15 de febrero de 2010

EL AMOR Y LAS LUCHAS DE PODER



"Esta relación me va a matar"


El deseo de dominar es el más universal e irresistible que existe, afirmó Simone de Beauvoir. En mi estudio sobre el amor he estado pensando en las luchas de poder que recorren las relaciones de pareja en particular, y las relaciones entre los humanos en general. Somos animales gregarios y nos relacionamos entre nosotros jerárquicamente. El hombre blanco homosexual rico tiene más poder que un hombre de otra etnia homosexual pobre, por ejemplo. A su vez, un hombre blanco heterosexual joven ocupa una escala superior con respecto al hombre blanco heterosexual y anciano. En la escala más baja de esta pirámide social, se sitúa la mujer negra lesbiana y pobre.

Dentro de los grupos humanos también hay jerarquías; por ejemplo, en los cuerpos militares (cabos, oficiales, capitanes, tenientes, etc.), en las empresas (Presidente, Director, Jefe, Encargado, oficinista), en los colegios (Director, profesores, alumnos), en los ayuntamientos alcalde, concejales), en los hospitales (Director, Médico, Enfermero, ATS...)... También en las relaciones emocionales y sentimentales existen estas jerarquías; por ejemplo, en el seno de una familia nuclear tradicional (Patriarca, Madre, Abuelos, Hijos, Nietos).

En las parejas lo ideal es que ambos miembros se relacionen igualitaria y libremente. Para que ello suceda, debe primar la sinceridad, la generosidad, la comunicación, la solidaridad y el compañerismo. Yo siempre digo que la amistad es transparente y la pasión es opaca, porque está llena de misterio, de miedos, de deseo y de secretos. A menudo el amor es un campo de batalla entre dos personas que luchan por no perder su autonomía e independencia. Dado que el enamorarse trae consigo una magia en la que la razón tiene poco trabajo que hacer, cuando alguien se enamora tiene dos opciones: o tratar de autocontrolarse, tratando de actuar racionalmente, sin perder la cabeza; o lanzarse al agua sin miedo y dejarse llevar por la corriente turbulenta de las emociones y los sentimientos.

Hay personas que están deseando ser rescatadas; otras que están dispuestas a entregarse sin límites, sin medida; otras personas se dejan querer sin dar(se) apenas; otras se defienden y tratan de poner barreras a la pasión. Hay gente que le gusta o necesita depender de alguien, y hay personas que no lo soportan. La lucha interna suele estar en dos frentes: contra los sentimientos de uno mismo y contra la otra persona.

Si el sentimiento amoroso fuese como un grifo, podríamos controlar las dosis de agua, cerrar de vez en cuando, abrir cuando nos apetezca, y disminuir o aumentar la intensidad a nuestro capricho. El problema, creo, es que la pasión suele ser como una inundación arrasadora que no sigue los cauces de los ríos sino que los desborda, invadiendo parcelas de nosotros mismos sin que podamos evitarlo. De ahí vienen las luchas; enamorarse es como reconocer que hemos otorgado a una persona todo nuestro poder. Enamorarse es "caer"bajo el hechizo, como Tristán e Isolda, ser débil, verse controlado por fuerzas irracionales que escapan a nuestra voluntad y que limitan nuestro libre albedrío.

Es increíble la cantidad de gente que está enamorada de gente que ama a otra gente. Como si estuviéramos predestinados a no encontrarnos nunca en una serie de persecuciones. Amamos lo que no poseemos, y una vez que lo tenemos, dejamos de valorarlo y vamos en busca de nuevas emociones, de nuevas conquistas y nuevos retos. Dicen algunos científicos que esto se debe a varios factores: el pasado cazador del ser humano, su carácter depredatorio, su ansia de emociones fuertes o el hecho de que el ser humano es un ser deseante.

Lo curioso del deseo es que muere con su realización. Por eso el ser humano está siempre sufriendo en pos de conquistas nuevas, porque la pasión es una emoción intensa similar a la que provocan las drogas, el deporte de riesgo, la fiesta o la aventura. Y cuando la pasión muere o decrece, hay varias opciones:
- Seguir en pareja, alimentar la pasión y disfrutar de la complicidad, la ayuda mutua, el compañerismo y el cariño de la otra persona. Cuando la pasión decrece hay que currárselo, nutrir la relación, mantenerla viva. Yo siempre comparo el amor con una hoguera a la que hay que alimentar continuamente, y a partes iguales, porque hay veces que se desloma uno sólo echando leños.
- Otra opción es partir en busca de nuevos desafíos, de pasiones que te descentren, te descoloquen, te cambien la vida o te arrastren irracionalmente hacia el objeto de deseo.
- Descansar de tanta pasión y dedicar la energía a otras personas o a otras actividades más creativas.

Dice Denis De Rougemont que el amor pasional de verdad es como el de Romeo y Julieta; un amor que se nutre de la imposibilidad, de los obstáculos y las barreras a vencer. Por eso la historia de Julieta y Romeo no termina con un "y vivieron felices"; sino en tragedia y muerte.
La pasión termina con la rutina y se alimenta con la separación y la imposibilidad. Las grandes historias de amor, afirma Rougemont, son las que se dan entre parejas que no pueden disfrutar plenamente el uno del otro por varias razones: familias enfrentadas, adulterios, amores interclasistas o interraciales, diferencias de edad, etnia o religión, etc.


Las mujeres y los hombres han intentado dominarse mutuamente desde el principio de los tiempos. En las culturas patriarcales, las mujeres han estado siempre controladas y domesticadas por su padre primero, y por su esposo después. A su vez, muchas mujeres machistas pretenden controlar a los hombres con su poder sobre la cocina y la casa; a muchas madres no se les ocurre enseñar a sus hijos varones o a sus maridos a planchar o cocinar por miedo a que no las necesiten, porque se saben únicas en determinadas artes que los hombres no conocen, y por ello se sienten útiles e imprescindibles.

En la actualidad de Occidente, las mujeres no pertenecemos legalmente a nadie y podemos hacer lo que queramos con nuestra vida una vez alcanzada la mayoría de edad. Sin embargo, muchas mujeres independientes no han logrado deshacerse de las cadenas que aún las atan a los hombres. Ya lo decía Marta Sánchez en una canción "me has sometido aunque nunca me hayas obligado... con solo una mirada, con solo una palabra, me puedes destrozar, me puedes convencer, me puedes convertir, en lo que quieras tú". Sin embargo, esta esclavitud de amor no conoce barreras de género; también los hombres se ven sometidos a la fuerza del amor, y también ellos tratan de resistirse a ser presas de caza. Nadie quiere ser dominado por sentimientos irracionales o por otra persona; excepto los y las masoquistas.

Pienso en que lo ideal sería que fuésemos tal y como somos con las personas aunque nos enamoremos de ellas; y que nos relacionásemos amorosamente entre nosotros, sin luchas de poder. Pero la pulsión pasional occidental es posesiva, caprichosa, egoísta; y casi siempre va unida a la fantasía y la idealización. Muchas veces la pasión disminuye cuando nos damos cuenta de que el otro no es perfecto, o que no es como querríamos que fuese. Muchaspersonas intentan que sus parejas se adapten a la idea que ellas tienen de la pareja ideal; pero cuando esto sucede, dejan de amarlas, porque una persona domesticada y sin voluntad propia no despierta ningún interés ya; no es la persona libre de la que nos enamoramos.

El amor yo creo que, en un nivel más general o abstracto, es la capacidad de relacionarse igualitariamente, sin tratar al otro como un objeto, sino como otro ser libre con el que compartir experiencias. Querer a alguien es quererlo tal y como es, con sus defectos y con sus defectos. Querer a alguien no es querer poseerlo, sino verlo libre y a nuestro lado, en una suma en la que uno más uno es dos, no uno. Pero amar es complicado porque el ser humano se apega demasiado a las cosas y personas a las que ama, y tiene un miedo terrible a perder seres queridos. Porque amamos egoístamente y tenemos fobia a la soledad. Y la gran quimera del amor, la más grande falacia, es que teniendo una pareja a tu lado, nunca más vas a sentirte solo.

Muchas personas creen que el amor es la salvación; es como una nueva religión. Ahora que sabemos que estamos solos, que Dios ha muerto, buscamos lo sagrado en relaciones ideales que nos mitiguen el miedo a la muerte y a la soledad, en emociones desatadas que nos entretengan del miedo al vacío. Le pedimos mucho al amor en ese sentido, y por eso nos sentimos heridos, decepcionados, engañados, cuando comprobamos que ni una sola persona en el mundo nos va llenar por completo en todos los aspectos de la vida y para siempre. Nos cuesta aceptar que somos seres autónomos que nos relacionamos con el resto en base a nuestras expectativas, intereses y deseos, y que por ello precisamente, las relaciones humanas en general son difíciles, y a menudo dolorosas.

Supongo que sufriríamos menos si amasemos con menos egoísmo y disfrutásemos con el amor que sentimos hacia el otro, sin esperar nada a cambio, sin necesidad de poseer a esa persona.
Pero el amor-pasión es una construcción cultural al que van ligadas muchas otras construcciones culturales: la propiedad privada, la exclusividad, el contrato, el compromiso. Y a otros sentimientos naturales como el miedo, la necesidad de sentirse valorado y querido, de sentirse acompañado. Los seres humanos necesitamos protección, estabilidad y seguridad, y a la vez, contradictoriamente, la necesidad de arriesgar, de aventurarse y vivir experiencias nuevas. Por eso es tan complicado... y porque siempre queremos lo que no tenemos o lo que hemos perdido para siempre.


Coral Herrera Gómez

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8 de febrero de 2010

cultura patriarcal, lenguaje patriarcal



Si nuestra cultura es patriarcal, es normal que nuestra lengua sea sexista. Lo que no es normal es que tenga que seguir siéndolo por los siglos de los siglos mientras las leyes, las costumbres y las mentalidades cambian.

Las lenguas son gigantescas construcciones culturales creadas por los seres humanos, y como todo lo que está vivo, varían con el tiempo, evolucionan a la par que están siendo usadas. Las lenguas son formas diferentes de expresar la realidad; son herramientas para la comunicación entre los seres humanos. En diez mil años de existencia, la humanidad ha mejorado sus herramientas hasta llegar a la alta tecnología espacial, de modo que si el lenguaje verbal es una herramienta, es obvio que también puede evolucionar al mismo paso que la sociedad que la usa.

Las comunidades y los pueblos crean su lengua a partir de sus vivencias individuales y de grupo, sus creencias religiosas, sus tradiciones, sus cosmovisiones, las condiciones climáticas en las que viven... cada idioma aporta al mundo su manera de ser y de sentir, sus modelos de comportamiento, sus formas de percibir la realidad. En lenguaje esquimal existen innumerables formas para describir la nieve o los matices del color blanco. Para lo que nosotros tenemos tres o cuatro palabras, el pueblo esquimal usa una treintena. Y esto sucede porque sus formas de vida están ligados a la nieve y el hielo; por eso sus necesidades, sus modos de subsistencia, su saber acumulado, se reflejan en su lenguaje.

Siendo un producto social y cultural, el lenguaje está atravesado de ideología. Lo mismo que el arte, la política, la economía o la democracia, que son abstracciones humanas atravesadas por una forma determinada de ver y entender el mundo. Las ideologías son el conjunto de ideas e intereses que unen a determinados individuos.

Así pues, se entiende perfectamente que en una sociedad donde la feminidad es sinónimo de oscuridad, debilidad, maldad, cobardía, estupidez, y mil cosas negativas más, su lenguaje sea sexista. Lo que no se entiende es por qué los académicos y l@s purist@s se llevan las manos a la cabeza, escandalizados por los cambios que el lenguaje está experimentando en los últimos años. A los de la R.A.E. les parece muy moderno incluir vocablos de uso popular, pero defienden con uñas y dientes la "economía" del lenguaje, el uso del masculino como género neutro, y la estructura que permite que el mundo sea pensado en masculino. Lo que ellos consideran correcto es un castellano que no conoce la palabra ninfómana en masculino, pero tiene mil formas para nombrar a las mujeres que hacen con su cuerpo y su placer lo que desean: zorra, puta, guarrilla, putón verbenero, mujer de vida alegre, mujer de la calle, fresca, etc. Un idioma que nombra los objetos domésticos en femenino (la bayeta, la fregona, la sartén, la cacerola, la mesa, la silla, e incluso la televisión), pero en cuanto salen al mundo público, se masculinizan (la Intranet se convirtió en la Internet y después en el Internet, aunque todavía lo sigo viendo con ambas formas). En nuestro lenguaje, no había palabras para definir a una mujer jueza, arquitecta, abogada, o antropóloga, pero afortunadamente las mujeres ya no dicen: "soy ingeniero", como antes. Es tan curioso como el hecho de que hace años el significado de Presidenta era "la mujer del presidente", porque antes no existían presidentas de ningún tipo.

Me sorprende el rechazo rígido que reniega del lenguaje no sexista, porque, como digo, las lenguas son sistemas vivos que pertenecen a las personas que las hablan; y resulta que las mujeres hablamos, nos comunicamos, educamos, transmitimos, a los demás, en privado y en público. Se pongan como se pongan los académicos, una nueva forma de ver y de estar en el mundo requiere, sin duda, cambios en su forma de expresarlo. Mucha gente, sobre todo periodistas, se rieron de Bibiana Aído cuando utilizó el término "miembras", pero a mí me parece bien que se innove, que se pruebe, que se incorporen nuevas formas antipatriarcales de nombrar la realidad. Más que forzar el lenguaje, se trata de extraer de él nuevas palabras que permitan visibilizar lo femenino.


De hecho, es un proceso inevitable, e imparable. Habrá más o menos resistencias, pero al final, si existe una igualdad legal y económica, no se podrá evitar que los cuentos que nos contamos cambien, que las expresiones se transformen, que se explore y se innove para lograr una igualdad integral, en todos los niveles. Con decir que todos somos iguales ante la ley no basta. Hay que eliminar progresivamente la discriminación en el lenguaje y la cultura. Y no pasa nada.

A medida que he ido adquiriendo conciencia de cómo las leyes se volvían igualitarias pero la cultura (lenguaje, refranes, chistes, creencias, etc.) siguen siendo patriarcales, entiendo que la única forma de lograr la igualdad real es que aprendamos a nombrar el mundo en femenino, y alternemos de manera natural con el otro modo de nombrar el mundo, en masculino.

Tengo que decir que también aquí hay una cuestión personal. No puedo evitar indignarme cuando formo parte de un grupo de diez mujeres y alguien nos dice: "Lo estáis haciendo muy bien todos. Venid por aquí chicos". Me quedo como alucinada, pensando, ¿pero esta mujer/hombre no se da cuenta de que somos todas mujeres excepto uno?. Cuando ejerzo de profesora cuido mucho el lenguaje, y noto que a mis alumnos varones no les afecta que alterne en el uso de los plurales masculinos y femeninos.

Me parece una falta de respeto que la gente hable en masculino todo el tiempo, y cuando son las mujeres las que hablan de ellas mismas o de las demás como si fuésemos hombres, más, porque es cuando tomo conciencia del papel central que tenemos las mujeres en la perpetuación del patriarcado, criando hijos e hijas que ven la feminidad como lo otro, como lo diferente. Hijas que se piensan a sí mismas como una minoría social, que alguna vez sueñan con ser niños para que se les escuche como a ellos, que estudian en el colegio las grandes gestas de los grandes hombres, como decía Beauvoir.

¿No les parece curioso que los presentadores y las presentadoras de televisión se dirijan a los telespectadores, cuando está demostrado que la televisión es vista mayoritariamente por mujeres?. No son los hombres de ciudad, sino las mujeres, en el ámbito rural y de mediana y mayor edad; son ellas las que más horas pasan frente al televisor. Y si no, comprueben por qué la mayor parte de los anuncios se dirigen a nosotras, a nuestro tránsito intestinal, a nuestras arrugas, a nuestro olor, nuestra incontinencia, nuestras tareas domésticas...

A medida que me voy haciendo consciente de la importancia de la visibilidad femenina, me sorprendo con cosas en las que no había reparado antes. Si voy a un congreso de editores, por ejemplo, todo el mundo habla de lectores, de escritores, de editores y de ilustradores como si no hubiera escritoras, autoras, editoras, e ilustradoras. Excepto la Ministra, que es la única que cuida el lenguaje entre tanto hombre anciano y poderoso, y que utiliza un lenguaje que no excluye a nadie.

Si voy a un congreso de contenidos digitales, todo el mundo habla de usuarios; la única vez que hablaron de usuarias fue a propósito de una página dedicada a las mujeres. Si monto en el metro, la voz en off se dirije a los señores pasajeros, y da rabia ver que en el vagón la mayoría son mujeres trabajadoras que vienen del curro.

Otro ejemplo es cuando en 1969 se dijo: "El hombre ha llegado a la Luna". Como seguramente Marte lo pisará una mujer astronauta, me pregunto cómo serán los titulares:
"El hombre pisa Marte por primera vez. Mary Smith aterriza en el planeta rojo".
"La mujer ha llegado a la luna. Y el hombre también", o
"La humanidad pisa en Marte".
Se admiten apuestas, ¿qué pensáis vosotras?.

En el facebook no se nos reconoce como administradoras, y tampoco puedes agregar a amigas, solo ponerlas en el apartado "amigos". Actualmente hay un grupo que se llama "Soy una mujer. No me uno a los grupos que no me nombran" , en el que publican enlaces muy interesantes y abogan por el uso de la arroba. Es tan sencillo como buscarle un sonido a esa vocal posmoderna, y entonces todo fluirá por sí solo, con tranquilidad. La @ es lo más neutro que se me ocurre; el debate está abierto, y calentito.



Leo muchos artículos en contra del lenguaje no sexista, pero a título personal, no sé si se entiende esta sensación de que una no existe, o al menos, que no importa mucho, a no ser que me estén vendiendo algo o me hablen de cosas que la gente considera "femeninas". A veces me siento que no soy pasajera, ni usuaria, ni ciudadana, ni siquiera profesora, porque las empresas siguen poniendo anuncios de trabajo para profesores, educadores y redactores, como si las mujeres tuviésemos que optar a un puesto de trabajo que en realidad es para ellos. Ese hacer como si la humanidad fuese masculina, como si a las ciudadanas no las importase que se hable de los ciudadanos para hablar de la ciudadanía, me parece una falta de respeto y de educación.

La costumbre de hablar en masculino plural es, simplemente, un vestigio histórico de hace treinta o cuarenta años, cuando no había mujeres en el parlamento, ni en las reales academias, ni en las universidades, ni en los ministerios, ni en los Consejos directivos de las grandes empresas. Sé que entonces era normal hablar en masculino en las reuniones, conferencias, congresos, ruedas de prensa, convenciones, etc. porque no había mujeres. Y las que había, estaban limpiando o sirviendo copas y canapés.

Y ahora, haberlas haylas, aunque siguen siendo muy pocas. Por eso se debería hacer un esfuerzo por visibilizarnos, por hacernos sentir partícipes de las cosas. Por eso me parece bien que cuando un político o una política hable por televisión, salude a todos y todas. Por eso me parece bien que los profesores no hagan con sus alumnos como si todos fueran niños, especialmente cuando tienes veinte alumnas y dos alumnos.

Me parece delicioso poder cambiar de género cuando me apetezca, hablando con mi gente. Me hace sentir que el lenguaje es flexible, que se puede utilizar como una quiera, y que mis amigos varones no se sienten en absoluto ofendidos.

Hoy las cosas están cambiando, las mujeres estamos experimentando un empoderamiento, y el mundo ya no es de los señores en exclusiva, aunque es lógico que protesten por lo que ellos creen correcto y adecuado. Sin embargo, nosotras sabemos que el concepto de lo que es normal, natural, correcto y adecuado varía con las épocas históricas, las zonas geográficas, las edades y las culturas. Para mí no es normal que me encierren por expresar mis ideas, pero hace cuarenta años era lo más normal del mundo.

Así que ahora que la masculinidad ya no es todopoderosa, quizás lo lógico sea que el lenguaje cambie, que la comunicación humana no esté mediada por lo masculino, que cuidemos nuestras formas de dirigirnos a las personas, que poco a poco construyamos una sociedad y un lenguaje más igualitario y justo.
Digo yo, vamos.


Del muro de Ciudad de Mujeres he escogido las palabras de Isa Antón Fresnos:

El uso de un lenguaje que representa a las mujeres y a los hombres y que nombra sus experiencias es un lenguaje sensato, porque:
NO OCULTA
NO SUBORDINA
NO INFRAVALORA
NO EXCLUYE
NO QUITA LA PALABRA A NADIE

Coral Herrera Gómez



Otros artículos de la autora: 


El feminismo como asignatura






info interesante:

Ciudad de Mujeres

El lenguaje sexista en la Universidad

Cuida tu lenguaje, lo dice todo

Profesiones de la A a la Z, en masculino y femenino



30 de diciembre de 2009

El Amor Romántico como utopía emocional de la posmodernidad






Herrera Gómez, Coral: El Amor Romántico como utopía emocional de la posmodernidad.
Coral Herrera Gómez





“No hay pueblo ni civilización que no posea poemas, canciones, leyendas o cuentos en los que la anécdota o el argumento –el mito, en el sentido original de la palabra- no sea el encuentro de dos personas, su atracción mutua y los trabajos y penalidades que deben afrontar para unirse”.
Octavio Paz. (1993)
Ninguna civilización conocida, en los siete mil años que llevan sucediéndose, ha dado al “amor” llamado romance esa publicidad cotidiana: en las pantallas, en los carteles, en los textos y los anuncios de las revistas, en las canciones y en las imágenes, en la moral corriente y en lo que ésta deifica. Ninguna ha intentado tampoco con esa ingenua seguridad la peligrosa empresa de hacer coincidir el matrimonio y el “amor” así comprendido, y de basar el primero en el segundo”. 
Denis de Rougemont (1939).


El amor en la posmodernidad es una utopía colectiva que se expresa en y sobre los cuerpos y los sentimientos de las personas, y que, lejos de ser un instrumento de liberación colectiva, sirve como anestesiante social. El amor hoy es un producto cultural que calma la sed de emociones y entretiene a las audiencias. Alrededor del amor ha surgido toda una industria y un estilo de vida que fomenta lo que H.D. Lawrence llamó “egoísmo a dúo”, una forma de relación basada en la dependencia, la búsqueda de seguridad, necesidad del otro, la renuncia a la interdependencia personal, la ausencia de libertad, celos, rutina, adscripción irreflexiva a las convenciones sociales, el enclaustramiento mutuo… Este enclaustramiento propicia el conformismo, el viraje ideológico a posiciones más conservadoras, la despolitización y el vaciamiento del espacio social, con notables consecuencias para las democracias occidentales y para la vida de las personas. Las redes de cooperación y ayuda entre los grupos se han debilitado o han desaparecido como consecuencia del individualismo y ha aumentado el número de hogares monoparentales. La gente dispone de poco tiempo de ocio para crear redes sociales en la calle, y el anonimato es el modus vivendi de la ciudad: un caldo de cultivo, pues, ideal para las uniones de dos en dos (a ser posible monogámicas y heterosexuales).



Las relaciones humanas están, en general, jerarquizadas y mediatizadas por el poder. En un mundo injusto y desigual como el nuestro, las personas se relacionan de un modo jerárquico e interesado (a excepción de los círculos íntimos de parentesco y amistad, en la que sí existe la ayuda mutua y la cooperación). En la era capitalista, los humanos somos también mercancía, objetos de consumo y de ostentación, medios para ascender en la escala social. De este modo, nos atrevemos a afirmar que los modelos de relación erótica y amorosa de la cultura de masas son superficiales, rápidos e intensos, como la vida en las grandes urbes. Es cada vez más común el enamoramiento fugaz, y las personas más que lograr la fusión lo que hacen es “chocar” entre sí.


Creemos, coincidiendo con Erich Fromm, que a pesar de que el anhelo de enamorarse es muy común, en realidad el amor es un fenómeno relativamente poco frecuente en nuestras sociedades actuales: “La gente capaz de amar, en el sistema actual, constituye por fuerza la excepción; el amor es inevitablemente un fenómeno marginal en la sociedad actual”. Y lo es porque el amor requiere grandes dosis de apertura de uno mismo, de entrega, generosidad, sinceridad, comunicación, honestidad, capacidad de altruismo, que chocan con la realidad de las relaciones entre los hombres y las mujeres posmodernas.


Por eso creo que el amor, más que una realidad, es una utopía emocional de un mundo hambriento de emociones fuertes e intensas. En la posmodernidad existe un deseo de permanecer entretenido continuamente; probablemente la vida tediosa y mecanizada exacerba estas necesidades evasivas y escapistas. Esta utopía emocional individualizada surge además en lo que Lasch denomina la era del narcisismo; en ella las relaciones se basan en el egoísmo y el egocentrismo del individuo. Las relaciones superficiales que establecen a menudo las personas se basa en una idealización del otro que luego se diluye como un espejismo. En realidad, las personas a menudo no aman a la otra persona por como es, en toda su complejidad, con sus defectos y virtudes, sino más bien por cómo querría que fuese. El amor es así un fenómeno de idealización de la otra persona que conlleva una frustración; cuanto mayores son las expectativas, más grande es el desencanto.


El amor romántico se adapta al individualismo porque no incluye a terceros, ni a grupos, se contempla siempre en uniones de dos personas que se bastan y se sobran para hacerse felices el uno al otro. Esto es bueno para que la democracia y el capitalismo se perpetúen, porque de algún modo se evitan movimientos sociales amorosos de carácter masivo que podrían desestabilizar el statu quo. Por esto en los medios de comunicación de masas, en la publicidad, en la ficción y en la información nunca se habla de un “nosotros” colectivo, sino de un “tú y yo para siempre”. El amor se canaliza hacia la individualidad porque, como bien sabe el poder, es una fuerza energética muy poderosa. Jesús y Gandhi expandieron la idea del amor como modo de relacionarse con la naturaleza, con las personas y las cosas, y tuvieron que sufrir las consecuencias de la represión que el poder ejerció sobre ellos.



El amor constituye una realidad utópica porque choca con la realidad del día a día, normalmente monótona y rutinaria para la mayor parte de la Humanidad. Las industrias culturales actuales ofrecen una cantidad inmensa de realidades paralelas en forma de narraciones a un público hambriento de emociones que demanda intensidad, sueños, distracción y entretenimiento. Las idealizaciones amorosas, en forma de novela, obra de teatro, soap opera, reality show, concurso, canciones, etc. son un modo de evasión y una vía para trascender la realidad porque se sitúa como por encima de ella, o más bien porque actúa de trasfondo, distorsionando, enriqueciendo, transformando la realidad cotidiana. 

Necesitamos enamorarnos del mismo modo que necesitamos rezar, leer, bailar, navegar, ver una película o jugar durante horas: porque necesitamos trascender nuestro “aquí y ahora”, y este proceso en ocasiones es adictivo. Fusionar nuestra realidad con la realidad de otra persona es un proceso fascinante o, en términos narrativos, maravilloso, porque se unen dos biografías que hasta entonces habían vivido separadas, y se desea que esa unión sitúe a los enamorados en una realidad idealizada, situada más allá de la realidad propiamente dicha, y alejada de la contingencia. Por eso el amor es para los enamorados como una isla o una burbuja, un refugio o un lugar exótico, una droga, una fiesta, una película o un paraíso: siempre se narran las historias amorosas como situadas en lugares excepcionales, en contextos especiales, como suspendidas en el espacio y el tiempo. El amor en este sentido se vive como algo extraordinario, un suceso excepcional que cambia mágicamente la relación de las personas con su entorno y consigo mismas.


Sin embargo, este choque entre el amor ideal y la realidad pura se vive, a menudo, como una tragedia. Las expectativas y la idealización de una persona o del sentimiento amoroso son fuente de un sufrimiento excepcional para el ser humano, porque la realidad frente a la mitificación genera frustración y dolor. Y, como admite Freud (1970), “jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos; jamás somos tan desamparadamente infelices como cuando hemos perdido el objeto amado o su amor”.


Quizás la característica más importante de esta utopía emocional reside en que atenúa la angustia existencial, porque en la posmodernidad la libertad da miedo, el sentido se ha derrumbado, las verdades se fragmentan, y todo se relativiza. Mientras decaen los grandes sistemas religiosos y los bloques ideológicos como el anarquismo y el comunismo, el amor, en cambio, se ha erigido en una solución total al problema de la existencia, el vacío y la falta de sentido.


Otro rasgo del amor romántico en la actualidad es que en él confluyen las dos grandes contradicciones de los urbanitas posmodernos: queremos ser libres y autónomos, pero precisamos del cariño, el afecto y la ayuda de los demás. El ser humano necesita relacionarse sexual y afectivamente con sus semejantes, pero también anhela la libertad, así que la contradicción es continua, y responde a lo que he denominado la insatisfacción permanente, un estado de inconformismo continuo por el que no valoramos lo que tenemos, y deseamos siempre lo que no tenemos, de manera que nunca estamos satisfechos. A los seres humanos nos cuesta hacernos a la idea de que no se puede tener todo a la vez, pero lo queremos todo y ya: seguridad y emoción, estabilidad y drama, euforia y rutina.

La insatisfacciónpermanente es un proceso que nos hace vivir la vida en el futuro, y no nos permite disfrutar del presente; en él se aúna esa contradicción entre idealización y desencanto que se da en el amor posmoderno, porque la nota común es desear a la amada o el amado inaccesible, y no poder corresponder a los que nos aman. La clave está en el deseo, que muere con su realización y se mantiene vivo con la imposibilidad.


Si la primera contradicción amorosa posmoderna reside fundamentalmente en el deseo de libertad y de exclusividad, la segunda reside en la ansiada igualdad entre mujeres y hombres. Por un lado, la revolución feminista de los 70 logró importantes avances en el ámbito político, económico y social; por otro, podemos afirmar que el patriarcado aún goza de buena salud en su dimensión simbólica y emocional. 



En algunos países las leyes han logrado llevar las reivindicaciones de los feminismos a la realidad social, pese a que la crisis económica nos aleja aún más de la paridad y la igualdad de mujeres y hombres en el seno de las democracias occidentales.

Además de esta ansiada igualdad legal, política y económica, tenemos que empezar a trabajar también el mundo de las emociones y los sentimientos. El patriarcado se arraiga aún con fuerza en nuestra cultura, porque los cuentos que nos cuentan son los de siempre, con ligeras variaciones. Las representaciones simbólicas siguen impregnadas de estereotipos que no liberan a las personas, sino que las constriñen; los modelos que nos ofrecen siguen siendo desiguales, diferentes y complementarios, y nos seguimos tragando el mito de la media naranja y el de la eternidad del amor romántico, que se ha convertido en una utopía emocional colectiva impregnada de mitos patriarcales.

Algunos de ellos siguen presentes en nuestras estructuras emocionales, configuran nuestras metas y anhelos, seguimos idealizando y decepcionándonos, y mientras los relatos siguen reproduciendo el mito de la princesa en su castillo (la mujer buena, la madre, la santa,) y el mito del príncipe azul (valiente a la vez que romántico, poderoso a la par que tierno). Muchos hombres han sufrido por no poder amar a mujeres poderosas; sencillamente porque no encajan en el mito de la princesa sumisa y porque esto conlleva un miedo profundo a ser traicionados, absorbidos, dominados o abandonados.Los mitos femeninos han sido dañinos para los hombres porque al dividir a las mujeres en dos grupos (las buenas y las malas), perpetúan la deigualdad y el miedo que los hombres sienten hacia las mujeres. Este miedo aumenta su necesidad de dominarlas; el imaginario colectivo está repleto de mujeres pecadoras y desobedientes (Eva, Lilith, Pandora), mujeres poderosas y temibles (Carmen, Salomé, Lulú), perversas o demoníacas (las harpías, las amazonas, las gorgonas, las parcas, las moiras). 
  
Paralelamente, multitud de mujeres han besado sapos con la esperanza de hallar al hombre perfecto: sano, joven, sexualmente potente, tierno, guapo, inteligente, sensible, viril, culto, y rico en recursos de todo tipo. El príncipe azul es un mito que ha aumentado la sujeción de la mujer al varón, al poner en otra persona las manos de su destino vital. Este héroe ha distorsionado la imagen masculina, engrandeciéndola, y creando innumerables frustraciones en las mujeres. El príncipe azul, cuando aparece, conlleva otro mito pernicioso: el amor verdadero junto al hombre ideal que las haga felices.


Pese a estos sueños de armonía y felicidad eterna, las luchas de poder entre hombres y mujeres siguen siendo el principal escollo a la hora de relacionarse libre e igualitariamente en nuestras sociedades posmodernas; por ello es necesario  seguir luchando por la igualdad, derribar estereotipos, destrozar los modelos tradicionales, subvertir los roles, inventarnos otros cuentos y aprender a querernos más allá de las etiquetas. 


CONCLUSIONES

Los humanos somos animales soñantes que perseguimos utopías; y coincido con Lluís Duch en la idea que la disposición utópica del ser humano “puede ser considerada, junto a su disposición crítica, como una “estructura de búsqueda. Así, toda construcción utópica puede ser, por un lado, un poderoso instrumento de control social al servicio del poder, pero también un dispositivo liberador si lo pensamos como una planificación del futuro y una crítica a las realizaciones culturales, sociales, religiosas y políticas del presente: “Siempre, las ilusiones han formado parte de los asuntos humanos. Cuando la imaginación no encuentra satisfacción en la realidad, busca refugio en lugares y épocas construidos por el deseo”.
Analizando la dimensión social y política del amor romántico, Francesco Alberoni (1979), afirmó que el enamoramiento es la forma más simple de movimiento colectivo, y lo comparó con los grandes procesos revolucionarios de carácter religioso, social, sindical, o político. El amor de pareja es una aventura que sitúa a las personas en un estado de euforia similar en intensidad a los estados de euforia colectivos; de hecho afirma que entre los grandes movimientos colectivos de la Historia y el enamoramiento hay un parentesco estrecho. Para Alberoni, el enamoramiento es la subversión del orden, el trastrocamiento de las instituciones sociales y económicas. Pone de ejemplo la sociedad feudal, en la que subsistía la estructura de las relaciones de parentesco cuando nace la burguesía y la intelectualidad. El enamoramiento surge en este contexto histórico y social como una chispa entre dos individuos que pertenecen a dos sistemas separados e incomunicables. Se buscan y se unen transgrediendo las reglas endogámicas del sistema de parentesco o de clase, como Abelardo y Eloísa, o Romeo y Julieta.
Creo que si el amor alcanzase una dimensión colectiva, las personas aprenderían a relacionarse con empatía y altruismo y podrían eliminarse las desigualdades sociales y las jerarquías, de modo que el sistema podría transformarse de un modo radical. Esta idea fue planteada en la década de los 70 por Shulamith Firestone, que acuñó el término de pansexualidad perversa polimorfa para describir un tipo de relaciones eróticas y afectivas liberadas de la represión que no estarían configuradas de una manera genital ni evitarían la represión del niño al afecto materno, de modo que toda nuestra cultura experimentaría un proceso de erotización.
Un amor hacia la totalidad de la existencia nos llevaría sin duda a cuidar el planeta y los seres que lo habitan, y cesaría la explotación de unos pocos sobre la mayoría. Nosotras coincidimos con Marcuse (1955) en la idea de que el fin de la represión instintiva, y la liberación sexual humana no supondrían el final de la civilización ni el advenimiento del caos. Para Marcuse la liberación de la represión humana sería tal que permitiría la gratificación, sin dolor, de las necesidades, y la dominación ya no impediría sistemáticamente tal gratificación. La liberación de Eros podría crear nuevas y durables relaciones de trabajo; el mundo no se acabaría y los seres humanos no nos destruiríamos los unos a los otros. 


Es entonces cuando verdaderamente podríamos coincidir con algunos autores (Alberoni, De Rougemont, Giddens, Morín) en que el amor es un acto transgresor, un elemento subversivo que amenaza la ley del pater y el sistema patriarcal en su conjunto. Esto es visible en los escándalos amorosos que ponen en peligro las estructuras básicas sociales, como sucede con el incesto, el amor homosexual, el amor interclasista e interracial, las uniones estables de tríos, los amores entre deficientes mentales, entre ancianos, los amores adúlteros o el sexo en grupo. Son todas formas de relación que muestran otro tipo de ideologías amorosas (marginadas, pero existentes) frente a la aparente omnipotencia de la ideología hegemónica patriarcal.
Si bien a un nivel legislativo e incluso político el patriarcado está en decadencia, en el ámbito emocional y narrativo sigue gozando de buena salud. El fin del patriarcado a nivel simbólico aún está lejos, y es probable que, aunque finalmente llegue a su fin, sea sustitudo por otro sistema de poder, porque, en definitiva, el poder atraviesa todas las relaciones humanas y todas las organizaciones sociales y políticas. La conclusión, es pues, que la idea de una liberación sexual y amorosa colectiva, sin jerarquías de género ni luchas de poder, no deja de ser otra utopía emocional de la posmodernidad.





29 de diciembre de 2009

LA INSATISFACCIÓN PERMANENTE






















La era del consumismo desaforado, la era de la soledad, la era de la (in)comunicación, la posmodernidad está inundada de pacientes con el síndrome de la Insatisfacción Permanente. 

Para la especie humana el inconformismo y la búsqueda de desafíos nos ha servido como  motor para innovar, para desarrollar nuestra tecnología y nuestra ciencia, para explorar otros mundos, para lograr superar límites, como por ejemplo la medicina. Esta insatisfacción es un estímulo permanente para el ser humano, gracias a nuestra curiosidad e imaginación,y es lo que nos permite evolucionar, transformar o mejorar nuestro mundo.

Pero en su lado negativo, la Insatisfacción Permanente nos mantiene angustiados, siempre anhelantes de metas que una vez cumplidas, no nos sirven. Con el paso de los siglos el ritmo de vida ha multiplicado por mil su velocidad y todos lo queremos todo, y ya. Y como es imposible, vivimos permanentemente frustrados pensando en lo que no somos, en lo que no tenemos, en lugares lejanos donde querríamos vivir, en la gente con la que querríamos estar. Este escapismo nos hace imaginarnos en otras situaciones que siempre idealizamos como mejores (si estamos solteras deseamos estar casadas, si somos jefas desearíamos tener menos responsabilidades, si somos pobres desearíamos ser ricas, si viajamos deseamos la estabilidad, si la tenemos nos aburrimos... 


La gente que se ve presa por el IP nunca disfruta el momento; siempre está pensando en lo que va a hacer dentro de diez minutos o de dos horas, y está siempre colocada en un intervalo de tiempo finito, esclavizada por el reloj, el ansia de control, la planificación de sus horas y sus actividades. Por eso la Instisfacción Permanente es una  fuente constante de frustraciones; vivimos en un mundo lleno de gente insatisfecha y de mensajes publicitarios que nos incitan a ser, a tener, a aparentar, que nos presionan hacia el éxito, la ascensión en la escala social. Lo llaman progreso pero no nos satisface nunca. 

El consumismo es una constante en nuestras vidas que nos distrae, pero nunca nos sacia. La Insatisfacción Permanente consiste no sólo en querer siempre más, sino sobre todo en nunca disfrutar de lo que uno tiene. Lo más normal es encontrarse con gente cuyo sueño es irse a vivir a otra ciudad, dejar a su pareja para encontrar otra mejor, cambiar o mejorar en el trabajo, etc. como si el cambio externo favoreciese el cambio interno. 

Tenemos, además, una tendencia terrible a ahogarnos en un vaso de agua por mil preocupaciones nimias, que nos afectan mucho y sólo tienen que ver con nuestro nivel de frustración. A muchos adultos les sucede como a los bebés: que no soportan el no, que no entienden que los demás no les den la razón, que no aguantan rechazos ni negativas, que creían que el matrimonio era indisoluble y eterno, los padres inmortales, los amigos incondicionales, y el futuro lleno de riqueza y armonía. Es gente que se endeuda hasta las cejas para adecuar su sueño de realidad con la realidad de la vida cotidiana, pero luego se aburre cuando lo tiene todo, y se frustra porque no tiene más (es lo que les pasa a los ricos cuando se encuentran con hiperricos, por ejemplo).

Sólo valoramos las cosas importantes de la vida (la salud, una vivienda digna, una red de afectos, 
la nevera llena, la mantita cuando hace frío, el agua en el grifo) cuando nos quedamos sin ellas (cuando nos cortan la luz, cuando enfermamos, cuando tenemos sed, o hambre, cuando nos deja la pareja) 

Nos parece natural no tener que ir a cazar o a recolectar algo para comer, y nos parece natural abrir la nevera y tenerla llena; es muy común en las sociedades urbanas que mientras se come se está pensando en la cena. También hay gente que mientras hace el amor ya está pensando en el cigarrito de después, porque estamos siempre en el futuro, deseando, proyectando, imaginando, anhelando, luchando, invirtiendo, en lugar de disfrutar el instante en el que estamos. 

Y no hay nada más gozoso que sentirse viva en determinado momento. Viva, sana, de pie, nada más. Una de las cosas esenciales para mí es la autonomía de una misma, la capacidad de moverte, de pensar, de ganarte la vida, de tener gente querida alrededor, de poder disfrutar de tu tiempo libre.






















Yo lucho mucho contra mi IP. Todos los días hago un repaso de las cosas buenas que tengo en la vida, y siempre trato de alejar de mí la tendencia que tenemos los occidentales a la melancolía, la desazón, la angustia existencial, el miedo al vacío, el miedo a la soledad… 


Me siento inmensamente afortunada en muchos aspectos, sobre todo por la cantidad de amigos y amigas que tengo. 

Me tortura el paso del tiempo, pero trato de disfrutar al máximo las diferentes etapas de mi vida porque sé que terminan para dar paso a otras nuevas. Me cuesta mucho asumir las pérdidas y me desespero cuando pierdo seres queridos, cuando me alejo de seres queridos, cuando destruyen los símbolos de mi infancia, cuando cambia el rostro del amado, cuando pierdo la inocencia, cuando pierdo ingenuidad… 

Por eso es necesario el carpe diem, porque uno no para de adquirir cosas y de perderlas, y porque el tiempo pasa muy deprisa. Si te descuidas te pasas la vida lamentándote por lo que no tienes, por lo que nunca tendrás, por la infancia, la adolescencia, la juventud perdida.. y se te pasa el tiempo y no has disfrutado ninguna etapa, y has estado siempre mirando hacia atrás, y el futuro ya ha llegado y no te ha dado tiempo a vivir.

Creo que es importante aceptar. No en el sentido de resignarse, sino de asumir con cierta calma interna que las cosas no son como querríamos que fuesen. Podemos cambiar muchas cosas de nuestra vida, eso está claro, porque somos sujetos activos en nuestras trayectorias vitales, somos los protagonistas de nuestra propia biografía, y del momento histórico en el que nos encontramos. 

Pero no podemos resucitar seres queridos, ni podemos resucitar amores extinguidos, ni podemos hacer que nos toque la lotería, ni podemos ser felices siempre, y a veces nunca. Pero sí podemos luchar por los derechos que no tenemos, si podemos luchar por la mejora de nuestra sociedad, sí podemos cambiar las desigualdades y las injusticias, sí podemos conseguir cosas si nos unimos para lograrlo. Si podemos dejar una huella que perdure por generaciones, si podemos encontrar satisfacción en los logros que obtenemos cuando nos juntamos para cambiar las cosas. 

Y podemos también atrapar el momento, congelar el paso del tiempo, desconectar los móviles y los relojes, y disfrutarlo intensamente como si cada segundo fuera un siglo. Solo hay que pararse un momento, respirar hondo, tomar conciencia, y hacer de esa fiesta un instante inolvidable para ti, y para los demás. 

 Que la vida es un ratito. 

Coral Herrera Gómez



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