Esta es la cara que se nos queda cuando nos ponemos las gafas del amor y nos enteramos de que no hay recompensa |
Para que las mujeres nos dediquemos a sufrir por
amor voluntariamente, el patriarcado tuvo que inventarse el paraíso romántico. El
amor es como una religión: nos piden que atravesemos con resignación el valle
de lágrimas, y nos aseguran que al final podremos entrar en las puertas del
cielo para disfrutar del amor eterno, maravilloso y perfecto. Pero no hay
recompensa, ni hay paraíso como premio por aguantar..
Las mujeres somos
educadas en la cultura del aguante, el sacrificio y la renuncia con la promesa
de que en algún momento de sus vidas, serán recompensadas y obtendrán su
premio. En los cuentos de Princesas, este es el principal mensaje que nos
lanzan a las mujeres: si sufres y aguantas, si esperas con paciencia, si perseveras
y eres leal, él se dará cuenta y caerá de rodillas ante ti, prometerá amarte
para siempre, y podréis ser felices.
Es la trampa
perfecta para que las mujeres cuidemos a hombres con problemas: nos seducen con
la idea de que nuestro amor todo lo puede, y que con mucha paciencia y ternura
lograremos cambiar al ogro y convertirlo en el Príncipe Azul. Nuestro ejemplo a
seguir sería la Bella, que logra transformar a la Bestia aguantando sus malos
tratos. Nos enamoramos del niñito asustado y traumado que habita en todo monstruo,
las mujeres tendemos a compadecernos enseguida de esos bebés que piden amor de
malas maneras convencidas de que nuestro amor nos salvará a ambos, y que
obtendremos nuestra recompensa por ser tan buenas, tan generosas, tan pacientes
y amorosas.
Sin embargo, no
hay recompensa. No hay premio, ni hay paraíso posible cuando “por amor” renunciamos
a nuestra libertad, a nuestros derechos, a nuestras pasiones, a nuestros
proyectos, a nuestro auto-cuido. No hay forma de dar y recibir amor en
condiciones de sufrimiento, y de malos tratos, no hay manera de construir una
relación sana y bonita, no se puede ser feliz cuando cargamos con los problemas
de los demás, y se convierten en nuestros problemas.
Cuando las
mujeres nos juntamos a hombres con problemas, lo que sucede es que asumimos la
responsabilidad de su bienestar, y enseguida se activa la culpa: creemos que
podríamos hacer más, o que podríamos hacerlo mejor, pero nada parece contentar
al hombre que sufre.
No importa lo
sumisas que seamos, lo obedientes y complacientes que seamos: no nos van a
querer más por portarnos como se espera de nosotras, ni nos van a tratar mejor.
Más bien al revés: nuestro masoquismo exacerba el sadismo del que se sabe
poderoso.
Nuestra condición
de víctima nunca nos va a proporcionar el amor eterno que nos prometieron: da
igual que suframos mucho, que lo pasemos muy mal, o que le pongamos todo el
empeño del mundo en salvar al pobre hombre que no sabe amar. De verdad,
compañeras, no hay recompensa, no hay premio, ni hay paraíso.
Los alcohólicos
no se salvan por amor, los ludópatas, los drogadictos, los hombres violentos no
se transforman en hombres buenos por amor. De los infiernos sale cada uno si
quiere y si le pone energías a su trabajo personal, pero nadie puede sacar a
nadie de la depresión, de sus traumas de la infancia, de sus odios acumulados,
de su mezquindad y miseria.
No hay paraíso a
cambio de sufrir y pasarlo mal: la vida se nos va en esperar el milagro
romántico que nunca llega. Penélope esperó a Ulises 30 años, La Bella Durmiente
esperó a su Príncipe cien años, y así pasan su vida todas las mujeres de los
guerreros y los príncipes, esperando a que él vuelva, o a que él cambie, o a
que suceda un milagro que nos lleve al paraíso romántico que nos merecemos.
En todas las
historias las mujeres esperamos y aguantamos, pero en la realidad, muy pocas
son las que disfrutan de finales felices en los que el hombre se redime de sus
pecados, o deja de ser un mutilado emocional, o soluciona sus problemas para
hacer feliz a su princesa. Y normalmente, el precio que pagamos por aguantar es
demasiado alto: sufrir deja una huella en nuestro organismo, nuestro cerebro y
nuestro corazón, deteriora nuestra salud mental y emocional, nos pone feas y
nos envejece.
No podemos
permitirnos el lujo de derrochar nuestra corta existencia en esperar que la
situación cambie o el otro cambie. Sólo podemos cambiar nosotras mismas. No
podemos desaprovechar nuestras energías en salvar a nuestro amado de sus
problemas: necesitamos a nuestro lado compañeros que sepan cuidar y querer
bien, que puedan dar lo mejor de sí mismos en la relación, que sean generosos y
solidarios, que sepan compartir y estar a la altura en todos los momentos, en
los buenos y en los malos.
Vamos a
desmitificar el amor para poder amar con los pies en la tierra, para poder
querernos sin hacernos daño, para evitar relaciones de abuso y explotación,
para que nadie pueda aprovecharse de nuestra necesidad de ser amadas.
Necesitamos ser
realistas y querer en el presente, en el aquí y el ahora, sin ser
complacientes, sin victimizarnos, sin creer que nuestro amor lo enamorará en el
futuro. Sólo en el presente es posible disfrutar del amor, así que olvidémonos
de las recompensas: el paraíso está en La Tierra, y en los momentos buenos que
puedes vivir con gente que te sabe querer bien.
Coral Herrera
Gómez
En Inglés: There is no reward for suffering for love.
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