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1 de abril de 2023

Aceptar la realidad: para ser mejor persona, y para cuidar tu salud mental




Aceptar la realidad: para cuidar nuestra salud mental y emocional, y acabar con el abuso y la violencia, tenemos que trabajar mucho el arte de estar con los pies en la tierra.

Necesitamos herramientas para ser realistas, para asumir con elegancia y deportividad las derrotas, para aceptar nuestra realidad física y biológica, nuestro cuerpos y nuestro aspecto físico. 

Hay que acabar con el mito de que puedes conseguirlo todo en la vida si lo deseas mucho. 

El dinero nos permite falsear, simular, maquillar, decorar la realidad, pero no transformarla. 

Las personas que usan su dinero y su poder para que otras satisfagan sus deseos, son malas personas. ¿Por qué?

Porque nadie ha venido al mundo a servir a otros, y porque nuestros deseos y nuestros sentimientos no pueden perjudicar ni limitar los derechos de los demás. 

Tenemos que aprender a aceptar los límites de la realidad, y los que nos ponen los demás. Aprender a tolerar que nos digan "NO" y aprender a respetar las leyes que nos impiden hacer lo que nos da la gana.

No podemos usar nuestros privilegios para aprovecharnos de las personas más vulnerables. 

No es justo que vayamos por la vida creyendo que podemos hacer lo que queramos si tenemos dinero para pagarlo. 

En las personas ricas ésta actitud es obscena, y se nos antoja patológica. Pero lo cierto es que aceptar la realidad nos cuesta a todos y a todas, y que necesitamos toneladas de humildad para aceptar que lo que no puede ser, no puede ser. 

Necesitamos una educación que nos hable de los derechos humanos, y nos explique que no podemos usar a nadie para que la realidad se adapte a nuestros gustos, apetencias o necesidades. 

Tener dinero no nos hace superiores a los demás. Tener poder no significa que los demás tengan que obedecernos, sacrificarse, o servirnos. 

Hay que entrenar mucho para vivir despierta, lúcida, con los pies en el suelo, con tolerancia a la frustración, y con habilidades para asumir plenamente la realidad en cada etapa de nuestras vidas. 

Si no nos gusta la realidad, podemos pedir ayuda profesional para asumir todo aquello que no podemos aceptar.

Necesitamos aprender a aceptar los límites de la realidad, y los que nos ponen los demás.

Todos los días hay que entrenar en el arte de la humildad. 

No se puede tener todo en esta vida. 

El amor no se puede comprar. 

Los seres humanos no se pueden intercambiar, donar, regalar, prestar, alquilar, vender o comprar.

Tus deseos tienen un límite. Tu dinero no te da derecho a usar a los demás para hacer tus sueños realidad. 

No todas las estrategias que usamos para manipular la realidad son éticas, porque no está bien manipular a los demás si solo te beneficias tú. 

No está bien aprovecharte de tu poder y tus privilegios para conseguir todo lo que quieres y lo que necesitas. 

No está bien abusar de los demás sólo porque crees que son seres inferiores a tu servicio.

Sería estupendo si pudiéramos aprender todo esto en casa y en la escuela. 

Estamos hablando de nociones básicas de la ética amorosa, la salud mental, el bienestar y auto cuidado.

Estamos hablando de ser mejores personas y de construir un mundo mejor. 

Estamos hablando de igualdad, de derechos, de libertad, de justicia social.

La revolución empieza por uno mismo, por una misma: hay que ser muy valiente y muy humilde para renunciar a imponer tus deseos, y para aceptar la realidad. 

Coral Herrera Gómez


 #éticaamorosa 

#filosofíadeloscuidados 

#realidad #saludmental

#justiciasocial

#otraeducaciónesposible

#OtroMundoEsPosible


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17 de marzo de 2023

Cumpleaños y amor del bueno: ¿Por qué es tan importante celebrar que estamos vivas?



Una de las tradiciones más hermosas de los seres humanos es la celebración del aniversario de nuestro nacimiento. Es el día en el que toda nuestra gente querida, y las personas que nos aprecian, se acuerdan de nosotras, nos felicitan, nos lanzan sus mejores deseos, y nos regalan cosas (palabras hermosas, cosas hechas con sus manos, cosas compradas, o experiencias)


El día de nuestro cumpleaños es para darse un baño de amor y tomar conciencia de cuánto nos aprecian, nos quieren y nos cuidan las personas a las que más queremos.


Y no necesitamos nada más que esto. 

Ni miles de aplausos, ni miles de me gustas, ni miles de seguidores: lo que necesitamos es saber que le importamos a la gente que nos importa. 


Celebren siempre que puedan su cumpleaños, celebren los cumpleaños de sus seres queridos, es el día para compartir con los demás la alegría de estar viva, y para coger fuerzas para iniciar una vuelta al sol rodeada de mucho Amor del Bueno.


Celebremos también el nacimiento de la gente que ya no está con nosotras, para que sigan vivas en nuestro corazón y nuestros pensamientos.


Felicidades a todas las que cumplís hoy, ojalá disfrutéis mucho del baño de amor de cada año ❤️


#cumpleañosfeliz #celebrarlavida #cuidados #amordelbueno

25 de febrero de 2023

Busca tu causa, busca tu gente, y lucha por ella.



Mira dentro de tí, conecta con la niña que quería cambiar el mundo, mira hacia fuera, busca tu causa, únete a otras personas que tengan tu misma causa, y lucha por ella. 

No puedes cambiar el mundo tú sola, pero sí puedes dedicar el poco tiempo y la poca energía que tienes a aportar a alguna de las miles de causas que existen en el mundo. Para saber cuál es tu causa, empieza por aquello que más te indigna, más te duele, y más te conmueve. 

No te olvides que tus problemas personales son políticos, y que si estás sufriendo por algo, probablemente haya mucha gente sufriendo por lo mismo. El mundo está lleno de gente que lucha contra el machismo, la misoginia, el racismo, la xenofobia, el clasismo, la lesbofobia, el especismo, el capacitismo....

Hay gente luchando por la libertad y los derechos humanos, contra la pobreza y el hambre, la explotación y la violencia.

 Hay gente luchando por sus barrios y sus pueblos, otros contra el cambio climático y la destrucción del planeta.

 Hay gente que encuentra su causa en el arte, en el deporte, en la política, en la ciencia y el conocimiento, en la cultura, en las religiones, en los movimientos sociales y vecinales. 

Unos luchan por los derechos de la infancia, otros por los derechos de las personas mayores, por los derechos de la gente con enfermedades o discapacidades, por los derechos de las mujeres y las niñas, por los derechos de los animales y demás seres vivos. 

Otra gente está defendiendo el agua y el territorio, la biodiversidad, los árboles, los mares, la Educación, la Sanidad, los derechos laborales, la investigación científica, el decrecimiento, la distribución y el reparto equitativo de la riqueza, la subida de salarios, la reducción de horarios de trabajo, y la Renta Básica Universal. 

Hay mucha gente luchando contra la evasión fiscal, el acaparamiento de recursos, la contaminación del aire y la tierra, los abusos policiales y judiciales, la usura desmedida, la manipulación de los medios de comunicación, la ciberviolencia, los desahucios, el tráfico de personas y animales, la corrupción, la exclusión social de los colectivos más empobrecidos...

Hay mucha gente ayudando a los colectivos más invisibles y más vulnerables en todo el mundo, muchos millones de personas que sueñan con un mundo mejor y nos ayudan a tomar conciencia de las injusticias. 

Es gente que nos abre los ojos a realidades que no queremos o no podemos ver, y los necesitamos porque son las únicas que se dedican a visibilizar y erradicar la violencia que sufrimos y ejercemos en las aulas, en los centros de trabajo, en la familia y el entorno social, en los parlamentos y las instituciones, en los hospitales y los centros sanitarios, en las residencias de personas mayores, en los centros deportivos, en los medios de comunicación, en las redes sociales, en el transporte público, y en la calle. 

Cuando encuentras tu causa, encuentras un motivo para estar vivo, o para estar viva, y aunque es muy doloroso vivir despierta y bien informada, y ser tan sensible al sufrimiento ajeno, sin duda tener una causa te hace sentir útil, te conecta con tu comunidad, te enreda con otras personas con las que compartes inquietudes y con las que se comprometen con su tarea. 

Tener una causa es el mejor antidepresivo y el mejor ansiolítico del mundo, porque solas no podemos, pero con el apoyo de la gente como nosotras, todo es más fácil. Si has sufrido mucho en la vida, puedes volcarte para que nadie más tenga que pasar por ello.

 Sentirte buena persona, saber que puedes ayudar a mucha gente, es una de las cosas que mejoran nuestra autoestima, nuestra confianza y nuestra relación con nosotras mismas. 

Tener una causa es un salvavidas en un momento en el que tanta gente no logra encontrarle sentido a sus vidas, es la mejor medicina contra el suicidio.

 Además, luchar por un mundo mejor te saca de tu egocentrismo y te permite mirar el mundo más allá de tu ombligo.

Y te permite entender que tú no puedes ser feliz mientras los demás sufren, y que el bienestar es un asunto colectivo y la felicidad un asunto político. 

Busca dentro de tí qué es lo que más te mueve y te conmueve, y ponle todo el amor del mundo a tu causa: tener un motivo para luchar te hace más generosa y mejor persona. 

¿Qué por dónde empiezas? Solo con investigar, reunir datos, recolectar información y ofrecer a los demás lo que has aprendido, sirve para que los demás puedan saber, abrir los ojos y tomar conciencia. Esta toma de conciencia sirve para que los medios lo visibilicen y los políticos tomen medidas, fíjate en cómo los activistas que protegen a la infancia y los activistas de la salud mental están logrando que los gobiernos empiecen a preocuparse por las altas tasas de suicidios. Pequeños actos de muy poca gente pueden cambiar  la vida a millones de personas en el mundo.

Busca tu causa y busca tu gente, y lucha con ella.

Coral Herrera Gómez


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3 de febrero de 2023

No te vayas sin decir adiós

 



Nos marchamos sin despedirnos cuando la pareja nos está haciendo mucho daño o cuando corremos algún peligro. Esta es la razón por la cual podemos desaparecer de la vida de una persona sin tener que dar explicaciones, porque debemos proteger nuestra vida, y nuestra salud mental y emocional. 

Cuando no se dan estas circunstancias extremas, si no que simplemente queremos dejar de compartir la vida y romper la relación, entonces sí que debemos despedirnos. 

No siempre es necesario explicar nuestras razones, ni hay que detallarlas con precisión, lo importante es que la otra persona tenga claro qué es lo que está sucediendo, sin ambigüedades. No es el "por qué", es el "qué" está pasando. 

Decir adiós es un acto de amor que requiere mucha honestidad y mucha valentía, no es nada fácil decirle a alguien que ya no estás enamorado o enamorada, no es fácil tampoco decir que quieres separarte para seguir tu camino a solas o con otras compañías, pero hay que hacerlo. 

Lo llaman ghosting, pero es maltrato y es violencia, porque desaparecer sin más de la vida de otra persona hace mucho daño. 

Cuando te dejan de contestar a los mensajes y no te cogen nunca más el teléfono, cuando te bloquean en redes sociales y cortan las vías de comunicación, es fácil pensar que la culpa es tuya, que has hecho algo malo, que te lo mereces por alguna causa.

 Nuestro cerebro se pone en estado de alerta, dispara la adrenalina, nos pone el corazón a mil, y la mente comienza a hacerse preguntas, a darle vueltas, a imaginar y a hacer elucubraciones que nos atormentan mucho.

 Cuando aparentemente todo va bien y de repente alguien corta la relación sin decir adiós, nuestro mundo de hunde por completo, se trastoca nuestra vida entera. 

Cuando alguien desaparece de la noche a la mañana de tu día a día, el duelo es muchísimo más difícil y más largo, porque antes de llegar a la aceptación nos toca pasar un auténtico calvario.

 Nuestra autoestima se hunde, nos sentimos perdidas y vulnerables, nos enfadamos y protestamos, nos ahogamos en lágrimas, nos desesperamos, y a veces, nos obsesionamos. 

Nos cuesta comer, nos cuesta dormir, nos cuesta asumir y nos aferramos a la esperanza de que sea algo puntual, con el miedo de que en realidad sea para siempre, y que nunca lleguemos a saber qué pasó.

No importa si tu relación ha durado diez años o un fin de semana, hay que armarse de valor y contar con calma a la otra persona lo que te está ocurriendo, lo que estás sintiendo, y la decisión que quieres tomar. 

Si no quieres hacerlo por miedo, si sospechas que la otra persona puede perder los papeles, agredirte o agredirse a sí misma, hazlo al aire libre, a plena luz del dia, en un sitio donde haya gente cerca. Pero hazlo: las historias hay que cerrarlas bien, hay que saber ponerle punto y final a las relaciones, hay que ponerle amor a las despedidas. 

Si ya no sientes lo mismo por tu pareja, o si hay cosas de ella que no te gustan, si sientes que no sois compatibles, si no le ves futuro a la relación, dilo con suavidad y firmeza. 

Si quieres empezar otra etapa de tu vida, si quieres vivir otras historias, si te has enamorado de otra persona, dilo con cariño y claridad. 

Si acabas de empezar la relación pero te das cuenta de que en realidad no estás a gusto, por lo que sea, puedes decirlo, porque tienes derecho a empezar y a terminar tus relaciones cuando quieras. 

Lo que no tienes derecho es a hacer sufrir a alguien con quien has compartido tu intimidad personal y sexual, y con quien has compartido fluidos, besos y abrazos.

Porque irse sin más para no tener que dar la cara es de cobardes, y hace sufrir mucho a la otra persona. Ojalá todos tuviéramos la fortaleza para mandar al carajo a quien no nos coge el teléfono, y la autoestima tan alta como para soportar una muestra de desprecio tan cruel. Pero no la tenemos. 

Somos seres muy frágiles, somos muy vulnerables, y nos duele mucho que nos traten mal. Cuando confiamos en nuestra pareja, es porque creemos que nos va a tratar bien todo el tiempo: antes, durante, y al final de la relación. 

Lo llamamos cuidados, lo llamamos responsabilidad afectiva, es una cuestión de justicia y compañerismo.

Es difícil pero con empatía, solidaridad y amor del bueno se consigue: todos y todas merecemos poder decir adiós, y dar y recibir cuidados hasta el final.

#ghosting #ghostinesviolencia

#notevayassindeciradiós #cuidados #buenostratos #separaciones #adiós


Coral Herrera Gómez 


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Duelos y rupturas: cómo sufrir menos (podcast en Ivoox y Spotify)



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22 de enero de 2023

Entre nosotras: cómo dejar de hacernos daño




¿Por qué nos hacemos daño las mujeres unas a otras? 

Porque vivimos en una sociedad patriarcal y violenta que nos enseña a luchar por el poder, y a aplastar a los demás para conseguirlo. Las mujeres somos educadas en el patriarcado y nos lleva muchos años darnos cuenta no sólo de las violencias que sufrimos, sino también de las que ejercemos sobre las demás mujeres. 

Es un proceso largo que requiere mucha autocrítica amorosa, primero hay que analizar cómo aprendimos a competir entre nosotras, cómo luchamos por el poder, y después, ponerse a pensar en cómo nos puede ayudar el feminismo a mejorar las relaciones entre nosotras. 

Las mujeres educadas en el patriarcado no solemos ejercer violencia física sobre las demás mujeres, pero sí violencia psicológica y emocional, que es una forma de sentirnos superiores, inflar nuestro ego,  abusar de nuestro poder, y conseguir algo que necesitamos o deseamos. Porque somos educadas para rivalizar entre nosotras por la atención y el amor de los hombres, pero también para competir en nuestro entorno profesional, y así conseguir mejores puestos y salarios.

Y esta forma de relacionarnos nos hace sufrir mucho. 

No tenemos mucha admiración unas a otras, pero nos cuesta aplaudir los éxitos de las demás, porque los vemos desde nuestro ombligo, y nos preguntamos constantemente: ¿por qué ella sí y no yo?. Cuando la admiración se mezcla con el rencor, surge la envidia: no podemos alegrarnos de que a las demás les vaya bien, incluso aunque a nosotras nos vaya bien. Cuanto más éxito tiene una mujer, más rabia nos da, pero nos cuesta mucho reconocerlo, aunque sabemos que nos hace daño.

Muchas veces odiamos en otras mujeres lo que no nos gusta de nosotras mismas, son nuestro espejo y cuando nos miramos en ellas nos provoca un rechazo monumental, porque nos vemos reflejadas. A ellas las atacamos con más odio aún, porque es más fácil para nosotras juzgar a las demás que analizarnos a nosotras mismas. Cuesta mucho darse cuenta si el ego está muy grande, pero las mujeres que entrenan en la autocrítica amorosa a veces lo consiguen.

Otras veces atacamos a otras mujeres porque las vemos como una amenaza para nosotras, y cuanto más nos fascinan y nos embelesan, más amenazantes son: creeemos que la otra llega a quitarnos a nuestra pareja, o nuestro empleo, y buscamos mil razones para odiarlas, pero no lo conseguimos del todo porque en el fondo, nos gustan un montón y querríamos ser como ellas.  

Nosotras también sufrimos las enfermedades de transmisión social, y somos clasistas, racistas, machistas, gordofóbicas, lesbofobas, homófobas, etc, así que atacamos a mujeres que consideramos que pertenecen a una clase social inferior, o que tienen menos rango que nosotras, sin darnos cuenta de cómo hacemos daño usando nuestros privilegios. 

También, por supuesto, atacamos a las mujeres que creemos que están por encima de nosotras, porque tienen más seguidores, o tienen una familia feliz perfecta, o tienen más dinero, mejor posición social, o mayor categoría profesional, o son más jóvenes, más guapas, y más encantadoras que nosotras. 

Aquí también entran en juego nuestros complejos de superioridad e inferioridad: cuanto más baja es nuestra autoestima, más complejos tenemos, y más necesitamos llamar la atención y dejar claro nuestro lugar en la jerarquía, mientras nos esforzamos en escalar peldaños para llegar a ella. 

Tanto en la realidad como en las redes sociales, el ego nos lleva por la calle de la amargura. Necesitamos tener el control de todo, sentirnos las mejores, acaparar los focos y los aplausos, acumular likes y seguidores. Necesitamos sentirnos especiales y únicas, y despertar la admiración y el deseo de los demás. Cuanto más baja tenemos la autoestima, más necesitamos el reconocimiento externo, y más dependientes somos de la opinión y la atención de los demás.

También la sed de venganza es otra causa por la cual hacemos daño a alguien que nos ha perjudicado o nos ha hecho daño, y lo justificamos con esta idea del "ojo por ojo, diente por diente", que es muy antigua pero sigue en nuestro imaginario colectivo, arraigado con fuerza.Por ejemplo, si una mujer nos quita la pareja, creemos que tenemos derecho a hacerla daño con el argumento de que ella nos hizo daño primero. Es peligroso usar este argumento porque también lo usan los femicidas cuando sospechan o descubren una infidelidad, o cuando ellas quieren dejar la relación. 

Creamos las leyes para no tener que usar el ojo por ojo, diente por diente. Porque si nos dejasemos llevar por esta idea, todas las familias se extinguirían como las de la mafia italiana cuando entran dos clanes en guerra. No queda uno vivo cuando les ciega la sed de venganza. 


¿Cuáles son nuestras armas? 

Las mujeres nos hacemos daño de muchas formas. No nos amenazamos de muerte, como hacen los hombres, pero sí nos insultamos, nos burlamos, nos humillamos públicamente unas a otras.

Nos hablamos con desprecio y con tono de superioridad, nos tratamos unas a otras como si fueramos basura, nos parece que cuando alguien nos cae mal, tenemos derecho a meternos con ella. 

Nos reímos, ridiculizamos a la otra para quitarle legitimidad a sus palabras y a su figura, e invitamos a las demás a hacer lo mismo sin pararnos a pensar ni un solo momento en el daño que estamos haciendo. 

Otras sí son conscientes, y lo disfrutan, por eso añaden leña al fuego siempre que pueden. 

Nos inventamos bulos, chismes y rumores, descontextualizamos sus palabras, tergiversamos el sentido de lo que la otra está diciendo. Vigilamos sus publicaciones, escondidas como hienas, para saltar en cuanto se pueda e ir a la yugular directas. 

Hacemos preguntas cargadas de reproches, usamos la ironía y el sarcasmo, utilizamos la información sensible que tenemos de ellas para hundirlas en la miseria. Nuestra intención no solo es silenciar a otras mujeres, sino callarlas para siempre, destruirlas simbólicamente, para que desaparezcan de las redes y se "mueran" cibernéticamente. En su entierro, brindamos con champán, convencidas de que hemos derrotado a la enemiga, hasta que aparece nuestro nuevo objetivo. 

Los hombres disfrutan un montón viendo como nos machacamos entre nosotras. 

Date una vuelta por las redes sociales y compruébalo por ti misma. Muchas mujeres señalan públicamente a otras, las etiquetan y les dedican toneladas de palabras de desprecio. Además las exponen para que vengan detrás los hombres a sumarse a los ataques, y disfrutan viendo como la multitud las lincha y las cancela. 

Es el placer del poder, es la sed de venganza, es la superioridad moral con la que juzgamos a las demás lo que nos mueve a iniciar campañas contra otras mujeres. Algunas se dedican en cuerpo y alma a atacar a compañeras de lucha que no piensan como ellas, y tienen estrategias súper elaboradas para cancelar, machacar y borrar a las mujeres a las que odian. 

Sienten un placer momentáneo, pero nunca se sacia una del todo en redes, nuestro cerebro siempre quiere más adrenalina, y las redes saben lo que tienen que darnos para que nos conectemos y nos enganchemos a ellas: emociones fuertes, chutes y subidones instantáneos, sangre, sudor y lágrimas, dolor y llanto. 


¿Por qué nos odiamos tanto? 

Las mujeres competimos entre nosotras por puestos de poder en una empresa, en una institución, en un partido político, en una asociación de vecinos, competimos en el deporte, en el arte, en la cultura, en las portadas de las revistas del corazón. 

Y al patriarcado le encanta ver cómo nos ponemos zancadillas unas a otras, como nos damos puñaladas traperas, y no tiene que hacer nada para que nos destruyamos: ya lo hacemos contra nosotras mismas, y entre nosotras. 

No solo guerreamos contra otras mujeres, también nos hacemos auto boicot, odiamos nuestro cuerpo, no nos gusta nuestra forma de ser, nos exigimos demasiado, nos tratamos con la misma crueldad que a nuestras enemigas. Nos odiamos, nos sometemos a otros, nos ponemos en riesgo en nuestras relaciones.

Piensa por un momento en cómo te hablas y te tratas a tí misma, y en cómo te descuidas, y en las relaciones que tienes con gente que no te cuida, no te trata bien y no te quiere bien. 

Nos odiamos porque tenemos miedo, inseguridades, complejos, falta de autoestima. Y creemos que atacando a otras nosotras valemos más, o aparentamos que valemos más. 

El patriarcado construyó para nosotras la figura de "la enemiga". 

Las mujeres no solo batallamos contra nosotras mismas, también necesitamos enemigas para reafirmarnos, para sentirnos pertenecientes a un bando, para destacar en la lucha y que todas vean lo graciosas y lo crueles que podemos llegar a ser. 

Nos encanta meter zascas, machacar, dejar en el fango a otras mujeres, demostrar que llevamos la  razón, ridiculizar a las demás para brillar por encima de ellas, para destacar, para llevarnos a sus seguidoras a nuestros muros. 

Y es cierto que cuanto más violenta seas en tus ciberbatallas, más likes y más seguidoras obtienes, así que muchas mujeres en lugar de dedicarse a crear contenido para hacerse conocidas, se dedican a destruir a su competencia, o a cualquier mujer que se vea envuelta en una polémica. 

No es una actividad placentera, porque la sensación de victoria se esfuma en pocas horas: siempre hay más mujeres con más seguidoras que tú, siempre hay mujeres que destacan más que tú, y la lucha por llamar la atención en redes es desgastante, y nunca nos sacia. 

En nuestras batallas entre mujeres, creemos que hay que ponerse de un bando o de otro, y que no es posible estar en medio. No hay margen para desarrollar el pensamiento crítico dentro de un bando: o estás a muerte, o te pueden acusar de ser una de las enemigas. 

No sabemos pensar colectivamente, ni construir conocimiento juntas. El pensamiento más simple es el pensamiento patriarcal, en el que el blanco es lo contrario del negro, el día de la noche, la vida de la muerte, la salud de la enfermedad, lo bueno es lo contrario de lo malo, lo grande es lo contrario de lo pequeño, el bien es lo contrario del mal. El pensamiento binario nos reduce a la dicotomía entre lo positivo y lo negativo, lo masculino y lo femenino, la naturaleza y la cultura, la razón y la locura.

El pensamiento complejo, según Edgar Morín, es aquel en el que somos capaces de relacionar varios factores para construir una abstracción, y en él, la duda juega un papel fundamental. 

En las redes, sin embargo, nadie duda. Todo el mundo tiene muy clara su opinión sobre el femenismo, aunque no hayan leído nada sobre el tema. Todo el mundo tiene su opinión sobre el amor, la inflacción,  el cambio climático, el coronavirus, el mundial de fútbol, y todo el mundo cree que tiene derecho a opinar sobre asuntos judiciales y legislativos aunque no hayan estudiado leyes. Aunque no sepan nada sobre volcanes, aunque no hayan leído jamás nada sobre virus, aunque no se hayan interesado nunca por las emisiones de carbono, todo el mundo entiende de todo y sabe de todo.  

Lanzamos nuestras opiniones creyendo que estamos soltando puras verdades, que somos muy listas y muy listos, que lo sabemos todo. Y pocas veces expresamos nuestras dudas, ni dejamos margen para todo aquello que desconocemos, y ni siquiera nos interesamos por aprender algo sobre ello, ni sentimos curiosidad para leer y debatir, y así romper nuestros propios esquemas y ensanchar nuestros horizontes. 

Cada vez somos menos tolerantes, y cada vez soportamos menos a las mujeres que no piensan como nosotras. Nos cuesta mucho debatir sobre cualquier tema, porque no sabemos cuidar el tono ni las palabras, y porque interactuamos cegadas por la ira, la rabia, y el dolor.

Escribimos con el hígado hinchado, con las vísceras inflamadas, con las emociones revueltas, y por eso no medimos las palabras ni el impacto que tienen sobre las demás. 

Hemos perdido el placer de la conversación: cuando intentamos dialogar: en vez de disfrutar, sufrimos. Muchas salimos heridas, y muchas, cuando acumulamos varias heridas, bajamos el perfil a cero, o nos vamos de las redes sociales porque no aguantamos más. 

Y esto es otro gran triunfo del patriarcado, porque se van de las redes muchísimas más mujeres que hombres cada día. 


¿Quién gana en las batallas entre mujeres?

Los hombres se aprovechan cuando queremos destruirnos a nosotras mismas y entre nosotras. Ellos y su sistema patriarcal son los ganadores de nuestras guerras.

Nosotras les damos un poder descomunal en nuestras vidas, y por eso nos peleamos por su amor. Con la ex, con la suegra, con la nuera, con la cuñada, con las amigas, con las mujeres que rodean a los hombres que amamos.

Una de nuestras principales batallas es en torno a los hombres casados. Hay mujeres que se enamoran de hombres que obligan a sus parejas a ser monógamas, mientras ellos tienen las aventuras que quieren.

¿Como las engañan? Con el argumento de que ya no aman a su compañera, o que la relación está acabada, o que va a dejarla muy pronto. 

Además, muchos se sitúan como víctimas para dar pena, porque saben que ellas, para poder tener un romance con un hombre casado, necesitan creer en lo que él les dice: que ella es malvada, que es una histérica, que está loca, y que le ha hecho sufrir mucho. 

En las batallas entre la mujer oficial y la otra, el único que sale ganando es el hombre. 

Otra de las batallas es la que existe en torno a un hombre por parte de su compañera sentimental y su madre, y a veces hermanas. Muchas de nosotras somos nueras o suegras en algún momento de nuestras vidas, y si las relaciones son tan conflictivas es porque una de las dos, o las dos, no tienen claro su papel, y porque enseguida nos metemos en una lucha de poder a ver quién tiene más influencia por el hombre. Hacemos la guerra y obligamos al hombre a elegir: "o tu madre y tus hermanas, o yo", o bien maternamos al hijo de un modo tiránico para tener siempre poder sobre él, y por eso los choques con la nuera, que también tiene un poder y no pretende renunciar a él. 

También batallamos con nuestras madres y con nuestras hijas, por ese afán que tenemos de dominarnos, controlarnos, y mandar unas sobre otras. Y apenas podemos hablar del maltrato entre madres e hijas porque se supone que las madres somos seres de luz, seres entregados a los cuidados, que amamos incondicionalmente. Pero lo cierto es que aunque nos queremos mucho, no tenemos herramientas para querernos bien entre nosotras. Y que hay madres, e hijas muy malvadas.

Otras batallas se dan en el ámbito laboral, y en el ámbito social en el que nos divertimos y nos juntamos con más gente para disfrutar. Y casi todas ellas son luchas de poder. Las mujeres ejercemos el poder desde la dominación y desde la sumisión, y somos capaces de estar años y años batallando contra nuestra pareja, para que no nos someta, o para someterle. Porque nos pasa igual que a los hombres: no nos han enseñado a relacionarnos desde un plano horizontal e igualitario, y no sabemos cómo usar nuestro poder para no hacer daño a nadie. 


¿Cómo dejar de sufrir y de ejercer violencia psicológica y emocional contra otras mujeres? 

Desde siempre las mujeres han sobrevivido a las guerras, las sequías, el exilio, las catástrofes medioambientales y las crisis económicas juntando sus recursos para dar de comer a toda la comunidad. En muchas culturas las mujeres se organizan para ayudarse mutuamente, para cooperar, para cuidarse en momentos de necesidad. 

La obsesión del poder patriarcal es romper esas redes de resistencia y de apoyo mutuo, porque solas, las mujeres somos más dependientes, más vulnerables y más sumisas.  Juntas somos una fuerza arrasadora, por lo cual los hombres prefieren que estemos aisladas, y enfrentadas entre nosotras.

Esta es la razón por la cual las princesas de los cuentos patriarcales están tan solas: ninguna tiene madre, abuelas, hermanas, primas, tías, sobrinas, amigas, o vecinas. Si las tuviesen, no necesitarían al príncipe azul para nada y saldrían de su encierro sin necesidad de caer en la trampa del amor romántico. 

Así que una de las formas de dejar de ejercer violencia entre nosotras es organizarnos, juntarnos y solidarizarnos. Marcela Lagarde inventó el concepto "sororidad" para hablar del hermanamiento entre mujeres, la práctica de la empatía y el apoyo mutuo entre mujeres, para no vivir solas, y para no vivir en guerra contra otras mujeres. 

Una de las cosas que más nos tenemos que trabajar es la misoginia, es decir, el odio contra las mujeres, y contra nosotras mismas por ser mujeres. 

Otra cosa que nos podría ayudar mucho es dejar de obedecer a las mujeres líderesas que ejercen violencia sobre otras mujeres. Dejar de amarlas ciegamente, dejar de reirles las gracias, de aplaudir sus discursos, de apoyarlas cuando piden refuerzos para un ataque. 

Es muy liberador dejar de vivir con miedo a convertirte en su próxima víctima. Empezar a pensar por ti misma y a expresar tus opiniones, aunque no sean las mismas que las de ella. Ayudas además a que las demás se liberen también de la fe ciega y el fanatismo, a que puedan expresarse sin miedo a ser atacadas por sus propias compañeras.  

Nos ayudaría mucho también dejar de admirar, adorar e idolatrar a los hombres, y sobre todo, dejar de imitar sus maneras de relacionarse. 

También nos ayudaría entrenar en las artes de la autocrítica amorosa, gracias a la cual podríamos identificar qué nos tenemos que trabajar para ser mejores personas, para dejar de sufrir, y para dejar de hace sufrir a las demás. 

La terapia nos puede ayudar, pero tiene que ser desde la perspectiva de la ética amorosa. No se trata solo de aprender a defenderte de los ataques de otras mujeres, sino también de dejar de atacar. No se trata solo de cuidarse a una misma, sino de cuidar también a las demás. 

Se trata de entrenar para ser más empáticas y solidarias, para dejar de competir entre nosotras, para aprender a cuidar nuestras emociones y nuestros impulsos de manera que no nos arrasen y no arrasen a las demás mujeres.

Se trata de revisarse los privilegios, y trabajarse el racismo, la xenofobia, el clasismo, la misoginia, y todas las fobias sociales que nos hacen creer que unas estamos por encima de las otras.

Se trata de tomar conciencia de cómo se beneficia el patriarcado cuando guerreamos entre nosotras, y del impacto que tienen nuestras palabras y nuestros actos sobre las demás mujeres. 

Necesitamos, además, crear espacios de debate y construcción de conocimiento colectivo, espacios libres de violencia verbal, en los que podamos debatir de los temas más polémicos sin hacernos daño, y sin exponer a las compañeras a la violencia de los hombres, como sucede en redes.

Como véis es un trabajo personal a la vez que colectivo, pues tenemos que aprender a cuidar nuestrass emociones y a controlar nuestras vísceras, a dialogar y a colaborar para acabar con las luchas de poder, aprender a escucharnos con amor y a respetarnos cuando no podamos entendernos, y entrenar juntas en las artes de la asertividad y la comunicación no violenta.

El feminismo es nuestra gran herramienta: lo que nos une a todas es la lucha contra la violencia patriarcal y la violencia machista, y la lucha para conseguir que todas las mujeres podamos disfrutar de una Buena Vida. 

Nos queda mucho camino por recorrer para aprender a tratarnos bien entre nosotras, pero el primer paso es tomar conciencia no sólo de la violencia que sufrimos, sino también de la que ejercemos sobre las demás mujeres. 

La autocrítica nos puede ayudar a hacer uno de los cambios más importantes de la Revolución Amorosa: que las relaciones entre nosotras se construyan desde el respeto, los buenos tratos, el compañerismo y la sororidad. Y, mientras aprendemos a cuidarnos entre nosotras, también aprendemos a cuidarnos a nosotras mismas. 

Estamos en ello, seguimos soñando con un mundo mejor para todas. 

 

Coral Herrera Gómez


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17 de enero de 2023

Nos salvan las amigas





No nos salva el príncipe azul, ni la policía, ni los servicios sociales, ni los abogados, ni los jueces, ni los políticos que gobiernan. El Estado no llega nunca a tiempo. Así que no nos queda otra que cuidarnos y organizarnos entre nosotras para que no nos maten.

Las mujeres que sufren violencia machista están muy solas: a menudo no quieren preocupar a su gente y creen que pueden aguantar y resistir la situación durante meses y años. A muchas les cuesta ponerle palabras a lo que están pasando, y cuando lo logran les da mucha vergüenza admitirlo. Se culpan a sí mismas, y a veces les cuesta asumir que sus vidas corren peligro.

Cuesta mucho ir a denunciar sola, y enfrentarse a los jueces y a la burocracia de los servicios sociales sola, y reclamar nuestros derechos solas. Nos piden que denunciemos, pero los femicidas nos matan igualmente. Aunque haya orden de alejamiento, aunque les pongan la pulserita, nos matan igualmente, sobre todo cuando queremos salir de la relación, porque muchos no están dispuestos a permitir que salgamos con vida de ella. 

Y cuantos más pasos damos para separarnos, más peligro corremos: los femicidas actúan cuando sienten que van a perder a su pareja y no van a poder controlarla más. 

Hay mujeres que pueden tomar decisiones y actuar con rapidez, pueden contratar a un abogado, alquilarse una casa, y llamar a sus amigas para hacer la mudanza entre todas en un solo día. 

Pero hay muchas mujeres que están solas, y otras que aunque tienen red familiar, tienen miedo de contarle a su gente lo que les está pasando. Mientras, los maltratadores tienen todo el apoyo de la sociedad, los medios, el poder judicial: toda nuestra cultura nos culpabiliza a nosotras y a ellos les justifica, les comprende, les absuelve a ellos. 

Así que a la vez que pedimos en las calles que dejen de violarnos, de golpearnos, de matarnos y descuartizarnos, también tenemos que hacer política en nuestra vida cotidiana, con las mujeres que nos acompañan en la vida. 

Las redes de cuidado entre mujeres salvan muchas vidas en todo el mundo, y ayudan a miles de mujeres a liberarse de las relaciones de dominación y violencia. En ellas nos ayudamos entre todas a identificar cuándo estamos sufriendo violencia machista por parte de nuestras parejas, y cuándo es el momento de dejar la relación. Pero además, una vez que una de nosotras quiere salir de ahí, las demás organizamos el tema de la logística: todas nuestras casas pueden convertirse en un refugio temporal para las amigas, las primas, las hermanas, las madres, las hijas, las tías, las sobrinas, y las vecinas, podemos juntar  dinero entre todas para que ellas puedan sobrevivir en los primeros meses, y si corre peligro de ser asesinada, podemos turnarnos para que no se queden solas y acompañarlas a todas partes. 

Cuando nos sentimos protegidas, acompañadas y cuidadas, es más difícil para el hombre violento actuar. Los asesinos necesitan víctimas vulnerables que dependan de ellos y estén solas, sin apoyo emocional y sin apoyo logístico para escapar. Por eso es tan importante que todas tengamos nuestra red de apoyo mutuo en la que dar y recibir cuidados e información, calor humano y amor de amigas, un techo para cobijarnos, y dinero para sobrevivir.  

Además tenemos que apoyar también a las mujeres que no tienen amigas ni red familiar, ni compañeras con la que contar: las mujeres inmigrantes, por ejemplo, son algunos de los colectivos más vulnerables, así como las mujeres mayores y las mujeres con discapacidades que dependen al cien por cien de sus maltratadores. Las más vulnerables necesitan también ayuda de grupos de mujeres para salir adelante, tanto a nivel psicólógico y emocional, como a nivel logístico. 

Y creo que una de las cuestiones fundamentales es que las nuevas generaciones entiendan la importancia de las redes de mujeres, que desde la infancia puedan construir las suyas propias, que sepan valorarlas, nutrirlas, expandirlas y cuidarlas con todo el amor del mundo. 

Tenemos que ayudarles a tomar conciencia que es mejor que el tiempo y la energía que desperdician con el amor romántico, buscando a su media naranja, lo dediquen a cultivar mucho amor del bueno y a crear su red de mujeres. 

No podemos seguir contandoles cuentos en los que el patriarcado les hace creer que la salvación está en el príncipe azul. En realidad son estas redes de mujeres las que nos sostienen, y en muchas ocasiones, las que nos salvan la vida. 

#Redes #mujeres #ApoyoMutuo #cuidados #SalvarVidas #NiUnaMenos #VivasNosQueremos

Coral Herrera Gómez



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3 de enero de 2023

Qué aprenden tus hijas e hijos cuando te separas.



Tu marido te trata como una sirvienta, y se comporta como si fuera el hijo mayor. No asume ninguna responsabilidad como adulto, y vive como un rey en su hogar.

Si te separas de él, tu hijo varón se dará cuenta de que es una gran injusticia que los hombres abusen y exploten a las mujeres. También le vendrá bien para comprobar que si él hace lo mismo, se va a quedar solo. Porque cada vez son menos las mujeres que trabajan gratis para sus maridos.

Si te separas, tu hija sabrá que amar no es aguantar, que las mujeres no hemos venido a este mundo a servir, y que todas las mujeres podemos y debemos rebelarnos ante los hombres  egoístas. Ella aprenderá contigo a rebelarse contra el machismo, porque es con el ejemplo como niñas y niños aprenden.


Tu marido te trata mal cuando está enfadado o nervioso. Te insulta, te humilla, te habla con desprecio, o deja de hablarte varios días para castigarte.

Tu marido te controla, te vigila, y limita tu libertad.

Tu marido te miente, te oculta información, te engaña. 

Tu marido te pone los cuernos, tiene otras parejas, y no te permite a tí tener otras relaciones.

Tu marido no te permite usar tu dinero, no te consulta cuando pide un crédito, no te deja trabajar, y gasta sus ingresos en otras mujeres, o en las fiestas que se da con sus amigos.

Tu marido no te quiere, no te trata bien, no te cuida, no se preocupa por tí.

Si te separas, tus hijos e hijas aprenderán que hay que alejarse de la gente que no te cuida, que el matrimonio no es para toda la vida, que las mujeres merecemos tener compañeros de vida con los que trabajar en equipo y hacer frente a las dificultades. Y si algún día se ven en la misma situación, sabrán que no tienen por qué aguantar, que no están condenados a sufrir, que se está mejor sin pareja que en una pareja que no te cuida.

Si tus criaturas te ven a tí luchar por tu libertad y tus derechos y te ven liberarte, aprenderán a luchar por su libertad y sus derechos, y podrán liberarse de todas las relaciones basadas en el machismo, el abuso y la explotación. 

Si eres infeliz y te separas, si te cuidas a tí misma y les cuidas a ellos, tus hijos e hijas aprenderán a cuidarse y a trabajar por su bienestar y su felicidad.

Coral Herrera Gómez 


Si quieres dar el paso acompañada, vente a la comunidad de mujeres del Laboratorio del Amor. Tenemos un grupo virtual y maravilloso de Mujeres que se separan. 


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19 de diciembre de 2022

Cómo disfrutar de las fiestas en familia: decálogo de cuidados



Cómo disfrutar de las fiestas navideñas con la familia: decálogo de cuidados para celebrar eventos libres de machismo, abuso y sufrimiento. Las fiestas sólo se pueden disfrutar en igualdad y en libertad:

▶️ Cuidar la seguridad: lo primero es garantizar la creación de un espacio seguro para todas las mujeres: en cualquier reunión familiar deben de ser excluidos los abusadores y violadores de niños y niñas. Da igual que el señor cometiera su crimen hace treinta años, no importa si es el abuelo, el padre, el padrastro, el tío, el cuñado, o el hermano: ninguna de nosotras tiene que ser obligada a compartir mesa con familiares que ejercieron violencia y destrozaron nuestra infancia o adolescencia.  

▶️ Cuidar la inclusión: el espacio que elijamos tiene que ser accesible y seguro para que nadie quede excluido por su condición física, su salud, su edad, sus discapacidades. 

▶️ Cuidar la integración: que nadie quede excluido/a porque no tiene dinero para aportar. Todo el trabajo de cuidados es también una forma de aportar, quien no pueda poner dinero, puede poner su tiempo y su energía.

▶️ Cuidar a las niñas y niños, recordad que las navidades son muy importantes para ellos y dejan una huella imborrable. Dejad vuestro adultocentrismo a un lado y volcaos para organizar una fiesta inolvidable. Llevad instrumentos, cantar canciones, poned música, bailar son actividades ideales para que todas las generaciones puedan disfrutar juntas, y para evitar hablar los temas que se pueden tratar en otro tipo de reuniones. También son divertidos los juegos de mesa, o ver juntos álbumes de fotos.

▶️ Cuidar a las personas solas: si algún familiar, amigo/a, vecino/a se queda solo, invitadle a vuestra celebración. Aunque también hay que entender y respetar a todas las personas que prefieren quedarse tranquilitas en casa en estas fechas.

▶️ Cuidar la pareja: para evitar conflictos con la pareja: si tú lo que quieres es estar con tu familia y no con la familia de tu pareja, no pasa nada si cada cual os vais con vuestro grupo familiar. Si tenéis críos, como hay varios eventos en estas fiestas, pueden ver a todos sus familiares alternando entre grupos. También podéis probar a alternar juntos, pero si otros años no ha funcionado, mejor cada cual con su gente querida.

▶️ Cuidar nuestras palabras: durante la cena y la sobremesa hay que retirar las pantallas y cuidar nuestras palabras cuando demos nuestra opinión. Recordad que podemos hacer mucho daño y que lo que queremos en realidad es que todo el mundo esté gusto y se sienta seguro, en un espacio donde se le acepta tal cual es, y donde no se le va a juzgar ni va a recibir ataques.

▶️ Cuidar el corazón: también mucho cuidado con las bromas, las burlas, los comentarios y las preguntas que hacemos, para que no vayan cargadas de indirectas, prejuicios o reproches. Hay que evitar especialmente las opiniones sobre el cuerpo, la vestimenta, el peinado de nuestra gente querida, y reclamos tipo: "¿Cuándo te vas a echar un novio?", "¿Cuándo vais a tener un hijo?", "¿Y para cuándo la parejita?"

▶️ Cuídate también a tí misma/o: a la hora de pensar en con quién quieres celebrar el fin de año y el inicio del otro, una de las claves más importantes es evitar juntarse con gente que no te trata bien. Generalmente estamos sensibles y tenemos las emociones a flor de piel: son momentos para disfrutar, así que no vayas obligada a estar en sitios donde no te sientes bien, o con gente que no te quiere bien. 

▶️ Cuidar la alegría: recordad al grupo que las catarsis estropean siempre las fiestas, y a menudo las convierten en un drama. Los asuntos pendientes se pueden resolver otro día, en un ambiente más tranquilo y sin alcohol.

▶️ Cuidaros con el alcohol: para evitar conflictos causados por el alcohol, podéis inventar una palabra que podéis ofrecer a la persona que empiece a crear el conflicto, para que sepa que se está pasando con la bebida, y que tiene que relajarse un poco. Y otra palabra para que uno tenga claro cuándo hay que irse a dormir. 

▶️ Cuidados para el fin de la fiesta: hay que organizarse para que nadie conduzca bebido/a. Hay que pensar si es mejor que conduzcan los que no beban, o mejor organizar la logística del dormir (colchones, sabanas, almohadas y mantas), y la fiesta de pijamas del grupo infantil.

▶️ Cuidar a las cuidadoras. El objetivo de este año es no explotar a las abuelas ni a las madres. 

El lema de estas navidades es: 


"Las mujeres también tenemos derecho a disfrutar de las fiestas"


Para garantizar este derecho, hay que organizarse. Podéis abrir un grupo en el teléfono con las personas asistentes a la cena o a la comida, incluidas las personas adolescentes. En él, hacéis un listado de tareas, y os las repartís entre todos y todas, de un modo equitativo y justo, acorde con las habilidades y capacidades de cada cual.

Aquí os ofrezco un listado para organizar la logística de las reuniones familiares: 

🌲¿Quien se apunta a la elaboración del menú? Hay que hacer un listado de las bebidas, los postres, los aperitivos y los ingredientes de cada plato,  teniendo en cuenta a la gente de la familia que es vegetariana o vegana, y a las personas con alergias e intolerancias alimentarias

🌲¿Quiénes van a la compra? También podéis repartiros las compras y que cada cual lleve algo.

🌲 ¿Quién se encarga de ambientar el espacio? Esto incluye la limpieza pre fiesta del espacio, y la música, la luz, la decoración, la distribución de las sillas, y la presentación de la mesa. También se encargan de los juegos y el reparto de regalos, si los hay, para que sea divertido.

🌲¿Quiénes cocinan? O también es posible repartirse estas tareas y que cada cual traiga algo de su casa.

🌲¿Quienes sirven la mesa? También se puede hacer tipo buffet y que cada cual se sirva lo suyo

🌲¿Quiénes recogen la mesa y friegan los cacharros?, ¿quiénes van a barrer y fregar?, ¿quiénes van a limpiar las copas después del brindis?

🌲¿Quién se encarga de cambiar pañales a los bebés?, ¿quién atiende a los niños y niñas para que también disfruten del evento familiar y la fiesta sea un espacio seguro? 

🌲 ¿Cómo nos organizamos para que las personas mayores y los familiares con discapacidades puedan llegar al sitio y volver a sus casas, y puedan moverse por el espacio?, ¿quién se encarga de acompañar a las que necesitan ayuda para ir al baño?

🌲¿Quiénes se encargan de coordinar el fin de la fiesta y el regreso a casa?


Cada familia se organiza de una forma, y celebra a su manera, así que podéis quitar y añadir cosas a este listado, y personalizarlo según vuestras apetencias y necesidades. 

Podéis designar a dos personas que coordinen, o también podéis autogestionaros, organizar comisiones de trabajo y funcionar asambleariamente. 

Lo importante en este trabajo de cuidados es que la abuela o la madre no sea tratada, como ha sido siempre, como una sirvienta al servicio de la familia. Y que las mujeres y las niñas puedan disfrutar en igualdad de condiciones que el resto. 

Se trata de que los hombres no lleguen a mesa puesta y se queden sentados mientras les sirven. 

Se trata de trabajar en equipo, aportar ideas, comunicarse con amor, cooperar y repartir tareas para que todos puedan sentirse útiles y protagonistas, y puedan dar lo mejor de sí mismos a los demás. 

Se trata de que todas las personas se sientan integradas, aceptadas, queridas, y libres para mostrarse tal y como es.

Se trata de poner los cuidados en el centro de la mesa, para que todas podamos disfrutar.

#Otrasfiestassonposibles

Coral Herrera Gómez 


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17 de diciembre de 2022

Todos confiamos en todos: la comunidad viajera



Me inunda la ternura cuando veo a la gente durmiendo como bebés en los trenes y los aviones. Cuando estamos haciendo fila para pasar por el control solemos estar serias y formales, algunas se sienten nerviosas, y todas están pendientes de su bolso y sus maletas. Solo nos relajamos cuando ya hemos colocado el equipaje, nos acomodamos en nuestro asiento y se cierran las puertas. Cuando el avión despega y alcanzamos altura, o también, con el vaivén del tren o el bus, mucha gente cae rendida al sueño, pierde la compostura, abre la boca, se acurruca como si estuviera en el sofá de su casa. 

Todos confiamos en todos: cae la armadura que llevamos para defendernos, dejamos de estar alerta y pensamos que no nos va a ocurrir nada, que nadie alrededor nos va a hacer daño. Confiamos en los cuidados del personal de tripulación, confiamos en que la persona que conduce está bien despierta, concentrada y en sus cabales, y que nos va a llevar a nuestro destino sanas y salvas.


Confiamos en todas las personas que conforman la comunidad viajera, aunque no nos conozcamos de nada.

Y gracias a eso podemos abandonarnos y quedar dormidos en un espacio público.

En mis viajes suelo pasear por el tren para no pasar tantas horas sentada, pero también porque me encanta ver a gente compartiendo sueño y asiento con personas desconocidas, o a mamás y papas durmiendo con sus criaturas en brazos, o a las parejas que entrelazan sus manos mientras roncan plácidamente. 

Es como si por un rato el vagón no fuese lleno de individualidades, sino de un "nosotros", una comunidad de gente viajera que comparte techo mientras se desplaza de un sitio a otro.

Yo siempre tengo esto presente cuando viajo en transporte público, incluso en el metro: en caso de emergencia todo mi ser se va a volcar en ayudar a la gente que más lo necesite (personas mayores, infancia, personas con movilidad reducida y con discapacidades) También es muy reconfortante pensar que si estoy herida o atrapada también seré ayudada, y que en caso de morirme, podré darle la mano a alguien y podré despedirme de la vida acompañada por otro ser humano.

Esta sensación de formar parte de una comunidad humana también la puedes sentir caminando en la naturaleza: senderistas y montañeras nos saludamos con una sonrisa porque sabemos que quizás en un rato, o más adelante, nos pueden necesitar o podemos necesitar nosotras ayuda. 

No son muchas las ocasiones en las que podemos sentir esa confianza y esa pertenencia, sobre todo si vives en una gran ciudad. 

¡Pero es tan hermoso, y también tan necesario! 

Nos enseñan siempre a desconfiar de los desconocidos, pero poco nos hablan de la maravillosa experiencia que supone sentirse parte de la Humanidad, una inmensa comunidad formada por miles de millones de personas. 

Yo me siento así cuando veo una foto de la Tierra desde el espacio, y pienso: vamos todos en el mismo barco girando alrededor del Sol.

Que somos todos y todas primas hermanas, vaya, lo que pasa es que no nos damos cuenta, excepto cuando suceden catástrofes o situaciones dramáticas como la de la pandemia. 

Cuando te topas de frente con la muerte, no importan las diferencias de clase, de idioma, de religión, de ideología: vamos en el mismo barco (bus, tren, avión), y si ocurre un desastre, vamos a ayudarnos, a socorrernos, y a acompañarnos hasta que lleguen los servicios de emergencia. 


Esta capacidad para la empatía y la solidaridad es instintiva, pero también es cultural: a pesar del individualismo narcisista y egocéntrico de nuestra sociedad, creo que la mayoría tenemos aún la capacidad para cuidarnos los unos a los otros en los momentos importantes.


¿Os imagináis si en las escuelas pudiéramos aprender como cuidarnos entre todos y todas?, ¿y a cuidar las comunidades de las que formamos parte? 


#comunidad #cuidados #ayuda

 #confianza  #solidaridad

 #Compañerismo 

#BienComún

#amordelbueno


Coral Herrera Gómez 


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13 de diciembre de 2022

Sordera y discapacidad auditiva: mi propia experiencia

Katya Minkina 


Empecé a quedarme sorda cuando me quedé embarazada, hace casi siete años. En ese momento tenía 38 años: según me crecía la panza, mi sordera iba aumentando hasta el punto de que, cuando llegué al quirófano y me quitaron los audífonos, no podía entender al equipo médico. Todas se presentaron a gritos, frente a mi, vocalizando para que pudiera leerles los labios. Si que oí el llanto de mi bebé, que se calmó en cuanto me lo acercaron y escuchó mi voz.

Me hice pruebas, me diagnosticaron otoesclerosis en la seguridad social costarricense, y me proporcionaron gratuitamente audífonos. Estuve 5 años con ellos, investigando sobre el tema de la hipoacusia. Aprendí que esta es una enfermedad que se transmite por vía paterna, en mi caso, mi bisabuela la tuvo y ni pudo operarse, ni usar audífonos. Quedó completamente aislada. Dos de sus nietas, la heredaron, sí se operaron y pudieron vivir años sin audífonos. 

Leí mucho sobre el tema, y averigué que la discapacidad auditiva no se cura, sino que más bien aumenta con el tiempo, excepto en esta enfermedad: puedes hacerte una epedectomía que consiste en que te quitan el estribo, y te ponen un muelle que se mueve cuando entran las ondas sonoras. 

En los foros que visité en Internet encontré de todo: gente que le había ido súper bien, gente que no le había mejorado apenas, gente que quedó sorda del todo.. pero me di cuenta de que en Internet la gente apenas cuenta sus historias con final feliz, es más común que nos movemos para compartir nuestras desgracias. 

Tuve muchos problemas con mis relaciones familiares, sociales y profesionales, y la de pareja.  La sordera no se ve y tu gente cree que no les importas y no les prestas atención. Te aísla irremediablemente. No entendía a mis alumnas en clase. E iba todo a peor.

En uno de mis viajes a España me encontré en mi habitación una carta que nos mandó Pedro Sánchez a los dos millones de españoles que emigramos para contarnos que España nos iba a devolver el derecho a la Sanidad Pública que Rajoy nos había quitado. Y ahí estaba mi tarjeta sanitaria dentro del sobre.

Entonces me dije a mí misma que era una señal, y me atreví a ir al otorrino, que me explicó todo super bien, y me habló de los beneficios y los riesgos: al parecer funciona en el 95 por ciento de los casos. Pero luego lees la hoja en la que te advierten de los riesgos, y te dan ganas de salir corriendo. El oído tiene miles de terminaciones nerviosas y podías quedarte sorda, o perder el gusto y el olfato, o cosas peores que mejor no cuento para no asustaros. Que no eran comunes para nada, pero te lo tenían que contar para que lo supieras.

Yo dudaba de si quedarme con mis audífonos, o atreverme a operarme. Y aquí os cuento brevemente sobre los pros y los contras: 

Lo bueno de llevar audífonos es que oyes. No tienes la audición de una persona oyente, pero puedes sostener conversaciones. Puedes oír la radio, ver la tele, ir al cine y al teatro, puedes asistir a una charla, a un taller, a una reunión de vecinos. Puedes charlar un rato en la farmacia o en la panadería, puedes entender a tu doctora, puedes trabajar...

Hay un tema de seguridad muy importante, además: ir por la calle sin audífonos te pone en peligro, porque no oyes a los coches, ni las motos, ni las bicis, ni los patinetes... Ni a alguien que pueda avisarte si se te va a caer un árbol encima, por ejemplo, o si hay fuego en el edificio en el que estés. 

Más argumentos a favor: el aislamiento que produce la sordera conlleva un deterioro cognitivo, porque como nos cuesta mucho interactuar, renunciamos a relacionarnos y a conversar, no nos integramos en las fiestas, no nos reímos de los chistes, no socializamos y nos metemos muy "adentro" de nosotras mismas. Yo recuerdo que hasta que me dieron los audífonos en la seguridad social costarricense, me dedicaba a recoger y a fregar platos en las reuniones para no tener que estar interactuando con la gente. Solo podía hablar con una o dos personas, pero no con un grupo grande. Te pierdes y no se puede seguir el hilo por mucho que te concentres en escuchar, y te da cosa dar la tabarra al que tienes al lado para que te cuente lo que ha dicho otro.

Además del deterioro cognitivo, también te puedes deprimir un montón, y si sufres una enfermedad mental, se te agrava por el aislamiento. Es muy difícil no encerrarte en tí misma.

Así que usar audífonos te ayuda a integrarte en lo social, y a ser funcional en lo laboral. Y te facilita la vida un montón, si además aprendes a leer los labios. 

Desventajas: al principio duelen físicamente, o sea, es súper molesto tener dos cosas en los oídos permanentemente. 

Luego te acostumbras.

Lo malo de usar audífonos es que te ayuda a oír en el momento, pero te resta audición con el tiempo, como le pasa a la gente que va con los auriculares puestos con la música a todo volumen durante años.

Además, te cansa mucho. Al final del día sientes que llevas un radiocasete en el cerebro y estás deseando darle al stop. Todos los sonidos son electrónicos, incluidas las voces humanas, y la tuya misma. Suenas a robot al principio, y no suena en estéreo, sino en mono. Bueno, ahora hay audífonos muy buenos que te ofrecen diferentes dimensiones, pero en general, el sonido te llega plano, sin matices, como si llegara en blanco y negro. 

Uno de mis mayores terrores era meterme en la ducha con ellos puestos, o lanzarme a nadar y sumergirme con ellos (voy a la piscina una vez por semana).

 Me pasó. 

Con los audífonos te sale más cera en los oídos, y a veces pica.Y cuando llueve y no te puedes resguardar, te los tienes que quitar para que no se mojen. En Costa Rica llueve durante ocho meses al año, así que no fue fácil vivir con ellos.

¿Qué más os puedo contar? Es insoportable entrar en un bar con música, porque los audífonos normales no te alejan el ruido de fondo para escuchar a la gente que tienes cerca: te llega todo a la vez, y mezclado. Cuando la gente grita mucho en una casa o en un restaurante, o en una manifestación, se te meten los gritos en el cerebro, y te duele. Yo me los quitaba en sitios donde había mucho ruido, pero también es verdad que daba miedo perderlos, porque sientes que dependes de ellos y te quedas como desnuda cuando te los quitas. A mí me torturaba gastar tantas pilas, además. 

Otra cosa terrible era quedarme dormida con ellos puestos, porque dolía mucho.

Lo mejor del día era cuando llegaba la noche y los desconectabas, y todo quedaba en silencio. 

Yo amo el silencio. El silencio es paz. Ahora que oigo mejor, me parece que el mundo es demasiado ruidoso.

Cuando viajaba me aterraba no oír mi alarma en la mañana, y apenas dormía, pero me compré una pulsera que vibra y me ayuda siempre a despertarme. 

Ahora hay audífonos que puedes controlar desde tu teléfono, puedes subir y bajar el volumen, quitar el ruido de fondo, y puedes conectarlos por bluetooth a la tele o al ordenador. Pero son muy caros, los hay desde 4 mil euros.

Estos son los pros y los contras de usar audífonos para mí. Pero además hay un tema social y político: la seguridad social española no cubre estos aparatos, y los mejores son los más caros. Es injusto que en España las personas con discapacidad auditiva y sin dinero no puedan acceder a ellos, porque son artículos de primera necesidad, y sin ellos no podemos hacer vida "normal"

Es urgente que la Sanidad pública asegure a todas las personas el derecho a usar audífonos. Y lo mismo con las gafas y demás aparatos de ortopedia que permiten llevar una vida más "normal" a la gente con discapacidades o con dificultades.

Os sigo contando mi experiencia: después de hacerme pruebas, resultó que la enfermedad estaba bastante avanzada, así que mi doctora tuvo que reunirse con el equipo de otorrinos del Hospital Clínico de Madrid para convencerles de que yo todavía era joven y merecía la oportunidad de intentarlo. Lo consiguió, y entonces no lo dudé:  firmé el consentimiento muy agradecida y asustada.

Después de la operación del oído que peor tenía, vino a verme y me dijo muy seria que al entrar en mi oído pudo ver qué la esclerosis había avanzado mas de lo que ella pensaba, y que no sabía si funcionaría o no. Y sí, sí funcionó. 

Recuperé mucha audición, pero en uno de mis viajes se me puso un zumbido en el oído que no se me ha quitado y me acompaña noche y día. Después, cuando decidimos regresar a España, quise operarme del segundo. Aterrizamos el día 6 de marzo, hicimos la mudanza al Sur, tenía las pruebas preoperatorias el 17 en Madrid. Dos días antes me llamaron y me dijeron que el presidente iba a anunciar el confinamiento por la pandemia, y mis pruebas quedaban canceladas hasta nuevo aviso. La mascarilla me aisló completamente y lo pasé fatal durante dos años, sin entender a nadie porque no podía leer los labios. 

Me operé en Andalucía, en Enero de este año, y esta vez tuve más éxito, pues he pasado de sordera grave a moderada, y ya no uso audífonos. Hay días en que oigo mejor porque el zumbido es más leve, y otros en que es más fuerte y oigo menos. La enfermedad sigue avanzando, y los huesecillos del oído medio se van quedando rígidos, como calcificados, así que no sé cuánto tiempo podré vivir sin audífonos.

 Yo de momento estoy disfrutando cada día que pasa, y aunque no es fácil tener esta discapacidad, ya he aprendido a pedirle a la gente que me cuide, que me hable de frente, que no me grite, que vocalice. Ya digo en todos sitios lo que me pasa, antes me hacía daño a mí misma tratando de comportarme como si no la tuviera, hacia como que entendía, y no entendía, y bueno, ya me cuido más y trato de evitar el mal rato, simplemente explicando que tengo discapacidad auditiva. La gente enseguida le pone cariño a la comunicación. 

La discapacidad no solo es un tema de barreras físicas, sino sobre todo sociales y emocionales.

En mi caso, me alegro mucho de haberme operado, y de poder vivir un tiempo sin audífonos.

Y veo que a la mayor parte de la gente que conozco, les ha ido muy bien también. Ojalá encuentren buenos profesionales que les expliquen todo con paciencia y les operen con amor. Ojalá que podamos parar la destrucción de la Sanidad Pública: esta operación cuesta 6 mil euros, más la hospitalización, los medicamentos, y las revisiones. Yo no habría podido pagarlas si no existiera la Sanidad Pública. Gracias a ella me operé y puedo trabajar y comunicarme con más facilidad. Defendamos nuestro mayor tesoro, con uñas y dientes. 

Coral Herrera Gómez


Si quieres leer más sobre mi sordera: 

Mujer, sorda y cyborg: mi discapacidad auditiva y mi capacidad de adaptación


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23 de noviembre de 2022

¿Quién cuida a las cuidadoras?



Cuando ya lo tenía todo listo para empezar con mi tesis doctoral en el pueblo, mi abuelo enfermó y me pasé un año cuidando de él y de mi abuela, hasta que se murieron. De esta época de mi vida aprendí muchas cosas, una de ellas, que las cuidadoras necesitamos cuidados. Mi hermana y mi madre se volcaron para que yo pudiera tener fines de semana libres, me llamaban a diario, y me daban apoyo emocional. Acudían al rescate en los momentos más duros, y también me apoyaron en el duelo, cuando todo terminó.


Hoy conozco a muchas mujeres que están cuidando solas a sus madres y padres, mientras cuidan a sus hijos e hijas, y están todas al borde de una depresión. Todas mujeres, todas agotadas y con un profundo sentimiento de soledad. Están cargando con todo el peso de los cuidados, tanto a nivel emocional como a nivel logístico, y sienten la ausencia de sus hermanos y hermanas, sobrinos y sobrinas, como una profunda injusticia. 


Es cierto que nuestra sociedad no nos deja tiempo ni espacio para cuidar, que estamos todos agotados y estresados, pero hay muchas cosas que podemos hacer para cuidar a las cuidadoras, como preguntarles de vez en cuando: ¿cómo estás?, ¿qué necesitas?, ¿cómo podemos ayudarte?


Podemos sostenerlas económica y emocionalmente, y podemos turnarnos para sustituirlas y que así puedan tener dos días de descanso a la semana, y vacaciones para que puedan desconectar y alejarse. Podemos cuidarlas cuando enferman, cuando se derrumban emocionalmente, cuando vienen los días de hospitalización o muchas noches seguidas sin dormir, y cuando se presentan nuevas dificultades según va agravándose la salud de la persona que está recibiendo los cuidados. Y por supuesto, cuando todo termina, siguen los cuidados, porque es entonces cuando soltamos toda la tensión, el agotamiento, el miedo, la tristeza y todas las emociones contenidas. 


Para que cuidar no suponga un desgaste tan brutal a nivel físico y emocional, lo único que funciona ahora mismo es la empatía y la solidaridad de todos los miembros de la familia, lo mismo las de sangre que las de la amistad. 


Repartir los cuidados y cuidar a las cuidadoras principales es un asunto político de primer orden: no es justo que la única solución que nos ofrece el sistema sea explotar a una mujer pobre y sin papeles para que se encargue de una tarea tan dura, tan mal pagada, y tan poco valorada como los cuidados. 


Cuidar es una responsabilidad de todos y de todas nosotras: a nuestros mayores, a nuestros niños, niñas, y bebés, a nuestras mascotas y nuestras plantas y huertos. También a los seres queridos que sufren accidentes, o tiene discapacidades y enfermedades mentales o fisicas que les hacen dependientes durante un tiempo. 


Todos y todas nosotras estamos en algún momento de nuestras vidas en una posición o en otra: necesitamos recibir cuidados en muchas épocas de nuestras vidas, es de justicia que también cuidemos a los demás cuando nos necesitan. 


Si hemos sobrevivido como especie, es gracias al compañerismo y la solidaridad, a nuestra capacidad para cuidarnos, para trabajar en equipo, y para crear redes de apoyo mutuo.


¡Necesitamos una Revolución Amorosa y de Cuidados ya! 


Podemos empezar hoy mismo, en nuestra propia familia y redes de seres queridos, repartiendo tareas, y dedicando nuestra energía y nuestro tiempo a dar y a recibir cuidados. 


Esta revolución no es posible sin los hombres, que tienen que renunciar al privilegio de recibir cuidados sin darlos, arremangarse hasta los codos, y empezar a asumir la parte que les toca. Es un asunto de sentido común y justicia social.

También las compañeras que se dedican profesionalmente a los cuidados merecen nuestros cuidados y nuestro apoyo, para que todas tengan salarios dignos y todos sus derechos garantizados.


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Coral Herrera Gómez Blog

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