Las adolescentes de clase obrera se hipersexualizan y adoptan la estética de las actrices porno, y las adolescentes de clase alta se disfrazan de señoras.
Unas sueñan con despertar el deseo de los hombres y usar su atractivo sexual para tener poder, las otras están siendo educadas para ser esposas perfectas de ingenieros y abogados. Es cierto que muchas cuando salen de casa se quitan la falda y se ponen la minifalda, y se rebelan a las normas de su familia para ligar con chicos. Pero de cara a la galería, las adolescentes de clase alta se maquillan como sus madres, con colores discretos como el rosa o el marrón clarito, y las niñas de clases populares en cambio usan el rojo para levantar pasiones entre los chicos. El maquillaje de las rocas es clarito y amable, el de las otras es más agresivo porque les sirve para identificarse como “chicas rebeldes” y transgresoras. Unas llevan las uñas y las pestañas larguísimas, escotes de vértigo, joyas falsas y llamativas, bolsos de marca falsos. y muchas pasan por quirófano para agrandarse los pechos, realzar las nalgas, o ponerse labios carnosos. Es un mercado brutal: moda accesorios, cosmética, tratamientos de belleza y skincare (cuidado facial), operaciones de estética, etc.
Esto es especialmente visible en las culturas narco, en la que la máxima aspiración de las chicas es convertirse en novias de los pequeños narcos, porque así aumentan el rango en la jerarquía social, y también aumentan su poder adquisitivo.
Los adolescentes varones saben que unas son para ser amantes, y las otras sirven para ser novias oficiales y futuras esposas. Cuando las niñas de clase trabajadora sueñan con ser amadas chocan brutalmente con la realidad: cuando se cosifican a sí mismas ya nunca podrán ser elegidas como compañeras ni esposas, porque los hombres tienen muy claro que nunca podrán fiarse de las chicas que se ofrecen como objetos sexuales. Son chicas que usan todos, y que no sirven para presentárselas a sus padres.
Los roles de género se adjudican según la clase social a la que pertenecemos. Y el sistema tiene sus estrategias para perpetuarse y disfrazarse, por eso a las chicas pobres se les dice que poner su cuerpo al servicio del patriarcado y del capitalismo es una práctica empoderante. Les ofrecen modelos a seguir como el de las cantantes hipersexualizadas que lucen una estética porno a las que siguen millones de niñas: por eso ves a tantas bailando en los cumpleaños infantiles con movimientos eróticos. Y tantos hombres babeando con las niñas sexys.
Les ofrecen pocas opciones a las adolescentes de las clases bajas: ser sirvientas sexuales o bien sirvientes domésticas, cuidadoras o niñeras.
Para las adolescentes ricas, la opción es convertirse en esposas tradicionales o modernas (las que son profesionales y trabajan sin descuidar su rol de esposas y madres). Hay influencers para ellas también, chicas jóvenes que se representan a sí mismas como felices tradwives.
Las niñas que se niegan a pornificarse y putificarse, o que no desean ser madres-esposas, no lo tienen nada fácil. Hay gente que las señala porque ellas sí son rebeldes. Hay que ser muy valiente para desobedecer los mandatos de género y romper con los estereotipos de la feminidad patriarcal, y hacerlo sola es una odisea. Cuando encuentras otras desobedientes como tú es más fácil.
Y mucho más divertido.
Saber que puedes ser mujer sin convertirte en sirvienta es un alivio enorme para muchas niñas y adolescentes.
No dejéis de repetírselo,
no dejéis de apoyar a todas las rebeldes.
Coral Herrera Gómez