La mayoría de la gente hacemos daño a los demás por ignorancia, por falta de sensibilidad y empatía, y la mayor parte de las veces, sin darnos cuenta. La prueba es que cuando tomamos conciencia de las violencias que sufrimos y ejercemos, la mayoría somos capaces de asumir nuestra responsabilidad, y cambiar nuestra forma de actuar y de relacionarnos.
Es cierto que hay mucha gente que disfruta viendo sufrir a los demás, pero ningún ser humano nace violento: la violencia se aprende.
Y lo mismo que se aprende, se puede desaprender.
¿Cómo aprendemos a disfrutar del sufrimiento?
En nuestra cultura muchas de las fiestas populares torturan a los animales, y los adultos llevan a los niños y a las niñas a estos espectáculos para que se insensibilicen, y para que entiendan que si todo el mundo ríe y aplaude es porque el dolor de un ser vivo es algo divertido.
Los niños y niñas nos escuchan contar chistes sobre gente con discapacidades, gente con enfermedades o malformaciones, gente que pertenece a colectivos marginados y discriminados, y así van entendiendo que al reírte de los más débiles, te distancias de ellos, y te colocas en un nivel superior.
Para que ellos también puedan disfrutar haciendo sufrir, se les invita a cazar lagartijas, cangrejos, pececitos y a torturarlos en un cubo de agua durante horas. También se les permite tratar mal a gatos, perros y demás animales domésticos porque los adultos saben que así aprenden a usar su poder sobre los demás. Es una especie de entrenamiento, para que se sientan superiores a los animales más pequeños, y para que después los niños se diviertan haciendo sufrir a otros niños y niñas.
La mayor parte de las violencias que sufrimos y ejercemos van acompañadas de risas.
Por ejemplo, esos vídeos en los que salen bebés pegandose entre ellos o a ellos mismos acompañados de risas enlatadas para que a todos nos parezca muy gracioso ver como se hacen daño.
Desde la más tierna infancia, ellos nos ven en grupo haciendo bromas hirientes y bromas crueles a las personas más vulnerables del grupo, y rápido ven que las personas que más daño hacen son las más respetadas.
También aprenden a justificar su violencia: cuando hacen sufrir a otros niños y se les va la mano, pueden excusarse con el argumento de que "era una broma" Así se puede señalar a la víctima que llora como una exagerada que no aguanta ni una. Una variante de esto es señalar a la víctima como culpable de las agresiones que recibe: "me miró mal y por eso tuve que romperle la nariz", "si no fuera tan maricón, nadie le pegaría", "llevaba la falda muy corta, iba provocando que la violaran"
Otra manera de enseñar a los niños a divertirse con el sufrimiento es sometiendoles a una exposición constante a la violencia a través de las pantallas. La mayor parte de los contenidos audiovisuales se dedican a glorificar y exaltar al macho violento sin emociones ni sentimientos, y a insensibilizar a la audiencia para que soporte todo tipo de violencias y aprenda a disfrutar con ellas. No hablamos solo de peleas, tiroteos, violaciones, guerras, sino de contenidos con violencia psicológica y emocional en el que uno o varios hombres se dedican a humillar, insultar, vejar y destrozar a otros hombres o mujeres.
La violencia está tan "normalizada" que es casi invisible: por eso nos parece normal que haya once millones de españoles en la pobreza, que maten a las personas en las fronteras, que los políticos y sus familiares se hagan ricos con el dinero que ponemos entre todos...
Nos parece normal que los políticos destrocen nuestro patrimonio común, que maltraten a sanitarios y docentes, que vendan nuestros hospitales, que cierren los servicios de urgencias. Nos parece normal que las mujeres pobres tengan que abrir sus orificios para que hombres desconocidos eyaculen en ellos, o que tengan que vender a sus bebes para poder alimentar a sus hijos mayores.
Nos parece normal porque es el pan nuestro de cada día: es lo corriente, es lo común. Para los hombres alquilar mujeres es lo mas normal del mundo, no lo perciben como violencia porque no son sus madres ni sus hermanas ni sus hijas las que tienen que alquilar su cuerpo.
¿Cómo se defiende la gente cuando les señalamos sus violencias? Generalmente con un ataque: al que protesta se le acusa de no tener sentido del humor o de ser "demasiado" sensible, como si la sensibilidad fuese un tremendo defecto.
Los padres que tienen hijos varones se preocupan mucho cuando sus hijos son sensibles, cuando son bondadosos, cuando son buenas personas. La mayoría preferiría que sus hijos varones fuesen agresivos y violentos, y la excusa que te ponen es que quieren que sus hijos sepan defenderse de los niños violentos.
No se les ocurre la posibilidad de dejar de criar niños violentos. Prefieren tener hijos agresores que hijos agredidos. Caen en la típica trampa de siempre: "le estoy enseñando a ser violento solo para que se defienda".
¿Cómo acabar con la violencia y el sufrimiento?
¿Qué hacer para que todos y todas podamos tomar conciencia de las violencias que sufrimos y ejercemos?, ¿cómo dejar de disfrutar viendo a los demás sufrir?
Creo que hace falta una toma de conciencia colectiva. El mundo está lleno de gente con gafas que ha desarrollado sus niveles de conciencia de una forma asombrosa. A mí me admira mucho esta gente, porque no es nada fácil vivir con tal grado de lucidez y de sensibilidad.
Cuanta más lucidez, más fácil es deprimirse, como me pasa a mí a medida que voy tomando conciencia de las violencias que sufro y ejerzo. Y como sé que el cambio empieza por mí, busco la manera de trabajarme mis prejuicios, mis violencias, y la forma en que uso mi poder.
La mayoría de la gente que ha tomado conciencia es generosa y optimista, y le pone todo el amor del mundo a señalar a los demás todo aquello que no vemos, o que no queremos ver.
Lo hacen a diario en redes sociales y en las calles, en sus centros de trabajo, en su vecindario: trabajan por un mundo mejor, sueñan con un mundo sin sufrimiento y luchan por los derechos humanos de la infancia, de las mujeres, de los animales y las plantas, del planeta Tierra.
Mucha de esta gente se deja la piel investigando, divulgando conocimientos, aportando datos, y haciendo circular la información: nos sacan de nuestra ignorancia y apelan a ese ser sensato, bondadoso y sensible que se esconde dentro de cada uno de nosotras y nosotros.
Gracias a ellos y a ellas podemos sacudirnos de encima la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, y rebelarnos ante injusticias que antes no nos conmovían o que creíamos que eran inevitables.
Una vez que tomas conciencia de que hacer sufrir a una persona para ejercer tu poder o para divertirte es violencia, comprendes enseguida que no puedes victimizarte, que tienes que hacerte responsable, y que la revolución empieza en tí. El cambio inicia cuando comienzas a ponerle atención a tu forma de relacionarte con los demás, a entrenar la empatía y a hacer autocrítica amorosa.
Mucha gente se va insensibilizando con la edad y la sobresaturación de información ante el horror del mundo en el que vivimos. Mucha gente necesita sumergirse en otras realidades y escapar de ésta usando los relatos, las drogas, los deportes, las pantallas o la fiesta. Se vive mejor en la ignorancia, por eso hay tanta gente que va con la vida con una venda puesta.
Sin embargo, algunas personas vamos al revés: cuanto más leemos, cuanto más aprendemos, cuanto más crecemos, mayores son nuestros niveles de sensibilidad, de conciencia y de compromiso.
Nos quieren ciegos, nos ponemos gafas
A mí de pequeña me resultaba intolerable el nivel de maltrato contra los animales, no soportaba las peleas en el patio del colegio, no podía ver películas violentas, y lloraba pensando en el sufrimiento que está causando la autodestrucción colectiva. Yo ya llevaba las gafas ecologistas y animalistas puestas, y el mundo me dolía una barbaridad.
De adolescente me refugié en mi mundo ideal porque no me gustaba la realidad, y me resistí todo lo que pude. Pero me faltaba visión: no era consciente de cómo yo usaba mi poder, ni del impacto que mis palabras y mis actos tienen en los demás, porque no sabía hacer autocrítica amorosa, y me faltaba humildad. Los malos eran siempre los demás.
Cuando me puse en las gafas el filtro violeta del feminismo, tomar conciencia del nivel de violencia contra las mujeres y mi forma de maltratarme a mí misma me resultó muy doloroso. Después de varios años mi nivel de agudeza visual va aumentando: cada día tomo conciencia de nuevas violencias que antes veía "normales" y naturales, y que pensaba que no podían cambiarse.
Cuando me puse el filtro del amor romántico, entonces pude empezar a ver cómo se me había metido el patriarcado dentro, y empecé mi proceso de liberación personal, que me llevó a volcarme en ayudar a todas las mujeres a tomar conciencia de la estafa romántica, y a generar las herramientas que necesitamos para liberarnos todas juntas, individual y colectivamente.
Cuando empecé a fabricar el filtro de la maternidad para mis gafas, me quedé horrorizada con la forma que tenemos de maltratar a la infancia, y comprendí que estas violencias con las que torturamos a los niños y las niñas son la raíz de todos nuestros problemas como especie.
En el embarazo empecé a quedarme sorda y me puse audífonos, y el filtro de la discapacidad, y entonces me di cuenta de lo duro que es el mundo para millones de personas que sufren discapacidades.
Si a esto le añades las gafas antirracistas, las de la diversidad, las de la edad, el antiespecismo, si te asomas a los libros y escuchas a las mujeres más sabias de nuestra cultura, si eres capaz de entender que lo personal es político, entonces no sólo aumenta tu lucidez, sino también tu rebeldía y tus ganas de trabajarte por dentro para, desde tu cambio personal, poder contribuir al cambio colectivo.
Con ellas cada vez soy más consciente no solo de las violencias que sufro, también de las que ejerzo. Ahora he aprendido a hacer autocrítica y a entender las relaciones de poder, y sé que estas estructuras no son inmutables y que otras formas de tratarnos son posibles.
Cuanto más tiempo pasa, mis gafas van aumentando su poder, más me duele el mundo y más me rebelo ante la idea de que no se puede hacer nada. Esta rebeldía para algunos es un signo de inmadurez, para otros un defecto que se soluciona siendo más egoísta, tratando de evadirte y escapar cuando puedas, y dejando que te invada la resignación y la indiferencia.
Yo sé que viviría mejor sin estas gafas, pero he optado por la lucidez como una postura política que me lleva a la ternura radical.
Es doloroso sentir con tanta intensidad el sufrimiento a mi alrededor, pero tengo la esperanza de que la gente se de cuenta de que la violencia no es inevitable, normal ni necesaria, y que todos y todas tenemos derecho a una buena vida, libre de explotación, sufrimiento y violencia.
Pasos para la toma de conciencia
1) El primer paso siempre es abrir los ojos y tomar conciencia: para mucha gente lavar un coche en un río, o arrojar colillas al mar es "normal", no lo sienten como un acto violento contra la naturaleza.
Para muchos otros hacer a sus hijos adictos al azúcar y a las pantallas no es violencia, simplemente transmiten sus adicciones a la siguiente generación sin pensarlo.
La mayoría de los hombres creen que acosar a las mujeres en la calle no es acoso, están convencidos de que nos encanta que tipos desconocidos nos den su opinión sobre nuestro aspecto físico cuando vamos solas.
Millones de personas tienen encerrados a animales en pisos pequeños durante más de diez horas al día y no sienten eso como violencia. Tampoco encerrar a un pájaro en una jaula para toda la vida. Es una bestialidad, pero para mucha gente es algo "normal": son incapaces de ponerse en el lugar del pájaro.
No percibimos como violencia dejar llorar a los bebés y no atenderlos, porque hay médicos que justifican esta barbarie y enseñan a las madres a ser violentas con sus propios bebés.
La tipa que se ríe de la compañera de trabajo porque está gorda no se da cuenta de lo cruel que es cada vez que hace burla de su aspecto físico. No percibe su propia maldad, y los que le ríen las gracias tampoco se dan cuenta, porque entre risas la violencia no parece tan violenta.
Usamos las burlas, las humillaciones y las bromas crueles para hacer daño a los demás y a pesar de eso nos sentimos buenas personas, porque la mayoría no nos damos cuenta del sufrimiento que causamos (sí, es cierto que hay gente que sí se da cuenta y disfruta haciéndolo)
Lo mismo en las aulas que en las oficinas, lo mismo en casa que en la calle y en las redes, el mundo está lleno de guerras, luchas de poder, y violencia. Discriminamos, excluimos, y nos reímos de la gente por su altura, por su color de piel, por su aspecto físico, por su forma de hablar, por su discapacidades, por sus malformaciones y sus enfermedades, por su falta de habilidades, por su forma de vestir, y aunque sabemos que hacemos daño, muchas creemos que tenemos todo el derecho de atacar a las personas que nos caen mal o que no nos gustan.
También creemos que tenemos derecho a hacer daño a las personas que admiramos cuando sentimos envidia.
Y a las personas que queremos cuando estamos enfadados, estresados o de mal humor.
Atacar a los demás para sentirnos poderosos nos parece lo más normal del mundo hasta que nos hacen daño a nosotros.
2) El segundo paso es tomar conciencia no solo de la violencia que ejercemos sobre los demás, sino también la que ejercemos contra nosotras mismas. Nos maltratamos a diario cuando nos miramos en el espejo y nos decimos cosas horribles. Nos machacamos los cuerpos para disciplinarlos y someterlos, nos obligamos a pasar hambre, nos jugamos la vida en los quirófanos, nos arrojamos a las adicciones sin control, nos quedamos en relaciones donde no nos saben cuidar ni querer bien, nos obligamos a hacer sacrificios, nos reprimimos constantemente, nos torturamos a nosotras mismas creyendo que el sufrimiento es inevitable y que sirve para conseguir lo que necesitamos.
Gracias al feminismo muchas mujeres estamos aprendiendo a querernos y a cuidarnos, y a cuidar nuestras relaciones con los demás: yo no puedo ser feliz rodeada de gente que sufre.
3) El siguiente paso es que aprendamos a cuidar la naturaleza y nuestras relaciones con los demás habitantes del planeta, y comprometernos con la responsabilidad que tenemos de construir un mundo mejor.
Cuidar de ti misma/o, cuidar de tus relaciones con otros seres vivos, cuidar los espacios que habitas, cuidar la naturaleza y el planeta: son las 3 cosas más importantes que aprendes cuando empiezas a tomar conciencia de que otro mundo es posible, y que tú puedes empezar por ti misma/o.
Hay esperanza
Hay muchas cosas que están cambiando: hoy sabemos que el maltrato psicológico y emocional es violencia, y hay muchas cosas que antes eran "normales" que hoy ya no lo son. Por ejemplo, antes no lo hacíamos y ahora llamamos a la policía si vemos a un hombre pegando a una mujer en la calle, y tratamos de defenderla.
Aún nos falta llegar al punto de ser capaces de defender a los niños que son golpeados por sus padres, pero estamos en ello: somos muchas las personas que estamos intentando que la gente entienda que los niños y las niñas son ciudadanas de pleno derecho, que no se puede golpear a ningún ser humano, tenga la edad que tenga, ni a los animales, aunque creas que te pertenecen a ti y por eso puedes hacer lo que te dé la gana con ellos.
Llegará un día en el que los hombres no se atreverán a pegar a los niños y las niñas en público, ni en espacios donde puedan ser escuchados o vistos.
Poco a poco vamos tomando conciencia colectivamente: antes se consideraba normal el trato degradante a las parturientas, hoy se tiene más cuidado porque hay miles de mujeres luchando contra la violencia obstétrica, y como consecuencia de ello hay más campañas de sensibilización para que las mamás exijamos nuestros derechos, y para que los profesionales los respeten. Gracias a esto están cambiando los protocolos en los hospitales, y pronto cambiarán las leyes para garantizar a todas las mujeres todos sus derechos durante el embarazo, el parto y el posparto.
El cambio es muy lento, es cierto. La gente prefiere vivir de ilusiones, y no tiene herramientas para practicar la empatía. Los medios siguen culpando a las víctimas de la violencia que sufren, es muy obvio en el caso de las mujeres que sufren violaciones en sus hogares o en la calle. Los periodistas siguen perpetuando el patriarcado usando los estereotipos y los mitos, y tratando de que creamos que los femicidios son casos aislados, pero nosotras en redes sociales estamos señalando a los agresores, pidiendo justicia, y ayudando a la gente a tomar conciencia.
La mayor parte de los comunicadores no tienen herramientas para tomar conciencia del machismo y la misoginia que llevan dentro, ni de la responsabilidad social que tienen en la construcción de un mundo mejor. Pero cuando reciben formación y campañas de sensibilización, la mayoría aprende a elaborar noticias correctamente.
Lo mismo sucede con policías, jueces, personal sanitario y docente: cuando les damos formación comienzan a tomar conciencia de la desigualdad y la violencia estructural que ellos sufren y ejercen todo el tiempo. Y como consecuencia, cambian su comportamiento a mejor.
Estoy convencida de que si dispusiéramos de herramientas para hacer autocrítica amorosa, podríamos darnos cuenta de cómo nos relacionamos con el mundo, y de cómo haciendo un cambio personal estamos contribuyendo al cambio colectivo. Porque es obvio que necesitamos transformar las estructuras, el sistema no funciona: en el planeta hay millones de personas sufriendo a diario violencias de todo tipo.
No poder comer es violencia, no poder ir al médico ni acceder a un tratamiento es violencia, no poder usar gafas o audífonos es violencia. Qu los bancos echen a la gente de sus casas después de recibir 60 mil millones del dinero de la gente es violencia.
Es la violencia de un sistema que permite a los políticos gobernar contra nosotros y nosotras: usar el dinero que ponemos entre todos para darselo a los bancos, para comprar armas que no necesitamos o para enriquecer a los millonarios es violencia. Maltratar al personal sanitario es violencia, privatizar hospitales es violencia, recortar en el transporte público para que los pobres vayan apretados en los vagones es violencia.
Vivimos en una guerra constante, para salir de ella solo hay que tomar conciencia de que todas y todos nos merecemos vivir una Buena Vida, libre de sufrimiento, explotación y violencia.
Es cierto que aún hay seres humanos que no saben que los animales y las plantas sienten alegría, pena, y dolor, pero también es cierto que hay mucha gente tratando de que todos tomemos conciencia de que no son objetos y nosotros no somos los dueños, y que son seres autónomos que sufren por culpa nuestra. Somos los responsables de la extinción de miles de especies porque estamos destrozando sus hábitats.
También es cierto que en las escuelas y en los medios nos enseñan a mutilar nuestra capacidad para la empatía, a competir entre nosotros, a relacionarnos desde la jerarquía, a aplastar a los demás para acumular poder, a abusar de la bondad de los demás para conseguir lo que queremos, y a no responsabilizarnos del daño que causamos en los demás cuando ejercemos nuestro poder de forma tiránica.
Pero todo lo que se aprende, se puede desaprender.
Y cuantos más docentes adquieran conciencia sobre lo importante que es poner fin a la violencia y situar los cuidados en el centro, más fácil será que la comunidad educativa entera tome conciencia y la filosofía de los cuidados forme parte del currículum educativo.
¿Qué hacemos mientras?
Seguir usando las redes para sensibilizar a los demás, seguir señalando las injusticias, enseñar a la gente a hacerse sus propias gafas para que vean la realidad, y proponer alternativas para construir un mundo sin sufrimiento y violencia.
A mí me ayudó mucho descubrir que la comunicación y la pedagogía son dos son grandes herramientas para concienciar a los demás. También me ayudó buscar a gente despierta, concienciada y comprometida: dejé de sentirme tan rara y tan sola, aprendí a ver mejor, a identificar mis prejuicios, a ensanchar mi mente y mi corazón. Y ahora me dedico a ayudar a los demás a identificar las violencias que antes yo no veía, y a aportar con mis conocimientos para la erradicación del sufrimiento.
Para demostrar que otro mundo es posible, que otras formas de relacionarse y de organizarse son posibles, que podemos cambiar las cosas, actúo con el ejemplo, que es la mejor vía de contagio social: si yo puedo cambiarme a mí misma y contribuir al cambio social, es más fácil que los demás sientan que también ellos pueden.
Me da mucha fuerza asomarme a las redes para ver a toda la gente que está aportando su granito de arena en sus comunidades, en sus barrios y plazas, en los parlamentos, en las instituciones, en las aulas, en los medios, y en sus propias casas.
Cuando me siento derrotada, les leo en sus muros y me animo pensando que el amor es una fuerza poderosa que puede vencer al odio, que la ternura es un acto político, que podemos acabar con el sufrimiento, que tenemos los medios, las habilidades y los conocimientos necesarios para que todas podamos vivir mejor, y que ellas lo están demostrando día a día.
Quiero terminar dando las gracias a todas las personas que me ayudan cada día a quitarme la venda, a abrir los ojos y el corazón, a tomar conciencia, y a soñar con un mundo mejor.
Coral Herrera Gómez
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