Dónde:
San José de Costa Rica
Día:
sábado 16 de diciembre
Hora:
11.00 am
Ubicación:
Mall San Pedro
Organizado por:
Librería Internacional
Formato:
presencial y virtual
Dónde:
San José de Costa Rica
Día:
sábado 16 de diciembre
Hora:
11.00 am
Ubicación:
Mall San Pedro
Organizado por:
Librería Internacional
Formato:
presencial y virtual
Mi compañero y yo ya vamos a cumplir doce años juntos, y cuando me preguntan que cómo hemos conseguido estar tanto tiempo unidos, creo que uno de los factores principales es la forma en que cuidamos nuestra relación, y las relaciones que tenemos con nuestra gente querida. Tanto yo como él tenemos amigas y amigos a los que cuidamos, y con los que pasamos tiempo a solas, y en grupo.
Hay muchas mujeres que cuando se emparejan no pueden mantener sus relaciones con amigos o con ex con los que se llevan bien, por el tema de la desconfianza y los celos. Cuando en mis talleres les pregunto a las mujeres a qué han tenido que renunciar en sus vidas en nombre del amor romántico, muchas se lamentan de haber tenido que dejar a sus amigos varones, y del dolor que les causa la nostalgia y el saber que sus amigos lo han pasado mal por su alejamiento.
Escuchandolas tomo conciencia de la suerte que he tenido yo de juntarme con hombres que confían en mí, y en los que yo confío, y de tener en mi vida a algunos ex que se convirtieron en amigos. Me siento muy feliz cuando me junto con mis chicos y con las parejas y los críos de mis amigos para pasar una tarde, un fin de semana, o unos días de vacaciones. Me siento muy afortunada de tener la libertad de pasear con ellos a solas, o de charlar por teléfono durante horas, exactamente igual que con mis amigas más íntimas. Cuando viajo aprovecho para visitarles, y siempre me acogen en sus hogares, tengan o no tengan pareja. Mi casa también está abierta para las amigas y las ex de mi pareja que se convirtieron en amigas, y para sus compañeros y sus crías. Y también para los y las ex de nuestros ex, y sus nuevas parejas.
Y de vez en cuando lo digo en voz alta, "oye que maravilla poder compartir la vida con ustedes", y les recuerdo que hay muchísima gente que no puede hacerlo, porque en la mayoría de las parejas, la necesidad de dominar y de controlar a la pareja, los celos y el miedo, las inseguridades y la doble moral, el machismo y el patriarcado no se lo permiten. Las que más dificultades tenemos para poder seguir compartiendo la vida con nuestros amigos y amigas somos las mujeres.
Pienso en mi abuela, por ejemplo, y en mis tías abuelas, y en sus primas: ninguna de ellas pudo tener amigos varones, ni tampoco ex parejas. Solo pudieron veranear y salir en grupos de parejas, y cuando quedaban viudas, dejaban de salir con el grupo, porque las mujeres solteras no encajaban en ningún lado.
Hoy en día las mujeres seguimos perdiendo libertad y derechos humanos cuando nos juntamos en pareja, y sucede en todo el mundo, y en todas las clases sociales. Hay mujeres que ni siquiera pueden tener amigas y solo pueden relacionarse con mujeres de su familia, o mujeres de la familia del marido.
Aún en el imaginario colectivo la amistad entre un hombre y una mujer sigue siendo algo inconcebible, y es porque el patriarcado nos hace creer que el único interés que puede tener un hombre en una mujer es puramente sexual, y la amistad desinteresada solo puede tenerla con sus pares, con sus iguales, es decir, con otros hombres.
Según el patriarcado, los hombres son seres deseantes que no pueden compartir intimidad con las mujeres si no es para acostarse con ellas, porque no pueden evitarlo. Los hombres no deben sentirse atráidos por nuestra forma de ser, sino por nuestros encantos sexuales, y además no deben fiarse nunca plenamente de nosotras, porque somos traicioneras. Somos enemigas a las que hay que dominar y someter. Desde esta perspectiva, la amistad entre hombres y mujeres es imposible, pues vivimos en una eterna guerra entre sexos y estamos obsesionados en el afán por ganar todas las batallas, y por dominarnos los unos a los otros.
Esta es la razón por la cual la mayoría de la gente siente como una amenaza la existencia de amigos y amigas de su pareja, y prefiere abandonar sus propias amistades para que su pareja haga lo mismo. Hay parejas que seleccionan solo las amistades que no resultan amenazantes y se excluye a la gente que no tiene pareja. La mayoría se autolimita y limita a su pareja para evitar problemas y peleas, mientras el resto de la sociedad solo acepta como "normales" las relaciones de amistad entre las personas del mismo sexo, y reacciona con extrañeza y rechazo ante la amistad entre hombres y mujeres.
Me pregunto cuanto tiempo pasará hasta que mujeres y hombres podamos tener relaciones amorosas de amistad con personas del otro sexo, tengamos o no tengamos pareja. Supongo que lo primero es que aceptemos que la felicidad y el bienestar son cuestiones colectivas, que una pareja aislada del resto no puede ser completamente feliz porque nos necesitamos unos a otros, y porque solos no podemos sobrevivir: formamos parte de la comunidad humana. Hemos sobrevivido tantos miles de años gracias a nuestra capacidad para trabajar en equipo y para cuidarnos unos a otros.
Sería maravilloso que las nuevas generaciones tomasen conciencia de que lo más importante en la vida es el amor, entendido en su concepto más amplio: un amor que no se limite a una persona, que se expanda para crear y sostener redes de afecto y cuidados. A los y las adolescentes les explico en mis charlas que el amor es lo único que no se puede comprar, que sus amigos y amigas son su gran tesoro, y que la pareja nunca puede aislarte de tu gente querida, ni tú debes intentar aislar a tu pareja de sus redes de afecto y cuidados.
Les insisto mucho sobre lo importante que es ser honestos y honestas, y confiar en tu pareja, y les cuento que la familia y los amores basados en la amistad pueden durar a veces toda la vida, pero los amores de pareja no: duran lo que duran.
En mi libro les cuento que volcar todo nuestro amor en una sola persona es un auténtico desperdicio, porque tenemos mucho amor dentro de nosotras, y porque no podemos renunciar al amor de la gente que nos cuida: nos necesitamos entre todos y todas.
Cuando alguien te quiere de verdad, quiere que seas libre para irte o para quedarte a su lado, y quiere que seas feliz con la gente que te quiere y que te cuida. Así es como sabes que te quieren bien y que lo tuyo es amor del bueno: cuando tienes espacio y tiempo para cuidar tus redes afectivas, cuando te sientes libre y sabes que tu pareja está contigo porque quiere, y no por obligación, y cuando tu pareja confía en ti y en tu honestidad, y tú confías en ella.
Si no confías, mejor dejar la relación, pero jamás abandones a tu familia y amistades, porque sola eres mucho más vulnerable y dependiente de tu pareja.
La neurociencia lo ha confirmado: para vivir bien y para cuidar nuestra salud mental necesitamos cuidar nuestras relaciones, y necesitamos vivir rodeados de mucho amor del bueno. Sólo tenemos que superar el prejuicio de que los hombres y las mujeres no podemos tener amigas y amigos del sexo contrario, y seguir luchando para que todas las mujeres podamos sentirnos libres, podamos ser nosotras mismas y podamos mantener, cuidar y expandir nuestras redes de afecto, tengamos o no pareja.
Coral Herrera Gómez
Ningún hombre nace violento, aprende a serlo. Primero le inoculan el miedo hacia el amor y hacia las mujeres para que no confíen en ellas, le cuentan que somos malvadas y retorcidas, manipuladoras, interesadas, caprichosas, y mentirosas.
El amor y el sexo son nuestras armas para seducirles, por eso se tienen que defender de nosotras y nuestra magia.
A los hombres les educan para que crean que el amor es una guerra y que para ganarla tienen que dominarnos, someternos, domesticarnos y utilizarnos como sirvientas (esposas), o como objetos de usar y tirar (todas las demás).
Deben defender su dominio y castigarnos si no cumplimos con nuestro rol. Después viene la frustración porque no obedecemos, porque nos queremos ir, porque no aguantamos más. Y esa frustración deriva en rabia, en rencor y en más odio.
Y por eso nos violan y nos matan a diario en todos los rincones del mundo.
El odio contra las mujeres se llama misoginia. La raíz del odio está en el miedo y en la incapacidad para tratarnos como si fuéramos seres humanos, seres libres y con derechos.
Para erradicar la violencia machista hay que trabajar ese miedo hacia el amor y ese odio hacia las mujeres que no solo sienten los hombres, también lo sentimos nosotras.
Nuestra cultura está impregnada de ese odio contra las mujeres y el único antídoto es el amor y la ternura. Hacia nosotras mismas, entre nosotras, y hacia todos los seres vivos de este planeta.
Solo el amor puede salvarnos ❤️
Coral Herrera Gómez
Iban cantando por la calle, después de pasar todo el día celebrando juntas. Al principio pensé que era otro grupo de despedida de soltera, en Málaga vienen de todas las partes de España, todos los fines de semana, durante todo el año.
Pero me llamó la atención porque no eran veinteañeras, sino mujeres de mi edad. Se notaba que llevaban varias horas de fiesta y una de ellas iba diciéndole a la homenajeada:
"Ya verás lo feliz que vas a ser ahora, Mari, ya te has liberado, y ya no vas a aguantar más, ahora empieza tu nueva vida"
Todas empezaron a aplaudir, a abrazarla y a besarla.
Me di cuenta de que estaban celebrando una Bienvenida de Soltera, y me dio mucha alegría.
La protagonista alzó su vaso de plástico y dijo unas palabras: "Gracias a todas por haberme ayudado a salir del infierno, gracias por ayudarme a abrir los ojos, gracias por no haberme dejado sola, gracias por celebrar conmigo mi divorcio, os quiero muchísimo a todas", y brindaron con los vasos en alto. Más besos, más risas y más abrazos.
Cuando iban a seguir caminando, otra de ellas las detuvo, alzó su copa en alto y dijo: "Yo brindo también por los divorcios que vienen, que no te creas tú qué vas a ser la única, Mari, aquí te digo yo que estamos todas hasta el moño y que vamos a seguir celebrando seguro"
Brindaron todas por las siguientes solteras del grupo con mucha alegría y siguieron su camino hacia el hotel cantando por bulerías.
Ojalá todas las mujeres tuviéramos un grupo de amigas tan unido y amoroso que nos acompañen en nuestros procesos de liberación.
Ojalá más mujeres por la calle y las plazas celebrando juntas sus divorcios, y sus Bienvenidas de Soltera.
Ojalá seamos cada vez más las Mujeres que ya no sufren por amor
#mujeresqueseliberan #mujeresquecelebran
#mujeresqueseenfiestan
#bienvenidasdesoltera
#divorcio #liberación #fiesta #mujeresque
¡Vente con nosotras al
Recuerdo el día en que un amigo me pidió una pausa en la relación después de una discusión fortísima de la que salimos los dos muy heridos. Intentamos hablarlo varias veces pero no había forma, nos dolía a los dos un montón, y lo empeorabamos en lugar de arreglarlo.
Me dijo que necesitaba alejarse un tiempo y a mí me dolió mucho, pero respeté su decisión. Y me consolé a mí misma pensando que nos iba a venir bien, aunque tuve que trabajarme mucho por dentro el ego, y ese miedo atroz a que me dejen de querer.
A veces me daban ganas de escribirle cuando me acordaba de él, cuando veía algo en las redes que pensaba que le podría gustar, o cuando pensaba en la muerte. Me acordaba de él en su cumpleaños, en navidades, o cuando me pasaba algo y necesitaba hablar con él. Me asaltaban los recuerdos cuando escuchaba una canción que habíamos compartido, y me preguntaba a menudo si él y su familia estarían bien.
A veces me enfadaba pensando, ¿hasta cuándo vamos a estar así?, ¿cómo es que no me echa de menos? Me daban ganas de llamarle y decirle, oye, ¿qué pasa si nos morimos uno de los dos, nos vamos a quedar con el dolor de no haber disfrutado estos últimos años?
Pero aguanté cuatro años, y cuando volvimos de nuevo a hablar, y a retomar la amistad, fue bien lindo porque ya se nos había ido el enfado, y pudimos volver a querernos sin hacernos daño.
En mi vida he pasado por esto con varias personas, a veces ha sido suficiente con un año de escaso o nulo contacto, otras veces hemos necesitado más tiempo.
No es fácil, pero en todas hemos logrado que la relación no se rompiera. En las vacaciones da tiempo a tomar perspectiva, a hacer autocrítica, a pensar mucho, y a echarnos de menos.
Y volver a conectar es hermoso, porque es como darle al standby, y a resetear la relación, y empezar de nuevo desde otra perspectiva.
Muchos creemos que para tomar una decisión así hay que tener una pelea descomunal, pero en realidad es mejor hacerlo antes de que estalle todo en mil pedazos. Porque si estalla, a veces no se pueden pegar los trocitos, y no queda igual que antes.
Yo sé que suena raro lo de las vacaciones, pero es mejor que romper definitivamente. No es una derrota, sino más bien es como meter la relación en un congelador y esperar a que las emociones bajen de intensidad.
A veces las relaciones largas están tan cargadas de dolor que no hay manera de relacionarse sin sufrir, y sin hacer sufrir a la otra persona.
Y es que los cuidados son muy importantes no solo cuando todo va bien, y nos queremos mucho, y no hay problemas. También hay que cuidar mucho a la gente que amas cuando sientes mucha rabia y mucho dolor, sobre todo cuando sabes que puedes hacer mucho daño a la persona a la que quieres.
Si la rabia es muy grande, puedes destrozar a esa persona con palabras de las que luego te puedes arrepentir, y a veces no sirve de nada pedir perdón, y no hay manera de que la relación siga.
No es fácil cuidar a la otra persona para que el rencor acumulado no la destroce, por eso lo mejor es alejarse, pero puedes hacerlo bien, sin necesidad de hacer la guerra.
Esto no es lo más común, porque siempre pensamos más en cómo protegernos a nosotros y a nosotras mismas. Pero al cuidar a las personas que quieres, también te estás cuidando a tí.
El rencor es como una bomba de relojería, o como un globo que se va llenando de aire y en un momento dado, explota. En las relaciones de pareja es el principal motivo por el cual se va muriendo el amor, porque el rencor transmuta fácilmente en odio. Y desde el odio nos faltamos al respeto, y las discusiones son un cruce de reproches interminables que no nos llevan a ningún lado. Es una emoción demasiado fuerte, por eso lo mejor es dejar la relación cuando llegamos a ese punto.
En las relaciones de amistad , si podemos evitar que el rencor no se convierta en odio; podemos poner en pausa la relación, alejarnos y pactar amorosamente el contacto cero.
Lo mismo que tienes que cuidar a la otra persona cuando estás enfadada, también tienes que protegerte a ti misma del dolor y la rabia de los demás. La vida es muchísimo más dura cuando estás en una lucha de poder interminable que te quita mucha energía, y te quita la paz interior.
Cuando ponemos en pausa una relación, o nos tomamos unas vacaciones, tenemos que ser conscientes de que a veces los ritmos de cada cual son diferentes, que unos necesitamos más tiempo y otros menos. Y también asumir el riesgo de que la otra persona se de cuenta de que vive muy bien sin tí, y decida que no quiere retomar la relación. Hay que aceptarlo también, con mucha humildad. Y asumir que también nos puede ocurrir a nosotras.
Más duro es aceptar que nos podemos morir sin habernos dado un abrazo, pero hay que asumirlo también.
En relaciones de pareja y familiares es más difícil hacer una pausa. Pero sí se pueden firmar tratados de no agresión, se puede pedir un alto el fuego, se puede también tener una relación cordial y respetuosa en la que ambas personas tomen una sana distancia para que el resto de la familia no se vea afectada.
Porque también es importante cuidar a la gente que rodea a la relación. Generalmente lo que hacemos es pedirles que se posicionen a nuestro favor, y para ellos es súper difícil cuando les obligas a elegir, porque quieren a las dos personas. Y además, no es justo que los demás sufran porque nosotros estamos sufriendo.
Cuando no hemos podido evitar la guerra, aceptemos que ha llegado el final. También cuando, por mucho empeño que le pongamos, la relación no funciona y no hay manera de arreglarla. A veces el amor no es suficiente para sostener una relación, a veces evolucionamos de manera muy diferente, y aunque nos queramos mucho, hay relaciones que es mejor terminar para siempre.
Ojalá tuviésemos herramientas para cuidar nuestras emociones de manera que no hagan daño a los demás, y para resolver nuestros problemas sin violencia. Ojalá supiésemos cuidarnos, y cuidar a los demás, ojalá fuéramos más responsables y honestos, y dejáramos de echarle la culpa de todo lo que nos pasa a los demás. Creo que si supiésemos hacer autocrítica amorosa, reconocer errores y pedir perdón, nuestras relaciones serían mejores, y nuestras vidas serían mejores también.
También nos ayudaría mucho dejar de vivir los conflictos como si fueran batallas en las que nuestra misión es conseguir nuestro objetivo, imponer nuestro criterio, demostrar que tenemos razón, machacar al enemigo psicológicamente, y destrozarlo hasta que se ponga de rodillas.
Si en lugar de batallar pudiéramos ponernos a buscar soluciones a los problemas, sería todo más fácil. Es cierto que hay problemas que no tienen solución, o al menos no en ese momento, ni con esas emociones que estamos sintiendo. Podemos dejar las cuestiones en pausa, igual que dejamos la tierra en barbecho, y retomarlas cuando haya pasado un tiempo.
Quizás más adelante sea más fácil resolverlo, ya con más experiencia y sabiduría.
Porque sí, el tiempo calma las emociones, alivia el sufrimiento, cambia nuestra forma de ver las cosas. El orgullo se desinfla como un globo, lentamente, y empezamos a ver el conflicto desde fuera, ya sin tanta pasión.
Llega un día en el que ya te sientes preparada emocionalmente, que ya no queda rastro de la rabia ni del rencor en tu interior. Es el día en el que te puede la nostalgia y sientes que quieres tener a esa persona cerca, y volver a formar parte de su vida... si es que ella también se siente preparada.
El tiempo de la distancia es duro, pero el reencuentro es hermoso. Volver a retomar una amistad de muchos años, ya libres ambos de enfado o de dolor, es como un regalo de la vida.
Por experiencia propia, siento que unas vacaciones a tiempo pueden ayudar a que no se rompa una relación. A veces no son iguales que antes, otras veces son mejores... y otras son diferentes. Pero son bonitas igualmente.
Contadme vosotras, ¿habéis retomado alguna vez relaciones familiares o de amistad con el tiempo?, ¿os han ayudado las vacaciones a cuidaros y a cuidar el vínculo amoroso?
Coral Herrera Gómez
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Igual que otras personas sufren intolerancia al gluten o a la lactosa, yo sufro de intolerancia a la violencia. Me he pasado la vida disimulando, antes me daba vergüenza y no podía ponerle nombre, pero ahora que sé lo que es, puedo hablar de ello.
La cosa empezó en mi más tierna infancia. En casa ni mi hermana ni yo sufrimos exposición a la violencia, así que nunca nos acostumbramos a ella. En el colegio no podia soportar las peleas, y mientras todos miraban fascinados y animaban a uno de los contrincantes, yo siempre iba corriendo a avisar a las profesoras que estaban en el patio de guardia para que los separasen. No soportaba cuando le decían a Ricardo que se quitara las gafas porque le iban a partir la cara. Me las daba para que yo se las cuidara mientras le ponían hasta arriba de hostias. Me parecía tan humillante, y cuando quería ponerme en medio me apartaban de un empujón. No soportaba ver a niñas y niños torturando animales, yo sufría hasta cuando pisoteaban las hormigas, o cazaban cangrejos en el mar y los torturaban hasta la muerte.
A los 11 años mi abuelo, que quería inculcarnos "el amor por los toros" y nos llevó a una corrida en la plaza del pueblo. Fue una auténtica tortura tener que ver una tortura sin poder hacer nada, sentí mucho dolor e impotencia viendo a la gente reírse y aplaudir al asesino. No volví jamás a pisar una plaza de toros y me convertí en antitaurina para siempre.
Ya más mayor, recuerdo la época en la que mis amigas les dio por hacer sesiones de pelis de terror en casa de una de ellas, y yo nunca iba. No podía soportar los descuartizamientos y las torturas.
Tampoco podía soportar el porno, ver mujeres a cuatro patas siendo escupidas, azotadas y violadas por cinco hombres a la vez me ponía mala.
Cuando me quedé embarazada mi intolerancia aumentó. Me costaba mucho ver telediarios, dejé de ver películas de ciencia ficción y futuristas porque todas tienen batallas y escenas de guerra. También deje de ver series de televisión y nunca he podido soportar los vídeos que se pusieron de moda cuando empezó Internet con niños golpeando a otros niños, o niños sufriendo accidentes que se editaban con risas enlatadas.
Mi hijo ya es plenamente consciente de mi intolerancia: un día en casa de un amigo agarró una pistola de juguete y le apuntó a su amigo a la cabeza. Cuando aparecí por la puerta y me quedé boquiabierta me dijo: "es una pistola de amor, mamá, mira, cuando disparo es una burbuja de amor que le envuelve así"
Yo me eché a reír, porque me di cuenta de que Gael ya había tomado conciencia de mi rechazo absoluto a las armas, tanto las de verdad como las de juguete.
No es fácil ser tan intolerante en un mundo que ha normalizado la violencia hasta el punto de no percibirla. Soy consciente de que mi intolerancia afecta al proceso de socialización de mi hijo. La mayor parte de los amigos y amigas de Gael sufren exposición a la violencia en sus hogares: sus padres les dan pantallas en las que tienen total libertad para ver todo tipo de películas y videos, y tienen acceso libre y sin restricciones a los buscadores de Google y YouTube. Son niños que ya están viendo porno o van a empezar muy pronto a verlo, y que pasan miles de horas jugando a matar y aniquilar enemigos. Son niños y niñas que no pueden comer chocolate ni azúcar a diario, pero si pueden consumir violencia en todos sus formatos, y a todas horas.
Cuando estamos en un cumpleaños infantil y algún adulto le da una pantalla a alguno de los niños, todos los niños dejan de jugar y se pegan a ella. Así que yo le digo a Gael que nos tenemos que ir ya. Mi hijo protesta, pero como soy tan intolerante, soy inflexible con este tema. Cuando vamos a casa de niños o niñas que tienen videojuegos, le digo al padre o a la madre que Gael no soporta la violencia y que solo puede jugar a videojuegos de construcción. Cómo si fuera un defecto del niño, o como si fuera una alergia alimentaria. Los padres me miran como si fuera una marciana.
En casa de mis amigos y amigas, como ya me conocen, les explican a sus hijos que si quieren ver una peli tiene que ser apta para la edad de Gael. Lo tratan como una excentricidad más de mi personalidad.
Pero con los que no son mis amigos, me imagino que no me será fácil lidiar con el tema cuando Gael me pida quedarse en casa a dormir con niños o niñas expuestas a la violencia, o cuando nos pida que le compremos una consola de videojuegos, o cuando sus compas le hablen de películas que ven, y de los vídeos porno que encuentran.
Sé que no va a ser fácil porque la mayoría de los niños sienten una fascinación brutal por las escenas de violencia, entre hombres y de hombres contra mujeres, animales e infancia, hasta que la normalizan y se insensibilizan completamente a ella. Y como además en todos los espacios públicos hay pantallas donde se muestran escenas violentas, pues más difícil todavía. Sin más lejos, los trailers de publicidad que ponen antes de las películas infantiles en los cines.
Pero yo siento que mi deber como madre es garantizar el derecho de mi hijo a vivir una infancia libre de la exposición a la violencia.
Mi intolerancia no tiene cura y va aumentando con el tiempo. Lo mismo que no soporto la violencia física y sexual, ni el maltrato animal, tampoco soporto la violencia psicológica y emocional. Cuando una persona adulta comienza a humillar a un niño o una niña usando bromas crueles para que los demás adultos se rían, me pongo mala.
También me pongo fatal cuando veo las batallas en las redes sociales, los linchamientos y las humillaciones públicas, las cancelaciones a mujeres. Me duele en el alma cuando las compañeras no pueden más y deciden que se van de las redes. También me duele cuando me toca a mí: me pongo a temblar cuando los haters posan sus ojos sobre mí y se lanzan a matar.
También me hace sufrir mucho la violencia contra la población por parte de los gobernantes. Me da muchísima rabia que ejerzan tanta violencia contra las personas mayores en la residencia, y contra las niñas y niños, porque son los más vulnerables. Me siento fatal cuando veo como destrozan nuestro patrimonio para entregárselo a sus amigos. Me retuerzo del dolor cuando veo que las leyes de mi país permiten llegar al gobierno a cualquier psicópata, y cuando compruebo que nuestras democracias no pueden defendernos de la gentuza que usa nuestro dinero para hacer más ricos a los ricos, y que atentan contra nuestros derechos fundamentales con una impunidad total.
La pobreza es violencia.
La exclusión social es violencia. La falta de derechos humanos es violencia.
Los desahucios son violencia.
Las listas de espera son violencia.
La ratio en las aulas y en los centros médicos son violencia.
Para mí es intolerable que una persona enferma tenga cita para el especialista dentro de un año. No comprendo cómo los políticos que destrozan la Seguridad Social no están en la cárcel. Atentan contra nuestros tesoros más preciados, Sanidad y Educación, maltratan a personal sanitario y docente, destrozan nuestros templos más sagrados (escuelas y hospitales), y no van a la cárcel porque la ley les permite ejercer toda su violencia sin consecuencias penales.
Debido a mi intolerancia, alergia o hipersensibilidad no puedo ver películas ni series, pero sí veo telediarios. Aunque me sienten tan mal y me duela todo el cuerpo, no puedo mirar para otro lado mientras vemos un Genocidio en directo. No puedo mirar para otro lado, porque estoy viviendo la Historia del tiempo presente, y hay dos millones de personas palestinas sufriendo un exterminio. Cuando estaba sucediendo el Holocausto, millones de alemanes no olían las cremaciones, no escuchaban, no veían los campos de concentración. Pero ahora todos y todas podemos verlo en directo. Y yo quisiera no tener que verlo, pero es mi deber saber qué está pasando en el mundo.
No puedo mirar para otro lado.
Lo único que me calma el dolor es ver los vídeos y las fotos de las manifestaciones que están teniendo lugar en todos los pueblos y ciudades del mundo. Veo a millones de personas en las calles pidiendo a los gobiernos que paren la violencia, y no me siento tan rara ni tan sola.
También me ayuda mucho pensar que soy muy afortunada por poder hacer pedagogía aquí, en mis redes, en mis libros, y en todas las charlas y formaciones que doy. Ayudo a la gente a tomar conciencia dando a conocer las cifras sobre los efectos de las pantallas en los cerebros de los niños y las niñas, del retraso cognitivo que provoca la sobrexposición, de la cantidad de niños adictos al porno, del aumento de las violaciones en manada, las cifras de abuso sexual infantil, de femicidios, de violencia machista.
Una vez que entienden la estructura de abuso y violencia en la que nos relacionamos, empiezo a hablarles de otras formas de divertirnos que no impliquen sufrimiento, otras formas de relacionarnos y de resolver los problemas, y les hablo de la cultura de la no violencia.
Para mí es clave que todos y todas aprendamos a tomar conciencia no solo de las violencias que sufrimos, sino también de las que ejercemos.
Yo me trabajo las mías, porque si quiero un mundo sin violencia, tengo que empezar por mi misma. Y lo mismo que no tolero la violencia de los demás, trabajo para no tolerar tampoco la mía.
No hay fórmulas mágicas: se trata de hacer un trabajo personal continuo para ser mejor persona. Se trata de no consumir los productos culturales que exaltan al macho violento, y hacer boicot a las industrias que se dedican a normalizar y romantizar la violencia.
Se trata de educar a las nuevas generaciones para que no se acostumbren a ella.
Se trata de reivindicar nuestro derecho a vivir una vida sin explotación, abuso, violencia y sufrimiento, y de exigirle a los gobiernos que queremos vivir en paz, que es un derecho humano fundamental.
Yo sé que no estoy sola, que muchas y muchos de los que me leéis pensáis igual que yo, y que cada cual está tomando conciencia y ayudando a los demás a tomar conciencia de lo importante que es trabajar la violencia, a nivel personal y a nivel colectivo, para que todas y todos podamos vivir en un mundo mejor.
Y os agradezco mucho la compañía, de veras.
Coral Herrera Gómez
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Yo quiero utopías, ya no quiero más historias de distopías y apocalipsis.
¿Os habéis dado cuenta de que la industria cultural solo nos ofrece catástrofes, guerras e historias enmarcadas en escenario futuristas terribles?. En las carteleras de nuestros cines no hay ni una sola película basada en utopías. Ni una sola productora en los grupos de poder nos ofrece relatos basados en la posibilidad de transformar nuestra sociedad para construir un mundo mejor.
No nos ofrecen horizontes de posibilidades, los señores de traje y corbata solo quieren muertes y destrucción. El objetivo es que vivamos presos y presas del odio y del miedo, encerrados en casa.
Porque, ¿que ocurriría si nos ofrecieran relatos que dispararan nuestra imaginación y nos motivaran a soñar con un futuro mejor?
Imaginaos si las pantallas se inundaran de utopías, y pudiéramos ver historias sobre el día en que la Humanidad supera el individualismo y abraza el Bien Común. Ese día en el que tomamos conciencia masivamente de la necesidad de cuidar el planeta, y aprender a convivir con los demás seres vivos de la Tierra.
Nadie se atreve a ofrecernos la historia de un futuro en el que los seres humanos hemos aprendido a convivir en paz, a resolver nuestros conflictos sin violencia, y a cooperar para que nos vaya bien a todos y a todas. Un mundo en la que la Humanidad ha dejado de producir y de consumir a lo bestia, ha empezado a respetar a la naturaleza y a vivir en armonía con ella, y ha aprendido a usar la tecnología para dejar de contaminar y de envenenar nuestro aire, nuestros ríos, nuestros mares, nuestra tierra y nuestros alimentos.
Un futuro en el que la Humanidad ha dejado de elegir como líderes a los más ignorantes y a los más malvados, y ha empezado a funcionar en redes horizontales de colaboración, y apoyo mutuo. Una sociedad que ha repartido las riquezas entre toda la población humana, que repudia la violencia y vive sin guerras, sin religiones y sin banderas. Una sociedad que permita a todas y a todos vivir una Buena Vida, en la que no se nos vaya el día entero en trabajar, en la que todos y todas tengamos nuestra libertad y derechos humanos garantizados.
¿Sabéis porque no quieren que soñemos con utopías? Porque si pudiésemos imaginar un mundo mejor, nos pondríamos a construirlo. Nos ofrecen relatos apocalípticos porque nos quieren anestesiados, resignados, sin esperanza, creyendo que la autodestrucción es inevitable, que los seres humanos somos así, que no podemos cambiar.
Nos quieren sumidos en la desolación, desconectados de la realidad, convencidos de que estamos condenados para siempre a vivir en un mundo violento y cruel, y que no nos merecemos un mundo mejor.
No solo nos manipulan a través de la ficción: en los relatos sobre la realidad, las utopías sociales también se nos muestran como imposibles. Las propuestas para organizarnos social, política y económicamente de otras maneras quedaron atrás, muy lejos, allá en el siglo XX. Ahora impera la ley del "sálvese quien pueda", y ya no soñamos con repartir la riqueza, sino con que nos toque la lotería.
La gente que sigue creyendo en las utopías es tachada de optimista, de inocente, de ingenua. El desprecio y las burlas son el pan de cada día para todos aquellos que trabajan por mejorar nuestras vidas y por cuidar el planeta.
En el imaginario colectivo ha calado la idea de que lo único que podemos hacer es luchar por la supervivencia a solas o en pareja, preocuparnos cada cual de lo nuestro, y así estamos todos, compitiendo y luchando contra los demás.
Creemos que solo hay un camino, la autopista al infierno, que nos lleva a todos y a todas al suicidio colectivo. No vemos otros caminos en las pantallas, pero en la realidad del día a día hay mucha gente abriendo nuevas sendas y haciendo camino al andar.
Soñar utopías es tan revolucionario porque la clave del poder que tienen los hombres de traje y corbata reside en la cantidad de gente que ha perdido la esperanza de que las cosas puedan cambiar o puedan ir a mejor, y que vive presa del miedo.
Estamos todos ahogados por la impotencia, la sensación de que no tenemos ningún poder, aunque somos millones de personas y ellos son solo unos pocos.
Estamos acostumbrados a ver historias en las que el futuro de la Humanidad depende de un solo protagonista que lucha por salvarnos a todos, cuando en realidad sabemos que la única salvación reside en la lucha social y la transformación colectiva. No necesitamos un Mesías, necesitamos asumir nuestra responsabilidad y volver a creer en el poder de la gente.
Si ellos no nos quieren ofrecer utopías, entonces tendremos que crearlas, inundar nuestros relatos y nuestros corazones, y atrevernos a contarnos otras historias, con otras tramas, otros protagonistas y otros finales felices.
¿Cómo inspirarnos? No tenemos más que mirar a nuestro alrededor: el mundo está lleno de gente protestando contra las injusticias, luchando y haciendo propuestas para crear un mundo mejor. Estas semanas hemos inundado las calles y las plazas, y hemos salido en los telediarios exigiendo a nuestros gobernantes el fin de la violencia.
Viendo las imágenes es fácil darse cuenta de que ellos son unos pocos, y nosotros somos muchos más.
No perdamos la esperanza, multipliquemos los caminos hacia la utopía, que no nos roben nuestros sueños, que nos merecemos Un mundo mejor
Coral Herrera Gómez
#utopías #otromundoesposible #somosmuchosmás #unmundomejor
Cuando te enamores, tienes que cuidarte mucho a tí misma para que no abusen de ti y no te hagan daño. Hay muchísimas mujeres en el mundo que pierden sus derechos fundamentales y su libertad cuando se emparejan y se casan con un hombre. Y no solo pierden derechos: también pierden la dignidad, la salud y la vida.
Amar no es renunciar. No es sacrificarte. No es entregarte por completo y dejar que hagan contigo lo que quieras.
Es muy importante que aprendas a defender tus derechos, y a defenderte de todos aquellos que pretendan controlarte, limitarte y someterte. Son derechos con los que todas y todos nacemos, son nuestros y no se pueden regalar, ni se pueden vender, ni se pueden comprar.
Para defenderlos, tienes que tener claro cuáles son:
- Tienes derecho a negociar y acordar con tu pareja qué tipo de relación queréis tener: abierta o cerrada, con o sin convivir bajo el mismo techo... Si no coincidís en el tipo de relación que queréis construir, no te sientas obligada a aceptar sus condiciones: si no es lo que quieres, no cedas, ni tragues, ni te quedes ahí pensando que tu amor le hará cambiar. Mejor ni empieces la relación.
- Tienes derecho a negociar el tiempo y la frecuencia con la que te ves con tu compañero, no puede imponerte sus necesidades si no coinciden con las tuyas.
- Tienes derecho a negociar y pactar la forma en que vais a cuidar vuestra salud sexual, tu pareja no puede imponerte el tipo de protección o de barrera que vas a usar frente a enfermedades, infecciones y embarazos. En las relaciones heteras, recuerda que la que te quedas embarazada eres tú, no él.
- Tienes derecho a moverte con libertad: como todos los seres humanos. Naciste libre y no tienes por qué pedir permiso a tu pareja para salir y entrar, para viajar, para quedar con tus amigas y amigos. No tienes tampoco que someterte a ningún tipo de vigilancia: si te ves obligada a informar en todo momento donde estás y con quién, es porque tu compañero desconfía de ti, y si te coarta la libertad es porque estás en una relación violenta.
- Tienes derecho a tener tu propia red de gente querida: emparejarse jamás es sinónimo de aislarte y abandonar a tus amigos, amigas y familia. Tienes derecho a pasar tiempo con tus tribus, con y sin tu pareja. Si tu pareja te quiere bien, jamás intentará aislarte o impedirte que compartas tiempo con ellas.
- Tienes derecho a tener tu intimidad y tu privacidad, y puedes negarte a dar tus contraseñas o a darle el teléfono a tu pareja si te lo pide para revisarlo. No tienes derecho a pedirle a tu pareja que renuncie a su privacidad ni a que te revele sus contraseñas.
- Tienes derecho a vestirte como quieras, y a llevar el calzado y los accesorios que te apetezcan. No importa si a tu pareja le gusta o no: tienes derecho a elegir tu vestuario y a ser leal a tu estilo y a tus propios gustos.
- Tienes derecho a estudiar y a trabajar en lo que tú quieras, sin que tu pareja te indique lo que deberías querer o hacer. Eres tú la que decides dónde y cuanto tiempo quieres estudiar, y a qué te quieres dedicar. Si a tu pareja no le gusta, es su problema.
- Tienes derecho a manejar tu dinero como te plazca, sin tener que dar cuentas a tu pareja de cuánto ahorras o cuánto gastas. Si vivís juntos podéis acordar la cantidad que tenéis que poner para los gastos compartidos, pero recuerda que tus ingresos, o tu salario, es tuyo y tú decides en qué lo empleas.
- Tienes derecho a tener tu propia vida social y tu propia agenda, y no estás obligada en modo alguno a "acoplarte" a su vida social.
- Tienes derecho a tener el mismo tiempo libre que tu pareja, así que no toleres una relación de abuso en la que tu pareja tenga más tiempo libre que tú porque te obliga a asumir sus responsabilidades a ti.
-Tienes derecho a vivir libre de explotación: las tareas de cuidados (hogar, familares, bebés, niños y niñas, mascotas, platas y demás seres vivos) han de ser compartidas y equilibradas. Los cuidados si nos son mutuos, son explotación.
- Tienes derecho a decir lo que piensas y lo que sientes, y a expresar lo que quieres, y lo que no quieres. Si sientes miedo, si prefieres callar, si tu pareja te hace sentir mal y prefieres no hablar para no alterarle o enfadarle, es porque estás en una relación violenta.
- Tienes derecho a decir que no cuando no quieras tener relaciones sexuales con tu pareja. No estás obligada a complacerle, ni a anteponer sus deseos a los tuyos. Si tu pareja te quiere bien, te respetará y no te hará chantaje ni te presionará.
- Tienes derecho a ser bien tratada todo el tiempo. No importa si tu pareja está estresado, enfadado, celoso, frustrado, o dolido: tiene que tratarte bien siempre, cada momento. No hay excepciones: tu pareja no puede insultarte, ni humillarte, ni reírse de tí, ni despreciarte, ni gritarte. Si te sientes triste, angustiada, ansiosa o tienes miedo, es porque te están haciendo sufrir.
- Tienes derecho a poder hablar de tu pasado, y de tus anteriores parejas, y a mantener tu amistad con ellas. No puedes borrar quién eres, ni olvidarte de tu vida anterior.
- Tienes derecho a elegir qué tipo de vida quieres vivir, a tener tus sueños y tus proyectos, y a dedicar tiempo a tus pasiones. Nunca te olvides que tu pareja tiene exactamente los mismos derechos que tú.
- Tienes derecho a estar tranquila, a vivir bien, a disfrutar de una Buena Vida. Si no eres feliz, si no te sientes querida, si tu pareja quiere que sufras, recuerda que tienes derecho a tomar las decisiones que tengas que tomar para velar por tu bienestar físico, mental y emocional.
- Tienes derecho a elegir libremente la maternidad: tu pareja no puede obligarte a tener hijos e hijas, ni pedirte que renuncies a la maternidad, ni puede presionarte de ninguna manera. Eres tú la que gesta y pone el cuerpo: tienes derecho a elegir si quieres ser madre o no, y a elegir cuántos hijos e hijas quieres tener.
- Tienes derecho a separarte cuando quieras. Este es uno de los derechos más importantes, porque muchas mujeres pierden la vida cuando sus parejas no aceptan la ruptura. Cada día son asesinadas 137 mujeres en todo el mundo por desobedecer a sus maridos, o por querer separarse y divorciarse. Muchas mujeres no se separan por miedo a que sus parejas les hagan daño a ellas o a sus hijos/as.
- Tienes derecho a no compartir con tu pareja su vida familiar o social si las personas que forman parte de su red no te tratan bien, o no te resultan buenas personas. Tu pareja no puede obligarte a estar con gente que no te agrada.
- Tienes derecho a elegir cuánto tiempo quieres dedicar a tu familia cuando tu pareja no se lleva bien con ella. No estás obligada a distanciarte de los tuyos, y si intenta que lo hagas, ojalá salten todas tus alarmas para impedir que te aíslen.
- Tienes derecho a disfrutar del sexo, del amor y de la vida: recuerda que no viniste al mundo a sufrir, ni a aguantar, ni a pasarlo mal. No es necesario sacrificarte ni soportar: si no te sientes bien tienes que cuidarte y pensar todo el tiempo en tu bienestar. Recuerda que si no puedes disfrutar, no es tu relación. Y que solo podemos amar en libertad, en igualdad, y con nuestros derechos humanos fundamentales garantizados.
Coral Herrera Gómez
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