El acto de regalar algo a alguien es una tradición humana maravillosa, porque es una expresión de afecto, de agradecimiento, de intercambio. Lo que no me gusta es que haya que hacerlo en un día determinado; los cumpleaños, el día del Padre, el día de la Madre, el día de Navidad, el día de Reyes, el Aniversario de Boda. Son días marcados por los mercados para marcar socialmente la tradición de regalar algo a alguien, sea pariente, amante o amigo, según las pautas establecidas.
Son días en los que se practica más el consumismo que la generosidad, por eso la publicidad nos bombardea con la idea de que "regalar es amar". Y es que en nuestra sociedad amar se ha convertido en un acto de consumo: "Si le quieres, demuéstraselo con colonia X", "Escápate con tu pareja: viaje romántico" (agencias de viajes, casas rurales, hoteles...) "Tarifa Dúo: porque el amor es cosa de dos" (telefonía móvil), "invitale a un menú romántico irresistible", etc.
Este acto de consumo está basado en la idea de que comprando, declaramos estar amando. Pero también un acto de demostración: "Si te compro esto es porque te amo", y de exhibición: "Me han regalado esto, luego soy amada".
Por eso más que pensar en la felicidad de los que son homenajeados en este día, yo me pongo a pensar en la cantidad de gente que está enamorada sin ser correspondida, que son muchos más que los que están enamorados y son correspondidos.
Si, hay muchas parejas felices, pero también muchas inmersas en infiernos conyugales, pantanos de aburrimiento mortal, valles de rencores acumulados, y tormentas tropicales que arrasan con todo y acaban en ruptura. Son millones las personas que se divorcian, los que cometen adulterio, los que sufren maltrato de su pareja, son millones también los que en este día no están enamorados, pero tienen que hacer como si lo estuvieran.
Me pongo a pensar, entonces, en los millones de personas que en este día se sienten desgraciadas porque socialmente se les ha metido la idea en la cabeza de que quien no tiene regalo ese día es porque nadie le ama. Esos "desgraciados" van a tener, encima, que ver a los demás presumiendo de ser las elegidas o los elegidos por alguien (a la gente le encanta eso de recibir flores en la oficina delante de todo el mundo, como en los happy ends de las pelis románticas de la industria hollywoodiense).
Al capitalismo le importa un bledo la soledad de la gente y la frustración que causa la idealización del amor como medio para alcanzar la armonía y la felicidad eterna. Lo importante es hacer caja y vender joyas, perfumes, tecnología, electrodomésticos, viajes y objetos de lujo que no se compran a diario.
Yo siempre me solidarizo con la gente que hace regalos todo el año, no solo cuando marcan las festividades comerciales. También me solidarizo con los que no hacen demostraciones de poderío amoroso el día de moda, y en cambio demuestran su amor día a día, apoyando, cuidando, y tratando de hacer feliz a su pareja.
Así que creo que me gustaría más una fiesta para hacer regalos a la gente que uno quiere, y no necesariamente tener que comprarlos. Tiene mucho más valor algo que hemos hecho nosotros: poesías, cartas de amor, una cena cocinada por nosotras, bufandas tejidas a mano, pulseras trenzadas con hilos, esculturas de madera talladas con nuestras manos, pasteles de chocolate cocinados en el horno, flores recogidas del campo, álbums de fotos decorados por nosotras mismas.... Nuestro ser, nuestra acción, nuestro tiempo, nuestra creatividad es lo que le da valor a los objetos que intercambiamos para demostrar que nos queremos.
En definitiva, si se trata de celebrar, celebremos que estamos viv@s y nos queremos, y expandamos el cariño más allá de la pareja, que falta nos haría un poquito de amor a la comunidad en la que vivimos.
En definitiva, si se trata de celebrar, celebremos que estamos viv@s y nos queremos, y expandamos el cariño más allá de la pareja, que falta nos haría un poquito de amor a la comunidad en la que vivimos.
Hay mucho odio de fondo invisibilizado por los corazones rojos que inundan los escaparates; mucha desconfianza entre la gente, entre las clases sociales, las razas, los vecinos del barrio. Si dejásemos de ir a lo nuestro por un rato y nos dedicásemos a dar amor a los que más lo necesitan, el mundo sería mejor.
Pero no; estamos comidos por nuestras frustraciones (vaya mierda de regalo, ¿por qué nadie me quiere?, nadie me sorprendió en la oficina, yo pensaba que me amabas...) y deseos de alcanzar unas metas utópicas, como por ejemplo, el matrimonio feliz, que son soluciones individualistas a la crueldad y desigualdad del mundo en el que vivimos.
Ante el miedo a la soledad, el paro, la precariedad, el deterioro de las condiciones de vida que estamos sufriendo, y el destrozo del planeta, lo que nos ofrece la publicidad es el sueño de una pareja perfecta; amar entonces se plantea como un acto egoísta, escapista, de evasión. Y es que el amor romántico es un paraíso artificial individualista: el mundo puede estar en guerra, pero yo me refugio contigo en nuestra casa, con nuestro perro, nuestro coche, nuestra hipoteca. Así todo sigue igual, así seguimos yendo cada uno a lo suyo, en lugar de luchar todos unidos por cambiar lo que no nos gusta, por defender nuestros derechos, por acabar con el odio que provoca guerras, matanzas, opresión y violencia.
En este día, más que nunca, es evidente que esa salvación a través del amor hacia una sola persona es una utopía individualista, y que es un espejismo ilusorio que desaparece al día siguiente, cuando todo sigue igual. Por eso la publicidad nunca apuesta por el amor hacia nuestros semejantes; para el sistema es siempre mejor que la gente siga la máxima del sálvese quién pueda, y búscate a alguien que te acompañe.
San Valentín nos ofrece la posibilidad de olvidarnos, por un día, de este mundo que habitamos, para soñar con el amor romántico, imaginándolo, recreándolo o echándolo de menos. Y nosotros y nosotras, hacemos como que nos lo creemos.
En este día, más que nunca, es evidente que esa salvación a través del amor hacia una sola persona es una utopía individualista, y que es un espejismo ilusorio que desaparece al día siguiente, cuando todo sigue igual. Por eso la publicidad nunca apuesta por el amor hacia nuestros semejantes; para el sistema es siempre mejor que la gente siga la máxima del sálvese quién pueda, y búscate a alguien que te acompañe.
San Valentín nos ofrece la posibilidad de olvidarnos, por un día, de este mundo que habitamos, para soñar con el amor romántico, imaginándolo, recreándolo o echándolo de menos. Y nosotros y nosotras, hacemos como que nos lo creemos.
Un poquito de humor para sobrevivir a este día:
Otros artículos de la autora:
No es una crisis: es que ya no te quiero
El beso de Iker a Sara
El Amor de Coca Cola
Amores de Graffiti