6 de abril de 2019

No hay recompensa por sufrir por amor

Esta es la cara que se nos queda cuando nos ponemos las gafas del amor
y nos enteramos de que no hay recompensa



Para que las mujeres nos dediquemos a sufrir por amor voluntariamente, el patriarcado se inventó el paraíso romántico. El amor es como una religión: nos piden que atravesemos con resignación el valle de lágrimas, y nos aseguran que al final podremos entrar en las puertas del cielo para disfrutar del amor eterno, maravilloso y perfecto. Pero no hay recompensa, ni hay paraíso, ni hay premio por sufrir.

Las mujeres somos educadas en la cultura del aguante, el sacrificio y la renuncia con la promesa de que en algún momento de nuestras vidas seremos recompensadas y premiadas. En los cuentos de Princesas es el principal mensaje que nos lanzan: si sufres y aguantas, si esperas con paciencia, si perseveras y eres leal, él se dará cuenta y caerá de rodillas ante ti, prometerá amarte para siempre, y podréis, por fin, ser felices.

Es la trampa perfecta para que las mujeres cuidemos a los hombres y nos dediquemos a servirles: nos seducen con la idea de que nuestro amor todo lo puede, y que con mucha paciencia y ternura lograremos cambiar al ogro y convertirlo en el Príncipe Azul. Nuestro ejemplo a seguir sería la Bella, que logra transformar a la Bestia aguantando sus malos tratos

Nos enamoramos del niñito asustado y traumado que habita en el maltratador: las mujeres tendemos a compadecernos de esos bebés que piden amor de malas maneras porque nos han convencido de que nuestro amor nos salvará a ambos. Nos dicen que obtendremos nuestra recompensa por ser tan buenas, tan generosas, tan pacientes y amorosas.

Sin embargo, no hay recompensa. No hay premio, ni hay paraíso cuando “por amor” renunciamos a nuestra libertad, a nuestros derechos, a nuestras pasiones, a nuestros proyectos, y a nuestro autocuidado.

No hay forma de dar y recibir amor si no hay reciprocidad, no hay manera de construir una relación sana y bonita desde el sufrimiento, y ninguna relación puede funcionar si los cuidados no son mutuos. 

"Cuanto más obedecíamos, peor nos trataban", dijo Rosa Parks. Y es cierto: no importa lo sumisas que seamos, lo obedientes y complacientes que seamos: no nos van a querer más por portarnos como se espera de nosotras, ni nos van a tratar mejor. Más bien al revés: las posiciones masoquistas exacerban el sadismo del que se sabe poderoso.

Victimizarnos no sirve de nada. Nuestra condición de víctima nunca nos va a proporcionar el amor eterno que nos prometieron: da igual que suframos mucho, que lo pasemos muy mal, o que le pongamos todo el empeño del mundo en salvar al pobre hombre que no sabe amar. 

De verdad, compañeras, no hay recompensa, no hay premio, ni hay paraíso por sufrir por amor, y nosotras no hemos venido al mundo a sacrificarnos y a servir a los hombres.

Los alcohólicos no se salvan con el amor, los ludópatas, los drogadictos, los hombres violentos no se transforman en hombres buenos gracias al amor. De los infiernos sale cada uno si quiere y si le pone energías a su trabajo personal, pero nadie puede sacar a nadie de la depresión, de sus traumas de la infancia, de sus odios acumulados, de su mezquindad y miseria, o de sus problemas económicos, mentales y emocionales.

Muchísimas mujeres malgastan meses y años de su vida esperando el milagro romántico que nunca llega. Penélope esperó a Ulises 30 años, La Bella Durmiente esperó a su Príncipe 100 años, y así pasan su vida todas las mujeres de los guerreros y los príncipes, esperando a que él vuelva, o a que él cambie, o a que suceda un milagro que nos lleve al paraíso romántico que nos merecemos.

En todas las historias las mujeres esperamos y aguantamos, pero en la realidad, muy pocas son las que disfrutan de finales felices en los que el hombre se redime de sus pecados, o deja de ser un mutilado emocional, o soluciona sus problemas. 

El precio que pagamos por esperar y aguantar es demasiado alto: sufrir deja una huella en nuestro organismo, nuestro cerebro y nuestro corazón, deteriora nuestra salud mental y emocional, nos pone feas y nos envejece.

No podemos permitirnos el lujo de derrochar nuestra corta existencia en esperar que la situación cambie o el otro cambie. Sólo podemos cambiar nosotras mismas. 

No podemos desaprovechar nuestras energías en salvar a nuestro amado de sus problemas: necesitamos a nuestro lado hombres que nos traten como a compañeras, que sepan cuidarse a sí mismos y cuidar sus relaciones, que sepan querer bien, que puedan dar lo mejor de sí mismos en la relación, que sean generosos y solidarios, que sepan compartir y estar a la altura en todos los momentos, en los buenos y en los malos.

No podemos perder nuestro tiempo de vida soñando con milagros: tenemos que aprender a defendernos de los hombres que van buscando criadas y sirvientas, desmitificar el amor romántico, y aprender a amar con los pies en la tierra. 

Sólo en el presente es posible disfrutar del amor, así que olvidémonos de las esperas y las recompensas: el paraíso está en La Tierra, y en los momentos buenos que puedes vivir con gente que te sabe querer bien.

Coral Herrera Gómez  










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