¿Qué siente un niño que corta una flor o mata una hormiga por primera vez en su vida? El placer del poder.
¿Y ese señor que camina hacia su coche despacito mientras todo el mundo espera que por fin pare esa alarma que taladra los oídos y el alma? Siente placer con las miradas suplicantes o llenas de odio de los demás. Siente el placer del poder.
¿Qué siente un vigilante que tiene una pistola en su poder y te da órdenes, te regaña, te señala lo que puedes y no puedes hacer cuando entras en el aeropuerto, en un banco o una institución? El placer del poder.
¿Qué siente la enfermera que tarda en darle el bebé recién nacido a su mamá, mientras ella suplica angustiada que le traigan a su hija? El placer del poder.
¿Qué siente una niña cuando lleva por primera vez a un perro con la correa y cuando aprende a darle órdenes?
El placer del poder.
El placer del poder también le gusta a la secretaria que podría ayudarte porque se conoce todos los trucos de la burocracia, pero opta por no hacerlo y te dice con una sonrisa falsa que no se puede hacer nada.
El placer del poder lo siente la obrera cuando es elegida por un millonario y consigue la boda de ensueño, ser portada en la prensa rosa, y despertar la envidia de las demás.
Lo siente la niña encargada de mantener el orden en el aula mientras la profesora va al baño.
Lo siente la señora cuando su criada le suplica que le conceda un día libre para despedirse de su madre antes de morir, y ella le dice que no.
Lo siente también la mujer que capta todas las miradas con su vestido sexy al llegar a una fiesta,
el catedrático que recibe el homenaje de su comunidad académica,
el tuitero que logra viralizar un tuit por primera vez en su vida,
la artista que contonea sus caderas en el escenario ante los gritos enloquecidos de miles de fans.
El placer del poder lo siente asimismo el tertuliano que mete zascas y sale victorioso del combate televisivo,
la influencer que alcanza el medio millón de seguidores,
el tipo que es nombrado Ministro cuando lo tratan de Excelentísimo.
También lo siente la señora que sostiene el cetro en sus manos el día que es nombrada alcaldesa de su pueblo,
y el Edipo Rey Niño que logra que su madre y su padre se peleen y se dejen de hablar, para poder tener a su mamá para él solo.
También lo siente la Electra cuando se corona como Reina del corazón de Papá.
El placer del poder lo experimentamos desde la más tierna infancia, cuando aprendemos a disfrutar haciendo sufrir a los animales.
También lo sentimos cuando humillamos a niños y niñas que no se adaptan a la norma y por tanto no son "normales".
Los niños sienten placer cuando se ríen del calvo, de la gafotas, del cojo, de la buena estudiante, del gordo, de la tartamuda, del mariquita, de la niña que lleva aparato de dientes, del hijo de inmigrantes, de la niña con pelo corto o del niño con pelo largo.
Ese placer lo siente el matón del barrio sabiendo que los demás tienen miedo de convertirse en su próximo objetivo,
lo siente también su padre contando chistes racistas, gordófobos o misóginos en la barra del bar mientras los demás aplauden.
Es un vicio este placer.
Lo siente el soldado cuando le aplauden en los desfiles, cuando le mandan a violar niñas o a matar a personas desarmadas,
Lo siente el presidente de una nación cuando declara la guerra a otro país y recibe millones de dólares de sus amigos para matar a sus enemigos.
El placer del poder lo siente el sicario que cumple su misión,
el juez que se venga de las mujeres a golpe de martillo,
el gobernante que decide los indultos,
el empresario que gracias a sus contactos, firma un contrato millonario con el Estado.
El placer del poder es el mismo en todos y todas:
en la oficinista que acosa a la compañera nueva porque la ve como una amenaza,
Y en la novia recién casada que se ha llevado "al más guapo "de la Universidad y despierta la envidia de todas sus amigas con sus fotos de la boda,
Es el mismo placer que siente la amante del "más guapo" cuando ve esas fotos, sabiendo que después de la luna de miel lo tendrá de nuevo en sus brazos.
El placer del poder lo siente el ex novio que difunde los vídeos sexuales de la mujer que osó dejarle, para arruinar su reputación y hacerle todo el daño posible,
lo siente el padre que prohíbe a su hijo estudiar lo que le gusta de verdad, y le obliga a seguir sus pasos profesionales
El placer del poder lo siente el profesor que por fin puede suspender a esa alumna que le cae tan mal,
Lo siente el niño que atrapa un cangrejo y no lo devuelve al mar mientras los demás le suplican que no lo mate.
Lo siente el chaval que tortura a una vaquilla encerrada y asustada en las fiestas de su pueblo,
y lo siente también la madre que manipula a su hija y le cortar las alas para tenerla controlada.
El mismo placer que siente el futbolista al meter el gol de la victoria en el Mundial,
o el torero cuando después de una hora de tortura, corta la oreja de un animal agonizante y recibe los aplausos de la plaza.
Este placer lo siente el rencoroso y el envidioso con el mal ajeno,
el crítico de cine cuando se dispone a hundir una película en su próxima columna,
el moribundo pensando en la sorpresa y la conmoción que va a causar su testamento en su familia,
Es también el que siente la nuera cuando gana de nuevo una batalla contra la suegra. O al revés.
Lo siente el opinólogo que quiere cambiar el relato de la realidad usando un micrófono,
lo sienten los fieles de las religiones posmodernas cuando imponen su vocabulario y su forma de nombrar las cosas,
lo sienten los miembros de las sectas cuando captan a algún famoso o cuando alcanzan puestos de poder,
lo sienten todos aquellos que escriben la Historia bajo sus intereses y su visión de la realidad.
El mismo placer que siente un cura con un cinturón en la mano viendo el terror de un niño antes de pegarle.
El mismo placer con el que el obispo manosea y desnuda a uns niña para romper su inocencia y destrozarle el alma.
El placer del poder lo sienten los chicos jóvenes cuando van juntos por la calle, ven a una mujer sola, y la acosan sexualmente.
Cuanto más miedo y enfado muestre la chica, más placer experimentan, y más poderosos se sienten.
Es un placer que comparten muchos machos en todo el mundo cuando someten, ningunean, menosprecian, dominan, maltratan y violan mujeres.
El placer del poder lo siente también el joven que logró su objetivo de follar esa noche, después de recibir muchos noes, con una chica que cree que no tiene derecho a echarse atrás cuando quiera.
Ese placer lo siente el mafioso que presiona al gobernante para que le devuelva el favor,
lo siente el pandillero que nota el miedo en los ojos de sus enemigos cuando quiere cobrarse una deuda,
lo siente el narco cuando cierra un trato importante con la policía.
Lo siente el hombre que destroza la autoestima de su esposa durante años para machacarla, hundirla, y manipularla a su antojo.
Lo siente el maltratador cuando su esposa por fin se suicida,
lo siente el violador cuando ve el terror en los ojos de su víctima,
y lo siente el femicida cuando decide castigar la desobediencia de su mujer con la muerte.
El placer del poder no es sólo cosa de personas malvadas y sin sentimientos.
El poder nos gusta a todos y a todas, pero unas personas se relacionan desde la ética amorosa, y otras carecen completamente de principios y valores.
Hay gente que acapara el poder y no tiene límite, ni escrúpulos, ni remordimiento de ningún tipo. Solo quieren ganar y ganar, acumular dinero, almacenarlo aunque se le pudra. Para acaparar hay que robarle a la gente, su energía, su tiempo o su fuerza de trabajo, y la mayor parte de la gente malvada es la que no piensa en si los medios que está usando para beneficiarse son éticos o no, si hacen daño a los demás, o no.
A nivel cotidiano, el placer del poder lo siente la adolescente que recibe mil likes por una foto posando sexy, y que cree que su valor reside en el número de seguidores que tiene,
Lo siente la enamorada que después de mucho insistir, conquista y pone de rodillas a su amado,
Lo siente el alumno que se convierte en profesor, y sube al estrado para ser escuchado,
Lo siente el ciudadano que se convierte en concejal,
El cabo que se convierte en capitán,
El señor insignificante que se convierte en presidente de la comunidad de vecinos,
La chica de barrio el día que es nombrada directora general de la empresa,
Lo siente también la plebeya que se convierte en reina.
Y el cantante que alimenta su alma con los aplausos de sus fieles,
Lo disfruta el guardia civil que le zampa tres multas de una vez al chaval de las rastas y los piercings,
El político que llega al poder y empieza a repartir dinero entre los suyos,
El periodista que difunde un bulo para hundir un partido político,
El policía que apalea y luego tortura a los jóvenes rebeldes que se manifestaban en la calle.
El placer del poder lo sentimos todos y todas en algún momento de nuestras vidas, y cada cual, según sean sus principios, maneja ese placer o esa necesidad de sentir placer como puede.
Es posible que te creas que tú no necesitas trabajarte este tema, porque generalmente no tenemos conciencia del daño que hacemos a los demás.
Sí, a mí me gusta también sentirme poderosa. A, todos y a todas nos gusta el placer del poder.
Por ejemplo, cuando disfrutas pensando en los llantos de tu gente en tu funeral,
cuando sueñas con la cara de tus rivales en la ceremonia de ese merecido premio,
cuando te asomas al perfil de tus ex y los ves fatal,
cuando alguien desesperado te pide dinero,
cuando gana tu equipo de fútbol y te crees superior a los de los equipos rivales.
Tú también sientes el placer del poder cuando enamoras a muchas mujeres o a muchos hombres y los tienes a todos a tus pies.
Cuando tienes información valiosa y la usas con mezquindad,
cuando vas a dar una noticia que va a dejar a los demás boquiabiertos,
cuando usas tu dinero para tener gente devota a tu alrededor,
cuando arruinas la carrera de alguien a golpe de click,
cuando vas rompiendo corazones y dejando cadáveres emocionales tras de ti.
Sientes ese placer cuando te sientes imprescindible en la vida de alguien,
cuando alguien se arrodilla ante ti arrepentido pidiendo perdón,
cuando logras quebrar a esa amiga tan segura de sí misma y le haces llorar,
cuando tu perro te pide que le des de comer o le saques a mear, y le haces esperar.
Lo sentimos todos y todas, en diversos grados y niveles: el problema es que no sabemos usar nuestro poder. No sabemos cómo medirlo, no pensamos en cómo afecta al resto, y lo peor es que nos da igual.
Además, nuestra sociedad narcisista nos hace creer que nuestros deseos son derechos, y nuestros privilegios, un salvoconducto para decir y hacer lo que nos de la gana.
Por eso abusan y nos hacen daño, por eso abusamos y hacemos daño a los demás.
No solo sufrimos la violencia de los demás a través de su poder, también la ejercemos. Por muy abajo que estemos en la jerarquía social, siempre habrá gente debajo.
En algún momento de nuestras vidas todos y todas tenemos poder sobre alguien, ya sea un bebé, una persona mayor, una persona enferma o con discapacidades, un animal que no puede escapar, un empleado, o cualquier persona que depende de nosotros y nosotras, económica o emocionalmente hablando.
Cuanto más poder tenemos, más queremos: sentimos placer dominando nuestro entorno, sintiendo que tenemos el control, sintiendo que somos los mejores, que somos los "buenos", que somos superiores, que tenemos la razón.
Nos encanta que nos aplaudan, que nos obedezcan, que nos halaguen, que nos admiren, que nos envidien, que nos rindan pleitesía y nos respeten por nuestro lugar en la jerarquía social.
Es irresistible ese placer que experimentamos cuando los demás se rinden ante nuestros encantos, nuestro dinero, nuestro talento, o nuestra posición de poder.
El placer es mayor cuando te ha tocado siempre estar abajo y cambias de posición de la noche a la mañana.
A todos y a todas nos gusta recibir alimento para el Ego, y sentirnos diferentes a los demás: nos encanta pensar que somos personas únicas y especiales, nos deleitamos sabiendo la huella que dejamos en la vida de los demás.
Es difícil no sucumbir al placer del poder cuando ponen una calle o una plaza a tu nombre,
cuando cada domingo decenas de familias acuden fielmente a verte en el altar y a escucharte durante una o varias horas soltando sermones,
o cuando presentas una obra artística que te convierte en un personaje histórico y te deleitas pensando que vas a ser recordado por los siglos de los siglos.
Ese placer del poder lo siente el alcalde cuando se apropia del dinero que pone la gente, y en lugar de hacer una escuela, se lo gasta en hacer una escultura en bronce de su personaje.
Lo sienten también los dueños de las multinacionales que se apropian del agua de un territorio para hacerse millonarios.
Tomar decisiones que afectan a millones de personas, también es un placer descomunal. Por ejemplo, los políticos de derechas que recortan en Sanidad y saben que están poniendo en peligro la vida de tanta gente. Es un placer que les recorre la espina dorsal y les provoca pequeños orgasmos: ¿hay algo más excitante en el mundo que tener vidas humanas en tu mano?
También les pone mucho recortar en Educación Pública y subvencionar la privada, sabiendo que vas a ayudar a unas pocas familias y a hacer daño a la clase obrera. Cuanto más odias a los y las trabajadoras, más placer sientes haciendo daño. A los mas sádicos les encanta hacer daño también a niños y niñas, sobre todo si son de clase obrera, ¿hay algo más placentero que arruinar su futuro desde su más tierna infancia?
También es un placer sentirte la Salvadora o el Salvador: el solucionador de problemas, el que se sacrifica por los demás, el que ayuda y saca del pozo a los demás.
El que te da consejos para mejorar, el que te ofrece soluciones mágicas para transformar tu vida, el que te consuela cuando tropiezas de nuevo, el que te guía en el camino hacia el éxito, la gloria y la eternidad.... les encanta sentir que pueden manipular e influenciar a cientos o a miles de personas.
Lo curioso del poder y sus placeres es que a veces nos toca obedecer (al jefe en la oficina), otras veces ser obedecidos (por la esposa, la empleada doméstica, o los hijos)
A veces nos toca aplaudir, otras ser aplaudidos, a veces toca soportar humillaciones, otras veces somos nosotros los que humillamos y hacemos daño.
En un mismo día podemos estar en cualquiera de las dos posiciones varias veces.
Y aunque a la mayoría lo que nos toca es obedecer, tenemos el consuelo de que aunque no podamos mandar sobre los demás, ni manipularlos a nuestro antojo, al menos podemos formar una familia y sentirnos los reyes o las reinas de nuestro hogar.
En casa podemos sentirnos obedecidos, importantes, necesarios, admirados, temidos, y cuidados, y esto sucede lo mismo en las familias de clase muy alta que en las de clase media, baja y muy baja. Por eso son tan vulnerables nuestras frías y nuestras mascotas: están en nuestras manos, son nuestros, podemos destrozarles la vida si queremos.
El placer del poder es adictivo y peligroso, porque está controlado por el ego, que es insaciable y siempre quiere más.
Más aplausos, más likes, más dinero, más fieles, más riquezas, más conquistas, más placer, más poder.
Uno de los principales mensajes que nos lanzan en los productos culturales del patriarcado es que si somos superiores a los demás, tenemos derecho a aprovecharnos de nuestros privilegios, a abusar lo que queramos, a mandar y a manipular a los demás a nuestro antojo.
Muy pocas personas en este mundo tienen herramientas para liberarse de sus egos, para trabajarse la humildad, para aprender a pensar en el Bien Común, para liberarse del afán de acaparar y acumular recursos, para usar el poder de forma que no perjudique ni explote a nadie.
La mayor parte de nosotros somos educados para pensar solo en nosotros mismos, para desconfiar de los demás, y para sacar partido de cualquier situación.
Educar a las nuevas generaciones para que aprendan a usar su poder sin hacer daño a nadie es toda una odisea, sobre todo porque los teléfonos nos crean la falsa ilusión de que podemos controlar el mundo con los dedos pulgares.
A través de las pantallas nos sentimos libres para opinar de todos los temas, para ejercer violencia verbal creyendo que no tiene consecuencias, para participar en linchamientos públicos y para destrozar la carrera de cualquier famoso.
Las asistentas virtuales nos hacen creer que nuestros deseos son órdenes: podemos hacer que trabajen para nosotros, podemos insultarles, mandarles callar, desactivarles.
Podemos decir lo que queramos y no hace falta que empleemos buenos modales con ellas. Son nuestras esclavas-robot, nos buscan información, encienden la calefacción, nos ofrecen entretenimiento, nos escuchan con atención.
El placer del poder lo usan también las élites a través de la publicidad para engañarnos y para que creamos que un producto mágico nos puede convertir en auténticas diosas del Olimpo: con este desodorante tendrás a todas las mujeres a tus pies, con este pintalabios seducirás a todos los hombres de la oficina, con este coche los demás te van a tener envidia, con este reloj tan sofisticado te ganarás el respeto de los demás, con unas tetas nuevas nadie podrá resistirse a tus encantos.
La publicidad gana mucho dinero aprovechándose de la fragilidad de nuestros egos y de la necesidad de sentirnos admirados y obedecidos por los demás.
La única manera de no caer en la trampa del placer del poder es entender cómo lo usan para manipularnos, y como lo usamos nosotros para manipular y dominar a los demás.
No es fácil liberarse de la necesidad de tener el poder y de sentir ese placer.
Pero todo en esta vida se puede trabajar.
Coral Herrera Gómez
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