La era del consumismo desaforado, la era de la soledad, la era de la (in)comunicación, la posmodernidad está inundada de pacientes con el síndrome de la Insatisfacción Permanente.
Para la especie humana el inconformismo y la búsqueda de desafíos nos ha servido como motor para innovar, para desarrollar nuestra tecnología y nuestra ciencia, para explorar otros mundos, para lograr superar límites, como por ejemplo la medicina. Esta insatisfacción es un estímulo permanente para el ser humano, gracias a nuestra curiosidad e imaginación,y es lo que nos permite evolucionar, transformar o mejorar nuestro mundo.
Pero en su lado negativo, la Insatisfacción Permanente nos mantiene angustiados, siempre anhelantes de metas que una vez cumplidas, no nos sirven. Con el paso de los siglos el ritmo de vida ha multiplicado por mil su velocidad y todos lo queremos todo, y ya. Y como es imposible, vivimos permanentemente frustrados pensando en lo que no somos, en lo que no tenemos, en lugares lejanos donde querríamos vivir, en la gente con la que querríamos estar. Este escapismo nos hace imaginarnos en otras situaciones que siempre idealizamos como mejores (si estamos solteras deseamos estar casadas, si somos jefas desearíamos tener menos responsabilidades, si somos pobres desearíamos ser ricas, si viajamos deseamos la estabilidad, si la tenemos nos aburrimos...
La gente que se ve presa por el IP nunca disfruta el momento; siempre está pensando en lo que va a hacer dentro de diez minutos o de dos horas, y está siempre colocada en un intervalo de tiempo finito, esclavizada por el reloj, el ansia de control, la planificación de sus horas y sus actividades. Por eso la Instisfacción Permanente es una fuente constante de frustraciones; vivimos en un mundo lleno de gente insatisfecha y de mensajes publicitarios que nos incitan a ser, a tener, a aparentar, que nos presionan hacia el éxito, la ascensión en la escala social. Lo llaman progreso pero no nos satisface nunca.
El consumismo es una constante en nuestras vidas que nos distrae, pero nunca nos sacia.
Tenemos, además, una tendencia terrible a ahogarnos en un vaso de agua por mil preocupaciones nimias, que nos afectan mucho y sólo tienen que ver con nuestro nivel de frustración. A muchos adultos les sucede como a los bebés: que no soportan el no, que no entienden que los demás no les den la razón, que no aguantan rechazos ni negativas, que creían que el matrimonio era indisoluble y eterno, los padres inmortales, los amigos incondicionales, y el futuro lleno de riqueza y armonía. Es gente que se endeuda hasta las cejas para adecuar su sueño de realidad con la realidad de la vida cotidiana, pero luego se aburre cuando lo tiene todo, y se frustra porque no tiene más (es lo que les pasa a los ricos cuando se encuentran con hiperricos, por ejemplo).
Sólo valoramos las cosas importantes de la vida (la salud, una vivienda digna, una red de afectos, la nevera llena, la mantita cuando hace frío, el agua en el grifo) cuando nos quedamos sin ellas (cuando nos cortan la luz, cuando enfermamos, cuando tenemos sed, o hambre, cuando nos deja la pareja)
Nos parece natural no tener que ir a cazar o a recolectar algo para comer, y nos parece natural abrir la nevera y tenerla llena; es muy común en las sociedades urbanas que mientras se come se está pensando en la cena. También hay gente que mientras hace el amor ya está pensando en el cigarrito de después, porque estamos siempre en el futuro, deseando, proyectando, imaginando, anhelando, luchando, invirtiendo, en lugar de disfrutar el instante en el que estamos.
Y no hay nada más gozoso que sentirse viva en determinado momento. Viva, sana, de pie, nada más. Una de las cosas esenciales para mí es la autonomía de una misma, la capacidad de moverte, de pensar, de ganarte la vida, de tener gente querida alrededor, de poder disfrutar de tu tiempo libre.
Yo lucho mucho contra mi IP. Todos los días hago un repaso de las cosas buenas que tengo en la vida, y siempre trato de alejar de mí la tendencia que tenemos los occidentales a la melancolía, la desazón, la angustia existencial, el miedo al vacío, el miedo a la soledad…
Me siento inmensamente afortunada en muchos aspectos, sobre todo por la cantidad de amigos y amigas que tengo.
Me tortura el paso del tiempo, pero trato de disfrutar al máximo las diferentes etapas de mi vida porque sé que terminan para dar paso a otras nuevas. Me cuesta mucho asumir las pérdidas y me desespero cuando pierdo seres queridos, cuando me alejo de seres queridos, cuando destruyen los símbolos de mi infancia, cuando cambia el rostro del amado, cuando pierdo la inocencia, cuando pierdo ingenuidad…
Por eso es necesario el carpe diem, porque uno no para de adquirir cosas y de perderlas, y porque el tiempo pasa muy deprisa. Si te descuidas te pasas la vida lamentándote por lo que no tienes, por lo que nunca tendrás, por la infancia, la adolescencia, la juventud perdida.. y se te pasa el tiempo y no has disfrutado ninguna etapa, y has estado siempre mirando hacia atrás, y el futuro ya ha llegado y no te ha dado tiempo a vivir.
Pero no podemos resucitar seres queridos, ni podemos resucitar amores extinguidos, ni podemos hacer que nos toque la lotería, ni podemos ser felices siempre, y a veces nunca. Pero sí podemos luchar por los derechos que no tenemos, si podemos luchar por la mejora de nuestra sociedad, sí podemos cambiar las desigualdades y las injusticias, sí podemos conseguir cosas si nos unimos para lograrlo. Si podemos dejar una huella que perdure por generaciones, si podemos encontrar satisfacción en los logros que obtenemos cuando nos juntamos para cambiar las cosas.
Y podemos también atrapar el momento, congelar el paso del tiempo, desconectar los móviles y los relojes, y disfrutarlo intensamente como si cada segundo fuera un siglo. Solo hay que pararse un momento, respirar hondo, tomar conciencia, y hacer de esa fiesta un instante inolvidable para ti, y para los demás.
Que la vida es un ratito.
Coral Herrera Gómez
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