"Los amores reñidos son los más queridos", "los que más se pelean son los que más se desean", "quien bien te quiere te hará llorar", "del amor al odio hay un paso", "se amaban pero se llevaban como el perro y el gato"... nuestra cultura están plagada de refranes y dichos populares que romantizan las relaciones tóxicas.
Sabes que estás en una relación tóxica cuando provocas una pelea para llegar al momento de la reconciliación.
En una relación tóxica te aburres si todo va bien, porque necesitas sentirte invadida y arrasada por emociones fuertes, y porque te gusta que todo sea brutal e intenso.
No solo disfrutas sufriendo, sino también viendo a tu pareja sufrir. No solo disfrutas llorando en las peleas, también disfrutas viendo llorar a tu pareja. Y cuánto más llora, más importante y poderosa/o te sientes tú.
Las parejas tóxicas viven en un estado de guerra permanente en el que se alternan las peleas con las reconciliaciones, y los períodos de mucho sufrimiento con etapas más pacíficas, pero lo más característico es que los dos miembros se relacionan como si fueran enemigos, y solo se unen si aparece un enemigo externo.
Una relación tóxica es aquella en el que el proceso de domesticación es mutuo: ambos miembros luchan por dominar al otro y ambos se defienden del poder del otro, cada cual con sus armas y sus estrategias. Ambos son víctimas y victimarios: a veces les toca sufrir, y otras veces hacen sufrir a sus parejas. O las dos cosas a la vez.
Todas las relaciones humanas son un poco "tóxicas", porque en todas hay luchas de poder, más o menos intensas, más o menos conflictivas.
De hecho, las relaciones humanas son una de las principales fuentes de sufrimiento para todas y todos nosotros. Una fuente de sufrimiento es la que tiene que ver con el dinero y los derechos humanos: todos sufrimos ante la falta de trabajo, los salarios de miseria, la subida de los precios, las deudas y sobre todo el miedo a la exclusión social.
Cuando no hay dinero, no hay derechos humanos. Para poder disfrutar del derecho a beber agua potable, a comer tres veces al día, o a dormir bajo techo, necesitamos ingresos dignos, y si no los tenemos, sufrimos mucho.
La segunda fuente de sufrimiento humano surge de las relaciones entre seres humanos. No sabemos querernos bien, no sabemos tratarnos bien, no sabemos resolver nuestros conflictos sin violencia, por eso gastamos tanto tiempo y energía sufriendo por las relaciones que tenemos (o que no tenemos) con nuestros padres y madres, y familia cercana, con nuestras parejas, hijas e hijos, con compañeros/as de estudios o trabajo, con el vecindario y con la gente que convivimos a diario.
¿Por qué son tan complejas y difíciles las relaciones entre nosotros?
Porque usamos estructuras basadas en la dominación y en la sumisión: nuestras relaciones están basadas en la explotación y el abuso. Los valores bajo los que nos relacionamos son los valores del capitalismo y del patriarcado (individualismo, egoísmo, narcisismo, avaricia, acaparamiento, dominación y sumisión) Cada cual piensa en su propio beneficio, no sabemos pensar en el Bien Común, y funcionamos bajo la filosofía del Salvese quién pueda y bajo la Ley del más fuerte.
Muchos de nuestros conflictos surgen porque los demás se intentan aprovechar de nosotras y tenemos que poner límites, y al revés: los demás nos ponen límites y no nos sienta nada bien.
En las relaciones heterosexuales, los hombres se benefician de sus privilegios: reciben cuidados sin darlos, disponen de criada gratis, obligan a su pareja a ser monógamas mientras ellos tienen las relaciones que quieren con otras mujeres, y viven como reyes en su hogar. La mayoría de las mujeres protestan, muchas ejercen de vigilantes y policías de sus maridos, y vivien en una frustración perpetua: es muy doloroso convivir con tipos egoístas, machistas, y mentirosos. Es muy duro que tu pareja se ría en tu cara y que los demás se rían con él.
El abuso masculino nos produce una tremenda desilusión a las mujeres, y cuanto más hemos idealizado al macho y al amor romántico, más grande es la decepción, la rabia y el rencor.
Muchas mujeres heterosexuales se pasan la vida intentando que una relación que no funciona, funcione. Algunas son capaces de estar cuarenta o cincuenta años de su vida tratando de que sus maridos se porten bien, sin lograrlo jamás: se nos va mucha energía y mucho tiempo tratando de educar a hombres que se resisten a ser disciplinados. Para ellos es fundamental defender a muerte su libertad, por eso las mujeres que se meten en la jaula del amor romántico lo pasan tan mal intentando que sus parejas se encierren con ellas.
Generalmente los hombres solo se meten en la jaula al final, cuando llega la disfunción eréctil y se acaba la potencia sexual. Solo cuando envejecen y empiezan a enfermar es cuando quieren encerrarse en el hogar y que sus compañeras se encierren también. Solo en ese momento las mujeres empiezan a sentir el poder que tienen. Cuanta más dependencia sufren ellos, más fuertes se sienten ellas.
Las relaciones entre mujeres que se aman, y entre hombres que se aman, también pueden ser tóxicas porque están basadas en la misma estructura de dominación y sumisión. A todas y a todos nos gusta tener la razón. Nos gusta imponer nuestras ideas, nuestra manera de hacer las cosas, nuestra forma de organizarnos. Nos cuesta ceder cuando negociamos, porque vivimos en un mundo competitivo que solo nos enseña a soñar con ganar todas las batallas. Todos y todas queremos sentirnos importantes y poderosas, y queremos imponer nuestros deseos, nuestros criterios, nuestras necesidades a los demás.
En los colegios nos educan para crear enemigos y disfrutar machacandolos: usan el deporte y los juegos para que aprendamos a guerrear contra los demás desde la más tierna infancia. Nos hacen creer que la vida consiste en estar permanentemente luchando contra los demás, por eso es tan dificil relacionarnos desde el amor.
Las relaciones tóxicas se diferencian de las relaciones de violencia machista en que están basadas en el maltrato mutuo y en la alternancia de posiciones: cada miembro tiene su poder, y lo usa para dominar a la otra persona. Las que se sitúan en posiciones subalternas también aplican los mismos esquemas de dominación que las que ejercen el poder: cada cual con sus armas y sus estrategias intenta lograr lo que desea, lo que quiere y lo que necesita del otro.
Nunca nos planteamos si esas estrategias son o no son éticas, si perjudican o no a la otra persona, si hacen daño o si son abusivas. Porque lo que nos enseñan bajo la ideología capitalista y patriarcal es que lo que importa son los fines, no los medios. Da igual como lo consigamos, lo importante es ganar.
La gran mayoría de las personas no son conscientes del dolor que provocan en los demás, y cuando lo son, tratan de justificar sus actos, a menudo usando la victimización, y culpabilizando a la otra persona: "yo no quería hacerlo, pero no me dejó otra alternativa", "me saca tanto de quicio, si hiciera lo que yo le digo no habría problema", "si no razona y no cede, entonces no me queda más remedio que..."
Generalmente las relaciones tóxicas están construidas sobre la dependencia, tanto económica como emocional. Hay muchas parejas que no se soportan pero no se separan porque se sienten atrapadas en la relación, bien porque no tienen dinero para vivir separadas, o bien porque tienen un miedo terrible a la soledad.
Esta dependencia es muy común en personas que no han podido desarrollar su autonomía, y que están convencidas de que no pueden hacer nada por sí mismas. Se ven como inútiles, como eternos niños que necesitan siempre una figura de referencia y apoyo, porque no han madurado lo suficiente como para responsabilizarse de sí mismas. No saben hacer uso de su libertad, no se ven a sí mismas como personas adultas y funcionales: creen que sin la otra persona no son nada, y que están condenadas a depender siempre de esas figuras de referencia.
Les pasa a todos aquellos y aquellas que permanecen toda la vida viviendo con sus progenitores: cuando les llega el momento de salir del nido y dar el salto, creen que tienen las alas rotas y que no pueden echar a volar solas. No importa que el médico les explique que pueden volar por sí mismas y que no tienen nada roto: están convencidas de que ellas solas no pueden, y que fuera del nido la vida es terrible.
Muchos creen además que sus madres y padres son inmortales. No quieren pararse a pensar qué van a hacer cuando sus progenitores no estén. Suelen verse a sí mismos como eternos adolescentes, y ni se les pasa por la cabeza formar su propia familia, porque se ven siempre como hijos e hijas, y no como adultos responsables. Es decir, reciben cuidados pero no se sienten capacitados para cuidar a nadie.
Hay gente que en lugar de echar a volar, salta a otro nido cercano. Es la gente que sale de casa de mamá para irse a la casa de otra mujer que ejerza las mismas funciones que mamá: muchos hombres sustituyen a una por otra, y así no tienen nunca que asumir sus obligaciones como adulto. Algunos de ellos tienen hijos y actúan como si fueran los hermanos mayores de sus propias criaturas. Por eso hay mujeres que bromean presentando a sus maridos como si fueran los hijos mayores.
¿Cómo saber si mi relación es tóxica?
Generamente solo tienes que cerrar los ojos y escuchar tu corazón. Si estás sufriendo, si lo estás pasando mal, si sientes angustia y ansiedad y tu pareja siente lo mismo, es porque os estáis haciendo daño. Si estás siempre pensando en cómo poner a tu pareja de rodillas y en como salirte con la tuya, es porque no estás disfrutando de la relación, estás siempre en guerra.
Hay muy poco amor y mucho maltrato en las relaciones románticas tóxicas.
Sabes que estás en una relación tóxica cuando en lugar de placer y alegría, sientes emociones intensas como el odio, la envidia, el rencor, la rabia, la frustración, y mucha amargura. Vivir luchando constantemente con un enemigo o enemiga le amarga la vida a cualquiera: hay parejas que son capaces de estar peleando toda la vida, y que no saben relacionarse si no es desde esta estructura de conflicto permanente.
También hay parejas que cuando se les pasa el enamoramiento inicial se aburren, y se dedican a pelearse porque necesitan emociones intensas. Creen que para amar hay que sufrir y hacer sufrir a la otra persona, y que cuanto mayor sea el sufrimiento, más les van a amar. Creen que el amor de pareja es una tragedia al estilo Romeo y Julieta, con heridos y muertos, con desgarros y sangre, y muchas lágrimas, y creen que cuanto mayor es el drama y la destrucción, más grandioso es el amor romántico.
Mucha gente cree que las guerras románticas son como un juego en el que vale todo, y en el que lo importante es ganar. Y es porque no han conocido el amor del bueno: creen que amar es sufrir y hacer sufrir, y no saben disfrutar, ni del sexo, ni del amor, ni de la vida. Solo saben atacar y defenderse, de manera que no tienen ni idea sobre cómo apoyarse mutuamente, cómo cuidarse mutuamente, y cómo construir una relación basada en el placer, el gozo y la alegría de vivir.
Y suele ser porque nunca han gozado de relaciones de amor, creen que lo "normal" es vivir en una pelea constante, y que no hay otras formas de relacionarse. Y eso es porque en nuestras representaciones culturales, nunca nos ofrecen parejas igualitarias que en lugar de dedicarse a guerrear, se dediquen a apoyarse mutuamente.
Nos cuesta mucho imaginar la posibilidad de querernos desde la empatía, la solidaridad, la cooperación y el compañerismo porque solo nos ofrecen representaciones de parejas que sufren y no saben arreglar sus problemas sin hacerse daño.
En nuestro mundo, el pez grande se come al chico, y nadie quiere ser el pez chico. Incluso las mujeres, aunque finjamos ser muy patriarcales y parezca que aceptamos muy felices nuestro papel de seres inferiores y subordinados, en realidad todas luchamos con todas nuestras fuerzas contra el abuso del marido.
Muchas relaciones lésbicas y gays funcionan con la misma estructura patriarcal. En las relaciones entre mujeres o entre hombres en las que no hay división sexual del trabajo ni reparto desigual de roles, también pueden darse relaciones de dependencia y luchas de poder basadas en la necesidad de imponerse y de dominar a la otra persona.
Una de las preguntas básicas que debemos hacernos para saber si estamos o no en una relación tóxica es preguntarnos a nosotras mismas cómo conseguimos lo que queremos, lo que necesitamos, y lo que deseamos, qué estrategias utilizamos y cuales de ellas son éticas (y cuáles no): la seducción, la coacción, el chantaje, el soborno, la extorsión, el engaño y las mentiras.... la mayoría de estas estrategias te benefician a ti, y hacen daño a la otra persona.
Por ejemplo, cuando usamos el chantaje para que la otra persona se sienta responsable de nuestra felicidad y se sienta culpable si estamos tristes. Sin duda la culpa funciona muy bien cuando queremos obligar a alguien a que haga algo que no quiere, y esto lo saben muy bien los grandes manipuladores.
También el miedo es un gran arma para someter a la pareja, especialmente si es mujer, pues desde pequeñas fabrican en nosotras el miedo a que no nos quiera nadie, y el miedo al abandono y a la soledad. Así que muchas relaciones lésbicas se construyen desde este miedo y es así como surgen las relaciones de dependencia.
Una de las características de las relaciones tóxicas, es que en ellas los dos miembros de la pareja intentan machacar la autoestima de la otra persona para poder manipularla mejor. Es una de las principales estrategias para que la pareja se sienta atada a nosotras: hacerla creer que no merece amor ni buenos tratos, que nadie va a quererla, que sola no es nadie y no sirve para nada.
Además, muchas personas destructivas saben usar muy bien ese tono de desprecio que tanto duele cuando proviene de un ser querido. Es la mejor manera de hacer daño: hacerle sentir a tu pareja que te ha decepcionado, y hacerle creer que sientes un profundo desprecio por ella, aunque no sea verdad.
El tono de desprecio sirve para darle énfasis a nuestro enojo, y para hacerle creer a esa persona que en medio segundo se nos fue todo el amor que sentimos por ella. Y que es culpa de ella, obviamente.
Para acabar de hundir a tu enemiga o enemigo, también funciona muy bien usar la información que tienes de la otra persona para dar donde más duele, aprovecharse de sus miedos, sus traumas, sus puntos débiles, y usarlos para ganar la batalla.
En las peleas de las parejas tóxicas no hay voluntad de arreglar los problemas, no se habla de cómo hacemos para que no se repita, o qué podemos mejorar para que no vuelva a suceder. Lo más normal es que nos estanquemos en el pasado y nos enfanguemos en la lluvia de reproches: "es que tú...."
Los reproches sirven para culpar a la otra persona de todo lo que sucede, para que se sienta mal y nos pida perdón.
No importa si siempre es lo mismo: las parejas tóxicas nunca hacen autocrítica amorosa, ni se sientan a dialogar para reconocer los errores, ni reconocen sus equivocaciones, ni piden disculpas, ni tratan de reparar el daño que han hecho.
Sus miembros no se paran a preguntarse a sí mismas qué tienen que trabajarse por dentro para ser mejores personas, ni tampoco se sientan a charlar para ver qué tienen que trabajar como pareja para que la relación sea mejor.
Las parejas tóxicas no se plantean nunca mejorar la relación, sino más bien al revés.
Prefieren seguir sosteniendo las dinámicas de destrucción y dolor, porque quieren ganar la batalla, y quieren a la otra persona de rodillas frente a ellas. Incluso hay parejas que cuando rompen la relación, siguen haciendose daño y tratando de destruirse toda la vida. En el fondo es porque quieren seguir unidos, quieren seguir siendo importantes para la otra persona, se niegan a romper el vínculo del todo, y creen que si mantienen la guerra podrán estar cerca de la otra persona, incluso cuando los hijos e hijas ya son mayores.
En la relación tóxica ninguno de los dos miembros se responsabiliza: ambos encuentran que es mucho más fácil culpar a la otra persona y situarse como víctima, para que sea la otra persona la que cambie, la que haga algo, la que se someta a nuestro poder.
En todas las relaciones tóxicas hay un intento de disciplinar y domesticar a la otra persona, y de cambiarla para que se adapte a nuestro sueño romántico.
Las mujeres sobre todo nos hemos creído que el ogro gruñón y maltratador puede acabar siendo un príncipe azul. Y muchas se pasan la vida soñando con el milagro romántico y tratando de convencer al ogro de que es mucho más bonito ser un príncipe azul. Obvio el ogro prefiere seguir siendo quien es, sobre todo si le va bien, así que es capaz de resistir durante décadas.
La batalla termina cuando nos resignamos y nos damos cuenta de que nuestra pareja no va a cambiar jamás. Pero para admitir la realidad es necesario trabajarse mucho la honestidad y la humildad, y la mayoría no tenemos herramientas para ello. No sabemos rendirnos ni aceptar las derrotas, y sobre todo lo que más nos cuesta es darnos cuenta de que el amor no lo puede todo, ni transforma mágicamente a las personas.
Las personas solo cambian cuando quieren, o cuando lo necesitan.
Las relaciones tóxicas nos hacen sufrir muchísimo porque están basadas en la contradicción (te amo y te odio, ni contigo ni sin ti, quiero irme pero estoy atrapada), y en la violencia verbal, psicológica y emocional.
Todo intento de hacer daño a alguien para salir beneficiado/a es violencia, sobre todo cuando sabemos que esa persona nos quiere o nos necesita, o depende de nosotros/as.
¿Cómo trabajar para evitar hacer daño a tu pareja?
Lo primero es trabajar tu ego, y tomar conciencia de que debemos aceptar a los demás tal y como son, sin intentar cambiarlos. Y asumir que para entendernos, tenemos que escucharnos, dialogar, negociar, ceder, y llegar a acuerdos.
Una de las cuestiones más importantes para dejar de vivir en guerra permanente es darnos cuenta de que la victimización es una forma de dominación. No sólo dominamos desde el poder, también lo hacemos deede posiciones de sumisión.
Pensemos por ejemplo en la relación tóxica que existe entre algunas personas dependientes y sus cuidadoras: incluso estando en una cama las personas dependientes ejercen su poder sobre su entorno, y pueden llegar a convertirse en auténticos tiranos y en malvados maltratadores.
Las mujeres también tenemos nuestras armas para someter a los privilegiados, para someternos entre nosotras, para dominar a los demás. Solo que en lugar de usar la violencia sexual y la violencia física, usamos la vía del sufrimiento emocional y psicológico. Pensemos en el maltrato entre nueras y suegras, madres e hijas, o incluso en entornos laborales: nuestro ego y nuestra necesidad de dominar nos convierten en seres carentes de empatía, de ética y de bondad.
¿Cómo hacer para no hacer daño y para que nuestras relaciones no se conviertan en relaciones tóxicas?
Autoconocimiento: para saber quién eres, cómo eres, qué sientes, y por qué te relacionas así.
Autodefensa para evitar el abuso,
Autocuidado para evitar el sufrimiento,
Autocrítica amorosa: para trabajar tu ego, para identificar lo que te hace sufrir, y lo que hace sufrir a los demás.
Autonomía para evitar la dependencia,
porque cuanto más dependientes somos de alguien, más manipulables y vulnerables somos.
Pero también cuando alguien depende de nosotras, porque estamos igual de atadas y atrapadas.
La necesidad (de dinero, de afecto, de compañía) es lo que nos impide construir relaciones basadas en la libertad. No es lo mismo juntarse a alguien porque nos apetece y nos fascina, que juntarse a alguien porque estamos huyendo desesperadamente de la soledad o de la precariedad económica.
Las relaciones interesadas nos encarcelan y son una trampa, y solo nos damos cuenta cuando querríamos terminarlas y nos encontramos con que no podemos separarnos ni independizarnos.
¿Cuál es la buena noticia? Que todo se puede trabajar en esta vida, y que de las relaciones tóxicas se puede salir.
Basta con trabajar a fondo la autonomía para evitar la dependencia, la autocrítica amorosa para aprender a usar nuestro poder, y la autodefensa feminista para protegernos de las relaciones basadas en la dominación, la manipulación y el abuso.
Se trata de aplicarse a una misma la Ética del Amor y la Filosofía de los Cuidados para aprender a ser mejores personas, y para mejorar nuestras relaciones afectivas, sexuales y sentimentales.
Si quieres trabajar en ello, o ayudar a otras personas a trabajar en ello, vente con nosotras al curso virtual que empieza el lunes. Puedes apuntarte desde cualquier país y asistir al directo que se celebrará todos los lunes de abril durante dos horas, de 6 a 8 pm hora Española (si no puedes, quedan las sesiones grabadas para que las veas cuando quieras)
Mujeres que se liberan: herramientas feministas para la prevención de las relaciones tóxicas,
es un curso certificado de 25 horas dirigido a mujeres que quieren trabajar en su autonomía y autocuidado frente a las relaciones basadas en el abuso y el maltrato, y a profesionales que trabajan con mujeres (educadoras sociales, trabajadoras sociales, psicólogas, terapeutas, sexólogas, técnicas de igualdad, profesoras, etc.)