Hemos vivido durante dos meses en una distopía en la que sólo podíamos salir a la calle a trabajar o a consumir, y nos han prohibido hacer todo lo bueno de la vida (disfrutar de tu gente querida, charlar con el vecindario, pasear por la ciudad o disfrutar de la naturaleza) Lo hemos hecho por el bien común, porque somos responsables y solidarios, pero fijaos que a la hora de elaborar normas para el desconfinamiento, las únicas personas que seguimos teniendo restricciones somos las que queremos salir a pasear, hacer ejercicio o a disfrutar de la naturaleza.
En cambio, no hay horarios para la gente que quiera gastar su dinero en tiendas, bares, restaurantes y terrazas. No es casualidad que los sitios donde juegan los niños sigan cerrados mientras los adultos se aglomeran en los comercios: primero va la economía, y luego la salud mental y emocional de las personas, y su derecho a caminar por la calle y a estar al aire libre.
Nos quieren produciendo y consumiendo sin parar, y esto crea una exclusión social tremenda: quedan fuera todas las personas que se han quedado sin ingresos, o que no configuran su tiempo libre en torno al consumo. Habrá que batallar mucho para defender nuestro derecho al ocio gratis y a estar al aire libre sin dinero, para que nos dejen estar en la calle y no nos encierren en centros comerciales, y para enseñar a las nuevas generaciones a disfrutar sin consumir. Estar en la calle o en el campo gratis es un derecho al que no podemos renunciar.
Coral Herrera Gómez