¿En qué consiste el mito de la familia feliz? En la idea de que sólo podemos ser felices si nos juntamos en pareja para amarnos toda la vida y tener hijos. Los mitos sirven para mantener el orden social, y para que repitamos el esquema que adopta todo el mundo: formar una familia heterosexual y monógama que trabaja, que se quiere, se reproduce, se pelea, produce, consume, y se endeuda.
Todos los mitos nos prometen la felicidad, y el de la familia feliz es el más importante de nuestra cultura porque sobre esta forma de organización se sustenta todo el sistema patriarcal y capitalista. Es un mito que contiene otros mitos fundamentales de nuestra sociedad occidental: el mito del amor romántico, el mito de la monogamia, el mito de la maternidad romántica, y el mito de la conciliación laboral y familiar.
El mito de la familia feliz sirve para que creamos que nuestro destino es enamorarnos, casarnos, reproducirnos, acumular objetos innecesarios, pagar facturas sin parar, sonreír en las fotos, y morirnos.
Nos hacen creer que en esto consiste tener éxito en la vida, porque quieren que nos juntemos y nos aislemos de dos en dos para que las mujeres traigamos al mundo nueva mano de obra para el mercado laboral. Nuestra misión es educarlos para que sean como nosotros y funden su propia familia feliz.
¿Cómo consiguen que todas las mujeres soñemos con hacer lo mismo? En vez de obligarnos, nos seducen. Primero nos engañan para que creamos que nuestro sueño y nuestra función es cuidar a un hombre. Nos hacen creer que nuestro objetivo en la vida consiste en mantenernos bellas para encontrar uno y atarlo en corto, para que no se nos escape.
Durante la infancia a las niñas nos dan jarabe de mitos a cucharadas, y nos inoculan el mismo tiempo el miedo a la soledad, al abandono, a que no nos quiera nadie, miedo al qué dirán, miedo al fracaso.
Nos dicen que el éxito en la vida consiste en estar guapa y encontrar a un hombre que tenga dinero.
Primero nos hacen creer que somos una mitad y que para estar completas necesitamos a otra persona que encaje a la perfección con nosotras. Cuando la encontramos, o creemos haberla encontrado, viene el siguiente mito: ya estamos acompañadas, pero para ser una "mujer de verdad", y para sentirnos plenamente completa y realizadas, tenemos que ser madres. Así que tenemos que convencer al príncipe para que se comprometa y acceda a formar una familia feliz.
¿Cómo logran que nos creamos que la felicidad está en una familia? Nos seducen con historias de amor, y con la idea de que los hijos unen mucho a una pareja. Así creemos que si logramos fundar una familia feliz, ésta permanecerá unida para siempre, nunca estaremos solas, y viviremos en armonía por los siglos de los siglos.
¿Cuál es la realidad? Podemos verlos en los informes que nos ofrecen los organismos nacionales e internacionales cada año sobre la violencia que sufren las mujeres, los niños y niñas, las personas mayores y los animales domésticos es dentro de las "familias felices".
Las estadísticas sobre abandonos, malos tratos, abusos, violaciones, femicidios e infanticidios son espantosas, y son el indicador perfecto para entender que la familia feliz no es precisamente un espacio de amor, confort y seguridad, sino más bien lo contrario.
Según la ONU, el lugar más peligroso del mundo para las mujeres, las niñas y los niños es su propio hogar. La mayor parte de la violencia que sufren las mujeres no es en la calle a manos de un desconocido, sino en sus casas, a manos de sus maridos, padres, abuelos, tíos, hermanos, primos y amigos de la familia.
¿Por qué entonces nos siguen haciendo creer que la familia feliz es la mejor opción, el mejor proyecto de vida?, ¿por qué nos presionan tanto para que nos casemos por amor, tengamos hijos e hipoteca?, ¿por qué hay tantas mujeres que para escapar de su "familia feliz", busca fundar la suya propia?, ¿por qué tantas creen que sólo así podrán ser felices?
Porque el capitalismo y el patriarcado necesitan que los jóvenes dejen la fiesta, se hagan hombres adultos, y se pongan a trabajar ocho horas al día en una fábrica, en el campo, o en una oficina, y que paguen facturas, y consuman en los centros comerciales. Y es muy complicado convencerles de que dejen el nido materno y cambien a su mamá por otra mujer parecida que les cuide igual de bien.
¿Habéis visto las risas con las que se felicita a un novio recién casado?, ¿habéis escuchado las bromas que hacen sus amigos en torno a su nueva situación en "la cárcel del amor" ? En casi todo el mundo los hombres jóvenes sienten el matrimonio como una cárcel, así que lo evitan todo el tiempo que pueden.
La única manera de forzarles a "sentar la cabeza" es que sus compañeras les empujen hacia la paternidad. Para ello, hay que hacer creer a las mujeres que la felicidad está en atar a un hombre al hogar, y crean que teniendo un bebé, los hombres se mantendrán a su lado, fieles y comprometidos con el proyecto de crianza.
Así los vemos a ellos en la publicidad, sonrientes y amorosos junto a su amada y a la parejita de niño y niña, todos con la piel blaquita y el cabello rubio, y una casa maravillosa, un perro y un coche.
Es una trampa, claro, basta con echar un vistazo a las cifras sobre padres que abandonan a sus criaturas, tanto a nivel económico como emocional.
La gran mayoría de las mujeres que consiguen fundar una familia feliz no son felices. Unas, porque el muchacho salió huyendo como si le persiguiera el diablo, otras porque el tipo se quedó, están hartas de la sobrecarga de trabajo y se sienten estafadas con la doble jornada laboral. Unas porque descubren que el amor en la realidad no tiene nada que ver con las películas que se montaron, otras porque se sienten atrapadas y les da rabia que sus maridos se escapen en cuanto pueden.
¿Qué beneficios obtienen las mujeres y los hombres de la familia feliz? Las mujeres, doble y triple jornada laboral, penalización en sus empleos, bajada de ingresos y de autonomía económica, agotamiento extremo, y falta de tiempo libre. Los hombres en cambio tienen muchos más privilegios que sus esposas. Ganan en posición social, ven aumentar sus ingresos, y se les considera señores respetables.
A cambio de sentirse vigilados, controlados y atrapados, obtienen sexo gratis, amor y cuidados permanentes. A muchos de ellos les compensa casarse porque el matrimonio les ofrece una criada gratis que también es enfermera, psicóloga, secretaria, madre, educadora, cocinera, limpiadora, y les compensa porque el papel de cualquiera de ellas es cubrir las necesidades básicas de su marido, incluidas las sexuales. Y aunque la vida en familia es muy aburrida y a rstos estresante, todos puede escaparse un ratito al burdel o a casa de la amante: si les descubren, les dejan dos noches durmiendo en el sofá y luego todo vuelve a ser como siempre.
¿Os habéis fijado que cuando el papá va a conocer a su bebé recién nacido, todo el mundo insiste en el gran parecido que tienen ambos? Muchas mujeres creen que si su hombre se enamora del bebé nada más nacer, no querrá separarse de ellas durante todo el tiempo que dure la crianza. Por eso los demás familiares tratan de facilitar que el padre sienta que el niño es realmente hijo es suyo, y surja el vínculo amoroso: si el padre cae rendido, será más probable que acceda voluntariamente a formar parte de la nueva familia feliz.
El mito romántico nos engaña a todas con la idea de que teniendo hijos, el hombre por fin se comprometerá, se comportará como un adulto, y se vinculará a nosotras y a los críos como proveedor principal, protector y cabeza de familia. Por eso hay tantas que creen que el hombre dejará de salir con sus amigos, que sacrificará su tiempo libre, y dejará de dedicar tiempo a sus pasiones para entregarse por completo a la crianza y al hogar. Y que aunque haya problemas, podrán superarlos unidos, y serán todos muy felices comiendo perdices.
Este es el mito que nos venden, pero la realidad es diferente. Los hombres son educados para disfrutar de su libertad y para gozar de todo a la vez: de su papel como cabeza de familia, de su status como hombre soltero. Los hombres son educados para que crean que puedan compaginar su grupo de rock adolescente o sus juergas en el puticlub con sus obligaciones como compañero y papá. Las que se quedan sin sus pasiones y sus redes somos nosotras, y así es como, por muy modernas que seamos, acabamos todas maternando solas en casa y preguntándonos si era esto lo que queríamos.
La falta de cuidados y la ausencia del padre genera un enorme resentimiento y una gran frustración en las mujeres que pensaron que tener hijos podría transformarlos en hombres más tiernos, más sensibles, más maduros, responsables y más comprometidos. A muchas nos hicieron creer que el amor nos haría iguales, y nos convertiría en compañeras de los hombres.
Pero la realidad es otra. Los hombres tienen un problema muy serio con la paternidad. En muchos países del mundo las que acompañan a parir a las mamás son las abuelas, no los papás. Las que cuidan a las mamás en el postparto, son las abuelas, las tías, las hermanas, las primas y las amigas, no los papás.
Hay muchos que en pocos días ya están haciendo su vida como si nada, y que jamás cambian un pañal.
Son pocos los países del mundo que permiten a los hombres cuidar a su compañera y bebé en el posparto, pero no hay ningún movimiento social de hombres masivo pidiendo que las leyes reconozcan su derecho y su obligación de cuidar durante los primeros meses de vida de las criaturas, que es cuando más les necesitan.
En las sociedades más modernas, los papás y las mamás primerizas se hacen una foto muy bonita para presentar a su bebé en sociedad, y cuando llegan a casa se dan un golpe fortísimo con la realidad: los bebés necesitan atención y cuidados las 24 horas del día, y la carga del trabajo doméstico pasa a ser descomunal. La vida es muy dura cuando no dormimos, y cuando el agotamiento nos tiene como zombies, hay momentos en que sentimos que hemos perdido nuestra propia vida. Y eso es lo que hace que muchos salgan corriendo.
Las que no podemos salir corriendo somos nosotras.
En las sociedades tradicionales, las mujeres se cuidan entre ellas, y en las más modernas, los hombres tienen permiso de paternidad unas semanas para poder cuidar a su compañera. Como no es obligatorio, muchos prefieren volver al trabajo que estar metido en la cuarentena del posparto. Y los que quieren disfrutar de su bebé, tienen que volver cuando se acaban los permisos de paternidad, así quela mamá se queda sola durante 9 o 10 horas al día, con dos empleos y sin remuneración.
En la mayor parte del mundo los hombres pasan más tiempo fuera que dentro de casa, regresan al final del día, y se encuentran un hogar sumido en el caos y a una compañera agotada, cabreada o al borde del llanto. Que haya tantas mujeres solas en casa sin ayuda, con un bebé tan pequeño, a menudo con puntos de sutura en los genitales o en la panza, es una monstruosidad. Las mujeres no pueden llevar una casa y cuidar a un bebé a la vez en el posparto porque no hay energía ni tiempo material, especialmente si además de un bebé hay más niños/as y mascotas.
Las mujeres recién paridas nos sentimos vulnerables y solas. Es entonces cuando empiezan las batallas en el hogar: las mamás reclaman tiempo para ellas mismas, piden ayuda y cuidados, y se cabrean porque el hombre no se compromete, o porque llega muy tarde a casa.
Cuando los hombres hacen su vida como si no tuvieran bebés, el mito de la familia feliz comienza a resquebrajarse como el corazón de las mujeres que creyeron que al encontrar el amor no se sentirían solas jamás.
Hay pocas opciones para salir de la trampa. Si la mamá quiere cuidar ella misma a sus hijos, tendrá que renunciar a sus ingresos y depender económicamente del compañero.
Otra opción es buscar una sustituta que cuide a tus hijos (pero no a tu marido), que cobre la mitad que tú por las mismas horas de trabajo, y que no forme parte de tu familia aunque pase más horas que tú en tu casa. Es decir, nosotras podemos liberamos como los hombres, pero explotando a otras mujeres más pobres o más precarias que para poder delegar tu responsabilidad y la de tu compañero en otra persona.
La tercera opción es llevarlo a una guardería diez horas al día. No importa el sufrimiento que genera en las crías estar con gente desconocida con la que no tiene vínculos afectivos: lo que importa es que las mujeres que son mamás sean igual de productivas que las que no son mamás. ¿Y qué ocurre con las madres y padres que quieren cuidar ellos mismos a sus criaturas? Que no pueden. La familia feliz tiene que pasar el día separada: los mayores en las residencias, los pequeños en las guarderías, y los adultos en sus centros de trabajo.
Las mujeres tenemos un problema con la droga del amor, y los hombres tienen un problema muy grande con la paternidad. Muchos de ellos desaparecen cuando surge la rayita en el aparato que te dice si estás o no embarazada. Otros huyen en el embarazo, y otros al poco de nacer el primer bebé. Algunos aguantan unos años, pero se van también.
Por eso en casi todas las películas y novelas, los protagonistas tienen el mismo problema: un padre que no estuvo, un padre que a veces estaba y otras no, un padre que estuvo y abandonó, un padre que jamás quiso de verdad a su hijo.
Si el mundo está lleno de niños y niñas traumadas por la ausencia del padre, es porque el mito de la familia feliz es una trampa.
Los hombres logran huir de esa trampa de diversas maneras: unos desaparecen del mapa, otros huyen a ratitos. Los hay que se quedan en cuerpo pero no en alma: son esos hombres de antaño que permanecían frente al televisor con cara de fastidio porque los niños gritan y cuando ya no pueden aguantar más a la familia feliz, se bajan al bar a tomarse tres whiskys y ahogar las penas, hasta que llega la señora para mandarles de nuevo a casa.
Antes las mujeres tenían que ejercer de policías y carceleras, intentando mantener a los hombres dentro de los confines del hogar, mientras los hombres vivían como ladrones, intentando burlar la vigilancia para poder vivir a ratitos la vida de hombre libre que siempre quiso vivir. Para los hombres siempre ha sido relativamente fácil combinar su vida de hombre de familia y su vida de hombre soltero, pero para las mujeres no hay escapatoria posible.
A nosotras nos toca el gran peso de la carga familiar: somos nosotras las que dejamos de tener tiempo libre y vida social. Somos nostras las que, en todo el mundo, hacemos doble o triple jornada laboral como trabajadoras del hogar, como mamás, y como profesionales: basta con echar un vistazo a los índices de tiempo libre que disfrutan los hombres en todos los países y compararlos con los de las mujeres para darnos cuenta de que en la gran trampa de la familia feliz, las que salimos perdiendo somos nosotras.
Antes de caer en la trampa, lo que vemos a diario en la calle son familias felices paseando o comprando, y subiendo sus fotos de familia feliz en las redes sociales.
Y después de caer en la trampa, es cuando comprendemos lo que hay detrás de las sonrisas felices de las fotos, y la estafa que hemos sufrido.
Algunas se divorcian porque no soportan la insolidaridad y el egoísmo de sus esposos, otras viven en una guerra permanente para que el compañero se porte bien y esté a la altura. Unas se quedan y tienen más hijos, y más trabajo, y más cansancio, y más amargura, otras se liberan cuando los hijos e hijas salen de casa. Las marcas que esa decepción deja en el rostro no se quitan con ningún filtro de Instagram.
Algunas creen que han tenido mala suerte en la vida y siguen creyendo que lo que ven por la calle son familias felices. Otras saben perfectamente que en todas las familias tradicionales, y también en las modernas, las mujeres viven sobrecargadas y agotadas, volcadas en el bienestar de su marido y sus crías, tirando del carro como pueden, e intentando ser felices, cuando las dejan.
¿Están los hombres haciendo cambios? Algunos de los hombres que no quieren familia feliz han empezado a usar condón y a hacerse la vasectomía. Los que sí quieren familia feliz combinan el rol de hombre moderno que apoya y ayuda pero sin asumir la responsabilidad, con el rol de hombre tradicional que se escapa de vez en cuando para disfrutar de la vida. Hay mujeres que toleran estas escapadas, otras que montan escenas dramáticas, unas que se rebelan contra la injusticia, y otras que se resignan y asumen lo que las ha tocado por haber nacido mujeres.
Antes, de los hombres no se esperaba que fueran buenos padres. Lo único que tenían que hacer es traer dinero a casa, y ya se apañaban las mujeres entre ellas. Ahora en cambio nos dejan solas en una casa, sin red alrededor, haciendo el trabajo de tres mujeres, y esperando a que vuelva el marido.
Antes teníamos una red de mujeres de nuestro entorno, nos apoyabamos unas a otras, trabajando y criando a la vez. Había maridos que cumplían con su única obligación, y había otros que se gastaban el salario en una fiesta de dos días y les daba igual que sus hijos y compañera pasaran hambre. Las mujeres se buscaban las vueltas para alimentarlos hasta que llegara el próximo salario, si llegaba. Eso era todo.
Las mujeres de hoy en día sufrimos más porque estamos solas, y aunque algunas tenemos nuestros ingresos, esperamos que ellos sean solidarios y responsables, que se comprometan y sean capaces de disfrutar de su paternidad, que sean honestos y que sean buenos compañeros.
Nos venden dos mitos por el precio de uno: el príncipe azul y el compañero que es buen padre. Y lo compramos a ciegas, aunque después nos demos cuenta del precio tan alto que hemos tenido que pagar.
¿Entonces no existen las familias felices?
Hay parejas que se quieren, se cuidan, y reparten las tareas equitativamente. Hay familias amorosas que disfrutan pasando tiempo juntos, pero ninguna familia es perfecta: en todas hay conflictos y problemas, como en cualquier grupo humano.
Es difícil encontrar familias que funcionen al margen de las estructuras patriarcales, porque en la mayoría de los hogares, somos nosotras las que cargamos con todo el trabajo mental y emocional, la organización y administración, y la planificación. La sociedad se alarma ante la bajada de la natalidad y nos pide que que seamos madres, pero no nos proporcionan las condiciones que necesitamos para criar. El mercado laboral nos castiga y no nos permite siquiera cuidar de nuestros críos cuando enferman.
Nos engañan con el mito de la conciliación, pero las que vivimos en una familia feliz sabemos que la única forma de lidiar con todo es dormir poco y vivir permanentemente agotada. El cansancio extremo deteriora nuestra salud física, mental y emocional, nos afecta al ánimo y al humor, y al deseo sexual, y deteriora también la convivencia con la pareja.
Así que el problema no es personal, sino político: las mujeres tenemos que luchar contra corriente en una sociedad que nos pone toda una carrera de obstáculos para maternar y educar. Hoy en día sostener una familia, trabajar e intentar ser feliz es toda una odisea, y tratar de eliminar al patriarcado de la ecuación, es una verdadera utopía. Ni siquiera con una pareja responsable al cien por cien, podemos con todo: para criar a un sólo niño hace falta una tribu entera.
¿Cómo podríamos avisar a las nuevas generaciones para que no caigan en la trampa?
A los niños hay que educarles para que sean autónomos y no busquen una criada gratis, para que sean honestos, y para que sólo sean padres si están dispuestos a cuidar a sus criaturas.
A las niñas hay que explicarles que ser mujer no significa ser madre, que criar hijos es muy duro en un mundo anti-niños, y que los cuidados hay que compartirlos entre todos y todas.
A las nuevas generaciones hay que contarles lo que hay después del final feliz de los cuentos, lo difícil que es vivir en pareja, los problemas que tienen los hombres con sus responsabilidades y sus paternidades, y los problemas que tienen las mujeres que compraron el pack completo de mitos creyendo que así serían felices el resto de sus vidas.
Hay que hablarles de la presion social que sufrimos para que nos emparejemos y tengamos hijos aunque no queramos, y de lo difícil que es para nosotras que nos respeten cuando decidimos amar de otra manera o fundar otro tipo de familia que no sea la tradicional.
También hay que hablar de la decepción, la frustración, la amargura que genera en las mujeres esta estafa romántica, y de cómo afecta a nuestra salud mental y emocional.
Tenemos que visibilizar la prisión en la que viven tantas mujeres que soñaron otra vida distinta y no pudieron elegir.
Hay que explicarles que la vida que llevan las princesas y las famosas de la Revista ¡Hola! junto a sus príncipes azules no es real. Son escenarios, performances, que nos hacen creer que las mujeres ricas sí logran fundar una familia feliz y ser felices. Ellas también sufren, se divorcian, se rompen, se recuperan, y vuelven a fundar otra familia feliz. Es una narrativa mágica que nos empuja a imitarlas, y que nos hace presas de un sistema que nos quiere a todas entretenidas en la tarea de fundar y sostener una familia feliz.
Hay que explicarles a las niñas y adolescentes que los bebés más que unir, destrozan parejas: la llegada de un bebé es una experiencia tan fuerte y tan difícil, que sólo sobreviven aquellas que logran unirse y formar equipo de crianza. Y de ellas, son muy pocas las que logran ser equitativas en el reparto de las tareas.
La familia feliz se construye sobre la capacidad de las mujeres para ceder, para resignarse, para aguantar, y para sacrificarse. Por eso ahora se rompen tantas familias felices: porque las mujeres ya no queremos asumir el papel que nos toca, y protestamos por la vida de privilegios que disfrutan los hombres.
El problema es que muchas de las que quieren divorciarse son amenazadas de muerte, y la mayoría no tiene medios económicos para separarse. Por eso, para la mayor parte de nosotras el amor romántico y la maternidad romántica es una trampa.
Para que la gente joven pueda entender la doble moral, la Gran Estafa del Mito Romántico y de la familia feliz, y lo que les pasa a los hombres, invitadles a que echen un vistazo a los aparcamientos de los burdeles a medio día: están a rebosar de hombres que van a misa los domingos con su señora y su descendencia.
El feminismo está sacando a la luz todos esos privilegios masculinos, y denunciando la explotación y la violencia que sufrimos las mujeres en el hogar feliz. Queremos desmitificar el amor romántico para que no caigan más niñas, lograr que todas las mujeres tengan las condiciones adecuadas para poder divorciarse si lo desean, queremos repartir los cuidados para que no recaigan sobre las espaldas de las mujeres, queremos que los hombres se impliquen en todas sus responsabilidades y dejen de vivir como reyes, queremos que todas las mujeres puedan elegir libremente la maternidad, queremos que los niños y niñas se sientan queridas, queremos que las mujeres se sientan libres para vivir su vida como quieren, queremos que las mujeres sean libres para amar a otras mujeres, queremos tener tiempo e ingresos para criar, y queremos que la sociedad acepte que hay muchas formas de relacionarse y muchos tipos de familia diferentes.
Hay que seguir derribando los mitos románticos y el mito de la familia feliz para liberarnos de las cárceles en las que nos quieren meter en nombre del amor.
Coral Herrera Gómez
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