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4 de mayo de 2012

Marcela Lagarde y el Amor Romántico



Marcela Lagarde es una antropóloga feminista mexicana, Catedrática de la UNAM y autora de muchos libros sobre feminismo. Ella acuñó el término "feminicidio" y está trabajando duramente por  incluir este delito dentro del Código Penal de su país.  

Pude conocerla en el Congreso Gefedi de Costa Rica y me enamoré locamente de ella durante la charla que sostuvimos durante horas en una noche preciosa de luna llena. Fue maravilloso escucharla hablar sobre la necesidad de eliminar la rivalidad y la desconfianza entre las mujeres, lo importante que es querernos, apoyarnos, tejer redes de comunicación y solidaridad, trabajar juntas por un mundo mejor. 


Marcela es una mujer bella y sabia. Tiene una energía especial, una mirada serena sobre el mundo, mucha pasión y una gran calma. No solo es una persona culta, sino que posee una gran inteligencia emocional. A mí me parecía una auténtica chamana cuando estuvo en el atril hablando para 400 mujeres de todos los países. 

Ana Lucía Fernández, Marcela Lagarde, Coral Herrera (todas hechas polvo después del Congreso)

Estando con ella me sentí, sin embargo, como si estuviera con una amiga de toda la vida, solo que con mucha más experiencia y lecturas que yo. Cuando nos encontramos el primer día no nos habían presentado aún, y yo la había leído mucho pero no sabía como era físicamente. Así que cuando se acercó al grupo le saludo y le pregunto que de qué país viene, me dice que de México, que su nombre es Marcela. 
Yo le sonreí dándole la bienvenida y de pronto me vino a la mente una luz  esplendorosa. Casi grité: ¿Lagarde?. Y se dejó estrujar entre mis brazos mientras le decía, llena de alegría: "No sabes la de meses que hemos pasado juntas mientras hacía la tesis".

Y es que leer a autoras vivas y poder charlar con ellas es un auténtico privilegio histórico. Y de pronto sentirla tan cercana me conmovió aún más, porque tenemos una tendencia a la idolatría que en el fondo es insana. Por eso al relajarme pude profundizar  más en la conversación, y aunque yo seguí sintiendo que aquello era un regalo de la vida, también me sentía como si nos conociésemos desde siempre. 

Nos contamos muchas vivencias amorosas del pasado y del presente, nos reímos un montón hablando sobre lo jodido que es estar enamorada, y lo bonito que se siente. Hablamos del amor como esclavitud y como liberación, de las contradicciones entre la cultura romántica que nos invade y el feminismo en el que militamos, sobre la autonomía y la soledad, la dependencia y la libertad.  Ambas admitimos que queda mucho para que la estructura patriarcal desaparezca de nuestros sentimientos, emociones y deseo, pero decidimos ser optimistas; brindamos con nuestras copas de vino por las grandes historias de amor, y por la  lucha feminista de hombres y mujeres en nuestro tiempo presente. 


Este es el libro que estoy devorando: 

"Claves feministas para la negociación en el amor"

"El sujeto simbólico del amor en diversas culturas y épocas ha sido el hombre y los amantes han sido los hombres. La mujer, cautiva del amor, ha simbolizado a las mujeres cautivas y cautivadas por el amor. Se trata del amor patriarcal y de los amores patriarcales.

En efecto, los cautiverios de las mujeres se han estructurado en torno al amor que envuelve la sexualidad erótica y procreadora. La maternidad, la filialidad, la conyugalidad, la familiaridad y la amistad, implican al amor considerado inmanente de las mujeres. Sexo, sexualidad y amor  son una tríada natural asignada a las mujeres. Son la esencia del mito sobre la naturaleza femenina..."

Podéis descargaros el texto gratis aquí: 

http://sidoc.puntos.org.ni/publicacionesptos/documentos/claves-feministas.pdf


O verla en: 






más info:

Su perfil en Wikipedia:
 http://es.wikipedia.org/wiki/Marcela_Lagarde


Entrevista a Lagarde en Mujeres en Red: 
http://www.mujeresenred.net/spip.php?article1228


22 de abril de 2012

Soluciones para afrontar la soledad





Las protagonistas de las historias de amor están siempre solas, o se sienten solas. Los protagonistas varones, casi siempre lo están. Solos salvan el mundo. Solas esperan a que llegue El Salvador. Solas se quedan en sus palacios. Solos se van a correr aventuras. La cultura nos vende la soledad heroica como el lugar desde el que puedes encontrar el amor. Únicamente tienes que ser paciente y esperar a que te elija un Príncipe Azul.


La soledad es una construcción cultural, producto del individualismo, que arrasa como una enfermedad en los habitantes de las ciudades del siglo XXI. Nos provoca depresiones, alimenta los miedos, crea multitud de fantasmas, nos hace sentirnos vulnerables y frágiles. 


Vivimos en una sociedad que se organiza de dos en dos, de modo que quien no encuentra pareja o no la quiere, se queda solo o sola, rodeada de parejas felices. El individualismo está acabando con las redes de solidaridad y ayuda mutua que aún existen en el ámbito rural: el encierro de las parejitas en sus casas, centradas en sí mismas, aisladas de su comunidad, ha vaciado las calles de gente que antes se juntaba para charlar, pasar el rato, tomar aire fresco, intercambiar noticias, y resolver problemas comunitarios. En esta época posmoderna nos buscamos, nos encontramos, nos fusionamos y nos separamos de dos en dos, siempre buscando ese difícil equilibrio entre la libertad, la autonomía, y la necesidad de afecto que tenemos. 

Le pedimos a una sola persona que nos colme de felicidad: ni siquiera sabemos disfrutar del amor como un fin, sino que para nosotros representa un medio para alcanzar otras cosas: felicidad, placer, compañía asegurada, estabilidad, recursos... Nos fabricamos utopías románticas que nos salven de la soledad y de los problemas a los que no podemos hacer frente en solitario, pero cuando los sueños románticos no se cumplen, parece que hemos fracasado. 


La búsqueda de pareja nos hace emplear una cantidad de tiempo y energía descomunales que podríamos emplear en otras cosas más útiles y provechosas. Los espejismos románticos sirven para mantenernos entretenidas, sumergidas en fantasías individualistas, cada cual buscando su propio paraíso, ajenos a lo común, a la comunidad. Si nos juntásemos en redes más amplias de amor y afecto, evitaríamos la soledad y seríamos menos vulnerables. Podríamos sentirnos útiles y realizados aportando colectivamente a la mejora y transformación de la sociedad: a los humanos nos gusta mucho hacer sentir bien a los demás, ayudar a la gente que lo necesita. 


Solo tenemos que sacar lo mejor de nosotros y dejar a un lado las diferencias, porque estamos divididos por etiquetas que a la vez que nos definen, nos separan y nos enfrentan los unos a los otros, siempre bajo la lógica de que unos son "nosotros", y los demás son "los otros", unos son los buenos, y otros son los malos, unos son los ganadores, y otros los perdedores. Nos hablan mucho de amor desde los púlpitos de las Iglesias o desde la industria cultural, pero no se promueve jamás el amor hacia la colectividad. La gente sufre enfermedades sociales como la homofobia, el racismo, la transfobia, el machismo, la lesbofobia, la xenofobia, y todos los miedos posibles hacia la gente diferente, diversa, o gente que se resiste a ser etiquetada. 


Para construir amor del bueno, tenemos que acabar con los discursos de odio, y con estos miedos prefabricados que nos inoculan a unos contra otros. La gente no es  mala: son las estructuras de relación las que nos enemistan. Nos relacionamos en base a jerarquías, luchas de poder, intereses personales, envidias, egoísmo: tenemos que encontrar otras maneras, entonces, de querernos más y mejor. 


La gente anda buscando la manera de importarle a alguien, de ser especial para alguien, de tener a alguien al lado que le haga sentir vivo/a. No podemos comprar el amor, pero a menudo lo exigimos. Nos cuesta más dar que recibir, nos cuesta tener relaciones desinteresadas, nos cuesta hacer felices a los demás porque todos andamos buscando que nos quiera una sola persona, incondicionalmente y para siempre. 


Nuestras relaciones están también marcadas por el miedo a la soledad. Este miedo a quedarnos solos y solas es lo que nos lleva a construir relaciones de dependencia, a aguantar escenas dolorosas, a resignarnos aunque ya no haya deseo o pasión, a suplicar al otro/a, a arrastrarse como almas en pena, a deprimirse profundamente y a dejar de encontrarle sentido a la vida. Nos venden la idea de que sin amor uno no es nada, como decía Amaral en su canción. 


La solución para evitar a la soledad es nutrirnos de afectos diversos, construir relaciones de confianza y solidaridad con la gente, expandir las redes de cuido, disfrutar de la gente que te rodea: la familia, los compañeros y compañeras de trabajo, los y las vecinas, las amigas y los amigos. 



15 de abril de 2012

Los mitos románticos en AVATAR




En Avatar se cambian los roles y la protagonista de la historia, la índigena  Neytiri le enseña al héroe a sobrevivir en Pandora. En la mayor parte de las películas, siempre son los hombres los que enseñan a las mujeres a superar sus miedos, su torpeza, sus debilidades; ellos son los que enseñan baile, artes marciales, filosofía, ciencia; ayudan a las mujeres a sobrevivir en la selva o el desierto, a saltar por los edificios de las ciudades, a trepar rascacielos o resolver problemas irresolubles. 

Por eso sorprende que en esta superproducción sea la hija del jefe la que enseñe al humano a cazar, a domar animales salvajes, a volar en los monstruos, a saltar entre los árboles, a confiar en sus capacidades, a aprender un idioma nuevo, a percibir la magia de la naturaleza y saber como interpretarla. 




1 de marzo de 2012

La doble moral sexual


Jesús perdonando a una adúltera

La doble moral es un mecanismo ideológico gracias al  cual las mujeres son apedreadas hasta la muerte por adulterio, y en cambio los hombres son admirados por su capacidad de seducción y conquista. Según esta doble moral, la promiscuidad femenina es un pecado aberrante digno de castigo, y la masculina es un símbolo de potencia, virilidad y éxito social. Es un pensamiento binario que contrapone a hombres y mujeres y que viene a decirnos, simplificadamente, que el placer masculino es "normal" y bueno, y el placer femenino es malo, anormal. Por eso no existe la palabra "ninfómkana" en masculino.



14 de febrero de 2012

¿Qué es el Amor?








El amor es una construcción social y cultural que determina nuestra forma de organizarnos económica y políticamente. Es un sentimiento colectivo muy complejo en el que se interrelacionan muchos factores y que varía según las épocas históricas, las zonas geográficas, los climas, la biología, la cultura, la economía, las formas de organización social y política, las religiones, los tabúes y las normas morales de cada comunidad, etc. 

No aman igual en China que en Marruecos. No ama igual una monja de clausura que un ejecutivo de Manhattan, y sin embargo, el amor tiene algo en común en todas las culturas: es una energía poderosa, nos hace sufrir, nos hace felices, nos mueve constantemente. El amor es algo que nos pasa a todos alguna vez en la vida, y lo vivimos de acuerdo a la cultura en la que nacemos. Aprendemos a amar a través de los cuentos y las películas, que nos ofrecen modelos a seguir, soluciones para resolver conflictos, mapas emocionales y estructuras de relación que adoptamos casi sin pensar. 


El amor es una mezcla de instintos, emociones, normas, prohibiciones y mitos bajo los cuales subyacen las creencias y cosmovisiones que los grupos de poder político y económico nos trasladan a través de la cultura. Estas creencias se invisibilizan porque se engalanan con las vestiduras de la magia del amor, pero nuestros cuerpos, nuestra sexualidad, nuestros sentimientos, están atravesados de ideología.  

El amor es un fenómeno universal, pues no es exclusivo de la especie humana. Se quieren los animales, nos queremos los humanos: las madres y las hijas, los abuelos y los nietos, las tías y las sobrinas, los hermanos, las primas, las amigas, los compañeros de lucha, las vecinas del barrio, los amantes clandestinos, los matrimonios felices, las pandillas, las cuadrillas, las bandas de música, los miembros de los equipos de fútbol, los actores y actrices de un montaje teatral. 

Vivimos rodeados de afectos diversos. Queremos a la gente de los grupos con los que hemos compartido fiestas interminables, o veranos inolvidables. Queremos a nuestros compañeros del colegio y de la universidad, a gente con la que hacemos deporte, con la que compartimos nuestra pasión por el rock, la informática, los huertos urbanos o la astronomía. 


El amor ha permitido la supervivencia de la especie humana, y es un motor que mueve el mundo. Somos animales gregarios que necesitamos el aprecio y el afecto de la gente que nos rodea. Aprendemos socializandonos y comunicandonos. Necesitamos abrazar y que nos abracen, compartir buenos momentos, necesitamos que nos besen, que nos digan cosas bonitas, que nos regañen cuando nos portamos mal, que nos enseñen, que nos hagan hacernos preguntas. Necesitamos dormir entrelazados con alguien en la oscura noche... para darnos calor, para compartir placeres, para no sentir miedo.





El amor romántico es un producto cultural de la Humanidad, pero también es una forma de organizarse social y afectivamente en dúos. Así pues, tiene una dimensión política, pero también una dimensión religiosa y espiritual. Los amantes se escapan de la realidad a través del amor mitificado e idealizado: es una especie de droga que nos envuelve en caricias, jadeos, gemidos, susurros y gritos, sangre, sudor, semen y fluidos.  

El romanticismo hace aflorar la buena gente que llevamos dentro,  y cuando nos ponemos románticos, suelen invadirnos sentimientos muy hermosos: altruismo, generosidad, entrega, ilusión, felicidad intensa. Es muy común que hasta los más egoístas, cuando se enamoran, derrochen alegría y recursos: nos entregamos plenamente para hacer que el amado o la amada sean felices, para hacernos deseables, para mostrar nuestra mejor cara. 

Sin embargo, el amor romántico también potencia nuestro lado oscuro: el egoísmo, el miedo y las inseguridades, los complejos, los deseos de venganza y dominación, la crueldad extrema. Cuando sufrimos, cuando se portan mal con nosotros, cuando nos portamos mal con alguien: el amor romántico nos muestra la peor cara de nosotros mismos, nuestro lado más sombrío e inconfesable. Además, el amor nos sirve de excusa para justificar mezquindades como violar la intimidad de la otra persona, o barbaridades como matar a tu esposa en un ataque de celos. 






Los seres humanos nos relacionamos en base a intereses personales, jerarquías y luchas de poder. Nuestra estructura de relación está basada en el esquema de la sumisión-dominación, y debido también a la diversidad y complejidad de las emociones humanas, nos es muy difícil relacionarnos de un modo igualitario y horizontal entre nosotros. De ahí que sean tan comunes las guerras románticas, y que sigamos asociando el amor al dolor y al sufrimiento extremo.

Las relaciones eróticas o románticas pueden ser un paraíso o un infierno... pese a que la pasión está sublimada en nuestra cultura, la realidad es que sufrimos terriblemente por amor, y que eso nos hace muy infelices. Los problemas que más nos afectan en la vida, aparte de los económicos, son los emocionales: las relaciones con nuestra pareja, con nuestros padres, con nuestros hijos, con los compañeros del trabajo... No es fácil quererse en una sociedad tan individualista y competitiva como la nuestra. 


El "capitalismo romántico" es la base de nuestra cultura amorosa, construida según los principios y valores del sistema económico y político en el que vivimos. Por eso configuramos nuestras relaciones en base a la propiedad privada (yo soy tuya, tú eres mío) y en base a la acumulación (medimos la virilidad, por ejemplo, en base al número de mujeres que un hombre puede conquistar, al estilo de Don Juan). 

La industria del amor romántico, por ejemplo, es un motor que mueve nuestra economía, dado que invertimos muchísimos recursos en encontrar pareja, en formalizar y celebrar las uniones, en pedir a profesionales que nos ayuden a mantener la pareja, o que nos ayuden a separarnos. Entre los regalos que nos hacemos en las bodas y aniversarios, y la creación de niditos de amor, son muchas las empresas que se benefician de este inagotable negocio. Ganan las iglesias, las joyerías, los salones de boda, las agencias de viaje de novios, las tiendas de ropa nupcial, las floristerías, las orquestas de música, las agencias matrimoniales, los gabinetes de psicólogos, los bufetes de abogados, y las inmobiliarias. 


Además, amamos patriarcalmente, es decir, nos relacionamos desde las jerarquías y la desigualdad, porque en nuestra cultura nos hacen creer que hombres y mujeres somos radicalmente diferentes pero a la vez complementarios. El Romanticismo patriarcal consiste en que nos relacionamos en base a jerarquías de afecto (las mujeres podemos ser la señora esposa/la otra/la puta, los hombres pueden ser esposos, amantes/clientes), y a los privilegios de género que nos sitúan a unas por debajo de los otros. Nuestro modelo amoroso por excelencia es heterosexual con una clara orientación reproductiva, pues la homofobia es el mayor distintivo del patriarcado, que cree que el placer es pecado, y más grave en el caso de las mujeres. 


Las mujeres sufrimos de dependencia emocional aguda y los hombres se declaran en estado de crisis transitoria. Unas sufrimos las contradicciones entre los discursos de la posmodernidad y las estructuras emocionales arcaicas que heredamos de nuestras abuelas. Los otros reivindican su derecho a deshacerse de todos sus privilegios de género y de las cargas patriarcales que llevan siglos oprimiéndolos. Unas se aferran a la feminidad tradicional, otros al ominpresente modelo de macho alfa. Unos se declaran disidentes del género, gente rara, gente queer, y otros desean heteronormativizarse, y en el camino, las relaciones son más apasionantes que nunca, porque estamos todos desorientados y hace falta innovar a la hora de juntarse con alguien. 


Es más fascinante construir de cero estructuras amorosas para el disfrute que seguir con las antiguas, porque resultan un tanto sadomasoquistas. Esta cosa del placer del sufrimiento inserta en nuestra cultura cristiana,  que nos hace creer que para amar de verdad hay que sufrir, que si no se tienen celos no se ama de verdad, que hay que llorar mucho para rozar el amor verdadero, que la pasión está basada en el conflicto eterno y sostenido

Por eso nos creemos que no hay pasión sin sufrimiento y por eso nos gusta vivir el dramón como en las mejores telenovelas. Nos embarcamos en relaciones tormentosas y en eternas luchas de poder entre nosotros porque no sabemos construir relaciones sanas, bonitas, libres e igualitarias. Nuestra cultura mitifica la violencia pasional y por eso nos creemos el rollo de que "los que más se pelean son los que más se desean", o "quien bien te quiere te hará llorar". Nos dicen también, que el odio es lo mismo que el amor, por eso el amante tiene todo el derecho del mundo a tratar mal al que ya no le ama, y emplear toda la violencia que necesite para desahogarse.


En la cultura amorosa occidental existe un tipo de justicia romántico- patriarcal según la cual unos son los buenos y otros son los malos. Unas personas son las víctimas, y otras las culpables (todas aquellas personas que rompen el pacto de fidelidad monogámica, o aquellas que aunque juraron amor eterno, no pueden cumplirlo y desean separarse del amado o la amada). y de esta manera, no somos libres ni para unirnos, ni para separarnos, bajo la posibilidad de que nos denuncien publicamente por "alta traición".

En las redes abundan ejemplos de esos amores horribles basados en los celos o en la misoginia, amores horribles que fomentan el narcisismo, el egocentrismo y el reproche amargo. Esos inocentes cartelitos, me temo, llegan al extremo de promover esa terrible relación entre el amor romántico y la violencia de género. Los medios siguen mitificando las patologías del amor romántico que generan tanto sufrimiento, sobre todo en el cine o en los telediarios, que siguen presentándonos los asesinatos a mujeres como crímenes pasionales. 

Nos sentimos demasiado solos y solas en la posmodernidad individualista, y muchos son como yonkis del amor que no pueden evitar esa adicción a las emociones fuertes. La magia del amor, sin duda, es una droga demasiado potente que nos coloca en estados de éxtasis y de dolor, pero que también sirve para que todo siga como está.



El amor perjudica seriamente la igualdad porque está basado en la división tradicional de roles, de manera que dependamos unos de otros para sobrevivir. Para reforzar las relaciones basadas en la dependencia mutua, nuestra cultura se ha inventado el mito de la heterosexualidad, el mito del matrimonio por amor, el mito de la monogamia, y todos los demás mitos románticos como la media naranja, el amor eterno, el príncipe azul y la princesa rosa.... 


Todos estos mitos románticos existen porque necesitamos modelos de héroes y heroínas mitificados, y para que adoptemos ciertos patrones emocionales y ciertas estructuras de relación que están muy marcadas por la doble moral. La doble moral consiste en que nos creamos que las mujeres somos monógamas e inapetentes sexuales y los hombres son, por naturaleza, promiscuos y con una gran potencia sexual. A pesar de ello, a las mujeres se nos sigue castigando duramente, restringiendo nuestra libertad de movimientos y nuestro derecho al amor,  y se nos sigue confinando en espacios domésticos porque en nuestra sociedad las mujeres libres representan toda la carga cultural del ancestral miedo masculino a la potencia sexual femenina. 


El amor, entonces, posee una dimensión política y económica que configura nuestras emociones y sentimientos, nuestro deseo y erotismo, nuestras formas de convivencia, nuestra cotidianidad. Aprendemos a amar a través de la cultura, aprendemos qué formas de relación son las aceptadas por nuestra sociedad, qué formas de amar están prohibidas o mal vistas, aprendemos a formar dúos de amor, e imitamos los modelos amorosos que nos proponen la publicidad, el cine y los medios de comunicación, por eso todos y todas deseamos un amor de Coca-Cola.








La construcción cultural del amor romántico de nuestras sociedades está basada en  modelos muy limitados, en realidad es siempre el mismo esquema narrativo: dos personas heterosexuales jóvenes y blancas que se aman pero no pueden estar juntos por diversos motivos. El lucha contra los obstáculos y los enemigos, ella espera pacientemente. Y cuando él triunfa, acaban juntos y viven felices para siempre. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. Aunque sabemos que otros finales Disney son posibles, y que la realidad es mucho más diversa y colorida de lo que nos cuentan. 


Basta con echar un vistazo a los índices de divorcios, re-casamientos, infidelidades;  asomarse a las carreteras repletas de puticlubs, y bucear un poco en Internet para observar la cantidad de gente que busca amor a través de las redes sociales. Son millones los que se apuntan a plataformas de ligue virtual, a grupos de sadomasoquismo y bondage, a blogs de parejas swinger, a colectivos de poliamor, a foros de gente rara, queer, friki con gustos sexuales particulares, como los que tienen relaciones de amor sin sexo, o relaciones sexuales sin amor. 


Del amor se ha escrito mucha literatura, pero la ciencia no le ha prestado la atención suficiente hasta hace bien poco, pueden leer sobre el tema en "El amor romántico desde una perspectiva científica: ¿por qué y para qué estudiar el amor?". Las relaciones de parentesco, por ejemplo, se estudian mucho más que las relaciones de pareja, y el reflejo salivar condicionado mucho más que las emociones que nos sacuden por dentro y nos descolocan la vida. 


Nos enseñan educación sexual para protegernos de enfermedades, pero no nos ofrecen educación emocional para aprender a gestionar la ira, la pena, la euforia, la esperanza, el dolor o el miedo. Para eso está el cine con sus mitos románticos: aprendemos de historias de amor como Dirty Dancing o Avatar


Y con estas películas aprendemos, de paso, como son o deben ser las mujeres, como son o deben ser los hombres, y nos convertimos en soñadores de la utopía romántica posmoderna, que nos promete la salvación y la obtención del estado anímico ideal: la felicidad. 


El amor es un tema que va cobrando cada vez más importancia conforme ahondamos en las teorías de género, abandonamos el pensamiento binario, vamos más allá de las etiquetas que nos discriminan, dejamos de pensar en conceptos absolutos como verdad, objetividad, normalidad. Ya sabemos que el tiempo es relativo, que las emociones son parte de nuestro cerebro racional, y aprendimos hace décadas que lo romántico es político. 



Conclusiones


El único camino viable hoy para despatriarcalizar el amor y descapitalizarlo, creo, pasa por nuestra capacidad para dejar de idealizar las utopías románticas. Para poder construir relaciones bonitas que nos hagan medianamente felices, creo que es fundamental trabajar el apego y el miedo a la soledad. Es necesario cuestionar la división tradicional de roles, subvertir los estereotipos, desmontar los mitos del romanticismo decimonónico, y diversificar afectos


No solo en el ámbito de lo erótico, sino también en el campo de las emociones, es preciso liberar al amor de la necesidad y las dependencias. Liberarlo de sus cadenas represivas (esas normas no escritas sobre con quién se puede tener relaciones y con quién no), ir más allá de la pareja como única fuente de amor, y deshacernos del imperio de la heteronormatividad porque las personas nos queremos, más allá de nuestra masculinidad o feminidad, más allá de las etiquetas hetero/homo, más allá de lo que las  religiones y las industrias culturales nos venden como modelo ideal. 


Considerando que todas nuestras necesidades de afecto y compañía no pueden ser cubiertas por una sola persona, es preciso expandir el amor, poder disfrutar de los seres queridos y romper con el aislamiento y el anonimato que impone la vida urbanita posmoderna. Nos sentimos solas y solos cuando no nutrimos nuestras redes sociales o cuando estas son únicamente virtuales. Por eso creo que hay que volver a crear, o bien reforzar, las redes de solidaridad y ayuda mutua. Expandir el cariño al vecindario, organizarse para mejorar la calidad de vida de todos y todas, no solo la propia. Para ello tenemos que derribar los estereotipos que nos discriminan, acoger la diferencia como algo enriquecedor, dejar de pensarnos en dicotomías (nosotros/ellas, los unos/las otras, los blancos/los negros, los de dentro/los de fuera). 


Es importante que desde la cultura podamos trabajar para crear otros patrones emocionales, que podamos contar otras historias más reales y por tanto más diversas, que podamos inventar otros modelos y personajes más complejos y menos polarizadosEs importante también trabajar contra la desigualdad que genera violencia, y liberar a nuestro cuerpo y sexualidad de  la tiranía de la belleza y de las estructuras de pecado que nos oprimen. 


Estoy convencida de que solo desde la libertad podremos querernos y hacernos la vida más fácil. Solo desde la alegría de vivir podremos construir relaciones de disfrute y de cariño colectivos que nos hagan sentir menos solos y solas. 


Un día que me puse muy optimista se me ocurrió el ensayo "El futuro es Queer" y en otro ataque de alegría me escribí el "Manifiesto de los Amores Queer". 


Otras veces pienso que hace falta siglos para poder lograr liberar al amor del miedo y del patriarcado, y del interés económico. Me digo entonces que a pesar de lo complicado que es entender el amor, a pesar de la contradicción que existe entre nuestra necesidad de independencia y la necesidad de compañía, a pesar de lo mucho que sufrimos "por amor",  lo importante es que lo estamos intentando


Ya somos muchas las personas que estamos leyendo, reflexionando, cuestionando y debatiendo acerca de nuestras emociones y nuestras formas de relacionarnos. Ya somos muchas las que estamos trabajandonos el patriarcado inserto en nuestros sentimientos, las que apostamos por la creación de nuevas formas de convivencia social, más pacíficas y amorosas, que nos hagan sentir que pasar un ratito por este mundo ha merecido la pena. Está en nuestras manos trabajar unidas por un mundo mejor, sin batallas de género, orientación sexual, raza o clase social. Solo con  mucho amor podremos disfrutar de la vida, y construir relaciones mas bonitas, sanas e igualitarias, basadas en redes de ayuda mutua y solidaridad. 

Si, se puede disfutar del amor!


22 de enero de 2012

El mito de la belleza femenina: crónicas de una tiranía posmoderna





La belleza de la mujer no ha sido venerada y consagrada en todas las sociedades ni en todas las épocas históricas. Prueba de ello son las sociedades prehistóricas investigadas por Margaret Mead, quien constató que en diversas tribus las marcas decorativas viriles se manifiestan con mayor vistosidad que las de las mujeres. Entre los tchambuli, en Oceanía, son los hombres quienes lucen los más bellos adornos y quienes se preocupan más de su aspecto. Para los massa y los mussey, en África, “el hombre constituye el punto de mira de la estética corporal”. Según Mead, entre los maoríes, los hombres exhiben tatuajes más recargados y densos que los de las mujeres; entre los wodabé del Níger, durante la celebración de una fiesta, son las mujeres las que eligen al hombre más guapo de la tribu (foto de abajo),





En las sociedades patriarcales el ideal de belleza femenina ha ido variando según las épocas, sus necesidades, sus gustos estéticos y modas. A lo largo de la historia de nuestra sociedad occidental, la mujer ha sido representada de formas muy variadas e incluso en el siglo XX, hemos tenido modelos a seguir contrapuestos: 

las alegres carnes de Marylin Monroe, 


y el cuerpo esquelético y enfermo de Kate Moss. 





Durante siglos, han sido en su mayoría hombres los que han creado los modelos de belleza a través de la fotografía, la escultura, la pintura, el cine, la publicidad. 

Hombres son, también, los que invierten en la carrera profesional de determinadas modelos y actrices, los que organizan concursos de belleza femenina como las galas de misses, los cirujanos plásticos, los diseñadores que exigen la talla 60-90-60, los dueños de la industria de la cosmética y la belleza, los dueños de las clínicas de  cirugía estética, de las colecciones que se lucen en las pasarelas de moda








Giorgio Armani




Las mujeres hemos asumido y rechazado esos cánones de belleza idealizada en diversos grados a lo largo de la Historia. Algunas han sufrido y siguen sufriendo verdaderas torturas físicas 


como la exigencia de tez blanca para las negras 




                                                                                           Beyoncé 




o la tez morena para las blancas,





 el culto de los pies menudos en China (se constriñen los pies hasta deformarlos), 








el uso del corsé del siglo XIX, causante de numerosas enfermedades; 






los aros alrededor del cuello y las anillas de metal soldadas a los tobillos (habituales en algunas tribus de distintas zonas de África y Asia); 






el uso del pesado chador de las musulmanas o del peligroso burka entre las afganas






Todos ellos son mecanismos que tienden a reducir la movilidad de las mujeres, y por tanto, su autonomía a la hora de moverse con libertad o ganarse la vida trabajando.




Evolución histórica de la belleza femenina



Las primeras  representaciones simbólicas femeninas del Paleolítico y el Neolítico son, en su mayoría, símbolos de fecundidad y fertilidad. A menudo son representadas en forma de estatuillas de piedra con formas voluptuosas y redondeadas, o con grandes vientres y generosos pechos nutricios. 












En la Antigüedad, los poetas griegos rindieron numerosos homenajes a la hermosura femenina, y subrayaron su poder a un tiempo maravilloso y temible. Las diosas del Panteón (Hera, Artemisa, Atenea, Afrodita) son descritas como la quintaesencia de la belleza. Safo escribió poemas apasionados en honor del cuerpo femenino, y los escultores representaron como nunca antes las formas físicas de la mujer. La belleza femenina se impuso como una fuente de inspiración para los artistas, aunque también es considerada como un peligro para los hombres.

Según Lipovetsky (1999), para los griegos la mujer era “una terrible plaga instalada entre los hombres mortales, un ser hecho de ardides y de mentiras, un peligro temible que se oculta bajo los rasgos de la seducción”. Abundan los textos que enumeran los vicios femeninos y colman de reproches las estratagemas de que ellas se valen para seducir a los hombres. A pesar de ello, en Grecia son más frecuentes y numerosas las expresiones de admiración hacia la perfección física viril; dan testimonio de ello la poesía homosexual, los diálogos de Platón, los bellos desnudos de las esculturas masculinas,  los epigramas homosexuales, las inscripciones en las paredes...

También la tradición judeocristiana se caracterizó por poner en el índice la belleza femenina: en la Biblia, la hermosura de las heroínas (Sara, Salomé, Judit) está cargada  de poder de seducción y engaño. 








Durante toda la Edad Media, y bastante más allá, se prolongó esta tradición de hostilidad y recelo hacia la belleza femenina. Sólo la Virgen María, cuyo culto y representaciones iconográficas se disparan a partir del siglo XII, se libera de este tratamiento y posee la inocuidad de la belleza pura.










Según Lipovetsky, cuando surge la división social entre clases ricas y clases pobres, las mujeres exentas del trabajo se convierten en el centro de la idealización femenina por parte de los hombres : “Mujeres ociosas, mujeres hermosas; en lo sucesivo la hermosura será considerada incompatible con el trabajo femenino”.

Estas mujeres, gracias al tiempo libre y a los recursos económicos de los que disponían, pudieron dedicarse a maquillarse, depilarse, a peinarse con sofisticadas técnicas, a usar adornos y joyas. Las campesinas y trabajadoras de las urbes (es decir, la gran mayoría de mujeres del planeta) no adoptaron estos patrones de belleza hasta el siglo XX, cuando se democratizó el uso de cosméticos y el cuidado de la estética femenina dado que se abarataron los productos y la publicidad se encargó de obsesionar a muchas mujeres del mundo con sus propios cuerpos. El coste para ajustarse a los patrones de belleza impuestos por los grupos empresariales que se han dedicado a declarar la guerra a la edad, la grasa, las imperfecciones, las pequeñeces, las deformidades, las singularidades de los rostros, es, en ocasiones demasiado alto porque va minando los recursos económicos y las autoestimas de las mujeres víctimas de la tiranía de la belleza.


Lipovetsky expone que es durante los siglos XV y XVI cuando la mujer se impone como el ser más hermoso de la creación: los encantos femeninos alimentan los debates filosóficos, inspiran a pintores, escultores y poetas. Proliferan los himnos inflamados a la belleza al tiempo que se esfuerzan con renovado vigor por definirla, normalizarla, por clasificarla. La representación de la mujer tumbada causa furor entre los artistas, que representan a las féminas siempre en posiciones pasivas, entregadas a la mirada deseante de los hombres.

En el siglo XIX, el modelo de belleza será el de la mujer romántica: la mujer enferma de amor, de tisis o de tuberculosis. Fémina de belleza pálida, mejillas y labios sonrosados por la fiebre, de una delgadez extrema. Este tipo de mujeres se representan frágiles, vulnerables, atormentadas y debatiéndose entre la inocencia y la destrucción.



En el siglo XX, tras la belleza inquietante y enigmática de la femme fatale, 






comienza la época de las Venus con vaqueros; es un tipo de belleza adolescente, lúdica, pop, dinámica, sexy, directa y desumblimada:

 “La belleza vampiresa de Marlène Dietrich, (con sus ojos insondables cargados de rímel, sus atuendos sofisticados, sus largas boquillas, su feminidad era inaccesible y destructora), nada tiene que ver con la nueva belleza de la pin up desdramatizada que Marilyn Monroe elevó a la categoría de mito; una mujer sensual, ingenua, con alegría de vivir, tierna, joven, encantadora” (García Calvo, 2000).





Ya en el siglo XX, la cultura de masas logra que la belleza como ideal de feminidad invada la vida cotidiana. Lourdes Ventura cree que este fenómeno trasciende la cuestión estética porque posee una dimensión política y económica que queda invisibilizada a través de la cultura massmediática“Existe un poderoso mercado, de innumerables tentáculos, que difunde y promociona urbi et orbe sus consignas estéticas a través de un sofisticado engranaje publicitario y mediático sin precedentes en la mercadotecnia contemporánea. Nadie en la aldea global puede escapar al bombardeo de los anunciantes, y menos que nadie las mujeres, que se han convertido en el objetivo prioritario de uno de los sectores que más invierte en publicidad”.



Detrás de la obsesión por la belleza femenina existen unas poderosas empresas como la industria cosmética, la moda en ropa y complementos (desde la alta costura a la moda pret a porter, la publicidad, los medios de comunicación (sobre todo la prensa femenina), la cirugía estética (con un elevado número de “profesionales piratas” denunciados por los facultativos colegiados), los centros de mantenimiento (ejercicio, masajes, saunas), las clínicas e institutos de tratamientos estéticos, etc. Todo ello forma parte de una maquinaria económica que aspira a dirigir el consumo e invoca la idea de belleza asociada a felicidad, éxito y placer.

El problema de la industria de la belleza no es sólo la cantidad de dinero, tiempo y energía que las mujeres invierten en ella, sino también el coste psicológico que conlleva, pues el consumo de belleza nunca se satisface a sí mismo, y el mercado siempre apunta hacia nuevos defectos, aportando nuevas soluciones.



Los imperativos de esta industria (conservarse delgada, joven y en forma) han llegado a constituir una obsesión para muchas mujeres, lo que Ventura (2000) denomina “la tiranía de la belleza”:

“No es aventurado declarar que las mujeres están siendo sometidas a un permanente acoso publicitario, un abuso psicológico letal, sistemático y continuado, vehiculado por la televisión, las revistas femeninas y suplementos correspondientes de diarios y semanarios de información general que no tienen otro objeto que la incitación a un consumo masivo de productos y servicios relacionados con la belleza”. 





El hecho de que la mayor parte de los medios de comunicación sólo de trabajo a mujeres bellas y esbeltas (aún no hemos visto a mujeres feas o gordas presentando un telediario o un concurso), denota que esa obsesión ha sido creada en la cultura mediática, que siempre premia a las mujeres hermosas como representantes de la modernidad, la felicidad,  el éxito social y económico, la bondad y, en general, los valores positivos de la sociedad de consumo. 


Las señoras poco agraciadas u obesas en cambio representan la dejadez, la pereza, el fracaso, o la maldad; una notable excepción es la serie norteamericana Rosseane, en la que los protagonistas era una familia de gordos más o menos felices que practican una sana ironía con toques de humor negro.



Esta discriminación social  tiene su correlato en multitud de profesiones en los que la imagen femenina es fundamental, como todas las que tienen que ver con un trabajo cara al público: azafatas, recepcionistas, secretarias, dependientas, profesoras, cajeras, cargos públicos y empresariales (altos cargos especialmente)… 


La belleza es, en un mundo en el que la demanda de empleo es inagotable, un motivo de discriminación para las mujeres a la hora de desempeñar un trabajo, cosa que no sucede con los hombres, cuyo currriculum es más importante que su escote, o su trasero.

La norma general en la cultura mediática es  atacar a las mujeres y minar su autoestima, para inducirlas a consumir productos de belleza y adelgazamiento. Jerry Della Femina, uno de los grandes publicitarios de la Avenida Madison de Nueva York, declaraba: “Anunciar es hurgar en heridas abiertas… Miedo. Ambición. Angustia. Hostilidad. Usted menciona los defectos y nosotros actuamos sobre cada uno de ellos. Nosotros jugamos con todas las emociones y con todos los problemas (…) Si se logra que un número suficiente de gente tenga el mismo deseo se consigue un anuncio y un producto de éxito”.



Según Lourdes Ventura, la corporalidad femenina es para los anunciantes un campo de batalla, un lugar donde el “yo dividido” se fragmenta en múltiples territorios sobre los que actuar y pelear. Por eso se presenta un tratamiento anticelulítico como un ataque especial zonas rebeldes”; una crema adelgazante que ataca directamente los excesos”, un método que combate eficazmente las marcas antiestéticas de la celulitis”, otro anticelulítico que elimina la piel de naranja, o el HCM “que se opone a la acción de los azúcares responsables de la degradación del tejido celulítico”.

Los artículos de belleza decretan una guerra sin cuartel a las supuestas imperfecciones femeninas en estos términos: “Lucha contra los kilos de más”; “para acabar con la celulitis hay que atacarla en todos los frentes”, “stop a las grasas”; “Jaque mate a la pérdida de firmeza”, “Desafío a la flaccidez”. Este lenguaje bélico anti y en contra de todo, vacía de sentido los logros profesionales, afectivos, familiares o económicos de las mujeres, según Ventura, y socavan su seguridad esencial, porque las dispone a la guerra contra sí mismas (contra sus arrugas, sus michelines, su celulitis, sus imperfecciones cutáneas, etc.).


Esto supone que las mujeres que no son bellas y jóvenes, sexys y delgadas, ven su autoestima socavada y se autocensuran continuamente, influyendo de forma negativa en su propia personalidad, gustos y capacidad de decidir. En la actualidad, ocho de cada diez americanas en torno a los 18 años se declaran “muy insatisfechas” con su propio cuerpo. "Las imágenes superlativas de la mujer vehiculadas por los medios de comunicación acentúan el terror a los estragos de la edad, engendran complejo de inferioridad, vergüenza de una misma, odio al cuerpo” Lipovetsky, 1999.


Ventura afirma, en este sentido, que si es  posible que una mujer llegue a odiar una porción de su anatomía porque tiene unos gramos de más según los cánones del mercado, será sencillo manipularla en cualquier otro terreno. Porque mantenerse en forma o estar bella son auténticas filosofías de vida, estilos vitales que sitúan a la mujer en unas prácticas consumistas que sólo beneficia a las más bellas, pero no al total de las mujeres del mundo. 


Sólo un 8% de las féminas cumple con los cánones de la belleza occidental, de modo que el resto tiene que vivir con algún tipo de complejo o imperfección que afecta a sus vidas en diferentes grados e intensidades. Según Ventura, sólo en Francia hay registradas 3.000 modelos, de las cuales apenas una minoría puede vivir de ello.





Muchas teóricas defienden la idea de que la cultura del bello sexo presenta en nuestros días todos los rasgos de un culto religioso, un dispositivo litúrgico en el seno mismo de las sociedades liberales desencantadas. Kim Chernin ve en la obsesión con la delgadez la prolongación de los valores ascéticos milenarios, una expresión de odio contra la carne, idéntica a la que profesaban los teólogos de la Edad Media.
Naomi Wolf habla de la “nueva Iglesia” que reemplaza a las autoridades religiosas tradicionales, del “Nuevo Evangelio” que recompone ritos arcaicos en el plena posmodernidad, que hipnotiza y manipula a los fieles, que predica la renuncia a los placeres de la buena mesa y culpabiliza a las mujeres por medio de un catecismo cuyo centro es la diabolización del pecado de la grasa.

“Como todos los cultos religiosos, la belleza tiene sus sistemas de adoctrinamiento (la publicidad de los productos cosméticos), sus textos sagrados (los métodos de adelgazamiento), sus ciclos de purificación (los regímenes), sus gurús (Jane Fonda), sus grupos rituales (Weight Watchers), sus creencias en la resurrección (las cremas revitalizantes), sus salvadores (los cirujanos plásticos)” (Lipovetsky, 1999).


Los mitos de la religión de la belleza se encarnan en la figura de la top model, de la que conocemos sus nombres y apellidos. Fue una figura creada para seducir a las mujeres, una figura destinada a estimular la admiración y el consumo femenino de moda, cosméticos, etc. Según Enrique Gil Calvo (2000), la modelo se exhibe como representación pura, seducción superficial, narcisismo frívolo:

 “La apoteosis de las top models viene a coronar un ideal de belleza física definitivamente fuera del alcance de la mayoría, al igual que un sueño cada vez más insistente de juventud eterna. Las modelos no son ni irreales ni ficticias, sino recompuestas y surreales: “Ni siquiera yo me parezco a Cindy Crawford cuando me levanto por la mañana”, decía la Crawford recientemente”.

En los años 90, las musas de la moda sustituyeron a las grandes estrellas de cine en el pedestal de la belleza e invadieron el espacio mediático y social, especialmente a través de la publicidad. Se llevó a cabo una mitificación de esta profesión a partir de top models archimillonarias como Claudia Schiffer, Naomi Campbell, o Linda Evangelista, que declaraba: “Nunca nos levantamos por la mañana por menos de diez mil dólares”.

A pesar de que las mujeres saben que las medidas 60-90-60 son casi imposibles para ellas, y que muy pocas cumplen con este absurdo requisito de belleza, y aunque saben también que las top model están operadas y sus imágenes retocadas con programas mágicos como PhotoShop, es muy difícil para algunas no compararse a diario con ellas. La principal razón es que invaden todos los espacios y las narraciones a través de la publicidad, y que los hombres y ellas mismas admiran este tipo de mujeres de belleza escultural.

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Este culto a la belleza y sus mitos supone una violenta reacción contra la liberación política, social y económica de la mujer, según Naomi Wolf (1991). Esta autora,  basándose en un dato revelador (33.000 mujeres norteamericanas manifestaron en las encuestas que preferían rebajar cinco o siete kilos de peso antes que lograr cualquier otra meta en la vida), asegura que la dieta es el más potente de los sedantes políticos de la historia de las mujeres.



La moda de la belleza es un anestesiante social. En la cultura del narcisismo y del culto al cuerpo, las mujeres y los hombres están más preocupados por su estética que por sus derechos laborales. La obsesión por estar delgada, joven, sin arrugas, sin defectos, sirve para que las mujeres estén centradas en si mismas antes que en las calles luchando por sus derechos sexuales y reproductivos, por la igualdad entre hombres y mujeres, por salarios dignos, etc. 


Un spa relajante y una limpieza facial son, a menudo, bálsamos contra la sobrecarga laboral y familiar, ayudan a seguir la lucha diaria, pero no cambian el sistema, ni ayudan a las demás mujeres. Son siempre soluciones individualizadas contra el estres o la grasa, nunca contra la tiranía que esclaviza nuestros cuerpos y mentes.


Conceptos como “quiero mantenerme en forma”, “ponerme guapa”, "agrandarme las tetas" son fenómenos de consumo; pero su dimensión económica está invisibilizada, porque parece una necesidad vital, o un deseo tan cotidiano que no parece lo que es: una enorme industria de pintauñas, cremas depilatorias, perfumes, desodorantes, maquillaje, clínicas de adelgazamiento, peluquerías, quiromasajistas, implantes de silicona, chutes de botox, tratamientos de relax, diseño de ropa de moda, de complementos, de zapatos, de bolsos. Industria que no tiene pérdidas porque cada vez más, las mujeres nos centramos en la lucha contra la edad, los kilos, los pelos. 


La publicidad no hace otra cosa que recordarnos que somos bajitas, demasiado altas, gordas, demasiado delgadas, canosas, cojas, rellenitas, que tenemos pocas tetas, que hay muchas mujeres más guapas que nosotras, y que los hombres las prefieren a ellas, porque con su belleza artificial atraen el deseo masculino, y nosotras con bigote, cartucheras, culo pollo, descolgamientos, piernas cortas, pies planos, dientes saltones, etc. nunca podremos llegar a ese nivel. Por eso nos autocensuramos, nos maquillamos, usamos tacones, por eso compramos cremas reafirmantes y nos arrancamos todos los pelos de cuajo. 

La tiranía de la belleza oculta la necesidad de la industria de que las personas consuman masivamente sus productos y servicios. En lugar de suplicar “compre usted esto”, la publicidad y los medios nos hacen creer que lo hacemos por nosotras mismas, para gustarnos y gustar a los demás, y que además "gustar" es algo natural en  nosotras, algo consustancial a la feminidad.




 También es cierto que progresivamente esta industria ha comenzado a atacar a los hombres, pero de momento las principales consumidoras de la industria de la belleza son mujeres, especialmente en ámbitos rurales, donde existen muy pocos hombres metrosexuales. Este término se utiliza en la actualidad para designar a los varones excesivamente preocupados por su aspecto físico, hombres que se cuidan de igual forma que las mujeres y consumen productos y servicios de belleza (gimnasios, saunas, clínicas de belleza, depilación láser, cirugía estética, cremas, bases de maquillaje, afeites, etc.).

Pocos llegan, sin embargo, a este extremo: 




Otros artículos de la autora:


La tiranía de la edad, de los pelos y de los kilos







Bibliografía utilizada: 

1)     Bou, Nuria: “Diosas y tumbas. Mitos femeninos en el cine de Hollywood”. Icaria, 2006. 

 2)   Gil Calvo, Enrique: “Medias miradas. Un análisis cultural de la imagen femenina”, Anagrama, Barcelona, 2000.

3)   Lipovetsky, Gilles: “La tercera mujer”, Anagrama, Colección Argumentos, 1999.

4)      Mead, Margaret: “Masculino y Femenino”, Minerva Ediciones, Madrid, 1949 (1994).

5) Ventura, Lourdes: “La tiranía de la belleza. Las mujeres ante los modelos estéticos”,  Colección Modelos de Mujer, Plaza & Janés, Barcelona, 2000.


Coral Herrera Gómez Blog

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