A muchas de las mujeres de hoy en día nos pasa que no nos resulta fácil encontrar un compañero sexual dispuesto
a disfrutar sin miedos del sexo y del amor. Hablamos lenguajes diferentes, entendemos el amor de manera diferente, tenemos objetivos diferentes. Ellos quieren sexo y poder, nosotras queremos amor. Ellos aman su libertad, nosotras les amamos a ellos.Y en estas condiciones, resulta muy difícil encontrarnos, desnudarnos y compartir placeres sin más objetivo que intimar y disfrutar del sexo y del amor.
El patriarcado educa a los hombres para que aprendan a diferenciar el sexo del amor. Por eso
les cuesta tanto cuidar amorosamente a su compañera de juegos durante el
encuentro sexual. No importa si es una compañera sexual de una o de cien
noches: no logran disfrutar plenamente porque están programados para
dominar, para conquistar mujeres y para defenderse del amor.
Los hombres
patriarcales creen que hay dos tipos de mujeres: las buenas, de las que te
puedes enamorar y con las que te puedes casar, y las malas, con las que follas
pero no te comprometes emocionalmente. A unas las tratas como a princesas, a
las otras como piezas de caza, o como objetos de usar y tirar. Bajo esta
lógica de desprecio hacia las mujeres, la sexualidad femenina se piensa en función del deseo masculino: los
cuerpos de las mujeres están para ser contemplados y penetrados por los
hombres. Las mujeres se dejan o no se dejan, y en torno a estas resistencias
los hombres han de emplear todas sus armas disponibles para conquistarlas.
Los hombres dedican mucho tiempo de sus vidas y muchas energías a demostrar su virilidad y a competir con
los demás para ver quien la tiene más larga y quién conquista más mujeres. Las
mujeres en el patriarcado servimos para que ellos exhiban su
potencia sexual y su fertilidad: un hombre es más macho cuantas más mujeres
conquiste, enamore y embarace.
Para los machos
patriarcales nosotras no somos compañeras: los únicos iguales a los hombres son
los hombres. Nosotras somos el enemigo y la mejor arma que tienen para
dominarnos es el amor, a través del cual nos sometemos voluntariamente y nos
entregamos apasionadamente. No hace falta que nos obliguen a arrodillarnos:
sólo tienen que enamorarnos sin enamorarse.
En la guerra
entre hombres y mujeres, el que se enamora pierde, por eso es tan importante
para ellos poder gozar del sexo libres de ataduras emocionales. Una de las
mejores formas para evitarlo es situar a las mujeres debajo de ellos,
considerarlas inferiores, seducirlas con engaños, y utilizarlas para sus fines.
Los hombres
patriarcales han sido educados para ganar todas las batallas y para ejercer su
poder sobre los demás, por eso a tantos les cuesta aceptar un “no” por
respuesta. Para ellos el sexo no es un intercambio de placeres entre dos
personas libres, sino una demostración de poder y de virilidad.
El modelo que tienen
la mayor parte de los hombres patriarcales para interaccionar sexualmente con
las mujeres es el mito de Don Juan, el hombre seductor que las engaña a todas y
les destroza el corazón, que se burla de sus guardianes y presume de su poder
delante de los demás machos.
Los don juanes
de hoy en día siguen siendo igual a los de antes: mentirosos, aduladores, inmaduros,
miedosos, machistas, con complejos de inferioridad y de superioridad, estafadores
emocionales que se aprovechan de la necesidad de amor en la que nos han educado
a las mujeres.
Las reglas del
cortejo patriarcal siguen siendo las mismas que hace siglos: para conseguir
tener sexo con mujeres, los hombres tienen que ofrecer amor. Para seducirlas, endulzan
sus oídos con palabras hermosas, y simulan una pasión desenfrenada y cegadora. El
objetivo es que ellas lleguen a sentirse el centro de la existencia del
pretendiente, que se crean las únicas, que se sientan importantes: por eso se
dirigen directamente a su Ego. Utilizan la misma estrategia para derretirlas a
todas: exaltan su belleza, les hacen sentir especiales, y les hablan de futuro.
A la mayor parte
de las mujeres que se fascinan con un Don Juan les encanta escuchar los halagos
y falsas promesas, es como una droga que les entra por los oídos y que aumenta
su autoestima y su Ego. Las mujeres sin el amor de un hombre no son nada, por eso esta necesidad de ser amada para sentirse importantes. Como además
tienen menos dinero y poder que los hombres, les gusta que el pretendiente haga
exhibición de sus recursos y sea generoso con regalos y detalles durante el
cortejo (joyas, flores, bombones, teléfonos, tablets, recargas prepago o
sesiones en el salón de belleza). Cuanto más generosos son ellos, más valiosas
se sienten ellas y más locamente se lanzan al amor: sin paracaídas, ansiosas de
vivir un romance como los de las novelas o las películas, abiertas a escuchar
todas las mentiras del mundo para aumentar un poco su machacada autoestima.
Don Juan lleva
repitiendo lo mismo unos cuantos siglos: “Nunca había conocido a nadie como
tú”, “Tú no eres como las demás”, “Qué ojos/sonrisa/boca/manos/cuerpo
tan hermoso(s)”, “Eres una mujer maravillosa/guapa/especial/única”, “Nunca
había sentido esto tan fuerte que estoy sintiendo por ti”, “Eres mi princesa y
quiero que vivas a mi lado como una reina”, “Por ti soy capaz de cualquier
cosa”, “Yo te traigo la luna y todo lo que tú me pidas”, “Yo quiero casarme
contigo y formar una familia”, “Cada día veo más claro que eres la madre de mis
hijos”, “Agradezco a la vida haberte conocido y poder ver cada día esa sonrisa maravillosa”,
“Quiero que te conozca mi madre para que bendiga nuestra unión”, “Eres la rosa
más hermosa de la creación”, “a ti si que voy a amarte para siempre”, y otras
cursiladas parecidas que hacen las delicias de las mujeres educadas en la
tradición patriarcal.
Lo que
mejor les funciona es la palabra mágica
“para siempre”, o “para toda la eternidad”. Ellos creen que no hay nada más
excitante para el oído de las mujeres que los tiempos conjugados en futuro
inmediato o futuro lejano, saben que ellas necesitan certezas, seguridades,
compromisos firmes, así que fingen que ellas tienen el poder (se arrodillan
para declarar su amor) y para que crean que están dispuestos a llegar hasta el
final (campanas de boda).
Esta forma de
cortejo basada en la adulación se puso de moda en la Edad Media, cuando los
caballeros que querían entrar en la corte seducían a las damas de la nobleza
para enamorarlas y poder ascender socialmente a través del matrimonio.
Inventaban canciones y poemas que recitaban arrodillados frente a la ventana
del torreón, y competían entre sí para ver quién era más cursi y convincente.
Luego vino el
Don Juan, el coleccionista de almas inocentes y virgos rotos que una vez
logrado el objetivo (meterla y correrse) huye como si le persiguiera el diablo.
Don Juan es ese macho ibérico promiscuo y mentiroso que va destrozando corazones
y desvirgando doncellas por el mundo para sentirse poderoso y para reafirmar una y otra vez su
frágil masculinidad y su dudosa heterosexualidad.
A Don Juan no le
importa el daño que causa en sus amantes y en los hijos que va sembrando por la
vida: lo que le pone cachondo de verdad es la admiración y la envidia que causa
en otros hombres. A Don Juan lo que le excita es ganar la competición de caza y
alardear de sus conquistas delante de los demás machos, mucho más que el propio
encuentro sexual con las mujeres a las que conquista.
Esto lo
explicaba muy bien en su tesis el doctor español Don Gregorio Marañón, que
habla sobre la posibilidad de que Don Juan fuese homosexual reprimido, o
tuviese algún tipo de disfunción sexual que le hacía utilizar a las mujeres
para ocultar lo que tuviera que ocultar. Al muchacho le preocupaba más la
cantidad que la calidad, por eso tantos machos de hoy en día siguen presumiendo
del número de sus conquistas sexuales, no de la calidad de sus encuentros
sexuales.
Cuanto más
inseguro y miedoso es un hombre, más amor y admiración necesita, y más víctimas
dejará en el camino: los hombres con problemas de erección, micropenes, mutilación
emocional o complejos e inseguridades varias son los que más conquistas hacen y
los que nunca repiten con la misma. Su huida es el reflejo de su miedo, y
cuanto más miedo tienen, más daño hacen. Para ellos el fin justifica los
medios: esta es la razón por la cual les resulta imposible relacionarse como
adultos, desde la igualdad, la honestidad y la sinceridad. Para ellos el amor
no es un placer, sino una guerra en la que siempre quieren ganar.
El macho
patriarcal pone en primer plano la defensa de su libertad y su soltería, y se
cree con derecho a disfrutar de la diversidad sexual, mientras a nosotras nos
la prohíben (nosotras somos unas degeneradas/putas/ninfómanas si hacemos lo
mismo que Don Juan, o sea, si nos entregamos al placer con varios hombres sin
comprometernos emocionalmente con ninguno).
A algunos machos
patriarcales les cuesta aceptar con deportividad y elegancia el rechazo: creen
que cuando una mujer le dice NO es que en realidad quiere decir que sí: lo que
quiere es parecer decente para que la insistas, y si perseveras en tu tarea,
ganas seguro y ella baja todas sus resistencias y se entrega plenamente al
amor.
Las mujeres de la época de Don Juan tenían que proteger su virginidad y
su reputación, y los hombres tenían que destrozar ambas con promesas de amor y
de futuro. Si una mujer se entregaba a la primera no servía como esposa, sólo
como amante, por eso todas intentaban resistirse a las peticiones de los
hombres, aunque lo estuviesen deseando.
Hoy en día
seguimos igual: la que dice que no es
una virtuosa (aunque hay que follársela igualmente, no importa lo difícil que
sea la conquista), la que dice que sí
es una fresca y una guarra que no se respeta ni a sí misma. A los machos les
excitan más las mujeres virtuosas, porque son más difíciles de conquistar, y
porque son piezas de caza más valiosas. A Don Juan no le gustaban las mujeres
casadas, ni las prostitutas, ni las mujeres empoderadas: él iba a por las
vírgenes, las inocentes, las monjas y las doncellas encerradas en sus palacios.
Don Juan es un
triunfador porque de lo pesado que se pone, logra siempre su objetivo. Es por
esto que los babosos creen que tienen que insistir cuando reciben un no por
respuesta: saben que las doncellas al final se rinden y se dejan como en la leyenda de Don Juan, y si no se dejan, igual hay que forzarlas un poquito..
Casi todos los
machos patriarcales se sienten atractivos y poderosos, por eso su Ego y su
frágil masculinidad no soportan que una mujer no se derrita de inmediato ante
sus encantos y sus estudiadas técnicas de cortejo. De fondo hay una especie de miedo
al rechazo y al fracaso, y mucho rencor latente hacia las mujeres, tanto a las
que “se dejan” (son todas unas putas) como a las que “no se dejan” (son unas
estrechas pero lo están deseando).
Este odio es
permanente en las relaciones que establecen los hombres machistas con las
mujeres, por eso pasan tan rápidamente de los halagos a los insultos, las amenazas, las
humillaciones, el acoso: algunos se ponen muy violentos cuando quieren tener libre acceso a
nuestros cuerpos y no pueden. Es un tema de poder. No quieren sexo cuando nos
acosan y nos violan, individualmente y en grupo. Lo que quieren en realidad es
sentirse poderosos, y alardear de su poder delante de los demás machos, como
dice la antropóloga argentina Rita Segato.
Creo que por eso a los hombres más machistas les cuesta tanto ligar y disfrutar del sexo y del amor. Su afán
por dominar y ejercer el poder les impide tener
relaciones bonitas, profundas y placenteras con las mujeres, porque no se relajan nunca, siempre están alerta.
Mientras sigamos
siendo para ellos animales a los que cazar y penetrar, mientras se sigan
defendiendo del amor y de las mujeres, va a seguir siendo muy difícil disfrutar
del sexo: poner tantos muros, cerrojos y cadenas sólo les permite tener
experiencias superficiales e insatisfactorias que les dejan y nos dejan una
tremenda sensación de vacío.
Son pocos los
hombres patriarcales capaces de disfrutar de una experiencia sexual desde el
amor, la ternura y los buenos tratos: la mayoría creen que el sexo es algo
sucio que practican con mujeres sucias que no merecen ni una pizca de cariño.
De hecho, creen que cuanto peor nos traten, más vamos a someternos y a mendigar
su amor. Y lo peor es que tienen razón.
No tienen ni
idea de cómo funciona la sexualidad femenina de las mujeres porque el porno les
da una visión muy pobre del placer, centrado en su falo y la penetración y en acabar
cuanto antes para demostrar la fuerza de su semen. No les gusta hablar de sexo
con sus compañeras, ni se molestan en preguntarles qué es lo que les
eleva a los cielos, o qué es lo que no les da placer. En esas condiciones, las
mujeres fingen los orgasmos para no herir la masculinidad frágil de sus
compañeros, o para que dejen de apretar el clítoris como si fuese un botón, o
para que terminen cuanto antes porque no se están divirtiendo. Todo se centra en ese miedo de los hombres a no parecer machos de verdad, a no dar la talla, a no tener el poder.
Cuando se
termina el folleteo, lo primero que hacen es preguntar para saber si lo han
hecho bien y si se han quedado extasiadas con su potencia de macho. Lo segundo
que hacen es advertirnos: “Nena, no te enamores de mí, que soy un mutiladoemocional”. Presumen de su discapacidad para disfrutar de sus sentimientos y de
sus relaciones porque creen que las emociones y los afectos es cosa de mujeres.
Ellas son las que aman y entregan su poder al amado, ellos mientras sacian sus
necesidades sexuales sin quitarse la armadura. Y así nos va.
Los mejores
orgasmos sólo pueden darse cuando los compañeros sexuales se sienten libres e
iguales, cuando se tratan con respeto y ternura, cuando ambos están desnudos,
se sienten seguros y en confianza, no tienen miedo de la otra persona, no
tienen ninguna necesidad de manipular o de poseer a la otra persona, no
construyen muros defensivos, y se entregan al placer desde la complicidad, las
risas, el juego y las ganas de disfrutar y hacer disfrutar a la otra persona.
El día que
seamos capaces de relacionarnos como compañeros y compañeras, podremos
liberarnos de toda la carga patriarcal y de todas las luchas de poder desde las
que nos relacionamos ahora. Ligamos con mentiras y engaños, elaboramos
estrategias de guerra para domar al enemigo, reprimimos y disimulamos nuestras emociones, no sabemos cómo pactar para asegurarnos mutuamente el disfrute, es realmente un desastre.
No sabemos cómo
cuidar a nuestras parejas sexuales ni cómo cuidarnos a nosotras mismas para que
el amor sea un placer y no un sufrimiento. Mientras los hombres sigan arriba y
las mujeres abajo, el patriarcado seguirá jodiendo nuestros encuentros sexuales
y seguirá boicoteando nuestros orgasmos.
Así que igual
estaría bien que los hombres se trabajen su masculinidad y su forma de
relacionarse entre ellos y con nosotras. Es urgente también plantearnos
colectivamente que otras formas de ligar y de follar son posibles, que otras
formas de relacionarnos sexual y afectivamente son posibles. Sólo hay que
liberar al sexo y al amor de la misoginia y el machismo que nos ponen tantas
barreras al disfrute, liberarse de los miedos, y cuidarnos. Cuidarnos a
nosotras mismas, cuidar al otro y dejar que nos cuiden, no importa si la
relación dura una noche o veinte años.
En el fondo es
una cuestión de sentido común: cuanto más libres seamos, más disfrutaremos. Se
folla mejor con alguien a quien admiras y aprecias, con alguien a quien puedes
mirar a los ojos y relacionarte de tú a tú. Yo estoy convencida de que la clave
para compartir placeres y disfrutar de nuestras relaciones es el compañerismo,
el buen trato y los cuidados mutuos. Que al final de lo que se trata es que lo
pasemos todos bien y disfrutemos del amor y de la vida en buenas compañías.
Coral Herrera Gómez
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