29 de julio de 2021

Día 1. Los manolos y las cármenes, en la Playa del Patriarcado


Empiezan mis vacaciones: llego a la playa, extiendo mi toalla en la arena, me pongo la crema solar, abro mi libro para disimular, y cuando estoy sacando del estuche las gafas violetas, mi chico me dice que intente relajarme un poco, y que deje de analizar la realidad por unos días, que me va a venir bien descansar. Dejo las violetas en su funda y me pongo las de sol, pero no hay manera, no lo puedo evitar. 

Llega una familia formada por un señor llamado Manolo, su esposa Carmen, dos hijas treintañeras, cinco nietas y un nieto. Nada más llegar, Manolo mira el horizonte, toma aire, tensa sus músculos, y se dispone a realizar uno de los trabajos más duros y más valorados en época estival: hace un pequeño agujero en la arena para colocar la bandera, en este caso, una sombrilla de color verde, y la clava con la misma valentía y la solemnidad con la que el astronauta clavó la bandera en la luna en 1969. 

Desplega el artefacto protector, es decir, la sombrilla, y abre él solo, sin ningún tipo de ayuda, una de las sillas. Se quita él solo su camiseta, se descalza, se sienta en la silla, y se enciende un cigarro, mirando al horizonte patriarcal con cara de orgullo y satisfacción por la hazaña realizada.  

Carmen le pasa el cenicero playero, saca de la nevera una cerveza fresquita para darsela a Manolo. Para que no tenga que mover un dedo, ella misma la abre y se la pasa. Él ni la mira, ni le da las gracias, anda siguiendo con la vista a dos mujeres que caminan por la orilla haciendo topless, mientras se relame el sudor del bigote pensando en lo que les haría si se dejasen. 

Carmen tiene ganas de estamparle una silla a su marido en la cabeza, pero se pone a trabajar. 

Abre las demás sillas y la mesa, 

coloca las neveras, 

 abre la bolsa con los juguetes del playa. 

Su hija mayor empieza a dar crema solar a cada niña mientas su hija menor cambia los pañales del bebé. 

Entre las tres hinchan manguitos y flotadores, y después se ponen crema en sus propios cuerpos. 

La hija menor se pone al bebé en la teta, y la mayor, llena de esperanza, saca un libro. Pero no tiene éxito: las niñas se están peleando por el delfín de plástico y se acaba metiendo con ellas en el agua. 

Mientras, Carmen acuna a la bebé, y le canta canciones. Manolo se rasca la panza. 

Carmen aprovecha que el bebé se ha quedado dormido para llamar a su hermana: lleva todo el día buscando un hueco para preguntarle por su brazo escayolado, y por los resultados del análisis de su hijo. Cuando termina de charlar, se remoja un poco en la orilla y empieza con los preparativos para la comida. 

Al ver el menú me di cuenta del trabajo que habían estado haciendo las mujeres bien temprano: 

fueron a la compra 

y cocinaron tortilla de patatas, 

ensalada campera, 

boquerones en vinagre, 

filetes empanados, 

y bizcocho casero de postre. 

Cerveza para las adultas, agua y zumos para las niñas. 

Después de comer, Manolo enciende otro cigarro y las mujeres lo recogen todo. Carmen se lleva la basura al contenedor, Manolo echa para atrás su tumbona y se pone a dormir la siesta, mientras sus hijas recogen y limpian. 

Carmen juega con sus nietas, y su hija mayor contesta unos mensajes en el teléfono mientras la otra hija habla con su amiga Pili, que parece que se quiere separar del marido. Ella le anima: "si, Pili, sí, te tienes que separar de ese desgraciado, hazlo ya, de verdad que no te imaginas lo bien que se vive sin marido", mientras su hermana asiente con la cabeza. 

Manolo se despierta de su siesta playera y se va a bañar. Cuando vuelve, le pide a Carmen una bolsa de patatas y una cerveza. Carmen le sirve y luego se pone a dar crema a las niñas, que están discutiendo entre ellas porque unas quieren jugar a la oca y otras al parchís. 

Carmen se levanta y le dice a su hija que se va a dar un paseo sola por la orilla Manolo la mira con cara de fastidio, pero sabe que si necesita algo sus hijas correrán a complacerle. Para eso es el rey de su hogar, el puto amo de su casa, el pilar fundamental de su familia. 

Carmen vuelve al cabo de un rato del paseo, para decepción mía. Yo estaba soñando con que Carmen se fuese para siempre, y Manolo se quedase solo. Pero claro, al ver a las hijas ya supe a quienes les tocaría hacer el papel de sirvienta, de enfermera, de cocinera, de limpiadora, de secretaria, de psicóloga y de cuidadora. Así que Carmen vuelve después de un paseo de apenas 20 minutos.

Manolo ni la saluda, se va a bañar de nuevo, y después se toma su tercera cerveza y fuma su quinto cigarro, disfrutando de la fiesta de los cuerpos en la playa, y mirando a las jovencitas con cara de viejo verde.  

Cuando la sombra de los edificios les alcanza, Carmen empieza a levantar el campamento. 

Lo primero, la bolsa de la basura, donde va metiendo las latas de cerveza, las bolsas de patatas, las servilletas usadas, el pañal del bebé, 

después le quita la arena a los juguetes de las niñas y los guarda en la bolsa, 

recoge los bañadores humedos y dobla las toallas tendidas en la sombrilla y las sillas, 

mete las cremas y las toallas en la bolsa, 

vacía de agua la nevera,

ordena las bolsas de la comida y empaca los restos,

y luego ayuda a sus hijas que están desinflando los flotadores y los manguitos. 

Manolo se espera sentado en su silla a que las sirvientas terminen de hacerlo todo. 


Cuando Carmen le dice: "Vamos ya, Manolo", 

él se levanta, 

saca la parte de arriba de la sombrilla, 

la cierra, 

y saca el palo principal del agujero. 

Manolo mira a su alrededor como esperando aplausos y resopla, es demasiado esfuerzo, su panza demasiado grande, la gesta demasiado heroica. Se seca el sudor de la frente y se pone la camisa.

Carmen cierra la silla de Manolo y le pasa la nevera. Manolo la agarra con determinación y valentía, y camina hasta las duchas con la familia. 

Mientras las mujeres se dedican a quitarse la arena y quitársela a los niños y a los juguetes de los niños bajo la ducha de la playa, él revisa su móvil, ajeno a la dinámica familiar.  

Cuando le toca a él, Carmen le invita a acercarse al grifo y se agacha para quitarle la arena de los pies y las piernas. A Manolo no le da ninguna vergüenza, pero a las hijas sí, porque miran para otro lado. 

Cuando ya le han lavado los pies, se encamina hacia su coche tan feliz. Mientras las mujeres meten los bártulos en el maletero, él sostiene la tapa, y yo me pregunto qué sería de esa familia sin un hombre tan imprescindible y necesario. 

Manolo entra en el coche, dispuesto a llevar a su familia al apartamento, sabiendo que sin él, no irían a ninguna parte (aunque Carmen y sus hijas tienen carnet de conducir y conducen mucho mejor que él)

Lo que viene después no lo veo, pero me lo imagino: 

Manolo llega al apartamento, 

pone el televisor, 

y enciende el ventilador. 

Le pide una birra a Carmen, 

enciende un cigarro, 

y le grita a las nietas que no molesten que está viendo el fútbol. 

Carmen y sus hijas siguen trabajando: 

tienden las toallas y los bañadores mojados, 

duchan a las niñas, 

cambian los pañales al bebé, 

ponen una lavadora, 

doblan la ropa de la lavadora anterior, 

limpian los tappers de la playa, 

median en una pelea de las niñas, 

Empiezan a hacer la cena, 

ponen la mesa, 

la sirven, 

recogen todo después de cenar, 

tienden la lavadora, 

y cuando han terminado y las hijas se van a dormir a las nietas, Carmen empieza a preparar la comida del día siguiente:

un gazpacho, 

una ensalada con aceitunas, huevo, atún, tomate, lechuga, cebolla, espárragos, pimientos y maíz, 

unos calamares rebozados, 

y un arroz tres delicias para acompañar.   

Carmen se sienta por primera vez en todo el día, son las doce y media de la noche y abre su abanico. Está agotada y hace mucho calor aún a esta hora. Mira su teléfono un ratito, hasta que Manolo con un gesto le invita a ir a la cama. 

Carmen aún no ha terminado de trabajar, ahora le toca cumplir en la cama con Manolo. Se levanta y suspira, resignada. No le apetece, no le ha apetecido nunca, pero es lo que hay.

La Playa del Patriarcado está llena de Carmenes y de Manolos. Las cármenes no tienen días libres, 

ni vacaciones, 

ni baja por enfermedad, 

ni días de descanso, 

ni siquiera un salario,

jamás cobrarán pensión. 

Como ellas, hay millones de mujeres trabajando gratis y sirviendo a sus maridos. Resoplo pensando en la estafa romántica, y me revuelvo pensando en lo felices que serían todas las cármenes sin los manolos. 

Yo siempre que veo a los manolos fantaseo con la idea de que se queden todos solos. No es justo que reciban tantos cuidados y que ellos no cuiden a nadie en toda su vida. 

Sé que Manolo, cuando ya no pueda poner la sombrilla por sí solo, cuando ya no pueda conducir el coche para llevar a su familia a la playa, se va a deprimir y va a cargar su frustración contra Carmen, que será la que, con mucha paciencia, le de sus medicinas, le de de comer, le duche, le lleve al médico, le tenga la ropa limpia y le haga absolutamente todo. 

Me pregunto si las nietas de Carmen serán también las sirvientas de sus maridos. Me pregunto si el nieto heredará la corona y los privilegios de su abuelo, o si querrá trabajar en equipo junto a sus compañeras, compartiendo las tareas por igual. 

Ya se ha puesto el sol y la playa se va vaciando poco a poco de manolos. Mañana será otro día en la Playa del Patriarcado....


Coral Herrera Gómez 


Mis vacaciones en la Playa del Patriarcado

Día 1: Los manolos y las cármenes en La Playa Del Patriarcado

Día 2: Las tetas liberadas, en la Playa del Patriarcado 

Día 3: La tormenta en el Mediterráneo, en la Playa del Patriarcado. 

Día 4: Las familias felices, en la Playa del Patriarcado

Día 5: Una cita romántica, en la Playa del Patriarcado 

Día 6: El Juanfran y sus amigos en la Playa del Patriarcado

Día 7: Las Mujeres que ya no sufren por amor, en la Playa del Patriarcado



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