11 de julio de 2019

Nunca más de rodillas ante el Señor: las ateas del amor romántico



Rebecca Hendin para Buzz Feed


El amor romántico es una especie de religión posmoderna, y tiene muchas cosas en común con la religión cristiana. Para que nos hagamos devotas, nos seducen con el paraíso romántico: ese lugar al que llegaremos tras atravesar el valle de lágrimas, en el que seremos felices, nos sentiremos  amadas, y comeremos perdices.

El romanticismo también tiene su infierno, y caemos en él cuando nuestra pareja deja la relación, cuando ofrecemos nuestro amor y nos rechazan, cuando nos son infieles, cuando nos mienten o nos traicionan, cuando se aprovechan  de nosotras, cuando nos tratan mal, cuando nos traicionan, cuando perdemos una batalla en la guerra del amor.

Como todas las religiones, el amor romántico tiene sus santos, santas y mártires: esas mujeres enamoradas que se suicidan “por amor”, esos hombres enamorados que matan “por amor”, esas mujeres enamoradas que lo dejan todo por amor, que aguantan por amor, que se sacrifican en nombre del amor.

Los sufridores y sufridoras románticas más famosas son mitificadas y endiosadas por nuestra cultura patriarcal para que las mujeres las admiremos y las imitemos. El patriarcado nos quiere de rodillas, mirando a los hombres como miramos a Jesucristo, desde abajo hacia arriba. Para muchas mujeres en el mundo, es su primera figura de referencia: le aman como se ama a un Dios, porque Jesús es el Hijo de Dios, y le adoramos porque nos ama, nos escucha, nos acompaña, nos protege, nos quiere aunque nos portemos mal. Y nunca nos abandona. 

Jesucristo es el Hombre que todas las sufridoras necesitamos: el Salvador, el Príncipe Azul, el Don Juan, el Guerrero, el Caballero que nos rescata y nos lleva al palacio en el que seremos felices. Algunas pasamos años y años esperando su llegada.

Los relatos del amor romántico nos fascinan tanto como los relatos sagrados de las religiones: nos encantan las canciones, películas, poemas, novelas y cuentos que nos narran historias de amor y tragedias románticas. Las consumimos vorazmente porque son una drogas: nos evaden de la realidad un rato, nos entretienen, nos hacen sentir emociones fuertes y de gran intensidad, nos revuelven por dentro, nos traen la paz y avivan nuestra esperanza con sus finales felices.

Los finales felices nos recuerdan constantemente la existencia del paraíso romántico, ese lugar lleno de abundancia, felicidad, paz, armonía y amor. Así nos enganchan a la droga más potente, a la religión más patriarcal. Así nos mantienen muchos años de nuestra vida, buscando a nuestra media naranja, soñando con el amor verdadero, sintiéndonos incompletas o fracasadas, creyendo que teniendo pareja nunca más volveremos a sentirnos solas.

Para muchas de las mujeres que aman, el amor es un espejismo colectivo que puede resultar muy peligroso. Porque nos hace creer que para conseguir el amor tenemos primero que sufrir, y que el sufrimiento es una demostración de amor hacia el que nos hace sufrir, de manera que caemos en la trampa sin darnos cuenta de que el patriarcado nos quiere de rodillas. Necesita que la búsqueda de amor sea el centro de nuestras vidas, que el deseo de ser amadas nos vuelva dependientes y sumisas, y que pongamos a un hombre en la cúspide de nuestros afectos para entregarnos a él con total devoción, como si fuera un dios.

El modelo femenino a seguir que nos proponen en las películas románticas se parece tanto a la tradicional de la Virgen María: la enamorada es una mujer pura, inocente, bondadosa, altruista, entregada y leal que quiere y cuida sin esperar nada a cambio. Es una mujer que cree en su amado, que lo ama incondicionalmente, que sufre y se sacrifica por amor, que acompaña al héroe en su inmolación, que se olvida de si misma y se centra sólo en el amor.

Todas las religiones tienen su propia ideología y la imponen como normas sagradas a sus fieles. Y en el amor romántico todos los mandamientos están dirigidos a coartar la libertad de las mujeres y a garantizar la de los hombres, a ponernos de rodillas a nosotras, y a ellos elevarlos a un trono.

Por eso cada vez hay más mujeres ateas e insumisas ante la religión romántica: ya nos hemos hartado de sufrir, de rezar para que nos amen, de hundirnos en los infiernos, de pasar calvarios y pagar penitencias. Cada vez son menos las que viven esperando la llegada de Dios y soñando con el paraíso. 

Cada vez nos rebelamos más ante nuestro rol de mártires: lo que queremos es disfrutar, y relacionarnos con iguales. Ya no queremos vivir en un valle de lágrimas: nos hartamos de pasarlo mal, y renegamos de nuestro rol de mujer complaciente y sumisa que se entrega por completo sin pedir nada, o muy poco, a cambio. 

No queremos vivir esperando, no queremos relaciones basadas en la dominación o la sumisión, ya no creemos en el milagro romántico. 

Las ateas del amor romántico ya no podemos creer más en el mito romántico: ya sabemos que no está ahí la salvación, ni la felicidad, ni el paraíso. Las mujeres que ya no sufrimos por amor estamos fabricando las herramientas que nos permitan unirnos algún día a un compañero o compañera sin perder nuestra libertad y autonomía

Queremos construir relaciones igualitarias, sanas, sin dependencias, y basadas en el placer y la alegría de vivir.

Ya sabemos que para ser felices no hace falta sufrir. 

Lo que queremos es vivir bien, disfrutar del sexo, de los afectos, y del amor. Lo que buscamos no son dioses a los que idolatrar, ni salvadores que nos rescaten, sino compañeros y compañeras con los que compartir un trocito de nuestras vidas. 

Queremos vivir el amor y los afectos que nos rodean aquí y ahora: sin perder el tiempo esperando, sin dejarnos seducir por las promesas falsas del paraíso romántico, amando con los pies en la tierra, siendo prácticas y realistas. 

Nos quieren amargadas y deprimidas, nos van a encontrar disfrutando del amor. 
Nos quieren aisladas y enfrentadas entre nosotras, nos van a encontrar unidas y celebrando la vida. 
Nos quieren sumisas y esclavizadas al amor, nos van a ver libres y empoderadas. 
Nos quieren de rodillas, nos tendrán a todas en pie. 

Coral Herrera Gómez


En inglés: 



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