Los seres humanos tenemos diferentes formas de pensar dependiendo del idioma que hablemos y la cultura a la que pertenezcamos. La sociedad occidental, por ejemplo, se caracteriza por la estructura de pensamiento binaria que divide la realidad en dos grandes grupos opuestos entre sí. Y además, uno representa lo superior y el otro lo inferior, supongo que os sonará todo esto a Platón.
Según el dualismo idealizante de Platón, la realidad se presenta dividida en dos mundos distintos y contrapuestos: por una parte, el mundo superior, invisible, eterno e inmutable de las ideas y, por otra, el universo físico, visible, material, sujeto a cambios. En un polo está la biología, en otro la sociedad; en uno el cuerpo y en el otro el alma.
Aristóteles, en esta línea, también afirmó que la realidad está dividida en pares de opuestos, que son la base del pensamiento y nuestra forma de acceso al conocimiento. Esta idea culmina en la Ley del Tercio Excluso, "tertium non datur" ('una tercera (cosa) no se da), y según este principio, toda proposición es verdadera o falsa. Entre estos dos valores de verdad no se admite nada intermedio o “tercero”.
El pensamiento binario es lo que nos hace amar al Barça y odiar al Real Madrid, declararnos heteros u homos, ser cristianos y rechazar a los musulmanes, defender nuestro pueblo contra el otro pueblo, lo mío frente a lo tuyo, perseguir la delgadez y huir de la obesidad, subir del Sur hacia el Norte. El fundamentalismo existe porque pensamos desde los extremos, como si entre ambas purezas no existiese una vasta y rica gama de matices.
Esta forma de pensar hace que para nosotros la juventud y la vejez, la salud y la enfermedad, la cordura y la locura, los humanos y los animales, los hombres y las mujeres, sean cosas distintas. Y es que necesitamos categorizar todo, clasificarlo y definirlo, para tratar de mantener el orden, para garantizar la seguridad. Si un día mi madre se levantase hablándome en chino y no pudiéramos entendernos, yo pensaría probablemente que estoy trastornada de la cabeza o viviendo una pesadilla.
Por eso separamos, definimos, clasificamos todos los objetos, seres vivos, situaciones, sentimientos, sexualidades; para tener claro quiénes somos, cuál es nuestro lugar y nuestro papel. Todos necesitamos saber lo que no somos (no soy una mujer, no soy un niño, no soy pobre, no soy gitana), porque eso nos ayudará a determinar nuestro comportamiento, expectativas y trayectoria vital.
Yo defiendo la idea de que todas las etiquetas nos cierran puertas: si soy homosexual, no puedo ser hetero, si soy hombre no puedo experimentar mi feminidad, si soy paya no puedo casarme con un gitano, si soy jefa no puedo irme de marcha con mis empleados, si soy testigo de Jehová no puedo interesarme por el budismo…
Las etiquetas bipolares no sólo han empobrecido nuestro desarrollo cerebral y nuestra evolución intelectual, sino que además ha provocado una división positiva y negativa de la realidad que, por más que parezca absurdo, ha generado una profunda desigualdad y un sistema social injusto. En casi todas las sociedades patriarcales el poder degradó a lo inferior conceptos como la colectividad, la ternura, la sensibilidad, la debilidad, la contingencia, la feminidad, la naturaleza, la pasión, la irracionalidad, la animalidad, la homosexualidad, la reproducción, la oscuridad, subsumiendo a todos en una misma categoría. En la tradición misógina, la superioridad estaba representada por los conceptos de virilidad, dureza, fuerza, razón, ley, individualismo, cultura, orden, claridad, heterosexualidad, etc.
El correlato social y económico de esta cultura binarista y jerárquica ha sido la supremacía del hombre blanco sano, rico, heterosexual y occidental sobre otros hombres (niños, ancianos, homosexuales, hombres de cualquier otra etnia o raza) y sobre las mujeres durante siglos. En el peldaño inferior de esta gradación piramidal y excluyente se encuentra la mujer negra, pobre, lesbiana, enferma o anciana.
Esta forma binaria y jerarquizada de pensamiento fue el origen de los procesos de expansión y anexión de territorios, y se halla en la base de todas las guerras y la violencia entre pueblos y culturas. Es cierto que los animales también poseen relaciones jerárquicas y conflictos de poder, pero nosotros somos evidentemente un caso especialmente conflictivo, sobre todo para el propio planeta, pues nuestra destructividad y crueldad no conoce límites en un mundo arrasado por las guerras, el hambre y la pobreza.
Pienso que es importante entender que esta forma de pensar está cargada de ideología porque considera que los fuertes han de dominar a los más débiles. Por eso el hombre se cree con derecho a dominar y esclavizar la naturaleza, la tierra, los animales, e incluso a sus semejantes, en primer lugar las mujeres y los niños, y después, los más débiles (ancianos, pueblos pacíficos, desviados, marginados, pobres, etc.). La mayor parte de las mujeres también se mueven en esas categorías, porque el género femenino también piensa de forma binaria y ha asumido, en la mayor parte del mundo, su subordinación al hombre. Ha integrado en su interpretación de la realidad su condición de ser inferior, y ha interiorizado esta ideología patriarcal entendiéndola como natural, inevitable, lógica y eterna (Pierre Bourdieu, 1998). Prueba de ello es que las mujeres han transmitido los valores del patriarcado a su descendencia, generación tras generación, mediante la educación diferenciada de roles y estereotipos de género.
Con el desarrollo de la Antropología hemos podido comprobar que existen otras culturas humanas en las que existen otros conceptos sobre la normalidad y donde no piensan divididos entre dos categorías extremas. No es de extrañar que sean las más pacíficas e igualitarias. Además, se mueven con mucha más libertad que nosotros en el tema de los roles, y no estereotipan de una manera tan simple la realidad.
Siguiendo con Occidente, el relativismo del siglo XX vino a traer un poco de crítica a este sistema de conocimiento y de construcción social. El tiempo transcurre diferente según desde donde se esté; el vaso se ve medio lleno o medio vacío, y entre el negro y el blanco hay una bella e infinita riqueza cromática.
También el movimiento hippy nos permitió conocer la estructura mental oriental a través del budismo y el hinduismo, religiones que entienden que la vida es parte de la muerte, y que concibe la realidad como un todo. Es decir, la filosofía oriental cree que todo forma parte del mismo proceso, y eso está simbolizado en la figura del ying y el yang, en la que luz y oscuridad, feminidad y masculinidad son las dos caras de la misma moneda y se complementan a la perfección, sin contradicciones.
Uno de los intelectuales que más ha aportado a la hora de criticar el reduccionismo occidental y presentar una propuesta teórica para superarlo ha sido Edgar Morín, que propone sustituir el pensamiento único con el pensamiento complejo, que define como “un pensamiento que relaciona”: “Esto quiere decir que en oposición al modo de pensar tradicional, que divide el campo de los conocimientos en disciplinas atrincheradas y clasificadas, el pensamiento complejo es un modo de religación. Está pues contra el aislamiento de los objetos de conocimiento; reponiéndoles en su contexto, y de ser posible en la globalidad a la que pertenecen”
También Helen Fisher habla del pensamiento en Red, que parece ser más común en las mujeres: a la hora de analizar un problema y tomar una decisión hay que tener en cuenta todas las variables y las relaciones entre ellas, entendiendo que el análisis simple y en línea recta empobrece la psique humana y reduce el libre albedrío de los sujetos.
La Teoría Queer denunció que estas clasificaciones binarias sólo sirven para discriminar, porque imponen un sistema de poder que considera que unos están arriba y otros abajo, que unos son normales y otros anormales, que unos son salvajes y otros civilizados. Es una teoría que aboga por lo Trans, es decir, el ir más allá de las etiquetas reduccionistas y explorar la complejidad de los fenómenos entendidos como procesos, no como productos acabados. Los queers se mueven en el terreno de los nadie, de la ambigüedad, la androginia; ese espacio social donde un@ puede jugar a intercambiar roles, identidades y estéticas como le plazca.
Lo Queer promueve la libertad del cuerpo y la deconstrucción de las verdades dadas por supuestas e instaladas como naturales en nuestra cultura, y el fin de las categorías excluyentes que constriñen y encajonan nuestra identidad, impidiéndonos evolucionar y limitando nuestra libertad.
Coral Herrera Gómez
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