El Queer no es una metodología ni posee pretensiones de
universalidad, no se nos
impone como una “nueva forma de pensar”, ni tampoco
como una guía para seguir
paso a paso. Tampoco tiene un modelo ideal de
realidad ni una propuesta política
determinada, cerrada en sí misma, lista para
ser obedecida. La Teoría Queer es un
proceso siempre inacabado, no nos regala
metas ni certezas, sino que más bien
es generosa en ofrecer preguntas y crear
más dudas. Para mí es esencial como
herramienta de análisis y de activismo sociopolítico precisamente porque no ofrece
paraísos ni salvaciones individualistas, sino que desde lo colectivo multiplica
las propuestas de transformación y da cabida a todas ellas.
Además, me gusta lo queer porque no se instala
cómodamente en el activismo o en el academicismo, sino que transita libre entre
las calles y las aulas, los museos y las
discotecas, los congresos y los
centros sociales okupados, las verbenas populares y
las revistas académicas. El
mundo Queer heredó todo el cuestionamiento foucaultiano
acerca de la
normalidad, la naturalidad, lo correcto y lo incorrecto. Las queers, al no
creer en el concepto de “verdad”, no ofrecen soluciones
totalizantes ni mapas para
reconducir el sistema hacia un punto determinado.
El Queer está descentralizado, y se parece a Internet.
Cualquiera de nosotras
podemos hacer queer y aportar al debate con vídeos,
textos, ilustraciones, foros,
imágenes, reflexiones, deconstrucciones, preguntas o performances. El cuestionamiento
crítico de nuestra sociedad viene de todas partes, se multiplica solo: todo el
mundo
puede quejarse, dudar de las verdades dadas por supuesto, adquirir otra
perspectiva
sobre determinado tema, aportar desde donde está, elaborar críticas
constructivas,
proponer nuevas ideas y ponerlas en marcha. Aunque no se
autodenominen queer,
las críticas y las propuestas sirven para hacer queer.
Vengan de donde vengan.
El mismo hecho de que la gente o los grupos o las
mareas no quieran ser etiquetadas constituye en sí un acto de resistencia
política que es queer, porque se niegan a ser encajonadas. En lugar de
dedicarse a definirse, pasan el tiempo transitando,
transmutando, re-convirtiéndose,
inventándose. Pasan de ser innombrables
a ser
invisibles, y vienen
más formas de protesta original para luchar por los derechos
humanos, porque
estamos en tiempos en que es preciso agudizar el ingenio y el
humor para abrir
el debate social y legislativo en el ámbito de los derechos humanos.
El queer es muy útil para llevar a cabo un análisis
multidisciplinar en torno a nuestras construcciones culturales y sociales,
porque no habla desde una sola disciplina, porque
no se detiene en una sola
categoría de análisis: las autoras queer han incorporado
múltiples categorías
de análisis como la identidad, el género, la orientación sexual,
el origen
de procedencia, la religión, la etnia o
la nacionalidad, el idioma, la edad,
el cuerpo y la sexualidad, el deseo y los afectos, las
emociones y los sentimientos.
El queer, entonces, nos puede servir para seguir aportando a la
deconstrucción del pensamiento binario, para entender por qué pensamos en
sistemas de pares de
opuestos, y para visibilizar el modo en el que empobrece
nuestra percepción y
pensamiento. Sirve también para la sacar a la luz nuevas
formas de pensar, de
percibir, de relacionarnos con la realidad. Nos muestra
otras ideologías alternativas
que sostienen otros discursos, que crean otras performances, que nos cuentan
otros cuentos.
El Queer reivindica la complejidad de la realidad, la
visibilización de lo invisible,
la necesidad de defender la diversidad frente a los procesos de homogeneización y
globalización cultural. El Queer entona un “nosotros/nosotras” frente al
individualismo
del “sálvese quien pueda” y del miedo atroz al
otro, a los otros, a las diferentes,
a los extraños, a las extranjeras, a los
negros, a los rojos, a las mujeres transexuales,
a los maricas, a las indefinidas,
a las raras. Los y las queers reniegan de los
estereotipos y roles de género, subvierten
el concepto de “normalidad”, hacen gala de
sus rarezas, exaltan el valor de la
diversidad, y claman contra toda forma de
pensamiento autoritaria y rígida.
De este modo, el queer no solo rompe con el pensamiento binario, sino también con toda la
producción asociada a este pensamiento binario y jerárquico: el patriarcado,
la globalización, las democracias
actuales, el fascismo y el capitalismo. Pero también
con toda forma de
hegemonía que al imponerse discrimina: la heterosexualización de la realidad,
el racismo, el sexismo, la homofobia, la lesbofobia y la transfobia, la
misoginia
y el machismo. Su lema no es “todos somos iguales”, sino “todas somos
diferentes,
y en la diversidad reside nuestra riqueza”.
El Queer no es una ciencia nueva ni una corriente, ni
es solo un movimiento marica,
o una
moda pasajera. Es una herramienta para deconstruir, para proponer, para
reflexionar sobre como construimos la realidad y cómo podríamos cambiar esa
construcción, para ir más allá de las etiquetas que nos diferencian y nos
oprimen.
El queer trabaja en red, de un
modo simultáneo y horizontal, como en la nube:
hay mucha gente trabajando en su
comunidad o su barrio, desde las asambleas.
Son gente que entiende que el
bienestar o la felicidad no son posibles si no son
colectivas. Eso para mí es
ser gente queer… gente generosa, comprometida,
con ganas de mejorar el mundo en el que vive. Las y los queer trabajan en la
lucha por los
derechos humanos de la población LGBT, de las mujeres, de las
poblaciones
indígenas, los refugiados, las inmigrantes, los desplazados, las marginadas.
El queer también se atreve a soñar con un mundo
diferente, a llenar de propuestas
los muros vacíos: son nuevas utopías que
surgen en todas las mentes soñadoras.
Desde mi perspectiva, uno de los mayores
potenciales de transformación del Queer
es esta capacidad de incluir a todo
tipo de gente en la transformación de nuestras
sociedades. Otro potencial revolucionario
de este concepto es también la posibilidad
de que dejemos de llamarlo “queer” y
se nos ocurra otro término.
Lo
importante, creo, es seguir analizando, cuestionando, hablando, compartiendo,
debatiendo, aportando y derribando, construyendo otras estructuras más
flexibles,
probando nuevos formatos, creando espacios de trabajo desde la
diversidad.
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