Ojalá existiese una escuela o un espacio terapéutico en la que pudiésemos ir a curarnos cada vez que detectemos odio en nuestros corazones, o cada vez que alguien nos señale amablemente los primeros síntomas de estar sufriendo una enfermedad de transmisión social.
Ese odio que siente tanta gente contra los niños y niñas, las mujeres, la gente pobre, las personas con discapacidad, las personas que migran, las que luchan por los derechos humanos, las que tienen otro color de piel, las adultas mayores, las que profesan otra religión que no es la tuya, las personas diversas y las que aman a personas de su mismo sexo, todos estos odios se pueden curar con amor, empatía, solidaridad: necesitamos educación, formación y sensibilización para poder desarrollar estos antídotos naturales contra las fobias.
Hay que curarse, porque el odio mata y hace sufrir a millones de personas en el mundo cada día.
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