Sucedió en un hotel de Bogotá, a las 14.32 de la tarde, el 7 de febrero de 2020. Recuerdo que me estaba diciendo a mí misma que estaría bien dormirme un poquito antes de que vinieran Marcela y Eliana a buscarme, había madrugado mucho para ir al aeropuerto. Me tumbé en la cama y cuando me estaba poniendo la alarma, me saltó una notificación de Instagram y entré a verlo. Era un vídeo desde la Universidad Pontificia Javeriana, en el que alguien recorría cámara en mano la enorme fila de gente que rodeaba la facultad, y pensé que había un concierto el mismo día en el que yo iba a dar una conferencia.
Pero no, era la fila que se estaba formando para mi evento, que empezaba en 3 horas, y recuerdo que el corazón se me puso a mil por hora, y algo en mi cabeza hizo click, o clack, no sé. El caso es que creo que entré en un estado extraño de disociación mental, porque no me podía creer lo que mis ojos estaban viendo, ¡eran cientos de personas!.
Lo primero que pensé fue en ponerme las botas y salir corriendo a ver aquello con mis propios ojos, pero cuando ya tenía una puesta, me paré y pensé, "me van a reconocer, no puedo ir de incógnito, ¿qué hago?" Y yo misma me contesté, "estate quietecita que en un rato vienen las compañeras a por tí, descansa que estás agotada y necesitas energía"
Pero mi corazón no paraba de palpitar, y me puse a dar vueltas por la habitación con el alma desbocada, como una leona enjaulada. Llamé a Marcela para preguntarle qué estaba pasando porque no me lo podía creer, y me dijo, "sí querida, es tu público, esto es una locura, ahorita estoy a mil cosas con la organización, estamos desbordadas, pero en un rato pasamos a buscarte".
Las compañeras de Puenteras seguían posteando fotos y vídeos de aquella fila impresionante y yo no lograba calmarme. Intenté leer el libro que llevaba, intenté hacer una meditación, hice respiraciones profundas, pero todo mi ser ansiaba salir corriendo a la calle.
Pensé en comprarme un sombrero, una gorra, una capa invisible. Pasaron miles de años y cuando vinieron a buscarme, yo tenía una sensación de irrealidad que me acompañó las 72 horas que estuve en Colombia.
Cuando llegué a la Facultad de Psicología y vi la fila, que daba ya varias vueltas al edificio, entré en shock y quise hacerme invisible. Cuando la gente empezó a reconocerme, mi corazón explotó con la adrenalina y no me sostenían las piernas. No entendía lo que me decían las compañeras, solo miraba a la gente alucinada, y la gente me miraba alucinada a mí.
Yo no sabía si lanzarme a abrazar a todo el mundo, o si meterme en un agujero para que se me tragarse la tierra. Quería hacerme chiquita, no sabía qué decir, estaba asustada, sonreía pero me quería morir pensando, ¿cómo van a caber todas?
Cuando entramos en la sala, había un jaleo tremendo, los audífonos latían en mis oídos, y me di cuenta de que, o me sentaba, o me iba a desplomar allí mismo. Vi un asiento en primera fila y sin preguntar si era de alguien, fui para allá directa y me senté porque os juro que no me sostenían las piernas. Les pregunté a las chicas del público que estaban junto a mí: ¿puedo sentarme un momento?
Se rieron y me dijeron, "claro, claro", y me miraban boquiabiertas. "Es que estoy un poco nerviosa, no me había pasado nunca en la vida esto, a ver si me relajo, que me va a dar algo, es muy fuerte, ¿verdad?" Ellas estaban tan alucinadas como yo, una me dijo: "yo he venido desde Florencia a verte", y le pregunté que donde estaba Florencia, y empezamos a charlar. Me pidieron una foto con ellas, nos hicimos un selfie multitudinario, y me llamaron para subir al escenario. Marcela me dijo que había dentro 600 personas y que se habían quedado fuera unas 300 personas, pero que la Universidad había habilitado otra sala con pantalla gigante para que me vieran en streaming. Y aún así, se quedó fuera mucha gente.
Le dije que nos fuéramos todas a la calle y sacáramos el equipo de sonido, porque se me encogió el corazón pensando en toda la gente que no pudo entrar.
Pero ya no había tiempo.
Marcela me consoló diciéndome: mañana pueden venir a verte al centro social.
Cuando subí al escenario la sala entera se llenó de aplausos y gritos de bienvenida. Yo quería dar la charla de pie, pero me temblaba el cuerpo y me sudaban las manos, cosa que jamás me había pasado. Empecé a secarme el sudor en la falda, así que decidí que mejor me quedaba sentada en la mesa. Mientras hablaban las compañeras yo trataba de sonreír y me decía cosas a mí misma para tranquilizarme: "lo vas a hacer genial, Kori, tu échale todo el amor que tienes dentro y verás como te sale bien, respira hondo, confía en ti misma, sé generosa, disfruta ya verás como ellas también disfrutan"
Yo estaba desnuda, es decir, no tenía una nota con el esquema, no tenía power point, iba a pelo como siempre, así que tenía que concentrarme mucho para estar lúcida. Cuando me tocó el turno recuerdo que empecé a tartamudear, pero en cuanto hice la primera broma y nos reímos, todo salió solo. La conferencia fue genial, el público estaba completamente entregado y me mandaba oleadas de oxitocina y dopamina que lograron calmar la adrenalina. Me imaginé que estaba con un público de 50 personas en un espacio chiquito, y todo fluyó de maravilla.
Al terminar, las guardianas me explicaron el siguiente paso: todo estaba programado minuciosamente, desde mi llegada a mi vuelta al aeropuerto, todas las horas estaban medidas, y ahora tocaba una hora de autógrafos, fotos, besos y abrazos con mi público. Me indicaron que si me cansaba o me sentía mal, con un solo gesto a mi cuidadora, podían pararlo todo y llevarme a cenar. Ella medía los tiempos para que todas pudiesen saludarme, de una forma tan suave y amorosa, y ahí estuve yo abrazando, besando, firmando y recogiendo los regalos que me traían.
Recuerdo que me daba agua, me preguntaba si me sentía bien, y yo la tomaba como si fuera el combustible que necesitaba para seguir.
Había mujeres que se habían cogido aviones, buses y camiones para venir a verme desde lejos, y yo quería darles amor a todas y pensaba, ojalá ellas sientan mi inmensa gratitud y mi calor.
A ratos me daba miedo despertar del sueño.
Todo el fin de semana fue un auténtico sueño
Me veía a mí misma desde fuera, estaba aturdida y borracha de amor, recibiendo tantas demostraciones de afecto y ternura. Imaginate escuchar a tantas mujeres contándote que tus libros les han ayudado mucho, escuchar sus historias de violencia y sufrimiento, verlas sonreír contándote el momento de su liberación...
La fila no terminaba nunca, pero la guardiana me indicó con dulzura que se había acabado el tiempo. Y yo le dije, "mira, de aquí no me muevo hasta que las abrace a todas, hasta la última persona"
Me dieron más agua.
Y lo logramos.
Cuando terminamos ya se había hecho de noche afuera y salimos juntas hacia el siguiente evento, que era una cena con las mecenas que habían aportado al proyecto. La cena fue inolvidable, las anfitrionas, Susan y Lucía nos ofrecieron tamales guatemaltecos veganos a la berenjena, y un montón de platillos de entrantes deliciosos. Nos contaron cómo habían elaborado el menú, con tanto amor, y después de cenar hicimos un círculo y una a una fuimos contando cómo nos sentíamos, y nuestra relación con el amor y el feminismo, y yo estuve escuchando a todas embelesada, y feliz de sentirme como una más.
Me contaron tantas historias, me dieron tantos regalos, besos y abrazos, yo me hubiera quedado toda la noche allí, pero como ya no me quedaba maquillaje en la cara, se me notaban las ojeras hasta el suelo, y la guardiana del tiempo y la del sueño me dijeron que había llegado el momento de ir al hotel a descansar, pues al día siguiente me esperaba una jornada muy dura.
Por la mañana dos compañeras Puenteras, Sara y Ángela, me llevaron a conocer Bogotá. Primero desayunamos café con huevos perico, y pateamos un montón, no paré de hacerles preguntas y me contaron partes de la historia del país, me quedé conmocionada. No es lo mismo leerlo que estar allí escuchando a mujeres tan sabias hablándome de la guerra y del enorme sufrimiento que han tenido que pasar durante décadas y siglos por culpa del colonialismo y el capitalismo salvaje.
La guardiana del tiempo nos llamó al teléfono para sacarnos del pasado, tocaba volver al presente. Recuerdo que cuando llegamos a La Antípoda, un edificio enorme que es un centro social y cultural autogestionado, estaba lloviendo a mares. Dentro, estaba a rebosar de gente, había casi 500 personas. Las colectivas feministas habían colocado sus puestecitos para mostrar su trabajo y recaudar fondos, y me puse a recorrerlos para ver sus creaciones. El evento comenzó con la exposición de sus luchas, de su recorrido histórico y sus proyectos artísticos, sociales y empresariales. Eran comunicadoras sociales, estudiantes combativas, activistas feministas, artistas, artesanas, brujas y hierbateras.
Después me tocó a mí salir al escenario, y con el entusiasmo del público, por poco me pongo a cantar, cual estrella de rock.
Estaba otra vez temblorosa y emocionada, así que lo primero que hice fue abrir mi corazón y contar cómo me estaba sintiendo en aquellos momentos. Me sentí más libre para ser yo y para desnudarme porque no estaba en un espacio académico. El público vibró conmigo, y todo fue genial, tras la charla subieron al escenario todas las compañeras de Puenteras, que me hicieron un regalo precioso.
Después de otra sesión intensa y larga de besos y abrazos, fotos y autógrafos, cuando la nave quedó vacía, recogimos y limpiamos entre todas. Y al final, me vino el bajón, y se me echó encima el cansancio, ¡fueron tantas emociones juntas en tan pocas horas!
En la cena las compañeras de Puenteras me contaron cómo habían organizado todo aquello, y me quedé muy impresionada. Fueron meses de trabajo colectivo para diseñar los eventos, para organizar la logística de cuidados, y para conseguir financiación. Aluciné con su nivel de creatividad, con su capacidad para crear alianzas, para tejer una red de cuidados y apoyo mutuo tan bonita. Hicieron sorteos de mis libros, convocaron a mujeres mecenas, convocaron lecturas colectivas en parques, inundaron las redes sociales, y ahora allí estaba yo, en una soda devorando unas arepas con carne mechada y tomando jugo de guanábana, como si llevara allí con ellas toda la vida.
Y pensé que tenía una suerte impresionante de haber podido conocer a este grupo de mujeres inteligentes, sensibles, trabajadoras, y comprometidas, y tan amorosas, entre ellas y conmigo. Todo gracias a las redes sociales.
Me sentí super agradecida con ellas por haberme llevado a Colombia,
con toda la gente que aportó su granito de arena al proyecto,
con las mil personas que vinieron a verme desde puntos del país tan remotos,
y por todos los regalos que me hicieron.
Me fui de Bogotá llena de amor y agradecisima con los cuidados y la protección de las nueve guardianas (de la palabra, del tiempo, del espacio, del sueño...)
Volví a Costa Rica impresionada porque no sabía que me conocía tanta gente, y que me tenían tanto cariño en Colombia. Una de verdad no lo sabe, ni se lo imagina siquiera. Mi familia se reía cuando les contaba lo que me había pasado ese fin de semana porque tengo fama de exagerada. Así que yo les enseñaba estos vídeos para que me creyesen, aunque a mí misma me costaba creerlo.
Durante estos tres años hemos seguido unidas por un hilo poderoso, con el que Puenteras ha ido teniendo una red hermosa de mujeres colombianas y de otros países celebrando círculos de lecturas virtuales de mis libros.
Yo sueño con el día en que pueda volver a Colombia. Ese hilo poderoso de Las Puenteras, mujeres que ven puentes donde otros ven abismos,
las tejedoras que crean realidades,
nos volverá a juntar dentro de poco, estoy segura ❤️
Marcela Bohórquez-Castellanos
Eliana Mejía Soto
Puenteras
#Colombia
#MuchasGracias #OsAmo