En
la posmodernidad, unos tienen amores sin sexo, y otros practican el sexo sin
vinculación emocional. Hay gente que está como loca por enamorarse y
tener pareja y otros que disfrutan con
alegría su soltería y permanecen alejados de las inundaciones sentimentales. Unos esperan la llegada del amor verdadero en
soledad (como si fuese un fenómeno mágico que se da por sí solo, como en los
cuentos de las princesas que esperan) y otros se entretienen mientras tanto,
disfrutando de las compañías que encuentran en el camino.
Aunque el amor es una utopía posmoderna, hay muchos ateos y ateas del amor. Gente que no
cree en príncipes azules o princesas rosas y se resignan a la idea de que jamás
encontrarán a su media naranja sencillamente porque no existe. Gente que no le pide al amor ser la fuente de felicidad, plenitud y autorrealización. Gente que no espera que el amor sea eterno. Gente que no entiende los celos como una prueba de amor. Gente que no se ve en pareja, que ama su soledad y su libertad. Gente que una vez creyó en el amor y se desengañó para siempre.
Si eres una atea del amor, entonces tienes dos posturas ante la vida: disfrutar de la gente tal y como es, sin idealizarla; o no volver a probar las mieles del amor romántico, por muy tentadoras que sean.
Si eres una atea del amor, entonces tienes dos posturas ante la vida: disfrutar de la gente tal y como es, sin idealizarla; o no volver a probar las mieles del amor romántico, por muy tentadoras que sean.
En
la tradición, la gente se juntaba de dos en dos y después del noviazgo se unían
para toda la vida en santo matrimonio. Hoy
la libertad de la que algunos disfrutamos para relacionarnos ha complejizado y enriquecido nuestro mundo erótico. Ahora coexisten en el espacio social relaciones de todo tipo: abiertas y
cerradas, monogámicas y libres, pasionales o cariñosas, eternas o breves, intensas y light. El abanico
de posibilidades se ha extendido al infinito, por eso muchos se sienten
perdidos ante tanta vorágine sexual y amorosa, y muchos otros disfrutan
inventando nuevas formas de relacionarse.
Lo
bueno del antirromanticismo es
que puede abandonarse en cualquier momento. Son muchos y muchas los
que reniegan del amor romántico en algún momento de su vida; suele ser cuando
hemos sufrido mucho tras una ruptura. Están los desengañad@s del amor, los
adict@s que tratan de recomponer sus vidas y no recaer jamás, corazones
destrozados y agotados por los vaivenes sentimentales que necesitan recuperar
las ganas de amar de nuevo, descreíd@s del amor y sus mitos, o gente que
se dedica a repartir su amor generosamente sin centrar su atención de un modo
total en una sola persona.
Gracias a la revolución sexual de los años 60 y 70 del siglo XX, liberamos al cuerpo del pecado. Lo conocemos mejor y le damos placer aunque tengamos que escondernos para hacer el amor.
Después de la revolución sexual, nos queda pendiente la revolución sentimental. Pero para que pudiésemos abrirnos al amor sería necesario un cambio radical en nuestra sociedad, en nuestra forma de organizarnos política y económicamente, sexual y sentimentalmente. Seguimos demasiado encajonados en un modelo muy limitado, monogámico, heterosexual, eterno y perfecto.
Después de la revolución sexual, nos queda pendiente la revolución sentimental. Pero para que pudiésemos abrirnos al amor sería necesario un cambio radical en nuestra sociedad, en nuestra forma de organizarnos política y económicamente, sexual y sentimentalmente. Seguimos demasiado encajonados en un modelo muy limitado, monogámico, heterosexual, eterno y perfecto.
Seguimos guardando nuestro corazón para “alguien
que merezca la pena”. Nos cuidamos para no desestabilizar nuestra vida:
controlamos las emociones para que no nos puedan, para que no descoloquen
nuestras estructuras. La represión sentimental es una constante social gracias al mito de la monogamia.
Nuestras culturas no nos ofrecen una educación sentimental, de modo que vamos gestionando las emociones a lo largo de la vida de una manera muy torpe, a ciegas, cada uno/a como puede. Aún somos seres primitivos porque nuestras relaciones con los demás están plagadas de malentendidos, luchas de poder, amores y odios, egoísmos, confrontaciones; nos cuesta darnos por completo, nos cuesta no ser correspondidos, nos cuesta comunicarnos. Nos cuesta someternos, nos gusta dominar.
Nuestras culturas no nos ofrecen una educación sentimental, de modo que vamos gestionando las emociones a lo largo de la vida de una manera muy torpe, a ciegas, cada uno/a como puede. Aún somos seres primitivos porque nuestras relaciones con los demás están plagadas de malentendidos, luchas de poder, amores y odios, egoísmos, confrontaciones; nos cuesta darnos por completo, nos cuesta no ser correspondidos, nos cuesta comunicarnos. Nos cuesta someternos, nos gusta dominar.
No sabemos como crear
relaciones verdaderamente igualitarias porque la gente se aferra a sus roles de
género, y porque el amor de verdad es un bien escaso hoy en día, como decía
Erich Fromm. Y es que no siempre somos correspondidos cuando amamos, y eso nos
frustra. Nos relacionamos en base a jerarquías de poder, nos cuesta expresar lo
que está más dentro de nosotros, las emociones más fuertes. Por eso a veces no
nos comprendemos.
Unos sirven para lo que sirven, y con otros vale la pena despertar. Jerarquía afectiva rara!! |
La
gente elabora unas jerarquías de afecto y las noches locas se encuentran en lo
más bajo de la escala sentimental. Para la gente pasar una noche con alguien “no
significa nada”, se habla de los encuentros como si fueran choques de cuerpos
en el espacio que al encontrarse se descargan mutuamente de la tensión sexual. La gente diferencia de modo radical, como vemos en la imagen de arriba, lo de tener sexo o quererse, tener sexo o respetarse, dormir o despertarse. Nos dicen que no es lo mismo caer en la cama borracho con alguien sin tener apenas conciencia de ello (y espantarse a la mañana siguiente), que querer tener en la cama a alguien especial cuando uno despierta al mundo.
Muchos
dicen que es más más fácil abrir el cuerpo al disfrute sexual que abrir el
corazón o poner el alma en el encuentro con las personas con las que
comparten la cama. Y es que el miedo a los estragos emocionales de las
aventuras románticas provoca que muchas personas eviten la implicación sentimental. Unos
creen que el contacto íntimo facilita el enganche emocional, de modo que lo
evitan, y otros separan sexo y sentimientos como si fuesen cosas diferentes,
creyéndose a salvo de los hechizos y conjuros del amor.
Desde que el sexo se hizo más fácil de comseguir, el amor se hizo más difícil de encontrar. Frase que revela esa dualidad jerárquica: amar es lo difícil, tener sexo es fácil. |
En
esta huida sentimental, en estas jerarquías de proximidad que establecemos, nos
perdemos vivir experiencias bonitas, conocer en profundidad a la gente, nos
ahorramos los disgustos y los miedos asociados al romanticismo, y sentimos que
controlamos las situaciones y la intensidad de nuestras emociones. Sin mitificaciones ni idealizaciones, nos creemos a salvo del amor romántico. La gente es como es.
Sin embargo, todo el mundo anhela aquello que no tiene:
Sin embargo, todo el mundo anhela aquello que no tiene:
En un mundo organizado en parejas y en grupos de parejas, la soledad nos aterra. Huimos de ella, pero también huimos de contactos demasiado profundos por miedo a salir heridos. Ahí reside nuestra máxima contradicción, que es absurda en realidad. Porque, ¿en qué se diferencia el sexo del amor?, ¿realmente
hay límites claros entre el deseo y la satisfacción del deseo?, ¿disfrutar con
alguien, dar placer, no es un acto de amor?. Esa absurda manía que tenemos de
jerarquizar afectos, de distinguir grados de amor según el compromiso que se
adquiere, ese ansia por controlar el futuro, pensarlo, predecirlo, sin vivir el
presente nos hace más pobres.
Hasta cierto punto tiene lógica que apliquemos la economía a nuestros afectos y tratemos de ahorrarnos amores equivocados. A menudo la gente, en su ansia por tener pareja, escoge la peor de todas las posibles. Pero ir al extremo contrario: no enamorarse de nadie para no sufrir, es absurdo también. Porque el sufrimiento forma
parte de la vida. Nos duele perder gente querida, nos duelen las muertes, nos
duelen los rechazos, nos duele alejarnos del pasado feliz, nos duele no volver
a la tierra en que nacimos, nos duele el horror de la guerra y de la pobreza,
nos duele ver sufrir a los demás. El sufrimiento es como el disfrute: hay que
vivirlo.
La represión sentimental es un mecanismo defensivo que nos
permite conocer mucha gente pero que de algún modo no nos deja ir más allá con
nadie: ni con amigos/as, ni con amantes. Nos escondemos detrás de máscaras para
no desnudarnos por dentro, nos protegemos unos de otros, nos buscamos unas a
otras, nos seducimos, nos revolcamos, nos damos placer, nos evitamos, y
volvemos a sumergirnos en la búsqueda bajo una insatisfacción permanente.
En esa búsqueda/evitación del amor unos desean cantidad: creen que
diversificando encontrarán alguien con quien poder abrirse y compartirse. Otros
desean calidad y siguen buscando a su persona ideal. Otros no desean nada más
que disfrutar del presente junto a la persona con la que pasa una noche especial.
Y
asi vamos, buscando sexo, evitando sexo, buscando y evitando el amor, y cayendo en sus garras una y
otra vez. Algunos se salvan de naufragios durante algún tiempo, otros se
pierden experiencias maravillosas, pero al final tengo la impresión de que en
algún momento caemos. Las estadísticas nos cuentan que la gente se divorcia
mucho, sí, pero esa misma gente vuelve a repetir y vuelve a casarse: son muchos
los que se casan dos, tres, cuatro veces.
Aunque no queramos
implicarnos, aunque huyamos del compromiso afectivo, aunque renegemos del amor
por sus falsas promesas, necesitamos estar en contacto, establecer conexiones
especiales con gente, amarnos la piel, contarnos la vida, compartir pedacitos
de tiempo parado, reír hasta morir, tener orgasmos, jugar con alguien en la cama, hablar de nuestros dolores, compartir los sueños, disfrutar del ahora, viajar
hacia otros espacios, construir nuevos tiempos.
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