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22 de septiembre de 2022

El amor y la autodestrucción: cómo querer a quien no desea vivir.

 


¿Cómo cuidar y cómo cuidarte cuando alguien a quien amas se dedica a destruirse a sí misma/o?

Yo he amado y amo a personas que han elegido el suicidio lento: viven al límite, se descuidan al máximo, y se ponen en peligro para tentar a la muerte. Se hacen boicot a sí mismas, toman malas decisiones, se esclavizan a alguna adicción, destruyen su tejido social y familiar para acelerar su carrera hacia la aniquilación.

Algunos son conscientes del camino que han elegido y hablan de ello.

Otros no son conscientes y no lo hablan ni consigo mismos. Desean y temen a la muerte a partes iguales.

Al principio no tenía herramientas para lidiar con ello, ni comprendía por qué lo hacían, ni sabía cómo cuidarme a mí misma. 

Poco a poco he ido aprendiendo que hay muchas formas de auto destruirse, que cada cual elige la que más le conviene, y que yo no soy nadie para juzgar a los que eligen la auto destrucción lenta.

He ido aprendiendo a lidiar con esa mezcla de emociones fuertes y contradictorias en mi interior: la tristeza, la esperanza, la impotencia, la frustración, la rabia, y el miedo a perder a la persona que amas. 

He aprendido que no puedo bajar al pozo a por ella, sino tan solo tender mi mano por si quiere trepar hacia arriba buscando la salida. 

He aprendido a manejar mi complejo de salvadora y a tener humildad para que mi ego no me lleve a una lucha de poder con la otra persona. Es difícil pero una vez que aceptas la realidad, todo va mejor y no te peleas más. Por ejemplo, cuando deciden dejar la medicación, o dejar el trabajo, o toman decisiones extrañas que les van a llevar al desastre.

He aprendido que no tengo que hacer nada, que no soy tan importante, y que es suficiente con que sepa que la quiero y que estoy ahí para aliviar su sufrimiento en lo que pueda.

Hoy sé que pese a mi necesidad de que la otra persona siga viva, tengo que respetar el camino que ha elegido. Respetar, y si no hay reciprocidad, procurar que no me dañe a mí. 

El auto cuidado es fundamental porque cuidar a quien no se cuida es devastador, emocionalmente hablando. 

Y por eso debe ser temporal u ocasional, no hay quien lo resista durante mucho tiempo seguido.

He aprendido que sola es más duro, y que por eso es tan importante tener una red hermosa para cuidarnos y apoyarnos entre todos y todas.

He aprendido que no debemos financiar su carrera auto destructiva, y que no podemos salvar a quien no quiere salvarse. 

Es duro cuando nos vemos reflejados en sus ojos, y reconocemos en ellos a ese suicida que nos habita por dentro (y que creemos que tenemos más o menos controlado/a)

He aprendido que a veces queremos ayudar a los demás para no ocuparnos de nosotras, porque es más fácil salvar al otro que salvarte a tí misma. 

He aprendido a lidiar con la culpa, y a distinguir lo que es responsabilidad mía, y lo que no. 

Algunas de estas personas amadas me han desdramatizado el futuro y han usado el humor para ayudarme y ayudarse. 

Otras se han victimizado y han abusado de su poder, y otras en cambio se han alejado para no hacernos daño. 

Para mí lo más difícil es mantener el equilibrio entre la compasión y el establecimiento de límites para que no nos arrasen. 

He aprendido que cuando la otra persona pisa el acelerador, o cuando tú misma empiezas a sufrir mucho, tienes que soltar y asumir con humildad que no puedes hacer nada. Aunque te duela el alma.

Lo más doloroso es cuando suena el teléfono y contestas a la llamada que nunca querías recibir. Pero a veces también es un alivio.

En los años que te va a tocar de duelo, inevitablemente, te va a doler no haberte podido despedir, aunque en realidad te estuviste despidiendo todo el tiempo. 

Y te vas a preguntar muchas veces por qué, y si podrías haber hecho otra cosa, si podría haber sido de otro modo, como habría sido si hubiera ocurrido algo que cambiase la realidad. 

Y fantaseas, o les echas de menos, te enfadas a ratos, otras veces te ríes recordando momentos buenos, es un proceso largo. 

Ayuda contar con una buena profesional que te enseñe a cuidarte a tí misma y al grupo con el que compartes amor y cuidados, que te ayude a aceptar la realidad, a poner límites y a despedirte por dentro cuando llegue el momento.


¿A vosotras qué es lo que os ayuda?, ¿os ha tocado alguna vez vivir esto?, ¿contabais, o contáis con una red de cuidados?


Coral Herrera Gómez 


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17 de julio de 2022

Aprender a morirse con amor, desde la Filosofía de los Cuidados


Admiro mucho a la gente que se despide de la vida y de los suyos con amor. Gente que lo deja todo preparado para que su muerte no sea un problema, ni un desastre, ni genere guerras de ningún tipo entre sus familiares. 

Gente que se esmera en no dejar deudas emocionales de ningún tipo, que antes de irse es capaz de pedir perdón y de ir cerrando historias con su gente para que nadie se quede sin hablar las cosas difíciles que hay que hablar, o las cosas que nunca nos atrevimos a decir, pero que hay que decir para quedarnos todos y todas en paz. 

Me admira mucho la generosidad y la ternura con la que algunas personas preparan su despedida, las cosas que hacen con sus manos y las cartas de cariño que escriben como recuerdo, las conversaciones profundas que sostienen con sus seres queridos, y la manera en que arreglan los papeles para que la familia no tenga que sufrir la pesadilla de la burocracia. 

Es poca la gente que logra irse así, la mayoría de las personas somos incapaces de hablar de nuestra propia muerte y de prepararnos para ella con dignidad y amor. En casi todas las familias se habla de la muerte en pasado, de los familiares que se fueron, pero no de los que van a morir. Fingimos ser eternos y negamos la muerte hasta que nos pega el zarpazo y nos deja destrozados.

En la escuela nos podrían dar herramientas para aprender a cuidar a nuestra gente querida cuando nos vamos a ir de esta vida. 

Cuidar significa, entre otras cosas, ahorrar sufrimiento a los tuyos, y no usar tu muerte para hacer daño a tus seres queridos: para hacer chantaje emocional, para vengarse, para castigar, para decir la última palabra y dejar a tus seres queridos sin posibilidad de réplica. 

Necesitamos también un método de autodefensa emocional para poner límites a los muertos que nos quieren destrozar la vida:  hay gente que imagina con placer su funeral y disfruta imaginando el dolor de los suyos, y se deleita con el inmenso poder que va a seguir ejerciendo desde la ausencia. 

Hay gente que sigue manipulando emocionalmente a los demás muchos años después de su muerte. Por ejemplo, todos los que quedan traumados por la falta de cuidados y atención en su infancia, por los abusos sexuales y los maltratos que sufrieron, los que no pudieron denunciar al muerto cuando estaba vivo y siguen apareciendo en sus peores pesadillas. 

Hay gente que se va dejando deudas económicas, corazones destrozados, asuntos varios sin resolver, hijos e hijas no reconocidas, o secretos inconfesables que salen a la luz en el funeral, y que pueden convertir la vida de sus seres queridos en un infierno. Por ejemplo, esos hombres que llevan una doble vida y consiguen que todas sus mujeres, hijos e hijas se conozcan el día del entierro. Les importa poco o nada el dolor que causa en las esposas el saber que su vida entera fue una mentira, una estafa total, y el de las amantes por haber permanecido años en la sombra, ninguneadas e invisibilizadas. 

Hay gente egoísta que es capaz de escribir cartas o mensajes sin derecho a réplica, e incluso es capaz de culpar a alguien de su muerte sin darle la oportunidad de defenderse, con el objetivo de amargarle la vida con la culpabilidad, que a muchos/as les acompañará hasta la tumba. 

Así que hay que tener herramientas para que todos podamos valorar lo importante que es irse con la conciencia tranquila, cuidar a tus seres queridos hasta el final, y poder desear que sean felices sin tí. Aprender a dejar como legado un recuerdo maravilloso, mucho amor y mucha paz. 

Ojalá pudiésemos aprender todo esto en la escuela: a morirnos sin hacer daño a nadie, a no dejar deudas a nadie, a prepararnos y preparar a los demás para la despedida, a decir adiós con mucho amor, a cuidar a los que se quedan, a cuidar a los que se van, y a dejarlos ir en libertad cuando llega su momento. 

Ojalá todos y todas pudiéramos cuidarnos y cuidar en el proceso de la muerte e irnos de esta vida, ya sea voluntaria o involuntariamente, con mucha dignidad y tranquilidad, sin violencia y sin dolor. 

Ojalá liberados de todo, rodeados de muchos cuidados y mucho amor.

Coral Herrera Gómez 


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18 de febrero de 2018

Despacito: tenemos derecho a nacer y a morir sin prisas



Cuando mis abuelos murieron dejamos pasar unos minutos antes de llamar a las enfermeras para poder seguir hablando con ellos, para continuar agarrando su mano y acariciando su frente, para besarlos, para que no los reanimasen y para que no se los llevasen.

Primero murió mi abuelo, y cuando avisamos a las enfermeras de su fallecimiento, corrieron a darle descargas eléctricas para reanimarlo. Me dolió en el alma porque lo sentí como un acto lleno de violencia y crueldad. Dos meses después, cuando mi abuela se estaba muriendo, entraron las enfermeras a cambiarle los pañales. Me tuvieron que sacar de la habitación porque me moría de la rabia: "todas tenemos derecho a morir en paz, como se puede ser tan cruel", le grité a las enfermeras. Ellas estaban cumpliendo con su protocolo, y lo que querían era ya terminar de cambiar todos los pañales para rellenar las hojas y seguir con la siguiente tarea (repartir la merienda), pero me dolió tanto que fuesen tan insensibles. El protocolo médico es brutal e inhumano: no nos deja morir en paz, no nos deja nacer en paz.

La muerte es un  proceso lento, y empieza incluso antes de que se pare el corazón. Los humanos que llegamos a viejos podemos durar días y meses muriéndonos hasta que nuestros corazones se paran. Cuando esto sucede, el cerebro no muere de inmediato, por eso cuando una persona es reanimada y su corazón vuelve a latir y recupera la consciencia, puede describir perfectamente lo que estaba pasando en la habitación durante el tiempo que estuvo muerto.

Los humanos no sabemos vivir la muerte ni dejamos que la gente se muera tranquila en los hospitales. Cuando se exhala el último suspiro, no hay tiempo para el recogimiento, el silencio, las despedidas. Generalmente el personal de los hospitales empiezan enseguida a moverse: encienden las luces azules, abren las ventanas para que se vaya la energía de la vida y la muerte que se mezclan y forman una masa densa que invade toda la habitación, desconectan los cables, empiezan a recogerlo todo, meten utensilios de limpieza en la habitación, empiezan a gestionar la cama para el próximo visitante, y se impone la vida: termina una cosa y empieza otra. Los familiares y amigos empiezan a llamar por teléfono, a recoger las pertenencias del muerto, a hablar del muerto como si no estuviera ahí. Pero está, y su cerebro y sus genes están trabajando.Y su energía sigue ahí, mientras se va desconectando poco a poco.

Por eso es tan importante poder morir en paz, tranquilos, rodeado de la gente a la que quieres, sin prisas y sobre todo sin interrupciones: la muerte es lenta y tiene su propio proceso, y todos los seres humanos tenemos derecho a morir despacito, a despedirnos, a disfrutar de las últimas emociones y los últimos recuerdos que nos trae la parte del cerebro que muere en último lugar: la memoria. Hay gente que al ser "resucitada" por la reanimación cardiopulmonar cuentan que han visto su vida pasar en pocos segundos y que el tiempo se dilata hasta el infinito en esos momentos. Es una pena que en ese tiempo maravilloso le interrumpan a una para meterte un termómetro en el culo o para preguntar qué tal va todo. También los vivos que acompañamos necesitamos vivir en silencio y tranquilidad esos momentos sagrados en los que se mezcla la energía de la vida y la muerte, tenemos derecho a tener un espacio propio para despedirnos para siempre de la persona a la que queremos. No importa que ya no respire: sigue ahí y si no queremos separarnos de inmediato, tenemos derecho a que se respete un momento de dolor tan intenso como estos.

Necesitamos muertes respetuosas y humanizadas del mismo modo que necesitamos partos humanizados, son los dos momentos más importantes de nuestras existencias. Y es que tampoco nos dejan nacer en paz. La medicina no comprende la diversidad de las mujeres, no confía en nuestra capacidad natural para dar a luz, y no respeta nuestros ritmos: pretende que duremos todas lo mismo. El ritmo de dilatación se estableció en 1950 a un centímetro por hora, pero esta medida es absurda: cada mujer pare a su ritmo: unas duran dos horas y otras duran tres días con sus tres noches. Nos dicen que no podemos esperar más allá de la semana 41 de embarazo. En algunos países se llega hasta la semana 42, pero es un medida muy moderna: antiguamente la gente venía al mundo cuando estaba preparada. Los bebés salen como los frutos que ya están maduros y se desprenden de su árbol.

Lo más común en los hospitales es que todo el mundo tenga prisa. Porque empieza el partido, porque se quieren ir ya a casa, porque llega el fin de semana, porque están cansados o porque se acumulan los partos y no hay camas. En muchos hospitales según saludas al llegar te enchufan oxitocina y te rompen la bolsa para acelerar el parto sin preguntar siquiera, y eso que todo el mundo sabe lo dolorosos y lo peligrosos que son los partos inducidos: se entra en una cadena de intervenciones que necesitan más intervenciones y medicalizan el parto sin necesidad alguna. Las mujeres que dan a luz no son enfermas: están dando la vida. Por eso merecemos ser las protagonistas absolutas de nuestros partos, y merecemos poder elegir la forma en que parimos, y trabajar nuestros dolores como queramos.

Nacer es igual que morirse: es un proceso lento que empieza antes del parto y que dura días. Por eso cuando se intenta acelerar el nacimiento o la muerte estamos ejerciendo violencia sobre los seres humanos que llegan y se van de la existencia. Hay un momento mágico en el parto en el que todo se para, el cuerpo se para. Necesita tomar aire, coger fuerzas, prepararse para el gran momento, y tras ese período de recogimiento, que puede durar media hora, estalla todo, y empieza el expulsivo, la etapa final en la que el bebé tendrá que salir del canal del parto ayudado por toda la fuerza acumulada de la madre. Pues bien, en algunos hospitales se considera que el parto se ha parado y se encienden todas las alarmas: generalmente la cosa acaba en cesárea, a no ser que antes de meter el cuchillo empiece el expulsivo, cosa que les pasa a muchas en el quirófano, lo que demuestra que la medicina tradicional actúa con mucha prisa y a veces, con mucha violencia.

Somos cada vez más las personas que luchamos porque se reconozca nuestro derecho a disfrutar de  partos respetados y muertes dignas, porque nacer y morir son los acontecimientos más importantes de nuestras vidas, los más sagrados y absolutos que existen. Tenemos derecho a morir y a nacer tranquilas, a que se respeten los tiempos de la vida y la muerte, a  que nos traten bien, a que nos acompañen nuestros seres queridos, a poder nacer y morir sin miedo, sin dolor, y sin sufrimiento. Son momentos muy hermosos, creo que es fundamental que aprendamos a respetar estos procesos, aprender a decir adios, acompañar con todo el amor del mundo a cada ser humano que llega y se va, a cuidarlos para que todos y todas podamos disfrutar de nuestra llegada y nuestra partida en condiciones dignas, y en un ambiente tranquilo y amoroso.


Coral Herrera Gómez

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