de 15 a 24 años de 21 países declararon en el primer semestre de 2021 que a menudo se sienten deprimidos o tienen poco interés en realizar alguna actividad.

Los niños varones tienen mayor riesgo  de tener conductas suicidas, porque 2 de cada 3 personas que se suicidan en el mundo son hombres. Según el estudio del Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la FAD 'La caja de la masculinidad', “el tipo de posicionamiento frente a la masculinidad tiene un claro impacto sobre la salud mental”. En España, en 2021, 4.003 personas murieron por suicidio: 2.982 hombres y 1.021 mujeres. Los datos indican que hay 12,8 suicidios por cada 100.000 hombres y 4,2 por cada 100.000 mujeres.

Además de los trastornos que produce el uso excesivo de los videojuegos, también el uso de las redes sociales está dañando la salud mental y emocional de la infancia y la adolescencia

En el 2023 una coalición de 41 estados de EEUU y el Distrito de Columbia demandaron a Facebook e Instagram al considerar que son adictivas y dañinas para la infancia. El alcalde de la ciudad de Nueva York presentó una denuncia formal contra cinco de las mayores redes sociales –TikTok, Instagram, Facebook, Snapchat y YouTube– por "alentar una crisis de salud mental entre los menores en toda la nación".

Una investigación del Laboratorio de Innovación Audiovisual de RTVE muestra que TikTok no filtra los contenidos por edad. TikTok está en el punto de mira de la Comisión Europea por su diseño adictivo y sus publicaciones nocivas para el menor porque expone a los menores a contenidos sobre suicidio, autolesiones, armas, estafas y pornografía.

En este artículo nos detallan cómo impactan las pantallas en la salud mental y emocional de nuestros adolescentes. 


La violencia escolar y el bullying aumentan en las aulas

La mitad de los adolescentes del mundo sufre violencia en la escuela, según datos de UNICEF: "La mitad de los estudiantes de entre 13 y 15 años de todo el mundo –alrededor de 150 millones— declaran haber experimentado violencia entre pares en las escuelas y en sus inmediaciones" 

En España, uno de cada diez niños/as sufre acoso escolar. Las cifras ponen los pelos de punta. El Ministerio de Educación y Formación Profesional publicó un estudio en 2023 con los siguientes datos: 
- un 9,53% del alumnado señala haberse sentido acosado y un 9,2% haber sufrido ciberacoso.
- el 4,58% admite haber acosado alguna vez a un compañero y el 4,62% haber ciberacosado a una persona. 
- entre las familias, el 7,7% afirma que cree que su hijo ha sido acosado.

Cuando han presenciado una situación de acoso, el 30,9% de los alumnos y alumnas indica habérselo comunicado a un profesor, el 20,17% a un familiar y el 14,8% a un compañero. El 9,83% señala haberse enfrentado al acosador y el 7,17% no supo qué hacer.

Acoso y suicidio: el 21% de víctimas y el 25% de acosadores han intentado suicidarse en España. Cada vez son más las víctimas que se suicidan, pero el pacto de silencio que protege a los agresores no se rompe. Los equipos directivos de muchos centros escolares no quieren problemas, pese a que existen protocolos para proteger a las víctimas del bullying. Los padres y las madres de los agresores tampoco quieren asumir el problema, y a menudo lo minimizan: "son cosas de niños", "mi niño nunca haría eso", "ese niño provocó a mi hijo". El proceso para que se ponga en marcha la protección de las víctimas es muy lento, y la mayor parte de los casos acaban con una solución: obligar a las víctimas a cambiar de colegio, y dejar impunes a los agresores. 

La lucha del profesorado para erradicar la violencia en las aulas no está reconocida, ni se facilita desde las instituciones educativas. Uno de los mayores problemas es la ratio: con 30 o 40 alumnos en clase es imposible hacer frente a todas las situaciones a las que se enfrentan a diario. También la sobrecarga de trabajo les impide ayudar a las víctimas, y falta formación en el profesorado, que necesita más herramientas y más tiempo para poder volcarse en estos casos. 

En nuestra cultura patriarcal, los menores aprenden a ejercer la violencia entre risas. Disfrazan la violencia de bromas, comentarios despectivos en tono humorístico, y burlas crueles. Esto de humillar públicamente a alguien para que se rían los demás lo hacemos también las personas adultas: aprenden de nosotros y nosotras. 


Adicción al porno: los niños son expuestos desde los 8 años 

Sí, desde los 8 años, a veces antes. El informe de Save The Children nos explica que casi 7 de cada 10 adolescentes consumen pornografía y acceden a contenidos sexuales desde edades muy tempranas (de los 8 a los 12 años), y empiezan a consumirla de forma regular a los 14.  

Nunca los niños habían tenido acceso a tal cantidad de pornografía: les llega por todos los canales a todas horas, todos los días. En los videojuegos les aparecen anuncios de páginas porno a las que acceden con un solo clic: la mayoría de los niños reciben contenidos pornográficos sin buscarlos. 

La experta en pornografía y adolescencia Marina Marroquí afirma: “Los niños no buscan el porno, el porno los encuentra a ellos”, indica. “Es prácticamente imposible escapar: está en el chat de la play, en Twitter, en grupos de WhatsApp, cuando descargan una aplicación... el porno que les llega es sádico y de extrema violencia”

Conforme aumenta el consumo de porno, aumenta la misoginia en los discursos y producciones audiovisuales difundidos en redes sociales, aumentan las víctimas de violencia sexual, violencia verbal y psicológica, violencia física, y también aumenta el nivel de crueldad ejercida por varones jóvenes contra niñas y adolescentes. 

En estas últimas décadas está aumentando la cantidad de adolescentes que sufren adicción al porno.

La adicción a las pantallas y al porno se desarrollan a menudo de forma simultánea, lo que afecta a la salud mental y emocional de los chicos, pero también a sus relaciones sexuales y sentimentales con chicas.

 Muchos de ellos afirman que no consiguen tener erecciones haciendo el amor: sólo se excitan si pueden ejercer prácticas sádicas con sus parejas (escupitajos, bofetones, azotes, insultos, penetraciones anales con dolor, ahorcamientos simulados, vejaciones, etc)

Muchos adictos al porno confiesan que sienten asco de sí mismos, pero que no pueden dejar de consumir porno. La mayoría de los adictos cosifican a las mujeres y se relacionan con ellas como objetos de usar y tirar,  y solo saben relacionarse con mujeres de pago: muchos de ellos tienen dificultades para relacionarse con mujeres que no se subordinan ni se someten a ellos. Tienen miedo de tener contacto físico real, y ello también les impide construir relaciones sanas e igualitarias. 

Estamos hablando de cifras alarmantes: un 10% de la población sufre adicción al porno. 

Las niñas están en peligro

Los agresores machistas son cada vez más jóvenes, así como las víctimas. La violencia sexual contra niñas y adolescentes se está disparando: la Fiscalía General del Estado (FGE) ha alertado de un "alarmante" incremento del 116% de las agresiones sexuales perpetradas por menores en España en el último lustro. 

Los agresores son principalmente sus novios. 

En España hay 101.008 casos activos de mujeres víctimas de violencia de género inscritas en VioGén a fecha 31 de octubre de 2024, de las que 1.201 son adolescentes menores de edad, que viven con protección policial para evitar que vuelvan a ser agredidas por su maltratadores.

Los vídeos más buscados en las webs pornográficas son de violaciones grupales. En España han aumentado en un 64% las violaciones de grupos de chicos contra niñas y adolescentes, y el 10% de las agresiones son grabadas y difundidas en redes sociales según el Informe de Save The Children,


El machismo les entra por los ojos

Los contenidos que consumen están basadas en la exaltación y glorificación de la violencia. Persecuciones, peleas, tiroteos, torturas, palizas, apuñalamientos, bombardeos: los dibujos infantiles, las películas y los videojuegos convierten la violencia en un espectáculo y es el tema central que atraviesa toda nuestra cultura. La violencia está normalizada en nuestra cultura, y funciona como un anestesiante social: la adicción a la violencia hace que los espectadores necesiten cada vez más nivel de crueldad y brutalidad, del mismo modo que les sucede a los hombres adictos al porno (para lograr excitarse necesitan contenidos cada vez más extremos) 

Pocos padres, madres y educadores han tomado conciencia de que exponer a los niños a la violencia, es violencia. 

Muchos cuidan la comida que consumen sus hijos para que sea sana y equilibrada, pero todavía no cuidan lo que consumen sus hijos a través del cerebro. Y son incapaces de relacionar las conductas violentas de sus hijos e hijas con los contenidos que consumen a través de las pantallas. 

¿Qué valores ofrecen los contenidos que consumen nuestros hijos e hijas? La ideología del patriarcado y del capitalismo, cuyos valores y principios están basados en el individualismo, el egoísmo, el supremacismo blanco, las estructuras de dominación y sumisión, el utilitarismo, la acumulación y el acaparamiento, las luchas de poder, las jerarquías humanas, la explotación y la violencia.

Los niños y niñas aprenden a ser hombres y mujeres bajo los mandatos sociales y de género, y los estrereotipos que les dictan cómo deben comportarse, vestirse, pensar y sentir según sean hombres o mujeres. Lo aprenden de una forma inconsciente, y después lo interiorizan: aprenden a relacionarse consigo mismos y con el otro sexo desde la misoginia, que es el odio contra las mujeres. 

¿Cómo interiorizan las niñas este odio? A través de la tiranía de la belleza: muy pronto aprenden a odiar su propio cuerpo y a invertir toneladas de tiempo y dinero en estar guapas para ser elegidas por los machos alfa. Se someten a tratamientos perjudiciales para la salud, se meten al quirófano, y sufren trastornos alimentarios: el uso de filtros en redes sociales está provocando que muchas de ellas no se reconozcan cuando se miran al espejo. 

Además, el neoliberalismo les ha hecho creer que su cuerpo es un producto, una mercancía, un objeto con el que ganar dinero. Les están engañando a todas con la idea de que poner el cuerpo al servicio del patriarcado y del capitalismo es muy empoderante, que hipersexualizarse es algo muy transgresor, y que convertirse en sirvienta sexual de un hombre o de varios es un acto muy feminista. No les dicen que los que de verdad ganan dinero con el negocio de los cuerpos femeninos son los hombres: las mujeres solo tenemos un cuerpo, los hombres tienen cientos y miles de cuerpos para comerciar con ellos. Son los dueños de las plataformas de la industria pornográfica, de los pisos y los burdeles, y de las redes de chicas nuevas que mueven por toda Europa y EEUU. 


Cada vez más machismo en las relaciones de pareja

Paralelamente, las relaciones de pareja entre chicos y chicas están impregnadas de machismo y misoginia. Según los estudios sobre el tema, la forma en que los adolescentes se relacionan está basada en mecanismos de dominación y sumisión, vigilancia y control. Los adolescentes siguen romantizando la violencia machista y siguen creyendo que los celos son una prueba de amor, que tu novio te de una bofetada es algo "normal", y que para amar hay que sufrir, sacrificarse, renunciar y asilarse socialmente para no hacer daño a la pareja y para demostrar que realmente quieres a la otra persona. 

Esto es fuente permanente de conflictos, tanto en la vida real como en la virtual, y son muchas las parejas de adolescentes inmersas en relaciones de maltrato mutuo que confunden con amor romántico. Son relaciones basadas en la vigilancia, el control, la sumisión en la que ambos miembros se limitan la libertad y atentan contra los derechos humanos "en nombre del amor". En la mayoría de estas parejas sus miembros están expuestos a unas elevadas dosis de sufrimiento y sentimientos como el odio o el afán de venganza, pero para muchas niñas y chicas adolescentes intentar salir de este tipo de relaciones puede convertirse en un auténtico infierno. 

Porque a los verones adolescentes les cuesta cada vez más aceptar un "no". En los contextos de ocio y fiesta es muy evidente que los chicos confunden el proceso de cortejo con el acoso: no aceptan rechazos de chicas. Creen que se están haciendo las difíciles y que la clave para poder follar con ellas es insistir hasta el agotamiento. No aceptan un "no", y la prueba más evidente es el aumento de delitos por sumisión química: las chicas no pueden perder de vista su bebida por miedo a que les echen algo en la bebida para violarlas. Este tipo de delito ha aumentado un 75% en España en el último año. 

El machismo y la escasa tolerancia a la frustración lleva a los jóvenes a no aceptar que su pareja quiera romper la relación, y reaccionan con violencia cuando ellas quieren huir. Muchas chicas permanecen en relaciones de dominación y sumisión por miedo, pero también porque creen que sufrir, renunciar, sacrificarse, someterse y servir a los hombres es una prueba de amor. 

Los mitos románticos siguen muy presentes en los relatos dirigidos a menores, y cada vez hay más influencers jóvenes invitando a las chicas a convertirse en perfectas esposas y sirvientas domésticas, por un lado, o a convertirse en sirvientas sexuales de uno o varios "sugar daddy" que las mantengan.
 
Las chicas sufren cada vez más violencia: 

-  En España, la cifra de menores con novios o exnovios que las maltratan o denigran ha crecido un 87% desde 2018, según la Fundación ANAR. El 70% no denuncia ni tiene intención de hacerlo.


- Los abusos y violaciones en grupo se han incrementado del 2,1% al 10,5% en los últimos años.

Cuantos más chicos participan en las violaciones en manada, más cruel y extrema es la violencia que sufren las chicas. 



Los chicos cada vez más de derechas, las chicas cada vez más de izquierdas: ellos son machistas, ellas feministas. 

Trabajo en proyectos de intervención, sensibilización y formación con menores desde el 2012. En estos últimos años tanto yo como mis compañeras formadoras hemos percibido que cada vez es más difícil hablar sobre igualdad, derechos humanos, y relaciones sanas. El ambiente en las aulas es cada vez más hostil, porque los chavales dicen que se sienten culpabilizados, y discriminados: sienten que los avances feministas les están quitando "derechos", aunque en realidad lo que están perdiendo son privilegios. 

En todos los centros hay grupos de chicos que intentan boicotear las charlas y llevar el debate a la guerra entre sexos: "las mujeres también matan", "también hay mujeres maltratadoras", "la mayoría de las denuncias son falsas", y cada vez está más extendida la idea de que la violencia de género no existe, que es un invento del feminismo. Muchos de ellos son apoyados por sus profesores, que sostienen los mismos discursos que lanza la ultraderecha en España. 

Además, los influencers, youtubers y streamers misóginos y anti feministas son sus principales referentes: se trata de jóvenes conservadores y reaccionarios que no sólo elaboran discursos anti feministas, sino que también se dedican a disfundir bulos, arremeter contra las personas inmigrantes, y a ensalzar la dictadura de Franco. Al final de sus vídeos te venden un curso para que puedas hacerte millonario sin trabajar, y puedas vivir a cuerpo de rey, como ellos hacen: se forran vendiendo humo y se empadronan en Andorra para no tributar en España.

La influencia de estos referentes es enorme: sus discursos victimistas enganchan mucho más que los referentes de hombres igualitarios que se responsabilizan y hacen autocrítica para ser menos machistas y para ser mejores personas. Los miembros de la machosfera no sólo se dedican a ofrecer datos falsos a la población juvenil, sino también a acosar en redes a las principales figuras del feminismo, alentando a sus seguidores a sumarse a las campañas de cancelación que a menudo van acompañadas de amenazas de muerte. Estos machos viven obsesionados con el culto al cuerpo, los ccoches caros, y la acumulación de dinero, poder y mujeres.  

Los estudios e informes sobre la juventud nos están ofreciendo cifras que ponen los pelos de punta y explican lo que está ocurriendo. El estudio 3428 'Percepciones sobre la igualdad entre hombres y mujeres y estereotipos de género' del CSIC (enero 2024) nos arroja estos datos: 

-Aumenta el negacionismo: un 49,2% de encuestados cree que las desigualdades entre hombres y mujeres son pequeñas o inexistentes. También niegan la brecha salarial entre hombres y mujeres: un 3,6% de los hombres cree que las mujeres tienen mejores salarios que los hombres, y un 42,1% cree que mujeres y hombres cobran lo mismo. 

- El feminismo “ha llegado demasiado lejos”: un 44,1% de hombres aseguran estar muy o bastante de acuerdo con la afirmación “Se ha llegado tan lejos en la promoción de la igualdad de las mujeres que ahora se está discriminando a los hombres”. También un 32,4% de mujeres responde afirmativamente a la idea de que hay hombres discriminados.

Otra investigación que demuestra que el antifeminismo y el negacionismo de la violencia machista ha crecido entre los chicos adolescentes en España es el realizado por Fad Juventud con jóvenes de entre 14 y 17 años.

“Mitos como los de las denuncias falsas, la mujer 'casta y respetable' o la mujer 'santa' y el hombre 'conquistador' "empapan la percepción adolescente sobre esta problemática y consiguen que el imaginario sobre violencia de género esté lleno de confusión y negacionismo, a la vez que dificulta la construcción de relaciones sanas en esta etapa de la vida" Nerea Boneta-Sádaba (2024)

Los jóvenes varones son más de derechas que nunca, las mujeres son más de izquierdas: así lo recoge el estudio del CSIC. El aumento ha sido de casi un punto en solo cuatro años. Además, los hombres jóvenes se han convertido en el grupo de población más derechizado de toda la sociedad, algo que no había ocurrido nunca hasta ahora. 


Los niños, niñas y adolescentes también sufren malos tratos en su hogar

Los niños no solo ejercen violencia, también la sufren por parte de los adultos. Los tipos de violencia que sufren son: malos tratos físicos, emocionales y psicológicos, abuso sexual infantil, abandono parental, violencia vicaria y maltrato institucional. 

Según datos de UNICEF, a nivel mundial: 

- Cada cuatro minutos, en algún lugar del mundo, un niño o una niña muere a causa de un acto de violencia.
-Alrededor de 90 millones de niños y niñas vivos hoy en día han sufrido episodios de violencia sexual. 650 millones de niñas y mujeres (1 de cada 5) vivas en la actualidad fueron víctimas de violencia sexual en su infancia, de las cuales más de 370 millones (1 de cada 8) sufrieron violaciones o agresiones sexuales.
- En entornos frágiles, las niñas se enfrentan a un riesgo incluso mayor, ya que la prevalencia de violaciones y agresiones sexuales en la infancia es ligeramente superior a 1 de cada 4.
- Casi 50 millones de mujeres adolescentes de 15 a 19 años (1 de cada 6) han sido víctimas de violencia física o sexual por parte de sus esposos o compañeros sentimentales en el último año.
- Entre 410 y 530 millones de niños varones y hombres (aproximadamente 1 de cada 7) sufrieron episodios de violencia sexual en la infancia, incluidos entre 240 y 310 millones (aproximadamente 1 de cada 11) que fueron violados o agredidos sexualmente.
- 1.600 millones de niños y niñas (2 de cada 3) sufren castigos violentos en su hogar de manera habitual; más de dos terceras partes son objeto tanto de castigos físicos como de agresiones psicológicas.
- Cada año, la violencia se cobra la vida de un promedio de 130.000 niños, niñas y adolescentes menores de 20 años.
- Los niños varones corren un mayor riesgo de morir a causa de la violencia: 3 de cada 4 niños, niñas y adolescentes muertos a causa de la violencia eran varones.
- El riesgo de morir por un acto de violencia aumenta drásticamente al final de la adolescencia: 7 de cada 10 niños y niñas muertos a causa de la violencia tenían entre 15 y 19 años, la mayoría varones.
- Cerca de 550 millones de niños o niñas (aproximadamente 1 de cada 4) viven en un hogar donde la madre ha sido víctima de actos de violencia causados por su compañero sentimental. Muchos de ellos están expuestos a la violencia vicaria, que es la que ejerce el asesino sobre sus propios hijos para dañar a la madre.

En España los menores empezaron a ser consideradas víctimas de violencia machista en el año 2013. Desde entonces los agresores han matado a 63 menores, y se estima que 360 se han quedado huérfanos por el femicidio de su madre. Hay más de 11 mil niños y niñas cuyas madres tienen protección policial y están en riesgo a causa de las amenazas del padre. Muchos de ellos son condenados por el juez a visitar a sus padres o a convivir con ellos pese a las condenas por violencia de género, e incluso existen jueces que quitan la custodia de los niños a las madres protectoras, es lo que se conoce como el fenómeno del "arrancamiento", el caso más conocido en España es el de Ángela González, cuyo ex marido mató a su hija (la ONU condenó a España por haber permitido al asesino estar con ella sin supervisión), y el caso de Juana Rivas, que ha sufrido unos niveles de violencia institucional gravísimos por parte de jueces y juezas que se han negado una y otra vez a proteger a los dos hijos.  


Hay soluciones

Sí, los niños sufren y ejercen violencia, pero los gobiernos no están tomando medidas contundentes, y los medios de comunicación siguen perpetuando la cultura de la violencia. 

Los profesionales de la docencia batallan a diario en las aulas contra este problema, y llevan años advirtiéndonos de los efectos del acoso escolar, y de la adicción a las pantallas y al porno con los niños y las niñas, pero por alguna razón, la mayoría de las madres y los padres siguen aún en la hinopia. Seguimos dandole moviles a los niños sin pensar en las consecuencias: es como si les dieramos una bomba y no les enseñaramos a manejarla para que no les explote en la cara.

Muchos se sienten culpables porque no tienen apenas tiempo para la crianza y la educación de sus crías, y lo dejan todo en manos de las pantallas. Saben lo perjudicial que resultan las pantallas, pero no saben cómo poner límite a unos niños y niñas sedientos de dopamina, y tampoco tienen herramientas para ayudarles a desmontar los mitos de los contenidos que consumen, y a tomar conciencia de la ideología que subyace a los relatos.  

En Australia acaban de prohibir el uso de redes sociales a menores de 16 años, y en otros países están empezando a tomar medidas para proteger la salud mental y emocional de la población infantil y adolescente, pero aún son insuficientes. 

Los y las expertas recomiendan hablar mucho con nuestros hijos e hijas, pero lo cierto es que la gran mayoría no tienen herramientas para hablarles de la misoginia y la violencia, ni de la manipulación que sufren en redes sociales. En las aulas aún no se enseña a ejercer el pensamiento crítico ni a detectar los principales mecanismos de manipulación que usan los medios y las redes sociales: apenas tenemos sistemas de defensa para protegernos y para proteger a nuestros hijos e hijas. 

Necesitamos que la población tome conciencia, que los gobiernos tomen medidas, y que tanto medios de comunicación, como instituciones educativas e industrias culturales sean capaces de ofrecer las herramientas para que la población pueda identificar los mecanismos de manipulación y aprendan a cuestionar los mensajes con los que les bombardean a diario por tierra, mar y aire. 

En las aulas necesitamos coeducación, y proyectos educastivos basados en la Ética del Amor, la Filosofía de los Cuidados, y el feminismo, para que nuestros hijos aprendan a ser buenas personas y puedan liberarse del miedo y el odio contra las mujeres. 

Sólo desde una perspectiva ética los creadores y productores de cultura podrán plantearse qué tipo de valores están transmitiendo en sus producciones, y a quién beneficia la ideología que utilizan para enganchar a la población a sus creaciones. 

Pero lo primero de todo es que tomemos conciencia del grave problema que tenemos, y asumamos que en estos momentos, la adicción está dañando a la población infantil y juvenil, y los contenidos que nos están ofreciendo sirven para perpetuar la violencia, el machismo, el racismo, el capacitismo, la xenofobia, la homofobia, y demás enfermedades de transmisión social. 

Y desde ahí, podremos empezar a exigir a los gobiernos que implementen políticas públicas que sirvan para ayudar a las familias a manejar la tecnología y a contrarrestar los discursos de la derecha y la extrema derecha. 

Coral Herrera Gómez


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10 de diciembre de 2024

Da el paso acompañada: con amigas es más fácil




Si crees que tu pareja puede reaccionar mal o muy mal si le dejas, queda con él en un sitio público con gente, a la luz del día, y convoca a tus amigas y amigos para que estén cerca, por si tu pareja se pone agresiva. Si necesitas quedar con él para que te dé tus cosas, o si tienes que hacer una mudanza, nunca lo hagas sola, pide acompañamiento a tu gente querida. Si después de la ruptura crees que puede intentar hacerte daño, deja que te acompañen tus amigas y avisa a toda la gente que puedas para que él sepa que no estás sola. 

Las mujeres que reciben cuidados y protección de su comunidad tienen más probabilidades de salir de una relación violenta, pero para las que viven en otro pueblo, otra ciudad u otro país es más difícil, porque cuando no tienes redes eres más dependiente y te sientes más vulnerable. 

Si no tienes gente querida que te ayude a salir (a menudo es un proceso que dura semanas o meses), pide ayuda a profesionales de los servicios sociales y de la salud mental, o a las asociaciones y colectivas de mujeres más cercanas. Muchas médicas y doctoras de familia ya tienen la formación para ayudarnos a todas en los centros de salud.

También tus vecinas y compañeras de estudio y de trabajo pueden ayudarte: sean o no feministas, hay muchas mujeres sororarias en el mundo. Las mujeres desde siempre nos hemos ayudado entre todas, porque llevamos milenios sufriendo, resistiendo y haciendo frente a la violencia en todas sus formas. 

Entre todas nos escuchamos, nos cuidamos y nos arropamos: todas sabemos lo difícil que es tomar conciencia de lo que nos está pasando, lo mucho que nos cuesta después hablar de ello, y la odisea que supone dar el paso hacia la liberación. 

Sabemos respetar los tiempos de cada una y acompañar todo el proceso de una forma amorosa. 

Sabemos, también, celebrar las liberaciones de cada una de nosotras, y acompañarnos en el camino hacia una nueva vida.


No lo hagas sola, déjate acompañar: solas no siempre podemos, pero con amigas, compañeras y vecinas sí que se puede.


Coral Herrera Gómez 


9 de noviembre de 2023

¿Tú tampoco soportas la violencia? Bienvenida al club


Igual que otras personas sufren intolerancia al gluten o a la lactosa, yo sufro de intolerancia a la violencia. Me he pasado la vida disimulando, antes me daba vergüenza y no podía ponerle nombre, pero ahora que sé lo que es, puedo hablar de ello. 


La cosa empezó en mi más tierna infancia. En casa ni mi hermana ni yo sufrimos exposición a la violencia, así que nunca nos acostumbramos a ella. En el colegio no podia soportar las peleas, y mientras todos miraban fascinados y animaban a uno de los contrincantes, yo siempre iba corriendo a avisar a las profesoras que estaban en el patio de guardia para que los separasen. No soportaba cuando le decían a Ricardo que se quitara las gafas porque le iban a partir la cara. Me las daba para que yo se las cuidara mientras le ponían hasta arriba de hostias. Me parecía tan humillante, y cuando quería ponerme en medio me apartaban de un empujón. No soportaba ver a niñas y niños torturando animales, yo sufría hasta cuando pisoteaban las hormigas, o cazaban cangrejos en el mar y los torturaban hasta la muerte.


A los 11 años mi abuelo, que quería inculcarnos "el amor por los toros" y nos llevó a una corrida en la plaza del pueblo. Fue una auténtica tortura tener que ver una tortura sin poder hacer nada, sentí mucho dolor e impotencia viendo a la gente reírse y aplaudir al asesino. No volví jamás a pisar una plaza de toros y me convertí en antitaurina para siempre.


Ya más mayor, recuerdo la época en la que mis amigas les dio por hacer sesiones de pelis de terror en casa de una de ellas, y yo nunca iba. No podía soportar los descuartizamientos y las torturas. 


Tampoco podía soportar el porno, ver mujeres a cuatro patas siendo escupidas, azotadas y violadas por cinco hombres a la vez me ponía mala.


Cuando me quedé embarazada mi intolerancia aumentó. Me costaba mucho ver telediarios, dejé de ver películas de ciencia ficción y futuristas porque todas tienen batallas y escenas de guerra. También deje de ver series de televisión y nunca he podido soportar los vídeos que se pusieron de moda cuando empezó Internet con niños golpeando a otros niños, o niños sufriendo accidentes que se editaban con risas enlatadas. 


Mi hijo ya es plenamente consciente de mi intolerancia: un día en casa de un amigo agarró una pistola de juguete y le apuntó a su amigo a la cabeza. Cuando aparecí por la puerta y me quedé boquiabierta me dijo: "es una pistola de amor, mamá, mira, cuando disparo es una burbuja de amor que le envuelve así" 


Yo me eché a reír, porque me di cuenta de que Gael ya había tomado conciencia de mi rechazo absoluto a las armas, tanto las de verdad como las de juguete.


No es fácil ser tan intolerante en un mundo que ha normalizado la violencia hasta el punto de no percibirla. Soy consciente de que mi intolerancia afecta al proceso de socialización de mi hijo. La mayor parte de los amigos y amigas de Gael sufren exposición a la violencia en sus hogares: sus padres les dan pantallas en las que tienen total libertad para ver todo tipo de películas y videos, y tienen acceso libre y sin restricciones a los buscadores de Google y YouTube. Son niños que ya están viendo porno o van a empezar muy pronto a verlo, y que pasan miles de horas jugando a matar y aniquilar enemigos. Son niños y niñas que no pueden comer chocolate ni azúcar a diario, pero si pueden consumir violencia en todos sus formatos, y a todas horas. 


Cuando estamos en un cumpleaños infantil y algún adulto le da una pantalla a alguno de los niños, todos los niños dejan de jugar y se pegan a ella. Así que yo le digo a Gael que nos tenemos que ir ya. Mi hijo protesta, pero como soy tan intolerante, soy inflexible con este tema. Cuando vamos a casa de niños o niñas que tienen videojuegos, le digo al padre o a la madre que Gael no soporta la violencia y que solo puede jugar a videojuegos de construcción. Cómo si fuera un defecto del niño, o como si fuera una alergia alimentaria. Los padres me miran como si fuera una marciana. 


En casa de mis amigos y amigas, como ya me conocen, les explican a sus hijos que si quieren ver una peli tiene que ser apta para la edad de Gael. Lo tratan como una excentricidad más de mi personalidad. 


Pero con los que no son mis amigos, me imagino que no me será fácil lidiar con el tema cuando Gael me pida quedarse en casa a dormir con niños o niñas expuestas a la violencia, o cuando nos pida que le compremos una consola de videojuegos, o cuando sus compas le hablen de películas que ven, y de los vídeos porno que encuentran. 

Sé que no va a ser fácil porque la mayoría de los niños sienten una fascinación brutal por las escenas de violencia, entre hombres y de hombres contra mujeres, animales e infancia, hasta que la normalizan y se insensibilizan completamente a ella. Y como además en todos los espacios públicos hay pantallas donde se muestran escenas violentas, pues más difícil todavía. Sin más lejos, los trailers de publicidad que ponen antes de las películas infantiles en los cines. 


Pero yo siento que mi deber como madre es garantizar el derecho de mi hijo a vivir una infancia libre de la exposición a la violencia. 


Mi intolerancia no tiene cura y va aumentando con el tiempo. Lo mismo que no soporto la violencia física y sexual, ni el maltrato animal, tampoco soporto la violencia psicológica y emocional. Cuando una persona adulta comienza a humillar a un niño o una niña usando bromas crueles para que los demás adultos se rían, me pongo mala.

También me pongo fatal cuando veo las batallas en las redes sociales, los linchamientos y las humillaciones públicas, las cancelaciones a mujeres. Me duele en el alma cuando las compañeras no pueden más y deciden que se van de las redes. También me duele cuando me toca a mí: me pongo a temblar cuando los haters posan sus ojos sobre mí y se lanzan a matar. 


También me hace sufrir mucho la violencia contra la población por parte de los gobernantes. Me da muchísima rabia que ejerzan tanta violencia contra las personas mayores en la residencia, y contra las niñas y niños, porque son los más vulnerables. Me siento fatal cuando veo como destrozan nuestro patrimonio para entregárselo a sus amigos. Me retuerzo del dolor cuando veo que las leyes de mi país permiten llegar al gobierno a cualquier psicópata, y cuando compruebo que nuestras democracias no pueden defendernos de la gentuza que usa nuestro dinero para hacer más ricos a los ricos, y que atentan contra nuestros derechos fundamentales con una impunidad total. 


La pobreza es violencia. 

La exclusión social es violencia. La falta de derechos humanos es violencia. 

Los desahucios son violencia.

Las listas de espera son violencia.

La ratio en las aulas y en los centros médicos son violencia.


Para mí es intolerable que una persona enferma tenga cita para el especialista dentro de un año. No comprendo cómo los políticos que destrozan la Seguridad Social no están en la cárcel. Atentan contra nuestros tesoros más preciados, Sanidad y Educación, maltratan a personal sanitario y docente, destrozan nuestros templos más sagrados (escuelas y hospitales), y no van a la cárcel porque la ley les permite ejercer toda su violencia sin consecuencias penales. 


Debido a mi intolerancia, alergia o hipersensibilidad no puedo ver películas ni series, pero sí veo telediarios. Aunque me sienten tan mal y me duela todo el cuerpo, no puedo mirar para otro lado mientras vemos un Genocidio en directo. No puedo mirar para otro lado, porque estoy viviendo la Historia del tiempo presente, y hay dos millones de personas palestinas sufriendo un exterminio. Cuando estaba sucediendo el Holocausto, millones de alemanes no olían las cremaciones, no escuchaban, no veían los campos de concentración. Pero ahora todos y todas podemos verlo en directo. Y yo quisiera no tener que verlo, pero es mi deber saber qué está pasando en el mundo.


No puedo mirar para otro lado.


Lo único que me calma el dolor es ver los vídeos y las fotos de las manifestaciones que están teniendo lugar en todos los pueblos y ciudades del mundo. Veo a millones de personas en las calles pidiendo a los gobiernos que paren la violencia, y no me siento tan rara ni tan sola.


También me ayuda mucho pensar que soy muy afortunada por poder hacer pedagogía aquí, en mis redes, en mis libros, y en todas las charlas y formaciones que doy. Ayudo a la gente a tomar conciencia dando a conocer las cifras sobre los efectos de las pantallas en los cerebros de los niños y las niñas, del retraso cognitivo que provoca la sobrexposición, de la cantidad de niños adictos al porno, del aumento de las violaciones en manada, las cifras de abuso sexual infantil, de femicidios, de violencia machista.

Una vez que entienden la estructura de abuso y violencia en la que nos relacionamos, empiezo a hablarles de otras formas de divertirnos que no impliquen sufrimiento, otras formas de relacionarnos y de resolver los problemas, y les hablo de la cultura de la no violencia. 

Para mí es clave que todos y todas aprendamos a tomar conciencia no solo de las violencias que sufrimos, sino también de las que ejercemos.

Yo me trabajo las mías, porque si quiero un mundo sin violencia, tengo que empezar por mi misma. Y lo mismo que no tolero la violencia de los demás, trabajo para no tolerar tampoco la mía.

No hay fórmulas mágicas: se trata de hacer un trabajo personal continuo para ser mejor persona. Se trata de no consumir los productos culturales que exaltan al macho violento, y hacer boicot a las industrias que se dedican a normalizar y romantizar la violencia. 

Se trata de educar a las nuevas generaciones para que no se acostumbren a ella. 

Se trata de reivindicar nuestro derecho a vivir una vida sin explotación, abuso, violencia y sufrimiento, y de exigirle a los gobiernos que queremos vivir en paz, que es un derecho humano fundamental.


Yo sé que no estoy sola, que muchas y muchos de los que me leéis pensáis igual que yo, y que cada cual está tomando conciencia y ayudando a los demás a tomar conciencia de lo importante que es trabajar la violencia, a nivel personal y a nivel colectivo, para que todas y todos podamos vivir en un mundo mejor.


Y os agradezco mucho la compañía, de veras. 


Coral Herrera Gómez 


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