Una de las cosas que más me gustan en el mundo es estar en espacios donde no hay que pagar y no hay que consumir nada. No hablo solo del campo, también hay islas en medio de los pueblos y las ciudades a las que puede acudir todo el mundo, tenga o no tenga dinero.
Algunos de esos espacios son municipales: por ejemplo las Bibliotecas, donde puedes pasar toda la tarde leyendo gratis, y puedes además llevarte libros prestados a casa, o los Centros de Cultura, donde puedes ir a ver obras de teatro, danza, conciertos, exposiciones, y donde además hay círculos de lectura y puedes disfrutar de formación gratuita (charlas, conferencias, talleres)
En muchos pueblos también tienen una Casa de las Mujeres, una Casa de la Juventud, un Centro de Mayores, o una Casa del Pueblo. En muchas de estas casas hay salas que se ceden a las asociaciones vecinales y a los colectivos para que realicen sus reuniones y hagan actividades.
También hay espacios gratuitos para huertos urbanos gestionados por la ciudadanía, o espacios para hacer deporte, pero al margen de los ayuntamientos, también hay espacios comunitarios construidos por la gente, o recuperados del abandono.
Son espacios populares auto gestionados: la gente trabaja en ellos para construirlos o rehabilitarlos, después debaten sobre qué van a hacer, y se organizan para repartirse las tareas.
Son espacios mágicos porque nadie manda y nadie obedece, la gente decide conjuntamente las normas de convivencia y las formas de uso, y es una propiedad colectiva que debe ser cuidada por todos y todas.
Las normas no vienen impuestas, también se deciden colectivamente usando el método asambleario: todo el mundo tiene voz y voto, todos y todas aportan lo que pueden al desarrollo del proyecto, que puede ser social, político, cultural, o todo a la vez.
Estos espacios gratis son islas de resistencia frente a un mundo que nos quiere consumiendo y gastando todo el rato, o que nos condena a quedarnos en casa si no tenemos dinero.
Están en todos los barrios y todos los pueblos. Para construirlos solo hay que saber pensar en el Bien Común, y trabajar en equipo con mucha alegría, comunicación, generosidad, energía positiva, y ganas de aportar.
Para mantenerlos hace falta que todo el mundo los cuide con amor: no es solo el tema de la limpieza y el mantenimiento, sino sobre todo cuidar la convivencia y las relaciones humanas.
Porque para que funcione y perdure un espacio sin dueño, sin jefes, sin líderes, sin directores, es fundamental que todo el mundo sepa relacionarse de una forma horizontal con los demás, y no pretenda imponer sus deseos o sus opiniones al resto.
En estos espacios nadie manda y nadie obedece. Y nadie se apropia de los recursos ni se beneficia de los demás.
Por eso son un peligro para el poder político y económico: ellos nos quieren encerrados en iglesias y centros comerciales. Muchos ayuntamientos ceden terrenos a la Iglesia católica pero jamás a la ciudadanía, y recalifican suelo rural como suelo edificable, para que se forren las constructoras. Lo llaman “progreso “, pero en realidad su objetivo es acabar con lo comunitario y desarmar los espacios autónomos y auto gestionados que no pueden controlar ni manipular a su antojo.
Por eso es tan importante cuidar y multiplicar estos espacios comunitarios, porque son los lugares donde la gente se organiza para mejorar sus pueblos y sus barrios, para protestar contra las injusticias y abusos del poder, para frenar la violencia de los gobernantes contra la población, para reivindicar causas sociales y para defender nuestros derechos humanos fundamentales, por eso molestan tanto a los poderosos.
También les molesta que nos divirtamos y celebremos, y hagamos jornadas festivas donde nos juntamos gente de todas las edades para cantar, bailar, jugar y charlar. Ellos prefieren que estemos encerrados en casa viendo la tele de dos en dos, o pasando la tarde haciendo compras, que en la calle disfrutando con nuestros vecinos y vecinas.
En estos espacios la gente también se junta para prestar ayuda a quienes más lo necesitan. Algunos tienen bancos de alimentos y de ropa usada, comedores populares, o espacios gratuitos de asesoría jurídica en temas laborales o migratorios, apoyo psicológico y emocional, y apoyo logístico o financiero para la población más vulnerable. Se hacen cajas de resistencia, donde la gente aporta lo que puede, no solo para apoyar determinadas causas, sino también para construir, reformar o mantener las casas comunitarias.
Además, en estas casas también hay bancos de tiempo en los que la gente aporta una o varias horas a la semana y recibe el mismo tiempo que da. Por ejemplo, tu puedes cortarle el pelo a la gente si eres peluquera, y recibir clases de inglés a cambio del tiempo que has puesto tú. O ayudarle a la gente con tus conocimientos de fontanería, mientras otros te enseñan a recoger setas en el campo.
En algunas de estas comunidades se crean redes de crianza colectiva en las cuales madres y padres pueden organizarse para apoyarse entre todas.
Y redes de comunicación alternativas: radios comunitarias, periódicos locales, plataformas digitales gratuitas…
Y mercadillos de trueque en las que la gente dona lo que ya no usa, y puede darle nueva vida a las cosas de los demás.
Y tiendas gratis en las que puedes llevar tus cosas y comprarte otras sin usar el dinero para nada.
Y ludotecas y espacios infantiles al aire libre en los que niñas y niños puedan intercambiar y compartir juguetes y libros, moverse libremente, aprender cosas nuevas, y relacionarse en igualdad entre ellos y con las personas adultas.
¿Qué más puedes encontrar en estas islas?
Huertos comunitarios, refugio para animales heridos o abandonados, laboratorios sociales, y espacios culturales para fomentar la creatividad y el arte.
Y no sólo eso, en todos se comparten conocimientos y se aprende colectivamente. En muchos se imparten clases de alfabetización para personas adultas mayores que no saben leer, clases de español (gallego, catalán, euskera, etc) para la gente que acaba de llegar, clases de refuerzo para niñas y niños que necesitan apoyo escolar…
La gente se junta para aprender informática, baile, canto, pintura, artesanías, escritura, artes marciales, malabares, circo, yoga y meditación. En muchos se enseña a reparar y reciclar bicicletas y patines, electrodomésticos y aparatos.
También se organizan vídeo fórums para ver documentales y películas que no están en los circuitos comerciales, se imparten conferencias sobre temas científicos, temas medioambientales, sociales y políticos, y derechos humanos.
Son espacios de conocimiento alternativo en los que puedes aprender sobre feminismo, ecologismo, pacifismo, antimilitarismo, antirracismo, diversidad.
Y puedes además pasar de la teoría a la práctica, y crear tu propio movimiento social.
La gente que construye y cuida estos espacios trabaja para que sean espacios libres de discriminación y violencia, y de enfermedades de transmisión social (edadismo, machismo, clasismo, racismo, capacitismo, homofobia, etc)
Por eso se configuran desde la multiculturalidad y se trabaja a fondo para hacer un trabajo de sensibilización, formación y toma de conciencia, hacia dentro y hacia fuera del espacio.
¿Que tienen en común todas las personas que participan en estos espacios? Que todas creen que otro mundo es posible, y otras formas de organizarse y relacionarse son posibles.
Estos espacios son la demostración de que no necesitamos consumir para divertirnos, que no necesitamos las jerarquías para relacionarnos, que no necesitamos líderes ni lideresas, que las normas se respetan más si tú contribuyes a su creación, y que se trabaja mejor desde la cooperación, la solidaridad y el apoyo mutuo.
No es fácil mantener estos espacios porque siempre hay gente que pretende ejercer su poder de forma autoritaria, pero si no se adaptan a las estructuras horizontales, tienen que acabar marchándose porque la mayoría de la gente lo que quiere es funcionar de forma asamblearia, y disfrutar en paz, sin guerras internas ni luchas de poder.
Son comunidades humanas que pretenden ser seguros para la infancia y para las mujeres, que están trabajando mucho para que sean lugares libres de machismo, de abuso, de acoso sexual y violencia sexual.
No solo se trata de organizarse de otra forma, también de relacionarse desde los valores del respeto, la igualdad, la cooperación, el apoyo mutuo, la inclusión, la empatía, los buenos tratos y la solidaridad.
Son islas paradisíacas en medio de un mundo en el que todos quieren mandar, y acumular poder y dinero. Por eso es tan importante defenderlas y expandirlas por todas partes. Ahora mismo son los únicos lugares en los que se llevar la utopía a la práctica y donde se puede soñar un mundo mejor.
Coral Herrera Gómez