Todos los días dedico unos minutos a agradecerle a la vida y a tomar conciencia de todo lo que tengo. Así alivio un poco la angustia por mi falta de tiempo, el miedo al futuro y la pena que siento ante las injusticias y el proceso de destrucción y autodestrucción de la especie humana.
Las cosas buenas de mi vida no son cosas y no puedo comprarlas: puedo caminar, puedo oír, puedo ver, puedo respirar, estoy sana, no me duele nada. Vivo en un pueblo lleno de niños y niñas, rodeada de naturaleza, tengo salud mental, tengo curiosidad y ganas de aprender cosas nuevas, puedo beber agua potable y comer tres veces al día. Tengo autonomía para moverme, tengo energía y amor para criar a un niño, tengo familia y tribus de amigos y amigas a este lado y al otro lado del charco,tengo agua caliente para ducharme, ropa de abrigo y un techo para vivir, tengo un trabajo que me apasiona, tengo un compañero maravilloso, tengo la capacidad para disfrutar de la naturaleza y usarla como terapia para descansar.
Soy consciente de los derechos que tengo, y del enorme privilegio de vivir en un lugar seguro. Respiro hondo y me digo que aunque ya he vivido muchas pérdidas (familiares y amigas queridas que ya no están, y etapas que quedaron atrás) y que hay muchas cosas que no tengo (un empleo estable, una casa propia, una vida sin estrés), sin embargo soy muy afortunada.
Hay muchas cosas que damos por supuesto y que que sólo valoramos cuando lo perdemos: los cinco sentidos, la salud, la movilidad, el agua del grifo, la luz eléctrica, la nevera llena, la gente que nos quiere y nos cuida…
Vivimos en una sociedad en la que todo el rato nos recuerdan lo que no tenemos, y pocas veces nos paramos a tomar conciencia de todas las cosas buenas y hermosas de nuestra vida. Estar aquí es un regalo, tener salud es un regalo, saberese querida y cuidada es un regalo enorme de la vida.
Termino mi espacio de agradecimiento pensando en toda la gente que no puede disfrutar de la vida porque tiene una enfermedad, o una discapacidad, o está sufriendo explotación, violencia, guerras, genocidios, hambre y pobreza.
Una no puede ser feliz en un mundo lleno de seres vivos que sufren, es imposible a no ser que te mutiles a ti misma para que no te importe nada, y para vivir una vida centrada en ti misma, aislada del mundo. No quiero vivir anestesiada y desconectada de la realidad, de los acontecimientos históricos que estamos viviendo, no quiero vivir una burbuja. Quiero vivir con los pies en la tierra, aunque duela, y quiero seguir contribuyendo desde mis trincheras a la construcción de un mundo mejor.
No se puede ser feliz en una comunidad gigantesca llena de sufrimiento y dolor, pero sí se pueden buscar espacios para conectar contigo misma, con la vida y con la naturaleza. Camino maravillada ante la certeza de estar aquí, en el presente, y formar parte del Cosmos. Canto a Mercedes Sosa y así le doy gracias a la vida.
Es cierto que la mayor parte del tiempo no estoy disfrutando, estoy sobreviviendo, pero una de mis estrategias de resistencia es robarle unos minutos al día para parar, para plantarme firme en el aquí y el ahora, para agradecer y nombrar una a una las cosas buenas de existir y de estar viva.
Coral Herrera Gómez