Me inunda la ternura cuando veo a la gente durmiendo como bebés en los trenes y los aviones. Cuando estamos haciendo fila para pasar por el control solemos estar serias y formales, algunas se sienten nerviosas, y todas están pendientes de su bolso y sus maletas. Solo nos relajamos cuando ya hemos colocado el equipaje, nos acomodamos en nuestro asiento y se cierran las puertas. Cuando el avión despega y alcanzamos altura, o también, con el vaivén del tren o el bus, mucha gente cae rendida al sueño, pierde la compostura, abre la boca, se acurruca como si estuviera en el sofá de su casa.
Todos confiamos en todos: cae la armadura que llevamos para defendernos, dejamos de estar alerta y pensamos que no nos va a ocurrir nada, que nadie alrededor nos va a hacer daño. Confiamos en los cuidados del personal de tripulación, confiamos en que la persona que conduce está bien despierta, concentrada y en sus cabales, y que nos va a llevar a nuestro destino sanas y salvas.
Confiamos en todas las personas que conforman la comunidad viajera, aunque no nos conozcamos de nada.
Y gracias a eso podemos abandonarnos y quedar dormidos en un espacio público.
En mis viajes suelo pasear por el tren para no pasar tantas horas sentada, pero también porque me encanta ver a gente compartiendo sueño y asiento con personas desconocidas, o a mamás y papas durmiendo con sus criaturas en brazos, o a las parejas que entrelazan sus manos mientras roncan plácidamente.
Es como si por un rato el vagón no fuese lleno de individualidades, sino de un "nosotros", una comunidad de gente viajera que comparte techo mientras se desplaza de un sitio a otro.
Yo siempre tengo esto presente cuando viajo en transporte público, incluso en el metro: en caso de emergencia todo mi ser se va a volcar en ayudar a la gente que más lo necesite (personas mayores, infancia, personas con movilidad reducida y con discapacidades) También es muy reconfortante pensar que si estoy herida o atrapada también seré ayudada, y que en caso de morirme, podré darle la mano a alguien y podré despedirme de la vida acompañada por otro ser humano.
Esta sensación de formar parte de una comunidad humana también la puedes sentir caminando en la naturaleza: senderistas y montañeras nos saludamos con una sonrisa porque sabemos que quizás en un rato, o más adelante, nos pueden necesitar o podemos necesitar nosotras ayuda.
No son muchas las ocasiones en las que podemos sentir esa confianza y esa pertenencia, sobre todo si vives en una gran ciudad.
¡Pero es tan hermoso, y también tan necesario!
Nos enseñan siempre a desconfiar de los desconocidos, pero poco nos hablan de la maravillosa experiencia que supone sentirse parte de la Humanidad, una inmensa comunidad formada por miles de millones de personas.
Yo me siento así cuando veo una foto de la Tierra desde el espacio, y pienso: vamos todos en el mismo barco girando alrededor del Sol.
Que somos todos y todas primas hermanas, vaya, lo que pasa es que no nos damos cuenta, excepto cuando suceden catástrofes o situaciones dramáticas como la de la pandemia.
Cuando te topas de frente con la muerte, no importan las diferencias de clase, de idioma, de religión, de ideología: vamos en el mismo barco (bus, tren, avión), y si ocurre un desastre, vamos a ayudarnos, a socorrernos, y a acompañarnos hasta que lleguen los servicios de emergencia.
Esta capacidad para la empatía y la solidaridad es instintiva, pero también es cultural: a pesar del individualismo narcisista y egocéntrico de nuestra sociedad, creo que la mayoría tenemos aún la capacidad para cuidarnos los unos a los otros en los momentos importantes.
¿Os imagináis si en las escuelas pudiéramos aprender como cuidarnos entre todos y todas?, ¿y a cuidar las comunidades de las que formamos parte?
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#Compañerismo
#BienComún
#amordelbueno
Coral Herrera Gómez
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