Créanme que de todas las experiencias precarias que he tenido en el ámbito laboral, ésta me enseñó mucho más sobre el capitalismo y el patriarcado que aquellos libros que me explicaban el capitalismo sin explicarme el patriarcado.
Recuerdo el desprecio con el que me trataban los clientes clasistas, recuerdo a mi jefa pidiéndome que me maquillara más, me pusiera tacones más altos, y me subiera el bajo de la falda para entretener a los señores de familia mientras pagaban.
Recuerdo los días que no nos dejaban sentarnos y los calambres que nos daban en las piernas por la inmovilidad y los tacones.
Recuerdo el dolor de vejiga cuando tardaban media hora en dejarme ir al baño, y los problemas de salud que causaba en las compañeras más veteranas no poder ir a evacuar cuando lo necesitaban.
Recuerdo el frío que pasaba cuando me tocaba en las cajas del pasillo de congelados, y los resfriados continuos que sufríamos por el aire acondicionado.
Recuerdo la tortura de aquel CD que ponían en bucle con 8 villancicos en Navidad durante ocho horas seguidas y la carta que hicimos para pedir un poco de variedad musical.
Recuerdo mi cara en el espejo del escáner pasando productos como un robot, y recuerdo cómo el cansancio iba borrando la sonrisa de mi rostro hasta hacerla desaparecer por completo.
Recuerdo las horas no pagadas que eché haciendo caja de diez a once de la noche.
Recuerdo las presiones que sufrimos cuando se iba acercando el día de la huelga convocada en protesta porque querían abrir 24 horas, recuerdo la carta de despido a todas las que hicimos huelga ese día, lo recuerdo cada vez que voy a mi barrio y veo el super abierto todo el día y toda la noche, y veo las caras de mis antiguas compañeras.
Lo recuerdo todo, y no me olvido.
¡Que vivan las cajeras y las dependientas de las tiendas, y qué vivan las mujeres de la clase obrera!
Coral Herrera Gómez