Muchas de las violencias que ejercemos las ejecutamos de una forma inconsciente, sin darnos cuenta del daño que hacen a los demás. Por ejemplo la gente que entra en un autobús o un vagón del metro pegando gritos con su teléfono, o con el altavoz puesto a todo volumen, o la gente que está mirando sus redes sociales sin audífonos en un espacio público cerrado.
Lo hacen porque quieren que la gente les mire. Necesitan sentirse importantes, quieren llamar la atención.
Les pasa también a los que se pasean cerca de la orilla de la playa con una moto acuática: te riegan con aceita y gasolina y te taladran los oídos para que les mires. Los que van por el bosque con el quad, los que trucan el tubo de escape de su coche para que todo el mundo les mire, los que llegan al campo y se instalan junto a la gente con un altavoz a todo volumen para torturar a los demás.
Toda esa gente te dice: “eh, mírame que estoy aquí y tengo el poder para hacer lo que me da la gana”
No les importa que todo el mundo les mire mal. Lo que quieren es que les mires, aunque sean miradas de odio: lo importante es que les presten atención.
No se dan cuenta de que el terror acústico es una forma violenta de imponerse sobre los demás, porque no se paran a pensar en el sufrimiento que causan. Nos taladran los oídos y no les importa si hay bebés durmiendo, si hay gente leyendo, si hay estudiantes repasando antes del examen. Tampoco si hay gente con autismo, con hipersensibilidad acústica o con discapacidades auditivas, no se paran a pensar en el daño que hacen.
Cuando la gente se atreve a pedirles que silencien su teléfono o se vayan a hablar a gritos a otro lado, hay gente que se sorprende y se sonroja y rápidamente baja el volumen de su aparato, pero también están los que disfrutan siendo el centro de atención y siguen molestando a todo el mundo: “que se jodan”, piensan, y sonríen para sus adentros. Sienten el placer del poder, y saben que hay mucha gente que no se atreve a decirles nada por miedo a que tengan una reacción violenta.
Sin embargo estoy segura de que la gran mayoría no disfrutan molestando. De hecho se sorprenden cuando sienten la hostilidad de las miradas, algunos creen que no hacen mal a nadie invadiendo el espacio acústico. No se preguntan siquiera por qué solo ellos están gritando a voces en sus conversaciones o están poniendo música a todo volumen. Simplemente lo que quieren es no pasar desapercibidos en medio de la gente. Las miradas de los demás les recuerdan que existen, y algunos aprovechan para lucirse (lucir los músculos, la belleza, la ropa que llevan, el teléfono último modelo …)
La única forma de parar este terror acústico en espacios públicos o en la naturaleza es que la gente tome conciencia de la violencia que ejercen y del daño que hacen, tanto a personas como animales.
Hay numerosos estudios que demuestran el profundo impacto que tiene el exceso de ruido en nuestra salud mental, emocional y física, y lo importante que es el silencio para nuestro bienestar.
No se trata de prohibir o multar, creo más bien que se trata de aprender a respetar a la gente y a cuidar los espacios que compartimos con los demás.
Coral Herrera Gómez