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13 de octubre de 2014

Claves para trabajarse la dependencia emocional





Estas son algunas de las claves que trabajamos en el Laboratorio del Amor para construir relaciones bonitas que nos permitan sufrir menos, y disfrutar más del amor: 

-Ser tú misma. La gente se enamora de ti, por lo tanto es fundamental que sigas siempre siendo tú. Además, independientemente de que te ame alguien o no, sigues siendo siempre una bella persona, y hay mucha gente que te aprecia y te quiere. 

- No renuncies a tu autonomía, a tu libertad, ni a tu red de afectos: no permitas que nadie te aísle, ni trates de aislar a tu pareja de su familia, amigos y amigas. El amor siempre crece cuando se comparte con más gente: no te cierres en tu pareja. Los novios y las novias van y vienen: tu red social y afectiva, en cambio, siempre permanece, y son tu mayor tesoro.
- Amar como adultas: tenemos que aceptar y cultivar nuestra autonomía, no delegar responsabilidades propias, no esperar que los demás nos cambien o nos mejoren la vida.   Aprender, en fin, a querernos, a tomar decisiones sin miedo, a respetar los pactos con una misma, a tomar la iniciativa, a equivocarnos, a volverlo a intentar.

- Quiérete bien a ti misma: reconoce tus logros, aumenta tu autoestima, conócete bien, trabaja con autocrítica amorosa, y no permitas que nadie te trate mal o te haga sentir inferior. El auto-amor te permitirá tener unas relaciones más sanas y felices: si te cuidas bien, si te respetas, si te conviertes en tu mejor amiga, no permitirás que nadie se aproveche de ti ni te haga daño. 
- Construye tu relación amorosa con el mismo amor que construirías tu casa si pudieras. Elige un buen compañero, establece unos pactos para la convivencia y el reparto igualitario de tareas y roles, y que las bases de vuestra relación sean siempre el respeto, la igualdad, el equilibrio, y el cuidado mutuo.

- Valora tu libertad, trabaja tu autonomía: no es lo mismo necesitar a alguien, que querer a alguien. Cuanto más autónoma seas, menos vas a necesitar a los demás, tanto a nivel económico como a nivel emocional... las relaciones más sanas son aquellas en las que dos personas que se unen, pueden separarse sin que sus vidas enteras se derrumben. Es esencial que aprendamos a disfrutar de la misma manera de la soledad y de la compañía.

-Hazte de vez en cuando estas preguntas: ¿soy feliz en mi relación?, ¿tengo mis espacios y tiempos propios?, ¿cómo resuelvo los problemas con  mi pareja?, ¿estoy acostumbrada a tomar decisiones, o a que mi pareja las tome por mi?, ¿me siento querida?, ¿el intercambio de cuidados y cariño es equilibrado o está descompensado?, y  ¿qué podría hacer para mejorar, cambiar la situación o salir de ella?.
-Aprende a decir no: nadie va a dejar de quererte si te niegas a hacer algo que no te gusta, si expresas una opinión contraria, si no cumples las expectativas sociales, si tomas tus propias decisiones, si defiendes lo que sientes o lo que piensas, si pides respeto hacia tus posiciones. No tienes por qué tener miedo al conflicto: se puede discutir con alguien sin hacerse daño, dialogando, hablando con sinceridad y cariño. Nadie va a dejar de quererte si dices "No". Y si te dejan de querer, es que no te querían realmente.

- El amor no te va a solucionar tus problemas ni te va a salvar de la pobreza, aunque de pequeña te hayan bombardeado con la idea de que el amor es mágico y el mundo está lleno de príncipes azules, futbolistas millonarios o narcos poderosos deseosos de retirarte del trabajo y tenerte como a una reina, la realidad es otra. Si necesitas salir de la precariedad o cambiar tu vida, la estrategia más inteligente es juntarte con más mujeres, trabajar en equipo, y buscar soluciones colectivas. 
-Atrévete a romper: deja atrás el pasado, acepta las pérdidas, y explora las nuevas etapas que se abren en tu vida. Atrévete a tomar decisiones, y no tengas miedo a los cambios. Solo dejando atrás lo antiguo podremos abrir las puertas y las ventanas hacia lo nuevo, lo que está por venir.

- Amar no es sufrir: tenemos que disociar el dolor del amor. Amar no es sacrificarse, ni renunciar, ni ceder. Amar no es aguantar malos tratos, amar no significa obedecer órdenes de nadie, amar no tiene nada que ver con someterse ni dejarse dominar. El amor se hace desde la igualdad, desde el respeto y la admiración mutua, desde el goce común. 
-Aceptar las pérdidas: la gente nos acompaña en el camino de la vida, a veces durante años, a veces menos tiempo, pero nadie recorre con nosotras completamente todo nuestro paso por este mundo. Así pues, si te dejan o si tu relación no funciona, hay que seguir caminando, acompañada de tu red social y afectiva siempre, tengas o no pareja.

- Mejor soltera que mal acompañada: cuando estás en una relación de dependencia te resulta muy difícil pensar que podrías enamorarte de nuevo y encontrar un compañero estupendo. O te cuesta imaginarte sola y feliz porque crees que no puedes valerte por ti misma. Sin embargo, se vive mejor sin peleas, sin miedos, sin malentendidos, sin dolores, sin humillaciones, sin malos tratos, Las relaciones amorosas son para ser disfrutadas, y si estás sufriendo, mejor acabar una relación dañina que permanecer en ella durante años. La soledad es buena también para ordenar ideas, para empezar de cero, para repensarse e inventarse, para fortalecer la autonomía propia, para conectar con una misma. Además, sin pareja siempre es más fácil conocer otra gente y abrirse a vivir nuevas experiencias.
-Pregúntate de vez en cuando, también: ¿cómo se sentiría tu pareja si lograses aumentar tu autoestima y empoderarte?,¿ si dedicases más tiempo a cultivar tus aficiones, o a cuidar a tu gente querida?, ¿cuál sería su reacción si empezases a decir lo que opinas y sientes sin miedo?, ¿crees que tu pareja sería feliz si te viese feliz, trabajando tu autonomía para no depender tanto de él?, ¿crees que podrías compartir ese proceso con tu pareja, que te respetaría y te animaría a ser independiente?.
-Desintoxicación emocional: de vez en cuando es bueno estar sin pareja, y tomarse vacaciones sentimentales. Piensa en la cantidad de tiempo y energías que se nos van en las relaciones: estos descansos  te vendrán bien para reorganizar tus pensamientos, para estar un tiempo tranquila, o para llevar a cabo tus pequeños o tus grandes proyectos…  utiliza tu energía amorosa para hacer más felices a los demás o a ti misma.
- Solas no podemos: juntas, sí. Rodéate de mujeres, únete para trabajar por la independencia y la autonomía de todas. Llena tu vida  de gente, de aficiones y pasiones personales. Aprende a disfrutar de tu soledad, y de la compañía. Conoce gente nueva, cuida a la gente de siempre. Diversifica afectos y únete a grupos de personas para aprender, para compartir aficiones o pasiones, para aportar a la construcción de un mundo mejor, para luchar por tus derechos, para celebrar la vida.

Coral Herrera Gómez


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11 de septiembre de 2014

Sin tiempo para el amor romántico



Al sistema productivo le da igual que estés borracha de amor, cachonda, angustiada o 
de duelo. El capitalismo nos enjaula, quiere que dediquemos nuestro tiempo a trabajar 
o a consumir: el amor es improductivo. Los feminismos reclaman la conciliación de la
 vida laboral y el trabajo reproductivo pero, más aún, necesitamos un modelo 
compatible con el placer y los afectos.
Ilustración: Señora Milton para Minerva Magazine
Ilustración: Señora Milton para Minerva Magazine

Si el día medio de trabajo, incluyendo
la preparación y la transportación, es de diez
horas, y si las necesidades biológicas de dormir y alimentarse
requieren otras diez horas, el tiempo libre será de cuatro
horas en cada veinticuatro durante la mayor parte de la
vida del individuo. Este tiempo libre estará potencialmente
disponible para el placer.
Herbert Marcuse, Eros y Civilización.


¿Cuántas horas le dedicas al amor? A imaginarlo, soñarlo o consumirlo en forma de película o novela, a recrearlo, a vivirlo. ¿Cuánto tiempo hace que no pasas horas haciendo el amor con tu pareja de hace años, como al principio?, ¿cuánto tiempo tienes para conocer gente nueva y encontrar a alguien que te gusta mucho?, ¿cuánto tiempo dispones para tener un romance de esos que te descolocan la vida y te destrozan los horarios?
Tenemos poco. Hay poco tiempo para el amor. Para conocerse, para enamorarse, para profundizar, para decepcionarse, para dejarse, para recuperarse, para volverse a enamorar. 
Vivimos en una sociedad muy amorosa: por la radio suenan canciones de amor desgarrado, en el cine todas las películas tienen alguna historia de amor de fondo o en primer plano, las estrellas salen del armario en el telediario y nos presentan a sus parejas, en las revistas circulan chismes y cotilleos sobre famosas que se enamoran o se separan, las redes sociales están llenas de gente buscando al amor de su vida, en Facebook nos enteramos de las bodas de nuestra gente, en la televisión triunfan los dramas sentimentales, en la publicidad nos regalan paraísos románticos para vendernos casas, coches, muebles o desodorantes.
Sin embargo, hay poco tiempo para el amor. Marcuse lo vio claro: son muy pocos minutos los que dedicamos al placer. La mayor parte del día acudimos a trabajar a cambio de un salario, y el resto del tiempo que nos queda es para dormir, y resolver las cuestiones básicas de higiene y nutrición (y otras miles obligaciones de la vida urbana posmoderna). Hacemos el amor al final del día, antes de dormir, cuando tenemos el cansancio acumulado encima, y hay que darse prisa para terminar pronto y poder dormir si acaso 7 u 8 horas.
Podríamos disfrutar más si pudiésemos dedicar días enteros a charlar, a jugar, a hacer el amor, a comer rico, a escuchar buena música en la intimidad con nuestras parejas. Pero los horarios que tenemos no dan para relajarse y para el disfrute pleno del amor. Nuestras agendas están siempre repletas de cosas que hacer después de trabajar 8 horas y de perder al menos otras dos en volver a tu casa o desplazarte a cualquier otro lugar: ir al gimnasio, ir a clases de yoga, pasear al perro, acudir a la asamblea de tu colectivo, reunirte con amigas del colegio, llevar al gato al veterinario, vaciar la pila de platos y sartenes sucias, ir al dentista, contestar emails, hacer la compra semanal, regar las plantas, llevar a arreglar unos pantalones, ir al psicólogo, hacer lavadoras en casa, recoger y limpiar el hogar, hacer cenas o comidas para el día siguiente, skypear con tu hermana que emigró al extranjero, devolver llamadas o guasaps, depilarte las piernas y el bigote, supervisar las tareas del colegio de tus hijas o hijos, acudir a la asamblea de vecinos, pasar por Correos, visitar a los del banco, llevar a la niña a informática y después a inglés, llevar a arreglar las gafas del niño a la óptica, llevar el ordenador al técnico para que lo arregle, hacer cuentas y revisar facturas, estudiar...

Sí, nuestras obligaciones diarias son extenuantes, y al final del día nos derrumbamos en el sofá para leer, ver tele o navegar por las redes y olvidarnos un poco de nuestras preocupaciones. En esos momentos quizás solo nos quede una hora útil  de vida antes de caer en los brazos de Morfeo, y el cansancio no da para ponerse a dar brincos en la cama con nuestro compañero o compañera. Según la mayor parte de las estadísticas, los días en que la gente se dedica a gozar del sexo son los fines de semana, que como todas sabemos, son demasiado cortos para hacer todo lo que una quiere hacer: vivir la vida.
La tiranía del tiempo que se nos va se diluye cuando nos enamoramos salvajemente. Nos liberamos cuando el subidón del enamoramiento trastoca nuestra percepción y relación con el tiempo, como pasa con las drogas. Dejamos de mirar el reloj, las intensas noches de amor se hacen cortas, los instantes sublimes congelan el tiempo y nos hacen eternas.

Sí, el amor nos hace diosas del tiempo: bajo el influjo de la pasión somos capaces de saborear cada segundo de amor, atrapar el presente con nuestras manos, vivir el ahora con una intensidad brutal. El tiempo ya no va inexorable segundo a segundo hacia el futuro, a un ritmo monótono e implacable. Los segundos parecen horas, las horas minutos: el tiempo se ralentiza (cuando estamos esperando una llamada o que llegue el día de la próxima cita) o se acelera (cuando estamos sumergidos en los ratos de amor loco), y la vida es más emocionante porque nuestra percepción de la realidad se trastoca.
También nuestro organismo se trastoca y adquirimos superpoderes. La química del amor es tan fuerte que somos capaces de pasar noches enteras sin dormir junto a la persona amada, y cada día acudir al trabajo y cumplir tus obligaciones como si nada hubiera pasado: sólo te delata una sonrisa permanente en la cara, las ojeras malvas, la piel tersa y el cabello brillante. A la noche te espera otra desvelada, tú te sientes con fuerzas para todo: nos llenamos de energía cósmica para vivir el presente intensamente.
Cuando  pasa la borrachera del amor y volvemos a nuestra vida real, perdemos los superpoderes para dedicar horas a hacer el amor y ya el cuerpo responde mal si le sigues quitando horas de sueño. Con el paso de los meses y los años, las parejas se vuelcan más hacia lo social que hacia lo íntimo, y es difícil para muchas volver a construir esos espacios íntimos llenos de magia para detener el tiempo. Así pues, hay gente que se queja de que follamos con prisa, follamos sin ganas, follamos cansadas, follamos poco, o no follamos nada.
Si ya es difícil reservar tiempos y espacios para compartir con la pareja, imagínense las personas que tienen amantes, o las que tienen varias parejas: es casi imposible encontrar huecos en el día para dedicarse al amor sin mirar el reloj. Las parejas de adúlteros apenas pueden disfrutar de una hora o dos (no hay tiempo para más), pero la gente poliamorosa también lo tiene difícil, por la falta de tiempo para tener varias parejas simultáneas: el fin de semana tiene solo 2 noches, 3 días que pasan volando.
Vivimos en un sistema productivo que nos encadena durante 40 horas semanales a un trabajo que nos da un salario generalmente precario (son muchas las personas que hacen 50 o 60 horas semanales robando horas de sueño o de su vida a cambio de nada o de muy poco).
A las empresas no solo les damos mucho tiempo de nuestras vidas, sino también nuestras energías físicas, mentales y emocionales. ¿Cuantos de vosotras habéis tenido que arrastraros dolorosamente fuera de la cama para ir al trabajo sintiendo que os dejáis un poco de vida en el lecho del amor?, ¿cuánta gente ha faltado alguna vez al trabajo por estar enamorada o enamorado?, ¿cuántas veces has deseado estar entre las sábanas jugando, mientras miras por la ventana y cuentas las horas que te quedan para salir de tu lugar de trabajo?, ¿cuántas veces has perdido la concentración en tu trabajo por culpa de un amor que te está esperando en su casa mientras te hace la cena, y no logras acabar tu tarea?
El capitalismo nos enjaula, aunque no seamos productivas. Al capitalismo le da igual que estés borracha de amor, feliz, eufórica, exultante, cachonda, preocupada, angustiada, desesperada, triste, ansiosa, enojada. Al capitalismo no le importa que tu compañera esté hospitalizada y tú quieras estar cuidando y acompañándola. No le importa si vas a tener una conversación decisiva con tu pareja, si estas de duelo por una ruptura sentimental, si quieres acompañar a una amiga o amigo en momentos difíciles. No le importa, y tú tienes que ir a trabajar, aunque tu abuela se esté muriendo. No le importa si has dormido esa noche por la gripe de tu hija o si te has pasado la noche gozando lujuriosamente. Tú tienes que estar ahí, cumpliendo, aunque no seas productiva y no logres hacer nada ese día.
Si te lo montas por tu cuenta, es lo mismo. No puedes permitirte el lujo, generalmente, de tomarte unos días para tus asuntos emocionales, porque entonces no comes ese mes. La cadena de producción no puede parar por tus sentimientos, y al capitalismo le conviene que no seamos demasiado felices: nuestra insatisfacción permanente y nuestro dolor nos hacen más vulnerables. Así que la explotación de nuestras energías y tiempos es brutal, porque va más allá de la cuestión productiva. Vivimos en una sociedad represiva a la que le conviene constreñirnos el acceso al placer, al amor, al juego y al disfrute. Prefieren que disfrutemos consumiendo, o dediquemos nuestro tiempo a trabajar: el amor es improductivo. Poco rentable.

Hay poco tiempo para el amor, y a veces pocas energías. El enamoramiento pasional no es eterno: nuestro cerebro y corazón no pueden estar añales enamorados: es agotador estar generando ese nivel de endorfinas y anfetaminas todo el tiempo. Además, el romanticismo siempre acaba siendo aplastado por la tiranía de los horarios, de la rutina, de las obligaciones. Muchas parejas se desenamoran porque apenas pasan tiempo juntas: tiempo de calidad, tiempo sin límites, tiempo para el erotismo y el amor.
Además de no tener tiempo para vivir romances, tampoco lo tenemos para disfrutar de nuestros hijos e hijas, de nuestra gente querida, de nuestros animales domésticos: pasamos la mayor parte del día fuera de casa, produciendo para enriquecer a otras personas que en realidad no necesitan tenernos tantas horas allí.
Los feminismos reclaman la conciliación de la vida laboral y familiar: las 8 horas de trabajo diarias son incompatibles con el cuido de bebés, personas enfermas o ancianas. Y resulta que el 90% de las cuidadoras en el mundo son mujeres. Unas tienen que renunciar a la autonomía económica y al mercado laboral, y otras cargan con la doble jornada laboral.
Hay países en los que los trabajadores no tienen derecho a vacaciones pagadas (si acaso dos semanas al año, y sin cobrar), pero hay otros como Islandia o Suecia que están implantando nuevas medidas para aumentar la calidad de vida de sus habitantes. En el caso de Suecia, creen que no es el tiempo lo que determina el nivel de eficacia laboral, sino la motivación y el bienestar de los y las trabajadoras. Han decidido implantar una jornada laboral de 6 horas sin reducción de salario, lo que al parecer aumenta el nivel de satisfacción de los suecos y las suecas con respecto a su trabajo; además, mejora la productividad, aumenta el ahorro estatal y permite crear más empleo. Puedo imaginar lo felices que deben de estar las trabajadoras municipales al ganar una hora de vida para sus amigos y amigas, para su familia, para su comunidad, para sus aficiones, para sí mismas, para su tiempo de descanso o de ocio.
El tiempo es oro: nuestras vidas son muy cortas y necesitamos un sistema productivo más acorde a nuestras necesidades vitales, individuales y colectivas. El capitalismo romántico nos regala muchos finales felices mientras nos roba horas de vida: necesitamos recuperar nuestro tiempo, y necesitamos energía para disfrutar de la vida.
Necesitamos tiempo para amar, para disfrutar del placer en toda su plenitud. Tiempo para escuchar, para viajar, para conocer, para compartir, para construir comunidades con los demás. Tiempo para apoyar, para crear redes, para celebrar, para aprender, para crear. Tiempo para cultivar y nutrir lo único que parece darle un poco de sentido a la vida: los afectos.

Coral Herrera Gómez en Pikara Magazine





Uneté al Laboratorio del Amor 
por 100 euros al año o 9.95 euros al mes





Plataforma de formación on line de Coral Herrera: 
talleres intensivos y permanentes en 




4 de febrero de 2014

Cómo saber si mi amor es patriarcal



-La Posesividad es patriarcal: la gente no es tuya: te acompaña un ratito en el camino. Se nos olvida que todos nacemos libres y que los humanos no somos mercancía, se nos olvida que a la gente hay que quererla como a los pájaros que vuelan libres y acuden libremente a tu ventana. Encerrar pajaritos lindos y cortarles las alas es una auténtica crueldad. Se nos olvida todo esto mientras cantamos canciones de amor patriarcal: "Yo soy tuya para siempreeeee", "Él es mío todo mío, mi amor es todo para él...", "Sin ti no soy nada". 
-Las jerarquías del Amor son patriarcales: Darle todo el amor a una sola persona es jerarquizar sentimientos. Todos estamos rodeados de gente que nos aprecia y a la que apreciamos. Tenemos familia, amigos y amigas, y gente con la que compartimos aficiones. Olvidarse de estas redes de amor y vivir por y para una sola persona es totalmente antinatural. Una sola persona no puede ser nuestra única razón para ser felices. Demasiada responsabilidad... Tu felicidad está dentro de ti y en las redes de afecto que has construido. Decir cosas como "Estoy sola" cuando hay un montón de gente que te quiere, es patriarcal. Jerarquizar afectos y emociones es patriarcal, porque abriendo un poco nuestros horizontes afectivos nos daremos cuenta que el querer es un fenómeno muy diverso.
- Someterse o dominar a la otra persona es patriarcal, porque las relaciones basadas en la lógica del amo y el esclavo son patriarcales. Si estableces relaciones basadas en luchas de poder, estás reproduciendo la dinámica patriarcal de las relaciones sádicas y masoquistas. No hablo de la gente que juega en la cama, sino de la gente que disfruta humillando o dejándose humillar fuera de ella. Las herramientas de control y dominación son sutiles y apenas visibles, por eso tanto mujeres como hombres al juntarnos asumimos roles contrarios y reproducimos la batalla eterna de género. Ellas tratarán de retenerlos en el calor del hogar, ellos tratarán de hacer respetar su libertad y sus espacios. Ellos tratarán de que ellas se queden en el calor del hogar, ellas defenderán sus derechos y libertades... unas y otros tratando de llevar a su terreno a la persona amada, a la que probablemente conocieron libre.
- Exigir a alguien que permanezca a  tu lado aunque ya te haya expresado su desamor o su rechazo, es patriarcal. El amor no se puede exigir, se da, se recibe, se comparte libremente. Cualquier mecanismo violento para doblegar la voluntad ajena es patriarcal: amenazas, chantajes, estrategias sucias, etc. Así pues, no permitas que nadie te obligue a hacer nada, y pon ojo cuando tú necesitas algo de alguien... no sea que sin darte cuenta te portes mal. Haz autocrítica para ver si eres una persona con ética amatoria o si careces de escrúpulos en el mundillo de las relaciones amorosas...

-Portarse mal con la persona amada es patriarcal, porque las mentiras, las traiciones, los gritos, la violencia, las exigencias, la humillación, el chantaje, los insultos, las  amenazas, el mal trato, el control y la vigilancia, los reproches continuos son patriarcales. Si no tratas con amor a tu pareja, en un plano de igualdad y cariño mutuo, tienes que plantearte cómo cambiar y despatriarcalizar tu forma de relacionarte. Porque los malos tratos son patriarcales, vengan de donde vengan.

-Aguantar que se porten mal contigo es patriarcal. Porque somos capaces de aguantar situaciones espantosas y creemos que lo hacemos "por amor". La cultura sublima a la mujer que sufre, a la dolorosa, a la llorona, porque solo alcanza grandeza cuanto mayor es su sacrificio. Así que muchas cumplimos el papel de mujeres sufridoras sin medir las consecuencias que esto tiene en nuestro bienestar, en nuestra psique, en nuestras emociones. Cuanto peor se portan con nosotras, más vulnerables y dependientes somos. Y como nos han enseñado a esperar a que las cosas cambien por sí solas, o que alguien venga a salvarnos, tardamos mucho en darnos cuenta de que nuestra pareja no es buena persona con nosotras, aunque de cara a los demás parezca un amor. El masoquismo es patriarcal y hay que evitarlo: es cierto que nos cuesta aceptar que no nos aman, o identificar cuándo nuestra pareja o amante no nos está tratando bien. No es  fácil saber cuándo es el momento de parar esas situaciones que nos van dejando huella y se prolongan a veces toda una vida, pero cualquier momento es bueno para romper con las cadenas que nos aprisionan, nos empequeñecen, nos torturan con sufrimientos románticos. Por ejemplo, ahora mismo.
-Ser egoísta es patriarcal: Estar siempre pensando en lo que "necesitamos". En nuestro deseo, nuestros sentimientos, en lo que el otro no nos da. Estar siempre exigiéndolo. Aislar a tu pareja de su círculo familiares y redes afectivas es patriarcal. Pretender encerrar a tu pareja en el ámbito doméstico es patriarcal. Tener a tu pareja siempre pendiente de ti es de ser una persona egocéntrica. El ego nos tiende muchas trampas patriarcales, y se adapta estupendamente a los privilegios de género...

- La culpabilidad es patriarcal. Porque es un arma que sirve para bloquearnos y oprimirnos. Porque podemos utilizarlo como arma para oprimir a los seres amados en actos de chantaje terrible. Las mujeres hemos vivido inmersas en esta cultura cristiana de la gran culpa y del pecado de Eva, por eso nos sentimos mal por todo: porque rompimos la relación que no nos hacía felices, porque trabajas y no cuidas a tus bebés, porque no das el cien por cien a diario, porque engordamos si no hacemos ejercicio, porque tomamos decisiones o porque no las tomamos...  Pero también intentamos que los demás se sientan culpables usando el victimismo para hacer sentir culpable al hombre que te abandona, o a la mujer que te confiesa que ya no te ama. Si lo que quieres es lograr tus objetivos exigiendo a la otra persona que te satisfaga tus deseos y dando pena, estás cayendo en la cultura patriarcal que ata a las mujeres con las cadenas invisibles del patriarcado.


- La división tradicional de roles es patriarcal: Si eres de las mujeres heteros que piensan que "todos los hombres son iguales", si eres lesbiana y le das a tu pareja todo el poder sobre ti, si eres gay y decides asumir el rol de "mujer" con tu pareja, si eres lesbiana y decides que tú eres la que manda en la relación, si eres un hombre heterosexual que todavía tiene problemas con su masculinidad y te haces el macho alfa para no parecer beta.... la división de roles no sólo se da en parejas heterosexuales, sino en todo tipo de parejas. Incluso se da en grupos: si una gente se reúne a celebrar la vida en el campo para comer carne asada, ellos estarán junto al fuego, con la carne, y ellas estarán haciendo la ensalada o limpiando mientras cada grupo habla de sus cosas: ellos de fútbol, motos, coches, etc., ellas de moda, salud, nutrición, maternidad y crianza, y chismes.
Esto es la división de roles: que por ser mujer tengas que hablar de determinados temas, que por tu condición femenina tengas que aparentar ser frágil y débil, que por ser hombre te veas obligado a ser valiente o agresivo. En nombre del amor, ellas asumen el papel de princesa elegida para el trono (sumisas, complacientes, felices, domésticas, tranquilas), y ellos asumen toda la carga de la ideología patriarcal mientras construyen su identidad de género y sufren por todas las obligaciones que conlleva la masculinidad (apariencias, represión de las emociones, relaciones competitivas, conteo de fracasos deportivos, laborales y sociales...).

- El uso de la violencia para resolver conflictos es patriarcal: violencia simbólica, violencia psicológica o violencia física... cualquier forma de dominación a través de la fuerza o de actos agresivos como golpear, humillar, insultar, amenazar, chantajear, atemorizar, son patriarcales. En todas las películas de Hollywood, la violencia es el arma con el cual el "bueno" vence al "malo", es la única manera en la que los protagonistas pueden resolver problemas, dominar a los enemigos/as, y lograr sus objetivos. Toda nuestra cultura está impregnada de esta idea: si necesitas algo, puedes conseguirlo matando o haciendo daño a la persona a la que quieres dominar. Si necesitas modificar la realidad para que sea de tu gusto, sólo tienes que construirte un enemigo y machacarlo con todas tus armas posibles, ya sean verbales o físicas. Esta forma de relacionarse con el mundo y con la gente es completamente patriarcal, por eso es tan necesario que aprendamos a relacionarnos de otras formas, y que aprendamos, también, que las batallas y las luchas de poder con las personas que nos rodean son parte de la estructura patriarcal.

La buena noticia es que podemos trabajar en estas estructuras patriarcales para construir otras formas de resolver conflictos, que hay otras maneras de relacionarse no basadas en el binomio ganador/perdedor, dominante/dominado, y que todos y todas podemos cambiar nuestros esquemas para disfrutar más de la vida, de la gente, y del amor. 

Coral Herrera Gómez


Si quieres trabajarte el amor con Coral, 
únete al Laboratorio del Amor 








12 de enero de 2014

Autocrítica amorosa para sufrir menos, y disfrutar más




Autoestima y autocrítica 

Las redes sociales están plagadas de cartelitos que nos aconsejan querernos mucho a nosotras mismas, habitualmente cargados de victimismo y autoconsejos para que no te rompan el corazón (podéis ver el análisis que hice de estos cartelitos en la serie  "Amores Horribles"). Son muchos los "expertos" que nos dicen que lo primero en la vida es quererse a una misma, que tenemos que lograr que nuestra propia vida sea el centro de nuestra atención, que nos alejemos de aquellos que nos critican y nos envidian, que no necesitamos a nadie más que a nosotras mismas para ser felices. En la mayor parte de los libros de autoayuda se incide mucho en la necesidad de tener la autoestima bien alta, en la necesidad de amarse sin límites, aceptarse tal y como una es, y exigirles a los demás que te acepten tal y como eres. Otros autores, sin embargo, han encontrado en sus investigaciones que no existe una correlación directa entre un alto nivel de autoestima y la felicidad.


Desde los feminismos también se incide en esta necesidad de acompañar el empoderamiento de las mujeres con altas dosis de autoestima, por eso siempre nos lanzamos mensajes unas a otras para que aprendamos a aceptar nuestro cuerpo tal y como es, para que seamos capaces de confiar en nosotras mismas y en nuestras habilidades, para que construyamos nuestra autonomía económica y emocional femenina y podamos así alejarnos de las estructuras patriarcales que nos discriminan en todos los ámbitos. 


Las mujeres hemos sido educadas para admirar la independencia de los hombres, para agradar a los hombres con nuestra belleza y encantos femeninos, para depender de ellos económica y afectivamente, para rivalizar con otras mujeres, para utilizar estrategias de guerra en nuestras relaciones sexuales y sentimentales.  Hemos sido entrenadas para el autosacrificio y la abnegación, para ser amantes, madres, enfermeras, cocineras, psicólogas, educadoras y arreglatodo. Hemos aprendido a anteponer los intereses de los demás miembros de la familia a los nuestros, y nos han enseñado que somos el sexo débil y que necesitamos la protección masculina, por eso es importante que nos cuidemos también a nosotras mismas. Nos han tiranizado con la idea de que para ser amadas hay que estar bellas y por eso luchamos contra la edad, las imperfecciones, la grasa y  los pelos. Por eso es importante que nos deshagamos de la culpa, nos aceptemos como somos y nos queramos por dentro y por fuera. Muchas mujeres gastan todos sus recursos en encontrar un marido que las salve del trabajo, y eso nos hace seres dependientes e inseguros que establecen relaciones interesadas. 


Entonces, sí, necesitamos querernos a nosotras mismas para poder querer a los demás. Pero es necesario saber reconocer la carga ideológica que se esconde bajo este bombardeo que recibimos para que reforcemos nuestra autoestima, porque se nos lanzan mensajes para reforzar el ego y propiciar el individualismo. Nos acabamos convenciendo de que "como nadie nos comprende" y todo el mundo nos hace daño, lo mejor es confiar solo en una misma, y alejarse de los demás. 


El mensaje de los libros de autoayuda es que tú eres mejor que los demás, que debes protegerte de los demás, y que son los demás los que están equivocados. La realidad sin embargo es que no somos "mejores" que los demás. Somos diferentes, somos singulares, pero no ayuda en nada lo de que la gente construya su autoestima sintiéndose superiores con respecto a los demás. 


Hay que empoderarse y quererse una misma, pero nunca podremos solas, actuando bajo la filosofía del "salvesé quién pueda". Solo unidas y tejiendo alianzas entre nosotras podremos liberarnos de las tiranías patriarcales que nos hacen odiar nuestros cuerpos y odiar a nuestras semejantes. 


Se trata, yo creo, de olvidarse de romanticismos individualistas y de trabajar desde y por para el amor, la empatía, la solidaridad, la cooperación, la ayuda mutua. La solución a la dependencia emocional femenina o a las soledades posmodernas creo que pasa por, entre otras cosas, crear redes de afecto colectivo. 


Sin embargo, para poder querernos más, y mejor, no podemos imponerle a la gente que nos acepte "tal y como somos", con todas nuestras miserias, con todos nuestros defectos, traumas y carencias. Para querer y que nos quieran, tenemos que trabajarnos todo aquello que nos hace daño o que hace daño a la gente que nos rodea. 


Creo que una debe de estar siempre en un proceso continuo de deconstrucción y construcción, de auto-análisis, de trabajo amoroso sobre una misma. Todos y todas podemos trabajarnos los miedos que nos habitan y nos comen, y muchas otras fobias como el racismo, el clasismo, el machismo, la homolesbotransfobia, la xenofobia... 


Podemos trabajarnos el egoísmo, la envidia, el masoquismo, el sadismo, la violencia y la agresividad, la impulsividad, la pereza, la tacañería, la avaricia, la  soberbia, el orgullo, la competitividad, la falta de sinceridad, la maldad y las miserias que nos habitan, la necesidad de dominar al otro, la tendencia a mentir, en fin, son miles los defectos que acumulamos todos en mayor o menor medida. 


Para poder trabajar todo esto lo primero es poder verlo: si nos creemos perfectas o perfectos, va a ser muy difícil identificar nuestros puntos a mejorar. Por eso es tan esencial escuchar con atención a la gente que nos quiere y que es sincera con nosotras, y por eso es tan sano reírse con los demás de una misma. 








¿Por qué es importante la autocrítica amorosa?

Creo que para estar bien una de las cosas más importantes es tener afectos diversos. Estar centrada en amarse mucho una misma no ayuda a construir relaciones bonitas con los demás. Por eso es importante trabajar autoestima y autocrítica a la vez. El reto sería: ¿cómo puedo ser mejor persona?, ¿cómo hacer más bonita mi vida y la vida de la gente que me rodea?, ¿cómo mejorar en lo que fallo, cómo eliminar lo que no me gusta de mí misma, cómo transformarme, cómo llegar a ser quien querría ser? 


¿Cómo ser más generosa, más solidaria, más sincera, más honesta, más buena gente? Esa es la pregunta con la que yo trabajo en el Laboratorio del Amor. Creo que si logramos ser mejores personas, podremos reducir el nivel de conflicto con los demás. Las relaciones humanas son difíciles porque son interesadas, porque nos organizamos jerárquicamente, y porque nos movemos en torno a continuas luchas de poder (con tu hija, con tu marido, con tu madre, con tu hermana, con tu jefa, con tu vecino, con tu abuelo, con tus compañeros de trabajo, con el empleado del banco, con la empleada del hogar, con el policía que te multa...)


A menudo creemos que "la gente" es mala, y que "nosotras" somos las buenas, y los demás son los "otros", son "los malos".  Sucede por ejemplo con la batalla eterna entre mujeres y hombres, cuando asumimos por ejemplo que "todos los hombres son iguales" para hacer ver que todos son mentirosos, egoístas e infantiles (y al revés cuando se mete en el mismo saco a todas las mujeres). 

Y ocurre que nadie es perfecto y que nuestro historial no está inmaculado. Todos hemos daño a alguien alguna vez, y hemos tenido que pedir disculpas cuando nos hemos portado mal. Pedir perdón es una gran capacidad humana, porque nos permite reconocer que nos hemos equivocado y que trataremos de no volver a hacerlo, y así es mucho más fácil arreglar los problemas y superar los conflictos. 









1 de agosto de 2013

Los derechos universales del Amor





1. Todos tenemos derecho a querer y a ser queridos. Sin exclusiones por razones de género, orientación sexual, etnia, origen, clase socioeconómica, edad, religión, etc. 

2. Todas tenemos derecho a elegir libremente compañero/a (s) sin imposiciones sobre el género o el número de compañeros/as. También tenemos derecho a elegir la soltería sin sufrir las presiones de nuestro entorno. 

3  Todas tenemos derecho a relaciones igualitarias donde no exista la división de roles tradicional y en las que podamos repartir las cargas de trabajo de un modo equitativo o equilibrado. Todos tenemos derecho a ser bien tratados y a tratar bien a los demás. Tenemos derecho, pues, a tener relaciones amorosas sanas y bonitas, sin jerarquías ni  luchas de poder.

4  Todos tenemos derecho a iniciar o romper nuestras relaciones amorosas o sexuales con libertad, por ejemplo cuando no nos apetece continuar compartiendo o conviviendo con la pareja, sin coerciones de tipo legal, económico, social, moral o religioso.

5. Todos tenemos derecho a controlar nuestra sexualidad en el ámbito de la reproducción, tener acceso a métodos anticonceptivos o elegir libremente la maternidad/paternidad, tanto cuando se tiene pareja, como cuando no se tiene.

6  Todas tenemos derecho a expresar nuestras emociones en público o a no expresarlas si no es nuestro deseo. Esto supone también que todas somos libres para mostrar nuestros afectos en lugares públicos sin discriminaciones basadas en nuestro aspecto físico, nuestra edad, color de piel, clase social u orientación sexual.

3 de julio de 2013

La construcción cultural del amor romántico







                  El amor es una construcción humana sumamente compleja que posee una dimensión social y una dimensión cultural. Ambas dimensiones influyen, modelan y determinan nuestras relaciones eróticas y afectivas, nuestras metas y anhelos, nuestros gustos y nuestros sueños románticos.  Tanto la sexualidad como las emociones son, además de fenómenos físicos, químicos y hormonales, construcciones culturales y sociales que varían según las épocas históricas y las culturas. El amor se construye en base a la moral, las normas, los tabúes, las costumbres, creencias, cosmovisiones y necesidades de cada sistema social, por eso va cambiando con el tiempo y en el espacio, y por eso no aman igual en China que en Nicaragua, ni los bibri aman del mismo modo que los semais.

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3 de mayo de 2011

El amor romántico desde una perspectiva científica. ¿Por qué y para qué estudiar el amor?



Cuando llegó el momento de decirle a mi director de tesis, Gérard Imbert, el tema sobre el que quería investigar, pasé dos semanas sin atreverme a hablar con él y preparando mi discurso para convencerlo. Él mismo me dijo, "piensa bien el tema porque tu vida va a girar en torno a él durante años; así que lo mejor es que sea algo que te apasione".

Yo ya sabía lo que me apasionaba, pero no sabía como planteárselo. Desde niña me han fascinado las relaciones amorosas humanas, y cuando comencé a experimentar todos los síntomas del romanticismo, en la adolescencia, mi interés por el tema aumentó. Siempre me gustó mirar a los adultos, oírles hablar, escuchar historias de  vida, y analizar mis propios sentimientos y reacciones.

Con las amigas y amigos pasé años hablando sobre el amor, sus mitos y la forma en cómo nuestro cuerpo, nuestras ideas, nuestro comportamiento, están determinados por las emociones, y cómo esas emociones, a su vez, están determinadas por mandatos sociales y modelos culturales, debidamente idealizados.

Mi idea era estudiar el amor desde un enfoque multidisciplinar, porque buscando en las bibliotecas me encontraba con libros sobre el amor desde una perspectiva literaria, o antropológica, o biológica, o histórica, pero no encontraba un libro que uniese todas esas perspectivas, y pensé en escribirlo yo, añadiéndole por supuesto el enfoque de género.

No me costó mucho convencer a Gerárd porque él es un hombre de horizontes abiertos,  aventurero, que le gusta desentrañar las profundidades de las emociones humanas y  analizar cómo se plasman en el cine y en los productos culturales de masas. Para mí fue súper importante su apoyo porque no quería estudiar otra cosa que este tema, dado que mi curiosidad se remonta a los principios de mi infancia, dado que necesitaba también comprender lo que nos pasa cuando nos enamoramos, saber de dónde viene esa forma de amar, y sobre todo, saber por qué amamos de esta manera y no de otra.




mi tesis doctoral, de 850 páginas


Entonces me puse a analizar ese proceso, y el modo en cómo se construye socioculturalmente el amor; pero también cómo esta construcción influye significativamente en las estructuras económicas y políticas de la sociedad occidental.

Sin embargo, mi trabajo de investigación no hubiera sido posible si, a lo largo del siglo XX, no se hubiese dado el gran debate epistemológico que destronó al cientifismo empirista y gracias al cual surgieron investigaciones que demostraron la hipervirilidad de la Ciencia occidental, y su sesgo androcéntrico. Los principales protagonistas de este debate fueron los pensadores de la Teoría Crítica liderada por la Escuela de Frankfurt en los años 30, el Postestructuralismo, la Sociología del Conocimiento y la Teoría Feminista, que sacaron a la luz teorías y científicos (sobre todo científicas) marginados por la Ciencia, cuestionándose así numerosas verdades dadas por supuestas. 

Esta tarea deconstructiva demostró que lo que se consideraba Ciencia Universal era sencillamente una actividad ejercida por hombres blancos, occidentales, y en su mayor parte de clase media. También se puso de relieve el hecho de que la mayor parte de sus investigaciones estaban impregnadas de intereses ideológicos, económicos, sociales y políticos. Se quiso derribar, así, el mito del cientifismo como verdad universal y el mito del científico como un robot objetivo sin emociones, sin condicionamientos culturales, sin intereses personales. Fue entonces cuando se reveló la dimensión hipermasculina de la Ciencia, que había marginado durante siglos a la mujer como sujeto y como objeto de estudio científico.

Gracias a este debate y a este proceso deconstruccionista, la Ciencia vio cuestionada profundamente la pretensión de validez universal y de neutralidad de la que había hecho gala  desde el siglo XVII. Las principales consecuencias de este debate fueron la ampliación de los límites del conocimiento y el surgimiento de nuevas áreas de investigación científica. Este hecho posibilita, en la actualidad, adentrarse en espacios del conocimiento que no han sido considerados, hasta hoy, dignos de ser estudiados, como es el caso del amor romántico. Gracias a la lucha feminista contra el sistema patriarcal, además, he podido ir a la Universidad; si hubiese nacido en otra época no podría haber estudiado si quiera; ni este tema, ni cualquier otro.


Hoy se acepta comúnmente que todos estamos influidos por la cultura en la que nos hemos criado, por el género al que se nos adscribió al nacer, por la educación que recibimos y las instituciones sociales, la religión, nuestro estatus social y económico, además de nuestras propias aspiraciones personales y  experiencias vitales, que conforman nuestra identidad. Por ello, ningún científico, institución científica o investigación empirista puede hoy declararse objetivo o neutral. De hecho, se considera más honesto que los y las profesionales de la Ciencia admitan en sus investigaciones el punto del que parten, y tengan en cuenta a la hora de elaborar sus teorías e hipótesis la perspectiva personal desde la que ejercen la actividad del conocimiento, para así diferenciar sus propios condicionamientos culturales y personales del objeto de estudio. Es decir, admitir la inevitable subjetividad que impregna cualquier actividad humana en el área del conocimiento científico, dejando atrás mitologías científicas antes nunca cuestionadas.



El trabajo de documentación no fue tarea fácil, dado que no existe mucha bibliografía científica debido a la marginación de las emociones como objeto de estudio. Para Carlos García Yela (2002), es muy significativa la gran diferencia existente en cuanto a volumen de investigación entre el amor y otros temas “que quizá sean menos relevantes en la vida del hombre, como por ejemplo, el reflejo salivar condicionado”.

La Antropología ha estudiado temas como la familia, el parentesco, el matrimonio, el comportamiento sexual, los ritos vinculadores, el apego, el beso y las conductas altruistas, pero no específicamente el amor romántico, considerado generalmente como una peculiaridad exclusiva de las civilizaciones occidentales.

 La Sociología se ha centrado en el análisis del matrimonio (y la satisfacción en el mismo) como unidad básica de la estructura social y sólo en contadas ocasiones ha concedido suficiente atención a la importancia estructural del amor y las creencias románticas en nuestra sociedad.

En el campo de la Historia, destacan las obras de algunos historiadores sobre el matrimonio (Westermarck, 1926) y la pasión (De Rougemont, 1939).

En el campo de las ciencias sociales, el interés por las emociones también se ha visto incrementado a medida que avanzaba el siglo XX.

Ortega y Gasset (1941) se quejaba de que el tema del amor no fuese objeto de investigación científica o filosófica: 

“Si un médico habla sobre la digestión, las gentes escuchan con modestia y curiosidad. Pero si un psicólogo habla del amor, todos le oyen con desdén, mejor dicho, no le oyen, no llega a enterarse de lo que enuncia, porque todos se creen doctores en la materia. En pocas cosas aparece tan de manifiesto la estupidez habitual de las gentes. ¡Como si el amor no fuera, a la postre, un tema teórico del mismo linaje que los demás, y por tanto, hermético para quien no se acerque a él con agudos instrumentos intelectuales!”.

 Leo Buscaglia, también opina que es ridículo que el Eros, una fuerza de la vida tan poderosa, sea ignorada, no investigada y condenada por los científicos sociales, “que en cambio, sí se ocupan mucho de esa otra fuerza llamada sexo, cuando originariamente y en rigor etimológico se trata del mismo fenómeno”.

Defendiendo la idea de que el amor es un gran tema a tratar por todas las áreas científicas, Carlos Yela afirma que es frecuente entre los intelectuales la queja sobre la enorme distancia  existente entre el progreso tecnológico y el progreso de las relaciones humanas: “el estudio riguroso, sistemático y empírico del amor podría ser una vía que contribuyera a salvar esa abismal y lamentable diferencia”. 

La Psicología Social comienza a tratar el tema en 1964. Secord y Backman incorporan en su manual de la disciplina un capítulo sobre atracción interpersonal donde se incluían unas breves consideraciones sobre el amor. Un año más tarde, Aronson y Linder (1965) divulgan su clásica “ley” sobre la atracción interpersonal. Poco después, Bloom (1967) publicará un artículo sobre el concepto de amor y las tipologías amorosas, todo ello en revistas propias de la Psicología Social. A mediados de los años 70, el análisis científico del amor se va paulatinamente desmarcando del área de la atracción interpersonal, al tiempo que surge una verdadera explosión y auge de las investigaciones: centenares de artículos, decenas de volúmenes monográficos y manuales, cursos, seminarios, congresos, etc., e incluso alguna revista especializada, como el Journal of Social and Personal Relationships, donde buena parte de los artículos publicados se centran en el amor o en temas muy afines.


En los años 90 el tema se convirtió, según Yela García (2002), en un punto de referencia obligado de la Psicología Social. La publicación de monografías sobre el tema continúa aumentando cada año, muchos de ellos de orientación psicodinámica (Gabbard, 1996), otros muchos desde la Psicología Feminista.

En España, hasta los años 80, la producción intelectual sobre el amor ha sido bastante limitada. En los años 70 Josep Vicent Marqués edita un número especial en El Viejo Topo sobre el amor (extra número 17), con colaboraciones de Paolo Fabretti o Christian Delacampagne, en el que se habla del amor sobre todo como un instrumento de control social que sirve para perpetuar el patriarcado y la familia tradicional nuclear.

En 1982, la Revista de Occidente publica un número monográfico sobre el amor. En 1986, sucede lo mismo con los Cuadernos de Historia 16. En los 90 se publican artículos firmados por profesores universitarios (ej: Ochoa y Vázquez, 1991; Sangrador, 1993; Serrano y Carreño, 1993, Yela García, 1996) así como algunos libros en mayor o menor medida dedicados a, o relacionados con el tema (Guasch, 1991; Ortiz, 1991). Además, se realizan seminarios, conferencias, cursos de doctorado, simposios, congresos y alguna tesis doctoral (Carreño, 1991; Yela García, 1995; Martínez Iñigo, 1997).



Recientemente, han surgido algunas obras en el ámbito de la divulgación científica, en áreas como la Biología, la Etnología, o la Antropología (Helen Fisher, Eduardo Punset, David Buss, Eibl-Eibesfeldt, Desmond Morris, Barash y Lipton…). Sin embargo, sólo ahora, en los primeros años del siglo XXI, se ha empezado a tratar el tema desde una perspectiva social (Ulrich Beck, Zigmunt Bauman, Pascal Bruckner, Erich Fromm, Anthony Giddens, entre otros).

 La mayor parte de los grandes teóricos occidentales ha escrito libros acerca de los sentimientos y las pasiones, pero han sido siempre considerados obras menores, poco menos que anécdotas dentro de la sesuda literatura científica y filosófica de estos grandes autores (Ortega y Gasset, Roland Barthes, Francesco Alberoni, entre otros).

En mi caso, lo que más me fascinaba del tema es como el amor de pareja siempre se ha tratado como un fenómeno afectivo que acontece en el interior de las personas, es decir, como un sentimiento individual y mágico difícil de explicar. Y sin embargo, son muchas las personas aquejadas de esta “enfermedad”, “intoxicación”, “borrachera”, o “dulce tormento”. El dinero que gastamos en terapeutas que nos ayuden a sobrellevar una ruptura amorosa, en abogados que tramiten una separación, en regalos cuando empezamos una relación, la cantidad de energía y tiempo que dedicamos al amor me hacía pensar que el amor es una construcción sociocultural, es decir, creada desde la cultura para conformar sociedades de gente que se une de dos en dos. y yo me preguntaba, y ¿por qué de dos en dos?, ¿y por qué han de ser de diferentes sexos?, ¿y por qué la mujer debe de ser de una manera y el hombre de otra?....


el libro sobre el amor, publicado en Febrero 2011.


Mi aparato teórico desde el cual enfocar este estudio está basado en mi admiración por la teoría del pensamiento complejo de Edgar Morín, que propone superar los dualismos con los que estamos acostumbrados a pensar. La vida no es blanco o negro, razón o emoción, hombres o mujeres, el bien o el mal, lo grande o lo pequeño. Leyendo sobre Einstein una aprende que todo es relativo según el punto de vista desde donde se mire, y que la realidad es mucho más rica que las etiquetas reduccionistas con las que tratamos de entender el mundo.

Me encantó leer a Sergio Manghi, que afirmaba que el estudio de las emociones humanas no se trata sólo de una tarea científica, sino también ético-política, “pues la persistencia, en nuestro tiempo, de hábitos perceptivos dualistas, que separan el corazón y la razón, el cuerpo y el espíritu, las emociones y la cognición, es una fuente permanente de sufrimientos, de prevaricaciones y de violencia”.

En el seno de este paradigma dualista que simplificaba el mundo en dos extremos opuestos, se consideró que el hombre representaba la Cultura (el raciocinio, la civilización, la Ciencia, la ley, el orden, la filosofía), y la mujer la Naturaleza (los sentimientos, lo irracional, lo salvaje, lo caótico, lo oscuro, lo incognoscible). Por eso los hombres, que  representan la civilización,  deben controlar la naturaleza, explotarla, domesticarla, utilizarla para sus necesidades. Y para eso se ha creado el romanticismo patriarcal, para que perpetúe esa desigualdad y ese control, y para que la gente se una en sistemas de mutua dependencia. 

Y es que el hecho de que las pasiones no hayan sido temas considerados dignos de estudio científico serio es un hecho íntimamente relacionado con la estructura patriarcal que ha subordinado a la mujer durante siglos. En esa actitud discriminadora y despreciativa hacia su figura se incluía todo lo que se consideraba femenino, como los sentimientos. Sólo en este siglo, la primacía de la mente y la razón sobre el cuerpo y las emociones ha dado paso al estudio de los sentimientos como parte constitutiva fundamental del ser humano.



Y gracias a ello, hoy me encuentro aquí escribiendo acerca del amor. Entiendo que es un tema que, por su complejidad y extensión, no se puede abarcar en su totalidad; pero sí que he pretendido demostrar que las emociones están mediadas culturalmente, y que están predeterminadas por la cultura en la que se incardinan (construidas a través del lenguaje, de los relatos, los símbolos, los mitos, los estereotipos, los ritos, y las creencias). El poder simbólico incide de forma poderosa, creo, no sólo en la nuestros sentimientos, sino también en la construcción de la realidad social, económica y política de las sociedades.

Dado que la cultura evoluciona a la par que los sistemas políticos y económicos, bien sosteniéndolos, bien transformándolos, considero que es necesario los productos ficcionales y las teorías filosóficas para entender cómo construimos la realidad, cómo la reificamos y cómo unas ideologías se imponen sobre otras (y a la vez coexisten).

El motivo por el que centré mi análisis sobre los mitos y las representaciones simbólicas del Amor es porque la mayor parte de nuestros productos culturales desde la Antigüedad hasta nuestros días se basan en las relaciones sexuales y amorosas entre los géneros: desde las cosmologías (como la griega, que se basa en las relaciones de amor y odio entre los dioses) hasta las series de ficción televisiva, pasando por la escultura, la pintura, la cerámica, la música, el baile, la narrativa oral, la poesía, los cuentos y leyendas, los folletines, las radio-novelas, las canciones, las novelas, las películas, la ópera, y todas las representaciones culturales que han tenido y tienen como tema central el amor y las pasiones.



Mi deseo era, mediante un proceso de crítica y deconstrucción, echar abajo ciertas ideas que se han dado por supuestas o como “naturales”: prejuicios, tabúes, mitos falsos y creencias subjetivas que han distorsionado el concepto de amor y que lo han devaluado durante siglos a la categoría de emoción irracional no susceptible de ser tratada e investigada.

Para mí es obvio que el amor no es sólo una fuente de productos culturales en forma de novelas o canciones, sino también un dispositivo político. Las relaciones humanas atravesadas por el poder, y ello hace que sean complicadas, conflictivas, dolorosas y también, enormemente gratificantes. Los seres humanos necesitamos a los otros para sobrevivir, porque los afectos forman parte de nuestra nutrición y son el eje a partir del cual desarrollamos nuestra vida en sociedad. A través de nuestros seres queridos aprendemos a hablar, a pensar, a vivir en sociedad y a asumir las normas morales, sociales, culturales y políticas. Rodeados de afectos o con una falta total de ellos construimos nuestra identidad y nuestra biografía, y nos reproducimos, sacando adelante y educando a nuevos miembros de la sociedad.



 mi libro sobre la construcción de las identidades, 
los feminismos, las masculinidades y el queer


La mayor parte de nuestras vivencias y recuerdos están implicados en las tramas emocionales y sentimentales que construimos en la interacción con nuestros semejantes y nuestro entorno. Nuestra felicidad, nuestro bienestar psíquico y emocional, nuestros sueños y anhelos, nuestras esperanzas y nuestra energía se desarrollan en torno a nuestras relaciones afectivas. Ellas son las que nos provocan dolor, tristeza, confusión, desgarro; también nuestras frustraciones, decepciones, preocupaciones y obsesiones están en su mayor parte determinadas por nuestros afectos.

De algún modo, siempre me ha parecido fundamental analizar y tratar de entender por qué las relaciones humanas son tan maravillosas y a la vez tan dolorosas. Creo que es a nivel microsocial como es posible entender la dimensión macrosocial de nuestra cultura; por eso analizar las relaciones entre los humanos puede ayudarnos a entender por qué las grandes estructuras políticas y económicas son tan desiguales, injustas y crueles. La complejidad emocional del ser humano es inmensa, a menudo contradictoria y cambiante, y tiene mucho que ver con la ética individual y el sistema moral colectivo, y por supuesto, con las jerarquías de poder. También con los recuerdos y las vivencias, los intereses, las motivaciones, los valores, las creencias y los modelos amorosos que nos ofrecen las industrias culturales.



Creo que es necesario tratar de comprender el complejo mundo de las emociones principalmente porque entender y analizar nuestras formas de relacionarnos puede ayudarnos a mejorar nuestro mundo. Es posible que las guerras, los conflictos humanos, la violencia cotidiana que inundan las cabeceras de los telediarios disminuyesen si lográsemos entender los mecanismos sociales y afectivos con los que los humanos nos relacionamos entre nosotros, bajo el trasfondo de las luchas de poder y del miedo.



El miedo forma parte de nuestras relaciones y de nuestra forma de entender y movernos en el mundo. Es un poder psíquico, un producto mental y a la vez un mecanismo biológico de carácter instintivo. También los animales sienten miedo, y en ocasiones se revela como un mecanismo de supervivencia fundamental ante los depredadores. En el caso del homo sapiens, con su capacidad de imaginar, el miedo se convierte en un monstruo que empobrece su vida en sociedad, porque a menudo  establecemos estrategias defensivas y de ataque. Los humanos tenemos miedo a los desastres naturales, pero también miedo al dolor y a la muerte, a la incertidumbre con respecto al futuro, miedo a perder seres queridos. Miedo a la soledad y a la locura, pero sobre todo miedo al otro, a lo desconocido, lo extraño, lo que se escapa a nuestro entendimiento. Miedo al poder del otro, al color de su piel, su idioma, su cultura, su religión.

Este miedo afecta especialmente a las relaciones entre hombres y mujeres por el ancestral temor hacia el género femenino desarrollado en las culturas patriarcales. La mayor parte de las relaciones entre los hombres y las mujeres han estado siempre basadas en el miedo al poder del otro, a la dominación física y psicológica. En este sentido, los hombres siempre han entendido la seducción femenina como estrategia simbólica de dominación por la vía de la sutil persuasión.

El miedo también tiene una clara conexión con el apego: todos tenemos miedo a perder a nuestros seres queridos, a que no se nos necesite o no se nos quiera. Nos apegamos a los objetos, las propiedades y las personas como si fueran “nuestras”, y además quisiéramos que ellas y los sentimientos que nos unen sean eternos e indestructibles. El ser humano sufre por la contingencia y trata de encontrar su centro y su estabilidad psíquica en las personas a las que ama o quiere; pero también siente un profundo anhelo de libertad. Miedo y libertad se tensan contradictoriamente, porque no nos es fácil lograr alcanzar un equilibrio entre la estabilidad y la aventura, la seguridad y el misterio. Los seres humanos lo queremos todo a la vez, lo queremos todo para siempre, y nos cansamos de todo también. La realidad monótona y rutinaria nos frustra, de modo que nos embarcamos en aventuras corriendo riesgos: quizás debido a esta contradicción entre libertad y necesidad de afecto, mitos y realidades, el sufrimiento parece inherente a la condición humana.

 Sin embargo, también es característico en nosotros la empatía, el altruismo, la generosidad, la entrega, el sacrificio personal, la solidaridad y la red extensa de afectos que establecemos con el resto, y gracias a la cual la supervivencia de la especie ha sido posible. El amor entendido como un todo es una fuerza poderosa que nos atrae y nos une los unos a los otros, ya sea en forma de amor filial (amor a la familia), de amistad (amores elegidos libremente, relaciones de apoyo y cooperación mutua que tenemos con personas con las que sin embargo no tenemos una relación erótica) o de amor pasional (el que se da entre dos o más personas y tiene carácter erótico).

El amor ha logrado que el ser humano cuide de sus semejantes más indefensos (ancianos, bebés, enfermos), y que la gente disfrute en la interacción con el resto. Las relaciones amorosas de pareja, además, son placenteras porque generan sentimientos positivos y porque es una fuerza creadora y constructiva que ilusiona a las personas y las anima a seguir viviendo, pese a la crueldad y precariedad a la que tiene que enfrentarse el ser humano a lo largo de su vida.

Además de estudiar las raíces del amor romántico en nuestra cultura occidental desde Grecia, pasando por el amor cortés del siglo XII y el Romanticismo del XIX, quise estudiar las relaciones amorosas en la actualidad, porque es la época histórica que me ha tocado vivir, y la que más me apasiona. En mi esfuerzo por entender por qué existe ese vacío social, por qué la gente ya no persigue metas colectivas, me centré en el análisis de lo que denominé la utopía emocional colectiva romántica de la Posmodernidad, porque entiendo que hoy el amor idealizado nos ofrece la salvación frente a la angustia existencial, el horror vacui, y la falta de sentido que impregna la realidad occidental.


El ser posmoderno es urbanita, se mueve en la sociedad del anonimato y sufre de angustia existencial, hambre de emociones y soledad. En este contexto posmoderno,  el romanticismo constituye una creación de sentido personalizado y colectivo, una promesa ideal de autorrealización, una meta para alcanzar otras metas, como la felicidad. Y es que la sociedad occidental ha perdido en gran parte su instinto de supervivencia para dar paso al de autodestrucción; de ahí la proliferación de las depresiones en el Primer Mundo, que visibilizan la angustia vital que sienten las personas una vez satisfechas sus necesidades básicas (alimento y un techo donde cobijarse). La sensación de alienación permanente que poseen los habitantes posmodernos se traduce en un anhelo de emociones placenteras e intensas que consumimos a través de los relatos. La necesidad de evasión y de entretenimiento se da en nuestra cultura en unas cantidades y dimensiones hasta hace poco desconocidas.

El amor romántico cubre estos anhelos del mismo modo que las drogas, la fiesta, o los deportes de riesgo, y además está conectado con lo sagrado: la totalidad, la fusión definitiva, el placer total, la eternidad (premisa fundamental de todo amor verdadero). Una de las ficciones más importantes que proyecta el amor idealizado es la del cese de ese doloroso sentimiento de soledad que nos acompaña a todos los seres humanos desde la caída de las grandes construcciones sociales como la religión o la clase social, y cualquier institución en la que antes nos podíamos sentir pertenecientes a una comunidad o grupo unido por cuestiones religiosas, económicas o políticas. Así, las representaciones simbólicas, con mitos como el de  la “media naranja” (de resonancias platónicas), nos anuncian el fin de la perpetua soledad a la que estamos condenados.

Estas utopías emocionales se acoplan al individualismo y al consumismo a la perfección, porque están basadas en la filosofía del sálvese quien pueda y el egoísmo a dúo, una expresión acuñada por H.D. Lawrence para explicar el estilo de vida basado en una forma de relación basada en la dependencia, la búsqueda de seguridad, la necesidad del otro, la renuncia a la interdependencia personal, la ausencia de libertad, celos, rutina, adscripción irreflexiva a las convenciones sociales, el enclaustramiento mutuo…

Este enclaustramiento en parejas propicia el conformismo, el viraje ideológico a posiciones conservadoras, la despolitización y el vaciamiento del espacio social, con notables consecuencias para las democracias occidentales y para la vida cotidiana de las personas. Con el triunfo del individualismo la democracia se encuentra en manos de los políticos, los empresarios y la Banca; la sociedad no es gestionada por una población adulta, sensibilizada, culta, comprometida y unida. Dejamos, irresponsablemente, en manos de unos pocos nuestro destino como especie, y por supuesto, coextensivamente, el del resto de los seres vivos de este planeta.



El individualismo como modo de vida ligado al consumismo conlleva también una potente sensación de soledad; es normal entonces que la gente quiera formar equipos, aunque sean solo de dos miembros, para hacer frente a un mundo cruel, jerárquico y desigual. En pareja la vida se hace más llevadera por la ayuda mutua que nos prestamos, pero no nos queremos ni imaginar cómo funcionaría un mundo en el que se practicase la solidaridad de grupos humanos frente a las grandes estructuras de poder, es decir, un mundo donde el amor fuese una praxis social cotidiana no centrada en un solo ser humano.

Evidentemente, a un sistema capitalista no le conviene una excesiva solidaridad entre las personas, ni facilitar la autorganización y autogestión de las comunidades; a causa de esta necesidad económica en televisión nunca se apela al amor de las personas por sus semejantes, por la totalidad humana, ni el amor hacia el propio planeta o el resto de sus habitantes. Más bien se le incita al consumismo que es una actividad solitaria o en pareja que ayuda al sostenimiento de la  economía capitalista.


Sólo se representan amores colectivos en televisión cuando se trata de un sentimiento social hacia  conceptos artificiales como “nación” o “patria”, o hacia algún objeto o persona determinada (como la religión cristiana o la musulmana, los partidos políticos y sus líderes, los grandes clubes de fútbol que aglutinan millones de seguidores, o las estrellas del rock o el cine). Por ello he creído importante exponer el reduccionismo interesado de la concepción del amor representada en las producciones culturales como algo que concierne exclusivamente a dos personas, o como mucho al núcleo familiar, excluyendo siempre al tercero, al otro, a los y las otras.



Y por ello os invito a sumergiros en los principales mitos del amor romántico para poder analizarlos, de-construirlos, desmontarlos. Poniendo al descubierto la distancia insalvable que hay entre la Realidad y las idealizaciones, podremos quizás construir relaciones más igualitarias, menos dolorosas y menos basadas en expectativas desmesuradas y condicionadas por lo que he denominado “el Romanticismo Patriarcal”, que está aún plagado de estereotipos y división de roles de género. Este amor patriarcal es, aún, un modelo plagado de promesas que en realidad sostienen una interdependencia entre los miembros de una pareja engalanado con los adornos románticos. 


El sistema amoroso occidental y su modelo de lo que debería ser que nos impiden construir relaciones basadas en la libertad antes que en la necesidad.

Y es que hay que dejar atrás el modelo patriarcal para poder abrir el campo amoroso y crear otras relaciones más ricas, complejas y libres, no sujetas a la heterosexualidad, la dualidad, la superioridad masculina, la monogamia femenina, la genitalidad o el adulterio. Aquí es donde toma cuerpo el lema sesentayochista: lo personal es político. Y es que es en las emociones donde se libra la gran batalla contra el patriarcado; una vez iniciada la lucha por la Igualdad política a través de las leyes y la economía, lo lógico es liberar al cuerpo, a las emociones y los sentimientos de estructuras rígidas y jerárquicas, y ponernos a inventar otras formas de amar…








(y al final, el resultado fue una tesis enorme de los que saqué dos libros;  encontré respuestas, pero me surgieron muchas más preguntas, más ganas de leer, experimentar, debatir, y seguir buscando)








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El Amor Romántico como utopía emocional de la posmodernidad


La construcción sociocultural del amor romántico






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