11 de junio de 2010

¿Es revolucionario el Amor Romántico?




¿Es revolucionario el amor romántico?

No hay nada más excitante y pasional que los amores imposibles y los amores prohibidos. Los occidentales vivimos oleadas de invasión romántica como si fueran tsunamis emocionales que trastocan nuestra vida entera. Así, el amor se compara con los hechizos, las borracheras que anulan nuestra sensatez, las enajenaciones transitorias que traicionan nuestra ideología, la fuerza poderosa que anula nuestros principios más sólidos.

El amor romántico rompe familias, destroza parejas, altera el orden social y arrasa nuestras certezas sobre como deberían ser las cosas o como nos gustaría que fuesen. Por eso tiene un potencial revolucionario: idealizamos el amor romántico como un proceso que nos sirve para romper con cadenas que nos aprisionan, y para alcanzar la felicidad eterna.

Y es cierto que la fuerza arrasadora del amor romántico es profundamente transgresora porque, cuando estalla en intensidades incontroladas, perturba seriamente nuestros estados de ánimo y rompe, a menudo, con las estructuras morales, sociales y políticas, y desafía a todas las religiones, porque no entiende de normas que lo frenen en su goce.  
El amor revoluciona nuestra vida cotidiana: de pronto alguien entra en nuestra vida y pone patas arriba nuestra realidad: son muchos los que lo dejan todo y se cruzan medio mundo por amor. Nuestra rutina y horarios, lugares, ritmos y costumbres son alterados por nuestros sentimientos, a menudo contradictorios y casi siempre intensos.



Y es que no es fácil ni frecuente enamorarse locamente, por eso es un suceso extraordinario que nos atrae irremediablemente, sean cuales sean las consecuencias. Un enamorado arrebatado es capaz casi de cualquier cosa por su amor, pasando a menudo por encima de sus prejuicios, creencias, costumbres, manías, y normas. Enamorarse fuera del matrimonio, por ejemplo, le sucede incluso a gente que cree firmemente en el matrimonio y permanece fiel muchos años. Les pasa a los que ponen el grito en el cielo frente al adulterio. Les pasa a muchos y a muchas: las cifras demuestran que no somos seres excesivamente monogámicos y que nos gusta lo prohibido.


Coincio con Marcuse (1955) en la idea de que el fin de la represión instintiva, y la liberación sexual humana no supondrían el final de la civilización. Para Marcuse la liberación de la represión humana sería tal que permitiría la gratificación, sin dolor, de las necesidades, y la dominación ya no impediría sistemáticamente tal gratificación. La liberación de Eros podría crear nuevas y durables relaciones de trabajo; el mundo no se acabaría y los seres humanos no nos destruiríamos los unos a los otros. Marcuse añade un  nuevo término para explicar este proceso: la autosublimación de la sexualidad: “El término implica que la sexualidad puede, bajo condiciones específicas, crear relaciones humanas altamente civilizadas sin estar sujeta a la organización represiva que la civilización establecida ha impuesto sobre el instinto”.


Otros autores como Charles Fourier hablaron a mediados del siglo XIX del amor como motor social, es decir, como clave del proceso revolucionario. Para este socialista utópico la verdadera libertad sólo podía alcanzarse sin amos, sin el  trabajo y sin la supresión de las pasiones; que es  destructiva para el individuo y para la sociedad en su conjunto. Antes de la invención de la palabra homosexual, Fourier reconocía que tanto hombres como mujeres tenían un amplio espectro de necesidades y preferencias sexuales que podían cambiar a lo largo de la vida, incluyendo la sexualidad entre personas del mismo sexo y la androgénité. Defendía que todas las expresiones sexuales deberían ser disfrutadas, mientras no se abusara de las personas, y que «afirmar las propias diferencias» de hecho podía mejorar la integración social. Creía en la bisexualidad como una condición natural del ser humano, y en la necesidad de la igualdad de hombres y mujeres para tener relaciones bonitas, equilibradas y abiertas a la colectividad. Este filósofo francés acuñó el concepto de  amor libre como sistema amoroso contrario al orden patriarcal e ideal para las mujeres; era un hombre que criticaba el individualismo y creía profundamente en la sociabilidad natural del homo sapiens. Defendía que las relaciones sexuales y afectivas libres podían hacer de esta sociedad un mundo más amable, más solidario y cooperativo, y por supuesto, más pacífico. 


Ejemplos de la rebeldía del amor romántico son la doncella que se niega a casarse con el marido asignado por su padre, la esposa enamorada de su masajista (alguien más joven y de nivel económico inferior, pongamos por ejemplo), el árabe enamorado del israelí, la adolescente enamorada de su profesor, el padre de familia numerosa de la mejor amiga de su compañera, la mujer blanca de la mujer negra, el abogado enamorado de su compañero de trabajo...

La historia de la Humanidad está plagada de amores prohibidos por diversos motivos; en el caso de Julieta y Romeo, por ejemplo, su amor desafía al orden patriarcal, que les impide vivir su amor con plenitud. La afrenta de los Capuleto y los Montesco es el obstáculo ideal para encender la llama de la pasión de estos jovencitos que viven su libertad a través del amor y la muerte, burlandose así de la autoridad de los pater de familia. Lo mismo sucede en la Celestina; el amor de Melibea por Calisto es rebelde porque se empeña en no someterse a las órdenes que la obligaban a conservar su virginidad hasta que encontrasen un marido viejo y rico para ella, como era la costumbre entonces (y como sigue siendo en muchas partes del mundo).

Pese a la sumisión a la que se obliga a las mujeres que son consideradas objetos de la propiedad privada del padre primero, y del marido después, el amor femenino es una vía de liberación, porque muchas mujeres sumisas sienten, cuando les llega la flecha de Cupido que no pueden evitar desobedecer y sentir lo que sienten. Es entonces cuando se rebelan contra un sistema que no las considera sujetos autónomos con libre albedrío para tomar decisiones.

Normalmente las heroínas de los relatos son mujeres para las que el amor es un incentivo para la rebelión y se convierte en el leitmotiv de su lucha por la libertad. Por eso, son duramente castigadas por su atrevimiento, y son condenadas a la muerte, al ostracismo social o la pobreza. Sin embargo, a menudo se presenta como solución la boda: el matrimonio es la vía para lograr una independencia parcial o mejor, una dependencia voluntaria, es decir, no impuesta por el pater sino asumida gustosamente (gracias al colocón anfetamínico que provoca el buen sexo y el amor).

El amor, así, no entiende de orientaciones sexuales, religiones, de idiomas, de moral, de normas, de edad... aunque nosotros impongamos ciertas normas para controlar la libido. Freud y Marcuse plantearon que la base de nuestra civilización occidental está basada en la represión. Gracias a ella, supuestamente logramos convivir en paz, porque, según Freud, nadie puede ir por la vida cumpliendo todos sus deseos ni desarrollando todo su potencial erótico con alegría y sin problemas de ningún tipo.
Nos adaptamos en lo posible, para no desentonar con la sociedad, al modelo amoroso hegemónico: heterosexual, entre dos personas de aproximadamente similar edad y estatus socioecómico, con capacidad reproductiva y que practique la repartición patriarcal de roles. Fuera de este modelo estereotipado, las parejas interraciales, homosexuales, las parejas formadas por un menos de edad, os tríos, los intercambios de pareja y otras formas de amarse están invisibilizadas, a veces penalizadas y (casi) siempre al margen.

Y sin embargo, desde el principio de los tiempos la gente se ha enamorado y se ha relacionado con gente que no debía; porque el deseo se exacerba con la prohibición, los obstáculos, la imposibilidad. Porque nos atrae lo diferente, y porque resulta muy difícil reprimirse sin descanso, toda la vida. Porque, al parecer, Cupido dispara sus flechas aleatoriamente y la principal norma del juego es que no se puede elegir a la persona ideal. Si no que se lo pregunten a Ana, la Regenta, enamorada de un cura, a Emma Bovary, apasionada adúltera por aburrimiento, o a Ana Karenina.

Siguiendo con la idea de la represión sexual, Freud pensaba que si todos los miembros de la sociedad satisficieran sus instintos la civilización caería en el caos y la barbarie, ya que los humanos son agresivos por naturaleza y  dejándoles a su libre albedrío arrasarían, violarían y matarían a sus semejantes. Para el creador del psicoanálisis, la cultura es la lucha entre Eros y Tánatos, es decir, entre el instinto de vida y el instinto de destrucción. La evolución cultural por ello puede ser definida brevemente como la lucha de la especie humana por la vida: “El conflicto entre la civilización y la sexualidad es provocado por la circunstancia de que el amor sexual es una relación entre dos personas, en las que una tercera solo puede ser superflua o perturbadora, y en cambio la civilización está fundada en las relaciones entre grupos de personas más vastos”.



Otros autores como Charles Fourier hablaron a mediados del siglo XIX del amor como motor social, es decir, como clave del proceso revolucionario. Para este socialista utópico la verdadera libertad sólo podía alcanzarse sin amos, sin el  trabajo y sin la supresión de las pasiones; que es  destructiva para el individuo y para la sociedad en su conjunto. Creía en la bisexualidad como una condición natural del ser humano, y en la necesidad de la igualdad de hombres y mujeres para tener relaciones bonitas, equilibradas y abiertas a la colectividad. Este filósofo francés acuñó el concepto de  amor libre como sistema amoroso contrario al orden patriarcal e ideal para las mujeres; era un hombre que criticaba el individualismo y creía profundamente en la sociabilidad natural del homo sapiens. Defendía que las relaciones sexuales y afectivas libres podían hacer de esta sociedad un mundo más amable, más solidario y cooperativo, y por supuesto, más pacífico. 

Marx y Engels calificaron la teoría de Fourier como ingenua y utópica. Yo creo que para lograr la liberación del amor haría falta un cambio de mentalidad total y global; muchos años de adaptación para borrar de nuestros cuerpos, emociones y mentes el orden heterosexual, monogámico, adulto y reproductivo del patriarcado.
De momento, de vez en cuando, el amor revoluciona nuestras vidas y las de nuestros allegados cuando desafía la ley, las instituciones, la propiedad privada, la fidelidad, y por consiguiente,  provoca escándalo social.

En el siglo XX, el anarquismo libertario y el movimiento hippie estadounidense reivindicaron el amor libre y lo practicaron, en pequeñas comunas y en grandes colectividades como conicertos de rock, festivales y eventos pacifistas. La idea del amor como un motor revolucionario, como sucede por ejemplo con la rabia, que sirve para organizarse políticamente, es sumamente seductora porque supondría el fin de la represion y la extensión de nuestro amor mucho más allá de la pareja; que se presenta como una estructura cerrada y egoísta, centrada en sus propios problemas.

La verdadera revolución creo, consistiría en colectivizar el amor.

La expansión y apertura del amor a nuestros semejantes supondría amar a nuestra familia, nuestros amigos, compañer@s de trabajo, vecin@s del barrio, ciudadan@s sin distinciones de clase social, raza, género o religión; sería un amor expandido y trans, más allá de las etiquetas y de las prohibiciones. Un amor donde no habría engaños, traición, propiedad privada ni exclusividad. Tampoco existiría el adulterio, los celos, el maltrato, ni el asesinato, pues la envidia y el miedo estarían eliminados en un sistema donde la gente se relacionaría con transparencia, respeto y cariño. Y con pasión, que es lo más excitante.
























Coral Herrera Gómez




El amor romántico desde una perspectiva científica. ¿Por qué y para qué estudiar el amor?





La industria del amor romántico



Manifiesto de los Amores Queer




6 de junio de 2010

La utopía emocional del amor romántico


El amor romántico siempre se ha presentado como un fenómeno individual, que acontece en el interior de cada ser humano como un proceso mágico e inevitable. Esta trascendencia a la que nos elevamos los seres humanos cuando vivimos el presente de una forma tan intensa es lo que he denominado la utopía emocional de la posmodernidad. El amor transforma la vida entera de las personas cuando caemos enamorados (del inglés falling in love), pero nuestra forma de amar está construida social e históricamente. El amor también es una construcción cultural y simbólica que varía según las culturas y las épocas históricas.

En la posmodernidad el amor romántico se ha erigido en una nueva utopía de carácter emocional, una vez derrumbadas las utopías colectivas de carácter ideológico y político. El individualismo y la infantilización de la población han llevado a una despolitización y un vaciamiento del espacio social, con notables consecuencias para las democracias occidentales y para la vida de las personas. Una de ellas es la enfermedad del siglo XXI: la soledad, característica del modo de vida en las grandes urbes. En ellas las redes de cooperación y ayuda entre los grupos se han debilitado o han desaparecido. Ha aumentado el número de hogares monoparentales; la gente dispone de poco tiempo de ocio para crear redes sociales en la calle, y el anonimato es el modus vivendi de la ciudad. Un caldo de cultivo, pues, ideal para las uniones de dos en dos (a ser posible monogámicas y heterosexuales, si’l vous plait).

El amor constituye un dispositivo de control social, y además también posee una dimensión económica de gran envergadura cuyo correlato es el auge de las industrias nupciales: inmobiliarias, agencias de viajes, agencias de contactos, iglesia católica, hoteles, salones de boda, bufetes de abogados para tratar acuerdos pre y postmatrimoniales, gabinetes de psicólogos y en los que se trata el mal de amores, etc. El amor es, así, un mecanismo que encauza el estilo de vida consumista imperante en nuestras sociedades actuales. El amor tiene su propia oferta y demanda, y sus productos de usar y tirar; tod@s buscan a la persona ideal con la que establecer la relación perfecta. Este mercado sentimental constituye una especie de búsqueda compulsiva del Paraíso, edén emocional en el que las ansias de autorrealización y de felicidad se ven colmadas y satisfechas.

LAS PRINCESAS, LOS PRÍNCIPES Y LAS MEDIAS NARANJAS

Los mitos amorosos siguen impregnando el imaginario colectivo y se refuerzan aún más a través de las narraciones que circulan por el espacio social a diario: novelas, música (pop)ular, películas de cine, series de televisión, concursos televisivos, cuentos, spots publicitarios, obras teatrales, etc. En los medios de comunicación de masas siempre se habla de “tú y yo para siempre”, nunca de un “nosotros” que englobe a los grandes colectivos humanos. Las narraciones posmodernas, además, ofrecen una imagen idealizada del amor porque están plagadas de princesas rosas, príncipes azules, medias naranjas, o mitos románticos acerca del amor como algo puro, incorruptible y eterno. Estos mitos construyen el amor como una fuente de felicidad absoluta y de emociones compartidas que amortiguan la soledad a la que está condenado el ser humano; en pareja las personas se sienten al menos acompañadas. En un mundo tan competitivo e individualista como el nuestro, en el que los grupos humanos se encuentran hiperfragmentados en unidades familiares básicas, las personas encuentran en el amor romántico la forma de enfrentarse al mundo. El amor, es, en este sentido, un nexo que se establece con otra persona y gracias al cual podemos sentir que hay alguien que nos escucha, nos apoya incondicionalmente y lucha con nosotros contra los obstáculos de la vida.
El problema fundamental de esta cultura del amor mitificado es que no casa con la realidad, ya que las personas no somos perfectas, y las relaciones entre nosotros tampoco. La rutina, el egoísmo, la incomunicación, la convivencia, y otros muchos factores interrelacionados acaban con la magia del amor. Las grandes expectativas que ponemos en que alguien nos salve y nos colme la existencia por completo hacen que la gente se sienta frustrada o agobiada por la tremenda responsabilidad que deposita la otra persona en nosotros.
El amor es una potente fábrica de sueños imposibles y además es una forma moderna de trascendencia espiritual. Al enamorarnos, las potentes hormonas placenteras que se disparan en nuestros cuerpos hacen que la vida cobre una intensidad inusitada; que todo, el tiempo y el espacio, y nuestra concepción de la realidad, se trastoquen y adquieran nuevos colores y tonos. La gente al enamorarse siente las puertas del destino abiertas a multitud de posibilidades, y se sienten creativos, ilusionados ante un nuevo proyecto vital y amoroso.Bajo la máxima de que el amor todo lo puede somos capaces de realizar grandes gestas: buscar un trabajo mejor remunerado, enfrentarnos con valentía al jefe, cambiarnos de ciudad o país, enfrentarnos a nosotros mismos (nuestros miedos, defectos, debilidades…).

En definitiva, el amor es una especie de religión posmoderna colectiva que nos convierte en protagonistas de nuestra propia novela, que nos hace sentir especiales y que logra transportarnos a una dimensión sagrada, alejada de la gris cotidianidad de nuestra vida. Nos sirve, de algún modo, como un dispositivo para escapar de la realidad, una forma de evadirnos análoga a los deportes de riesgo, las drogas y la fiesta.

Enamorarnos es sentir que estamos vivos, es una forma de segregar adrenalina que, sin embargo, suele hacernos sufrir mucho cuando se acaba o nos abandonan. El amor es utópico porque su idealización es irrealizable, su intensidad no es para siempre, y además, como dijo Neruda, el amor es breve: dura más el olvido.


Coral Herrera Gómez. investigadora en Humanidades.

Este artículo fue publicado en Diagonal el día 24 de Julio.


Otros artículos de la autora: 


¿Qué es el Amor?




31 de mayo de 2010

Mujeres que se aman






Desde el principio de los tiempos las mujeres nos hemos amado entre nosotras; es un hecho que en nuestra cultura machista ha silenciado, invisibilizado y también castigado.  Son cientos de millones las mujeres lesbianas que han sido aisladas de su comunidad, insultadas, humilladas, torturadas, violadas, encarceladas o asesinadas solo por su orientación sexual y afectiva. 

Son muchas las que han tenido, y tienen aún que ocultar su lesbianismo para proteger su vida en países donde la homosexualidad se considera un pecado, una aberración, una enfermedad o un atentado contra la moral. La mayor parte de las religiones monoteístas son heterosexuales, sus dioses son heterosexuales, rechazan el placer, reniegan del cuerpo, dirigien la sexualidad hacia la reproducción como fin último y verdadero. Y ello ha condicionado enormemente la libertad y el bienestar de las mujeres que se aman durante siglos y siglos. 

Pero además, cualquier mujer que no se adapta a los cánones tradicionales de la feminidad (sumisión, fragilidad), es etiquetada como lesbiana, de modo que cualquier mujer empoderada, con iniciativa, que ejerce su derecho al libre albedrío y que rompe con las cadenas de su sujeción se considera que no solo es contestataria con el patriarcado, sino que se rebela ante los hombres, los rechaza e imita a la vez (hacen gala de su fuerza, su valentía, su inteligencia, características consideradas masculinas). 

 En el siglo XXI, en determinadas islas de posmodernidad y progresía, el lesbianismo comienza a despatologizarse, gracias principalmente a la lucha feminista y LGBTQ. La homosexualidad comienza a normalizarse, gracias a las leyes que permiten los matrimonios entre personas del mismo género, y a las campañas de sensibilización que convierten la homofobia en un miedo/odio políticamente incorrecto. 

Por eso mismo el movimiento queer rechaza esa normalización, lo que denominan la heterosexualización de la homosexualidad. Un@s desean la integración social y reproducen los roles, las costumbres de la cultura patriarcal heterosexual, y otr@s rompen con las tradiciones para promover la diversidad, el desvío de la norma, para que la diferencia se asuma como un factor de riqueza, y no de marginación.

Estos cambios sociales han permitido también que se vaya eliminando poco a poco el estereotipo de la mujer lesbiana como odiadora de hombres, mujer amargada, mujer masculinizada, mujer frustrada. Cuando la gente oye la palabra "lesbiana" piensan en mujeres feas, peludas, obesas y antipáticas que visten ropa de hombre. 

Lo bueno es que hoy se aprecia una variedad y una riqueza que dan al traste con el estereotipo, como es el caso de las mujeres famosas que salen del armario: pero también son muchas las que reivindican el derecho a no depilarse, a ser fea, a ser obesa, y a no mostrarse simpáticas cuando no nos apetece. 

No solo a nivel político y social, sino también en el área de la estética y la visibilidad, cada vez son más las mujeres empoderadas, famosas por su trabajo como actriz, como presentadoras de televisión, cantantes, deportistas, escritoras, etc. que comienzan a mostrarse en público con su pareja. Y eso es positivo, creo, porque desmorona la imagen de la mujer monstruosa, la idea de que el lesbianismo es anormal, y la patologización de las sexualidades diversas. 





Si vas por la calle mirando con ojos heteros ves la realidad de manera diferente a como la ves con una mirada más amplia. Con la mirada hetero ves a los obreros piropeando a una mujer, ves carteles publicitarios de mujeres heteros reclamando el deseo masculino desde las marquesinas de autobús, ves parejas heteros besándose o peleándose, ves familias heteros comiendo en un bar. Si amplías la mirada comienzas a ver a un montón de personas que no están constreñidas por su masculinidad o feminidad y que lucen una ambigüedad que no nos permite clasificarlas en uno u otro bando.  Ves mujeres que van dadas de la mano, hombres que se miran al cruzarse y se vuelven para sonreírse con complicidad, parejas de tríos, familias diversas, y el deseo circulando libre por el espacio imaginario. 




Llevo tiempo preguntándome si la invisibilidad de la homosexualidad femenina  ha permitido a las mujeres mayor libertad de movimientos para amarse y establecer una convivencia de pareja, porque en bastantes épocas y muchos lugares el orden masculino no se ha preocupado en exceso por las relaciones amorosas entre mujeres. En parte gracias a esta invisibilización, hay autoras que afirman que las lesbianas han sufrido una menor represión que la homosexualidad masculina, más castigada por la homofobia del patriarcado.

Adrienne Rich (1993) defiende la tesis contraria y afirma que la represión de la  homosexualidad femenina ha sido mayor que la ejercida sobre la masculina. Según Rich, son muchas las mujeres que han tratado de vivir su sexualidad y sus sentimientos al margen de las normas heteros que condenan lo homo como desviación y aberración,  a menudo con la creencia de que eran las “únicas” que lo habían hecho: “Lo han intentado, a pesar de que pocas mujeres se hallaban en posición económica de resistirse por completo al matrimonio y pese a que los ataques contra las mujeres no casadas se extendieron de la calumnia y la burla al genocidio deliberado, incluida la quema y tortura de millones de viudas y solteronas durante la caza de brujas en los siglos XV; XVI y XVII en Europa”.

Siguiendo el estudio histórico de Aldarte, podemos ver cómo la prohibición de la homosexualidad varía según las épocas y las zonas geográficas. En algunas sociedades no se distingue entre estos dos polos opuestos (homo/hetero), porque su sexualidad es más rica y diversa,  y en otras se apedrea hasta la muerte a todos los que viven su sexualidad alejados del orden patriarcal. En la Antigüedad griega la homosexualidad masculina se consideraba la más alta expresión del amor. Las mujeres vivían recluidas en los ámbitos cerrados y no participaban de la vida política y social porque no eran ciudadanas, sino personas de segunda clase, por encima de los esclavos.  Ello probablemente les permitió relacionarse en el ámbito privados y el mundo doméstico sin la injerencia de los hombres, que se relacionaban entre sí también con la mayor naturalidad. En el Imperio Romano el poder no se preocupa por la vida sexual de sus ciudadanos; la sexualidad es algo privado, salvo en los casos en los que se altera el orden social. En el siglo IV a JC., el historiador Plutarco entre otros, ha dejado constancia de la existencia de baños públicos diseñados para mujeres homosexuales femeninas, todas ellas perfectamente casadas, que eran satisfechas sexualmente por las esclavas felatoras mientras tomaban los baños, una institución muy reconocida en Roma. Se han documentado en este período bodas entre personas del mismo sexo, reguladas de igual modo que las bodas heterosexuales.


Las principales fuentes históricas para reconstruir la historia del lesbianismo en Occidente en esta época son los archivos eclesiásticos (sermones, homilías, encíclicas, concilios, catecismos...), y jurídicos (procesos judiciales, denuncias, sentencias...). Entre los cientos de casos de homosexualidad juzgados por tribunales laicos y eclesiásticos en la Edad Media y en los inicios de la modernidad, no se encuentra casi ninguno concerniente a relaciones sexuales entre mujeres. En el mundo secular, no religioso, existen referencias ocasionales a la sexualidad lesbiana; sin embargo, así como las leyes civiles contra la homosexualidad masculina son muy explícitas, no ocurre lo mismo con el lesbianismo. Casi ninguno de los actos juzgados en Europa entre los siglos XV y XVI corresponden a mujeres: cuatro juicios en Francia, dos en Alemania, uno en Suiza, uno en Holanda y dos en Italia; pero en cambio hay miles de casos de varones. El lesbianismo era un caso por lo general silenciado, pero muy común, sobre todo en el mundo religioso; algunos dirigentes eclesiásticos se esforzaron por frenar la homosexualidad femenina en las comunidades monásticas.

Las monjas normalmente eran hijas de familias de clase media y patricias, generalmente sin ninguna vocación religiosa, que eran recluidas en los conventos porque, aparte del matrimonio, el noviciado era el único camino en la vida al que podían optar. San Agustín advertía a su hermana monja diciéndole: “El amor que sentís entre vosotras debe ser espiritual y no carnal”. 

Carlomagno, en el siglo VIII, prohíbe a las monjas que compongan canciones de amor, sin embargo a lo largo de toda la Edad Media se popularizan en Europa los “Lais de Maria de Francia”. Los Concilios de París (1212) y Ruán (1214), prohibieron a las monjas dormir juntas y exigieron que una lámpara ardiese toda la noche en los dormitorios, para evitar la tentación. Las reglas monásticas prohibieron a las monjas entrar en las celdas de las otras y estaban obligadas a no cerrar con llave, de la misma forma les instaban a evitar especiales lazos de amistad en el interior del convento. En un periodo de diez siglos sólo se logran reunir una docena de alusiones al lesbianismo dispersas en sermones populares, poemas y manuales penitenciarios. 


En siglos posteriores, XVI, XVII y XVIII, las relaciones sexuales entre monjas es un tema recurrente en la literatura de la época, sobre todo en los países protestantes y círculos católicos. Hay novelas cortas y poemas que reflejan las relaciones sexuales entre monjas dentro de los conventos.

Brântome, el comentarista de las extravagancias sexuales de los cortesanos franceses a finales del siglo XVI, es el primer autor que inventa la palabra lesbiana en una recopilación de poemas amorosos entre mujeres al que tituló “Las lesbianas” haciendo clara referencia a Safo de Lesbos, una poetisa que vivió en esa isla y que escribía poemas de amor homoerótico. Según el estudio de Aldarte, al carecer de un vocabulario y unos conceptos precisos, se utilizó una larga lista de palabras para describir lo que las mujeres al parecer hacían: “masturbación mutua, contaminación, fornicación, vicio mutuo, coito, copulación... y en caso de llamarles de algún modo a quienes hacían estas terribles cosas se les llamaba  fricatrices,  esto es mujeres que se frotaban unas con otras, o tribadistas, el equivalente en griego de la misma acción”. 

En sus obras Brantome observa que: “últimamente las relaciones sexuales entre mujeres se han convertido en algo común tras la moda traída de Italia por una dama de alcurnia a quién no nombraré”. Aldarte afirma que probablemente se referiría a Catalina de Medici, reina de Francia, y al grupo de mujeres que seguía su ejemplo, conocido como el “Batallón volante “. Algunas de éstas eran jóvenes y/o viudas que preferían hacer el amor entre ellas a, según cuenta Brântome, “entregarse a los hombres y de esta forma quedar embarazadas y perder su honor”.

Conocidas en esta época son también Juana de Arco, (la doncella de Orleáns), la guipuzcoana Catalina de Erauso (llamada la monja alférez, aunque nunca llegó a tomar los hábitos) y la reina Cristina de Suecia, que abdicó en 1671 porque no quería casarse. Todas ellas se ocultaban tras prendas viriles y asumían roles masculinos; pueden considerarse mujeres que amaron a mujeres, aunque a pesar de ello parece que se mantuvieron vírgenes.

 El lesbianismo es equiparado en la legislación de la época con la masturbación, mientras que la homosexualidad masculina es considerada un delito más grave. De todas formas, la tendencia a considerar la sexualidad lesbiana como una ofensa menor no era unánime: en algunos estatutos legislativos franceses se castigaba con la pena de muerte.



A mediados del XIX es cuando la Medicina legal comienza a interesarse y a escribir sobre las sexualidades no ortodoxas bajo el nombre genérico de “atentados contra las costumbres”.  Los principales atentados son: la violación, el estrupo y el exhibicionismo: delitos de escándalo público, delitos contra la honestidad o contra el pudor. Es entonces cuando, como resultado de un largo proceso histórico de categorización, a la edad, el sexo, la clase y el estatus de las personas, se suma la orientación sexual como mecanismo de diferenciación social.  

A finales del siglo XIX, el sexólogo Havelock Ellis definía el lesbianismo de esta manera: “El carácter principal de una mujer invertida sexualmente es un cierto grado de masculinidad, los movimientos bruscos y enérgicos, la actitud y el andar, la mirada directa, las inflexiones de voz y, sobre todo, la manera de estar con un hombre, sin timidez ni audacia, son signos para un observador prevenido, de que ahí existe una anormalidad psíquica subyacente”.

 Lo más importante de esta definición es que estereotipa a la mujer lesbiana como masculina, para que las demás sepan que no es lo normal, y que amar a otras mujeres supone perder la feminidad (o lo que Ellis entendía por feminidad). Además, es la época en la que se trata al lesbianismo como enfermedad mental;  es frecuente que los estudios sobre homosexualidad femenina realizados a finales del siglo XIX se basen en las relaciones entre mujeres internadas en manicomios criminales. También se llega a definir el lesbianismo como uno de los fenómenos propios de las mujeres prostitutas; a ambas se les aplican los mismos sistemas de curación: lobotomía, electroshock, extirpación de genitales... (Aldarte, 2006)


Lo curioso es que a la mujer que no respondía a lo que se esperaba de su género, ni cumplía con sus roles de esposa, madre, cuidadora, era inmediatamente definida como lesbiana. Se definía a la lesbiana por el rol, la actividad que desempeñaba y no por el aspecto emocional, claro definidor de la lesbiana actual. Esta manera estereotipada de pensar a la lesbiana como mujer masculina  subyace todavía hoy en el discurso sexual de nuestras sociedades occidentales, aunque cada vez más bellezas femeninas supuestamente heterosexuales (actrices, modelos y artistas) declaren públicamente su homosexualidad.

Ya en el siglo XX, la Sexología llevó a cabo una campaña en las escuelas y centros universitarios en los años veinte en Gran Bretaña, destinada a prevenir contra el lesbianismo a las mujeres y chicas más jóvenes, porque se entiende el lesbianismo como perverso, marginal y maldito. Muchas mujeres se refugiaron entonces en matrimonios heterosexuales o desarrollaron un gran desprecio y compasión por sí mismas al aceptar la etiqueta de invertidas.

En el imaginario popular el amor entre mujeres, más que nunca a lo largo de la Historia, empieza a asociarse con la enfermedad, la demencia y la tragedia. Cuando el lesbianismo se considera patológico muchas mujeres lesbianas se patologizan a sí mismas sufriendo una falta de identidad, entrando en conflicto con el propio ser femenino y asumiendo formas de relación y valores sexuales masculinos. En la literatura del siglo XX escrita por lesbianas o que narra historias con protagonistas lesbianas, es frecuente encontrarse con personajes torturados, infelices y que a menudo fantasean con el suicidio. 





A principios del siglo XXI, el mundo Occidental está experimentando un proceso de empoderamiento de las mujeres lesbianas que comenzó en los años 70 con la revolución sexual, la lucha feminista y el activismo gay. Son muchos  los colectivos de mujeres lesbianas que luchan por su visibilidad y contra la marginación social, económica y política que sufren. Los avances son tímidos aún, pero importantes; sin embargo lo curioso es como en la esfera mediática poco a poco aparecen mujeres que no ocultan sus preferencias sexuales, que se muestran afecto en público, que visibilizan el deseo femenino y lesbiano- Uno de los gestos más impactantes creo que fue el beso de Madonna a Britney, porque marca un antes y un después. 

Evidentemente fue un gesto provocador que no tiene mucho de transgresor porque sirve para vender más discos, pero colateralmente abre una dimensión de la realidad invisibilizada y muestra un gesto de ternura y de deseo femenino al margen de lo que dictan las normas sexuales de nuestra cultura homófoba. Las reacciones masculinas frente al deseo femenino son variadas: ver a dos mujeres hermosas besándose pueden provocar su rechazo  (supongo que por un sentimiento de exclusión), pero también son muchos los hombres que se excitan con el deseo femenino aunque ellos no participen. Es decir, no sólo lo toleran sino que les gusta. El rechazo absoluto se da en hombres y mujeres que se sienten indignados por los ataques al mundo heterosexual, perfectamente ordenado y definido y orientado a la reproducción.




Actrices de la Serie L World


Pero se pongan como se pongan los guardianes de la moral heterosexual, hoy el mundo es mucho más variado y al deseo, por mucho que le pongas etiquetas, muros y límites, no hay forma de eliminarlo, y menos en una época en la que la gente ya no quiere reprimirse. En el mundo posmoderno  actual la gente quiere probar cosas nuevas, romper con la represión, acceder al placer, y hacer con su cuerpo lo que le apetezca. Las mujeres occidentales estamos conquistando espacios públicos, adueñándonos de nuestros cuerpos, disfrutando más de la sexualidad, y afrontando nuevos desafíos. Por eso la propaganda heterosexual es cada vez menos convincente; cada vez es más complicado seguir convenciendo a las mujeres que lo normal es que nuestro deseo se centre en los hombres. 

Por eso creo que es importante que exista una solidaridad de género entre nosotras,  independientemente de que seamos heteros, homos o bisex. Me encantaría que se expandiese una conciencia de clase, que eliminásemos las relaciones de competitividad y rivalidad de las mujeres, que nos apoyásemos las unas a la las otras. Eduquemos a las nuevas generaciones para que no reproduzcan las tradiciones discriminatorias, para que asuman su sexualidad sin miedo ni vergüenza, para que la diversidad no sirva para etiquetar y discriminar, para que podamos disfrutar de las diferencias sin miedo. 




Coral Herrera Gómez. 






13 de mayo de 2010

Mi Artículo en U.N.A: Redes con Visión de Género

Me han publicado un artículo en U.N.A sobre el lenguaje sexista y estoy refeliz:

Hay que darle con el ratón a las flechitas para pasar las páginas, es como un librito digital.
El mio empieza en la página 58.

PUEDES LEERLO EN http://www.unaonline.net/





U.N.A. es un medio de comunicación con perspectiva de género, concebido como un modelo de intercambio horizontal. Es una revista online para mujeres, y su filosofía es promover la igualdad desde la diferencia, la solidaridad y la apertura a todas las opciones y talentos  que tenemos las mujeres en nuestros diversos roles.

El objetivo principal de UNA es crear redes de trabajo y promover un uso no sexista del lenguaje. Además, brinda servicios de comunicación para asociaciones de mujeres (como prensa, diseño o formación) y organiza eventos, en coordinación con otras personas e instituciones, como jornadas, networking o talleres.



Coral Herrera Gómez Blog

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