19 de enero de 2012

La tiranía de la edad, de los pelos y de los kilos




En el siglo XX la industria de la cosmética y la belleza,  con la colaboración de los medios de comunicación, declararon la guerra absoluta sus tres enemigos preferentes: el vello corporal, la edad y la obesidad. Desde que se "democratizó" la belleza (por fin accesible a obreras y campesinas), son muchas son las mujeres que consumen cremas hidratantes, anti-arrugas, reafirmantes, mascarillas faciales, maquillaje, polvos, muchas las que se someten a dietas inhumanas, y muchas también las que se someten a la cirugía plástica para quitarse kilos en unas partes del cuerpo y ponersela en otras.


la tiranía de la belleza es un régimen terrorista que mina la autoestima de las mujeres y consume muchos de sus recursos y energías. Millones de mujeres envidian la belleza artificial de las top models o las actrices, pese a que todo el mundo sabe que la tecnología posibilita una perfección idealizada que no es real. Perseguimos utopías pensando que nos querrán más, que nos admirarán más, y que lo hacemos porque queremos, pero la realidad es que no percibimos como los mercados penetran en nuestra mente, emociones y cuerpo, y como moldean nuestros deseos y metas. 




El resultado de este sometimiento a la tiranía de la belleza a veces es desastroso, y a menudo irreversible. Una operación que no sale bien puede tener unas consecuencias catastróficas, no sólo a nivel físico, sino también a nivel emocional y psicológico

Estar continuamente arrancándose el vello, machacándose en el gimnasio, autoprohibiendose placeres gastronómicos, probando nuevas cremas reafirmantes, pasando hambre innecesariamente, debe de ser duro. Mirarse al espejo y compararse con las modelos multimillonarias es humillante, y a menudo, frustrante para mujeres que piensan que adaptándose a los cánones culturales de la belleza y a las modas, que quitándose años, imperfecciones y kilos de encima van a ser más apreciadas, más deseadas, más felices por tanto. 

Y en parte tienen razón. Nuestra cultura idolatra la juventud y su belleza, su energía, su vitalidad. En los medios de comunicación los que tienen trabajo, los que son amados y deseados, los que compran, los que ganan, son jóvenes relucientes y bellos. Casi nunca una mujer fea o una mujer obesa es un modelo de referencia para la industria cultural o para los medios de comunicación. 

Las mujeres somos víctimas de esta tiranía de la belleza y además nos enseñan a creer que las demás mujeres son nuestras rivales, que la belleza ha de ser una carrera hacia el éxito, competitiva y despiadada, y que siendo perfectas por fin alguien nos amará para siempre. 




Por eso las niñas nunca jugarán con una Barbie gorda



Por eso Barbie jamás envejece, aunque ya ha cumplido 50 años





A través de la seducción que sublima e idealiza la belleza, el sistema patriarcal ha impuesto una triple  tiranía sobre los cuerpos femeninos:

La tiranía de la edad




Las cirugías de nariz, liposucción y el aumento de pecho encabezan, según Lourdes Ventura, el ranking de las diez intervenciones más solicitadas por las mujeres españolas, seguidas de otros retoques estéticos  habituales:

ü  La técnica easy peel (se aplica una solución exfoliante y una crema antirradicales libres. La piel se pela a los dos o tres días);
ü  Resurfacing facial (eliminación de las primeras capas de la piel con un láser de alta frecuencia);
ü   Aumento de volumen de labios;
ü   Minilifting (se hace una incisión en el cuero cabelludo y se estira la piel desde la cola de las cejas, para fijarla en el hueso cranela con implantes de titanio que se retiran a los 15 días),
ü   Blefaroplastia o corrección de párpados caídos (se quita la piel y la bolsa de grasa sobrante mediante una incisión con bisturí en el pliegue del párpado móvil);
ü  Varices fuera o crioesclerosis (con una inyección intradérmica se introduce una mediación dentro de las varices que produce una vasoconstricción), 10º: Entre cejas, botox (inyección de toxina botulínica “botox”, en 10 0 12 puntos, con una aguja pequeña que disminuye la contracción del músculo sin paralizarlo).

Otros tratamientos son: la electroestimulación, electrocoagulación, ultrasonidos, electrolisis, magnetoterapia, presoterapia, laserterapia, infiltraciones, implantes, celulipolisis (tratamiento de la celulitis mediante la electroestimulación, método contraindicado en pacientes cardíacos, hipertensos y con problemas renales).

 Lo terrible de la situación es que el 30% de las intervenciones que se realizan, tiene por finalidad la corrección de operaciones fallidas efectuadas anteriormente por otros profesionales: “La reincidencia y la adicción son algunos factores muy habituales entre aquellas mujeres que responden a la exigencia de adecuarse a los modelos estéticos habituales” (Ventura, 2000).


Según Ventura, los aspectos negativos que no quedan suficientemente especificados en la mayoría de los artículos que hacen referencia a procedimientos estéticos son:

1. Que las sustancias químicas empleadas en el peeling suelen ser tan abrasivas que pueden provocar reacciones tóxicas, cicatrización anómala, adelgazamiento cutáneo e hipopigmentación.
2. Que si el cirujano elimina un poco más de la piel debida en las operaciones de párpados, los ojos adquieren una expresión paralizada y horrenda.
3. Que el efecto tensor de las inyecciones de botox dura tres o cuatro meses, de modo que una mujer puede convertirse en una “adicta”, condenada a repetir el proceso tres o cuatro veces al año.
4. Que la duración del resurfacing facial es también relativa y que, durante un año, la paciente debe evitar la exposición al sol, los baños calientes, saunas, etc.
5. Que algunos labios con “relleno” son espantosos, y que según el tipo de sustancia inyectada el resultado puede ser irreversible.
6. Que las liposucciones en los muslos dejan unos antiestéticos huecos, irregularidades y bultos en la cara interna de las nalgas.
7. Que los postoperatorios, cuando se trata de actos quirúrgicos, son mucho más complicados de lo que hacen creer las explicaciones simplificadas de los artículos divulgativos.











La tiranía de la delgadez



Como está una persona anoréxica y como se ve en el espejo


El ideal estético de la delgadez se consolidó en los sesenta con la imagen de las modelos Twiggy y Jean Shrimpton vestidas con las minifaldas de Mary Quant y con el trabajo de fotógrafos como David Bailey, que retrataba a mujeres aniñadas, escuálidas, y sexys. 


Esta intensificación de la fiebre por estar delgada se agudizó en EEUU, en los 90, cuando Calvin Klein utilizó a una modelo llamada Kate Moss, de 1.70 de estatura y 44 kilos de peso, aspecto enfermizo y apenas sin pecho:

“Muchachas desnutridas como recién salidas de un campo de concentración, chicas que dan la impresión de haber sido golpeadas violentamente, mujeres de ojos famélicos y ojos inmensos y asustados, adolescentes pálidas con aspecto de haber sido succionadas por un ejército de vampiros, zombies de ultratumba, modelos quietas y sin vida imitando a muñecas o maniquíes de cera, son algunas de las imágenes que forman parte de la iconografía de la fotografía de moda de finales de los 90”(Lourdes Ventura, 2000).




Las publicaciones femeninas rebosan cada vez más de fórmulas para adelgazar, de secciones que exponen los méritos de la alimentación equilibrada, de recetas de cocina ligera, de ejercicios de mantenimiento para estar en forma. La delgadez se ha convertido en un mercado de masas: en la Unión Europea el 75% de las mujeres se consideran demasiado gordas (Ventura, 2000).

Mientras que Silvester Stallone declaraba a la revista Time que le gustan las de aspecto anoréxico, una alta proporción de americanas afirma que lo que más teme en el mundo es engordar. 

Los datos en torno a estas industrias relacionadas con las dietas son escalofriantes:
- Facturaron 33 mil millones de dólares en 1989.
- En todo el mundo se lanzan anualmente mil quinientos nuevos productos light
- Una de cada dos francesas y ocho de cada diez americanas han intentado adelgazar al menos una vez en su vida. Ni siquiera las más jóvenes se salvan: el 63% de las estudiantes americanas hacen régimen, el 80% de las niñas entre 10 y 13 años declaran haber intentado adelgazar.
- De las mujeres que llevan una dieta adelgazante, entre un 89 y un 95% vuelve a recuperar su peso inicial.
- Los imperativos de la delgadez son cada vez más estrictos. La evolución de las medidas de las modelos y de las candidatas al título de Miss América así lo atestigua: a principios de los años veinte medía 1.73 metros y pesaba 63 kilos; en 1983, el peso medio de una concursante que midiera 1,76 metros era de 53 kilos.

En nuestra sociedad, la esbeltez y las carnes firmes significan dominio de sí, de
éxito, de self management. La tiranía de la delgadez engendra culpabilidad y ansiedad en muchas personas, porque cada metabolismo es diferente, porque a menudo el peso no depende de la voluntad, porque aumentar o disminuir el peso corporal no es algo que se pueda llevar a cabo en una o dos semanas, pese al milagro que anuncian las clínicas y las tiendas de productos adelgazantes.

Una de las consecuencias de esta obsesión por la delgadez es el aumento de una enfermedad moderna, exclusiva de países desarrollados, llamada anorexia, que desató la alarma social hace pocos años. El 90% de los enfermos de anorexia son chicas jóvenes de clase media-alta que están obsesionadas con el éxito y la belleza. : una de cada 250 mujeres presenta trastornos alimentarios. Las consecuencias de las dietas, el uso de laxantes y los vómitos autoprovocados son, según Lipovetsky, la fatiga crónica, irritabilidad, trastornos menstruales, trastornos intestinales, crisis nerviosas, depresiones, ataques de ansiedad, y su consecuencia extrema es la muerte.

El psiquiatra Pier J.Beaumont, director de la unidad de trastornos de la alimentación en el Wesley Hospital de Sidney, afirmaba, en unas declaraciones al diario El País, que la anorexia es una enfermedad femenina en más de 90%:

 “El cuerpo de la mujer es algo de lo que siempre se opina, cosa que nunca sucede con el de los hombres. En adolescentes es la tercera enfermedad crónica más frecuente, después de la obesidad y el asma. En los últimos años se ha detectado en pacientes cada vez más jóvenes, de hasta 8 años. Se ha comprobado que cuanto más potencia la moda una mujer muy delgada, más casos de anorexia aparecen”.

En Septiembre de 1999, en una comparecencia ante el Senado español, que elaboraba una ponencia sobre los condicionantes extrasanitarios de la anorexia y la bulimia, el presidente de Autocontrol de la Publicidad reconocía la parte de responsabilidad que el mundo publicitario tiene en el desarrollo de dichas enfermedades. También los responsables de las pasarelas españolas entonaron un tímido mea culpa y aseguraron que no contratarían nunca más a modelos de la talla 36 para los desfiles de moda.

 A pesar de ello, la anorexia sigue siendo una enfermedad terrible, y las mujeres del mundo occidental invierten demasiado tiempo, recursos y dinero, energías y deseos, en el embellecimiento de su cuerpo. Algunas han declarado la guerra a sus propios cuerpos, otras lo miman con devoción, pero todas se someten a los dictados de la industria de l


La tiranía de los pelos







Madonna exhibiendo sus pelos en los sobacos


Juliette Lewis



Patti Smith




Frida Khalo lucía su bigote



Creo que la gente debería dejar de penalizar con miradas de desprecio y comentarios hirientes a aquellas mujeres que no desean someterse a la tiranía de la depilación. A los hombres no se les mira mal por algo que es natural y forma parte de nuestro cuerpo del mismo modo que el pelo en las pestañas o en la cabeza.



Desde aquí reivindico la diversidad: las arrugas, las curvas, las grasas, los pelos, y la imperfección son algo natural en los seres humanos. Contra la homogeneización de la belleza, propongo visibilizar otros modelos femeninos que promuevan una imagen positiva de todo tipo de mujeres. Somos muchas y todas tenemos nuestro encanto personal.

 Hay que pedir a los guionistas, las escritoras, los periodistas, las productoras, los presentadores, las creativas, que nos ofrezcan otros modelos de belleza diferentes, más reales, más cercanos. Gente de verdad, no personajes plastificados.

Sería maravilloso que  todas podamos algún día prescindir de esos referentes, de esas representaciones idealizadas, y sentirnos a gusto con nuestro propio cuerpo y nuestras singularidades físicas. Es fundamental, también, que basemos nuestra autoestima en nuestras habilidades y nuestras generosidades, no en la perfección de los cuerpos. Que nos gustemos y nos aceptemos nos puede servir para aceptar también a los demás tal y como son. 




Coral Herrera Gómez



Webs interesantes: 


Otros artículos de la autora: 





Bibliografía utilizada: 

1)      Gil Calvo, Enrique: “Medias miradas. Un análisis cultural de la imagen femenina”, Anagrama, Barcelona, 2000.

2)   Lipovetsky, Gilles: “La tercera mujer”, Anagrama, Colección Argumentos, 1999.

3) Ventura, Lourdes: “La tiranía de la belleza. Las mujeres ante los modelos estéticos”,  Colección Modelos de Mujer, Plaza & Janés, Barcelona, 2000.



26 de diciembre de 2011

El poder de las mujeres



La mayor parte de las culturas del planeta son patriarcales, esto es: son sociedades en las que los hombres poseen unos privilegios que las mujeres no tienen y en la que ejercen un dominio total o parcial sobre las mujeres, los niños, las niñas, los seres vivos y la naturaleza.

Las mujeres, a nivel individual y como clase social dominada, hemos tenido todo tipo de reacciones ante el poder masculino: por un lado la sumisión en diferentes grados, por otro, la lucha abierta contra la opresión. Y es que, aunque no nos lo cuenten en la escuela, han sido muchas las pequeñas y grandes rebeliones de mujeres, individuales o en grupo,  que han tenido lugar a lo largo de toda la Historia de la Humanidad. 


En la actualidad, el planeta entero está lleno de mujeres que están luchando por los derechos para todas, y afortunadamente, son cada vez más los hombres que están apoyando políticamente esta lucha contra la discriminación y la violencia de género. En estas últimas décadas son muchas las que hemos tomado conciencia acerca de la importancia de luchar por nuestros derechos como mujeres, y han podido empoderarse gracias a las leyes y a los cambios sociales, políticos y económicos que han favorecido la igualdad en algunos países.

Este empoderamiento femenino está siendo personal y político: en el campo del amor muchas están aprendiendo a decir no a los malos tratos y a las relaciones basadas en la dominación o en las luchas de poder. Muchas están aprendiendo a tomar decisiones en torno a su vida, y a sus necesidades. Muchas están defendiendo los derechos sexuales y reproductivos de todas, para que la maternidad sea una elección y nuestros cuerpos no sigan siendo mercancías, como mandan el capitalismo y el patriarcado.

También estamos empoderándonos en el ámbito político y social. A mi no me parece que sea un gran avance que las mujeres presidan bancos, empresas o naciones si lo hacen al modo masculino, ya que por muy mujeres que sean las estructuras democráticas y capitalistas son masculinas, y el margen de maniobra para cambiar esta estructura patriarcal es mínimo. O sea, que me alegraría más ver el poder no representado por un hombre o una mujer, sino ejercido por la ciudadanía.

Helen Fisher afirma que la forma de organizarse de muchas mujeres en el planeta está basado en la creación de redes de ayuda mutua, en la cooperación, en la horizontalidad. Pero la realidad es que las presidentas, directoras y jefas de nuestras sociedades “democráticas” están solas ahí arriba. Y que la mayoría de ellas no se preocupan por acabar con la desigualdad de género; es el caso de la Presidenta de Costa Rica, Laura Chinchilla, que no se casa con los valores feministas ni tiene en sus prioridades trabajar por la Igualdad.


Siempre he pensado que el poder compartido, el poder del grupo, es mucho más interesante que el poder individualizado. Es decir, me emociona mucho más ver a las Mujeres de Negro manifestándose contra las guerras, o a las Abuelas de Plaza de Mayo denunciando al régimen dictatorial, que la subida al poder de mujeres relevantes. Que Isabel la Católica gobernara durante unos años no creo que significase el fin del machismo en la España de la época; era una excepcionalidad, más bien, que confirmaba la regla. Nadie más patriarcal que ella.

Herederas suyas son las españolas Esperanza Aguirre, Ana Botella, Cospedal, Santamaría, Rato, Fabra, etc. Todas ellas mujeres de derechas sin ninguna solidaridad con el resto de las mujeres; todas ellas al servicio de los mercados y no de la ciudadanía. Se le cae a una el alma al suelo pensando en que son mujeres tan o más patriarcales que los hombres de su partido político. 



Son muchas las mujeres que han tenido poder, tanto individual como colectivamente. Durante la Edad Media muchas monjas fueron intermediarias del poder dentro de la Iglesia; otras ejercieron enorme influencia en el mundo mercantil. En el 1400 algunas mujeres pertenecientes al mundo islámico del Imperio Otomano eran dueñas de tierras y barcos. Durante el Renacimiento europeo, una cantidad importante de mujeres autodidactas y cultivadas  contribuyeron al desarrollo del movimiento artístico e intelectual que recorrió Europa, aunque sus aportes han sido ninguneados o apropiados por sus maridos o padres.

Las teorías feministas han llevado a cabo minuciosas revisiones de ideas científicas que hasta ahora parecían verdaderas e inmutables, como la teoría occidental de que la dominación del hombre sobre la mujer es universal. Desde este proceso de crítica y revisión, y a la luz de nuevas investigaciones, han surgido nuevos modos de comprender las relaciones entre los géneros en las diversas culturas de la Tierra, tanto las que aún existen como las que desaparecieron. Hay autores y autoras que afirman, por ejemplo, que la jerarquía no es una cualidad única, monolítica, que pueda medirse de una sola manera (en términos foucaltianos, el poder se mueve en todas las direcciones). Otros aseguran que el dominio absoluto de los machos, si implica poder sobre las hembras en todos los aspectos de la vida, es un mito.

Según un estudio de la antropóloga Susan Rogers, en las sociedades campesinas contemporáneas en las que los hombres monopolizan todas las posiciones de prestigio y autoridad, las mujeres suelen tratarlos con deferencia cuando están en público, pero en la intimidad poseen una gran influencia informal. Rogers entiende que a pesar de los alardes y actitudes masculinas de poder, ninguno de los dos sexos considera realmente que los hombres dominan a las mujeres, y llega a la conclusión de que el poder entre los sexos está más o menos equilibrado. 


Para  la antropóloga norteamericana Helen Fisher, el aporte fundamental de estos estudios fue demostrar que las mujeres de muchas otras culturas tradicionales eran relativamente poderosas hasta la llegada de los europeosAntes del movimiento feminista de los años 70, los antropólogos norteamericanos y europeos simplemente daban por sentado que los hombres eran más poderosos que las mujeres y en sus investigaciones reflejaban sus convicciones. Por ejemplo en el caso de los aborígenes australianos, los estudios posteriores reflejaron que ningún sexo domina al otro, un concepto que aparentemente resultaba inconcebible para los eruditos occidentales” 
 (Helen Fisher, 2000).






















Antes de que Colón desembarcara en el Caribe, antes de que los misioneros franceses cruzaran a remo los grandes lagos de Norteamérica, antes de que el capitán Cook arribara a Tahití, antes de que los europeos se introdujeran en África, Australia y el Ártico, las mujeres de muchas sociedades aborígenes poseían bienes e información que podían vender, trocar o regalar. Las mujeres hopis, blackfoot, iroquesas y algonquinas de Norteamérica contaban con un sustancial poder económico. Las mujeres pigmeas del Congo tenían autoridad dentro de sus comunidades, al igual que las balinesas, las semang, las polinesias, las indias tlingit, mujeres de las islas Trobiand, y mujeres de regiones de los Andes, África y el Caribe. 



Muchas de ellas tenían un estatus económico y social considerable. (Etienne y Leacock, 1980; Dahlberg, 1981; Sacks, 1979). 

Las mujeres navajo forman parte de una comunidad matrilineal (aproximadamente el 15% de las sociedades humanas son matrilineales, es decir, trazan su ascendencia por vía femenina). Son las que heredan las propiedades familiares, curan medicinal y espiritualmente a sus semejantes, y gozan de un enorme poder económico y social. Su deidad más poderosa es femenina, “la Mujer cambiante”.

Las investigaciones de Martin Whyte, que exploró el Archivo del Área de Relaciones Humanas, (un avanzado banco de datos que contiene información sobre más de 800 sociedades) y otras fuentes etnográficas, fueron muy importantes por varias razones. En primer lugar, acabaron con el mito del matriarcado como sistema de poder semejante al  patriarcal, pero revelaron la existencia de sociedades igualitarias. 

Este es un tema muy controvertido porque hay autores y autoras que sí defienden la idea de que han existido y existen sistemas matriarcales, especialmente en las culturas prehistóricas cuando todo apuntaba a que los hombres no tenían ningún papel decisivo en la reproducción.

En segundo lugar, demostraron que muchas mujeres tenían poder e influencia en unas áreas y en otras no, pero que eso no significaba que estuvieran sometidas en todas las sociedades.

El estudio lo realizó basándose en la investigación de 93 culturas preindustriales. De ellas, un tercio eran cazadores-recolectores nómadas, otro tercio granjeros labriegos, y el último de agricultores y/o ganaderos. El espectro de pueblos estudiados iba desde los babilónicos en el 1750 a.C. hasta las culturas tradicionales modernas. Gracias a estos resultados se vio que el equilibrio de poderes entre hombres y mujeres era polifacético y variable en intensidad. Según Helen Fisher (2000), Whyte no encontró ninguna sociedad donde las mujeres dominaran a los hombres en la mayoría de las esferas de la vida social.

“El mito de las mujeres amazonas, las historias de matriarcas que gobernaban con puño de terciopelo eran solo eso; mitos e historias. En el 67% del total de culturas (principalmente en el caso de los pueblos agricultores) los hombres parecían haber controlado a las mujeres en la mayoría de los ámbitos de actividad. En una cantidad importante de sociedades (30%) hombres y mujeres parecían haber detentado jerarquías equivalentes, en especial en el caso de los pueblos dedicados a la horticultura y en el de los cazadores-recolectores. Y en el 50% del total de las culturas, las mujeres tenían mucha más influencia informal de la otorgada por las reglas de la sociedad. Aun en las sociedades en que las mujeres tenían varias propiedades y ejercían considerable poder económico, no necesariamente contaban con derechos políticos amplios o influencia religiosa, lo que demuestra que el poder en un sector de la sociedad no se traduce siempre en poder en los demás ámbitos. Estados Unidos es el paradigma: en 1920 las mujeres lograron el derecho al voto y su influencia política aumentó. Pero continuaron siendo ciudadanas de segunda clase en lo laboral. Whyte demostró asimismo que no existe nada parecido a una posición social femenina única, que tampoco existe en el caso de los hombres”.
 Helen Fisher.


Entendiendo que el poder tiene múltiples dimensiones y que la sumisión también puede ser una fuente de poder sobre el dominador, los  teóricos de ambos sexos han puesto el acento en otras variables como son las socioeconómicas, las raciales, laborales, psicológicas, etc. La mayor parte de ellas se han dado cuenta de que la variable de la edad es sumamente importante a la hora de valorar el poder femenino en todas las culturas de la tierra. Además, en muchos rincones del planeta a las mujeres mayores se las considera “parecidas” a los hombres, según la antropóloga Judith Brown (1982).

Numerosos estudios demuestran que en casi todas las culturas las mujeres, al llegar a la madurez, alcanzan la independencia, el dinero, las propiedades y las relaciones que les dan poder económico y prestigio. En nuestras sociedades, por ejemplo, las mujeres maduras poseen mayor esperanza de vida y mayor capacidad adquisitiva. Un dato importante, según Helen Fisher, para la industria  y la política, pues se calcula que para 2020 el 45% de los votantes norteamericanos serán personas mayores de 55 años, y mayoritariamente mujeres.

Pero no solo las mujeres ancianas tienen poder e influencia, sino que ha habido, y hay, muchas mujeres empoderadas en las diferentes culturas de la Tierra. La diferencia con el poder patriarcal está en nuestra capacidad para empoderarnos juntas. Incluso en sociedades no patriarcales, las mujeres no han ejercido el poder bajo la violencia o la imposición a la fuerza de un sistema político y económico de signo matriarcal. Los grupos de mujeres más comunes no son jerárquicos, sino horizontales: este fenómeno se da porque desde siempre hemos sabido trabajar unidas y nos hemos organizado para lograr objetivos comunes.


En contra de la estereotipada imagen que muestra a las mujeres como malas compañeras de trabajo
(envidiosas, competitivas, autoritarias y chismosas), la realidad es que se nos da muy bien coordinar en red y trabajar en equipo. 
Cuando hay hambre las mujeres hacemos ollas comunales en las que cada una aporta lo que puede para que coma todo el pueblo, cuidamos de los bebés de nuestras amigas y hermanas, compartimos saberes y recursos, nos enseñamos unas a otras, nos apoyamos y nos organizamos contra las guerras y la violencia, por la tierra y el agua, por el derecho a la maternidad libre, por el derecho a tener salarios dignos, por el derecho a votar, a la libertad de movimientos, a la ciudadanía plena.


 Gracias a esta capacidad para organizarnos y defender nuestros derechos, hemos logrado cambiar la legislación democrática de muchos países, despertar la conciencia en mucha gente,  y hemos logrado, también, que se unan los hombres igualitarios a nuestras luchas, cada vez más plurales e inclusivas: las alianzas entre mujeres árabes y católicas, mujeres indígenas, mujeres afrodescendientes, mujeres transexuales, mujeres ecologistas, mujeres sindicalistas, mujeres lesbianas, mujeres discapacitadas, mujeres migrantes, mujeres campesinas, mujeres empresarias, etc se están traduciendo en una mejora de la calidad de vida de las poblaciones. Luchando todas juntas por los derechos humanos con este enfoque de género podremos crear un mundo más igualitario, sin discriminaciones por razón de edad, género, orientación sexual, etnia, religión, capacidades, etc.

 Por esto el empoderamiento femenino no consiste en que unas pocas mujeres lleguen a tomar el poder; se trata de cuestionar ese poder para transformarlo y para trabajarlo colectivamente, en pro del bien común.


Coral Herrera Gómez 




Otros artículos de la autora:






25 de diciembre de 2011

Otras masculinidades



La masculinidad es una construcción que varía según las zonas geográficas, las etapas históricas, la organización sociopolítica y económica de cada cultura. Hoy quería hablaros de dos culturas pacíficas e igualitarias, la tahitiana y la semai, donde la identidad masculina no está tan marcadamente construida en oposición a las mujeres. No son las únicas culturas no patriarcales, pero David Gilmore, antropólogo que ha estudiado en su obra los diferentes tipos de masculinidad, admite que no son muy numerosas en nuestro planeta.
 Sin embargo, pienso que su simple existencia demuestra que hay otras formas de ser hombres y mujeres, otros conceptos en torno a la virilidad que no están construidos sobre la base de oposiciones característica de nuestra forma de pensar occidental. Es decir, existen virilidades que no se construyen con el rechazo a la feminidad como trasfondo ideológico.


VIRILIDADES NO HEGEMÓNICAS: TAHITÍ Y LOS SEMAI DE MALASIA


El primer contacto con Tahití se remonta al siglo XVIII, con la expedición capitaneada por Cook. Desde las primeras visitas de los europeos, la cultura tahitiana ha despertado la curiosidad occidental, sobre todo a causa de su informal tratamiento de los roles sexuales. La mayoría de los visitantes se fijó en la extraña ausencia de diferenciación sexual en los papeles que desempeñaban en la isla. Por ejemplo, el marinero John Forster (1778) observó que las mujeres tahitianas gozaban de una condición notablemente alta y que se les permitía hacer todo lo que hacían los hombres. Había jefas con verdadero poder político, algunas mujeres dominaban a sus maridos; todas las mujeres podían participar en los deportes; incluso las había que practicaban la lucha con adversarios masculinos. En general las mujeres iban y venían a su antojo, conversando “libremente con cualquiera, sin restricciones”, cosa que extrañaba a los occidentales.

Según el estudio llevado a cabo por Levy (1973), las diferencias entre los sexos en Tahití no están muy marcadas, sino que son más bien borrosas o difusas.

“Los varones no son más agresivos que las mujeres, ni las mujeres más tiernas o maternales que los hombres. Además de tener personalidades similares, los hombres y las mujeres también desempeñan papeles tan parecidos que resultan casi indistinguibles. Ambos hacen más o menos las mismas tareas y no hay ningún trabajo u ocupación reservados a un solo sexo por dictado cultural. Los hombres cocinan de forma habitual. Además, no se insiste en demostrar la virilidad, ni se exige que los hombres se diferencien de algún modo de las mujeres y los niños. No se ejerce ninguna presión sobre los muchachos para que corran riesgos ni se prueben a sí mismos, ni se les obliga a ser diferentes de su madre o hermanas. La virilidad no supone pues ninguna categoría importante, ni simbólica ni de comportamiento”.

En la cultura de Tahití, los varones no temen actuar de un modo que los occidentales considerarían afeminado. Por ejemplo, durante las danzas, los hombres adultos bailan juntos en estrecho contacto corporal, y la mayoría de los varones va a visitar a menudo al homosexual del poblado (el mahu).  El mahu del poblado es un transexual que ha elegido ser mujer honoraria. Es una figura parecida al berdache de los indios americanos, o el wanith de los omaníes musulmanes. Al mahu se le tiene un gran respeto; viven como las mujeres, baila y canta con ellas, tiene voz afeminada y entretiene a los hombres y los muchachos ofreciéndoles sodomía y felaciones. La mayoría de los hombres tahitianos se relaciona abiertamente con el mahu  sin que eso les cause ningún problema, y además, suelen asumir el papel pasivo en las relaciones con el mahu.



Los hombres tahitianos contestaban a las preguntas de Levy diciendo que no hay diferencias generales entre el hombre y la mujer en cuanto a carácter, pensamiento, características morales o dificultades en la vida. El afeminamiento, según Levy, se acepta como un tipo corriente y general de la personalidad masculina. Los muy machos se consideran extraños y desagradables.  Se espera de los hombres no sólo que sean pasivos y complacientes, sino que ignoren los agravios. No hay concepto del honor masculino que defender ni venganza que llevar a cabo. Incluso cuando se les provoca, es raro que lleguen a las manos. Turnbull (1812) afirmó al estudiarlos: “Su carácter es extremadamente pacífico… nunca ví a un tahitiano fuera de sí durante toda mi estancia”. Está prohibido entre ellos agredir y tomarse la revancha, aunque se sientan estafados.

Otras características de esta ideología de la virilidad son:

-          El idioma tahitiano no expresa gramaticalmente el género. Los pronombres no indican el sexo del sujeto ni del objeto, y el género no desempeña ningún otro papel en la gramática. Casi todos los nombres propios tradicionales se dan tanto a las mujeres como a los varones.
-          Los tahitianos no hacen ningún esfuerzo para proteger a las mujeres ni para repeler a los intrusos extranjeros. De hecho, lo cierto es todo lo contrario, para gran escándalo y deleite de los observadores occidentales.
-          Los tahitianos no cazan, ni hay ocupaciones excesivamente peligrosas o agotadoras que se consideren masculinas. Hay pesca abundante de agua dulce y la tierra es muy fértil (todo el mundo tiene lo suficiente o lo arrienda por una suma muy pequeña), tienen animales domésticos y no existen la pobreza extrema ni los conflictos económicos.
-          En la sociedad tahitiana no hay luchas ni guerras. La economía más que competitiva es cooperativa, pues las familias se ayudan entre sí tanto en la pesca como en la recogida de las cosechas. Se alegran con subsistir y no se esfuerzan por acumular bienes. Lo auténticamente tahitiano es no trabajar con esfuerzo, lo que sorprende al occidental que los ve como perezosos.





LOS SEMAI: Según David Gilmore (1994), es un pueblo muy parecido al tahitiano en su falta de esquema respecto a los sexos. Son una etnia pacífica que sufrió una serie de incursiones de pueblos malayos, más numerosos y de tecnología más avanzada, y que por ello adoptó la política de huir en vez de luchar (Dentan, 1979). Son uno de los pueblos más tímidos de la tierra; y además están racialmente muy mezclados, producto de décadas de mestizaje casual con los malayos, los chinos, y cualquiera que pasara por sus enclaves selváticos.

Los semai creen que resistirse a las insinuaciones, sexuales u otras, de otra persona, equivale a una agresión contra esa persona. Punan es la palabra semai que designa cualquier gesto, por muy discreto que sea, que haga sentir rechazo o frustración a otra persona. Esto podría atraer sobre el poblado el castigo de los espíritus, que prohíben cualquier comportamiento incorrecto.

Para evitar la catástrofe, los semai siempre acceden mansamente a las peticiones y proposiciones. Del mismo modo, un hombre o una mujer no pueden acosar indebidamente a otro para tener relaciones sexuales. Evidentemente, los semai no sienten celos sexuales y el adulterio es endémico. De las relaciones fuera del matrimonio dicen: “Sólo es un préstamo”.


Las prohibiciones de herir los sentimientos de los demás suelen equilibrarse, por lo cual el comportamiento sexual en los poblados semai resulta generalmente conciliatorio, ya que es guiado por normas de extrema cortesía. Sin concepto de honor masculino o de derechos paternos que los inspiren, los varones semai no hacen ningún esfuerzo para impedir esa mezcla. Tampoco hay consecuencias negativas para los frutos de violaciones: todos los niños ilegítimos nacidos así son amados y bien atendidos, ya que los semai no pueden soportar que se desatienda a los niños.

La personalidad semai se asienta en una omnipresente imagen de sí mismo estrictamente no violenta. Ellos afirman que nunca se enfadan, e incluso alguien que esté evidentemente enojado lo negará categóricamente. Las discusiones a gritos están prohibidas porque los gritos “asustan a la gente”. Si alguien se siente contrariado por las acciones de otro, simplemente se aleja o pone mala cara. Si una disputa no puede solucionarse sin resentimientos, uno de los antagonistas dejará el poblado. Los semai no tienen competiciones deportivas ni concursos en los que alguien pueda perder o incomodarse. Nadie puede dar órdenes a otro, ya que ello “le frustraría”.

Los semai no hacen distinción entre un dominio público masculino y otro privado femenino. No hacen ningún esfuerzo por recluir o proteger a las mujeres, y el concepto occidental de intimidad les es desconocido. Por ejemplo, negarse a que alguien entre en su casa se considera un acto de extrema hostilidad. El concepto de “lo mío” no tiene ningún significado para ellos. Le dan poca importancia a las posesiones materiales y al individualismo. Disponen de abundante tierra para cultivar y todos cooperan en el trabajo. No existe la propiedad privada, ni de la tierra, ni de los bienes de consumo. Si alguien no tiene tierra para cultivar, puede pedir un trozo a un amigo o pariente: se le entrega con mucho gusto.




A los varones les gusta cazar con cerbatanas impregnadas de veneno, y con trampas, y además sólo cazan animales pequeños. Si topan con algún peligro, salen corriendo. Al parecer, las cerbatanas son un símbolo fálico de su virilidad. La ecuación arma = pene, adoptada también por los bosquimanos y otros pueblos pacíficos, parece universal en los pueblos cazadores.

Pero no hay culto a la masculinidad, como tampoco lo hay en la cultura tahitiana. Los semai tienen animales domésticos, sobre todo gallinas, pero no se atreven a matarlos cuando están criados, por lo cual los intercambian o los venden a chinos o malayos. Saben que ellos los matarán pero prefieren no pensar en ello. Pescan también, tanto hombres como mujeres.

Uno de los aspectos más interesantes de la población semai es que la división sexual de las labores se hace en virtud de preferencias, y no de obligaciones o de prohibiciones. Las mujeres participan en los asuntos políticos en la misma medida que los hombres, pero suele haber menos jefas de poblado. A los hombres se les permite ejercer de parteros (ayudan a las mujeres en los partos). Es decir, no hay reglas rígidas. Todos y todas pueden elegir hacer aquello para lo cual se sienten mejor dotados sin recibir crítica alguna.



Fuentes bibliográficas: 


1)      Gilmore, David D.: “Hacerse hombre. Concepciones culturales de la masculinidad”, Paidós Básica, Barcelona, 1994.
2)   Conell, R.W: “The men and the boys”, Polity Press, Cambrigde, 2000. 



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