Una de las mejores cosas de ser mujer es que nosotras tenemos tres espacios amorosos en los que podemos desnudarnos, abrir nuestros corazones, desahogarnos, llorar y reír, compartir secretos, jugar como niñas, crear, cantar, danzar y divertirnos juntas. Son espacios de liberación y disfrute en los que todas damos y recibimos cuidados.
El primer espacio lo disfrutamos con amigas y mujeres de nuestra familia, con las que creamos redes de afecto y apoyo mutuo que nos permiten sobrevivir.
El segundo es el de los pequeños grupos de mujeres con los que nos juntamos para hacer talleres, para compartir conocimientos y saberes, para leer libros y ensayos, para investigar y aprender cualquier cosa juntas, para hacer retiros espirituales, para hacer terapia, para hacer deporte, para organizarnos por alguna causa, para trabajar en nuestras liberaciones, y para prestarnos ayuda mutua.
El tercero es más amplio, es el de los grupos femeninos grandes: manifestaciones, concentraciones, congresos, jornadas, seminarios, proyectos artísticos, colectivas feministas de carácter cultural, social y político, las asociaciones, las casas de mujeres, y las comunidades virtuales de mujeres en lnternet.
En estos espacios las mujeres dejamos de ser empleadas, madres, hijas, esposas, y dejamos nuestra máscara social para integrarnos en una comunidad en la que todas hablamos el mismo idioma, y podemos ser nosotras mismas, aunque no nos conozcamos.
Son espacios seguros en los que nos sentimos libres para hablar de sexo, de emociones, y sentimientos, para disfrutar juntas de nuestras pasiones, para mostrar nuestros proyectos y crear alianzas, para sanar y florecer juntas.
Es muy reconfortante a la par que terapéutico darte cuenta de que tus problemas personales son también colectivos, y que por tanto, las soluciones tienen que ser colectivas.
Y que no estamos solas, somos muchas mujeres con ganas de defender nuestro derecho a vivir una Buena Vida.
Es hermoso poder pertenecer a estas comunidades y compartir el trabajo que estamos haciendo cada una para liberarnos (de los miedos, de la culpa, de los mitos, de los mandatos, de la angustia, del cansancio), celebrar juntas los éxitos y acompañar a las que están en ello, abrazar a las que están empezando, y aprender de las veteranas, que nos demuestran que sí se puede, y nos enseñan el camino a seguir.
Yo me siento muy afortunada por poder disfrutar de estos espacios tan amorosos, me dan energía y alegría para poder soportar este ritmo de vida tan bestial que llevamos.
Y me siento muy orgullosa por la capacidad tan hermosa que tenemos para organizarnos, da igual que seamos 20 o 200: nos lo pasamos súper bien, aprendemos un montón, y volvemos a casa llenas de rebeldía y de amor.
Hoy venía pensando en el tren que me encantaría que mi hijo Gael pudiera disfrutar con grupos de chicos cuando sea mayor.
Estoy segura de que si los hombres pudieran crear sus propios espacios de liberación y acompañamiento, vivirían mucho mejor y disfrutarían más de sus relaciones.
Sé que hay unos cuantos brotes de hombres en proceso de liberación, pero son muy pocos aún: les queda mucho para llegar a la primavera.
Mientras ellos arrancan, nosotras seguimos caminando.
Yo siento que hay que cuidar con mucho mimo y ternura estos espacios de intimidad y amor entre mujeres, crear muchos más, expandirlos y multiplicarlos, que haya varios en cada barrio, en cada comunidad, en cada pueblo.
Porque a muchas mujeres les salva la vida tener una red de apoyo, y porque son nuestra mejor medicina, una hermosa fuente de energía, y uno de los mayores regalos de la vida.
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