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Ilustración Michele del Campo |
El amor es una energía que mueve el mundo: si sobrevivimos como especie fue gracias a nuestra capacidad para ayudarnos unos a otros. Los grupos nómadas de los primeros humanos no dejaban atrás a sus familiares accidentados, enfermos o discapacitados, y cuidaban a sus bebés y a sus mayores durante muchos años. Nuestra infancia y nuestra vejez es muy larga, cada vez más: los humanos necesitamos al menos dos décadas de nuestra vida para completar el desarrollo de nuestros cerebros, y necesitamos también ayuda en los últimos años de nuestras vidas. El amor es lo que nos ha permitido establecer relaciones basadas en la empatía, la solidaridad y el apoyo mutuo.
Sin embargo, en nuestra cultura el trono del amor lo ostenta el amor de pareja o el amor romántico, basado justamente en lo contrario: está impregnado de ideología patriarcal y capitalista y sus principales valores son el egoísmo, el individualismo, el narcisismo, y la explotación de las mujeres.
Gracias al amor romántico, hasta el hombre más pobre del planeta tiene una criada gratis las 24 horas, y para toda la vida. La gran mayoría de las mujeres de este planeta tiene doble jornada laboral: una remunerada (y precaria), y otra completamente gratis, cuidando a los familiares de ambos, criando bebés, y haciendo las tareas básicas para la supervivencia.
¿Cómo ha logrado el sistema que las mujeres nos esclavicemos a los hombres de manera voluntaria? Haciéndonos creer que hemos venido a esta vida a cuidar a un hombre, y haciéndonos creer que este es nuestro destino, que amar es aguantar, amar es soportar, amar es sacrificarse, y que obtendremos una recompensa si renunciamos a nuestro tiempo libre y nuestro derecho al descanso. En realidad la recompensa es para ellos, que gracias a los cuidados que reciben y a nuestro trabajo gratis puedan vivir como reyes, con sirvienta sin salario.
¿Cómo cambiar nuestras formas de relacionarnos?
La clave está en los cuidados: si no son mutuos, son explotación.
En las relaciones en las que no hay reciprocidad, hay abuso.
¿Cómo hacer para que el amor de pareja sea una estructura de relación igualitaria, y cómo liberarlo de toda su carga patriarcal?, ¿cómo hacer para que el amor deje de ser una experiencia carcelaria y nos permita relacionarnos desde la igualdad y la libertad?
En los 70 comenzamos la revolución sexual, y ahora estamos haciendo la revolución amorosa, que consiste en liberar al amor del machismo y la dominación masculina. Las mujeres feministas nos estamos trabajando los patriarcados que nos habitan para poder construir relaciones basadas en el compañerismo, pero es obvio que para poder querernos bien, necesitamos que los hombres se unan a la revolución, y empiecen también a trabajarse sus patriarcados, tomen conciencia de cómo sufren y ejercen violencia, renuncien a sus privilegios, se hagan responsables de las tareas de crianza y cuidados, y aprendan a relacionarse en igualdad con el resto de los seres humanos y los seres vivos.
Al cambiar nuestras formas de relacionarnos, podremos cambiar también nuestras formas de organizarnos política, social, y económicamente.
Todas las revoluciones tienen su propia utopía: la de los amores compañeros, una estructura de relación basada en la reciprocidad, el respeto, los buenos tratos, el compañerismo y la ternura radical.
Las personas adultas necesitamos desaprender todo lo que aprendimos sobre el amor romántico, y las historias que nos enseñaban a ser hombres o mujeres, y cómo debían ser las relaciones entre nosotros. Las nuevas generaciones necesitan otros modelos, otros referentes, otras estructuras de relación que no estén basados en el interés propio ni la dependencia mutua, y que les permitan disfrutar del amor.
Una educación revolucionaria y amorosa tiene que estar basada en los valores del pacifismo, el ecologismo, y el feminismo: igualdad, equidad, justicia social, paz, libertad, amor, respeto a la naturaleza y los seres vivos, cuidados compartidos, solidaridad y compañerismo.
Necesitamos una revolución cultural y educativa para poder hacer la revolución amorosa, y ya tenemos los medios: la coeducación feminista y la educación emocional pueden proporcionarnos las herramientas para querernos bien y para construir relaciones igualitarias.
En esta asignatura habría tres ejes fundamentales:
La Historia del Movimiento de liberación de las mujeres. Las niñas necesitan referentes de mujeres inteligentes y valientes que lucharon para que ellas tuvieran hoy los derechos. En la televisión solo les ofrecen modelos de mujeres narcisistas obsesionadas con la belleza y el dinero que guerrean entre sí: el sistema educativo entonces debería poder mostrarle otros modelos de feminidad, y otras formas de relacionarnos entre nosotras.
El trabajo de masculinidades, para que los niños sepan que hay muchas formas de ser hombres, y para que puedan desmitificar la violencia de sus héroes masculinos. Durante toda su formación podrán aprender a relacionarse sin dominar y sin someter a los demás, a desobedecer los mandatos, y a liberarse de los roles de género. Podrán, también, quitarse la corona de rey para poder convertirse en verdaderos compañeros de las mujeres.
Enseñar a las niñas y a los niños a leer los mensajes insertos en la información y en los relatos: cómo nos cuentan las cosas, qué nos venden en los productos culturales, por qué y para qué. Si les ofrecemos las herramientas para entender cómo se usan los mitos y los estereotipos para perpetuar el patriarcado, podrán desmontar toda la ideología del machismo en cualquier relato: canciones, películas, novelas, series, videojuegos, cómics, programas de televisión…
Otros contenidos esenciales de este tipo de educación amorosa, sexual y emocional son:
Aprender los fundamentos de la ética amorosa y la filosofía de los cuidados.
Desmitificar el romanticismo patriarcal en las aulas, y mostrar la diversidad sexual y amorosa de nuestras relaciones.
Desmitificar el sufrimiento como vía para alcanzar la felicidad: no es necesario pasarlo mal, ni ganamos nada sufriendo o haciendo sufrir a los demás. El amor es una experiencia gozosa basada en el placer, y solo se puede disfrutar en igualdad y en libertad.
Desmontar los valores del romanticismo para entender por qué las mujeres no somos libres, ni somos iguales a los hombres, y por qué el amor de pareja nos somete.
Identificar todas las formas de violencia que existen a través de la experiencia personal para tomar conciencia de cómo usamos nuestro poder, y cómo sufrimos y ejercemos la violencia.
Identificar nuestro lugar dentro de las jerarquías de poder del sistema capitalista y patriarcal, y la manera en que usamos nuestro poder para conseguir lo que queremos, lo que necesitamos y lo que deseamos.
Aprender a gestionar nuestras emociones de manera que no nos hagan daño, y no hagan sufrir a los demás, y aprender a resolver nuestros conflictos sin violencia.
Tomar conciencia de nuestro modo de comunicarnos y de comportarnos con los demás, y del impacto que nuestras palabras y nuestras acciones tienen en los demás.
Tomar conciencia de las estructuras con las que nos relacionamos: actuamos bajo la lógica del interés y el beneficio propio, en relaciones de abuso, dominación y sumisión. Bastaría con promover nuevas estructuras de relación basadas en la empatía, la solidaridad, la cooperación, y el apoyo mutuo.
Entender cómo funcionan el capitalismo y el patriarcado, comprender por qué unos grupos sociales dominan a las grandes mayorías (clases sociales), y por qué los hombres viven como reyes y las mujeres como sirvientas.
Desmontar todas las ideas del patriarcado sobre la superioridad de los hombres blancos heterosexuales con respecto a los hombres homosexuales y bisexuales, los hombres de otras etnias y nacionalidades, las personas mayores, las mujeres y las niñas, los animales y demás seres vivos.
Utilizar la creatividad y la imaginación para soñar con nuevas maneras de relacionarnos, para imaginar otras formas de amarse y de quererse, para transformar el amor de pareja y liberarlo de todos sus mitos.
Aprender a usar nuestro poder para el Bien Común, poniendo en el centro la cooperación y los cuidados mutuos, y el derecho de todas y todos a tener una Buena Vida, libre de violencia, explotación y sufrimiento.
Adquirir las herramientas para imaginar otras formas de organizarnos basadas en los derechos humanos fundamentales,.
Aprender que lo personal es político: nuestros problemas no son individuales, sino sociales, y necesitamos por lo tanto soluciones colectivas.
Aprender a cuidarse a sí mismos/as, a cuidar sus relaciones, a cuidar los espacios que habitan y a cuidar el planeta.
¿Se imaginan cómo cambiaría el mundo si aprendiéramos a tratarnos y a querernos bien?
Coral Herrera Gómez
Este artículo ha sido publicado en la
Revista monográfica TE Mujer 8 de marzo 2022 junto con otras compañeras: Lidia Fernández, Carmen Heredero, Marina Subirat, Victoria Rosell, Pamela Palenciano, Rocío Niebla, Equal Saree, Leonor Goicoechea
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