7 de abril de 2024

Todas sueñan con una vida mejor: Mujeres que sufren pobreza y precariedad



Estos son algunos de los mitos sobre las mujeres que sufren pobreza y precariedad que circulan por nuestro imaginario colectivo: 

👉🏽 Las mujeres pobres son pobres porque quieren: no se esfuerzan por salir de la pobreza.

👉🏽 Las mujeres pobres son vagas y no estudian, se conforman con trabajos precarios y mal pagados. Ellas son felices viviendo en condiciones de miseria, no necesitan mucho para vivir.

👉🏽 Las mujeres pobres tienen muchos hijos porque son unas ignorantes y no saben que cuantos más hijos tengan, más pobres son.

👉🏽 Las mujeres pobres son felices sirviendo y viviendo con una familia rica, no echan de menos a sus compañeros, ni a sus hijas e hijos, ni a su madre, ni a sus hermanas y hermanos. No necesitan ver a su gente más que una o dos veces al mes, el resto del tiempo son felices cuidando a los hijos de una mujer rica en lugar de a los suyos propios.

👉🏽 Las mujeres pobres que se dedican a la prostitución lo hacen porque les gusta tener sexo con desconocidos, porque poner el cuerpo al servicio del patriarcado empodera mucho, y porque ganan más que fregando escaleras. 

👉🏽 Las mujeres pobres son felices ayudando a personas desconocidas con dinero a cumplir su sueño de ser madres o padres, y son generosas porque donan sus úteros y sus bebés a quienes más lo necesitan. 

👉🏽 Todas las mujeres pobres tienen vocación de servicio, son humildes y complacientes, y viven felices con lo poco que tienen.


Estos mitos nos sirven para limpiar nuestra conciencia, y para que podamos seguir aprovechándonos de la explotación emocional, doméstica, laboral, sexual y reproductiva de las mujeres empobrecidas.

Y como siempre, los mitos se desmontan con datos y estadísticas. La realidad es que las mujeres pobres y precarias no son perezosas ni vagas: trabajan el doble o el triple que el resto de los trabajadores y trabajadoras en todo el mundo. 

Las mujeres que sufren pobreza y precariedad son las que sostienen todo nuestro sistema económico trabajando gratis o a cambio de salarios que no les permiten salir de donde están. 

Y son los seres humanos que menos tiempo libre tienen. 

Esto no te lo cuentan los prestigiosos economistas en los medios ni en las aulas, pero la realidad es que el capitalismo no podría sobrevivir sin las mujeres que trabajan gratis toneladas de horas cada año. 


¿Te imaginas el dinero que tendrían que gastarse los hombres si no tuvieran sirvientas que lo hacen gratis? 

Las mujeres pobres son las que cuidan a los trabajadores, las que les alimentan y les proporcionan ropa limpia para ir a la fábrica, a la mina, al huerto o a la oficina. Ellas son las que se encargan de cuidarlos cuando enferman, y las que les proporcionan un hogar limpio y confortable. 

Hasta el hombre más pobre del planeta tiene una criada que trabaja gratis para él las 24 horas, los 365 días al año. Sin días de descanso, sin permiso por enfermedad, sin vacaciones, sin cotizar, trabajan hasta el final de sus días para ellos. 




Además, ellas son las que dan a luz a los nuevos trabajadores y trabajadoras, las que les cuidan, les crían y les educan, las que les preparan para integrarse en la sociedad y para ser productivos y productivas.

Además de trabajar en el hogar para toda su familia, también trabajan fuera de casa a cambio de salarios de miseria. Sus trabajos son los más duros, los peor reconocidos, los menos valorados, y los que tienen los salarios más bajos. 

Las más pobres de todas son las madres que están criando solas. Los hombres siguen abandonando a sus criaturas en todo el mundo: ni asumen sus responsabilidades económicas ni la emocionales, ni las de cuidados. Las mujeres jefas de hogares monomarentales son las personas más pobres del planeta. 

No solo en Asía, Africa, y América del Sur. Madres sin pareja hay en todos los continentes y países, también en Europa, Australia y América del Norte. Son miles de millones de mujeres que no solo tienen que trabajar fuera y dentro de casa, también tienen que ejercer de madres y padres a la vez. 

Las mujeres que sufren pobreza limpian nuestra mierda y cuidan a nuestros seres más queridos: su trabajo es esencial. 

Sin ellas no podríamos ir a trabajar.

La única solución para acabar con el abuso, el sufrimiento y la violencia que sufren es acabar con la pobreza y colectivizar los cuidados. Todos y todas deberíamos trabajar cuatro horas fuera y cuatro dentro de casa. Hoy por hoy la conciliación es solo un mito.

Muchas de las mujeres que emigran no tienen papeles, no tienen contratos formales, y por lo tanto no tienen ningún tipo de derechos fundamentales ni derechos laborales, ni en la jornada en casa, ni en la jornada fuera de casa.

Los hombres las tratan a ellas igual que sus patrones les tratan a ellos. Flora Tristán afirmó que hay alguien más oprimido que el obrero, y es la mujer del obrero, que sufren doble explotación y además sufre acoso sexual y violencia sexual en el trabajo, lo mismo de compañeros que de superiores. 

Cuando los obreros y los campesinos salen a la calle a pedir libertad y a defender sus derechos humanos, se refieren siempre a los derechos de los hombres, no de los hombres y las mujeres. 

Es una gran injusticia porque en la mayor parte de las revueltas y las revoluciones campesinas y obreras de la Historia, los hombres han tenido el apoyo de las mujeres. 

Pero nunca sucede al revés. 

Los hombres poseen la gran mayoría de las tierras del planeta, los medios de producción y de comunicación, los bancos, las empresas y los puestos de poder político y económico. Son los reyes de los hogares.

El mundo es de los hombres, y las mujeres pobres son las que están al final de la pirámide social, las que ocupan la base que sostiene a todos los demás. 

Antes los poderosos las usaban como esclavas, y les robaban a sus bebés. Ahora les dan unas monedas a cambio. No solo son mano de obra para los hombres, también son mercancía: a las mujeres pobres las tratan como a los animales: las compran, las venden, las alquilan, y comercian con sus óvulos, úteros, y vaginas. 

Los hombres hacen negocios con sus bebés y con su leche materna, y hasta celebran ferias con hembras humanas para que las parejas elijan a la madre. Primero les agradecen el sacrificio que están haciendo para que ellos cumplan sus sueños, luego les quitan la palabra (las madres son las compradoras, ellas solo son “personas gestantes”). 

Les quitan sus derechos durante el embarazo, y luego les quitan a sus bebés, y por último las borran para que parezca que nunca han existido. El alquiler de mujeres y la compra venta de bebés es un mercado en expansión, que va en aumento conforme aumenta la infertilidad en hombres y mujeres.

De la explotación de mujeres no solo se benefician los hombres: también las mujeres ricas, que imitan a los hombres y se liberan de las tareas de cuidados, de los embarazos y los partos. 

El feminismo quiere acabar con la explotación, mientras el capitalismo quiere regular la explotación para que no parezca tan monstruosa e inhumana. Las voces del régimen neoliberal nos dicen que los demás trabajadores también sufren explotación, y que es mejor que lo hagan legalmente y con controles sanitarios y de seguridad, y no les gusta que les digas que las leyes deben erradicar todo tipo de explotación y también deben combatir la pobreza. 

Lo que quieren es que creas que la pobreza es inevitable y que hay mujeres a las que les gusta dedicarse a ello.

Y nos ofrecen los testimonios de mujeres que sostienen el mito de la puta feliz, qué elige a sus clientes y se pone sus horarios y cobra un pastizal. Da igual que les digas que el 90% de las mujeres en situación de prostitución no querrían estar ahí y no pueden salir porque son pobres.

En los países en los que la explotación es legal, a las mujeres pobres las exhiben en escaparates y en locales donde hay ofertas de dos por una, y días de barra libre en los que por alquilar una mujer te regalan salchichas y cerveza.

Y es que es en los cuerpos de las mujeres pobres donde se libra la gran batalla: el neoliberalismo trata de convencernos de que esos cuerpos pueden ayudarles a salir de la pobreza si ponen sus vidas al servicio del capitalismo y el patriarcado. Pero los únicos que salen de la pobreza con los cuerpos de mujeres son los hombres, los puteros, los proxenetas, los dueños de la industria del porno, de las clínicas reproductivas, y de la industria de la belleza femenina. Todos son hombres.

Dentro de las mujeres pobres, que son millones en el mundo, hay también jerarquías: cuanto más oscura es su piel, más explotación y violencia sufren. Las mujeres inmigrantes, las mujeres indígenas, las mujeres afrodescendientes, las mujeres con discapacidad, las mujeres lesbianas y las mujeres adultas mayores son las más vulnerables del mundo. 

Porque ellas no solo tienen que soportar la codicia, la maldad y la crueldad de los empresarios y empresarias, como sus padres y maridos. Además tienen que aguantar el abuso de sus maridos, jefes, chulos, proxenetas y puteros. 

La mayoría de las mujeres pobres tienen dos jefes, uno en casa y otro fuera de casa. Los jefes las violan y las despiden cuando se quedan embarazadas, los jefes del hogar las someten a una vida de servidumbre. 

La gran mayoría de las mujeres pobres no puede estudiar ni puede elegir trabajo, ni puede divorciarse, ni pueden escapar de la explotación doméstica, están atrapadas en sus hogares, y muchas viven confinadas en ellos. 

Las mujeres más precarias del planeta huyen de las hambrunas en sus países de origen. Huyen del abuso sexual infantil, del maltrato, de la sequía, de los desastres naturales, de la pobreza y de las guerras. Las mujeres más pobres del mundo tienen que atravesar varias fronteras y sufren todo tipo de violencias en el camino, pero también al llegar al país de destino.

¿Que las espera en los países desarrollados? Más violencia, más abuso y más explotación: sirven en casas de ricos sin contrato ni seguridad social, sirven en los campos de cultivo y en las fábricas, sirven en los burdeles que hay en todas las carreteras de todos los países. 

Ellas son el botín de guerra, ellas son las que sufren violaciones masivas por parte del bando enemigo, ellas son las que pierden a sus hijos en el frente, ellas son las que pierden la vida en el mar y en la montaña tratando de llegar al primer mundo. 

Cuando denuncian la violencia que sufren, la sociedad se pregunta por qué no huyen de sus hogares, y por qué no buscan otros trabajos mejor pagados, pero a la vez todo el mundo está de acuerdo en que alguien tiene que limpiar la mierda del mundo, y alguien tiene que encargarse de la servidumbre sexual de los hombres, y alguien tiene que cuidar a los bebés y a las personas mayores de la familia para que las mujeres de clase media puedan trabajar. 

Por eso cuando se habla de una renta básica universal para todas, los defensores y defensoras de la alianza criminal entre el capitalismo y el patriarcado ponen el grito en el cielo o se ríen despectivamente para que a todo el mundo le suene a utopía y a disparate. 

Saben que las mujeres con ingresos dignos garantizados no aceptarían servir en ninguna casa ni en ningún burdel a cambio de unas monedas. Ninguna vendería a su bebé si pudiera alimentar a todos sus hijos e hijas.

Por eso no quieren acabar con la pobreza. Se lucran con la necesidad de las mujeres más vulnerables. 

El mercado de los cuerpos de las mujeres es uno de los más importantes del mundo, junto con la industria farmacéutica, las armas y las drogas. Miles de traficantes viven de la trata de personas, que se nutre de mujeres pobres que son engañadas o forzadas a trabajar para ellos durante años hasta que queden destrozadas. 

Las mujeres pobres que sufren explotación doméstica, sexual y reproductiva consumen alcohol y drogas, con y sin receta, para soportar el agotamiento y la violencia de un sistema injusto: cuanto más anestesiadas y empastilladas están, menos energía tienen para organizarse y para luchar por sus derechos. 

Además para ellas se fabrica el veneno del romanticismo, porque sigue siendo muy útil para encerrarlas en la cárcel del matrimonio y que trabajen gratis toda su vida para los hombres de su familia. Esos hombres que reciben cuidados sin darlos.

¿Quien cuida a las cuidadoras? 

Nadie. 

Las mujeres cuidadoras se cuidan y se apoyan entre ellas. Cuidan a sus padres, madres, hermanos y hermanas pequeñas, cuidan a sus abuelas y abuelos, a sus maridos, a sus hijas y nietas, cuidan a los suegros y suegras, a los familiares con discapacidad, con enfermedades o víctimas de accidentes. Cuidan a las mascotas, a los animales domésticos, a las plantas y al jardín, pero nadie las cuida a ellas cuando enferman ni cuando envejecen. 

Muchas no se jubilan jamás, y trabajan hasta el último día de sus vidas. Son imprescindibles para sus familias, pero cuando caen por enfermedad o muerte se buscan sustitutas que las reemplazan a ellas. No hay reciprocidad en las relaciones, excepto cuando tienen a su alrededor redes de apoyo mutuo con otras mujeres. 

Las mujeres que sufren la exclusión social y la precariedad no son más altruistas ni más generosas que las demás: lo primero es su supervivencia y poder dar de comer a sus criaturas. Y hacen lo que sea por conseguirlo, y hay mucha gente que se aprovecha. 

Las mujeres en situación de pobreza no tienen derechos humanos . Y no tienen libertad para elegir qué vida querrían tener porque están sosteniendo un sistema económico injusto y cruel. 

Un sistema que les quita el tiempo, la energía, los hijos y las hijas. Un sistema que les roba sus cuerpos para que los hombres hagan negocio, un sistema que les excluye socialmente y les condena a la marginalidad.

Los ricos viven muy bien porque les roban su energía y su tiempo de vida para poder ganar más dinero y más tiempo. Y se asume como algo natural: los pobres como son vagos tienen que conformarse con los trabajos más duros y tienen que ponerse al servicio de los que mandan. 

Y las pobres que quieran más dinero, que usen sus cuerpos y los pongan al servicio de los hombres y de las mujeres ricas.

Todo el mundo sabe que si un día ellas parasen y dejasen de cuidar y servir, la economía colapsaría. Sin esclavas no es posible la acumulación y el acaparamiento de la riqueza que llevan a cabo unas pocas familias en el mundo.

Su trabajo es esencial y por eso es el peor pagado, y para que ellas se sometan es fundamental que interioricen los mitos del patriarcado y asuman su inferioridad: soy pobre porque quiero, no valgo para nada, no genero riqueza, mi papel es irrelevante, no aporto nada a la sociedad. 

Cuanto más baja es su autoestima, más manipulables son. El poder les ofrece espejismos para que se entretengan: relatos donde el amor de los hombres salva a las mujeres de la pobreza y las convierte en princesas. Cuando entran en el palacio y se dan cuenta de que su papel no es el de la reina sino el de la sirvienta, ya es demasiado tarde. 

Los hombres se aprovechan de la dependencia económica y  emocional de las mujeres, y de su rol de sirvientas, para vivir como reyes. Ellos tienen varias mujeres, pero a ellas no les permiten tener mas parejas. Tienen privilegios que usan para explotar emocionalmente a las mujeres, y abusan más cuanto más pobreza y necesidad sufren ellas.

Estos cuentos funcionan porque contienen la promesa de la salvación, pero son una trampa. Porque sirven para mantener a las mujeres con esperanza: todas sueñan con una vida mejor.

 Y como muchas de ellas han sufrido abusos y violencia en su infancia, van buscando en un hombre el amor que nunca recibieron. 

Cuando las mujeres más pobres del planeta se juntan en grupos, es cuando se dan cuenta de que no es que ellas hayan tenido mala suerte en la vida, es que el mundo se sostiene entero con su trabajo gratis o precario. Y comprenden que el dinero está muy mal repartido y que son una inmensa mayoría, entonces toman conciencia del poder que tendrían si se organizaran para luchar por su libertad y sus derechos. 

Cuando se organizan, las machacan, las invisibilizan, las ridiculizan, las usan para la foto, y revientan sus movimientos sociales desde dentro y desde fuera. 

Porque si ellas dejaran de poner el cuerpo y dejaran de trabajar para los hombres, si dejaran de limpiar nuestras casas y de cuidar a nuestra familia, los demás no podríamos hacer nada. 

Su poder es inmenso, pero los poderosos nos hacen creer que ellas no valen nada. Que son objetos de usar y tirar, que se merecen un castigo por ser pobres, que ellas son felices sirviendo a los demás. Y que la pobreza es inevitable.

Por eso es tan importante derribar los mitos que perpetúan el sistema: la pobreza se puede combatir con una Renta Básica Universal, podemos dejar de derrochar dinero en armamento y en religiones, podemos construir otro tipo de sociedad libre de servidumbre. 

El feminismo lleva siglos reivindicando el derecho de todas las mujeres a disfrutar de una Buena Vida, y rompiendo con el mito de que las mujeres son pobres porque quieren: todas, absolutamente todas sueñan con una vida mejor. 


Coral Herrera Gómez 



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